Quienes siguen habitualmente este blog sabrán que el dúo británico Lamb es una de mis debilidades históricas. Desde hace un cuarto de siglo Louise Rhodes y Andy Barlow han ido alimentando un proyecto personal, vanguardista en las formas y clásico en las melodías, que se ha mantenido sin perder un ápice de identidad al margen de ventas y modas. Por lo que, después de un lustro desde que vio la luz su anterior álbum (el notable "Backspace unwind"), contaba los días para que viera la luz este "The secret of letting go", su séptimo disco. Pero, después de unas cuantas escuchas, debo reconocer que el resultado no ha estado a la altura de las expectativas. No es que se trate de un mal álbum, pero está claro que no figurará entre lo más inspirado de su carrera, y sobre todo ha quedado lastrado por la espantosa elección de los sencillos de presentación.
Y es que a lo largo de su trayectoria Lamb siempre ha mantenido un delicado equilibrio entre grandes momentos de corte "clásico" y otros de delirio experimental. Un equilibrio que también se aprecia en esta nueva entrega, pero que se desbalancea más hacia lo segundo porque los tres sencillos publicados se enmarcan claramente en esa vertiente delirante y difícil de disfrutar. Lo que es peor: los tres están colocados seguidos, y muy al principio del álbum (en los cortes segundo, tercero, y cuarto), por lo que no están lejos de dañar irrevocablemente la impresión global del álbum. Afortunadamente, en los otros ocho temas del disco queda hueco suficiente para que nos sigan cautivando.
Es cierto que el álbum no comienza mal: "Phosphorous", a pesar de su escasa duración, es un tema lento y envolvente, con una estrofa gélida pero con un bonito estribillo que parece anticipar el buen momento creativo del dúo. Sin embargo, después aparece la prescindible terna de sencillos: "Moonshine", el segundo sencillo en ver la luz, con un ritmo originalísimo y la curiosidad de Andy Barlow haciendo coros, una canción desangelada e inquietante. "Armageddon waits", el primer tema en anticipar el álbum, también con las curiosidades de una bandurria y una orquesta sesentera entre tanto despliegue electrónico, pero muy flojo melódicamente. Y "Bulletproof", el sencillo actual, quizá el más prescindible de los tres con ese loop distorsionado, descendente y un tanto cargante que vertebra el tema de principio a fin. La exasperación del melómano parece ponerse a prueba porque ni siquiera el tema que da título al álbum, el quinto corte, mejora mucho el panorama durante sus primeros tres minutos: "The secret of letting go", dolorosamente biográfico, vuelve a insistir con un extraño goteo de sintetizador con el "pitch" a tope como forma de vertebrar otro delirio difícil de digerir... hasta que justo en su último minuto toman las riendas unas "slow strings" que le dan algo de armonía al tema, y nos hacen concebir esperanzas respecto al segundo tramo del álbum.
Que ya es otra cosa. Empezando por "Imperial measures", una balada marca de la casa, que sin llegar a figurar entre lo mejor de su discografía, ya vale más que todos los temas anteriores juntos: una bonita melodía, estupendamente interpretada por Louise sobre una instrumentación "clásica" (un sencillo sintetizador llevando los acordes y la sección de cuerda para realzar los estribillos), y apenas con la concesión de otro extraño sintetizador cerca del final. "The other shore" aunque también lenta cambia el tercio, y nos presenta una atmósfera ominosa y una melodía angustiosa (y no del todo redonda), en la que destaca una programación rítmica sigilosa pero muy original, y el tramo instrumental final. Después el dúo se permite el lujo de un tema prácticamente instrumental (Louise se dedica a hacer coros): "Deep delirium" propone la mejor progresión armónica del disco hasta el momento, y sobre ella despliega una batería jazzística que sirve de perfecto colchón de fondo al violín y a la trompeta que se relevan como encargados de la melodía principal, con un resultado tan original como convincente.
El último tercio del álbum lo inicia el que es claramente mi momento favorito: "Illumina", que curiosamente vio la luz de manera muy sigilosa como sencillo independiente hace año y medio. Es cierto que la melodía de las estrofas no es del todo certera, pero el estribillo (de una sola palabra) es cautivador gracias a ese ritmo de drumb&bass de la batería, el bajo sintetizado que se va distorsionando y el sintetizador casi líquido que logra que nos fijemos en él sin apenas notas, todo lo cual se aprecia muy bien en el pequeño intervalo instrumental que precede a la repetición final del estribillo. Después de tal despliegue, "The silence in between" apuesta por la salida más digna: el baladón del disco, piano al frente, la cálida voz de Louise y la sección de cuerda ya desde el comienzo. Nada novedoso, y quizá un pelín empalagosa, pero otro momento meritorio sin duda. Y el cierre lo pone mi segundo momento favorito del álbum: "One hand clapping" casi una balada folk de Cat Power al que se le ha incorporado una instrumentación más original. Con quizá las estrofas más perfectas del álbum y un estribillo de una dulzura casi infantil, que además contiene la letra más crítica del disco, denunciando metafóricamente los males del panorama mundial.
Y así, sigilosamente, se apaga este álbum que empieza ilusionante, se enfanga en su desarrollo y remonta en su segunda mitad. Después de un montón de escuchas, creo que el balance debe ser positivo: cada vez que nos llega una nueva entrega de Lamb no sabremos si será la última, y que podamos salvar cinco o seis temas que no desmerezcan los mejores momentos de su carrera ya es bastante. Claro que habría preferido un álbum más inspirado, y sobre todo algún sencillo más certero. Pero siempre nos podremos consolar pensando que dentro de unos años acabarán dándole continuidad a este irregular "The secret of letting go". Eso espero.
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