domingo, 26 de abril de 2020

Echo Machine: "Instant transmissions" (2020)

De todos los álbumes de debut que he tenido la oportunidad de escuchar en estos casi cuatro meses de atípico y confinado 2020, el de Echo Machine ha sido sin duda el que más me ha llamado la atención. El cuarteto escocés ha surgido de las cenizas de The Mirror Trap, una banda escocesa que estuvo en activo durante casi una década, durante la que grabó tres álbumes que nunca acabaron de hacerles un nombre en la música indie de las islas británicos. En este nuevo proyecto, liderados por el carismático y notable vocalista Gary Moore, la prensa musical los ha etiquetado como synth-pop, en una muestra más en mi opinión de lo perdido que está el sector a la hora de etiquetar la música contemporánea.

Porque sonidos sintéticos apenas encontraremos en "Instant transmissions". Ni tampoco piezas para dejarnos llevar en los clubs nocturnos. Ni siquiera bombos prominentes o largos pasajes instrumentales. No, definitivamente Echo Machine no hacen synth-pop. Más bien podríamos hablar de un indie-rock contemporáneo, con lo que ello supone a la hora de recurrir a determinados recursos electrónicos para que suenen como guitarras o baterías reales, el cual se acerca al pop si es necesario y sabe echar la vista atrás para coger inspiración. De hecho, las tres referencias fundamentales que ayudan a situarlos son, por este orden: Los Killers más agresivos y contundentes, los Simple Minds más épicos, y los Editors más acelerados. Aunque en el fondo la banda suena a ella misma. Y con muchos momentos notables.

Esa energía rockera queda patente desde su primer corte, la muy recomensable "Less alone": batería programada contundente, unas estrofas de melodías brillantes e infecciosas con la voz de Moore recordando a Brandon Flowers, un estribillo coreable y unos teclados que se confunden con la guitarra principal en su afán por añadir nervio. "Chameleon" fue el primer sencillo en anticipar el disco, y repite esa senda épica de guitarras contundentes y efectos variopintos que recuerdan a sus compatriotas Simple Minds en su etapa de los noventa. Aunque lo que de verdad da sentido al tema es ese estribillo donde la voz de Moore compite en protagonismo con el sintetizador principal, sobre todo cuando en el tramo final empieza aquello de "God knows...". "Headlights" es el sencillo actual, y sin duda uno de los momentos álgidos del disco: contundentes intervalos instrumentales y unas estrofas que miran de tú a tú a lo mejor de los ochenta. El estribillo es cierto que repite la misma progresión armónica, pero al menos desentona, y para los que se puedan quejar de esa repetición, Echo Machine añaden más adeltante un segundo estribillo más épico y ruidista si cabe con otra progresión armónica... y todo ello en apenas dos minutos y medio. La cuarta canción, "I was never here" es la primera que baja un tanto el nivel: intenta ser más elegante (con un deje a los "New Romantics" en las estrofas), pero eso contrasta en exceso con un estribillo tan distorsionado por el bajo y el sintetizador principal que cuesta distinguir las frases de Moore.

"Drug of choice" es probablemente mi tema favorito del álbum: un sigiloso teclado al comienzo no hace presagiar la contundecia de su intervalo instrumental, ni las estrofas más desgarradoras del álbum (con la voz distorsionada de Moore presidiendo una instrumentación menos distorsionada de lo habitual), y un sintetizador principal que resulta ser lo mejor de sus complejos y cambiantes estribillos. "Automatic love" fue el segundo sencillo en anticipar el álbum, y es claramente el tema que más recuerda a The Editors, con su tempo alto, su programación contudente y su cadencia obsesiva. Es sin duda otro de los grandes pasajes del álbum, si bien prefiero las estrofas y las guitarras imposibles de los intervalos instrumentales a su estribillo no excesivamente elaborado (para compensar, el tramo que empieza con "I never wanna leave..." que remata el último medio minuto es realmente recomendable). "The western way" transita por los ya conocidos parámetros de épica y contundencia, pero el tempo más bajo no juega a su favor, y su grandiosidad llega a sonar un tanto impostada. Por el contrario "The road", octavo corte, que fue el tercer sencillo hace un par de meses y que mantiene las mismas señas de identidad, consigue con pequeños detalles como la doble caja en las estrofas y sobre todo la ausencia de un estribillo cantado tras la primera estrofa resultar diferente. Y cuando Moore empieza con "Show me where the road is" no podemos dejar de disfrutar de unos tramos que recrean a los The Killers en su primera época, y el notable (aunque excesivamente corto) intervalo instrumental del final termina por convencernos de su calidad.

El último tercio del álbum es probablemente el más flojo, que no decepcionante. "Nightlife" intenta aturdir con su bajo distorsionado al frente, pero su frío estribillo no termina de cuajar, aunque instrumentalmente el tema está muy trabajado y va creciendo conforme avanza. "In flight" sube un poco el nivel con su tremendismo y su contundente bateria programada, pero la meritoria melodía vocal queda un tanto oculta entre tanto ruido, y acaban despachando el tema en sólo ¡ciento cuarenta segundos!. Y el álbum lo cierra "When they come", que juega la carta del tempo más pausado y la batería a lo heavy metal de los ochenta para tratar de diferenciarse de sus anteriores, si bien no puede ocultar que es un momento correcto pero un tanto impersonal y menos inspirado que la mayoría.

Algunos defectos obvios de "Instant transmissions" podrían haber tenido fácil solución: hay varios temas que piden a gritos una coda final o una tercera repetición del estribillo, y sólo con eso el álbum habría durado algo más que esos escasos treinta y un minutos. Las frecuencias medias también podrían estar al menos en ocasiones menos sobredimensionadas: el disco habría perdido algo de ruidismo rock pero habría ganado en matices y se habrían podido apreciar mejor sus armonías. También habría venido bien algún cambio más nítido de registro, quizá bajando más el tempo o adentrándose en terrenos más experimentales. Pero en un álbum de debut la necesidad de crear unas señas de identidad es muy poderosa, y a ella sin duda han sucumbido los escoceses. Que quizá no cambien el mundo con estos once cortes que transmiten frustración y rabia existencial, pero que gustarán de igual forma a nostálgicos de los ochenta y noventa, y a aquellos que necesitan dar salida a ese exceso de adrenalina contenida en cuatro paredes durante tantas semanas. Aburguesados abstenerse.

viernes, 10 de abril de 2020

Un paréntesis: Olympia

Tras casi nueve años de darle continuidad a este blog voy a aprovechar el parón que para todos ha supuesto la catástrofe del coronavirus para hacer también un paréntesis en mis habituales reseñas y listas. Un paréntesis que se ha producido en parte por el confinamiento, y en parte también porque los álbumes que he escuchado más detenidamente en estas últimas semanas con idea de reseñarlos aquí ("Ceremony", de Phantogram, "Miss Anthropocene", de Grimes, y "Womb", de Purity Ring) no han llegado en mi opinión al nivel esperado (aunque todos ellos contienen grandes canciones, que posiblemente figuren en mi lista de mejores canciones de 2020). Así que mientras intento hacerme con el ilusionante "Chromatopia", el segundo álbum de NomBe, que ha visto la luz hace justo una semana, voy a aprovechar para tratar un tema distinto: mi propia música.

Como tantos niños a principios de los ochenta, me enganché a la música a través de la radio, esa FM que entonces parecía tener el sonido más nítido que uno pudiera imaginar. Esperaba horas enteras con mis casettes grabables para poder capturar las canciones que me fascinaban, y era feliz si el locutor de turno la dejaba entera hasta el final, o mejor aún si no hablaba encima. Aquellos fueron unos años creativamente vibrantes tanto dentro como fuera de España, y esa creatividad hizo que la fascinación por la música cuajara con una intensidad que aún perdura cuarenta años más tarde. Luego vino mi Primera Comunión, y con ella el primer teclado de juguete. Ni siquiera era polifónico, pero mi curiosidad y cierto sentido musical innato hicieron que por mí mismo aprendiera y empezara a tocar canciones que me fascinaban entonces y me siguen gustando ahora, como el "Maid of Orleans" de Orchestral Manoeuvres In The Dark. Año y medio más tarde vino el primer casette que me regalaron mis padres, "Suspense", de Azul y Negro, que sigue siendo uno de mis álbumes preferidos de artistas españoles. Un par de años después me regalaron un Casio PT-20, ya con la posibilidad de tocar acordes (prefijados a la izquierda, por cierto), y mis habilidades musicales crecieron notablemente.

Aunque nunca estudié música, aprendí a leer pentagramas a la vez que me hacía un adulto y expandía mi cultura musical, que pasó de Pet Shop Boys a Franco Battiato, de Radio Futura a The Beatles, de Jimi Hendrix a Kraftwerk. Así hasta que en 1995, en plena carrera universitaria y ya con un teclado musical GeneralMusic que compré en una tienda muy cercana a la Plaza de Ópera aquí en Madrid, empecé a crear mis propias canciones. Grabé un total de diez hasta 1998, instrumentales, todas tocadas exclusivamente con ese teclado, y sin programación alguna que aliviara mis limitaciones al interpretarlas (como me equivocara, la pista correspondiente se quedaba para siempre con el error), y como no cabían tantas en la memoria del teclado, las fui volcando a una casette que aún conservo (así como los MP3s correspondientes, con un sonido realmente pobre...). Justo cuando empecé mi primer trabajo a tiempo completo pasé a la siguiente fase en mi crecimiento musical: HAL-9000, una banda amateur con mi buen amigo y compañero de carrera Luis. Sólo con 2 casettes y un puñado de guitarras, teclados e instrumentos caseros, grabamos pista a pista y canción a canción un álbum entero de versiones: R.E.M., The Cranberries, Depeche Mode, The Cure, New Order... También conservo los MP3s de aquellas diez canciones, en las que por primera vez y a pesar de mi voz grave y escasa de registros me encargaba de la parte vocal.

De ahí nos lanzamos a crear nuestras propias canciones, ahora por fin con un ordenador y un programa de creación y grabación musical mínimamente decente (Harmony). Grabamos cuatro canciones, considero que ahora sí bastante dignas, pero la dificultad para compaginar nuestras cada vez mayores exigencias laborales unido al tiempo creciente que dedicaba a mi entonces novia y ahora esposa, lo dejamos tácitamente. Ese paso a la vida casera en pareja trajo consigo una nueva fase en mi evolución musical: los programas profesionales de creación musical, FruityLoops y sobre todo Cubase. Con ellos recuperé otra vez el gusto por componer e instrumentar mis creaciones. Aunque el inglés de mi mujer no era ni es su fuerte, la convencí para que cantara mis nuevos temas porque su voz era mucho más adecuada para su estilo que la mía. Y hasta que mi hija mayor vino al mundo, Ana y yo grabamos un total de cuatro canciones, ya bajo el nombre de Olympia, y con el mejor sonido que había conseguido hasta entonces.

Mi hija mayor salió guerrera y fueron unos años difíciles, con falta de sueño y muchas horas extra en el trabajo. Además, mi madre enfermó de gravedad, mi otra hija vino a completar la familia cuando parecía que empezábamos a levantar cabeza, y aunque ocasionalmente registré ideas para varias canciones, no llegué a completar ninguna en casi diez años. De hecho durante esos años mis blogs (éste y el de literatura de ciencia-ficción) fueron dos de las escasas vías de escape para mis pasiones. Pero la experiencia me ha enseñado que en la vida después de una etapa más dura siempre viene otra más llevadera, y desde hace casi dos años he vuelto a tener tiempo para crear, lo que significa que la música ha vuelto a ocupar el lugar que merecía.

Eso sí, ya no he querido "forzar" a mi mujer a cantar en esta nueva etapa creativa, por lo que Olympia ha pasado a ser mi proyecto en solitario, a pesar de las limitaciones vocales a las que ya he aludido. Eso sí, como tenía material a medias y unas ganas locas de recuperar esta faceta, me ha llevado poco más de medio año completar y publicar siete nuevas canciones. Ahora estoy empezando una octava, aunque aún está en fase muy preliminar. Es muy difícil juzgarse a uno mismo, pero sí puedo decir que al menos algunas de las ideas básicas que persigo en este blog (temas cuya instrumentación crezca según avance, cierto interés por no sonar demasiado convencional, progresiones armónicas que no repitan los mismos cuatro acordes de principio a fin) son también parte de mi leif motiv como creador.

¿Qué pretendo al crearlas y publicarlas? En realidad, sólo dar salida a mi expresividad, y darlas a conocer. Afortunadamente mi trabajo me da la estabilidad económica, y mi mujer y mis hijas la estabilidad emocional. Pero la vida es corta, y cuanto más se explore uno a sí mismo, pienso que más conforme se irá al otro mundo. Así que hoy hago visible en este blog esas últimas canciones de la refundada Olympia, ordenadas cronológicamente:

"No more drugs"

"Finer feelings"

"Here to stay"

"Pandemic confinement"

"Empty people"

"Life is magic"

"We all must die"

De esta forma hoy he dejado constancia aquí de otra faceta de este humilde "bloguero". Pero no se preocupen, que en la próxima entrada volveré a la normalidad, con artistas profesionales y espero la emoción y el talento que siempre intento localizar y compartir.