lunes, 27 de agosto de 2018

Florence + The Machine: "High as hope" (2018)

Uno de los álbumes más esperados de este 2018 que tan flojo está resultando respecto a grandes lanzamientos ha sido el regreso de Florence + The Machine. "High as hope" es su cuarto álbum de estudio, y llega tres años después de "How big, how blue, how beautiful" (2015). Un periodo no demasiado largo si tenemos en cuenta que para su tercera entrega Florence Welch se había tomado sus cuatro largos años. De hecho, "High as hope" es su álbum más corto hasta la fecha (los mínimos diez temas de rigor y apenas cuarenta minutos), lo que refleja que probablemente ha llegado justa a nivel de creatividad para completar el disco. Una impresión que se acrecienta tras unas cuantas escuchas. Porque aunque no se trate de un mal álbum, y Florence quizá lo haya cantado mejor que nunca, sí que es en mi opinión el más flojo hasta la fecha en su carrera.

Quizá lo que más se aprecia en esta cuarta entrega respecto a sus predecesoras es la falta de inteligencia para arreglar, instrumentar y evolucionar las canciones. Y es que la idea de reclutar a Emile Haynie como productor no me ha parecido especialmente acertada. Porque no es lo mismo producir a Lana del Rey o a Bruno Mars que a Florence + The Machine, que es una artista mucho más compleja, menos convencional, y que requiere de mucho talento para sacarle todo el partido. La mayoría de los temas de "High as hope" pecan de escasa evolución instrumental, y el sonido dista de ser redondo. Personalmente echo mucho de menos a Paul Epworth, que sacó mucho lustre a las mejores canciones de sus dos primeros álbumes, o incluso a Markus Dravs, que mantuvo el tipo en su tercer álbum. Probablemente haya influido el deseo de Florence de entregar un álbum más íntimo y homogéneo, pero el caso es que no hay espacio para innovaciones, y sí para pensar a menudo qué bien habría quedado tal canción si... Incluso el característico harpa de Tom Monger suena más deslucido.

Todo ello se aprecia en "June": una íntima confesión de los sentimientos de Florence después de un concierto, con una melodía agradable y su sello inconfundible en los coros barrocos del estribillo, pero quizá demasiado lenta para abrir el álbum, y de evolución un tanto previsible. Claramente mejor es "Hunger", sin duda uno de los mejores momentos del disco (no en vano fue su segundo sencillo): más dinámica, más pop sin perder su personalidad, con otra letra excelente, una maravillosa interpretación de Florence, y una bonita melodía, que incluye una certera parte nueva. Aunque nuevamente queda la sensación de que la instrumentación no llena bien el espectro, y que además no evoluciona todo lo que debería. "Southern London forever" baja nuevamente el nivel: su compleja melodía, en mutación permanente, nunca termina de enganchar, y sus bajadas y subidas de ritmo tampoco ayudan, y el tema se acaba haciendo un tanto largo. Menos mal que inmediatamente surge "Big God", para mí el mejor tema del álbum, sobre una tenebrosa progresión armónica sostenida por el piano, que Florence lleva a lo sublime con una maravillosa melodía. Y que ahora cuenta por fin con una instrumentación más adecuada (muy en la línea de Portishead, por cierto), sobre todo cuando, tras ese interludio coral tan desasosegante como reconocible, entra la sección de viento.

"Sky full of song", menos inspirada pero superior en mi opinión a "June" y "Southern London forever", cumple su papel (de hecho fue el primer sencillo): otra canción lenta, bien interpretada, con una melodía que juega a ser optimista sin terminar de serlo, a la que en mi opinión le falta gancho en el estribillo y un desarrollo instrumental definido. "Grace" se construye sobre un bonito (y tal vez demasiado clásico) piano, pero en su contra juegan su cadencia (ya venimos de varios temas lentos) y su instrumentación un tanto espartana (ya tocaría algo más original, que diera colorido al álbum), por lo que el fantasma del aburrimiento acecha peligrosamente. En esta oportunidad es "Patricia" (el tercer sencillo) la canción que viene a recordarnos que la energía y los temas dinámicos también eran parte del repertorio de la londinense. Y eso que el comienzo vuelve a ser lento y desnudo, pero su doble estribillo cautiva precisamente por su fuerza, y los toques soul de su progresión armónica y sus coros le sientan muy bien. Si bien de nuevo da la impresión de que el tema no acaba de explotar instrumentalmente, y se limita más bien a dar pie a todos los músicos sin un propósito del todo definido.

"100 years" sí es capaz de darle continuidad a lo más certero de Patricia, y es en mi opinión el tercer mejor momento del álbum: mucho piano y mucho tramo desnudo, es cierto, pero el barroquismo de su estribillo es absolutamente reconocible, sobre todo en esa un tanto inesperada parte nueva que desborda sensualidad y calor, y que mantiene ya el tipo hasta el final. Tras su cinematográfico comienzo, "The end of love" confirma que es un tema claramente adecuado para la penúltima escena de una película romántica, con una bonita melodía, una estructura clara y la desnudez instrumental esperable. Y "No choir" cierra el álbum con un tema lento más, en el que lo más reseñable es su bonita letra y su agradable melodía, sin que haya habido espacio para sorpresas ni para un tema realmente rápido que levante al público en sus conciertos.

Porque en el fondo ése es el principal problema de "High as hope": que es el álbum menos versátil de Florence + The Machine hasta la fecha, y nos muestra a un artista menos poliédrica, muy enfocada en los temas lentos y en el intimismo, y además con una instrumentación menos conseguida que en sus predecesores. El álbum ganaría con un tema realmente experimental, con una versión de algún clásico llevado al terreno de la banda, con un tema de tempo 120 bpms... Tal cual ha quedado no es, por supuesto, un mal álbum (estamos hablando de uno de los mejores artistas en lo que llevamos de siglo), pero parece claro que apenas perdurará uno o dos de sus temas en sus conciertos dentro de unos años. Esperemos al menos que no se trate del desgraciadamente habitual giro a la madurez (Florence ha cumplido 31 años), porque nos impediría volver a disfrutar de muchas de las facetas de esta gran artista.

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