domingo, 23 de diciembre de 2018

Bob Moses: "Battle lines" (2018)

Una de las mayores confirmaciones de este 2018 que está próximo a terminar ha sido la del dúo canadiense Bob Moses. Que habían debutado en 2015 con "Days gone by", un álbum que por cierto contenía la nominada a los Grammy "Tearing me up" que tanta relevancia les dio a nivel internacional. El regreso de Tom Howie y Jimmy Vallance ha tardado nada menos que tres años, tal vez demasiado tiempo para cualquier artista que quiera consolidarse en el panorama internacional, pero al menos ha merecido la pena. Y es que "Battle lines" es un álbum muy equilibrado de pop contemporáneo para una inmensa minoría, al que no le importa echar una mirada al pasado cuando la oportunidad lo requiere.

El álbum se abre con la elegante "Heaven only knows", que empieza con unos sugestivos coros, a los que le siguen una preciosa melodía vocal que da paso al bajo sintetizado de Vallance en primer plano, y... a partir de ahí a desarrollar la canción casi exclusivamente sobre esa estructura. Porque la parte nueva que meten antes de la repetición de los coros, sin apenas melodía vocal, es todo lo que proponen para enriquecer la composición. Así que aunque el dúo muestra su talento a la hora de alargar más de cuatro minutos ese único tramo de melodía con distorsiones plenamente contemporáneas, al tema le sobra minutaje o le falta creatividad para rematar tan buena base. Igual de elegante y mejor resuelta es el tema estrella y primer sencillo del álbum, al que también da título: "Battle lines" sí que es una composición completa, con sus estrofas, estribillo, parte nueva y hasta un meritorio solo de guitarra a cargo de Howie. Con una elegancia ochentera que a mí me recuerda mucho a los efímeros Double, aunque más cálidos y con una cadencia rockera que lo convierte en un tema apto hasta para un público que no renegaría de Coldplay. "Back down" es otro momento álgido del álbum, un medio tiempo muy neutro instrumentalmente con un cierto deje dramático a lo Tears For Fears, nuevamente sobre una brillante composición completa (aunque abuse de la misma progresión armónica, que sólo cambian en la original parte nueva).

Es difícil mantener el nivel de estos tres temas el resto del álbum, y lo cierto es que aunque en las ocho canciones restantes nos encontraremos con algunos momentos meritorios, el resultado baja un escalón. De hecho el cuarto corte es en mi opinión uno de los pasajes más flojos: "Eye for an eye" es la primera balada del disco, de ambientación un tanto tenebrosa en estribillo e intervalos instrumentales y más convencional en las estrofas, que no desagrada pero que anda un poco escasa de capacidad para emocionar. Más interesante es la quizá excesivamente larga "The only thing we know", que vuelve a abundar en las virtudes y los defectos de "Heaven only knows": promete mucho en el comienzo con su buena melodía y la manera cómo cambian los acordes a mitad de ella, y el ritmo arrastrado con la guitarra rasgada sobre el mismo acorde durante el medio minuto siguiente parece una idea interesante para coger impulso... pero lo que viene es otra vez la misma repetición de la melodía, y más guitarreos y efectos varios hasta el final, sin más. Por eso prefiero "Nothing but you", otro medio tiempo que es casi una balada aunque en realidad se inspira más en buena parte del pop indie de los noventa, y que sí está desarrollada completamente a nivel compositivo y tiene además un estribillo pegadizo. Aunque sin llegar al nivel de los tres primeros temas del disco.

"Enough to believe", el séptimo corte, sí que alcanza en mi opinión el nivel de los tres pirmeros temas del disco: se trata del primer tema del álbum que encaja realmente en la etiqueta de synth-pop en el que injustamente se suele encasillar a Bob Moses, con su comienzo cinematográfico a partir del piano de Vallance, su bailable batería sintetizada y sus texturas envolventes que trasladan a otra dimensión, sobre todo cuando entran las slow strings sintetizadas que refuerzan la progresión armónica... aunque la progresión armónica es siempre la misma para casi cinco minutos. "Listen to me" abunda en la misma línea a pesar de que la guitarra eléctrica y la melodía de Howie al principio (que tanto nos recuerdan a los Travis menos luminosos) desconcierte un poco, porque al minuto y medio entra otro ritmo sintético apto para la pista de baile, y un minuto después un curioso bajo sintetizado robado del trance alemán. "Selling Me Sympathy" es la canción más ochentera del disco, con esa mezcla que por aquel entonces practicaban tantas bandas entre guitarras relativamente duras y melodías instrumentales de teclados en primer plano. Las estrofas bajan un tanto el listón, aunque el elaborado estribillo y el claramente rockero puente instrumental hacen que remonte el vuelo. "Don't hold back" retoma los ritmos electrónicos con un oscuro comienzo a lo Underworld, aunque en cuanto entra las estrofas vemos que el tema se convierte en una canción de pop clásico, agradable pero no especialmente inspirada. Y el cierre lo pone su tercer intento de balada, "Fallen from your arms", probablemente la vez que mejor se arriman a los ritmos lentos y las evocaciones sentimentales, huyendo esta vez del típico piano como instrumento para acompañar la voz de Howie al comienzo, y evolucionando hacia un estribillo difícil de cantar, que tras su segunda repetición deja paso a un pausado y sin embargo evocador arpegio de guitarra con el que rematan el tema.

Es cierto que algunas composiciones adolecen de haberse quedado a medias, que no todas brillan al mismo nivel creativo, y que la instrumentación de algunas es a veces demasiado convencional. Pero, en un estilo diferente al de Rüfüs de Sol que reseñaba en mi anterior entrada, destilan también un talento y una elegancia que no es fácil de encontrar en el mediocre panorama musical actual. Habrá que esperar que este segundo álbum consolide también su carrera a nivel de repercusión internacional, y que si entonces deciden darle continuidad aclaren si su estilo se mueve definitivamente hacia la convencionalidad mainstream o se vuelve a escorar hacia las nuevas tecnologías. De momento disfrutemos de esos siete u ocho meritorios momentos, algunos de ellos de gran nivel. Que no es poco.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Rüfüs Du Sol: "Solace" (2018)

El tercer álbum de los australianos Rüfüs (ahora renombrados como Rüfüs Du Sol por aquello de evitar los nombres ya protegidos en distintos mercados musicales) vio la luz hace unas semanas. Se trata de otro de los álbumes que esperaba con ilusión de este 2018, ya que desde sus inicios me han parecido una banda con personalidad, capaz de hacer una música de baile relativamente orgánica y a la vez de indudable calidad. Y además su anterior entrega, "Bloom", fue un disco muy conseguido de principio a fin, un segundo álbum que solventó el siempre temido paso hacia adelante y los confirmó como una banda con un gran futuro.

"Solace" es un álbum relativamente corto para haberse hecho esperar casi tres años (nueve temas solamente), y respetuoso con la trayectoria musical de la banda. Es decir, sigue girando en torno a la brillante voz de Lindqvist, los ritmos bailables sin estridencias, esa electrónica capaz de ser interpretada en directo sin necesidad de demasiados sonidos pregrabados, y sobre todo la elegancia del resultado. La ligera evolución hay que buscarla en una cierta tendencia a sintetizadores más sintéticos y contemporáneos, más guiños al ambient y al trance de los noventa y una presencia casi residual de las guitarras, pero por lo demás podríamos estar ante una segunda entrega de "Bloom" que hubiera quedado guardada en un cajón durante un par de años.

El tema que abre el álbum es perfectamente representativo de los parámetros por los que se siguen moviendo: "Treat you better", también cuarto sencillo, es una melodía con una cadencia propia de una balada, envuelta en teclados atmosféricos más propios de la música chill out, que poco a poco va amagando con orientarse hacia la pista de baile hasta que entra su sencillo pero efectivo ritmo, y luego ya sí: sus coros femeninos, su crescendo previo a la repetición final del estribillo... "Eyes", nada menos que el quinto sencillo (lo que da una idea del nivel medio del disco), arranca con la voz de Tyrone Lindqvist sin prácticamente instrumentación previa, y orienta más el conjunto hacia una electrónica más contemporánea, como lo demuestran los extraños y un tanto estridentes sintetizadores que dan soporte al relativamente simple estribillo, si bien el resultado sigue siendo satisactorio. "New sky", el siguiente corte, es en mi opinión ligeramente superior a los dos anteriores y uno de mis momentos favoritos del disco, con una progresión armónica más introspectiva que contrasta con la sobredosis de bongos, maracas y demás percusiones que desde el principio dan ritmo al tema, y esos teclados etéreos más propios de The Orb que nos evocan perfectamente al cielo que nos describe la letra, y que lucen espectacularmente en el minuto en el que la banda elimina el resto de instrumentos antes del tramo final.

"Lost in my mind", cuarto corte y tercer sencillo, es mi canción preferida del disco, con esos sampling étnicos desde el principio dando originalidad al conjunto, las voces post-procesadas que recrean las frases de Lindqvist en las estrofas, una frialdad elegante y un tanto ominosa en su excelente estribillo, y un precioso sintetizador que realza el conjunto (sólo le pondría el pero de que es uno de los temas menos bailables del disco). "No Place" fue el primer sencillo hace más de medio año, y sin ser mi momento favorito del disco se trata de otra buena canción, con una melodía difícil de interpretar, que también juega con las melodías lentas y envolventes hasta que entra el sencillo pero efectivo ritmo binario, y esos teclados más contundentes que en sus discos anteriores. "All I've Got" es otro tema muy en la línea del resto del álbum, que va entrando poco a poco con sólo un sintetizador y la voz de Lindqvist al principio, para luego ir creciendo con un bajo sintetizado y una batería suave, y que sólo en su minuto final resulta realmente bailable.

"Underwater", segundo sencillo, es también mi segundo momento preferido del disco: otra vez un sintetizador evanecescente (casi acuático en este caso), la voz de Lindqvist, los samplings etéreos y una batería sencilla es todo lo que necesitan para ponernos a bailar casi desde el principio, aunque en este caso lo destacable es cómo encajan los coros étnicos "enlatados" con las notas que canta Lindqvist en su original estribillo, y lo bien que alargan la canción hasta casi los seis minutos, jugando con los distintos elementos y convirtiéndola en casi instrumental en su tramo final. "Solace", el penúltimo corte, es una elección un tanto extraña para darle título al álbum, porque jugando a ser su tema experimental (a ratos sólo la voz de Lindqvist, convenientemente reverberada con diversos efectos), es simplemente otra melodía lenta más a la que le eliminan la percusión y cualquier instrumento que pueda sugerir ritmo. Así que lo único que destaca además de su escasa duración es su pegadizo estribillo. Y el álbum lo cierra "Another life", otra vuelta de tuerca de la misma fórmula basada en sintetizadores juguetones, la voz en primer plano, la percusión que va entrando lentamente... eso sí, cuando entra aquello de "So I guess it is, it’s time to say goodbye...", el tema se vuelve un tanto derivativo y pierde impacto evocador, además de alargarse quizá más de la cuenta.

Con tan sólo cuarenta y dos minutos el disco deja con ganas de más. Y hay que reconocerle al trío australiano que no hay temas de relleno (incluso "Solace" se deja escuchar sin problemas), que la gran mayoría tienen una duración contenida, y que las progresiones armónicas están menos repetidas hasta la saciedad que en sus discos anteriores. Es cierto que falta un tema de cabecera que los pueda encumbrar al éxito masivo, que sus canciones siguen resultando a menudo demasiado parecidas entre ellas, que en aras de una mayor emotividad algunas quedan demasiado espartanas instrumentalmente, que tampoco hay ninguna que cambie demasiado el tercio, y que las letras son simplemente correctas. Pero su elegancia a la hora de hacer música de baile y de utilizar la electrónica sin apabullar, unidas a la excelente voz de Lindqvist y a un puñado de canciones de nivel entre medio alto y muy alto hacen de "Solace" uno de los grandes álbumes del año. Lo que ya no constituye ninguna sorpresa, sino la confirmación de que los australianos siguen en estado de gracia a la hora de insuflar talento al maltrecho panorama musical internacional. Toca esperar con impaciencia su cuarto álbum.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Más álbumes decepcionantes de este flojo 2018

Este 2018 al que le queda poco más de un mes está resultando probablemente el año más decepcionante musicalmente hablando desde que mantengo este humilde blog. No tanto porque la disociación entre música de éxito y música alternativa por una parte, y música de calidad por otra, continúe, sino porque incluso dentro de los artistas que desde hace años sigo sus nuevas propuestas están suponiendo en muchos casos un bajón considerable respecto a sus entregas anteriores. Es el caso de tres artistas que ya habían aparecido por este blog y que esperaba le dieran un aliciente adicional al otoño con sus nuevos álbumes: Robyn, The Crystal Method y Man Without Country. Ninguno de ellos al final ha llegado a satisfacerme hasta el extremo de merecer una entrada independiente.

"Honey", el octavo álbum de la ya veterana Robyn, vio la luz hace unas semanas tras nada menos que ocho años desde su anterior entrega, ese desbordante "Body talk" con el que se aupó tanto a las listas de ventas como a las de mejores álbumes de casi todo el mundo. Desde entonces la cantante y compositora sueca ha ocupado su tiempo dedicándose a diversas colaboraciones (Neneh Cherry, Röyksopp, Mr. Tophat), como si no se encontrara lista para darle continuidad a su mejor disco hasta la fecha. Al final, hace unas semanas ha regresado con "Honey", un disco que por lo primero que sorprende por lo escaso de su contenido (nueve temas frente a los quince de "Body talk" se antoja poco para casi una década de silencio). Es cierto que el tema que lo abre y primer sencillo es notable. "Missing U" acierta mezclando electrónica, baile y melancolía, aunque en mi opinión queda lejos de "Dancing on my own" y "With every heartbeat", los formidables temas estrella de sus dos álbumes anteriores. Pero el resto del disco no se acerca siquiera al nivel ("Honey", el segundo sencillo, es un tema que pasa sin pena ni gloria, y el resto se pierde entre canciones que no habrían pasado de descartes en su anteriores álbumes como "Human being", y experimentos para llenar minutaje como "Beach2k20"). Ni siquiera hay colaboraciones de postín como en discos precedentes, y la impresión final es que "Honey" ha supuesto un importante paso atrás en su carrera, como también lo están reflejando sus ventas mucho menores. Así que habrá que ver si intenta darle continuidad en menos de ocho años.

Los norteamericanos The Crystal Method también han regresado hace unas semanas con su sexto álbum de estudio, "The trip home", tras cuatro años desde su meritorio "The Crystal Method". Y el retorno también ha sido mucho más flojo que su predecesor: mucho pitch, muchos sonidos estridentes, mucha percusión en primer plano como inamovibles señas de identidad, pero mucha menos inspiración que su predecesor: "Holy Arp", su primer sencillo, parece un "precalentamiento" en el estudio antes de empezar a componer en serio, "There's a Difference", el segundo, con la participación vocal del para mí desconocido Franky Pérez, es un tema de rock ramplón mucho menor que las excelentes colaboraciones vocales a cargo de por ejemplo Dia Frampton y LeAnn Rimes de su disco anterior, y "Ghost in the city" es otro tema vocal que intenta enganchar por estridencia y contundencia pero se queda en repetitivo y previsible. Y ni siquiera hay un tema oculto que tenga el nivel suficiente para contentar a sus seguidores, por lo que el conjunto es un disco tremendamente anodino y que desmerece un tanto del nivel medio de la discografía de la banda.

A una escala inferior, también ha supuesto una decepción el tercer álbum de Man Without Country, "Infinity mirror". En este caso la decepción ha sido menor porque se trata de una banda menos relevante en el panorama internacional, y porque ha pasado de ser un dúo a convertirse en el proyecto en solitario de Ryan James tras la salida de su compañero Tomas Greenhalf. Aquí el estilo sí es completamente reconocible con sus elegantes sintetizadores, sus guitarras tamizadas y sus voces distorsionadas, y el disco contiene el mismo número de temas que sus entregas anteriores, lo que no deja entrever complicaciones compositivas, pero lo cierto es que la chispa creativa (quizá por haberse convertido en un proyecto personal) le ha fallado a menudo a James. Y es que dos de sus sencillos (la correcta y reconocible "Remember the bad things", y el medio tiempo poco evocador "Lafayette", serían meros temas para completar el minutaje en su anterior entrega, el meritorio "Maximum Entropy"). Sólo su último sencillo (la relativamente bailable a pesar de su un tanto trasnochado piano electrónico "Achilles heel") nos recuerda lo prometedora que fue una vez esta banda. Mientras que el resto del álbum se mueve entre lo correcto y lo anodino, sin encontrar tampoco grandes momentos que nos enamoren.

Conforme acumulo decepciones de varios artistas a los que he seguido todos estos años trato de averiguar qué está sucediendo para que incluso quienes poseen una trayectoria musical relevante desde mi punto de vista bajen el listón con sus nuevas propuestas. Tengo la impresión de que la menor relevancia de la música como generadora de ingresos, y el que tantos y tantos tótems de otras décadas sigan siendo difundidos en nuestros días como si estuvieran de plena actualidad, está afectando a la motivación creativa de muchos de los artistas actualmente en activo. Eso o que la edad no perdona, la creatividad se reduce y la música se vuelve más una profesión que una ilusión. En todo caso seguiré la trayectoria de estos tres artistas, pues no pierdo la esperanza de que en un futuro vuelvan por donde solían.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Cat Power: "Wanderer" (2018)

El regreso de la estadounidense Chan Marshall a la actualidad musical se ha hecho esperar más de seis años. Una circunstancia anómala, ya que en sus más de veinte años de carrera nunca antes había tardado tanto en darle continuidad a su anterior entrega. Pero es que este "Wanderer" debía prolongar el que hasta la fecha había sido el mayor hito de su carrera: ese "Sun" (2012) con el que abrazó acertadamente la contemporaneidad musical y logró además su mayor éxito comercial (nada menos que el Top 10 en las listas de álbumes de su país). Repetir el éxito parecía tarea complicada, pero es lo que su sello discográfico de siempre, Matador, esperaba. Así que cuando hace un año Marshall les entregó el grueso de las canciones de este nuevo álbum, la compañía las rechazó por entenderlas un retroceso en su propuesta (según la propia Marshall, le pusieron el ejemplo del "25" de Adele para que entendiera cómo debía sonar un disco de una artista femenina en 2018, clásico pero contemporáneo). La estadounidense optó entonces por buscar otro sello que estuviera dispuesto a publicarlas, lo encontró en Domino, completó la lista de canciones con un dúo con Lana del Rey, y aquí tenemos finalmente "Wanderer" entre nosotros.

La cuestión obvia es si realmente se trataba de una colección de temas para que cogieran polvo en una estantería (o al menos para volverlas a grabar en el estudio), o su publicación ha merecido la pena. Y la respuesta es compleja, como la personalidad de la propia artista. Es cierto que instrumentalmente hablando el álbum supone un indudable retroceso: no ya por la ausencia casi total de elementos electrónicos (el auto-tune es la única excepción), sino porque la mayoría de las canciones están instrumentadas con lo mínimo, la calidad del sonido es muy pobre y no hay espacio para todo lo que no sea el folk-blues más clásico. En descargo de lo anterior hay que recordar que Marshall no sólo compone y canta, sino que por lo general interpreta todos los instrumentos, lo que supone un indudable esfuerzo que lleva tiempo. Además, a la estadounidense no se le ha olvidado componer, ni tampoco ha renegado de sus señas de identidad como artista, por lo que los temas entroncan bien con el grueso de su carrera y hay los suficientes momentos de inspiración como para dedicarle una reseña.

"Wanderer", el tema que abre y títula el disco, es un buen ejemplo de esa doble vertiente positiva y negativa de la que hablaba antes: un bonito himno, prácticamente a capella, con la voz de Marshall doblada en múltiples tonos, pero muy corto, que deja la sensación de composición a medio explotar. "In your face" es el primero de los múltiples temas lentos del disco, oscuro y desabrido, sobre una progresión armónica bien construida pero simple y repetida hasta la saciedad en más de cuatro minutos. Mejor me parece "You get", un medio tiempo tortuoso, sobre otra sencilla pero efectiva proyección armónica (que al menos cambia en su parte nueva), que transpira desazón y rabia a partes iguales sin necesidad de ser ruidista, y con una original y entrecortada batería. "Woman" es el indudable tema estrella del disco, su primer sencillo, a dúo con Lana del Rey. Con un bonito comienzo que no repite en el resto del tema (y que por cierto no aparece en la versión single, ni en el videoclip), otra progresión armónica de blues desgarrado marca de la casa en las excelentes estrofas, un estribillo que tarda en llegar y que cuando lo hace puede parecernos demasiado simple pero no desentona, y una letra que reivindica ese feminismo tan en auge, resulta convincente. Aunque es cierto que apenas se distingue la voz de Del Rey de la de Marshall (de hecho Lana ni siquiera aparece en el videoclip), por lo que la evaluación de la parte vocal del tema no es demasiado favorable.

Tras estos cuatro temas de balance indudablemente favorable el disco pega un bajón en su tramo central: "Horizon" es una canción lenta y monótona, con guiños psicodélicos en su desarrollo y sobre todo con un inesperado abuso del auto-tune que no termina de encajar con una instrumentación tan clásica y co el zumbido de fondo de la mala grabación. "Stay", segundo sencillo, es una versión del mediocre tema de Rihanna, cuyo mayor acierto es que cambia sutilmente acordes y melodía llevándola a su terreno de manera que cuesta reconocer la original, pero que al volver a tener un tempo tan lento amenaza con una peligrosa sensación de aburrimiento. "Black" quizá sea mi segundo momento preferido del álbum: guitarra acústica al frente para llevar una sencilla pero efectiva progresión armónica, voces dobladas, tenebrismo, una excelente letra sobre el maltrato y la violencia de fatal desenlace, y probablemente el mejor estribillo del disco. Pero con "Robin Hood", el listón vuelve a bajar: muy folk, pero muy espartana, muy corta y muy simplona estructuralmente, nuevamente con la sensación de canción a medio componer.

Y los últimos tres temas de este relativamente corto álbum vuelven a ofrecernos un panorama irregular: "Nothing Really Matters" es un tema lento más, sobre el casi inevitable piano y con la casi inevitable atmósfera de tristeza y autodestrucción, que no desentona con el conjunto pero no aporta nada nuevo. Más interesante es "Me voy", con el título en español, y una guitarra que parece sacada del lejano oeste: otra balada llena de desazón, un estribillo en la que la voz de Marshall luce como en ningún otro momento del álbum, y por qué no decirlo, una letra escasa y tremendamente simple. Y el álbum se cierra con "Wanderer / Exit", que a pesar de lo que su título pueda indicar es otro tema totalmente diferente del "Wanderer" que abre el disco: también sin percusión, también con ambición de himno, también demasiado corto y sin embargo disfrutable gracias a su bonita y a la vez triste melodía.

Podemos concluir que el largo parón no ha afectado en exceso al talento creativo de Marshall, pero ni su maternidad en 2015, ni sus múltiples hospitalizaciones han dejado una huella perceptible en sus composiciones. Al contrario, esa mirada al pasado que hace que "Wanderer" parezca más un álbum de sus comienzos a finales de los noventa que de 2018 es lo que resulta más apreciable en esta colección de canciones. Que probablemente no merecieran quedar en olvido como pretendían en Matador, pero que hubieran necesitado otra vuelta de tuerca y otro estímulo creativo para haber consolidado su carrera más allá del circuito indie. Tal cual ha quedado contiene buenos momentos y resulta disfrutable para sus seguidores, pero también es claramente una oportunidad perdida en su carrera. Y probablemente ya no haya más.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Orbital: "Monsters exist" (2018)

El regreso de los hermanos Paul y Phil Hartnoll ha sido una de las agradables (y no demasiado esperadas) noticias de la temporada. Y es que cuando en 2012 publicaron el que hasta la fecha era su último álbum (el recomendable "Wonky"), anunciaron que era el punto y final a su carrera. Circunstancia que parecieron confirmar el proyecto de Paul Hartnoll en solitario ("8:58", que vio la luz en 2015), y su posterior colaboración con Vince Clarke en 2016 (ese interesante "2square" que también reseñé en este humilde blog). Pero por lo que sabemos ahora, Paul y su hermano Phil volvieron a ensayar e intentar componer juntos ya a finales de 2016, y como vieron que la química entre ellos seguía existiendo y la creatividad aparecía sin esfuerzo, fueron componiendo poco a poco los temas de este "Monsters exist" que se ha publicado hace unas pocas semanas. Y que supone nada menos que su noveno álbum de estudio a lo largo de prácticamente treinta años de carrera. Una trayectoria lo suficientemente extensa como para que la primera pregunta sea si realmente el retorno merecía la pena.

Y la respuesta es un sí rotundo: no sólo han vuelto a la carga con las ganas de unos adolescentes, sino que han entregado sin duda uno de los mejores álbumes de su carrera, en dura pugna con su mítico "In sides" de 1996. La mejor prueba de esta afirmación la constituye el hecho de que además de los nueve temas y cincuenta minutos del álbum oficial, en la edición deluxe el dúo entrega nada menos que seis temas adicionales, junto con un par de remezclas de canciones del álbum oficia, por lo cual estamos ante setenta y cuatro minutos de música creada para la ocasión. Y la segunda prueba la constituye que, en mi opinión, todos los temas del álbum oficial se sitúan por encima de todos los temas de la edición deluxe. Es decir, que Paul y Phil saben perfectamente cuándo han dado con la tecla.

La primera vez que aciertan con ella es en el tema que abre el disco y además le da título: "Monsters exist" es efectivamente un tema tenebroso, rotundo y chirriante a partes iguales, con una percusión contundente, no orientado a la pista de baile, con sus arabescos de sintetizadores y sus voces post-procesadas, y rebosante de talento, como lo muestra el sintetizador que lleva la melodía principal y que no aparece hasta el tercer minuto. Igual de brillante aunque en un registro totalmente diferente se sitúa "Hoo Hoo Ha Ha": ahora sí con una de esas progresiones armónicas desquiciantes que parecen no tener un patrón fijo tan típicas de la banda, un ritmo binario rápido y efectivo, y sobre todo esa trompeta sintetizada que tanto contrasta con el resto, y que aunque al principio parece una broma se vuelve más y más adictiva con cada escucha. "The raid" vuelve a ralentizar el ritmo y se sitúa un escalón por debajo de los dos anteriores, con su comienzo de película de ciencia-ficción de serie B y sus voces sampleadas, aunque a partir del segundo minuto su batería arrestrada, su atmósfera ominosa y un certero sintetizador principal logran que suba el nivel.

"P.H.U.K." vuelve a acelerar el tempo y se constituye en el tema que mejor enlaza con el estilo tradicional de la banda (de hecho esa debió de ser la razón principal por la que lo eligieron como segundo sencillo hace unas cuantas semanas): una base 100% house, muchos guiños al intelligent techno y un carrusel de partes diferenciadas que se van sucediendo y que harán las delicias de cualquier festival de verano. Aunque a mi modo de ver no le hace sombra a "Tiny foldable cities", el primer sencillo y también el mejor tema del disco (y uno de los mejores de su carrera): un medio tiempo introspectivo, con unos sintetizadores tremendamente originales, que no para de crecer y que sobre todo emociona cuando a partir del tercer minuto surge ese teclado rápido que remata con mucho talento el conjunto, y que deja en mal lugar a todos aquellos creadores de música electrónica que repiten una y otra vez la misma sucesión de compases hasta llegar a los seis minutos de rigor. Tras semejante exhibición, "Buried Deep Within" bastante hace con no desentonar, con sus tramos atmosféricos al comienzo y a mitad del tema y ese ritmo binario efectivo que tarda en entrar.

El último tercio del álbum se inicia con "Vision OnE", mi tercer tema favorito: otra vez una atmósfera envolvente, un ritmo que al principio empieza siendo sincopado pero acabará siendo binario, y una clara orientación a la pista de baile, aunque lo mejor es ese estridente sintetizador con el pitch a tope y la exhibición de nuevos sonidos y melodías que van introduciendo sin parar a partir de las dos progresiones armónicas claramente diferencias que vertebran el tema. "The End IS Nigh", el penúltimo corte, ha sido recientemente elegido como tercer sencillo, una elección a mi modo de ver incorrecta, porque posiblemente se trate del corte más experimental de todo el disco, con esas partes lentas que se arrastran sin progresión armónica que las sostenga, y los samplings de susurros femeninos saltando aquí y allá, aunque, cuando surge, la melodía principal no desentona con el nivel medio del álbum. Y el broche de oro lo pone "There Will Come a Time", que cuenta con la participacón vocal (que no cantada) del físico, divulgador y antiguo teclista de D:Ream Brian Cox. Construida sobre la que es sin duda una de las mejores letras del año, sobre la realidad de la vida humana en el universo, es fascinante cómo los Hartnoll usan ese discurso para ir desarrollando el tema, usando determinadas frases, preguntas y parones para introduciendo efectos, sonidos y cambios, creando un conjunto cautivador de más de siete minutos no apto para la pista de baile pero sí para tocar nuestra fibra sensible en cualquier momento, y que barre de un plumazo la etiqueta de fría que suele arrastrar este tipo de música.

La edición deluxe es como decía la mejor prueba del excelente momento creativo de los hermanos Hartnoll. Hay curiosidades ("A Long Way from Home", una demo que por primera vez en su carrera los muestra componiendo exclusivamente con una ¡guitarra acústica! y un teclado al viento), probaturas sobre la viabilidad creativa de la banda ("Analogue Test Oct 16"), momentos para la pista de baile ("Kaiju"), una remezcla interesante aunque sin mejorar el original de "Tiny Foldable Cities", la versión puramente instrumental de "There Will Come a Time" (que permite observar lo bien que han construido el tema a partir de la parte vocal), y sobre todo dos canciones que probablemente no llegan al nivel de las nueve del álbum oficial pero que sin duda habrían entrado en la mayoría de sus discos: "Dressing Up in Other People's Clothes" (con su bombo sobredimensionado, su parafernalia de efectos y su elaborada melodía principal) y "To Dream Again" (con sus clásicos acordes en séptima, su ritmo vertiginoso y su superposición de sintetizadores infecciosos).

Así que después de casi ochenta y cinco minutos de música sin espacio para el aburrimiento las conclusiones no pueden ser más favorables: Paul y Phil han vuelto cuando les ha apetecido, y sin presión han creado uno de los mejores álbumes en lo que llevamos de temporada, bien entroncado con el grueso de su carrera, con guiños a sus momentos más reconocibles tanto en la pista de baile como en la habitación de nuestra casa, partiendo de buenas composiciones que desarrollar y sobre todo con un talento sorprendente para seguir creando y enlazando sonidos nuevos a estas alturas de su carrera. Y eso sin recurrir a la poco menos que imprescindible en este tipo de álbumes intervenciones vocales cantadas con las que dar variedad al conjunto. Sólo nos queda confiar en que este retorno no sea algo puntual , y que en no muchos años puedan darle continuidad. Porque la música electrónica les sigue necesitando.

sábado, 13 de octubre de 2018

El temido (y fallido) segundo álbum

En la presente entrada voy a hablarles de un tema que, no por recurrente, deja de ser cierto en el siempre complicado panorama musical: el temido (y fallido) segundo álbum. Porque entre las novedades que esperaba con ilusión esta temporada se encontraban tres bandas de las que me hice eco en este humilde blog por el buen nivel de su álbum de debut. Confiaba en que sus segundas entregas mantuvieran al menos ese nivel y las consolidaran musicalmente hablando, pudiendo dedicarles así sus reseñas independientes. Y sin embargo, tras unas cuantas decepcionantes escuchas, me veo obligado a dedicarles una entrada común, porque lo único que han tenido en común ha sido desgraciadamente que se tratan en mi opinión de segundos álbumes fallidos, de retrocesos en sus carreras en el peor momento, y quién sabe incluso si del final de las mismas. Estoy hablando de los nuevos álbumes de Train To Spain, Tiny Deaths y Night Club.

Los suecos Train To Spain debutaron en el año 2015 con "What's all about". Aunque tardé en toparme con él a causa de su escasa difusión, me conquistó la manera como recreaba el italo-disco de los ochenta, manteniendo su esencia pero sin embargo consiguiendo un sonido propio, relativamente reconocible, y sobre todo con algunos temas realmente notables ("Keep on running", "Work harder", "Blipblop"). De hecho, parecía que la banda iba destinada a seguir creciendo, porque como anticipo a su segundo álbum publicaron hace poco más de dos años un sencillo ("Believe in love") que me encantó con esa inyección de optimismo que habían sabido conjugar con su peculiar mirada al pasado. Pero cuando, tras dos largos años, por fin le han dado continuidad con "A journey" hace unas pocas semanas, el resultado ha sido completamente fallido: sí que mantienen el sonido retro, pero les falta la inspiración. El álbum se abre con el único tema realmente destacable ("I follow you"), disfrutable a pesar de su estructura un poco extraña en la transición estrofa-estribillo. Y el resto de los temas (hasta que llega la mencionada "Believe in love", recuperada aquí para cerrar el disco) es una vana esperanza de que acierten con la tecla de la inspiración. Cosa que no sucede, limitándose a tirar de oficio para llegar hasta el final de una entrega muy discreta.

Más sorprendente es si cabe el retroceso de los estadounidenses Tiny Deaths, que me cautivaron con su sencillo, orgánico y sugestivo "Elegies" de principios del año pasado, con momentos tan brillantes como "Ever", "Wrong", o "The gardener". Para darle continuidad con "Magic", el dúo ha mantenido la sencillez en la instrumentación, pero ha dado un giro electrónico bastante acusado a su sonido (cosa que, como saben quienes siguen este blog, no es en absoluto un movimiento estilístico que yo rechace). Hasta el punto de que cuesta reconocerlos. A ese inconveniente de la pérdida de personalidad se le añade un problema aún mayor: preocupados por esa sonoridad más contemporánea, han descuidado las composiciones, y de los cuatro sencillos publicados, sólo el tercero (la desasosegante "Us"), nos recuerda el talento que exhibieron para generar emociones con su disco de debut, mientras que los otros tres ("Don't let go", "Always" y "Away") se pierden en esa exploración sonora, sin estribillos que los sostengan ni melodías que nos enganchen.

La última (y menor decepción) de los segundos álbumes que he escuchado en estas últimas semanas ha sido el retorno del dúo estadounidense Night Club. La decepción ha sido menor porque la electrónica oscura de su debut ("Requiem for romance", 2016) no llegó a ser lo suficientemente redonda como para merecer una entrada en este blog (menos de media hora, una instrumentación simplista, muchos temas previsibles), pero la sensual voz y presencia de Emily Kavanaugh, la estridente y efectiva "Bad girl" y sobre todo la irresistible "Psychosuperlover", que si hubiera caído en manos de Kylie Minogue en sus años dorados habría sido un éxito mundial, me hacían anhelar esperanza de que en su "Scary world" (2018) ampliaran esos aciertos. Desgraciadamente ha sido al contrario: el sonido sigue siendo preocupantemente simple, la propuesta contundente-estridente sigue siendo su inamovible bandera, y lo que es peor, no hay ni siquiera una gran canción a la que agarrarse en sus escasos treinta minutos (el supuesto tema estrella, "Candy Coated Suicide" es un pobre remedo de sus hermanos del primer álbum, con el estribillo como único argumento para intentar cautivarnos).

Y es que se vuelve a confirmar que el segundo álbum es el más determinante en la carrera de cualquier artista: si expande las virtudes de su primer álbum a la vez que consolida su personalidad, seguramente estemos ante un artista que consolidará su legión de seguidores y perdurará en el tiempo. Si en cambio se limita a repetirse a sí mismo pero con menos inspiración (como Train To Spain o Night Club), o da un giro estilístico acusado sin acordarse de que debe tener buenas composiciones para sostenerlo (como Tiny Deaths), el resultado será fallido, y su carrera se verá seriamente cuestionada. Una pena que haya sucedido en estos tres casos; sólo espero que los futuros segundos álbumes de otros artistas descubiertos para el público en español por este humilde blog no resulten igual de fallidos.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Death Cab For Cutie: "Thank you for today" (2018)

Uno de los álbumes más esperados de este 2018 era el retorno de Death Cab For Cutie, que vio la luz hace poco más de un mes. En primer lugar porque la banda de Ben Gibbard es sin duda una de las que mejores momentos nos ha ido regalando a lo largo del presente siglo en sus ocho álbumes anteriores. Y en segundo lugar, porque éste es su primer álbum sin Chris Walla, guitarrista principal, compositor frecuente junto a Gibbard de muchos de sus temas, y productor de varios de sus álbumes. "Thank you for today" es el primer álbum de la banda sin su "segundo de a bordo", y había que calibrar si su ausencia inclinaba la balanza en un sentido favorable o desfavorable.

Afortunadamente el resultado no defraudará a los seguidores habituales de la banda, y posiblemente ganará a la mayoría de los adeptos que los descubran con él. Como es lógico, Gibbard se ha encargado en exclusiva de la composición de los diez temas. Y, con muy buen criterio, ha vuelto a reclutar como productor a Rich Costey, quien ya se encargó con maestría de dotar a su anterior álbum, "Kintsugi" (2015) de un sonido respetuoso con la personalidad de la banda a la vez que rico en texturas y abierto a las nuevas tendencias. Para completar los aciertos, a la banda se ha incorporado como guitarrista principal Dave Depper, un músico eficaz que parece sentirse cómodo con los arpegios cristalinos tan típicos de los estadounidenses. Estas tres buenas decisiones provocan que, salvo para los mejores conocedores de la banda, la ausencia de Walla pase prácticamente inadvertida. Y si encima tenemos en cuenta que a Gibbard se le sigue encendiendo con frecuencia la bombilla de la inspiración, probablemente estemos hablando de uno de los mejores discos en lo que llevamos de 2018.

Aunque debo indicar que la selección de los sencillos no reafirma esa impresión de gran álbum. El segundo de ellos es también el tema que abre el disco, "I dreamt we spoke again", que por supuesto no es un mal tema, que tiene en su letra y en la original batería del estribillo sus dos puntos fuertes. y que agradará a los fans de la banda con su atmósfera introspectiva y sus arpegios de guitarra en los intervalos instrumentales. Pero a la canción le falta un poco de gancho (y quizá haber rematado un poco más la composición con alguna parte nueva o alguna otra sorpresa) para llegar al nivel de sus grandes clásicos. Prefiero el segundo corte, "Summer Years", más rápido, con un precioso arpegio de guitarra y una melodía oscura en la que Gibbard canta más que nunca como Neil Tennant y nos refrenda el estupendo estado de su talento para crear canciones capaces de ponernos los pelos de punta. El tercer corte es probablemente el tema más diferente y vitalista del disco, y es lógico que Gibbbard lo escogiera como sencillo de presentación para que nadie pensara que se trataba de un disco exclusivamente continuista: "Gold rush", supuestamente con la participación de Yoko Ono en la composición, es un medio tiempo que arranca muy bien con su progresión armónica de acordes mayores, su percusión sucia y la repetición del título cada cuatro compases. Pero al tema le falta en mi opinión un estribillo más definido, y sobre todo evolucionar conforme avanza el minutaje.

Al igual que sucede con "Summer Years", la canción que sucede al supuesto sencillo estrella del álbum es en mi opinión claramente superior, y una de mis favoritas en lo que va de año: "Your Hurricane" es una nueva demostración de lo que puede dar de sí esta maravillosa banda: un delicado sintetizador que da paso a un medio tiempo de batería contundente, una preciosa guitarra y una melodía en las estrofas maravillosa, aunque la del estribillo no se queda atrás. Además, ahora el tema sí crece y evoluciona de manera inteligente, recurriendo a sintetizadores adicionales, segundas voces y cambios en la melodía del estribillo... quizá su única pega pueda ser que recuerde más de la cuenta a "Black sun", el tema de referencia de "Kintsugi". Casi del mismo nivel es el siguiente corte, "When we drive", o cómo llevar una estructura compositiva sencilla y típica (estrofa de dos acordes que derivan a un tercero justo para entrar en un estribillo de una sola frase) a cotas formidables de emoción: nos podemos imaginar a Gibbard y a su pareja por esas autopistas del medio Oeste estadounidense disfrutando al compás de esta canción que no para de enriquecer su instrumentación conforme avanza (guitarra acústica, efectos espaciales, sintetizadores en segundo plano...). Y para no perder la tónica, el nivel baja con "Autumn love", el tercer sencillo hasta la fecha, que nos recuerda al "For you" de Electronic, el proyecto paralelo de Bernard Sumner en los noventa en su guitarrero comienzo, pero que luego no acaba de coger el ritmo en unas estrofas un tanto entrecortadas y en un estribillo con abuso de "oh oh" y unas notas demasiado altas.

El tramo final del álbum sigue acogiendo momentos de gran nivel. El primero el séptimo corte, "Northern lights", quizá mi segundo tema favorito del álbum: una canción rápida (nada de aburguesarse con la edad), que comienza con un arpegio de guitarra-bajo que recuerda a New Order, y un perfecto equilibrio entre la steel guitar y el piano acústico, antes de que empiece otra bonita estrofa sobre esos mismos acordes, aunque lo realmente memorable son su excelente estribillo y el intervalo instrumental, que me recuerda al de "What do you want from me" de Monaco, el proyecto paralelo de Peter Hook en los noventa (la cosa va de proyectos paralelos de New Order). "You moved away", el octavo corte, es quizá el tema más original desde el punto de vista instrumental, expansivo sobre un sintetizador al que es difícil detectarle los cambios de notas, y con un estribillo aderezado por una original percusión, que sin ser un gran tema no obliga a pulsar el forward. Muy superior es "Near/Far", la penúltima canción, otro tema rápido, con un ritmo binario marcado más propio de una banda de veinteañeros, que sin casi preparación nos introduce en otra estrofa elegante marca de la casa, que desemboca con la misma premura en un doble estribillo realmente cautivador, que además cambia a partir de la segunda repetición de un modo tan natural que resulta casi imperceptible. Y quizá con la mejor producción del disco, acelerando y frenando el tema, enriqueciéndolo con instrumentos de unas partes que son utilizados a propósito en otras... todo un despliegue de inteligencia. Y Gibbard juega al despiste con "60 & Punk", pues parece que nos va a entregar el inevitable "baladón" que aún no ha aparecido por el disco, y su comienzo con voz y un precioso piano nos lo hacen creer, pero en seguida llega la batería y el tema se vuelve más instrumentado de lo que parece: una balada, sí, pero menos convencional, con una bonita letra sobre un ídolo musical de Gibbard (no sabemos si real o ficticio) aparentemente venido a menos como punto fuerte.

Y así terminan estos treinta y ocho minutos que se hacen más cortos si cabe al carecer de desperdicio. Apenas hay temas menores, y sí varios momentos que nos obligan a seguir maravillándonos ante el talento creativo y sobre todo la capacidad para evocar sentimientos de Gibbard, algo tan difícil en el más que prefabricado panorama musical contemporáneo, donde los estadounidenses siguen brillando con luz propia. Por cierto, es de agradecer que un cuarentón como Gibbard siga creyendo que el pop independiente e intimista aún puede expresarse a través de tempos medianamente altos. Así que ver si para el décimo álbum sigue conservando la inspiración y las ganas de que no nos aburguesemos. Gracias, Sr. Gibbard.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Rick Astley: "Beautiful life" (2018)

El retorno del británico Rick Astley hace un par de años, coincidiendo con su cincuenta cumpleaños, fue una de las agradables sorpresas del 2016: después de un larguísimo parón, y sólo cuando su vida personal le permitió retomar las labores de composición, resurgió con un álbum más que decente, ese "50" respetuoso con su carrera y sus gustos musicales, que sonaba maduro pero no rancio. Eso sí, cuando reseñé el disco, no esperaba que en tan sólo un par de temporadas volviera a la carga con otros doce temas. Supongo que el éxito de su retorno aceleró este "Beautiful life", pero a su edad Astley no debería tener prisa por reivindicarse, ni por demostrar que sigue activo. Y me temo que bastante de eso hay detrás de este álbum, claramente inferior a su predecesor.

Y es que "Beautiful life" queda bastante por debajo de "50". De manera obvia en los sencillos (aquí no hay ningún éxito del calibre de "Keep singing" o sobre todo "Angels on my side"), pero de manera más preocupante en la inspiración: son muchas las canciones que tiran de la voz de Astley y de su cultura musical para resultar dignas, pero hay mucho más oficio que de magia. Aunque el hecho de que Astley se haya vuelto a encargar de componer, producir y cantar todos los temas asegura que el resultado sea homogéneo y consistente con el resto de su carrera. Por lo que se trata de un álbum claramente destinado a sus seguidores de toda la vida, más o menos indulgentes con su nivel medio. Pero no va a abrirle ningún otro camino.

Un buen ejemplo de lo que digo es "Beautiful life", el tema que titula, abre el disco y es además su supuesto sencillo estrella: bailable (sí, bailable), con su guitarra de influencia funky y su guiño al sonido philly en sus violines sintetizados, pero rutinario a pesar del espacio que deja para los arreglos contemporáneos, sin magia en su melodía, y sin ni siquiera espacio para que Astley luzca sus cualidades vocales. "Chance to dance", con pinta de frustrado tercer sencillo, vuelve a resultar correcto, con esos coros a lo The Christians que adornan las estrofas y la guitarra acústica llevando la progresión armónica, y quizá un poquito superior a la anterior gracias a su parte nueva y a que sí se deja hueco para lucirse, pero vuelve a faltar gancho, y el estribillo deja indiferente. "She makes me", con su batería programada y su arpegio de guitarra, comienza con mejor pinta, pero el estribillo con sus acordes menores resulta demasiado convencional, transitando por caminos quizá ya demasiado explorados, y algo parecido sucede con su parte nueva. Y "Shivers" tampoco acaba de remontar el vuelo, con su para mí obvio intento de imitar a los Imagine Dragons (casi parece que escuchamos la voz de Dan Reynolds) y su flojo estribillo.

"Last night on earth", el quinto corte, sigue sin ser el momento que nos enganche: un medio tiempo correcto, que vuelve a sonar más medido que inspirado, pero que conforme avanza da los primeros síntomas positivos, porque antes de las últimas repeticiones del estribillo Astley se arrima a lo que parecen unos coros gospel, y el efecto sí que llama la atención y hace concebir esperanzas de cara al resto del disco. Esperanzas que se confirman en "Every corner", para mí el primer momento realmente reseñable: un tema más oscuro, con cierta rabia, un ritmo sincopado menos convencional, unos teclados relativamente originales, un estribillo no especialmente bonito pero efectivo con sus coros femeninos... Y que llegan a su máxima expresión con "I need the light", para mí el mejor momento del disco: un precioso (y complicado) arpegio de piano, la voz desgarrada de Astley y una atmósfera fría y oscura, rematada ahora sí por un sencillo pero efectivo estribillo, y sobre todo por una preciosa parte nueva instrumental con un piano espectacular. "Better together", el octavo corte, no es capaz de mantener el nivel, pero tampoco desentona, con su atmósfera tenebrosa, su original guitarra al final de cada compás, y un estribillo pegadizo.

El último tercio del disco se inicia con "Empty heart", con la voz y la guitarra acústica de Astley: una vuelta a la convencionalidad, evocadora pero un tanto previsible, aunque el elaborado estribillo a lo Noel Gallagher, con sección de viento para rematarlo, y una de las mejores interpretaciones vocales de Astley, mejoran el resultado global. "Rise up", décimo corte, una balada en la que Astley susurra durante las estrofas sobre una progresión armónica de reminiscencias psicodélica y unos inesperados bongos, vuelve a resultar agradable pero poco cautivadora, a pesar de que en su parte nueva el tema crece. "Try", penúltimo tema y sencillo actual, es para mí el segundo mejor momento del álbum: aunque no pueda quitarse de encima la sensación de haberse inspirado en el "Yellow" de Coldplay (sobre todo en su contundente estribillo), la melodía de las intimistas estrofas es bonita, en la del estribillo Astley puede dar rienda suelta a todo su chorro de voz, y en su parte nueva la sección de cuerda sintetizada completa con gusto el conjunto. Y el álbum se cierra con el inesperado gong que da comienzo a "The good old days", un medio tiempo más contundente y guitarrero y menos intimista de lo que cabría esperar para terminar el disco, con una bonita progresión armónica y sobre todo un respetuoso homenaje a alguno de los álbumes que marcaron los gustos musicales del británico (cita desde el "Yellow submarine" de The Beatles al "A night at the opera" de Queen), reconociendo además la influencia de sus hermanos a la hora de dar forma a sus preferencias.

Ese empujón que le da Astley al álbum a partir de su sexto corte es el que me ha animado a dedicarle una entrada en este humilde blog. Porque evaluado fríamente, cinco temas relevantes pueden ser suficientes para hacerle un hueco en nuestra discoteca personal. Lo que sucede es que da la impresión de que es cuando Astley se olvida de gustar y de plegarse a lo "fácil", y decide ser el mismo, es decir, en esa segunda mitad del álbum, cuando sigue ofreciendo buenos temas. Y eso es muy peligroso a estas alturas de su carrera, porque no lo necesita y porque las ventas le pueden fallar (como de hecho le ha sucedido en parte). Así que si en algún momento decide darle continuidad a este "Beautiful life", espero que se tome su tiempo para hacerlo, y que se dedique sobre todo a disfrutar componiendo e interpretando. Será la mejor manera de asegurar que nosotros lo haremos también.

lunes, 27 de agosto de 2018

Florence + The Machine: "High as hope" (2018)

Uno de los álbumes más esperados de este 2018 que tan flojo está resultando respecto a grandes lanzamientos ha sido el regreso de Florence + The Machine. "High as hope" es su cuarto álbum de estudio, y llega tres años después de "How big, how blue, how beautiful" (2015). Un periodo no demasiado largo si tenemos en cuenta que para su tercera entrega Florence Welch se había tomado sus cuatro largos años. De hecho, "High as hope" es su álbum más corto hasta la fecha (los mínimos diez temas de rigor y apenas cuarenta minutos), lo que refleja que probablemente ha llegado justa a nivel de creatividad para completar el disco. Una impresión que se acrecienta tras unas cuantas escuchas. Porque aunque no se trate de un mal álbum, y Florence quizá lo haya cantado mejor que nunca, sí que es en mi opinión el más flojo hasta la fecha en su carrera.

Quizá lo que más se aprecia en esta cuarta entrega respecto a sus predecesoras es la falta de inteligencia para arreglar, instrumentar y evolucionar las canciones. Y es que la idea de reclutar a Emile Haynie como productor no me ha parecido especialmente acertada. Porque no es lo mismo producir a Lana del Rey o a Bruno Mars que a Florence + The Machine, que es una artista mucho más compleja, menos convencional, y que requiere de mucho talento para sacarle todo el partido. La mayoría de los temas de "High as hope" pecan de escasa evolución instrumental, y el sonido dista de ser redondo. Personalmente echo mucho de menos a Paul Epworth, que sacó mucho lustre a las mejores canciones de sus dos primeros álbumes, o incluso a Markus Dravs, que mantuvo el tipo en su tercer álbum. Probablemente haya influido el deseo de Florence de entregar un álbum más íntimo y homogéneo, pero el caso es que no hay espacio para innovaciones, y sí para pensar a menudo qué bien habría quedado tal canción si... Incluso el característico harpa de Tom Monger suena más deslucido.

Todo ello se aprecia en "June": una íntima confesión de los sentimientos de Florence después de un concierto, con una melodía agradable y su sello inconfundible en los coros barrocos del estribillo, pero quizá demasiado lenta para abrir el álbum, y de evolución un tanto previsible. Claramente mejor es "Hunger", sin duda uno de los mejores momentos del disco (no en vano fue su segundo sencillo): más dinámica, más pop sin perder su personalidad, con otra letra excelente, una maravillosa interpretación de Florence, y una bonita melodía, que incluye una certera parte nueva. Aunque nuevamente queda la sensación de que la instrumentación no llena bien el espectro, y que además no evoluciona todo lo que debería. "Southern London forever" baja nuevamente el nivel: su compleja melodía, en mutación permanente, nunca termina de enganchar, y sus bajadas y subidas de ritmo tampoco ayudan, y el tema se acaba haciendo un tanto largo. Menos mal que inmediatamente surge "Big God", para mí el mejor tema del álbum, sobre una tenebrosa progresión armónica sostenida por el piano, que Florence lleva a lo sublime con una maravillosa melodía. Y que ahora cuenta por fin con una instrumentación más adecuada (muy en la línea de Portishead, por cierto), sobre todo cuando, tras ese interludio coral tan desasosegante como reconocible, entra la sección de viento.

"Sky full of song", menos inspirada pero superior en mi opinión a "June" y "Southern London forever", cumple su papel (de hecho fue el primer sencillo): otra canción lenta, bien interpretada, con una melodía que juega a ser optimista sin terminar de serlo, a la que en mi opinión le falta gancho en el estribillo y un desarrollo instrumental definido. "Grace" se construye sobre un bonito (y tal vez demasiado clásico) piano, pero en su contra juegan su cadencia (ya venimos de varios temas lentos) y su instrumentación un tanto espartana (ya tocaría algo más original, que diera colorido al álbum), por lo que el fantasma del aburrimiento acecha peligrosamente. En esta oportunidad es "Patricia" (el tercer sencillo) la canción que viene a recordarnos que la energía y los temas dinámicos también eran parte del repertorio de la londinense. Y eso que el comienzo vuelve a ser lento y desnudo, pero su doble estribillo cautiva precisamente por su fuerza, y los toques soul de su progresión armónica y sus coros le sientan muy bien. Si bien de nuevo da la impresión de que el tema no acaba de explotar instrumentalmente, y se limita más bien a dar pie a todos los músicos sin un propósito del todo definido.

"100 years" sí es capaz de darle continuidad a lo más certero de Patricia, y es en mi opinión el tercer mejor momento del álbum: mucho piano y mucho tramo desnudo, es cierto, pero el barroquismo de su estribillo es absolutamente reconocible, sobre todo en esa un tanto inesperada parte nueva que desborda sensualidad y calor, y que mantiene ya el tipo hasta el final. Tras su cinematográfico comienzo, "The end of love" confirma que es un tema claramente adecuado para la penúltima escena de una película romántica, con una bonita melodía, una estructura clara y la desnudez instrumental esperable. Y "No choir" cierra el álbum con un tema lento más, en el que lo más reseñable es su bonita letra y su agradable melodía, sin que haya habido espacio para sorpresas ni para un tema realmente rápido que levante al público en sus conciertos.

Porque en el fondo ése es el principal problema de "High as hope": que es el álbum menos versátil de Florence + The Machine hasta la fecha, y nos muestra a un artista menos poliédrica, muy enfocada en los temas lentos y en el intimismo, y además con una instrumentación menos conseguida que en sus predecesores. El álbum ganaría con un tema realmente experimental, con una versión de algún clásico llevado al terreno de la banda, con un tema de tempo 120 bpms... Tal cual ha quedado no es, por supuesto, un mal álbum (estamos hablando de uno de los mejores artistas en lo que llevamos de siglo), pero parece claro que apenas perdurará uno o dos de sus temas en sus conciertos dentro de unos años. Esperemos al menos que no se trate del desgraciadamente habitual giro a la madurez (Florence ha cumplido 31 años), porque nos impediría volver a disfrutar de muchas de las facetas de esta gran artista.

viernes, 10 de agosto de 2018

Mating Ritual: "Light myself on fire" (2018)

Hace apenas un año que reseñé en este mismo blog "How you gonna stop it", el debut en formato álbum de los estadounidenses Mating Ritual, una de las bandas más interesantes que ha surgido por aquellas tierras en estos últimos años. Por eso fue para mí una sorpresa enterarme hace unos meses de que estaba a punto de ver la luz "Light myself on fire", su segundo álbum. Se ve que el carismático Ryan Marshall Lawhon, líder indiscutible de la banda, se había guardado en el cajón varios temas que no terminaban de encajar en el estilo general de su disco de debut, o tal vez que no quedó contento del todo con el resultado (o con la repercusión) del mismo. El caso es que ya podemos disfrutar de su segundo álbum, que aunque mantiene la personalidad del grupo refleja una clara vuelta de tuerca estilística, reduciendo el tono optimista de su debut, minimizando el número de baladas, acercándose a menudo a sonidos más electrónicos y al mismo tiempo dando rienda suelta a varios temas más rápidos y llenos de fuerza que cualquiera de su primer álbum.

A pesar de ser bastante corto (34 minutos y sólo 9 canciones, algo disculpable por su escaso periodo de gestación), se trata de un álbum con mucho nivel, y disfrutable prácticamente de principio a fin. Y es que Ryan ha tenido las ideas muy claras respecto a cómo orientar cada canción, y no hay hueco para lo previsible, ni tampoco para ejercicios experimentales de dudoso disfrute. Puestos a ponerle peros, la calidad del sonido es bastante deficiente para lo que suele ser habitual en 2018 (no sé si por la precariedad a la hora de grabar las canciones o por un voluntario ejercicio de estilo consistente en entregar un álbum "sucio" que nos retrotraiga a otras décadas). También se le puede objetar que echa mucho la vista atrás (aunque siempre sin llegar a plagiar sus obvias fuentes de inspiración). Y como en "How you gonna stop it", la peculiar voz de Lawhon (a veces en falsete, a veces doblada, siempre con una dicción discreta) no juega a favor del conjunto. Pero la capacidad de dar en la diana y de evocar emociones fuertes las ha conservado intactas.

Y eso que "Light Myself on Fire", el tema que lo abre y que da título al disco, no es probablemente su momento más inspirado. Un tema rápido, con aires new wave, un sonido realmente pobre y unas estrofas que siguen el punteo de la guitarra, pero también unos bonitos arpegios, un eficaz estribillo y sobre todo un meritorio tramo instrumental al final... que desgraciadamente cortan demasiado pronto, dejando la duración total del tema bien por debajo de los tres minutos. Pero el álbum ya sube el listón y lo mantiene prácticamente hasta el final: "U + Me Will Never Die" se apoya desde el comienzo en un ritmo contagioso, con un bajo slap y una batería compleja y realmente adecuada para la composición, y a pesar de la voz doblada de Lawhon y del falsete del estribillo, el conjunto es disfrutable, y sorprendente cuando añade un sintetizador prestado del trance y con el pitch a tope para los intervalos instrumentales. "Heaven's Lonely" puede, tras su original y sintético comienzo, parecer un tema más flojo que el anterior por sus estrofas más sencillas, pero el estribillo cae a plomo tras las voces distorsionadas y cautiva por su elegancia, y el riff de guitarra poderosamente distorsionada de los intervalos instrumentales hace el resto. "Low light" nos retrotrae a las mejores épocas de The Killers, cuando mezclaban energía con elegancia e instrumentos convencionales con guiños a las últimas tendencias, y la guitarra que da pie a su formidable estribillo nos recuerda poderosamente a los riffs de bajo de Peter Hook. Pero es que además la melodía de la segunda estrofa evoluciona respecto a la de la primera, la letra convence por la carga de desengaño que trasluce, el solo de guitarra es notable y encaja perfectamente en el conjunto, y las repeticiones del estribillo en plan intimista son un detallazo antes de la carga de adrenalina final.

"Stop Making Sense" mantiene el nivel a pesar de su acusada personalidad, algo así como el tema más étnico que han grabado nunca los californianos, con un giro claro hacia los instrumentos electrónicos (hasta el bajo está sintetizado, y sólo una guitarra acústica completa el conjunto) y un ritmo lento y pausado que sin embargo no da lugar a una balada sino a otro certero estribillo y a unos coros creados a partir del mismo que también encajan con la propuesta étnica. "Low Light" mantiene la inspiración y recupera las influencias de The Killers y Peter Hook, con otro estribillo infeccioso a la vez que lleno de rabia, otro interesante solo de guitarra y otra vez la repetición del estribillo prácticamente a capella antes del excelente crescendo final. "Splitting in Two" es el tema más decididamente sintético del álbum desde su original comienzo, con una excelente estructuración que desemboca en un estribillo que es prácticamente instrumental, sustentado por un precioso sintetizador a cargo de su hermano Taylor. Y que en su tramo final se convierte en un ominoso y cautivador ejercicio electrónico rematado con voces de ultratumba.

El último tercio de este notable álbum arranca con "Monster", que no sólo mantiene el nivel sino que es mi segundo tema favorito del mismo: un precioso tema de power pop cristalino que mezcla instrumentos tradicionales y adornos electrónicos y que me recuerda a los buenos tiempos de The Cure a finales de los ochenta, con una energía incontenible y un estribillo maravilloso (por ponerle algún pero, decir que la canción tal vez se "frena" demasiado en las estrofas). Pero mi tema preferido del álbum es sin duda "Lust + Commitment", el tema màs intimista del álbum. Una preciosa instrumentación electrónica y una melodía insuperable desde la primera nota de la estrofa hasta la última del estribillo, rematada por una letra que ayuda a que el conjunto ponga los pelos de punta de principio a fin. Y el broche lo pone "I Know so Much Less Than I Thought I Did", que tiene la pinta de tema escrito para llegar a nueve tema y poder pasar así del formato EP al formato álbum: una única frase, una superposición de sintetizadores y efectos que van creciendo y resultan evocadores y un final repentino.

Me da rabia que Mating Ritual estén pasando tan desapercibidos internacionalmente. Porque a pesar de la premura en publicar este segundo disco, a Ryan le sobra talento y es capaz de moverse por espacios muy amplios, como lo prueba este meritorio álbum que probablemente contiene el mayor número de temas brillantes en un álbum en lo que llevamos de este apático 2018. A ver si esta entrada contribuye mínimamente a darles a conocer, para que no tiren la toalla. El panorama musical necesita bandas así.

domingo, 17 de junio de 2018

NoMBe: "They Might've Even Loved Me" (2018)

Quizá el mejor candidato a debut del año en lo que llevamos de este flojo 2018 sea la opera prima de NoMBe. "They Might've Even Loved Me" es la puesta en sociedad de Noah McBeth, un cantante, compositor y multi-instrumentista alemán afincado en Los Ángeles que es capaz de arrimarse y actualizar con un talento sorprendente muchos de los géneros tradicionalmente vinculados a la música negra, como el soul, el R&B o el rock. Y con una creatividad realmente desbordante: para darse a conocer nos propone nada menos que dieciocho temas (dieciséis si excluimos los dos interludios vocales), que ha ido entregando mes a mes en su cuenta de soundcloud desde 2017 hasta completar este largo, ambicioso y variopinto álbum.

En palabras del propio Noah este disco es un homenaje a las mujeres que han influido en su vida, a través de momentos y situaciones que tratan sobre el amor, la intimidad con la pareja o el sexo. Un disco que se va acercando a distintos estilos sin perder nunca la sensación de un todo común, aunque con los lógicos altibajos que tantos vaivenes suelen acarrear. Altibajos, eso sí, que nunca suponen un salto al vacío. Porque si bien muchos primeros álbumes acarrean el problema de la indefinición estilística de sus creadores (deseosos de mostrar su valía en su irrupción al panoraman musical), NoMBe convierte esa indefinición estilística en una baza a su favor, gracias a la voluntad en prácticamente cada tema de actualizar el sonido de esos géneros a los que se acerca. Y eso a pesar de que no posee una voz excesivamente personal, y al adaptarla a lo que cada tema requiere (haciéndola más susurrante, o grave, o incluso cantando en falsete) acentúa esa sensación de impersonalidad.

"Man up" es el tema que abre el disco: un medio tiempo sustentado en uno de los muchos riffs de guitarra que encontraremos en el álbum, y que sin ser de sus mejores momentos nos da una buena idea del nivel medio que nos vamos a encontrar en el disco: una interesante convivencia entre guitarra y Hammond por un lado, y sintetizadores de plena actualidad por otro. Le sigue "Wait", que no es el único sencillo del álbum pero sí el que se ha extraído ex professo para presentarlo, y que probablemente es uno de sus mejores temas: un tema de soul absolutamente contemporáneo, sensual, elegante, incluso bailable, de certero estribillo, y con el acierto de los arpegios de guitarra después de cada estribillo y el solo en su tramo final. "Eden", el tercer corte, baja el tempo, refuerza la instrumentación electrónica, completa su susurrante propuesta con la intervención vocal en estribillos y coros de Geneva White y las casi inevitables guitarras eléctricas primero y acústica después, y remata el conjunto con un original y repetitivo sintetizador en su tramo final. "Do Whatchu Want To Me" fue uno de los sencillos que anticipó el álbum, y aunque descoloca un poco con esos violines sintetizados que parecen sacados del sonido philly, resulta ser otro medio tiempo intimista con otro interesante solo de guitarra, que no raya a gran altura pero tampoco desentona.

Tras el vocal "Rush's interlude", NomBe sitúa "Young hearts", que empieza con un precioso arpegio de guitarra que recuerda poderosamente a las mejores baladas de Jimi Hendrix, para dar paso primero a un falsete que potencia la dulzura del tema pero le resta algo de cohesión con el resto del álbum, y después a una potente caja de ritmos y a un sintetizador que lidera el intervalo instrumental, reforzado después con la habitual guitarra del alemán, y con la sorpresa de la rabia que suelta a partir de la mitad de la segunda estrofa, cantando ya en su escala habitual. "Freak like me" insiste en las guitarras rockeras de aroma Hendrix, en un brillante medio tiempo arrastrado y contundente, que adorna con elementos contemporáneos, y con una parte nueva que evoluciona muy bien el conjunto. Aunque personalmente prefiero "Can't catch me": una mirada sin complejos al rock de mediados de los sesenta, con guitarras sucias y baterías mal grabadas, que no rechaza recurrir al mi-la-si que sustentó tantos miles y miles de temas de aquellos años, pero lo evoluciona con una naturalidad sorprendente hacia otras progresiones armónicas, si cabe con más garra y desenfado, hasta conseguir uno de los momentos álgidos del álbum.

El disco pega un giro muy grande en el siguiente corte, "Drama": un medio tiempo mezcla de R&B y soul, y con guitarras funky. Que rehúye de los ritmos sincopados que asfixian estos géneros en los últimos tiempos y los sustituye por un ritmo binario definido y de textura electrónica que en seguida complementa otro certero arpegio de guitarra, y cuyo único pero es que toda la melodía se limita a explotar durante casi cuatro minutos los mismos cuatro acordes. Le sigue "Signs", uno de los sencillos que anticipó el álbum, que a mí me recuerda a los años dorados de Arthur Lee (el mítico líder de Love), por su guitarra acelerada, su batería sesentera en un lateral y su estilo desenfadado, en lo que constituye más un notable ejercicio de estilo que un tema realmente disfrutable por el melómano medio del año 2018. "Bad girl" es, en cambio, otro de los mejores momentos del disco: superponiendo sobre la misma melodía un sintetizador, un silbido, una guitarra y unos coros, NoMBe da comienzo a un tema de soul oscuro con una fascinante instrumentación contemporánea (mezclando la guitarra acústica con un espectral bajo sintetizado). Y tras él otro cambio notable con "Jump right in", un tema cálido y sensual como aquellas baladas que solían hacer las mejores bandas del funky a principios de los ochenta, pero manteniendo la guitarra del alemán como signo de identidad y actualizando lo suficiente el sonido hasta el extremo de rematar el tema con un infeccioso sintetizador.

Tras el segundo interludio ("A million miles from crescent skies"), el tramo final del disco arranca con "Sex", también sugestiva y envolvente y en la que Noah se arrima al synth-wave tan de moda, manteniendo el tempo arrastrado salvo cuando se adivina el tramo instrumental, y repetiendo voces y ondas sintetizadas en el tramo final, a lo Illenium. "Rocky horror" es una perdonable concesión a la ambición del alemán, que aquí nos muestra cómo crea y es capaz de defender sus canciones solamente con su voz y una guitarra acústica, que resulta correcta pero limitada al renunciar a instrumentarla y ponerla al nivel de otros temas del álbum. "Summer's gone" es el penúltimo gran momento del álbum: otro riff de guitarra, otra colección de efectos, y unos acordes mayores (eso sí, repetidos sin fin) que convierten este cadencioso tema en prácticamente infalible, sobre todo cuando NoMBe declama en estilo netamente caribeño. Si bien el último gran momento es "Milk and coffee", con la contudencia de un tema de rock, un riff de sintetizador que también refuerza su energía, la batería arrastrada muy presente, quizá el mejor estribillo del disco, y la extrañe mezcla entre el sintetizador estridente y el piano en sus tramos instrumentales. El cierre lo pone "Sex on drugs", una balada de título sugerente y voz en falsete, pero solamente aceptable dentro del nivel medio del álbum.

Después de unas cuantas escuchas, lo que perdura de este "They Might've Even Loved Me" no son los cinco o seis temas claramente por encima de la media, sino la impresión de que se trata de un disco brillante a la hora de abarcar un amplio espectro de géneros, siempre con un sonido contemporáneo y una calidad incuestionable en todas las composiciones, sin ninguna que desentone. Habrá que ver si logra la repercusión suficiente como para que su creador se estabilice en el panorama musical, ni si al suceder eso orientará un poco más su propuesta musical. Algo parecido a lo que en su momento sucedió con los británicos Roachford hace justo treinta años, con un punto de partida y una propuesta relativemente cercana y que fueron capaces de labrarse una larga carrera. De momento quedémos con esta hora de música fresca y disfrutable, y ya veremos si llega lo demás.

domingo, 13 de mayo de 2018

Kaleida: "Tear the roots" (2017)

En el otoño del año pasado vio la luz el álbum de debut del dúo londinense Kaleida. Formado por Christina Wood (voz) y la alemana Cicely Goulder (teclados, producción), no se trata de un dúo femenino al uso. Es decir, no optan por una imagen agresiva, ni por un pop de contenido sexual y mensajes feministas. Al contrario, lo que nos ha estado proponiendo el dúo desde que debutó con su primer EP "Think" hace un par de temporadas es un pop barroco y minimalista a la vez, sobre un colchón electrónico reducido a la mínima expresión posible. Todo un ejercicio de estilo en una época en la que las canciones se pueden enriquecer con más y más pistas sin tener que arruinarse en tecnología.

Reducir el número de instrumentos al mínimo no es sin embargo algo nuevo en el pop electrónico: ahí tenemos a los australianos Rüfus sin ir más lejos. Pero Kaleida llevan la idea al extremo: quizá movidas por la búsqueda de la sensibilidad como leif motiv a lo The XX, Goulder y Wood instrumentan sus canciones con percusiones sencillas, una línea de bajo sobre la que desarrollar las progresiones armónicas y apenas algún sintetizador adicional, casi siempre poco estridente. Eso sí, la voz de Wood, una mezcla entre Florence Welch y Elena Tonra de Daughter, está siempre en primer plano, y a menudo está doblada en tonos diferentes, o incluso pre-sintetizada y luego añadida a las pistas vocales. Lo que podría llegar a interpretarse como una contradicción en un sonido por lo demás tan espartano. O también como un refuerzo de su personalidad muscial.

Al final lo que importa es el resultado. Y la razón por la que estoy reseñando este álbum en mayo aunque lo escuché por primera vez en octubre es precisamente que "Tear the roots" es un disco en el que a menudo predominan sus virtudes, pero en otras ocasiones ganan sus defectos, lo que ha hecho que me haya acercado y alejado de él varias veces a lo largo de estos meses. Pero al final la personalidad musical del dúo se ha impuesto, y aquí estoy dedicándoles una entrada completa. Quizá si hubieran aprovechado más temas de sus dos EPs previos para el álbum (sólo uno de sus once temas ha acabado aquí, las otras diez canciones fueron escritas ex professo para "Tear the roots") el balance habría sido más claramente favorable.

El disco lo abre "Convolution", que quizá sea una apuesta demasiado arriesgada, pues sus dos primeros minutos son prácticamente un loop en el que Wood repite hasta el hartazgo aquello de "Hockey season", en la mejor tradición de la fría música electrónica alemana. Es cierto que luego quedan otros tres minutos con una cierta estructura de canción, una progresión armónica decente y una parte vocal elaborada (no sabría si calificarla de estrofa o de estribillo), pero el resultado no es del todo redondo. Bastante más satisfactorio es "Echo saw you", el segundo corte, melancólico y espartano, pero con una melodía tan difícil de interpretar como evocadora y una sensibilidad que recuerda a los mejores tiempos de Everything But The Girl. Incluso el sencillo piano que tímidamente aparece para remarcar los acordes en el tramo final resulta efectivo para rematar uno de los mejores temas del año pasado, que ya formó parte de mi lista de mejores canciones de 2017. Lo malo es que el álbum vuelve a encallar en el siguiente corte, "All the pretty pieces", que mantiene el estilo de los dos temas anteriores pero resulta monótono porque repite una y otra vez el mismo tramo vocal, además de un tanto impostado en la tristeza extrema que traslada la interpretación vocal de Wood.

Siguiendo los vaivenes que caracterizan este disco, el cuarto tema, "Division", remonta el vuelo y es quizá mi momento favorito: una progresión armónica que nos resultará familiar por otras grandes canciones pero que resulta muy efectiva, unas estrofas y un estribillo tan oscuros como adictivos, y un puente instrumental final (prácticamente la línea de bajo y las voces sintetizadas mezclada con la voz real) tan sencillo como meritorio (por ponerle un pero, el sintetizador final que remarca los acordes es disonante con la progresión armónica principal en algunos compases). Ahora el álbum no pega tanto bajón porque "Free", la siguiente canción, es una balada con voz y piano (además de algunos adornos electrónicos) que no inventa nada pero resulta agradable y, en sus estrofas, casi notable. Aunque notablemente inferior a "Think", el tema con el que se dieron a conocer, y el único de sus dos EPs que ha sobrevivido hasta este álbum de debut. Que empieza con una caja ritmos que es puro house de finales de los ochenta, sigue con una estrofa larga, elaborada y correcta y remata con un estribillo extenso y con un muy original cambio de tonalidad en el medio. Si a eso le añadimos que la instrumentación evoluciona más que en otras canciones (sin exagerar tampoco), entenderemos por qué sigue siendo su canción de referencia. El problema es que el siguiente tema, "Coco", vuelve a bajar el listón, resultando otra vez frío a la vez que trágico e insulso con su melodía reiterativa de notas altas.

El tramo final del disco se mueve en la misma irregularidad: el siguiente corte, "Meter", es otra gran canción, y mi segundo momento favorito. Con los mismos ingredientes (voces sintetizadas, acordes sustentados por el bajo sintetizado, ritmo contenido, percusión sencilla), su eficaz estrofa prepara el terreno para un maravilloso estribillo (ese "Keep the needle running" se adhiere sin remedio a nuestro cerebro), y el sencillo puente instrumental y la repetición del estribillo sin armonía alguna nos acaban de emocionar. "House of pulp" es el único tema que cambia el registro, pues aun siendo espartano y estructurado en torno a las voces de Wood como de costumbre, se orienta hace un estilo más claramente pop, menos introspectivo y tenebroso, con un resultado agradable y que oxigena el conjunto. Pero luego nos topamos con el último patinazo del disco: Wood y GOulder intentan llevar el gran éxito pop de mediados de los ochente "99 luftballons" de los alemanes Nena a su terreno, y lo hacen transformando su vitalista y casi punk progresión armónica en otra de acordes menores que le quita toda la chispa, y encima lo ralentizan hasta convertirlo en aburrido. Afortunadamente el disco se cierra con el tema que da título al álbum, "Tear the roots", que como cabía esperar es una buena canción. Claramente deudor de los Portishead de "Dummy", es un tema de trip-hop nocturno, relativamente desnudo, de interpretación vocal muy complicada (también emulando a Beth Gibbons) y con las sorpresas de una viola para resaltar la progresión armónica en el estribillo y un violín para el cautivador intervalo instrumental.

Esa alternancia entre momentos un tanto pesados y grandes canciones hace que al final cueste formular una opinión global sobre "Tear the roots". Una solución puede ser transformarlo en un mini LP disfrutable de principio a fin, o pulsar el forward en varias ocasiones. Porque cuando dan con la tecla su propuesta es cautivadora y casi brillante, pero ellas mismas no parecen ser capaces de darse cuenta. Algo parecido sucede con la voz de Wood: sus cualidades están fuera de toda duda, y sus interpretaciones a veces son casi perfectas, pero otras se quedan en la forma y no suenan del todo creíbles, y su dicción tampoco es la mejor. Incluso con la instrumentación de Goulder, correcta en general pero a la que con frecuencia se le echa de menos algo más de riesgo. Si a todo ello le añadimos que el álbum no ha tenido demasiada repercusión, nos quedará la duda sobre si este "Tear the roots" tendrá alguna vez continuidad. Esperemos que, si llega ese momento, sepan distinguir mejor el grano de la paja: ahí estará la clave de su carrera.

lunes, 30 de abril de 2018

Geowulf: "Great big blue" (2018)

Una de las pocas propuestas que ha conseguido llamar mi atención en este 2018 al que tanto le está costando despegar en cuanto a novedades interesantes ha sido el debut de Geowulf. El dúo originario de Noosa, Australia, formado por Star Kendrick (vocalista y compositora) y Toma Banjanin (compositor e instrumentista principal) se trasladó a Londres para lanzar su carrera discográfica. Que se ha ido desarrollando poco a poco desde que debutaron en 2016 con el sencillo "Saltwater", acumulando nuevos sencillos y EPs hasta llegar a este "Great big blue" con el que han inaugurado su carrera en formato álbum hace un par de meses. Un álbum que incluye todos esos sencillos y que por tanto constituye una apuesta relativamente segura respecto a lo que nos vamos a encontrar.

Las etiquetas más empleadas al hablar de "Great big blue" hablan a partes iguales de dream pop e indie pop, que efectivamente orientan lo que nos vamos a encontrar pero que en mi opinión se quedan un poco escasas, porque también vamos a identificar con referencias a los años sesenta y algún que otro pequeño guiño al Caribe o a California. Sus once canciones están todas trabajadas por igual, y a pesar del tiempo transcurrido hasta que el álbum ha quedado completado, forman un todo consistente y equilibrado. Eso sí, no debemos esperar propuestas innovadores ni experimentos sonoros. Aquí lo que da sentido al resultado es la inspiración de las composiciones y la habilidad a la hora de desarrollarlas. Algo parecido a lo que les sucede a Of Monsters and Men, aunque no se trate de propuestas del todo similares.

"Sunday" es el tema que abre el disco, también su quinto y último sencillo y el tema que contiene la frase que da título al álbum. Un medio tiempo (casi lento) evocador, bien estructurado como todo el álbum, con un correcto solo de guitarra antes de los estribillos finales, que sin embargo me parece un tanto justo de inspiración como para ser el siempre crítico primer corte. Le sigue "Saltwater", el primer sencillo de su carrera, que arranca sobre una discretísima caja de ritmos, convence con una bonita estrofa (realzada por un certero teclado en la segunda repetición), nos propone un estribillo que, sin ser infalible, nos traslada el aroma del mar, y remata el conjunto con un bonito puente instrumental presidido por un teclado diferente. "Get you", el tercer corte, fue también el tercer sencillo de su carrera. Su original inicio de referencias caribeñas da paso a otra estrofa marca de la casa, que encaja a la perfección con la dulce voz de Kendrick, si bien el estribillo baja un poco el listón (quizá por eso se inventan una especie de segundo estribillo antes de las repeticiones finales).

"Greatest fool" acelera un poco el tempo, se da una vuelta por California en el arpegio de guitarra que arropa el inicio y los estribillos de coche descapotable, lo complementa con otra estrofa delicada e intimista marca de la casa, y lo expande con un largo intervalo instrumental casi hasta el final. "Hideway" es uno de esos temas de pop intemporal que tan bien se les da a Saint Etienne (de hecho podemos imaginarnos al trío británico interpretándolo), y en este caso lo mejor no son sus largas estrofas sino un estribillo elaborado que complementa un teclado casi imposible. "Only high", el sexto corte, vuelve a las referencias sesenteras en su comienzo, pero en seguida deja salir su vena dramática gracias a su certero estribillo y sobre todo a ese tramo final en el que las repeticiones de su título no dejan de emocionarnos. "Drink too much" fue el cuarto sencillo y, en mi opinión, es el segundo mejor momento del álbum: su bajo slap, su pandereta, sus ligeros riesgos (para lo que es Geowulf) en la instrumentación, la preciosa coda final, y sobre todo su maravilloso e infeccioso estribillo hacen de esta suerte de pop bailable una de esas canciones que resiste el paso de los años.

Porque para mí el mejor momento del álbum es sin discusión "Don't talk about you": un medio tiempo melancólico en el que Kendrick nos regala su mejor interpretación, con unas estrofas elengatísimas de esas que casi nunca salen, unas entradas al estribillo que ya podrían ser el propio estribillo del nivel que tienen, y un estribillo "real" que es si cabe superior. Si a eso le añadimos los teclados que Banjanin desliza por el tema como si fueran nenúfares, tendremos un resultado realmente maravilloso. "Won't look back" es lógico que baje un poco el nivel: el tema más largo y lento del disco y el más claramente ochentero gracias a su bajo sintetizado, es por lo demás una buena composición, en especial su susurrado y efectivo estribillo, y la introspectiva coda vocal de su tramo final. "Summer fling" repite en las marimbas al comienzo, y nos propone una atmósfera ominosa en línea con su título (casi de indie rock) con otra excelente estrofa de corte clásico, otro buen estribillo y otro buen ejercicio de instrumentación, que pueden pasar desapercibidos por su posición en el álbum pero que resultan claramente reivindicables. Y el álbum se cierra con "Work in progress", otro tema lógicamente melancólico en un álbum tan evocador, quizá no especialmente inspirado en sus estrofas pero de estribillo aceptablemente eficaz.

"Great big blue" es un álbum de pequeños pasajes que conviene ir descubriendo poco a poco. Porque aunque en las primeras escuchas pueda no parecer obvio, cada tema encierra su personalidad y sus sensibilidades propias. Si a ello le añadimos un tema maravilloso, otro muy bueno, una buena colección de estrofas y estribillos y un talento incuestionable a la hora de ir creciendo y desarrollando los temas, no será de extrañar que puede convertirse en nuestra banda sonora ideal de final de verano, de domingo por la tarde, de día lluvioso o de tantos otros momentos de melancolía y soledad. Habrá que confiar primero en que Kendrick y Banjanin quieran darle una continuidad, y segundo en que se tomen el tiempo necesario para ello. Porque su receta de buenas composiciones es de las que nunca falla.

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