Tras el paréntesis vacacional y la revisión de los mejores temas de 2014, retomo las entradas dedicadas a reseñar lo más señalado de los nuevos lanzamientos musicales. Voy a escribir sobre "Maximum entropy", el segundo disco del dúo galés Man Without Country. Un disco que llega tres años después de su álbum de debut, "Foe", que los sitúo como una de las nuevas propuestas más interesantes de los últimos años en el panorama synth-pop, pero que también dejó claro que su obsesión con los sonidos atmosféricos se trasladaba de manera un tanto amateur a sus creaciones, que en general quedaban relativamente dispersas entre tanto barroquismo.
En este "Maximum entropy" Ryan James y Tomas Greenhalf no se han movido un ápice de esa obsesión tan personal por las composiciones envolventes, que tienden una red en torno al receptor para atraparlo en ella, pero han dado un paso adelante a la hora de defender mejor la estructura y las melodías vocales de sus canciones, y ello juega muy a su favor. Como también ayuda el haber abandonado la preeminencia de los temas rápidos, ahora más sabiamente conjugados con más tiempos medios e incluso alguna "balada". No obstante, en mi opinión aún conceden demasiada importancia a la atmósfera, y a menudo sobran reverberaciones, trémolos, samples, y ecos aquí y allá, aparte de que en prácticamente todos los temas la parte vocal está excesivamente distorsionada y mezclada demasiado baja, lo cual está en línea con su propuesta y probablemente camufla las limitadas cualidades vocales de Ryan, pero también hace a menudo imposible comprender los textos, resultando imprescindible internet para localizarlos y seguirlos. Quizá si siguen ganando gradualmente adeptos, acaben en manos de un productor que sepa respetarles la personalidad pero sepa pulirles esos defectos.
Porque si, como en mi caso, nos hacemos con un programa básico de remasterización, rescatamos las partes vocales subiendo la mezcla en las frecuencias medias y abrillantando un poco los agudos, descubriremos un buen puñado de temas más que interesantes, que además ganan con cada nueva escucha. Empezando por el que abre el disco, "Claymation", que ya dieron a conocer hace unos meses en el EP del mismo título. Uno de los temas más pop que han escrito hasta la fecha: directo, de duración contenida, con una estrofas oscuras y envolventes marcas de la casa, que dan paso a un estribillo luminoso, coronado por un bonito intervalo instrumental que gira en torno a un bonito solo de un lejano sintetizador y una original percusión. Aunque no es el caso de "Entropy", segundo corte sólo interesante por el ritmo sincopado y estridente a base de percusiones superpuestas y bajos sintetizados que se complementan, pero sin una auténtica composición que sustente el tema. El dúo vuelve a la senda de la inspiración con "Laws of motion", tercer corte y sencillo de presentación del disco, que ya publicaron a finales del año pasado y que formó parte de mi lista con los mejores temas de 2014. Una canción a dúo con Morgan Kibby (de White Sea y M83), que atrapa con su inicio etéreo, su bajo poderoso y su melodía de tonos altísimos. Virtudes que pasados tres minutos dejan hueco a una nueva progresión armónica, más colorista y que sirve como estupendo colofón.
"Oil spill" vuelve a ser más interesante por su instrumentación y su atmósfera que por la composición en sí. Inicia además el tramo más lento y difícil de disfrutar del disco. "Loveless marriage" es mucho más interesante (una balada gélida con una letra que incide en las relaciones que se derrumban como principal eje argumental del álbum y que crece hasta el desgarro cuando entra toda la percusión y el arpegio de piano cerca del cuarto minuto), pero es sólo el segundo de los tres temas lentos consecutivos. Y el tercero, "Deadsea", aunque desde luego nos transporta al escenario que indica su título, es un sofocante tema casi instrumental al que le sobran al menos la segunda mitad de sus más de siete minutos (minutaje que sólo podría haber estado justificado si se le hubiera elegido como el tema de cierre del disco). Así que cuando empieza el séptimo corte (mi segundo tema favorito, "Catfish", con la colaboración vocal de la danesa Lisa Alma), su ritmo rápido, su concreción y la manera como va creciendo, hacen que el receptor anhele desesperadamente el bombo para dar rienda suelta al hedonismo tras tantos minutos de recogimiento. Además, el dúo enriquece el tema con inteligentes armonías, un excepcional uso de la caja de la batería sintetizada (alejada de la jerarquía del simple ritmo binario) y sintetizadores programados que se balancean entre los dos canales. Lástima que la progresión armónica sean siempre los mismos tres acordes: con un poco más de creatividad sería uno de los mejores temas de los últimos años.
"Romanek", octavo corte, es otro de los momentos álgidos del álbum: también bailable, menos directa que la anterior, está construida sobre una lograda progresión armónica de ocho acordes repetida sin fin, y va creciendo gradualmente añadiendo instrumentos y detalles que envuelven al receptor hasta atraparlo. Una parte vocal más larga y trabajada de lo que parece, y la contundencia en la percusión y de un infeccioso sintetizador que aparecen tras casi cuatro minutos completan un panorama cautivador. "Virga" completa el tramo más notable de "Maximum entropy": estamos ante el segundo tema más pop del disco, con una percusión nuevamente muy elaborada y un comienzo muy sugerente, unas estrofas muy correctas y un cautivador y extrañamente optimista estribillo. El disco vuelve a encallar un tanto con "Incubation", un tema demasiado largo, que durante buena parte parece un mero interludio instrumental pleno de efectos, y que a lo sumo podría haber servido (nuevamente) de tema de cierre. "Deliver us from evil" es tan gélida como su título indica, pero la tensión instrumental y otra excepcional batería convierten una composición anodina en un tema que se deja escuchar. Y el álbum concluye con el sexto pasaje recomendable, una versión del clásico por excelencia de The Beloved, uno de los mejores y más injustamente olvidados grupos de finales de los ochenta y principios de los noventa: "Sweet harmony" sigue siendo una gran canción, y con esta versión los galeses juegan a ser los herederos de Jon Marsh y compañía con su propuesta tecnológica, subyugante y envolvente, aunque no terminan de llevar el tema a su terreno e incluso respetan el solo de saxo de la original en su tramo final.
En definitiva, "Maximum entropy" nos muestra que Man Without Country ha crecido mucho, que se puede ser atmosférico y sofisticado sin caer en el aburrimiento tan común en las bandas electrónicas escandinavas (con Royksopp a la cabeza), y que ello no está reñido con buenos momentos pop. Les falta abandonar definitivamente ciertos clics y señas de identidad que les perjudican más que benefician, controlar el minutaje en ocasiones, ordenar mejor los temas que conforman sus álbumes y saber prescindir de uno o dos cortes sin sustancia. Todos ellos aspectos corregibles si logran mantener un cierto nivel de inspiración y siguen evolucionando. Esperemos que sea el caso.
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