Una de las sorpresas del año que está a punto de terminar ha sido el retorno a la actividad en formato álbum Holichild. El dúo de Los Ángeles, formado por la vocalista Liz Nistico y el multi-instrumentista Louie Diller, debutó en formato álbum hace más de cuatro años con el interesante aunque irregular "The Shape of Brat Pop to Come". Desde entonces, una gira, y un par de años de silencio que no anticipaban este delirante y colorista "The theatrical death of Julie Delicious", cuyos temas empezaron a ver la luz en formato sencillo en los últimos meses de 2018.
Para su regreso han insistido con su vena ingenua, que les ayuda a afianzar su identidad como artistas pero en mi opinión les resta puntos. Porque el dúo posee una inteligencia innegable a la hora de recrear los mejores trucos del pop de los sesenta y los ochenta pero acercándolos a las sonoridades contemporáneas con una original mezcla de instrumentos acústicos, eléctricos y electrónicos. Pero esa voz casi naïve que adopta Nistico (en la línea de la peor Madonna) puede incluso hacer que una gran canción quede un tanto desapercibida. Y es una pena, porque no abundan las bandas capaces de alcanzar el equilibrio entre nostalgia y modernidad, y hacerlo además con unas canciones bien compuestas y mejor producidas.
Pero es que además ni siquiera han sido libres de incluir en el álbum los temas que han ido viendo la luz en formato sencillo. Supongo que su provocación y su descaro han chocado contra el establishment discográfico, y por eso uno de sus mejores sencillos (si no el mejor), "Bathroom Bitch", una exaltación de su sexualidad en palabras de la propia Nistico, con una letra dura y explícita ("I wanna fuck you in the bathroom, I wanna fuck you on the roof of my car, I wanna drink your juice so badly, I want it dripping from my ass to the floor..."), se ha quedado fuera del disco. En fin, éste es el mundo en el que vivimos, y ésta es la razón por la que bandas como Holychild son tan necesarias. Aunque enfrentarse a sus álbumes no deje de ser un reto.
Reto que comienza con "Over you", también elegido como cuarto sencillo, un medio tiempo construido sobre un teclado obsesivo que repite la misma progresión armónica todo el tiempo (salvo en la etérea parte nueva), y que llama la atención por lo maximizado de su sonido (tanto que a pesar de la profusión de instrumentos a veces cuesta distinguirlos). "Number one" repite en su apuesta por el pop esquizoide de aromas sesenteros, como lo muestran las segundas voces que apostillan la melodía principal, en especial durante su parte nueva. Más entonada me parece "Hundred Thousand Hearts", segundo sencillo en ver la luz, y que no obstante es la mejor prueba de esa ingenuidad impostada que le resta puntos a un tema que por lo demás es tremendamente efectivo como medio tiempo pop de estribillo coreable y parte nueva elaborada y plena de talento, rematado por un piano de una complejidad notable y una trompeta que reflejan lo cuidado de su instrumentación. "Raining romance" ha sido el quinto sencillo del álbum en ver la luz hace unas semanas. Más contemporáneo en estilo y sonido, es uno de los mejores momentos del álbum: olvidándose de su impostada frivolidad, y con una percusión a contracorriente (nada menos que tres ritmos diferentes para estrofa, puente y estribillo), su oscuridad y su original uso del pitch en el intervalo instrumental hacen el resto.
"Haunt me in the night" es la primera balada del álbum. Con un toque muy de final de película romántica de Hollywood, su melodía de tintes clásicos es irreprochable, y su parte nueva y el solo de guitarra de Diller antes de las repeticiones finales del estribillo son puntos a su favor, pero nuevamente pesa más la forma que el fondo. Mejor resulta "Carmelo", sexto corte y tercer sencillo, con una letra sobre la relación de Nistico con su padre. Quizá sea la más electrónica del disco, tanto por los instrumentos utilizados como por la manera con la que juegan con el sonido. En un mundo ideal sería la banda sonora perfecta de una fiesta alternativa: una melodía excelente de principio a fin, y el largo solo de sintetizador al final reflejan la calidad del tema. "Fight for me" atrapa prácticamente desde el comienzo: de referencias claramente ochenteras, la melodía de la estrofa llama la atención por sus tonos altos, y las guitarras distorsionadas del estribillo suponen el mejor contrapunto a la interpretación vocal de Nistico, sobre todo en ese psicodélico final digno de los mejores Oasis.
Aunque para mí el mejor tema del álbum es sin duda "Patron Saint", que curiosamente no ha visto la luz en formato sencillo: sin parte instrumental previa, y quizá con un punto de ingenuidad de más, es un tema infalible para cambiar nuestro estado de ánimo en el día más depresivo: una melodía vocal tan perfecta que parece una versión de los años dorados del pop, y una instrumentación que la complementa pero más en un segundo plano que en cualquier otro tema del disco, para no quitarle protagonismo (salvo en los coros y la sección de viento del tramo instrumental final). "Saturday" es el "baladón" del disco, aunque su comienzo a capella con adornos espaciales no lo deje entrever. Pero en este caso sí se trata de una balada convincente, muy bien cantada, con una certera sección de cuerda, una original parte instrumental, y un final apoteósico. De hecho quizá hubiera sido mejor como cierre del álbum que "Wishing you away", el primer sencillo que anticipó el disco hace casi año y medio. No sé si es que estoy saturado de tanto dem bow (aunque el tema no tenga nada que ver con el reguetón), o si es por la ampulosidad un tanto pretenciosa de su estribillo, el caso es que me parece un tema menor.
Y así se cierra este álbum relativamente corto, no exento de altibajos, lleno de letras impactantes, clichés provocativos e instrumentaciones originales. Aunque si aceptamos el reto de descubrir el valor de cada tema más allá de su superficie, en todos ellos encontraremos giros elaborados, buenos detalles, instrumentaciones originales, una producción brillante, y un puñado de buenas canciones. Pero no nos engañemos: Holychild resultan demasiado superficial para el panorama indie, demasiado arriesgados para el mainstream, y demasiado originales para el guetto de la electrónica, por lo que tienen dificil llegar a un público amplio en cualquiera de esos frentes. Así que espero que no tiren la toalla tras este trabajo tan personal, y que este humilde blog contribuya mínimamente a su difusión.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
jueves, 26 de diciembre de 2019
sábado, 21 de diciembre de 2019
Underworld: "Drift Series 1 Sampler Edition" (2019)
Los galeses Underworld empezaron en noviembre del año pasado un ambicioso proyecto titulado "Drift" durante el que han ido publicando en su web nuevas composiciones y vídeos, nada menos que a ritmo de una por semana. Esas composiciones las fueron agrupando durante meses sucesivos en lo que llamaron "Episodes", en realidad álbumes o EPs autocontenidos, hasta llegar a un total de seis, es decir, nada menos que tres y horas y media de material nuevo. Todo un derroche de creatividad en estos tiempos que corren de tanto revival, y todo un regalo para sus fans más incondicionales. Así hasta que al cumplirse justo un año del inicio del proyecto, el dúo lo dio por completado con la publicación de "Drift Series 1 Sampler Edition", una especie de "best of" de todo ese material publicado durante las cincuenta y dos semanas anteriores, secuenciado en un nuevo orden para darle la cohesión oportuna y recortando o incluso cambiando la instrumentación de algunos temas. Ese álbum "oficial" es el que voy a reseñar a continuación.
¿Es pues es "Sampler Edition" un "best of" del proyecto Drift? ¿O es al menos un álbum que mire de frente a sus nueve álbumes anteriores? Pues desgraciadamente ni lo uno ni lo otro. Y es que entre los treinta temas disponibles para la selección no hay en mi opinión ni uno solo del nivel de sus grandes clásicos, lo que una vez más refrenda que cantidad no es igual a calidad. Y es que Karl Hyde y Rick Smith tiran de oficio para completar la mayoría de las temas con sus obsesiones habituales (un ochenta por ciento para la pista de baile y un veinte por ciento para la experimentación), pero la chispa de la inspiración apenas aparece. Abundan los temas monocordes (o casi), las percusiones electrónicas más que conocidas y ya explotadas, las grandes "parrafadas" de Hyde... Y como complemento seis o siete experimentos con los que sin duda se lo pasaron bien, pero en general de difícil disfrute. Por lo que cualquier selección de los treinta temas iba a dar como resultado un álbum a lo sumo discreto, pero lejos de "Dubnobasswithmyheadman" (1994), o incluso del más reciente y meritorio "Barbara, Barbara, we face a shining future" (2016). Pero es que a mi modo de ver ni siquiera han estado especialmente acertados con la selección; no sé si tiraron de la recepción online o en sus conciertos de las canciones para guiarse, pero el caso es que hay dos o tres que desentonan del conjunto, y algunos de los más interesantes se han quedado fuera.
El álbum lo abre "Appleshine", uno de sus clásicos temas orientados a la pista de baile, de desarrollo muy lento (casi diez minutos), con sólo dos acordes que se van alternando todo el tiempo, con una tardía (casi a los minutos) pero muy larga interpretación vocal de Karl Hyde, cuya voz se oye tan lejana que es muy complicado entender lo que dice, y sin apenas sorpresas en su segunda mitad (aun así, es de los momentos más salvables). Le sigue "This must be drum street", simplemente aceptable, también oscura y bailable, de duración más contenida y bajo más marcado, con una progresión armónica un poco más trabajada y con la pegajosa frase "Do you wanna buy my car?" como lo más destacable de su parte vocal. El siguiente corte es "Listen to Their No": inicialmente chirriante, con un prometedor sintetizador juguetón típico del dúo que se posiciona como instrumento principal casi al principio, y las voces "auto-tuneadas" de Hyde para una melodía entrecortada y un tanto extraña que también promete y que tiene una especie de estribillo cuando empieza con aquello de "There's no one", pero cuyo desarrollo encalla durante su segunda mitad, alejándolo de los grandes momentos del dúo (aunque quizá sea el mejor tema del disco).
"Border country", con la colaboración del para mí desconocido Ø [Phase], es otro de los típicos temas obsesivos y monocordes de la banda, similar a los que ya hemos escuchado tantas veces en otras entregas, y durante el cual no sucede prácticamente nada. "Mile Bush Pride" son menos de cien segundos de techno monótono y machacón. "Schipol test" levanta un poco el nivel, aunque vuelve a ser poco más que una obsesiva sección rítmica y un par de frases de Hyde, esta vez más graves y envolventes. "Brilliant Yes That Would Be", supuestamente inspirado por el paisaje islandés, son seis minutos de experimento a partir de un par de sintetizadores envolventes y una guitarra hiper-distorsionada, sin percusión alguna, y ante los cuales es difícil no pulsar el botón de forward. "S T A R (Rebel Tech)" se supone que es, como su propio título indica, el tema estrella del álbum, y en la versión original del episodio 5 (de la cual añado el enlace al video-clip) era quizá su momento más musical, aparte del más sencillo de recordar por la cantidad de personas y personajes famosos que cita, pero en la versión de este "Sampler" pierde en armonía lo que gana en contundencia, y para mi gusto el resultado es peor. "Imagine a box" son otros seis minutos de techno tenebroso de tempo alto, con una progresión armónica medianamente elaborada aunque con tendencia al delirio, y una de esas melodías imposibles por desestructuradas que son marca de la casa, pero esta vez escasa de chispa. Y la "muestra" la cierra "Custard Speedtalk", algo así como la evolución de su clásico "Rez" casi treinta años más tarde, con dos baterías convencionales y una melodía vocal larga para complementarla, y que podríamos definir como el intento de hacer una balada a partir de un original tan discotequero, recurriendo para ello a un complicado piano para contrepesar al juguetón sintetizador del comienzo.
Los cincuenta y ocho minutos de esta edición permiten también corroborar algo no siempre resaltado: la variedad de registros vocales de Karl Hyde, capaz de llevar a muchos temas conceptualmente similares a territorios distintos. Pero para haber subido el nivel habrían hecho falta más armonías, más progresiones armónicas bien trabajadas, un par de estribillos certeros, una duración más contenida en ocasiones. Y es que aunque sabemos que Underworld son capaces de combinar lo mejor y lo peor, esta vez su extraordinario esfuerzo no ha rendido los resultados esperados.
No obstante, para que el sabor de boca mejore, sugiero completar esta "Sampler Edition" con los siguientes cinco temas de los distintos "Episodios", que en mi opinión habrían mejorado un tanto la impresión global: "Molehill", con su pop de epopeya espacial sobre arpegios de piano y sintetizador, sin percusión y apenas letra y sin embargo mucho más interesante como experimento que "Brilliant Yes That Would Be", "Doris", su aproximació al ambient a lo Aphex Twin, un instrumental evocador y con más armonías que cualquier tema del "Sampler", "Two arrows", Underworld clásico para la pista de baile pero que demuestra que pueden hacer un tema igualmente intenso, bailable y perturbador en dos segundos, "A moth at the door", un tema coral (sí, sí, han leído bien, coral), con la voz de Hyde resonando en medio de un templo imaginario, doblada y distorsionada n-veces mientras una letra de compasión, y con la sorpresa final de un coro real para rematar el resultado, y "Another Silent Way - Drift Poem - Better Than Diamonds", catorce minutos de percusión africana casi tan irresistible como la de "Born slippy", con tres partes claramente diferenciadas, mucha frase declamada y mucho sintetizador estridente, que podría haber funcionado como tema excesivo para abrir el álbum (o uno de sus conciertos).
¿Es pues es "Sampler Edition" un "best of" del proyecto Drift? ¿O es al menos un álbum que mire de frente a sus nueve álbumes anteriores? Pues desgraciadamente ni lo uno ni lo otro. Y es que entre los treinta temas disponibles para la selección no hay en mi opinión ni uno solo del nivel de sus grandes clásicos, lo que una vez más refrenda que cantidad no es igual a calidad. Y es que Karl Hyde y Rick Smith tiran de oficio para completar la mayoría de las temas con sus obsesiones habituales (un ochenta por ciento para la pista de baile y un veinte por ciento para la experimentación), pero la chispa de la inspiración apenas aparece. Abundan los temas monocordes (o casi), las percusiones electrónicas más que conocidas y ya explotadas, las grandes "parrafadas" de Hyde... Y como complemento seis o siete experimentos con los que sin duda se lo pasaron bien, pero en general de difícil disfrute. Por lo que cualquier selección de los treinta temas iba a dar como resultado un álbum a lo sumo discreto, pero lejos de "Dubnobasswithmyheadman" (1994), o incluso del más reciente y meritorio "Barbara, Barbara, we face a shining future" (2016). Pero es que a mi modo de ver ni siquiera han estado especialmente acertados con la selección; no sé si tiraron de la recepción online o en sus conciertos de las canciones para guiarse, pero el caso es que hay dos o tres que desentonan del conjunto, y algunos de los más interesantes se han quedado fuera.
El álbum lo abre "Appleshine", uno de sus clásicos temas orientados a la pista de baile, de desarrollo muy lento (casi diez minutos), con sólo dos acordes que se van alternando todo el tiempo, con una tardía (casi a los minutos) pero muy larga interpretación vocal de Karl Hyde, cuya voz se oye tan lejana que es muy complicado entender lo que dice, y sin apenas sorpresas en su segunda mitad (aun así, es de los momentos más salvables). Le sigue "This must be drum street", simplemente aceptable, también oscura y bailable, de duración más contenida y bajo más marcado, con una progresión armónica un poco más trabajada y con la pegajosa frase "Do you wanna buy my car?" como lo más destacable de su parte vocal. El siguiente corte es "Listen to Their No": inicialmente chirriante, con un prometedor sintetizador juguetón típico del dúo que se posiciona como instrumento principal casi al principio, y las voces "auto-tuneadas" de Hyde para una melodía entrecortada y un tanto extraña que también promete y que tiene una especie de estribillo cuando empieza con aquello de "There's no one", pero cuyo desarrollo encalla durante su segunda mitad, alejándolo de los grandes momentos del dúo (aunque quizá sea el mejor tema del disco).
"Border country", con la colaboración del para mí desconocido Ø [Phase], es otro de los típicos temas obsesivos y monocordes de la banda, similar a los que ya hemos escuchado tantas veces en otras entregas, y durante el cual no sucede prácticamente nada. "Mile Bush Pride" son menos de cien segundos de techno monótono y machacón. "Schipol test" levanta un poco el nivel, aunque vuelve a ser poco más que una obsesiva sección rítmica y un par de frases de Hyde, esta vez más graves y envolventes. "Brilliant Yes That Would Be", supuestamente inspirado por el paisaje islandés, son seis minutos de experimento a partir de un par de sintetizadores envolventes y una guitarra hiper-distorsionada, sin percusión alguna, y ante los cuales es difícil no pulsar el botón de forward. "S T A R (Rebel Tech)" se supone que es, como su propio título indica, el tema estrella del álbum, y en la versión original del episodio 5 (de la cual añado el enlace al video-clip) era quizá su momento más musical, aparte del más sencillo de recordar por la cantidad de personas y personajes famosos que cita, pero en la versión de este "Sampler" pierde en armonía lo que gana en contundencia, y para mi gusto el resultado es peor. "Imagine a box" son otros seis minutos de techno tenebroso de tempo alto, con una progresión armónica medianamente elaborada aunque con tendencia al delirio, y una de esas melodías imposibles por desestructuradas que son marca de la casa, pero esta vez escasa de chispa. Y la "muestra" la cierra "Custard Speedtalk", algo así como la evolución de su clásico "Rez" casi treinta años más tarde, con dos baterías convencionales y una melodía vocal larga para complementarla, y que podríamos definir como el intento de hacer una balada a partir de un original tan discotequero, recurriendo para ello a un complicado piano para contrepesar al juguetón sintetizador del comienzo.
Los cincuenta y ocho minutos de esta edición permiten también corroborar algo no siempre resaltado: la variedad de registros vocales de Karl Hyde, capaz de llevar a muchos temas conceptualmente similares a territorios distintos. Pero para haber subido el nivel habrían hecho falta más armonías, más progresiones armónicas bien trabajadas, un par de estribillos certeros, una duración más contenida en ocasiones. Y es que aunque sabemos que Underworld son capaces de combinar lo mejor y lo peor, esta vez su extraordinario esfuerzo no ha rendido los resultados esperados.
No obstante, para que el sabor de boca mejore, sugiero completar esta "Sampler Edition" con los siguientes cinco temas de los distintos "Episodios", que en mi opinión habrían mejorado un tanto la impresión global: "Molehill", con su pop de epopeya espacial sobre arpegios de piano y sintetizador, sin percusión y apenas letra y sin embargo mucho más interesante como experimento que "Brilliant Yes That Would Be", "Doris", su aproximació al ambient a lo Aphex Twin, un instrumental evocador y con más armonías que cualquier tema del "Sampler", "Two arrows", Underworld clásico para la pista de baile pero que demuestra que pueden hacer un tema igualmente intenso, bailable y perturbador en dos segundos, "A moth at the door", un tema coral (sí, sí, han leído bien, coral), con la voz de Hyde resonando en medio de un templo imaginario, doblada y distorsionada n-veces mientras una letra de compasión, y con la sorpresa final de un coro real para rematar el resultado, y "Another Silent Way - Drift Poem - Better Than Diamonds", catorce minutos de percusión africana casi tan irresistible como la de "Born slippy", con tres partes claramente diferenciadas, mucha frase declamada y mucho sintetizador estridente, que podría haber funcionado como tema excesivo para abrir el álbum (o uno de sus conciertos).
domingo, 24 de noviembre de 2019
Geowulf: "My resignation" (2019)
Hace apenas un mes vio la luz "My resignation", el segundo álbum del dúo de origen australiano, aunque residente en Londres, Geowulf. Formada por la excelente cantante e instrumentista Star Kendrick y el multi-instrumentista Toma Benjanin, han sido una de las debilidades de este humilde blog desde que debutaron en formato sencillo hace tres largos años, si bien su álbum de debut "Great big blue" vio la luz hace apenas año y medio. Una circunstancia que me ha pillado con el paso cambiado, pues pensaba que iban a tardar más tiempo en darle continuidad. Por lo cual mi siguiente recelo era constatar si el álbum estaría bien trabajado, o si simplemente habrían corrido más de la cuenta para mantener el foco de los medios sobre ellos y labrarse así una carrera musical duradera.
Pues bien, puedo adelantar que el álbum posee el nivel suficiente para todos aquellos que gusten del equilibrio entre indie-pop y pop ensoñador de corte clásico, sin estridencias. Quizá no haya un par de temas estrellla del calibre de "Don't talk about you" y "Drink too much", falte algo más de experimentación en algún momento, y algunos temas se parezcan entre ellos más de la cuenta, pero lo cierto es que hay buenas melodías, suficiente emoción y la dosis justa de cambios de registro para que "My resignation" se pueda escuchar de principio a fin sin necesidad de pulsar el "forward". Y eso a la hora de afrontar el siempre temido segundo álbum es ya una garantía de éxito.
Con buen criterio el álbum lo abre "My resignation", la canción que da título al álbum y su indiscutible tema estrella. Una composición pop de estructura clásica, de estrofas elaboradas y estribillo sencillo a la vez que de letra desoladora, con unos arreglos muy bien elaborados para armonizar las distintas partes, una poco habitual en estos tiempos subida de tono en la tercera estrofa y una coda final que aprovecha todas las bondades de los tres minutos anteriores. "I see red", segundo corte, fue el primer sencillo en adelantar el álbum: algo más electrónica que la anterior (percusión y sintetizadores programados), llama la atención su estrofa de notas bajas y relativamente desnudas que explota en un estribillo guitarrero y luminoso que mejora la impresión general del tema. "Lonely" fue el último de los sencillos en anticipar el disco: más acústico que las anteriores (ahora todos los instrumentos sí son "reales"), y para mí una evocación perfecta de ese pop elegante que mira con respeto a los sesenta y que tan bien han sabido recrear Saint Etienne en tantas ocasiones (y por cierto con un vídeo en el que Kendrick luce en ropa interior todos sus encantos). Aunque no llega a ser un temazo.
"He's 31" también fue adelantado en formato sencillo hace unos meses: un arpegio de guitarra y la excelente interpretación de Kendrick son los argumentos para engancharnos hasta que aparece esa batería deudora del "Be my baby" de The Ronettes que en mi opinión no le favorece, y más tarde un estribillo que se hace de rogar dos largos minutos pero que cuando por fin aparece evidencia el talento de los australianos para componer melodías extensas e intemporales. "Round and round" es el primer tema con el que puede tenerse la sensación de excesivo parecido a las canciones anteriores, y de hecho la estrofa es simplemente correcta, pero el estribillo con la steel guitar de Benjamin llenando todos los huecos que deja la voz de Kendrick justifica su inclusión en el álbum, en especial con el teclado etéreo que redondea las repeticiones finales. Aunque prefiero "I want you tonight": más oscura y clásica con sus acordes menores llevados por una tradicional guitarra acústica, se trata de otra melodía a la que pocos defectos se le pueden poner, y el arpegio de guitarra de los intervalos instrumentales es tan sencillo como certero.
"Evolution" probablemente sea la letra más original del álbum, sobre unos jóvenes amantes que se plantearon tener hijos ("I wanted your children, It's probably only evolution, Our bodies over reason"), y que cantan sobre un medio tiempo que es puro dream pop de instrumentación convencional y melodía irreprochable sin caer en la cursilería, algo que para sí quisieran otras bandas del mismo corte como The Narrative. Y "Falling" probablemente sea la instrumentación más personal del álbum, desde su chirriante sintetizador del comienzo, pasando por su bajo electrónico, y acabando por esos teclados etéreos que envuelven la sencilla melodía de su estribillo, aunque quizá lo más meritorio sea la larga y elaborada parte nueva. Y "Rainy day" el más flojo, con esa cadencia impostada del country-pop que podría haber interpretado Sheryl Crow, y que encima se ve ralentizada en su simplemente discreto estribillo adornado por un mellotron, tal vez lo único llamativo. "If only I could feel it" es otro lento, más introspectivo que el anterior, sobre un amor no correspondido, que cumple su función pero tampoco destaca especialmente si tenemos en cuenta que apenas dura tres minutos. Y el disco lo cierra "Celebrate", que juega al despiste con su extraño comienzo, pero que termina siendo otra melodía cristalina, de largas estrofas separadas en dos tramo, y estribillo expansivo que viene muy a cuento para rematar el álbum, en especial durante su minuto final, de inesperadas guitarras distorsionadas.
La reseña favorable de prácticamente todos los temas no debería ocultar que el disco dista de ser una gran obra, pues transita casi siempre por las mismas aguas. Pero Geowulf navegan con viento a favor gracias a su capacidad para componer canciones de pop clásico, al margen de las modas, siempre bien arregladas y mejor interpretadas. Por lo que este "My resignation" puede servir como bálsamo desintoxicador para tanto trap, tanto reguetón y tanto streaming de encefalograma plano como nos rodea. Debe de ser que las antípodas están lo suficientemente lejos para mantenerse al margen de estas nefastas modas.
Pues bien, puedo adelantar que el álbum posee el nivel suficiente para todos aquellos que gusten del equilibrio entre indie-pop y pop ensoñador de corte clásico, sin estridencias. Quizá no haya un par de temas estrellla del calibre de "Don't talk about you" y "Drink too much", falte algo más de experimentación en algún momento, y algunos temas se parezcan entre ellos más de la cuenta, pero lo cierto es que hay buenas melodías, suficiente emoción y la dosis justa de cambios de registro para que "My resignation" se pueda escuchar de principio a fin sin necesidad de pulsar el "forward". Y eso a la hora de afrontar el siempre temido segundo álbum es ya una garantía de éxito.
Con buen criterio el álbum lo abre "My resignation", la canción que da título al álbum y su indiscutible tema estrella. Una composición pop de estructura clásica, de estrofas elaboradas y estribillo sencillo a la vez que de letra desoladora, con unos arreglos muy bien elaborados para armonizar las distintas partes, una poco habitual en estos tiempos subida de tono en la tercera estrofa y una coda final que aprovecha todas las bondades de los tres minutos anteriores. "I see red", segundo corte, fue el primer sencillo en adelantar el álbum: algo más electrónica que la anterior (percusión y sintetizadores programados), llama la atención su estrofa de notas bajas y relativamente desnudas que explota en un estribillo guitarrero y luminoso que mejora la impresión general del tema. "Lonely" fue el último de los sencillos en anticipar el disco: más acústico que las anteriores (ahora todos los instrumentos sí son "reales"), y para mí una evocación perfecta de ese pop elegante que mira con respeto a los sesenta y que tan bien han sabido recrear Saint Etienne en tantas ocasiones (y por cierto con un vídeo en el que Kendrick luce en ropa interior todos sus encantos). Aunque no llega a ser un temazo.
"He's 31" también fue adelantado en formato sencillo hace unos meses: un arpegio de guitarra y la excelente interpretación de Kendrick son los argumentos para engancharnos hasta que aparece esa batería deudora del "Be my baby" de The Ronettes que en mi opinión no le favorece, y más tarde un estribillo que se hace de rogar dos largos minutos pero que cuando por fin aparece evidencia el talento de los australianos para componer melodías extensas e intemporales. "Round and round" es el primer tema con el que puede tenerse la sensación de excesivo parecido a las canciones anteriores, y de hecho la estrofa es simplemente correcta, pero el estribillo con la steel guitar de Benjamin llenando todos los huecos que deja la voz de Kendrick justifica su inclusión en el álbum, en especial con el teclado etéreo que redondea las repeticiones finales. Aunque prefiero "I want you tonight": más oscura y clásica con sus acordes menores llevados por una tradicional guitarra acústica, se trata de otra melodía a la que pocos defectos se le pueden poner, y el arpegio de guitarra de los intervalos instrumentales es tan sencillo como certero.
"Evolution" probablemente sea la letra más original del álbum, sobre unos jóvenes amantes que se plantearon tener hijos ("I wanted your children, It's probably only evolution, Our bodies over reason"), y que cantan sobre un medio tiempo que es puro dream pop de instrumentación convencional y melodía irreprochable sin caer en la cursilería, algo que para sí quisieran otras bandas del mismo corte como The Narrative. Y "Falling" probablemente sea la instrumentación más personal del álbum, desde su chirriante sintetizador del comienzo, pasando por su bajo electrónico, y acabando por esos teclados etéreos que envuelven la sencilla melodía de su estribillo, aunque quizá lo más meritorio sea la larga y elaborada parte nueva. Y "Rainy day" el más flojo, con esa cadencia impostada del country-pop que podría haber interpretado Sheryl Crow, y que encima se ve ralentizada en su simplemente discreto estribillo adornado por un mellotron, tal vez lo único llamativo. "If only I could feel it" es otro lento, más introspectivo que el anterior, sobre un amor no correspondido, que cumple su función pero tampoco destaca especialmente si tenemos en cuenta que apenas dura tres minutos. Y el disco lo cierra "Celebrate", que juega al despiste con su extraño comienzo, pero que termina siendo otra melodía cristalina, de largas estrofas separadas en dos tramo, y estribillo expansivo que viene muy a cuento para rematar el álbum, en especial durante su minuto final, de inesperadas guitarras distorsionadas.
La reseña favorable de prácticamente todos los temas no debería ocultar que el disco dista de ser una gran obra, pues transita casi siempre por las mismas aguas. Pero Geowulf navegan con viento a favor gracias a su capacidad para componer canciones de pop clásico, al margen de las modas, siempre bien arregladas y mejor interpretadas. Por lo que este "My resignation" puede servir como bálsamo desintoxicador para tanto trap, tanto reguetón y tanto streaming de encefalograma plano como nos rodea. Debe de ser que las antípodas están lo suficientemente lejos para mantenerse al margen de estas nefastas modas.
domingo, 10 de noviembre de 2019
Noel Gallagher's High Flying Birds - "Black star dancing", "This is the place" (2019)
Después de su flojísimo "Who built the moon?" (2017), el mayor de los Gallagher está empleando este 2019 en explorar lo que para él son nuevas vías musicales. Y digo para él porque de todos es sabido que, a pesar de ser un compositor contrastado, Noel siempre ha tenido la mirada puesta en décadas anteriores a las que por su edad le corresponderían: a lo largo de su trayectoria en Oasis fue más que comentada su fijación por The Beatles, aunque debo añadir que para mí esa referencia es insuficiente, y debería ampliarse a todo el rock de la segunda mitad de los sesenta y primera mitad de los setenta, que Gallagher recreó con incuestionable talento. Pero hete aquí que su carrera en solitario empezaba a tener gastadas estas referencias, así que ahora se ha puesto a ver y escuchar largas sesiones del Top Of The Pops de la BBC, y ha decidido inspirarse en el pop-rock de la segunda mitad de los ochenta y de la primera mitad de los noventa para intentar revitalizar su sonido.
Lo curioso es que, quizá por temor a entregar un cuarto álbum en solitario demasiado disruptivo con los anteriores, ha optado por ir publicando esas nuevas composiciones en formato EP. Así que en los últimos meses han visto la luz "Black star dancing" y "This is the place", cada uno de ellos con tres nuevas canciones y dos remezclas/instrumentales (sí, sí, han leído bien, Noel Gallagher remezclado para la pista de baile). Me parece una forma lícita de dar rienda a sus nuevas inquietudes musicales sin defraudar a sus fans, aunque con el lógico inconveniente de que ese eventual cuarto álbum se puede estar complentando en pequeñas dosis.
¿Y el resultado? Pues ante todo debo decir que la disrupción no es tanta: sí en los dos sencillos extraídos, que son los que dan título a los respectivos EPs, pero no en las otras cuatro composiciones, que mayoritariamente suenan al Noel Gallagher de toda la vida: intimista, psicodélico, sesentero, con instrumentación clásica y predominio de las guitarras. En otras palabras: que aquellos fans que miren con malos ojos su giro hacia las pistas de baile de hace treinta años, pueden seguir haciéndose con los EPs y probablemente encuentren temas que continúen siendo de su agrado. Y un último apunte antes de ir al análisis individual de cada canción: a Noel le cuestan las estrofas de este nuevo rock para la pista de baile. Y es que comparadas con tantos y tantos temazos de su carrera, las de "Black star dancing" y "This is the place" pecan en ambos casos de simplonas.
"Black star dancing" sorprende desde el principio por sus sintetizadores en trémolo y su batería de sonidos electrónicos. Pero en seguida notamos que el tramo instrumental del comienzo y todas las estrofas son los mismos dos acordes ramplones. Menos mal que el estribillo inyecta otra energía y resulta disfrutable, aunque está claro que recrea sin disimulo a los injustamente olvidados INXS (hasta la voz recuerda a la de Michael Hutchence), y que el solo de guitarra de su ex-compañero en la segunda época de Oasis, Gem Archer, es digno. "Rattling rose" es un medio tiempo acústico que podría haber figurado perfectamente en cualquiera de sus tres álbumes en solitario, y que tiene como rasgo más destacable su psicodélico estribillo (con "pa-ra-pa-pá" femeninos en sus repeticiones finales). Y "Sail on" es una de esas fantásticas baladas que Noel sigue sabiendo crear a pesar de los años, y que por sí sola justifica todo el EP: una letra triste sobre la necesidad de no echar raíces y seguir luchando, y ahora sí unas estrofas que emocionan sin necesidad de alzar la voz, además de un estribillo coreable con el cambio de tonalidad justo al final.
"This is the place" me parece un punto superior a "Black start dancing" como tema exploratorio de esa nueva dirección musical. Está claro que esta vez Noel se ha fijado en el sonido de su ciudad, el Madchester de finales de los ochenta, aunque no hay un parecido tan evidente como en el caso de INXS (tal vez podríamos citar a Happy Mondays, aunque el peor Noel canta mucho mejor que el mejor Shaun Ryder). Otra vez sorprende lo sintético de la percusión (esta vez no podemos hablar sólo de la batería). Además, las estrofas están un poquito más elaboradas, pero sin duda lo que llama la atención es el loop sintetizado de una especie de caja de música que arranca en el primer estribillo y ya no nos abandona, junto con los coros femeninos que llevan el tema a otra dimensión, envolvente y con un saludable punto psicótico. "A dream is all I need to get by" es la balada de este segundo EP, más acústica y psicodélica si cabe que "Sail on", aunque no tan inspirada porque las estrofas no son tan brillantes como su certero y humano estribillo, recreado con gusto en los inevitables "pa-ra-ra-rá". Y "Evil flower" cierra la terna con un tema que sí vuelve a intentar acercarse en cierta medida al sonido Madchester con su bajo programado, su batería arrastrada y su sampling en segundo plano, pero al que le falta estructura de canción convencional, pues su alternancia de pasajes guitarreros y una especie de estribillo que se repite ocasionalmente se queda escasa para llamar la atención dentro de su discografía.
Con lo que al final, aunque los nuevos temas resulten interesantes y razonablemente disfrutables, lo que más perdura de estos dos EPs son las dos baladas clásicas que el mayor de los Gallagher sigue sabiendo componer. Cabe preguntarse si completará estos dos EPs con más temas hasta formar parte de su cuarto álbum en solitario, o si por el contrario abandonará estas exploraciones para entregar un nuevo disco más convencional. Personalmente preferiría lo primero, pero sin cerrarse espacio para combinar pasado y presente, porque por mucho que quiera acercarse a otras décadas, Noel ha pasado ya a la historia como uno de los mejores compositores de los sesenta y los setenta, con treinta años de retraso, y aún es capaz de seguir añadiendo muescas a ese anejo revólver.
Lo curioso es que, quizá por temor a entregar un cuarto álbum en solitario demasiado disruptivo con los anteriores, ha optado por ir publicando esas nuevas composiciones en formato EP. Así que en los últimos meses han visto la luz "Black star dancing" y "This is the place", cada uno de ellos con tres nuevas canciones y dos remezclas/instrumentales (sí, sí, han leído bien, Noel Gallagher remezclado para la pista de baile). Me parece una forma lícita de dar rienda a sus nuevas inquietudes musicales sin defraudar a sus fans, aunque con el lógico inconveniente de que ese eventual cuarto álbum se puede estar complentando en pequeñas dosis.
¿Y el resultado? Pues ante todo debo decir que la disrupción no es tanta: sí en los dos sencillos extraídos, que son los que dan título a los respectivos EPs, pero no en las otras cuatro composiciones, que mayoritariamente suenan al Noel Gallagher de toda la vida: intimista, psicodélico, sesentero, con instrumentación clásica y predominio de las guitarras. En otras palabras: que aquellos fans que miren con malos ojos su giro hacia las pistas de baile de hace treinta años, pueden seguir haciéndose con los EPs y probablemente encuentren temas que continúen siendo de su agrado. Y un último apunte antes de ir al análisis individual de cada canción: a Noel le cuestan las estrofas de este nuevo rock para la pista de baile. Y es que comparadas con tantos y tantos temazos de su carrera, las de "Black star dancing" y "This is the place" pecan en ambos casos de simplonas.
"Black star dancing" sorprende desde el principio por sus sintetizadores en trémolo y su batería de sonidos electrónicos. Pero en seguida notamos que el tramo instrumental del comienzo y todas las estrofas son los mismos dos acordes ramplones. Menos mal que el estribillo inyecta otra energía y resulta disfrutable, aunque está claro que recrea sin disimulo a los injustamente olvidados INXS (hasta la voz recuerda a la de Michael Hutchence), y que el solo de guitarra de su ex-compañero en la segunda época de Oasis, Gem Archer, es digno. "Rattling rose" es un medio tiempo acústico que podría haber figurado perfectamente en cualquiera de sus tres álbumes en solitario, y que tiene como rasgo más destacable su psicodélico estribillo (con "pa-ra-pa-pá" femeninos en sus repeticiones finales). Y "Sail on" es una de esas fantásticas baladas que Noel sigue sabiendo crear a pesar de los años, y que por sí sola justifica todo el EP: una letra triste sobre la necesidad de no echar raíces y seguir luchando, y ahora sí unas estrofas que emocionan sin necesidad de alzar la voz, además de un estribillo coreable con el cambio de tonalidad justo al final.
"This is the place" me parece un punto superior a "Black start dancing" como tema exploratorio de esa nueva dirección musical. Está claro que esta vez Noel se ha fijado en el sonido de su ciudad, el Madchester de finales de los ochenta, aunque no hay un parecido tan evidente como en el caso de INXS (tal vez podríamos citar a Happy Mondays, aunque el peor Noel canta mucho mejor que el mejor Shaun Ryder). Otra vez sorprende lo sintético de la percusión (esta vez no podemos hablar sólo de la batería). Además, las estrofas están un poquito más elaboradas, pero sin duda lo que llama la atención es el loop sintetizado de una especie de caja de música que arranca en el primer estribillo y ya no nos abandona, junto con los coros femeninos que llevan el tema a otra dimensión, envolvente y con un saludable punto psicótico. "A dream is all I need to get by" es la balada de este segundo EP, más acústica y psicodélica si cabe que "Sail on", aunque no tan inspirada porque las estrofas no son tan brillantes como su certero y humano estribillo, recreado con gusto en los inevitables "pa-ra-ra-rá". Y "Evil flower" cierra la terna con un tema que sí vuelve a intentar acercarse en cierta medida al sonido Madchester con su bajo programado, su batería arrastrada y su sampling en segundo plano, pero al que le falta estructura de canción convencional, pues su alternancia de pasajes guitarreros y una especie de estribillo que se repite ocasionalmente se queda escasa para llamar la atención dentro de su discografía.
Con lo que al final, aunque los nuevos temas resulten interesantes y razonablemente disfrutables, lo que más perdura de estos dos EPs son las dos baladas clásicas que el mayor de los Gallagher sigue sabiendo componer. Cabe preguntarse si completará estos dos EPs con más temas hasta formar parte de su cuarto álbum en solitario, o si por el contrario abandonará estas exploraciones para entregar un nuevo disco más convencional. Personalmente preferiría lo primero, pero sin cerrarse espacio para combinar pasado y presente, porque por mucho que quiera acercarse a otras décadas, Noel ha pasado ya a la historia como uno de los mejores compositores de los sesenta y los setenta, con treinta años de retraso, y aún es capaz de seguir añadiendo muescas a ese anejo revólver.
domingo, 20 de octubre de 2019
Softwave: "Game on" (2019)
En todo lo que llevamos de 2019 aún no había reseñado ningún álbum de los países escandinavos, que como he comentado varias veces en este humilde blog sigue siendo uno de los reductos donde se sigue publicando música contemporánea de calidad sin sucumbir a las modas más funestas. Pues ha llegado el momento de dar a conocer una nueva banda surgida por aquellos lares. En este caso en realidad no viene de Suecia o de Noruega, como suele ser habitual, sino de Dinamarca. Softwave es un dúo formado hace un lustro por la vocalista Catrine Christensen y el teclista Jerry Olsen, que se declaran devotos admiradores de Erasure, y que tras una serie de sencillos debutaron en formato álbum con "Game on" hace aproximadamente medio año. Y que nos ofrecen una propuesta a medio camino entre su lugar de origen y su banda de referencia: porque por suerte no estamos (como en el caso por ejemplo de Johan Baeckström) ante un mero revival de las señas de identidad de Vince Clarke, sino que su pop luminoso y bailable está convenientemente equilibrado por la elegencia nórdica, siempre capaz de recurrir a los sintetizadores sin que suenen estridentes ni horteras.
Eso sí, "Game on" no es un álbum del todo redondo. Lo más evidente es que rezuma la ilusión del álbum de debut, con baladas, temas instrumentales e incluso una introducción de minuto y medio, la cual da título al álbum y pretende facilitar la introducción a su particular mundo musical. Pero a veces se acerca más de la cuenta al eurobeat menos pulido, o no logra la inspiración compositiva suficiente, o propone unas cajas de ritmos y percusiones un tanto ramplonas. Pero cuando dan con la tecla, el resultado es brillante.
No es el caso de "Follow you", el primer tema completo en la edición completa de "Game on" y uno de los primeros sencillos de su carrera, que refleja correctamente lo que nos vamos a encontrar, pero al que le lastra un ritmo un tanto lento para lo que persigue, y unas estrofas sin demasiada inspiración, mientras que el estribillo se hace esperar más de la cuenta. Pero sí del corte siguiente: "Something is missing", probablemente la mejor canción del disco: un tema bailable, de ritmo binario clásico, con una letra sentimental, que comienza con un muy original sintetizador liderando el primer tramo instrumental, que da paso a unas estrofas largas y elegantes, estupendamente arregladas para enlazar con un estribillo difícil de cantar por sus notas muy altas que sin embargo resulta adictivo, y una producción que enriquece el conjunto a partir de la segunda estrofa, gracias a las alteraciones en la melodía vocal, los nuevos sintetizadores, las segundas voces, y una certera parada del ritmo antes de las repeticiones finales del estribillo. "No need to hide" se queda a medio camino entre ambos, pues aunque más rápida e infecciosa que "Follow you", y con unas estrofas más disfrutables, recuerda el casposo eurobeat alemán de mediados de los noventa. Más lograda es "On and on and on", su sencillo más conocido desde que vio la luz hace casi tres años: su bajo doblado en estéreo por cada canal lo aleja de las producciones discotequeras ramplonas, y aunque las estrofas no son especialmente brillantes, los arreglos que las conducen al estribillo son certeros, y el propio estribilo es sencillo pero disfrutable.
"Reflected memories" es quizá mi segundo momento favorito de "Game on". Quizá el tema "más Erasure" del disco hasta este momento, por sus elegantes estrofas y el sintetizador de Olsen replicando cada un de las frases de Christensen, su excelente estribillo (tanto en la melodía vocal como en el sintetizador que lo adorna) es de lo mejor que he escuchado este año en el mundo del electro-pop, la letra sugiere imágenes que se adhieren a nuestra memoria, y la producción de todo el tema es una demostración de cómo añadir teclados sin saturar el espectro. "Guardian angel" es el lógico intento por cubrir distintos estados de ánimo en el álbum de debut, o lo que es lo mismo, la balada del mismo: funciona como tema intimista, y la interpretación de Christensen es brillante, pero tantos "sintetizadores juguetones" no terminan de casar con el sobrecogimiento que pretende evocar. Le sigue una sorpresa en forma de tema instrumental, con título por cierto en español: "Valor" podría parecer una innovación destinada al fracaso en un grupo tan poppy y de melodías vocales tan elaboradas como Softwave, pero el caso es que sin apartarse demasiado de su línea musical consigue que la voz de Christensen no se eche de menos, quizá porque la estructura "estrofa-puente-estribillo-parte nueva" no está tan marcada como en el resto de sus canciones, y empieza con un ritmo más lento de lo que cabría esperar de ellos.
El último tramo del álbum se abre con "I need love", otra buena estrofa y mejor estribillo, con reminiscencias del pop luminoso de Andy Bell y Vince Clarke, en especial en su parte nueva instrumental, pero con un sonido convenientemente actualizado al año 2019; quizá sea el tercer mejor momento del disco. "Curiosity" mantiene el tipo, reduce el tempo e intenta atraparnos con su sonido más envolvente y atmósferico, lo que consigue sobre todo en un estribillo de notas muy altas y en un intervalo instrumental sencillo pero efectivo. "Human being", a pesar de su letra honesta, baja un par de peldaños con respecto a sus mejores temas, no se termina de definir entre la pista de baile y nuestra habitación favorita, y suena agradable pero relativamente poco original. Y el disco lo cierra "Galaxy of stars", con un comienzo que efectivamente es puro Erasure, y que resulta ser uno de esos temas lentos coloristas (y a veces un pelín melosos) tan habituales en los últimos discos del dúo británico. Por lo que sirve para cerrar el álbum con dignidad, pero no consigue tirar de la impresión final de "Game on" hacia arriba.
Porque al final el poso que deja este "Game on" es que los daneses tienen talento para llevar las influencias de Erasure a su terreneo, y a veces dan con la tecla de la mejor inspiración. Pero otras tiran de oficio, y logran temas válidos para complementar un disco correcto pero insuficientes para hacer de su debut uno de los mejores de 2019. No obstante habrá que seguirlos: probablemente si logran la repercusión suficiente ese extra de motivación provoque no sólo que intenten darle continuidad a este álbum, sino que creen más temas del nivel de "Something is missing" o "Reflected memories". Que por otra parte están ya en disposición de formar parte de mi lista de temas favoritos de este año que poco a poco se acerca a su fin.
Eso sí, "Game on" no es un álbum del todo redondo. Lo más evidente es que rezuma la ilusión del álbum de debut, con baladas, temas instrumentales e incluso una introducción de minuto y medio, la cual da título al álbum y pretende facilitar la introducción a su particular mundo musical. Pero a veces se acerca más de la cuenta al eurobeat menos pulido, o no logra la inspiración compositiva suficiente, o propone unas cajas de ritmos y percusiones un tanto ramplonas. Pero cuando dan con la tecla, el resultado es brillante.
No es el caso de "Follow you", el primer tema completo en la edición completa de "Game on" y uno de los primeros sencillos de su carrera, que refleja correctamente lo que nos vamos a encontrar, pero al que le lastra un ritmo un tanto lento para lo que persigue, y unas estrofas sin demasiada inspiración, mientras que el estribillo se hace esperar más de la cuenta. Pero sí del corte siguiente: "Something is missing", probablemente la mejor canción del disco: un tema bailable, de ritmo binario clásico, con una letra sentimental, que comienza con un muy original sintetizador liderando el primer tramo instrumental, que da paso a unas estrofas largas y elegantes, estupendamente arregladas para enlazar con un estribillo difícil de cantar por sus notas muy altas que sin embargo resulta adictivo, y una producción que enriquece el conjunto a partir de la segunda estrofa, gracias a las alteraciones en la melodía vocal, los nuevos sintetizadores, las segundas voces, y una certera parada del ritmo antes de las repeticiones finales del estribillo. "No need to hide" se queda a medio camino entre ambos, pues aunque más rápida e infecciosa que "Follow you", y con unas estrofas más disfrutables, recuerda el casposo eurobeat alemán de mediados de los noventa. Más lograda es "On and on and on", su sencillo más conocido desde que vio la luz hace casi tres años: su bajo doblado en estéreo por cada canal lo aleja de las producciones discotequeras ramplonas, y aunque las estrofas no son especialmente brillantes, los arreglos que las conducen al estribillo son certeros, y el propio estribilo es sencillo pero disfrutable.
"Reflected memories" es quizá mi segundo momento favorito de "Game on". Quizá el tema "más Erasure" del disco hasta este momento, por sus elegantes estrofas y el sintetizador de Olsen replicando cada un de las frases de Christensen, su excelente estribillo (tanto en la melodía vocal como en el sintetizador que lo adorna) es de lo mejor que he escuchado este año en el mundo del electro-pop, la letra sugiere imágenes que se adhieren a nuestra memoria, y la producción de todo el tema es una demostración de cómo añadir teclados sin saturar el espectro. "Guardian angel" es el lógico intento por cubrir distintos estados de ánimo en el álbum de debut, o lo que es lo mismo, la balada del mismo: funciona como tema intimista, y la interpretación de Christensen es brillante, pero tantos "sintetizadores juguetones" no terminan de casar con el sobrecogimiento que pretende evocar. Le sigue una sorpresa en forma de tema instrumental, con título por cierto en español: "Valor" podría parecer una innovación destinada al fracaso en un grupo tan poppy y de melodías vocales tan elaboradas como Softwave, pero el caso es que sin apartarse demasiado de su línea musical consigue que la voz de Christensen no se eche de menos, quizá porque la estructura "estrofa-puente-estribillo-parte nueva" no está tan marcada como en el resto de sus canciones, y empieza con un ritmo más lento de lo que cabría esperar de ellos.
El último tramo del álbum se abre con "I need love", otra buena estrofa y mejor estribillo, con reminiscencias del pop luminoso de Andy Bell y Vince Clarke, en especial en su parte nueva instrumental, pero con un sonido convenientemente actualizado al año 2019; quizá sea el tercer mejor momento del disco. "Curiosity" mantiene el tipo, reduce el tempo e intenta atraparnos con su sonido más envolvente y atmósferico, lo que consigue sobre todo en un estribillo de notas muy altas y en un intervalo instrumental sencillo pero efectivo. "Human being", a pesar de su letra honesta, baja un par de peldaños con respecto a sus mejores temas, no se termina de definir entre la pista de baile y nuestra habitación favorita, y suena agradable pero relativamente poco original. Y el disco lo cierra "Galaxy of stars", con un comienzo que efectivamente es puro Erasure, y que resulta ser uno de esos temas lentos coloristas (y a veces un pelín melosos) tan habituales en los últimos discos del dúo británico. Por lo que sirve para cerrar el álbum con dignidad, pero no consigue tirar de la impresión final de "Game on" hacia arriba.
Porque al final el poso que deja este "Game on" es que los daneses tienen talento para llevar las influencias de Erasure a su terreneo, y a veces dan con la tecla de la mejor inspiración. Pero otras tiran de oficio, y logran temas válidos para complementar un disco correcto pero insuficientes para hacer de su debut uno de los mejores de 2019. No obstante habrá que seguirlos: probablemente si logran la repercusión suficiente ese extra de motivación provoque no sólo que intenten darle continuidad a este álbum, sino que creen más temas del nivel de "Something is missing" o "Reflected memories". Que por otra parte están ya en disposición de formar parte de mi lista de temas favoritos de este año que poco a poco se acerca a su fin.
sábado, 12 de octubre de 2019
Feeder: "Tallulah" (2019)
El pasado mes de agosto ha visto la luz "Tallulah", el décimo álbum de estudio de los británicos Weezer. Después de un cuarto de siglo, Grant Nicholas, su líder, parece tener todavía intactas la creatividad y las ganas de seguir entrando al estudio para grabar nuevos temas, lo que es de agradecer en uno de los compositores de rock más respetados en el ámbito anglosajón. Lo que sucede a estas alturas de su carrera es que la pregunta es inevitable: ¿es "Tallulah" un álbum válido por sí mismo, o es la excusa para volver a la actualidad y embarcarse en una nueva gira, aunque cuando acabe nadie se acordará de este disco? En las últimas semanas he intentado responder a esa pregunta. A continuación, mi diálogo interior:
Después de la primera escucha: "pues vaya, para esto mejor que Nicholas se hubiera quedado en casa. No se ha esmerado nada con la instrumentación: prácticamente las guitarras distorsionadas, el bajo y la batería y a correr, sin darle apenas personalidad a cada canción. Y tampoco hay ningún tema estrella claro; se ve que los ha ido componiendo de corrido, casi con la manivela. Bueno, al menos la canción que da título al álbum ("Tallulah") recuerda dignamente a todos esos medios tiempos intensos y memorables que ha ido entregando a lo largo de los años: el arpegio de guitarra principal te atrapa, la batería contundente le aporta solidez y la guitarra reproducida al revés en los tramos instrumentales le da un punto de originalidad. Pero es prácticamente lo único que se salva. Voy a poner ahora "Echo park" (2001) para quitarme la dececpción de encima".
Después de la quinta escucha: "bueno, el álbum no está mal del todo, pero Nicholas podía haber arriesgado un poco. Claro, que a estas alturas de la historia, no es fácil pedirle más. La repetición final del estribillo de "Tallulah", con la melodía alterada, y el sintetizador juguetón encima, está muy conseguida. Las influencias japonesas del bajista Taka Hirose en "Kyoto" son convincentes; hacía tiempo que no entregaban un tema tan crudo, con unas estrofas tan duras que sin embargo encajan correctamente con un estribillo correoso pero coreable. Y "Blue sky blue", aunque no aporte nada nuevo, tiene ese colorido tan típico de Feeder, mezclando guitarras distorsionadas y platillos pesados con una melodía luminosa en las estrofas y un estribillo interesante, sobre todo cuando lo dobla en la segunda repetición con aquello de "Hold on... let's celebrate tonight". Venga, mañana le damos otra oportunidad".
Después de la décima escucha: "pues no me extraña que al final el álbum haya llegado al número cuatro en las listas británicas. "Guillotine" tarda en convencer, pero los arreglos de cuerda, la progresión armónica en acordes menores, la original letra y la sobredosis de distorsión en el estribillo te enganchan cuando te acostumbras. "Kite", a pesar de su contundencia, tiene unas influencias psicodélicas saludables, el mellotron en el estribillo casa muy bien con la melodía que canta Nicholas, y la parte nueva es puro rock sucio. Y "Lonely hollow days" es una balada acústica honesta y con un punto de emoción para cerrar el disco, digna de los buenos momentos de su carrera en solitario. No, si al final voy a tener que escribir una reseña positiva...".
Decimoquinta escucha: "oye, pues incluso los sencillos escogidos (los cuatro primeros cortes) tienen su punto cuando los escuchas muchas veces: "Youth" es nostálgica, cañera y resplandeciente a la vez, y "Daily habit" destila unos aromas californianos saludables. Mola."
Y en estas me encuentro ahora, casi dos meses y dieciséis escuchas más tarde, defendiendo este "Tallulah" como otra buena entrega del trío británico. No conseguirá nuevos adeptos, no aportará ningún momento memorable a sus conciertos, no arriesga, no se complica con los sencillos escogidos, pero gana con cada nueva escucha. En especial en una segunda parte algo más variada y entonada. Incluso los temas de los que no he hablado ("Windmill", "Fear of flying", "Rodeo" y "Shapes and sound") poseen todos un nivel medio cuando menos correcto. Y es que por encima de todo, Nicholas es un compositor contrastado que si se le dedica tiempo nunca defrauda. Así que si les gusta el rock y todavía no han descubierto a Feeder, no lo duden: "Tallulah" es lo suficientemente interesante para adentrarse en el universo musical de una de las mejores bandas del género en activo.
Después de la primera escucha: "pues vaya, para esto mejor que Nicholas se hubiera quedado en casa. No se ha esmerado nada con la instrumentación: prácticamente las guitarras distorsionadas, el bajo y la batería y a correr, sin darle apenas personalidad a cada canción. Y tampoco hay ningún tema estrella claro; se ve que los ha ido componiendo de corrido, casi con la manivela. Bueno, al menos la canción que da título al álbum ("Tallulah") recuerda dignamente a todos esos medios tiempos intensos y memorables que ha ido entregando a lo largo de los años: el arpegio de guitarra principal te atrapa, la batería contundente le aporta solidez y la guitarra reproducida al revés en los tramos instrumentales le da un punto de originalidad. Pero es prácticamente lo único que se salva. Voy a poner ahora "Echo park" (2001) para quitarme la dececpción de encima".
Después de la quinta escucha: "bueno, el álbum no está mal del todo, pero Nicholas podía haber arriesgado un poco. Claro, que a estas alturas de la historia, no es fácil pedirle más. La repetición final del estribillo de "Tallulah", con la melodía alterada, y el sintetizador juguetón encima, está muy conseguida. Las influencias japonesas del bajista Taka Hirose en "Kyoto" son convincentes; hacía tiempo que no entregaban un tema tan crudo, con unas estrofas tan duras que sin embargo encajan correctamente con un estribillo correoso pero coreable. Y "Blue sky blue", aunque no aporte nada nuevo, tiene ese colorido tan típico de Feeder, mezclando guitarras distorsionadas y platillos pesados con una melodía luminosa en las estrofas y un estribillo interesante, sobre todo cuando lo dobla en la segunda repetición con aquello de "Hold on... let's celebrate tonight". Venga, mañana le damos otra oportunidad".
Después de la décima escucha: "pues no me extraña que al final el álbum haya llegado al número cuatro en las listas británicas. "Guillotine" tarda en convencer, pero los arreglos de cuerda, la progresión armónica en acordes menores, la original letra y la sobredosis de distorsión en el estribillo te enganchan cuando te acostumbras. "Kite", a pesar de su contundencia, tiene unas influencias psicodélicas saludables, el mellotron en el estribillo casa muy bien con la melodía que canta Nicholas, y la parte nueva es puro rock sucio. Y "Lonely hollow days" es una balada acústica honesta y con un punto de emoción para cerrar el disco, digna de los buenos momentos de su carrera en solitario. No, si al final voy a tener que escribir una reseña positiva...".
Decimoquinta escucha: "oye, pues incluso los sencillos escogidos (los cuatro primeros cortes) tienen su punto cuando los escuchas muchas veces: "Youth" es nostálgica, cañera y resplandeciente a la vez, y "Daily habit" destila unos aromas californianos saludables. Mola."
Y en estas me encuentro ahora, casi dos meses y dieciséis escuchas más tarde, defendiendo este "Tallulah" como otra buena entrega del trío británico. No conseguirá nuevos adeptos, no aportará ningún momento memorable a sus conciertos, no arriesga, no se complica con los sencillos escogidos, pero gana con cada nueva escucha. En especial en una segunda parte algo más variada y entonada. Incluso los temas de los que no he hablado ("Windmill", "Fear of flying", "Rodeo" y "Shapes and sound") poseen todos un nivel medio cuando menos correcto. Y es que por encima de todo, Nicholas es un compositor contrastado que si se le dedica tiempo nunca defrauda. Así que si les gusta el rock y todavía no han descubierto a Feeder, no lo duden: "Tallulah" es lo suficientemente interesante para adentrarse en el universo musical de una de las mejores bandas del género en activo.
viernes, 4 de octubre de 2019
Illenium: "Ascend" (2019)
El pasado mes de agosto ha visto la luz "Ascend", el tercer álbum de Nicholas D. Miller, o lo que es lo mismo, Illenium. El DJ estadounidense sigue siendo uno de los mayores exponentes del future bass, ese estilo de música electrónica de ondas sonoras envolventes y tempo más lento de lo habitual en las pistas de baile. Y lo es con todas sus consecuencias. Quiero decir que en este "Ascend" no sólo se reafirma en su estilo creativo sino que, a pesar de la enorme lista de colaboradores que han participado en él, prácticamente todas las canciones adolecen del mismo defecto: se parecen demasiado entre sí. Lo que significa que todas tienen una estructura muy similar: una progresión armónica cálida, llevada casi siempre por un arpegio de guitarra, una primera estrofa elaborada que desemboca en un estribillo que va creciendo hasta llegar al tramo instrumental con los sintetizadores envolventes y el bombo pausado, otra segunda estrofa y segundo estribillo un poco menos desnudos que los primeros, otro intervalo instrumental potente pero con mínimos cambios respecto al primero, y un trocito final de lo más logrado del tema hasta situarlo sobre los cuatro minutos. Voces masculinas o femeninas aparte, prácticamente todos los temas siguen este patrón.
Lo cual por sí mismo no es malo, y de hecho si escucháramos cada una de las canciones de manera independiente, tendríamos pocos peros que ponerles a cualquiera de ellas: más elaboradas compositivamente que la gran mayoría de temas actuales, con una instrumentación que equilibra bien guitarra y tecnologías, la mayoría de ellas muy bien cantadas y con letras que no se suelen quedar en los tópicos. El problema surge cuando las catorce se sitúan seguidas. Y es que un buen álbum no debe ser una mera recopilación de canciones, sino que ha de dejar espacio para jugar con la estructura de algunas canciones, para innovar en otras, para dar un pequeño giro estilístico que oxigene el conjunto, para ir variando el tempo en algún momento... Prácticamente nada de eso hay en "Ascend", a pesar de la docena de colaboradores diferentes. Lo que evidencia la fortísima personalidad creativa de Miller. Por lo que en realidad a la hora de reseñar cada tema (excepción hecha de los dos breves interludios), todo se reduce a pequeños matices, casi a mis gustos personales. Pero aun así, voy a intentarlo.
"Hold on", segundo corte y primer tema completo, no es uno de mis favoritos: empieza con la estrofa sin preludio instrumental, con la voz de la para mí desconocida Georgia Ku, su melodía no termina de sonar sincera, y las ondas sonoras de los intervalos instrumentales las tiene Miller ya más que trilladas. "Good things fall apart", el cuarto sencillo extraído, con la interpretación vocal del rapero y cantante Jon Bellion, parece que puede ser algo diferente al escuchar guitarra acústica al comienzo. Pero en el puente al estribillo ya se nota el auto-tune, y el estribillo es de una grandilocuencia sintética que no me termina de cautivar. "That's why", el primero de los muchos temas escritos por Miller junto con el dúo Rock Mafia, me parece más convincente: unos gorgoritos al comienzo en vez de la esperada guitarra, una intimista melodía interpretada con convincente desolación por el para mí desconocido Goldn, y una producción que deja el tema casi desnudo en muchas fases, a la vez que lo hace envolvente sin estridencias en los consabidos intervalos instrumentales. A parecido nivel se sitúa "Blood", sexto sencillo, compuesto y cantado por el veterano cantante norirlandés Foy Vance: una atmósfera más cruda de lo habitual, unas estrofas cortas, un estribillo muy sencillo que desemboca en el primer intervalo instrumental de cierto riesgo de Miller: ruidista y a base de samples y pitches como si de The Crystal Method se tratara, salvo en la repetición final, donde incorpora con acierto la progresión armónica al conjunto.
"Take you down" fue el sencillo que anticipó el álbum hace un año, formó parte de mi lista de 20 mejores canciones de 2018, y sigue siendo uno de los mejores momentos de "Ascend": un tema de una honestidad brutal en la letra (autobiográfica del propio Miller relatando su época de adicción a las drogas), muy bien cantado por Tim James de Rock Mafia (con la voz subida de tono vía pitch hasta parecer femenina), totalmente representativa en cuanto a estructura e instrumentación del resto del álbum, y con un precioso sintetizador principal ululando por encima de las ondas sonoras. "All together", también compuesta e interpretada por el cantante y actor Oeklin, baja un poco de nivel: también intimista, su relativamente bajo tempo y su calidez sonora dan paso a un puente algo más estridente de lo necesario, que le resta puntos, y la letra, de temática un tanto manida, tampoco ayuda, siendo lo más interesante el trocito instrumental cerca del final. "Crashing", segundo sencillo, a medias con Rock Mafia e interpretado con el grupo Bakari, es quizá el tema más poppy del disco: una melodía cristalina y emotiva, un ritmo que se aleja tanto del binario sincopado habitual en Illenium, un buen estribillo y unas partes instrumentales luminosas y alejadas de la pista de baile.
A partir del noveno corte entramos en el tramo más difícil de "Ascend". No porque los temas sean malos, ni mucho menos, sino porque el ritmo desaparece prácticamente por completo, y se enlazan tres medios tiempos (casi podríamos hablar de "lentos") seguidos. El primero de ellos, "Broken ones", cantado por la para mí desconocida Anna Clendening, es seguramente el mejor: la inevitable guitarra, una melodía que va subiendo en la escala conforme la estrofa desemboca en un estribillo sin percusión en su mayor parte, y unos tramos instrumentales realzados por las voces sintetizadas, de reminiscencias étnicas, que resaltan los únicos compases en los que hay algo parecido a una batería programada. Casi al mismo nivel se sitúa "Every piece of me", ahora sí una balada con todas las de la ley, excelentemente interpretada por Echos: intimista, apoyada en un piano en vez de en la habitual guitarra, y con una sección de cuerda para realzar el dramatismo. Y el más flojo es "Take away", el quinto sencillo, a medias con los colabodores de más postín de todo el álbum, The Chainsmokers: otra vez la introspección, las guitarras, una letra honesta y una bonita melodía, pero con una falta de nervio absoluta, de gancho, que habría sido justo lo más necesario tras los dos temas anteriores.
"Sad songs", la colaboración con Said The Sky, con su guitarra acústica y la dulce voz de Annika Wells como argumentos principales durante casi todo el tema, pone a prueba nuestros nervios por su exasperante lentitud, pero a los dos minutos y medio finalmente entra un bombo y los esperados crescendos, recordándonos que en principio éste no debería ser un álbum para cincuentones. "Pray", tercer sencillo, con la voz soul de Kameron Alexander, es por fin el tema con el que reengancharnos al tramo final de "Ascend": más oscura a la vez que muy difícil de interpretar, tiene como elemento diferenciador ese segundo estribillo que engancha con un tramo instrumental un poco más elaborado y largo de lo habitual, y con baterías programadas de una electrónica desoladora. "In your arms" es la confirmación definitiva de que los prometedores X-Ambassadors han perdido la inspiración creativa que se echaba de menos en su reciente segundo álbum ("Orion") y lo han suplido por una insípida tendencia a las baladas de orientación AOR, contra la que los intervalos instrumentales de Miller no logran salir victoriosos. Y justo cuando nos preguntamos si tanto derroche de colaboradores ha merecido la pena, Miller enlaza a modo de cierre dos de los para mí cuatro mejores temas del álbum: "Gorgeous", interpretado por el británico Bipolar Sunshine de manera que recuerda a Seal, se atreve a poner como base para la progresión armónica un contundente bajo sintetizado, y la atmósfera tenebrosa del puente desemboca ahora sí en un estribillo de original guitarra y orientación bailable, llevado a otra dimensión por los intervalos instrumentales de ritmo binario convencional (¡ya era hora!) ruidista y eficaz a partes iguales, sobre todo en su excelente último minuto final. Y el colofón lo pone "Lonely", con Chandler Leighton en la parte vocal: parte de la misma progresión armónica con la que terminó "Gorgeous", y comienza desnuda y guitarrera como tantos otros temas, pero su sentida melodía deja paso a las voces post-procesadas que adornan los largos intervalos instrumentales, que por primera y única vez en todo el disco se apoyan en un ritmo binario de más de 100 bpm: la evidencia de que Miller sabe hacer otras cosas, pero por algún criterio difícil de explicar las explota con cuentagotas y las deja para el final.
Con lo cual después de repetidas escuchas "Ascend" suscita emociones encontradas. Casi podríamos hablar de "electrónica conservadora". Porque si bien Miller es un buen compositor, que siempre recurre a vocalistas irreprochables, y sabe cómo conjugar guitarras y el secuenciador Ableton Live, se impone unas restricciones tan fuertes que su capacidad para emocionarnos colisiona con su tendencia a repetirse. Así que, dado que el álbum es largo, sugiero quedarse con los temas para los que he adjuntado el vídeo-clip, y eliminar el resto: nos quedará algo más de media hora mucho más disfrutable y suficientemente representativa del talento del norteamericano.
Lo cual por sí mismo no es malo, y de hecho si escucháramos cada una de las canciones de manera independiente, tendríamos pocos peros que ponerles a cualquiera de ellas: más elaboradas compositivamente que la gran mayoría de temas actuales, con una instrumentación que equilibra bien guitarra y tecnologías, la mayoría de ellas muy bien cantadas y con letras que no se suelen quedar en los tópicos. El problema surge cuando las catorce se sitúan seguidas. Y es que un buen álbum no debe ser una mera recopilación de canciones, sino que ha de dejar espacio para jugar con la estructura de algunas canciones, para innovar en otras, para dar un pequeño giro estilístico que oxigene el conjunto, para ir variando el tempo en algún momento... Prácticamente nada de eso hay en "Ascend", a pesar de la docena de colaboradores diferentes. Lo que evidencia la fortísima personalidad creativa de Miller. Por lo que en realidad a la hora de reseñar cada tema (excepción hecha de los dos breves interludios), todo se reduce a pequeños matices, casi a mis gustos personales. Pero aun así, voy a intentarlo.
"Hold on", segundo corte y primer tema completo, no es uno de mis favoritos: empieza con la estrofa sin preludio instrumental, con la voz de la para mí desconocida Georgia Ku, su melodía no termina de sonar sincera, y las ondas sonoras de los intervalos instrumentales las tiene Miller ya más que trilladas. "Good things fall apart", el cuarto sencillo extraído, con la interpretación vocal del rapero y cantante Jon Bellion, parece que puede ser algo diferente al escuchar guitarra acústica al comienzo. Pero en el puente al estribillo ya se nota el auto-tune, y el estribillo es de una grandilocuencia sintética que no me termina de cautivar. "That's why", el primero de los muchos temas escritos por Miller junto con el dúo Rock Mafia, me parece más convincente: unos gorgoritos al comienzo en vez de la esperada guitarra, una intimista melodía interpretada con convincente desolación por el para mí desconocido Goldn, y una producción que deja el tema casi desnudo en muchas fases, a la vez que lo hace envolvente sin estridencias en los consabidos intervalos instrumentales. A parecido nivel se sitúa "Blood", sexto sencillo, compuesto y cantado por el veterano cantante norirlandés Foy Vance: una atmósfera más cruda de lo habitual, unas estrofas cortas, un estribillo muy sencillo que desemboca en el primer intervalo instrumental de cierto riesgo de Miller: ruidista y a base de samples y pitches como si de The Crystal Method se tratara, salvo en la repetición final, donde incorpora con acierto la progresión armónica al conjunto.
"Take you down" fue el sencillo que anticipó el álbum hace un año, formó parte de mi lista de 20 mejores canciones de 2018, y sigue siendo uno de los mejores momentos de "Ascend": un tema de una honestidad brutal en la letra (autobiográfica del propio Miller relatando su época de adicción a las drogas), muy bien cantado por Tim James de Rock Mafia (con la voz subida de tono vía pitch hasta parecer femenina), totalmente representativa en cuanto a estructura e instrumentación del resto del álbum, y con un precioso sintetizador principal ululando por encima de las ondas sonoras. "All together", también compuesta e interpretada por el cantante y actor Oeklin, baja un poco de nivel: también intimista, su relativamente bajo tempo y su calidez sonora dan paso a un puente algo más estridente de lo necesario, que le resta puntos, y la letra, de temática un tanto manida, tampoco ayuda, siendo lo más interesante el trocito instrumental cerca del final. "Crashing", segundo sencillo, a medias con Rock Mafia e interpretado con el grupo Bakari, es quizá el tema más poppy del disco: una melodía cristalina y emotiva, un ritmo que se aleja tanto del binario sincopado habitual en Illenium, un buen estribillo y unas partes instrumentales luminosas y alejadas de la pista de baile.
A partir del noveno corte entramos en el tramo más difícil de "Ascend". No porque los temas sean malos, ni mucho menos, sino porque el ritmo desaparece prácticamente por completo, y se enlazan tres medios tiempos (casi podríamos hablar de "lentos") seguidos. El primero de ellos, "Broken ones", cantado por la para mí desconocida Anna Clendening, es seguramente el mejor: la inevitable guitarra, una melodía que va subiendo en la escala conforme la estrofa desemboca en un estribillo sin percusión en su mayor parte, y unos tramos instrumentales realzados por las voces sintetizadas, de reminiscencias étnicas, que resaltan los únicos compases en los que hay algo parecido a una batería programada. Casi al mismo nivel se sitúa "Every piece of me", ahora sí una balada con todas las de la ley, excelentemente interpretada por Echos: intimista, apoyada en un piano en vez de en la habitual guitarra, y con una sección de cuerda para realzar el dramatismo. Y el más flojo es "Take away", el quinto sencillo, a medias con los colabodores de más postín de todo el álbum, The Chainsmokers: otra vez la introspección, las guitarras, una letra honesta y una bonita melodía, pero con una falta de nervio absoluta, de gancho, que habría sido justo lo más necesario tras los dos temas anteriores.
"Sad songs", la colaboración con Said The Sky, con su guitarra acústica y la dulce voz de Annika Wells como argumentos principales durante casi todo el tema, pone a prueba nuestros nervios por su exasperante lentitud, pero a los dos minutos y medio finalmente entra un bombo y los esperados crescendos, recordándonos que en principio éste no debería ser un álbum para cincuentones. "Pray", tercer sencillo, con la voz soul de Kameron Alexander, es por fin el tema con el que reengancharnos al tramo final de "Ascend": más oscura a la vez que muy difícil de interpretar, tiene como elemento diferenciador ese segundo estribillo que engancha con un tramo instrumental un poco más elaborado y largo de lo habitual, y con baterías programadas de una electrónica desoladora. "In your arms" es la confirmación definitiva de que los prometedores X-Ambassadors han perdido la inspiración creativa que se echaba de menos en su reciente segundo álbum ("Orion") y lo han suplido por una insípida tendencia a las baladas de orientación AOR, contra la que los intervalos instrumentales de Miller no logran salir victoriosos. Y justo cuando nos preguntamos si tanto derroche de colaboradores ha merecido la pena, Miller enlaza a modo de cierre dos de los para mí cuatro mejores temas del álbum: "Gorgeous", interpretado por el británico Bipolar Sunshine de manera que recuerda a Seal, se atreve a poner como base para la progresión armónica un contundente bajo sintetizado, y la atmósfera tenebrosa del puente desemboca ahora sí en un estribillo de original guitarra y orientación bailable, llevado a otra dimensión por los intervalos instrumentales de ritmo binario convencional (¡ya era hora!) ruidista y eficaz a partes iguales, sobre todo en su excelente último minuto final. Y el colofón lo pone "Lonely", con Chandler Leighton en la parte vocal: parte de la misma progresión armónica con la que terminó "Gorgeous", y comienza desnuda y guitarrera como tantos otros temas, pero su sentida melodía deja paso a las voces post-procesadas que adornan los largos intervalos instrumentales, que por primera y única vez en todo el disco se apoyan en un ritmo binario de más de 100 bpm: la evidencia de que Miller sabe hacer otras cosas, pero por algún criterio difícil de explicar las explota con cuentagotas y las deja para el final.
Con lo cual después de repetidas escuchas "Ascend" suscita emociones encontradas. Casi podríamos hablar de "electrónica conservadora". Porque si bien Miller es un buen compositor, que siempre recurre a vocalistas irreprochables, y sabe cómo conjugar guitarras y el secuenciador Ableton Live, se impone unas restricciones tan fuertes que su capacidad para emocionarnos colisiona con su tendencia a repetirse. Así que, dado que el álbum es largo, sugiero quedarse con los temas para los que he adjuntado el vídeo-clip, y eliminar el resto: nos quedará algo más de media hora mucho más disfrutable y suficientemente representativa del talento del norteamericano.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Of Monsters and Men: "Fever dream" (2019)
Tras los ya habituales cuatro años de espera, hace unas cuantas semanas ha visto la luz "Fever dream", el tercer álbum de estudio de los islandeses Of Monsters and Men, la que es sin duda la banda más relevante de su país. Un álbum en el que el grupo ha querido dar una vuelta de tuerca a su sonido ya desde el mismo proceso de composición de las canciones, usando portátiles en vez de guitarras, hasta sus arreglos más contemporáneos en el estudio. Aunque tras escuchar el resultado final no podemos hablar de un cambio radical, sino de una evolución musical que los aleja del folk-rock de sus orígenes y los acerca a un pop más elegante y ampuloso pero perfectamente reconocible. Hasta ahí todo bien; el problema viene porque, quizá por esa forma diferente de crearlas, esta vez el grueso de sus canciones no ha alcanzado el mismo nivel de excelencia de su anterior disco, el fantástico "Beneath the skin" (2015) y el resultado global se resiente.
Quizá lo más llamativo sea que una de las fortalezas características de los islandeses, su capacidad para crear estribillos irresistibles, de pleno subidón, escasee en los once temas que conforman esta tercera entrega, y a menudo tengamos que conformarnos con frases entrecortadas o melodías escasas de armonía. Tampoco han llegado al nivel esperado a la hora de crear estrofas introspectivas, de esas que tocan la fibra sensible desde la primera escucha: las hay, pero tampoco abundan. Por no hablar de que Ragnar (la voz masculina, en mi opinión muy inferior a la de Nanna, la vocalista femenina), tiene más protagonismo del deseable como vocalista principal (como sucedía con la voz de Noel Gallaghere en los últimos álbumes de Oasis). Y ni siquiera la secuenciación de los temas ayuda, porque a veces "Fever dream" se vuelve excesivamente parsimonioso, mientras que en su tramo central exuda energía y ritmos casi bailables. Afortunadamente, cuatro años dan tiempo para encontrar la inspiración compositiva, y algunas canciones sí nos recuerdan el tremendo impacto a nivel de crítica y ventas que tuvieron los islandeses a comienzos de década.
El álbum se abre con "Alligator", también escogido como primer sencillo: un tema enérgico, mucho menos electrónico de lo que sus declaraciones anticipaban aunque menos convencional instrumentalmente de lo habitual en ellos, no del todo representativo del resto del disco, y que deja con la sensación de "bueno, no está mal, pero cuatro años para esto...". Aunque comparativamente crece frente a "Ahay", la primera balada del disco ya en el segundo corte. Ahora sí más electrónica en su producción, sus estrofas son realmente flojas (cuando empiezan parece que Ragnar está declamando una frase a modo de introducción), y resulta dulzonamente obvia, siendo lo único salvable la parte nueva interpretada por Nanna. Pero por si la dinámica del disco no se había ralentizado peligrosamente, el tercer corte es "Róróró", otra balada, esta vez más acústica, aunque en este caso mucho más sentida, de una desolación más creíble, sobre todo en unas estrofas que Nanna interpreta maravillosamente, y en una parte nueva casi instrumental en el que un relativamente sencillo arpegio de guitarra y un teclado lejano ponen la piel de gallina. Lo malo es que el cuarto corte vuelve a ser un lento, "Waiting for the snow", con una melodía difícil de interpretar sobre el típico piano, un estribillo algo más entonado que los tres temas anteriores, pero sin sorpresas que eviten el amodorramiento.
Y cuando uno ya está a punto de pulsar el botón de "eject" surge el tramo más disfrutable y dinámico del álbum. Que se inicia con "Vulture, vulture", sin duda el mejor tema del disco: un excelente (y hasta ahora nada habitual en ellos) teclado en una tonalidad diferente de la de la progresión armónica que abre paso a unas estrofas oscuras en su melodía y en su letra, la primera cantada por Ragnar y la segunda por Nanna, con un saludable punto ochentero, y un estribillo estridente que sí mira de frente a los mejores de sus primeros discos, con mención especial para esa extraña guitarra rockera que resalta el conjunto. Lástima que no dure ni tres minutos. Aunque el siguiente corte, "Wild roses", por cierto segundo sencillo del álbum, es también el segundo mejor tema del disco: pleno de esos detalles tecnológicos que nos habían anticipado, muestran la gran calidad de Nanna como cantante en unas estrofas sumamente graves, con parada incluida antes de explotar en el mejor estribillo del disco, pleno de euforia y nuevamente resaltado por una certera y difícilmente audible guitarra a partir de la segunda estrofa. La pena es que esta demostración de que aún no han perdido la identidad que los encumbró a la fama mundial desde su pequeña isla de origen se ve cortada en seco por "Stuck in gravity": una nueva balada (e interpretada por Ragnar, las comparaciones son odiosas...), que a pesar de esa producción más contemporánea vuelve a frenar en seco el disco, y eso que el sintetizado tramo final con el guiño al título de su primer álbum ("Head is still an animal") mejora un poco el resultado y los resitúa en su plano emocional más característico.
El último tramo de "Fever dream" insiste en este vaivén entre buenos momentos y frenazos poco entendibles, entre su pasado instrumental y creativo y su nuevo presente más atrevido. "Sleepwalker" vuelve a ser otro momento lento y prescindible interpretado mayoritariamente por Ragnar, una melodía de giros obvios, un estribillo hecho a base de trozos, y unos intervalos instrumentales que no dicen nada. En cambio "Wars", reciente tercer sencillo, engancha desde el comienzo gracias a su tensa melodía, su pandereta y su sintetizador etéreo, y sorprende por arrimarse a la pista de baile como ningún otro tema antes en la carrera de los islandeses, gracias a sus baterías de palmada, su piano electrónico de reminiscencias house, sus teclados ochenteros y su tempo relativamente alto, aunque la melodía del estribillo tampoco es del todo redonda. Pero sí muy superior a "Under the dome", otro tema parsimonioso y prescindible a pesar de las voces psicofónicas que aderezan su mediocre estribillo. Y el álbum se cierra con "Soothsayer", aparentemente un intento por mejorar la impresión global del conjunto recurriendo a otro medio tiempo de inclinación rockera y efectos electrónicos, pero el arpegio de guitarra de las partes instrumentales no convence porque sólo cubre dos compases de cada cuatro, y ni las estrofas ni el estribillo sacan buen partido de una progresión armónica que tampoco es nada del otro mundo, por lo que sirve más como recordatorio de las limitaciones creativas del álbum que para otra cosa.
Y es que ésa es la sensación predominante que deja "Fever dream": un álbum irregular, que apunta una interesante evolución musical pero se queda a medio camino por falta de composiciones inspiradas, y que por ese mismo motivo supone un peligroso movimiento en una banda que espacia tanto tiempo sus entregas. Más aún cuando tampoco contiene un sencillo que pueda hacer de revulsivo y tire del carro. Así que vamos a ver si no desencadena la ruptura de la banda, o al menos proyectos paralelos o un nuevo disco que disfrace bajo el retorno a un sonido más convencional el relativo fracaso a nivel de crítica y ventas de este "Fever dream". Una pena, porque Of Monsters and Men aún son capaces de tocarnos la fibra sensible como pocos.
Quizá lo más llamativo sea que una de las fortalezas características de los islandeses, su capacidad para crear estribillos irresistibles, de pleno subidón, escasee en los once temas que conforman esta tercera entrega, y a menudo tengamos que conformarnos con frases entrecortadas o melodías escasas de armonía. Tampoco han llegado al nivel esperado a la hora de crear estrofas introspectivas, de esas que tocan la fibra sensible desde la primera escucha: las hay, pero tampoco abundan. Por no hablar de que Ragnar (la voz masculina, en mi opinión muy inferior a la de Nanna, la vocalista femenina), tiene más protagonismo del deseable como vocalista principal (como sucedía con la voz de Noel Gallaghere en los últimos álbumes de Oasis). Y ni siquiera la secuenciación de los temas ayuda, porque a veces "Fever dream" se vuelve excesivamente parsimonioso, mientras que en su tramo central exuda energía y ritmos casi bailables. Afortunadamente, cuatro años dan tiempo para encontrar la inspiración compositiva, y algunas canciones sí nos recuerdan el tremendo impacto a nivel de crítica y ventas que tuvieron los islandeses a comienzos de década.
El álbum se abre con "Alligator", también escogido como primer sencillo: un tema enérgico, mucho menos electrónico de lo que sus declaraciones anticipaban aunque menos convencional instrumentalmente de lo habitual en ellos, no del todo representativo del resto del disco, y que deja con la sensación de "bueno, no está mal, pero cuatro años para esto...". Aunque comparativamente crece frente a "Ahay", la primera balada del disco ya en el segundo corte. Ahora sí más electrónica en su producción, sus estrofas son realmente flojas (cuando empiezan parece que Ragnar está declamando una frase a modo de introducción), y resulta dulzonamente obvia, siendo lo único salvable la parte nueva interpretada por Nanna. Pero por si la dinámica del disco no se había ralentizado peligrosamente, el tercer corte es "Róróró", otra balada, esta vez más acústica, aunque en este caso mucho más sentida, de una desolación más creíble, sobre todo en unas estrofas que Nanna interpreta maravillosamente, y en una parte nueva casi instrumental en el que un relativamente sencillo arpegio de guitarra y un teclado lejano ponen la piel de gallina. Lo malo es que el cuarto corte vuelve a ser un lento, "Waiting for the snow", con una melodía difícil de interpretar sobre el típico piano, un estribillo algo más entonado que los tres temas anteriores, pero sin sorpresas que eviten el amodorramiento.
Y cuando uno ya está a punto de pulsar el botón de "eject" surge el tramo más disfrutable y dinámico del álbum. Que se inicia con "Vulture, vulture", sin duda el mejor tema del disco: un excelente (y hasta ahora nada habitual en ellos) teclado en una tonalidad diferente de la de la progresión armónica que abre paso a unas estrofas oscuras en su melodía y en su letra, la primera cantada por Ragnar y la segunda por Nanna, con un saludable punto ochentero, y un estribillo estridente que sí mira de frente a los mejores de sus primeros discos, con mención especial para esa extraña guitarra rockera que resalta el conjunto. Lástima que no dure ni tres minutos. Aunque el siguiente corte, "Wild roses", por cierto segundo sencillo del álbum, es también el segundo mejor tema del disco: pleno de esos detalles tecnológicos que nos habían anticipado, muestran la gran calidad de Nanna como cantante en unas estrofas sumamente graves, con parada incluida antes de explotar en el mejor estribillo del disco, pleno de euforia y nuevamente resaltado por una certera y difícilmente audible guitarra a partir de la segunda estrofa. La pena es que esta demostración de que aún no han perdido la identidad que los encumbró a la fama mundial desde su pequeña isla de origen se ve cortada en seco por "Stuck in gravity": una nueva balada (e interpretada por Ragnar, las comparaciones son odiosas...), que a pesar de esa producción más contemporánea vuelve a frenar en seco el disco, y eso que el sintetizado tramo final con el guiño al título de su primer álbum ("Head is still an animal") mejora un poco el resultado y los resitúa en su plano emocional más característico.
El último tramo de "Fever dream" insiste en este vaivén entre buenos momentos y frenazos poco entendibles, entre su pasado instrumental y creativo y su nuevo presente más atrevido. "Sleepwalker" vuelve a ser otro momento lento y prescindible interpretado mayoritariamente por Ragnar, una melodía de giros obvios, un estribillo hecho a base de trozos, y unos intervalos instrumentales que no dicen nada. En cambio "Wars", reciente tercer sencillo, engancha desde el comienzo gracias a su tensa melodía, su pandereta y su sintetizador etéreo, y sorprende por arrimarse a la pista de baile como ningún otro tema antes en la carrera de los islandeses, gracias a sus baterías de palmada, su piano electrónico de reminiscencias house, sus teclados ochenteros y su tempo relativamente alto, aunque la melodía del estribillo tampoco es del todo redonda. Pero sí muy superior a "Under the dome", otro tema parsimonioso y prescindible a pesar de las voces psicofónicas que aderezan su mediocre estribillo. Y el álbum se cierra con "Soothsayer", aparentemente un intento por mejorar la impresión global del conjunto recurriendo a otro medio tiempo de inclinación rockera y efectos electrónicos, pero el arpegio de guitarra de las partes instrumentales no convence porque sólo cubre dos compases de cada cuatro, y ni las estrofas ni el estribillo sacan buen partido de una progresión armónica que tampoco es nada del otro mundo, por lo que sirve más como recordatorio de las limitaciones creativas del álbum que para otra cosa.
Y es que ésa es la sensación predominante que deja "Fever dream": un álbum irregular, que apunta una interesante evolución musical pero se queda a medio camino por falta de composiciones inspiradas, y que por ese mismo motivo supone un peligroso movimiento en una banda que espacia tanto tiempo sus entregas. Más aún cuando tampoco contiene un sencillo que pueda hacer de revulsivo y tire del carro. Así que vamos a ver si no desencadena la ruptura de la banda, o al menos proyectos paralelos o un nuevo disco que disfrace bajo el retorno a un sonido más convencional el relativo fracaso a nivel de crítica y ventas de este "Fever dream". Una pena, porque Of Monsters and Men aún son capaces de tocarnos la fibra sensible como pocos.
jueves, 29 de agosto de 2019
Bleached: "Don't you think you've had enough?" (2019)
Tras el paréntesis vacacional toca retomar las reseñas de algunos de los álbumes más interesantes de este 2019. Entre los cuales se encuentra sin duda "Don't you think you've had enough?", el tercer álbum de Bleached, o lo que es lo mismo las californianas Jennifer y Jessica Clavin. Un álbum que se ha hecho esperar más de tres años desde aquel "Welcome the worms" que reseñé en este mismo blog (si bien la espera se ha hecho más llevadera gracias a "Can You Deal?", su EP de 2017). En todo caso una espera que ha estado plenamente justificada: Bleached siguen manteniendo la capacidad de sonar originales y creativas (con lo complicado que es a estas alturas de la historia del punk-rock...), pero en esta última entrega han evolucionado sabiamente su propuesta hacia otros ámbitos como el funk-rock o incluso un pop medianamente bailable sin por ello perder su acusada personalidad, ni venderse a las tendencias actuales más prescindibles.
Probablemente la clave de este saludable equilibrio entre pasado y presente resida en su capacidad como compositoras. Y es que cualquier álbum de las Clavin es una incitación a apreciar todo lo que pueden dar de sí unos inesperados cambios de tonalidad o unos arreglos que logran encajar en un mismo tema tramos aparentemente irreconciliables. Pero es que además saben mirar al pasado para coger inspiración sin que exista peligro de revival, y todo ello en unos temas de duraciones siempre contenidas. De suerte que "Don't you think you've had enough?" sólo dura 39 minutos, pero entre sus doce canciones hay propuestas que en manos de una banda menos talentosa serviría para dos o tres discos. Eso sí, no es oro todo lo que reluce y también nos toparemos con alguna que otra composición menor, que incluso ha visto la luz en formato sencillo.
No es el caso de "Heartbeat Away", el tema que abre el disco y uno de mis favoritos: un medio tiempo de ritmo marcado y guitarra principal distorsionada contundente y fácilmente integrable en el sonido de la banda, con un fantástico estribillo (si bien tal vez excesivamente deudor de la clásica "Only in dreams" de Weezer), y que de manera sorprendente evoluciona a una parte nueva casi onírica (intervalo instrumental incluido), y que de manera más sorprendente todavía saben reconducir de vuelta a la repetición final del estribillo y al arpegio de guitarra con el que se cierra. Pero sí de "Hard to Kill", el segundo sencillo: más orientado hacia el funky en sus rítmicas guitarras, su atmósfera un tanto oscura no termina de encajar con el "silbidito" que preside los tramos instrumentales. Bastante más interesante es en mi opinión "Daydream", original en su comienzo pero que en seguida resulta ser un clásico tema de punk-rock, probablemente el más respetuoso con el resto de su discografía: rabia contagiosa con un estribillo coreable que cambia el ritmo de la batería poco menos que con cada frase, y una brillante de manera de enlazar de vuelta con las estrofas. "I Get What I Need" es el segundo de esos temas menores a los que me refería (a mí me recuerda a los primeros tiempos de Siouxie and The Banshees con su ritmo entrecortado y su instrumentación un tanto desnuda), pero afortunadamente dura poco más de cien segundos.
El tramo central del álbum me parece el más inspirado: "Somebody Dial 911" es la primera aproximación al universo pop, con un bonito arpegio de bajo al comienzo, una declaración de amor sobre unas estrofas melódicas soportadas por un bajo slap y unos adornos de guitarra muy originales, unos teclados claramente perceptibles para dar más luz al conjunto y un estribillo que con una naturalidad apabullante añade frases extra a partir de su segunda repetición. "Kiss you goodbye", recientemente escogido como tercer sencillo, es otro buen momento, algo así como una puesta al día de lo que hacían Blondie a finales de los setenta (de hecho es fácil confundir a Jennifer con Debbie Harry en las estrofas): ni punk, ni pop, ni disco, sino una infecciosa mezcla de todo lo anterior, con una extrañísima parte nueva, una subida de tono en los últimos estribillos y un tramo instrumental final presidido por un teclado que, aunque pueda parecer lo contrario, funcionan. Aunque debo reconocer que prefiero "Rebound City", punk-rock luminoso y trabajado compositivamente con una simpática historia sobre cuatro posibles novios cuya letra cambia en la última repetición del estribillo, y que contiene el mejor solo de guitarra del disco. Y sobre todo "Silly Girl", mi canción favorita del álbum (y posiblemente también de las hermanas, dado que el largo título del álbum es precisamente una de las frases de su estribillo), un medio tiempo de pop intimista y evocador en las estrofas que se acerca en el estribillo al indie-rock de principios de los noventa gracias a la distorsión en voz y guitarra principal, y que es apto incluso para la pista de baile. Lástima que dure tan poco.
El último tercio del disco baja un poquito el nivel pero aun así resulta convincente. "Valley to LA" es su más claro acercamiento al country-rock en estrofas e intervalos instrumentales, si bien su estribillo pegadizo y colorista la mantiene en el terreno del punk-rock californiano. "Real life" es un tema directo, energizante, que es capaz de maridar unas estrofas que son puro punk con un puente sorprendente melódico sobre un teclado envolvente, y terminar de rematar el conjunto con un estribillo disfrutable a medio camino entre ambos. "Awkward Phase" es una evocadora historia que recuerda los primeros escarceos amorosos en la adolescencia, construida sobre un bajo y guitarra clásicos en las estrofas, y que deviene en otro estribillo muy tarareable típico del dúo. Y el álbum lo cierra curiosamente el que fue su primer sencillo, "Shitty Ballet", que juega la carta de la ruptura estilística ya que durante sus tres primeros minutos es un tema acústico a dos voces sobre una sencilla guitarra acústica, eso sí con una melodía de giros extraños en las estrofas y mucho más clásica y disfrutable en el estribillo. Y que se guarda para el final la sorpresa de la repetición del estribillo con toda la energía, la distorsión y la parafernalia rockera del resto de la banda.
Como suele suceder con los álbums de Bleached, múltiples escuchas de este "Don't you think you've had enough?" permiten seguir descubriendo nuevos detalles, guiños, giros en las letras y su especial habilidad con los arreglos. Pero sobre todo debo resaltar su capacidad para insuflar aires nuevos a la música escrita e interpretada con guitarras: hace unos pocos meses me quejaba en una amarga entrada del declive de la música rock, y justo han venido las hermanas Clavin a devolverme la confianza en que el género aún no está completamente agotado, en que sólo necesita talento y las ideas claras. Es una lástima que su propuesta siga siendo tan minoritaria: merecerían ser cabeza de cartel de los mejores festivales de verano, pero ya sabemos que la invasión del reguetón y los viejos dinosaurios han cerrado las puertas de estos eventos a la buena música contemporánea. Aunque esté hecha con guitarras.
Probablemente la clave de este saludable equilibrio entre pasado y presente resida en su capacidad como compositoras. Y es que cualquier álbum de las Clavin es una incitación a apreciar todo lo que pueden dar de sí unos inesperados cambios de tonalidad o unos arreglos que logran encajar en un mismo tema tramos aparentemente irreconciliables. Pero es que además saben mirar al pasado para coger inspiración sin que exista peligro de revival, y todo ello en unos temas de duraciones siempre contenidas. De suerte que "Don't you think you've had enough?" sólo dura 39 minutos, pero entre sus doce canciones hay propuestas que en manos de una banda menos talentosa serviría para dos o tres discos. Eso sí, no es oro todo lo que reluce y también nos toparemos con alguna que otra composición menor, que incluso ha visto la luz en formato sencillo.
No es el caso de "Heartbeat Away", el tema que abre el disco y uno de mis favoritos: un medio tiempo de ritmo marcado y guitarra principal distorsionada contundente y fácilmente integrable en el sonido de la banda, con un fantástico estribillo (si bien tal vez excesivamente deudor de la clásica "Only in dreams" de Weezer), y que de manera sorprendente evoluciona a una parte nueva casi onírica (intervalo instrumental incluido), y que de manera más sorprendente todavía saben reconducir de vuelta a la repetición final del estribillo y al arpegio de guitarra con el que se cierra. Pero sí de "Hard to Kill", el segundo sencillo: más orientado hacia el funky en sus rítmicas guitarras, su atmósfera un tanto oscura no termina de encajar con el "silbidito" que preside los tramos instrumentales. Bastante más interesante es en mi opinión "Daydream", original en su comienzo pero que en seguida resulta ser un clásico tema de punk-rock, probablemente el más respetuoso con el resto de su discografía: rabia contagiosa con un estribillo coreable que cambia el ritmo de la batería poco menos que con cada frase, y una brillante de manera de enlazar de vuelta con las estrofas. "I Get What I Need" es el segundo de esos temas menores a los que me refería (a mí me recuerda a los primeros tiempos de Siouxie and The Banshees con su ritmo entrecortado y su instrumentación un tanto desnuda), pero afortunadamente dura poco más de cien segundos.
El tramo central del álbum me parece el más inspirado: "Somebody Dial 911" es la primera aproximación al universo pop, con un bonito arpegio de bajo al comienzo, una declaración de amor sobre unas estrofas melódicas soportadas por un bajo slap y unos adornos de guitarra muy originales, unos teclados claramente perceptibles para dar más luz al conjunto y un estribillo que con una naturalidad apabullante añade frases extra a partir de su segunda repetición. "Kiss you goodbye", recientemente escogido como tercer sencillo, es otro buen momento, algo así como una puesta al día de lo que hacían Blondie a finales de los setenta (de hecho es fácil confundir a Jennifer con Debbie Harry en las estrofas): ni punk, ni pop, ni disco, sino una infecciosa mezcla de todo lo anterior, con una extrañísima parte nueva, una subida de tono en los últimos estribillos y un tramo instrumental final presidido por un teclado que, aunque pueda parecer lo contrario, funcionan. Aunque debo reconocer que prefiero "Rebound City", punk-rock luminoso y trabajado compositivamente con una simpática historia sobre cuatro posibles novios cuya letra cambia en la última repetición del estribillo, y que contiene el mejor solo de guitarra del disco. Y sobre todo "Silly Girl", mi canción favorita del álbum (y posiblemente también de las hermanas, dado que el largo título del álbum es precisamente una de las frases de su estribillo), un medio tiempo de pop intimista y evocador en las estrofas que se acerca en el estribillo al indie-rock de principios de los noventa gracias a la distorsión en voz y guitarra principal, y que es apto incluso para la pista de baile. Lástima que dure tan poco.
El último tercio del disco baja un poquito el nivel pero aun así resulta convincente. "Valley to LA" es su más claro acercamiento al country-rock en estrofas e intervalos instrumentales, si bien su estribillo pegadizo y colorista la mantiene en el terreno del punk-rock californiano. "Real life" es un tema directo, energizante, que es capaz de maridar unas estrofas que son puro punk con un puente sorprendente melódico sobre un teclado envolvente, y terminar de rematar el conjunto con un estribillo disfrutable a medio camino entre ambos. "Awkward Phase" es una evocadora historia que recuerda los primeros escarceos amorosos en la adolescencia, construida sobre un bajo y guitarra clásicos en las estrofas, y que deviene en otro estribillo muy tarareable típico del dúo. Y el álbum lo cierra curiosamente el que fue su primer sencillo, "Shitty Ballet", que juega la carta de la ruptura estilística ya que durante sus tres primeros minutos es un tema acústico a dos voces sobre una sencilla guitarra acústica, eso sí con una melodía de giros extraños en las estrofas y mucho más clásica y disfrutable en el estribillo. Y que se guarda para el final la sorpresa de la repetición del estribillo con toda la energía, la distorsión y la parafernalia rockera del resto de la banda.
Como suele suceder con los álbums de Bleached, múltiples escuchas de este "Don't you think you've had enough?" permiten seguir descubriendo nuevos detalles, guiños, giros en las letras y su especial habilidad con los arreglos. Pero sobre todo debo resaltar su capacidad para insuflar aires nuevos a la música escrita e interpretada con guitarras: hace unos pocos meses me quejaba en una amarga entrada del declive de la música rock, y justo han venido las hermanas Clavin a devolverme la confianza en que el género aún no está completamente agotado, en que sólo necesita talento y las ideas claras. Es una lástima que su propuesta siga siendo tan minoritaria: merecerían ser cabeza de cartel de los mejores festivales de verano, pero ya sabemos que la invasión del reguetón y los viejos dinosaurios han cerrado las puertas de estos eventos a la buena música contemporánea. Aunque esté hecha con guitarras.
jueves, 18 de julio de 2019
Madonna: "Madame X (Deluxe Edition)" (2019)
El pasado mes de junio ha visto la luz "Madame X", el decimoquinto álbum de estudio de Madonna, probablemente el mayor icono de la música pop aún en activo. Un disco que ha tardado más de cuatro años en dar continuidad a su flojo "Rebel heart". Y que para mí al menos había generado grandes expectativas desde el momento en que supe que, para su elaboración, la Ciccione había vuelto a reclutar a Mirwais Ahmadzaï. Porque para mí los trabajos con el productor francés han sido (con permiso de la época dorada con Patrick Leonard durante la segunda mitad de los ochenta) los mejores en su carrera: por activa y por pasiva he defendido que "American life", su incomprendido álbum de 2003 hecho íntegramente junto con Mirwais, sigue siendo el mejor de su discografía, y sigue sonando aún fresco y lleno de talento muchos años después. Así que confiaba en encontrarme con una obra de igual calibre. Pero desgraciamente "Madame X" queda muy por debajo. No sólo eso; en dura pugna con "I'm breathless" (1990), lucha por convertirse en el peor álbum de su carrera. Tal cual. Y ni siquiera encontraremos en él un tema estrella del nivel de "Vogue" que lo salve de la debacle, como sucedía en aquél.
Es cierto que en la edición "Deluxe" que estoy reseñando sólo la mitad de los temas llevan la firma de Madonna y Mirwais; la otra mitad está compuesta o producida por otros colaboradores como Mike Dean, Diplo o Jason Evigan. Pero ni siquiera esas canciones de M&M forman parte de lo mejor de "Madame X"; al contrario, muchas de ellas quedan lejos de la originalidad en la producción y la explosiva mezcla de guitarras acústicas y sintetizadores imposibles que caracterizaban sus colaboraciones de antaño, y simplemente tratan de suplirla con una especie de art-pop deslavazado e inconexo, realmente difícil de disfrutar. Por otra parte, el álbum pone claramente de manifiesto que "Madame X" ha renunciado a marcar tendencias (musicales y estilísticas) como hizo durante tantos años, y simplemente trata de suplir esa carencia arrimándose desesperadamente a lo que más fuerte esté pegando en el maltrecho panorama musical. Aunque eso signifique abrazar incluso el infame reguetón.
Porque este decepcionante álbum se abre con el si cabe más decepcionante aún primer sencillo, ese "Medellín" a medias con Maluma, que naufraga en su intento por maridar el reguetón más comercial y el pop etéreo y envolvente de la época "Ray of light", y que ha dado como resultado el sencillo de menor pegada comercial en la carrera de ambos, además de la evidencia de que para los seguidores de la ambición rubia "no todo vale" a la hora de intentar recuperar presencia en las listas de ventas. Un fracaso estrepitoso como primer sencillo, y para el que sin embargo no había grandes alternativas en el resto del disco. Porque ya desde el segundo corte, la prometedora en su primera parte y luego delirante "Dark ballet", cada escucha se vuelve una lucha sin éxito por encontrar esas grandes canciones que siempre ha habido en todos los álbumes de la diva. Si bien es cierto que podremos encontrar retazos de buenas composiciones, como las dos primeras de las tres canciones que en realidad conforman "God control": esa sobredosis de auto-tune casi declamada y cíclica que desemboca después en un sobrecogedor coro... para luego devenir en su tercera parte en una vulgar imitación del "New York City boy" de Pet Shop Boys, mezcla de disco ochentero y philly setentero, pero con una melodía mucho más pobre, y que además no encaja en absoluto con las dos partes anteriores, como el coro superpuesto al final se encarga de dejar patente. El comienzo de "Future" es relativamente prometedor, pero en seguida descubriremos que se trata de un dub demasiado lento que repite sin variación durante cuatro minutos la misma progresión armónica, con una instrumentación pobre y una sección de viento nada bien encajada en el conjunto.
Más floja es si cabe "Batuka", una melodía simplísima y ultra-repetitiva de clara inspiración étnica sobre un colchón de tambores interpretado por el colectivo portugués Batukadeiras. "Killers Who Are Partying" podría ser esa gran canción que estamos buscando: su letra (la más comprometida, a contracorriente y provocativa del álbum), tiene el nivel suficiente, compositivamente está trabajada y se nota la mano de Mirwais en que su guitarra y su batería programada (cuando por fin entra) son originales. Pero vuelve a ser demasiado lenta, un poco monótona, más larga de lo deseable, y el estribillo en portugués no es coartada suficiente. Así que no es hasta el séptimo corte ("Crave", con una pequeña participación vocal del rapero Swae Lee) cuando al fin nos convencemos de que estamos ante un álbum de la Ciccione: un tema lo suficientemente inspirado como para que su elección como segundo sencillo y "tema estrella" alternativo por si fallaba "Medellín" fuera obvia. Una vez más de ritmo lento, pero dulce, íntimo, romántico, con una bonita melodía, en la línea de "X-Static Process" aunque con menos nivel, le falta un estribillo más definido y le falla una mejor evolución instrumental a lo largo de su minutaje para haberse convertido en un nuevo "clásico" de su discofragía. Desgraciadamente "Crazy" vuelve a suponer un bajón, y sin ser realmente un mal tema, vuelve a arrimarse a ritmos que no son del gusto de los seguidores de la diva, y resulta anodino y hasta un poco reiterativo a la hora de cantar en portugués.
"Come Alive" se aleja de los parámetros globales del álbum e insufla por ello una pequeña dosis de energía en medio de tanta lentitud y mediocridad: algo más rápida sin llegar a ser bailable, está estructurada sobre una melodía más elaborada y definida, y sobre todo la variación de la progresión armónica en el estribillo le da puntos, aunque Madonna no la canta nada bien, con una voz demasiado nasal que puede resultar cargante. "Extreme Occident", a pesar de que vuelve a ser más lenta de lo esperado, empieza bien, con su progresión armónica de acordes menores que en la primera estrofa llevan un synclavier y en la segunda estrofa un piano, pero los bongos que "interrumpen" el tema a la mitad cortan un poco el desarrollo, y los fraseos en portugués (¡otra vez!) cerca del final hacen que no termine de cuajar. Aunque por supuesto se trata de un tema más interesante que "Faz Gostoso", una horrible versión, con sección de samba incluida, del tema original en portugués de la brasileña Blaya, y que refleja lo perdida que anda musicalmente Madonna. Desconcierto que confirma "Bitch I'm loca", el segundo reguetón y la segunda colaboración con Maluma, más epatante y prescindible si cabe que "Medellín". Para hacer la escucha secuencial más difícil, el salto estilístico que pega "Madame X" en el siguiente corte ("I Don't Search I Find") es de los que cuesta digerir: al fin un tema bailable y de ritmo binario más convencional, pero que a pesar de los esfuerzos de Mirwais se queda en una pobre evocación del "Bedtime story" con el que Madonna jugó a ser Björk hace un cuarto de siglo.
Y cuando ya parece que lo mejor es que tiremos la toalla e interrumpamos "Madame X", los dos temas finales justifican haber aguantado tanta lentitud y tantas influencias latinas: "Looking for Mercy" es una convincente aproximación a la época de William Orbit y "Ray Of light": lento, sí, pero con un bombo prominente, un certero colchón de teclados, una melodía bien trabajada sobre una introspectiva progresión armónica y arreglos de cuerda para completar el conjunto; sólo falla un estribillo un tanto cansino. Y el cierre, "I Rise" es, ahora sí, el tema que estábamos buscando: un medio tiempo oscuro, incisivo, que tal vez se parezca un poco más de la cuenta a "Frozen", pero que cuenta con una interesantísima y difícil de encajar en el conjunto guitarra eléctrica, y una parafernalia de efectos en la percusión que complementan la melodía más conseguida del disco, por fin con un estribillo de nivel en el que la mezcla de voces reverberadas y auto-tune hace maravillas. Y que de manera lógica fue escogido por Madonna como el sencillo promocional de "Madame X".
Este pequeño arreón final no debe ocultar que de quince temas hay apenas cuatro dignos de la trayectoria de la diva, y sólo uno que se acerca a lo que se espera de cualquiera de sus sencillos (en la edición limitada hay otro tema recomendable, "Funana", hecho con Mirwais). Demasiado lento, obsesionado por arrimarse a los aires latinos aunque estos carezcan de la calidad suficiente para asimilarlos en su discografía, fatigoso a la hora de meter frases en portugués en cualquier parte, con experimentos que naufragan a la hora de encajar distintas canciones dentro de un mismo tema, sin una línea estilística definida, obligándonos a pulsar el botón de "forward" unas cuantas veces... Sé que con sesenta años probablemente no deberíamos exigirle a la estadounidense demasiado, y tendríamos que contentarnos con que aún siga en activo, no se haya auto-destruído como tantos compañeros de generación y siga renunciando a vivir de las rentas. Pero cuatro años de preparativos, y tanto colaborador estelar, deberían haber dado para bastante más.
Es cierto que en la edición "Deluxe" que estoy reseñando sólo la mitad de los temas llevan la firma de Madonna y Mirwais; la otra mitad está compuesta o producida por otros colaboradores como Mike Dean, Diplo o Jason Evigan. Pero ni siquiera esas canciones de M&M forman parte de lo mejor de "Madame X"; al contrario, muchas de ellas quedan lejos de la originalidad en la producción y la explosiva mezcla de guitarras acústicas y sintetizadores imposibles que caracterizaban sus colaboraciones de antaño, y simplemente tratan de suplirla con una especie de art-pop deslavazado e inconexo, realmente difícil de disfrutar. Por otra parte, el álbum pone claramente de manifiesto que "Madame X" ha renunciado a marcar tendencias (musicales y estilísticas) como hizo durante tantos años, y simplemente trata de suplir esa carencia arrimándose desesperadamente a lo que más fuerte esté pegando en el maltrecho panorama musical. Aunque eso signifique abrazar incluso el infame reguetón.
Porque este decepcionante álbum se abre con el si cabe más decepcionante aún primer sencillo, ese "Medellín" a medias con Maluma, que naufraga en su intento por maridar el reguetón más comercial y el pop etéreo y envolvente de la época "Ray of light", y que ha dado como resultado el sencillo de menor pegada comercial en la carrera de ambos, además de la evidencia de que para los seguidores de la ambición rubia "no todo vale" a la hora de intentar recuperar presencia en las listas de ventas. Un fracaso estrepitoso como primer sencillo, y para el que sin embargo no había grandes alternativas en el resto del disco. Porque ya desde el segundo corte, la prometedora en su primera parte y luego delirante "Dark ballet", cada escucha se vuelve una lucha sin éxito por encontrar esas grandes canciones que siempre ha habido en todos los álbumes de la diva. Si bien es cierto que podremos encontrar retazos de buenas composiciones, como las dos primeras de las tres canciones que en realidad conforman "God control": esa sobredosis de auto-tune casi declamada y cíclica que desemboca después en un sobrecogedor coro... para luego devenir en su tercera parte en una vulgar imitación del "New York City boy" de Pet Shop Boys, mezcla de disco ochentero y philly setentero, pero con una melodía mucho más pobre, y que además no encaja en absoluto con las dos partes anteriores, como el coro superpuesto al final se encarga de dejar patente. El comienzo de "Future" es relativamente prometedor, pero en seguida descubriremos que se trata de un dub demasiado lento que repite sin variación durante cuatro minutos la misma progresión armónica, con una instrumentación pobre y una sección de viento nada bien encajada en el conjunto.
Más floja es si cabe "Batuka", una melodía simplísima y ultra-repetitiva de clara inspiración étnica sobre un colchón de tambores interpretado por el colectivo portugués Batukadeiras. "Killers Who Are Partying" podría ser esa gran canción que estamos buscando: su letra (la más comprometida, a contracorriente y provocativa del álbum), tiene el nivel suficiente, compositivamente está trabajada y se nota la mano de Mirwais en que su guitarra y su batería programada (cuando por fin entra) son originales. Pero vuelve a ser demasiado lenta, un poco monótona, más larga de lo deseable, y el estribillo en portugués no es coartada suficiente. Así que no es hasta el séptimo corte ("Crave", con una pequeña participación vocal del rapero Swae Lee) cuando al fin nos convencemos de que estamos ante un álbum de la Ciccione: un tema lo suficientemente inspirado como para que su elección como segundo sencillo y "tema estrella" alternativo por si fallaba "Medellín" fuera obvia. Una vez más de ritmo lento, pero dulce, íntimo, romántico, con una bonita melodía, en la línea de "X-Static Process" aunque con menos nivel, le falta un estribillo más definido y le falla una mejor evolución instrumental a lo largo de su minutaje para haberse convertido en un nuevo "clásico" de su discofragía. Desgraciadamente "Crazy" vuelve a suponer un bajón, y sin ser realmente un mal tema, vuelve a arrimarse a ritmos que no son del gusto de los seguidores de la diva, y resulta anodino y hasta un poco reiterativo a la hora de cantar en portugués.
"Come Alive" se aleja de los parámetros globales del álbum e insufla por ello una pequeña dosis de energía en medio de tanta lentitud y mediocridad: algo más rápida sin llegar a ser bailable, está estructurada sobre una melodía más elaborada y definida, y sobre todo la variación de la progresión armónica en el estribillo le da puntos, aunque Madonna no la canta nada bien, con una voz demasiado nasal que puede resultar cargante. "Extreme Occident", a pesar de que vuelve a ser más lenta de lo esperado, empieza bien, con su progresión armónica de acordes menores que en la primera estrofa llevan un synclavier y en la segunda estrofa un piano, pero los bongos que "interrumpen" el tema a la mitad cortan un poco el desarrollo, y los fraseos en portugués (¡otra vez!) cerca del final hacen que no termine de cuajar. Aunque por supuesto se trata de un tema más interesante que "Faz Gostoso", una horrible versión, con sección de samba incluida, del tema original en portugués de la brasileña Blaya, y que refleja lo perdida que anda musicalmente Madonna. Desconcierto que confirma "Bitch I'm loca", el segundo reguetón y la segunda colaboración con Maluma, más epatante y prescindible si cabe que "Medellín". Para hacer la escucha secuencial más difícil, el salto estilístico que pega "Madame X" en el siguiente corte ("I Don't Search I Find") es de los que cuesta digerir: al fin un tema bailable y de ritmo binario más convencional, pero que a pesar de los esfuerzos de Mirwais se queda en una pobre evocación del "Bedtime story" con el que Madonna jugó a ser Björk hace un cuarto de siglo.
Y cuando ya parece que lo mejor es que tiremos la toalla e interrumpamos "Madame X", los dos temas finales justifican haber aguantado tanta lentitud y tantas influencias latinas: "Looking for Mercy" es una convincente aproximación a la época de William Orbit y "Ray Of light": lento, sí, pero con un bombo prominente, un certero colchón de teclados, una melodía bien trabajada sobre una introspectiva progresión armónica y arreglos de cuerda para completar el conjunto; sólo falla un estribillo un tanto cansino. Y el cierre, "I Rise" es, ahora sí, el tema que estábamos buscando: un medio tiempo oscuro, incisivo, que tal vez se parezca un poco más de la cuenta a "Frozen", pero que cuenta con una interesantísima y difícil de encajar en el conjunto guitarra eléctrica, y una parafernalia de efectos en la percusión que complementan la melodía más conseguida del disco, por fin con un estribillo de nivel en el que la mezcla de voces reverberadas y auto-tune hace maravillas. Y que de manera lógica fue escogido por Madonna como el sencillo promocional de "Madame X".
Este pequeño arreón final no debe ocultar que de quince temas hay apenas cuatro dignos de la trayectoria de la diva, y sólo uno que se acerca a lo que se espera de cualquiera de sus sencillos (en la edición limitada hay otro tema recomendable, "Funana", hecho con Mirwais). Demasiado lento, obsesionado por arrimarse a los aires latinos aunque estos carezcan de la calidad suficiente para asimilarlos en su discografía, fatigoso a la hora de meter frases en portugués en cualquier parte, con experimentos que naufragan a la hora de encajar distintas canciones dentro de un mismo tema, sin una línea estilística definida, obligándonos a pulsar el botón de "forward" unas cuantas veces... Sé que con sesenta años probablemente no deberíamos exigirle a la estadounidense demasiado, y tendríamos que contentarnos con que aún siga en activo, no se haya auto-destruído como tantos compañeros de generación y siga renunciando a vivir de las rentas. Pero cuatro años de preparativos, y tanto colaborador estelar, deberían haber dado para bastante más.
lunes, 17 de junio de 2019
Mating Ritual: "Hot content" (2019)
Es sorprendente la prolificidad de Ryan Marshall Lawhon, el carismático líder de los estadounidenses Mating Ritual: aún no hace un año que reseñé en este humilde blog su segundo álbum ("Light myself on fire", 2018) que a su vez había visto la luz apenas un año después de su álbum de debut ("How you gonna stop it?", 2017), y aquí estoy reseñando el que es ya su tercer disco. Cuesta encontrar en el panorama alternativo contemporáneo un caso tan extremo de velocidad a la hora de construir una discografía. Y si el año pasado intentaba encontrar la justificación para tal derroche creativo en temas que se hubieran quedado al margen de su álbum de debut, o en que el resultado final del mismo no hubiera sido del todo satisfactorio para la banda, este año he optado por no buscar explicaciones: Ryan simplemente tenía otra vez suficientes canciones listas, y las ha grabado junto a su hermano Taylor y el resto de la banda, para publicarlas hace unas semanas.
¿Y el resultado? Pues por increíble que parezca, el álbum es lo suficientemente coherente y elaborado como para que parezca que han gastado dos o tres años para crearlo. Estilísticamente se sitúa a medio camino entre el más guitarrero y luminoso "How you gonna stop it?" y el más sintético y oscuro "Light myself on fire". Y si lo evaluamos globalmente, creo que es ligeramente inferior a éste, aunque claramente superior a aquél. Pero en todo caso vuelve a ser un soplo de aire fresco entre tanta mediocridad, con su pop de tintes clásicos, sus irresistibles estribillos y la sorprendente personalidad que saben conferir a cada una de sus canciones. Once esta vez, treinta y siete minutos que saben a poco.
El primer tema ("A beginning (descent)") es en realidad un breve y sin embargo atrayente prólogo que da paso al que para mí es el mejor tema del disco: "U.N.I.", también tercer sencillo, es una de esas canciones que te atrapa desde su primer escucha y que a la vez parece una versión de algún clásico por descubrir gracias a su perfección compositiva. Pop clásico en su estructura, con guitarras de inspiración funky, un bajo sintetizado que le acerca al electro-pop, apta para el baile y sobre todo con un estribillo maravilloso (cambio de tonalidad incluida), que sólo iguala el precioso intervalo instrumental. Tras semejante exhibición sólo es posible ir a peor, pero el caso es que "Panic attack" mantiene bastante bien el tipo: unas estrofas un tanto frías y extrañas con protagonismo especial para la percusión al final de cada verso, que en cuanto dan paso al puente (perfectamente arreglado) ya anticipan el excelente estribillo, tan rabioso como tarareable, y en el que guitarras y teclados tejen un colchón original y muy compensado, como puede apreciarse en la repetición instrumental final. "Falling back" fue el segundo sencillo: una sencilla caja de ritmos y un comienzo algo más suave y sintético en sus estrofas, que en el puente transita con otro meritorio arreglo a un doble estribillo crudo y de aires ochenteros que crece cuando entra el arpegio de guitarra, y que sorprende por su certera producción en su repetición sin apenas instrumentos cerca del final.
"Future now" exalta la vena ruidista gracias las distorsiones de guitarra y la voz de Ryan prácticamente gritando, y la conjuga hábilmente con una curiosa mezcla de teclados juguetones y guiños a los ochenta, gracias a un puente que es capaz de encajar estos mundos aparentemente separados, y a un estribillo instrumental que intercambia ruido por melodía. "Boys don't have to be boys", el siguiente corte, es un medio tiempo recupera en parte la vena étnica que se asomó con gusto en su anterior disco, gracias a las marimbas de su comienzo y su estribillo, si bien lo importante es que estamos ante otra progresión armónica muy bien armonizada, incluyendo esa especie de estribillo alternativo en su segunda repetición, las mejores estrofas del álbum, y quizá también la mejor instrumentación. Le sigue "The name of love", la primera de las dos baladas del disco, y la más elaborada instrumentalmente. Es un tema al que en realidad se le pueden poner pocos peros, pero el limitado registro de la voz de Ryan no es el más idóneo para esta historia de desazón, y la superposición de meritorios sintetizadores (pitch y auto-tune mediante) no termina de compensar el conjunto. Aunque tampoco podemos hablar un mal tema.
El último tramo del álbum lo inicia "October lover", la canción que anticipó el álbum. Que aunque se trata de un tema original, algo así como The Killers meets The Cure, con ese pop enérgico y luminoso que equilibra guitarras y teclados con bajo y baterías convencionales, resulta algo vacuo a causa de ese estribillo en falsete que casi parece cantado por un niño y que le resta credibilidad al resultado. "Good God Regina is a bomb", la canción más corta del álbum, me parece bastante más interesante. Se trata del tema más rápido del disco, puro power pop que rehúye de la simpleza instrumental y la suple por esos intervalos instrumentales que hacen las veces de estribillo y que provocan un subidón de adrenalina. "Stupid romantic things", el penúltimo corte, es la segunda balada del disco, algo más convencional que la anterior, y que cuenta con su largo estribillo (quizá repetido en exceso) como mejor baza, aunque ni la voz en falsete de Ryan ni los abundantes pasajes instrumentales, un tanto derivativos, terminan de enganchar. Afortundamente el álbum lo cierra otro de sus momentos álgidos: "Game", el cuarto sencillo y mi segundo tema favorito. Con el mejor comienzo del disco: sorpresivo, envolvente y armonioso a partes iguales, sólo las estrofas con esa primera nota tan larga al principio de cada verso bajan un poco el nivel. Pero en cuanto entra el puente la inspiración es imposible de ocultar, y el estribillo es de una sensibilidad y una inteligencia exquisitas. Y la parte nueva (sobre la misma progresión armónica, es cierto, casi declamada), mejora si cabe el resultado.
Y con los últimos compases de la caja de ritmos y el teclado de Taylor se acaba este notable álbum, tan fresco creativamente y tan lleno de ideas, con muchos momentos brillantes y ninguno que desentone, y que muestra el camino que deberían seguir tantos y tantos artistas que andan atascados entre el trap y el reguetón que arrasan comercialmente y la nostalgia por el revival. Desgraciadamente, la rapidez y el talento creativo de Mating Ritual es inversamente proporcional a su repercusión (baste decir que los elaborados vídeo-clips de este "Hot content" acumulan poco más de unas pobres diez mil visitas), por lo que en cualquier momento temo que tiren la toalla y nos quedemos sin una de las mejores bandas del panorama alternativo actual. Sólo queda esperar que algún anuncio, o alguna película, recuperen alguno de los muchos buenos temas de este disco y le otorguen la repercusión que merecen (y que obtendrían), como sucedió hace un par de temporadas con el "Feel it still" de Portugal. The Man. O que Ryan pase de todo, siga a lo suyo, y el año que viene retorne con su cuarto álbum. Veremos qué sucede antes.
¿Y el resultado? Pues por increíble que parezca, el álbum es lo suficientemente coherente y elaborado como para que parezca que han gastado dos o tres años para crearlo. Estilísticamente se sitúa a medio camino entre el más guitarrero y luminoso "How you gonna stop it?" y el más sintético y oscuro "Light myself on fire". Y si lo evaluamos globalmente, creo que es ligeramente inferior a éste, aunque claramente superior a aquél. Pero en todo caso vuelve a ser un soplo de aire fresco entre tanta mediocridad, con su pop de tintes clásicos, sus irresistibles estribillos y la sorprendente personalidad que saben conferir a cada una de sus canciones. Once esta vez, treinta y siete minutos que saben a poco.
El primer tema ("A beginning (descent)") es en realidad un breve y sin embargo atrayente prólogo que da paso al que para mí es el mejor tema del disco: "U.N.I.", también tercer sencillo, es una de esas canciones que te atrapa desde su primer escucha y que a la vez parece una versión de algún clásico por descubrir gracias a su perfección compositiva. Pop clásico en su estructura, con guitarras de inspiración funky, un bajo sintetizado que le acerca al electro-pop, apta para el baile y sobre todo con un estribillo maravilloso (cambio de tonalidad incluida), que sólo iguala el precioso intervalo instrumental. Tras semejante exhibición sólo es posible ir a peor, pero el caso es que "Panic attack" mantiene bastante bien el tipo: unas estrofas un tanto frías y extrañas con protagonismo especial para la percusión al final de cada verso, que en cuanto dan paso al puente (perfectamente arreglado) ya anticipan el excelente estribillo, tan rabioso como tarareable, y en el que guitarras y teclados tejen un colchón original y muy compensado, como puede apreciarse en la repetición instrumental final. "Falling back" fue el segundo sencillo: una sencilla caja de ritmos y un comienzo algo más suave y sintético en sus estrofas, que en el puente transita con otro meritorio arreglo a un doble estribillo crudo y de aires ochenteros que crece cuando entra el arpegio de guitarra, y que sorprende por su certera producción en su repetición sin apenas instrumentos cerca del final.
"Future now" exalta la vena ruidista gracias las distorsiones de guitarra y la voz de Ryan prácticamente gritando, y la conjuga hábilmente con una curiosa mezcla de teclados juguetones y guiños a los ochenta, gracias a un puente que es capaz de encajar estos mundos aparentemente separados, y a un estribillo instrumental que intercambia ruido por melodía. "Boys don't have to be boys", el siguiente corte, es un medio tiempo recupera en parte la vena étnica que se asomó con gusto en su anterior disco, gracias a las marimbas de su comienzo y su estribillo, si bien lo importante es que estamos ante otra progresión armónica muy bien armonizada, incluyendo esa especie de estribillo alternativo en su segunda repetición, las mejores estrofas del álbum, y quizá también la mejor instrumentación. Le sigue "The name of love", la primera de las dos baladas del disco, y la más elaborada instrumentalmente. Es un tema al que en realidad se le pueden poner pocos peros, pero el limitado registro de la voz de Ryan no es el más idóneo para esta historia de desazón, y la superposición de meritorios sintetizadores (pitch y auto-tune mediante) no termina de compensar el conjunto. Aunque tampoco podemos hablar un mal tema.
El último tramo del álbum lo inicia "October lover", la canción que anticipó el álbum. Que aunque se trata de un tema original, algo así como The Killers meets The Cure, con ese pop enérgico y luminoso que equilibra guitarras y teclados con bajo y baterías convencionales, resulta algo vacuo a causa de ese estribillo en falsete que casi parece cantado por un niño y que le resta credibilidad al resultado. "Good God Regina is a bomb", la canción más corta del álbum, me parece bastante más interesante. Se trata del tema más rápido del disco, puro power pop que rehúye de la simpleza instrumental y la suple por esos intervalos instrumentales que hacen las veces de estribillo y que provocan un subidón de adrenalina. "Stupid romantic things", el penúltimo corte, es la segunda balada del disco, algo más convencional que la anterior, y que cuenta con su largo estribillo (quizá repetido en exceso) como mejor baza, aunque ni la voz en falsete de Ryan ni los abundantes pasajes instrumentales, un tanto derivativos, terminan de enganchar. Afortundamente el álbum lo cierra otro de sus momentos álgidos: "Game", el cuarto sencillo y mi segundo tema favorito. Con el mejor comienzo del disco: sorpresivo, envolvente y armonioso a partes iguales, sólo las estrofas con esa primera nota tan larga al principio de cada verso bajan un poco el nivel. Pero en cuanto entra el puente la inspiración es imposible de ocultar, y el estribillo es de una sensibilidad y una inteligencia exquisitas. Y la parte nueva (sobre la misma progresión armónica, es cierto, casi declamada), mejora si cabe el resultado.
Y con los últimos compases de la caja de ritmos y el teclado de Taylor se acaba este notable álbum, tan fresco creativamente y tan lleno de ideas, con muchos momentos brillantes y ninguno que desentone, y que muestra el camino que deberían seguir tantos y tantos artistas que andan atascados entre el trap y el reguetón que arrasan comercialmente y la nostalgia por el revival. Desgraciadamente, la rapidez y el talento creativo de Mating Ritual es inversamente proporcional a su repercusión (baste decir que los elaborados vídeo-clips de este "Hot content" acumulan poco más de unas pobres diez mil visitas), por lo que en cualquier momento temo que tiren la toalla y nos quedemos sin una de las mejores bandas del panorama alternativo actual. Sólo queda esperar que algún anuncio, o alguna película, recuperen alguno de los muchos buenos temas de este disco y le otorguen la repercusión que merecen (y que obtendrían), como sucedió hace un par de temporadas con el "Feel it still" de Portugal. The Man. O que Ryan pase de todo, siga a lo suyo, y el año que viene retorne con su cuarto álbum. Veremos qué sucede antes.
domingo, 2 de junio de 2019
Lamb: "The secret of letting go" (2019)
Quienes siguen habitualmente este blog sabrán que el dúo británico Lamb es una de mis debilidades históricas. Desde hace un cuarto de siglo Louise Rhodes y Andy Barlow han ido alimentando un proyecto personal, vanguardista en las formas y clásico en las melodías, que se ha mantenido sin perder un ápice de identidad al margen de ventas y modas. Por lo que, después de un lustro desde que vio la luz su anterior álbum (el notable "Backspace unwind"), contaba los días para que viera la luz este "The secret of letting go", su séptimo disco. Pero, después de unas cuantas escuchas, debo reconocer que el resultado no ha estado a la altura de las expectativas. No es que se trate de un mal álbum, pero está claro que no figurará entre lo más inspirado de su carrera, y sobre todo ha quedado lastrado por la espantosa elección de los sencillos de presentación.
Y es que a lo largo de su trayectoria Lamb siempre ha mantenido un delicado equilibrio entre grandes momentos de corte "clásico" y otros de delirio experimental. Un equilibrio que también se aprecia en esta nueva entrega, pero que se desbalancea más hacia lo segundo porque los tres sencillos publicados se enmarcan claramente en esa vertiente delirante y difícil de disfrutar. Lo que es peor: los tres están colocados seguidos, y muy al principio del álbum (en los cortes segundo, tercero, y cuarto), por lo que no están lejos de dañar irrevocablemente la impresión global del álbum. Afortunadamente, en los otros ocho temas del disco queda hueco suficiente para que nos sigan cautivando.
Es cierto que el álbum no comienza mal: "Phosphorous", a pesar de su escasa duración, es un tema lento y envolvente, con una estrofa gélida pero con un bonito estribillo que parece anticipar el buen momento creativo del dúo. Sin embargo, después aparece la prescindible terna de sencillos: "Moonshine", el segundo sencillo en ver la luz, con un ritmo originalísimo y la curiosidad de Andy Barlow haciendo coros, una canción desangelada e inquietante. "Armageddon waits", el primer tema en anticipar el álbum, también con las curiosidades de una bandurria y una orquesta sesentera entre tanto despliegue electrónico, pero muy flojo melódicamente. Y "Bulletproof", el sencillo actual, quizá el más prescindible de los tres con ese loop distorsionado, descendente y un tanto cargante que vertebra el tema de principio a fin. La exasperación del melómano parece ponerse a prueba porque ni siquiera el tema que da título al álbum, el quinto corte, mejora mucho el panorama durante sus primeros tres minutos: "The secret of letting go", dolorosamente biográfico, vuelve a insistir con un extraño goteo de sintetizador con el "pitch" a tope como forma de vertebrar otro delirio difícil de digerir... hasta que justo en su último minuto toman las riendas unas "slow strings" que le dan algo de armonía al tema, y nos hacen concebir esperanzas respecto al segundo tramo del álbum.
Que ya es otra cosa. Empezando por "Imperial measures", una balada marca de la casa, que sin llegar a figurar entre lo mejor de su discografía, ya vale más que todos los temas anteriores juntos: una bonita melodía, estupendamente interpretada por Louise sobre una instrumentación "clásica" (un sencillo sintetizador llevando los acordes y la sección de cuerda para realzar los estribillos), y apenas con la concesión de otro extraño sintetizador cerca del final. "The other shore" aunque también lenta cambia el tercio, y nos presenta una atmósfera ominosa y una melodía angustiosa (y no del todo redonda), en la que destaca una programación rítmica sigilosa pero muy original, y el tramo instrumental final. Después el dúo se permite el lujo de un tema prácticamente instrumental (Louise se dedica a hacer coros): "Deep delirium" propone la mejor progresión armónica del disco hasta el momento, y sobre ella despliega una batería jazzística que sirve de perfecto colchón de fondo al violín y a la trompeta que se relevan como encargados de la melodía principal, con un resultado tan original como convincente.
El último tercio del álbum lo inicia el que es claramente mi momento favorito: "Illumina", que curiosamente vio la luz de manera muy sigilosa como sencillo independiente hace año y medio. Es cierto que la melodía de las estrofas no es del todo certera, pero el estribillo (de una sola palabra) es cautivador gracias a ese ritmo de drumb&bass de la batería, el bajo sintetizado que se va distorsionando y el sintetizador casi líquido que logra que nos fijemos en él sin apenas notas, todo lo cual se aprecia muy bien en el pequeño intervalo instrumental que precede a la repetición final del estribillo. Después de tal despliegue, "The silence in between" apuesta por la salida más digna: el baladón del disco, piano al frente, la cálida voz de Louise y la sección de cuerda ya desde el comienzo. Nada novedoso, y quizá un pelín empalagosa, pero otro momento meritorio sin duda. Y el cierre lo pone mi segundo momento favorito del álbum: "One hand clapping" casi una balada folk de Cat Power al que se le ha incorporado una instrumentación más original. Con quizá las estrofas más perfectas del álbum y un estribillo de una dulzura casi infantil, que además contiene la letra más crítica del disco, denunciando metafóricamente los males del panorama mundial.
Y así, sigilosamente, se apaga este álbum que empieza ilusionante, se enfanga en su desarrollo y remonta en su segunda mitad. Después de un montón de escuchas, creo que el balance debe ser positivo: cada vez que nos llega una nueva entrega de Lamb no sabremos si será la última, y que podamos salvar cinco o seis temas que no desmerezcan los mejores momentos de su carrera ya es bastante. Claro que habría preferido un álbum más inspirado, y sobre todo algún sencillo más certero. Pero siempre nos podremos consolar pensando que dentro de unos años acabarán dándole continuidad a este irregular "The secret of letting go". Eso espero.
Y es que a lo largo de su trayectoria Lamb siempre ha mantenido un delicado equilibrio entre grandes momentos de corte "clásico" y otros de delirio experimental. Un equilibrio que también se aprecia en esta nueva entrega, pero que se desbalancea más hacia lo segundo porque los tres sencillos publicados se enmarcan claramente en esa vertiente delirante y difícil de disfrutar. Lo que es peor: los tres están colocados seguidos, y muy al principio del álbum (en los cortes segundo, tercero, y cuarto), por lo que no están lejos de dañar irrevocablemente la impresión global del álbum. Afortunadamente, en los otros ocho temas del disco queda hueco suficiente para que nos sigan cautivando.
Es cierto que el álbum no comienza mal: "Phosphorous", a pesar de su escasa duración, es un tema lento y envolvente, con una estrofa gélida pero con un bonito estribillo que parece anticipar el buen momento creativo del dúo. Sin embargo, después aparece la prescindible terna de sencillos: "Moonshine", el segundo sencillo en ver la luz, con un ritmo originalísimo y la curiosidad de Andy Barlow haciendo coros, una canción desangelada e inquietante. "Armageddon waits", el primer tema en anticipar el álbum, también con las curiosidades de una bandurria y una orquesta sesentera entre tanto despliegue electrónico, pero muy flojo melódicamente. Y "Bulletproof", el sencillo actual, quizá el más prescindible de los tres con ese loop distorsionado, descendente y un tanto cargante que vertebra el tema de principio a fin. La exasperación del melómano parece ponerse a prueba porque ni siquiera el tema que da título al álbum, el quinto corte, mejora mucho el panorama durante sus primeros tres minutos: "The secret of letting go", dolorosamente biográfico, vuelve a insistir con un extraño goteo de sintetizador con el "pitch" a tope como forma de vertebrar otro delirio difícil de digerir... hasta que justo en su último minuto toman las riendas unas "slow strings" que le dan algo de armonía al tema, y nos hacen concebir esperanzas respecto al segundo tramo del álbum.
Que ya es otra cosa. Empezando por "Imperial measures", una balada marca de la casa, que sin llegar a figurar entre lo mejor de su discografía, ya vale más que todos los temas anteriores juntos: una bonita melodía, estupendamente interpretada por Louise sobre una instrumentación "clásica" (un sencillo sintetizador llevando los acordes y la sección de cuerda para realzar los estribillos), y apenas con la concesión de otro extraño sintetizador cerca del final. "The other shore" aunque también lenta cambia el tercio, y nos presenta una atmósfera ominosa y una melodía angustiosa (y no del todo redonda), en la que destaca una programación rítmica sigilosa pero muy original, y el tramo instrumental final. Después el dúo se permite el lujo de un tema prácticamente instrumental (Louise se dedica a hacer coros): "Deep delirium" propone la mejor progresión armónica del disco hasta el momento, y sobre ella despliega una batería jazzística que sirve de perfecto colchón de fondo al violín y a la trompeta que se relevan como encargados de la melodía principal, con un resultado tan original como convincente.
El último tercio del álbum lo inicia el que es claramente mi momento favorito: "Illumina", que curiosamente vio la luz de manera muy sigilosa como sencillo independiente hace año y medio. Es cierto que la melodía de las estrofas no es del todo certera, pero el estribillo (de una sola palabra) es cautivador gracias a ese ritmo de drumb&bass de la batería, el bajo sintetizado que se va distorsionando y el sintetizador casi líquido que logra que nos fijemos en él sin apenas notas, todo lo cual se aprecia muy bien en el pequeño intervalo instrumental que precede a la repetición final del estribillo. Después de tal despliegue, "The silence in between" apuesta por la salida más digna: el baladón del disco, piano al frente, la cálida voz de Louise y la sección de cuerda ya desde el comienzo. Nada novedoso, y quizá un pelín empalagosa, pero otro momento meritorio sin duda. Y el cierre lo pone mi segundo momento favorito del álbum: "One hand clapping" casi una balada folk de Cat Power al que se le ha incorporado una instrumentación más original. Con quizá las estrofas más perfectas del álbum y un estribillo de una dulzura casi infantil, que además contiene la letra más crítica del disco, denunciando metafóricamente los males del panorama mundial.
Y así, sigilosamente, se apaga este álbum que empieza ilusionante, se enfanga en su desarrollo y remonta en su segunda mitad. Después de un montón de escuchas, creo que el balance debe ser positivo: cada vez que nos llega una nueva entrega de Lamb no sabremos si será la última, y que podamos salvar cinco o seis temas que no desmerezcan los mejores momentos de su carrera ya es bastante. Claro que habría preferido un álbum más inspirado, y sobre todo algún sencillo más certero. Pero siempre nos podremos consolar pensando que dentro de unos años acabarán dándole continuidad a este irregular "The secret of letting go". Eso espero.
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