Lo de los hermanos Lawhon es un caso realmente excepcional. Y es que probablemente no haya ninguna otra banda en el indie internacional que en los últimos tiempos haya conseguido mantener una cadencia de publicación de álbumes como la suya: uno al año desde que debutaron en 2017. Y no de remezclas, ni en directo, ni de descartes de las sesiones de grabación, no: un álbum completo cada año, con su personalidad propia, sus sencillos de cabecera... Cuando nos confinaron hace medio año pensé que tal vez esta circunstancia finalmente afectaría a tan trepidante carrera. Pero no ha sido así, pues por lo que he leído en internet el dúo terminó las canciones en Los Ángeles justo la semana antes de que se les confinara, así que en cuanto se han relajado las medidas co-vid en California han podido retomar su actividad, y así "The bungalow", su cuarto álbum, ha visto la luz hace justo un mes.
Con semejante frenesí creativo, y al igual que sus tres predecesores, no es de extrañar que no se trate de un álbum largo: treinta y siete minutos y trece temas que en realidad son nueve, pues los otros cuatro son interludios que intentan envolvernos en la atmósfera de "The bungalow", el supuesto club musical nocturno (en realidad la casa de Ryan Taylor) en el que sucederá el evento musical presidido por los hermanos. Esos cuatro temas no terminan de casar demasiado bien con el resto, y a duras penas cumplen su misión evocadora y atmosférica, por lo que no los reseñaré aquí, y me centraré en los nueve restantes. Un conjunto de canciones en las que, pese al escaso tiempo transcurrido desde su anterior entrega, vuelve a haber temazos dignos de los mejores momentos de su carrera, y que quizá sorprenda por su relativo optimismo y su contagiosa festividad en tiempos tan sombríos como los que vivimos. Así como sus acercamientos más evidentes a géneros como la bossa-nova o la música disco de los primeros ochenta.
Tras el primero de los tres intervalos instrumentales para ambientarnos, el álbum se abre realmente con "The bungalow", el tema que no sólo da título el álbum sino que además ha visto la luz recientemente como tercer sencillo. Pese a lo cual no lo considero uno de los momentos punteros del álbum: pretende tener el groove del disco-funk de hace unas décadas, como lo muestra su bajo en primer plano desde el comienzo sobre el cual se articula todo el tema. Pero las estrofas son un tanto simplonas, y lo único que realmente merece la pena es su infeccioso y elocuente estribillo, incluso con el evocador vocoder y un certero saxofón en sus repeticiones finales. Me parece superior "Voodoo", que recientemente ha sido también su cuarto sencillo. Ahora sí los violines sintetizados y la guitarra de acompañamiento no ocultan la mirada con buen criterio a las discotecas americanas de hace cuarenta años. Pero al tema lo engrandece una acertada progresión armónica y una melodía elegante en las estrofas y más pegadiza en el estribillo, hasta el extremo de que los Lawhon la silban antes de las repeticiones finales. Al mismo nivel se sitúa "Elastic summer", con guitarra reggae, efectos extraídos del dub para los intervalos instrumentales, un original bajo slap a todo volumen, y un ritmo cadencioso al que es imposible resistirse. Sin olvidarnos de esos coros del estribillo con las voces tan tratadas que parecen niños cantando.
"Unusual", quinto y actual sencillo, con una sección rítmica que ahora es una caja de ritmos en vez de la habitual batería, y los teclados de Taylor llevando la instrumentación desde el comienzo, es un agradable medio tiempo que evidencia una vez más la capacidad de la banda para crear melodías de indie-pop intemporales y con una generosa ración de optimismo ("because I'm happy again, it's unusual that I would feel this way..."). Una agradable y relajado solo de guitarra y el sintetizador que recrea la voz de Ryan rematan el resultado. "King of the doves" fue el sencillo que anticipó el álbum y es sin duda uno de sus mejores momentos: un tema más introspectivo, sobre progresión armónica en acordes menores, con un Taylor especialmente inspirado a los teclados para adornar las estrofas, sostener los intervalos instrumentales con un arpegio circular y fascinarnos con un teclado acelerado en la parte nueva, un bajo que recuerda al de Peter Hook, un estribillo de una sola frase a la que le sientan de maravilla los coros femeninos, y otro solo de guitarra sencillo y eficaz. "Heart don't work" es el tema más pausado de "The bungalow" hasta ese punto, y juega la baza de la melancolía en la línea de su clásico "Game" (de "Hot content", 2019) gracias a una melodía muy bien construida y una instrumentación que empieza espartana y va creciendo conforme avanza el minutaje (con mención especial para esa batería tan alejada del cuatro por cuatro estándar y que le añade dosis de dramatismo, y el teclado sincopado de Taylor, arriesgado pero de perfecto encaje).
Tras el penúltimo interludio, el último tercio del álbum arranca con "OK", el que fue su segundo sencillo y que para mí es sin discusión la mejor canción del álbum. Entrando directamente con la voz de Ryan sin compases instrumentales previos, el clasicismo de sus preciosas estrofas (poco más que voz y guitarra) tiene, gracias a los excelentes arreglos que construyen un puente original y eficaz, el perfecto contrapeso en el estribillo con más rabia del disco, que recuerda por momentos al de los Oasis menos pesados. Y a partir del segundo estribillo guarda la sorpresa de una parte nueva de voz provocativa y de la voz distorsionada de Ryan, junto con un tramo final en que guitarra y teclados se combinan con una naturalidad apabullante. "Raining in paradise" es el tema más electrónico del disco, y sus teclados ochenteros y sus guitarras en cascada pueden recordar a los mejores momentos de A Flock of Seagulls, pero la voz pretendidamente histriónica de Ryan y sus "gritos" en el estribillo le acercan al indie-rock que tanto habían cultivado en álbumes anteriores, una linea en la que incide el largo intervalo instrumental ruidista. El disco lo cierra "Moon dust", el otro tema lento del disco y en realidad la única balada del mismo. Que se aleja de sus habitualmente ominosos temas lentos que tan bien desarrolln y que propone por el contrario una melodía cálida, casi dulce, con piano incluido, que en mi opinión no es lo que mejor saben hacer, aunque como experimentación funciona y el resultado no llega a decepcionar.
Como suele suceder en los álbumes de Mating Ritual, es complicado encontrar dos temas parecidos, pero también es difícil encontrar alguno que realmente desentone. Y eso a pesar de su frenético ritmo de creación y publicación, más de cuarenta canciones en cuaatro años. Además, es evidente que Ryan canta mejor que en sus comienzos, y que con el paso de los años los hermanos han refinado su capacidad para instrumentar sus composiciones, en parte además gracias a unos músicos de apoyo muy solventes. "The bungalow" gana con cada escucha, y puede ser el mejor antídoto para esa música plana y sin apenas inspiración que nos están dejando la mayoría de nuevos álbumes de esta época de post-confinamiento: su equilibrio, su inspiración y su energía positiva son una garantía. La pena es que sigan siendo unos perfectos desconocidos para el gran público, incluso en sus Los Ángeles de residencia. Sé que esta humilde entrada poco contribuirá a cambiar esta inmerecida situación, pero si gracias a ella unos cuantos aficionados españoles los descubren y disfrutan, me habré dado por satisfecho. Porque se lo merecen.
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