lunes, 17 de junio de 2019

Mating Ritual: "Hot content" (2019)

Es sorprendente la prolificidad de Ryan Marshall Lawhon, el carismático líder de los estadounidenses Mating Ritual: aún no hace un año que reseñé en este humilde blog su segundo álbum ("Light myself on fire", 2018) que a su vez había visto la luz apenas un año después de su álbum de debut ("How you gonna stop it?", 2017), y aquí estoy reseñando el que es ya su tercer disco. Cuesta encontrar en el panorama alternativo contemporáneo un caso tan extremo de velocidad a la hora de construir una discografía. Y si el año pasado intentaba encontrar la justificación para tal derroche creativo en temas que se hubieran quedado al margen de su álbum de debut, o en que el resultado final del mismo no hubiera sido del todo satisfactorio para la banda, este año he optado por no buscar explicaciones: Ryan simplemente tenía otra vez suficientes canciones listas, y las ha grabado junto a su hermano Taylor y el resto de la banda, para publicarlas hace unas semanas.

¿Y el resultado? Pues por increíble que parezca, el álbum es lo suficientemente coherente y elaborado como para que parezca que han gastado dos o tres años para crearlo. Estilísticamente se sitúa a medio camino entre el más guitarrero y luminoso "How you gonna stop it?" y el más sintético y oscuro "Light myself on fire". Y si lo evaluamos globalmente, creo que es ligeramente inferior a éste, aunque claramente superior a aquél. Pero en todo caso vuelve a ser un soplo de aire fresco entre tanta mediocridad, con su pop de tintes clásicos, sus irresistibles estribillos y la sorprendente personalidad que saben conferir a cada una de sus canciones. Once esta vez, treinta y siete minutos que saben a poco.

El primer tema ("A beginning (descent)") es en realidad un breve y sin embargo atrayente prólogo que da paso al que para mí es el mejor tema del disco: "U.N.I.", también tercer sencillo, es una de esas canciones que te atrapa desde su primer escucha y que a la vez parece una versión de algún clásico por descubrir gracias a su perfección compositiva. Pop clásico en su estructura, con guitarras de inspiración funky, un bajo sintetizado que le acerca al electro-pop, apta para el baile y sobre todo con un estribillo maravilloso (cambio de tonalidad incluida), que sólo iguala el precioso intervalo instrumental. Tras semejante exhibición sólo es posible ir a peor, pero el caso es que "Panic attack" mantiene bastante bien el tipo: unas estrofas un tanto frías y extrañas con protagonismo especial para la percusión al final de cada verso, que en cuanto dan paso al puente (perfectamente arreglado) ya anticipan el excelente estribillo, tan rabioso como tarareable, y en el que guitarras y teclados tejen un colchón original y muy compensado, como puede apreciarse en la repetición instrumental final. "Falling back" fue el segundo sencillo: una sencilla caja de ritmos y un comienzo algo más suave y sintético en sus estrofas, que en el puente transita con otro meritorio arreglo a un doble estribillo crudo y de aires ochenteros que crece cuando entra el arpegio de guitarra, y que sorprende por su certera producción en su repetición sin apenas instrumentos cerca del final.

"Future now" exalta la vena ruidista gracias las distorsiones de guitarra y la voz de Ryan prácticamente gritando, y la conjuga hábilmente con una curiosa mezcla de teclados juguetones y guiños a los ochenta, gracias a un puente que es capaz de encajar estos mundos aparentemente separados, y a un estribillo instrumental que intercambia ruido por melodía. "Boys don't have to be boys", el siguiente corte, es un medio tiempo recupera en parte la vena étnica que se asomó con gusto en su anterior disco, gracias a las marimbas de su comienzo y su estribillo, si bien lo importante es que estamos ante otra progresión armónica muy bien armonizada, incluyendo esa especie de estribillo alternativo en su segunda repetición, las mejores estrofas del álbum, y quizá también la mejor instrumentación. Le sigue "The name of love", la primera de las dos baladas del disco, y la más elaborada instrumentalmente. Es un tema al que en realidad se le pueden poner pocos peros, pero el limitado registro de la voz de Ryan no es el más idóneo para esta historia de desazón, y la superposición de meritorios sintetizadores (pitch y auto-tune mediante) no termina de compensar el conjunto. Aunque tampoco podemos hablar un mal tema.

El último tramo del álbum lo inicia "October lover", la canción que anticipó el álbum. Que aunque se trata de un tema original, algo así como The Killers meets The Cure, con ese pop enérgico y luminoso que equilibra guitarras y teclados con bajo y baterías convencionales, resulta algo vacuo a causa de ese estribillo en falsete que casi parece cantado por un niño y que le resta credibilidad al resultado. "Good God Regina is a bomb", la canción más corta del álbum, me parece bastante más interesante. Se trata del tema más rápido del disco, puro power pop que rehúye de la simpleza instrumental y la suple por esos intervalos instrumentales que hacen las veces de estribillo y que provocan un subidón de adrenalina. "Stupid romantic things", el penúltimo corte, es la segunda balada del disco, algo más convencional que la anterior, y que cuenta con su largo estribillo (quizá repetido en exceso) como mejor baza, aunque ni la voz en falsete de Ryan ni los abundantes pasajes instrumentales, un tanto derivativos, terminan de enganchar. Afortundamente el álbum lo cierra otro de sus momentos álgidos: "Game", el cuarto sencillo y mi segundo tema favorito. Con el mejor comienzo del disco: sorpresivo, envolvente y armonioso a partes iguales, sólo las estrofas con esa primera nota tan larga al principio de cada verso bajan un poco el nivel. Pero en cuanto entra el puente la inspiración es imposible de ocultar, y el estribillo es de una sensibilidad y una inteligencia exquisitas. Y la parte nueva (sobre la misma progresión armónica, es cierto, casi declamada), mejora si cabe el resultado.

Y con los últimos compases de la caja de ritmos y el teclado de Taylor se acaba este notable álbum, tan fresco creativamente y tan lleno de ideas, con muchos momentos brillantes y ninguno que desentone, y que muestra el camino que deberían seguir tantos y tantos artistas que andan atascados entre el trap y el reguetón que arrasan comercialmente y la nostalgia por el revival. Desgraciadamente, la rapidez y el talento creativo de Mating Ritual es inversamente proporcional a su repercusión (baste decir que los elaborados vídeo-clips de este "Hot content" acumulan poco más de unas pobres diez mil visitas), por lo que en cualquier momento temo que tiren la toalla y nos quedemos sin una de las mejores bandas del panorama alternativo actual. Sólo queda esperar que algún anuncio, o alguna película, recuperen alguno de los muchos buenos temas de este disco y le otorguen la repercusión que merecen (y que obtendrían), como sucedió hace un par de temporadas con el "Feel it still" de Portugal. The Man. O que Ryan pase de todo, siga a lo suyo, y el año que viene retorne con su cuarto álbum. Veremos qué sucede antes.

domingo, 2 de junio de 2019

Lamb: "The secret of letting go" (2019)

Quienes siguen habitualmente este blog sabrán que el dúo británico Lamb es una de mis debilidades históricas. Desde hace un cuarto de siglo Louise Rhodes y Andy Barlow han ido alimentando un proyecto personal, vanguardista en las formas y clásico en las melodías, que se ha mantenido sin perder un ápice de identidad al margen de ventas y modas. Por lo que, después de un lustro desde que vio la luz su anterior álbum (el notable "Backspace unwind"), contaba los días para que viera la luz este "The secret of letting go", su séptimo disco. Pero, después de unas cuantas escuchas, debo reconocer que el resultado no ha estado a la altura de las expectativas. No es que se trate de un mal álbum, pero está claro que no figurará entre lo más inspirado de su carrera, y sobre todo ha quedado lastrado por la espantosa elección de los sencillos de presentación.

Y es que a lo largo de su trayectoria Lamb siempre ha mantenido un delicado equilibrio entre grandes momentos de corte "clásico" y otros de delirio experimental. Un equilibrio que también se aprecia en esta nueva entrega, pero que se desbalancea más hacia lo segundo porque los tres sencillos publicados se enmarcan claramente en esa vertiente delirante y difícil de disfrutar. Lo que es peor: los tres están colocados seguidos, y muy al principio del álbum (en los cortes segundo, tercero, y cuarto), por lo que no están lejos de dañar irrevocablemente la impresión global del álbum. Afortunadamente, en los otros ocho temas del disco queda hueco suficiente para que nos sigan cautivando.

Es cierto que el álbum no comienza mal: "Phosphorous", a pesar de su escasa duración, es un tema lento y envolvente, con una estrofa gélida pero con un bonito estribillo que parece anticipar el buen momento creativo del dúo. Sin embargo, después aparece la prescindible terna de sencillos: "Moonshine", el segundo sencillo en ver la luz, con un ritmo originalísimo y la curiosidad de Andy Barlow haciendo coros, una canción desangelada e inquietante. "Armageddon waits", el primer tema en anticipar el álbum, también con las curiosidades de una bandurria y una orquesta sesentera entre tanto despliegue electrónico, pero muy flojo melódicamente. Y "Bulletproof", el sencillo actual, quizá el más prescindible de los tres con ese loop distorsionado, descendente y un tanto cargante que vertebra el tema de principio a fin. La exasperación del melómano parece ponerse a prueba porque ni siquiera el tema que da título al álbum, el quinto corte, mejora mucho el panorama durante sus primeros tres minutos: "The secret of letting go", dolorosamente biográfico, vuelve a insistir con un extraño goteo de sintetizador con el "pitch" a tope como forma de vertebrar otro delirio difícil de digerir... hasta que justo en su último minuto toman las riendas unas "slow strings" que le dan algo de armonía al tema, y nos hacen concebir esperanzas respecto al segundo tramo del álbum.

Que ya es otra cosa. Empezando por "Imperial measures", una balada marca de la casa, que sin llegar a figurar entre lo mejor de su discografía, ya vale más que todos los temas anteriores juntos: una bonita melodía, estupendamente interpretada por Louise sobre una instrumentación "clásica" (un sencillo sintetizador llevando los acordes y la sección de cuerda para realzar los estribillos), y apenas con la concesión de otro extraño sintetizador cerca del final. "The other shore" aunque también lenta cambia el tercio, y nos presenta una atmósfera ominosa y una melodía angustiosa (y no del todo redonda), en la que destaca una programación rítmica sigilosa pero muy original, y el tramo instrumental final. Después el dúo se permite el lujo de un tema prácticamente instrumental (Louise se dedica a hacer coros): "Deep delirium" propone la mejor progresión armónica del disco hasta el momento, y sobre ella despliega una batería jazzística que sirve de perfecto colchón de fondo al violín y a la trompeta que se relevan como encargados de la melodía principal, con un resultado tan original como convincente.

El último tercio del álbum lo inicia el que es claramente mi momento favorito: "Illumina", que curiosamente vio la luz de manera muy sigilosa como sencillo independiente hace año y medio. Es cierto que la melodía de las estrofas no es del todo certera, pero el estribillo (de una sola palabra) es cautivador gracias a ese ritmo de drumb&bass de la batería, el bajo sintetizado que se va distorsionando y el sintetizador casi líquido que logra que nos fijemos en él sin apenas notas, todo lo cual se aprecia muy bien en el pequeño intervalo instrumental que precede a la repetición final del estribillo. Después de tal despliegue, "The silence in between" apuesta por la salida más digna: el baladón del disco, piano al frente, la cálida voz de Louise y la sección de cuerda ya desde el comienzo. Nada novedoso, y quizá un pelín empalagosa, pero otro momento meritorio sin duda. Y el cierre lo pone mi segundo momento favorito del álbum: "One hand clapping" casi una balada folk de Cat Power al que se le ha incorporado una instrumentación más original. Con quizá las estrofas más perfectas del álbum y un estribillo de una dulzura casi infantil, que además contiene la letra más crítica del disco, denunciando metafóricamente los males del panorama mundial.

Y así, sigilosamente, se apaga este álbum que empieza ilusionante, se enfanga en su desarrollo y remonta en su segunda mitad. Después de un montón de escuchas, creo que el balance debe ser positivo: cada vez que nos llega una nueva entrega de Lamb no sabremos si será la última, y que podamos salvar cinco o seis temas que no desmerezcan los mejores momentos de su carrera ya es bastante. Claro que habría preferido un álbum más inspirado, y sobre todo algún sencillo más certero. Pero siempre nos podremos consolar pensando que dentro de unos años acabarán dándole continuidad a este irregular "The secret of letting go". Eso espero.