Este 2017 que está a punto de terminar no ha deparado grandes sorpresas musicalmente hablando. Pero una de las más llamativas ha sido la repercusión que han alcanzado los norteamericanos Odesza con su tercer álbum. El hasta ahora minoritario dúo de Seattle formado por Harrison Mills y Clayton Knight ha dado la campanada con "A moment apart", consiguiendo algo casi imposible en el siempre complicado para la música eléctronica mercado estadounidense: alcanzar el top 3 en la lista de álbumes más vendidos.
¿Y a qué se debe tanto tirón? Pues esencialmente a que Odesza ha huido de buena parte de los tópicos que tienden a hacer de la música electrónica una propuesta para minorías. Para ello lo primero que han hecho ha sido aumentar el número de temas con una interpretación vocal completa. Mills y Knight han contado con los servicios de un amplio elenco de colaboradores, ninguno de gran renombre pero todos ellos de cualidades interpretativas contrastadas. Otra decisión en la misma línea ha sido reducir el número de temas orientados a la pista de baile: ¿que los ritmos binarios de tempo alto generan el rechazo automático en buena parte de la música comercial? Pues los descartamos, y apostamos casi en exclusiva por medios tiempos y temas lentos. Una tercera ha sido limitar la duración de sus composiciones: ¿que los temas largos, de desarrollos lentos, cansan a la audiencia? Pues hagamos temas de duración estándar. Si a todo ello le añadimos que mantienen su clara predilección por las progresiones armónicas elaboradas frente a las canciones monocordeos o estridentes de buena parte de la electrónica del siglo XXI, probablemente tengamos la receta de su éxito.
Así, "A moment apart" resulta ser una curiosa mezcla entre música ambient, influencias étnicas, pop para las masas del año 2017, guiños electrónicos, y muchas estrofas y estribillos. Algo así como lo que proponía Michel Cretu en su Enigma hace un cuarto de siglo, pero con un sonido más elaborado (la tecnología ha avanzado mucho) y un mayor número de colaboraciones vocales que den variedad al conjunto. Así, tras una breve introducción nos encontramos ya con el primer tema instrumental que se desarolla en esas coordenadas: "A moment apart" da título al álbum con sus elegante cuatro minutos sobre una elaborada progresión armónica, su ritmo sincopado, su piano vertebrador y sus sintetizadores reproduciendo voces femeninas. Tras él nos encontramos el que para mí es el mejor momento del disco, además de su quinto sencillo: "Higher ground", con la interpretación vocal de la para mí desconocida Naomi Wild es, a pesar de la relativa simpleza de su letra, un tema pop clásico y actual al mismo tiempo, con una bonita melodía en las estrofas, un buen arreglo en el puente y un estribillo luminoso, reforzada por las armonías de una sección de cuerda, otra de viento y unos certeros coros. Le sigue "Boy", otro corto tema instrumental, pausado, de influencias étnicas en las voces combinadas con una original percusión sincopada y una instrumentación envolvente.
"Line of Sight", con la participación vocal del para mí desconocido WYNNE, fue el primer sencillo y el tema que les ha catapultado a las nominaciones para los Grammy. Sin embargo para mí no es de sus mejores momentos: su épica peca de melosa, y su tempo excesivamente lento tampoco ayuda. Aunque hay que reconocer que los coros sintetizados y el sintetizador estridente que preside los intervalos instrumentales son eficaces. Tras tanto medio tiempo "Late night", segundo sencillo y el tema más rápido del álbum, se presenta como un soplo de aire fresco. Además, esos guiños a Daft Punk en las dos guitarras post-procesadas, junto con el excelente partido que sacan al sampling vocal a modo tanto de estrofas como de estribillo resultan tan originales como efectivas, especialmente en la apoteosis final. "Across the room", el sexto y último sencillo extraído hasta la fecha, cuenta con la participación vocal de la gran esperanza del soul contemporáneo, Leon Bridges. Que aunque es un cantante y compositor que cuenta con mi reconocimiento, no produce en esta ocasión un resultado brillante, porque más que de un tema de Odesza estamos ante un tema típico de Bridges (y no de los mejores) con tan sólo unos tímidos apuntes instrumentales de los de Seattle, que no son capaces de llevar la composición a su terreno.
El siguiente corte, "Meridian", también el tercer sencillo, es un nuevo tema instrumental de menos de cuatro minutos que incide en los ritmos tribales conveniente pulidos en otro medio tiempo, desarrollados por medio de lo que parece un canto del África central. Más certero es el noveno corte, "Everything at Your Feet", con la participación de la banda fronteriza The Chamanas. Que a pesar del horrible español que emplean en su letra (nadie hablaría así en nuestro idioma), encajan adecuadamente con los de Seattle: desde la trompeta del comienzo y los intervalos instrumentales hasta el infeccioso bajo sintetizado que da pie a los estribillos, todo son buenos detalles (incluso el ritmo vuelve a ser mayoritariamente binario, con un tempo ligeramente más rápido que le viene al disco como agua de mayo). "Just a memory", con la colaboración vocal de la ya veterana Regina Spektor, es una balada cristalina, de melodía difícil de interpretar, pero un tanto autocomplaciente en la instrumentación: la habitual sección de cuerda y prácticamente nada de electrónica innovadora.
El tramo final de este extenso álbum podríamos decir que comienza con "Divide", el tema más claramente R&B del álbum, con la intervención vocal de la para mí desconocida Kelsey Bullkin: más bien lento, al menos compensa su convencionalidad con los efectos que adornan el sintetizador principal de los intervalos instrumentales. Más interesante resulta "Thin Floors and Tall Ceilings", la composición instrumental más corta del álbum: otra vez lenta, pero más intimista y envolvente, recurriendo a las inevitables slow strings y con un sampling vocal capaz de dotar de emoción al conunto aunque no se entienda. "La ciudad" sube un poco el tempo y refuerza la batería para devolver algo de dinamismo al disco, pero reincide en los samplings vocales (eso sí, varios y muy diferentes esta vez) y en los guiños étnicos. "Falls", con la intervención vocal de la nuevamente desconocida Sasha Sloan, mantiene las mismas coordenadas del grueso del álbum de tempo y samplings vocales, pero la melodía es más certera (incluyendo un truco tan clásico como la repetición final del estribillo sobre la percusión desnuda) y la instrumetnación menos obvia, lo que la sitúa entre los momentos más interesantes del álbum. "Show me", el penúltimo corte, no aporta nada nuevo a lo ya expuesto y resulta agradable pero un tanto prescindible. Y "Corners of the Earth", con la intervención vocal del no menos desconocido para mí RY X, intenta cerrar el conjunto con una especie de plegaria que además vio la luz como cuarto sencillo, pero resulta un tanto cargante en su propuesta plena de optimismo, además de un tanto larga.
Es indudable que el álbum le sobra minutaje, y que en la selección final se podrían haber caído dos o tres canciones sin afectar al resultado final. También que le habría venido bien incluir más canciones de tempo más alto con las que contrapesar tantos temas lentos, no recurrir a tantos compositores invitados para lograr un resultado más equilibrado, y no abusar tanto de las voces sampleadas o sintetizadas para aumentar la evocación de los tramos instrumentales. Porque tal cual ha quedado, "A moment apart" transpira autoindulgencia y afán de comercialidad a partes iguales. Pero no es menos cierto que alberga un gran tema y siete u ocho momentos claramente favorables, y todo ello con unas armonías irreprochables y un sonido nítido y cristalino que cubre todo el espectro sonoro. Hasta tal punto su estilo es reconocible que han abierto camino para otras propuestas similares (caso del también estadounidense Illenium). Ahora falta ver si para su cuarto álbum se reafirman en su comercialidad a base de medios tiempos e invitados estelares, o si arriesgan para no quedarse estancados. Ojalá suceda lo segundo.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
lunes, 25 de diciembre de 2017
domingo, 26 de noviembre de 2017
Cut Copy: "Haiku from zero" (2017)
Una de las debilidades históricas de este humilde blog son los australianos Cut Copy desde que en 2008 publicaron "In ghost colours", uno de los grandes álbumes de la primera década del presente siglo. Desde entonces no han alcanzado el mismo nivel ni con "Zonoscope" (2011) ni con "Free Your Mind" (2013), pero estos dos razonablemente brillantes álbumes sí les han permitido consolidar una carrera a nivel internacional. Por lo que cada nueva entrega de la banda de Dan Whitford aún despierta mi expectación. Aunque este "Haiku from zero" se ha hecho más de rogar de lo que esperaba: cuatro largos años para entregar el álbum más corto de su carrera, sólo 9 canciones y sólo 42 minutos. Con lo cual cuando el pasado verano se anunció el tracklist empecé a desconfianzar de la calidad de este nuevo álbum.
Una desconfianza que se ha revelado parcialmente justificada. Porque el álbum queda lejos de su obra maestra, y lo que es peor, carece de ningún tema bandera que tire del conjunto. Como lo prueba que sólo haya alcanzado el puesto 59 de las listas de su país, frente al número 1 de "In ghost colours" o el 3 de "Zonoscope". Además, hay algunos momentos anodinos, y una tendencia más marcada de lo que es costumbre a rellenar con "ooohs" y coros acentuados ciertas carencias a la hora de armonizar textos y melodías. Afortunadamente el disco resulta interesante por lo que supone a nivel evolutivo para la banda, cada vez más alejada de lo que se entiende por el synth-pop para coquetear con el funky, los ritmos tribales o el pop californiano, y por su inteligencia a la hora de armonizar e instrumentar las composiciones, logrando resultados muy interesantes pese a no tratarse de unos virtuosos.
El álbum lo abre "Standing in the middle of the field", también seleccionado (a mi modo de manera equivocada) como segundo sencillo. Un tema bastante largo (cerca de seis minutos), con un loop de una marimba electrónica que intenta darle un toque exótico a la canción y que puede llegar a fatigar, una letra que se repite en ambas estrofas, y sólo su olfato para sostener instrumentalmente el tema a partir del espartano intervalo previo a los dos minutos finales. Aunque más flojo es mi opinión "Counting down", el siguiente corte, de notas tan altas que Dan tiene que interpretarlo a dos voces en unas estrofas interesantes melódicamente pero que no terminan de casar con el rotundo y anodino estribillo, por no hablar del parón que supone la parte nueva. Menos mal que el álbum empieza a remontar con "Black rainbows", que será el tercer sencillo dentro de unos días: algo más rápido que el anterior, con un encaje mucho mejor entre unas estrofas correctas y un estribillo doble que ahora sí recuerda que los australianos son capaces de hacerlos y muy buenos, sobre todo si está Tim Hoey para enriquecerlo con su guitarra.
Aunque curiosamente para mí el mejor momento del álbum es un cuarto corte por el que la banda no parece apostar (es la canción más corta y la menos elaborada instrumentalmente, casi parece una demo): "Stars last me a lifetime" demuestra que aún saben hacer temas introspectivos, de emoción a flor de piel, bien instrumentados y bailables. Más que su brillante estribillo, lo mejor es ese sintetizador que lo adorna en medio de cada compás, con el volumen justo para que se note sin destacar, y esa magia que conserva de primera toma no excesivamente trabajada en el estudio. "Airborne" fue el sencillo elegido para presentar el álbum, una decisión arriesgada por ser el tema que más se aleja de lo habitual en la banda, dado que acercándose sin complejo a una suerte de funky del siglo XXI (aunque sin llegar al plagio a-lo-Mark-Ronson). No figurará entre los mejores sencillos de la banda, pero su bajo sincopado, sus coros femeninos, sus samplings para dotarle de modernidad, el parón de la parte nueva sólo con el piano y la voz, y sobre todo ese "That don’t stop me" que repiten hasta la saciedad ganan con cada escucha.
Una vez superado el mejor tramo del álbum, la cuesta abajo no es muy pronunciada: "No fixed destination" es un tema aparentemente anodino y que vuelve a insistir en los "oh oh oh", pero con unas curiosas reminiscencias al pop de la Costa Oeste americana y un buen estribillo, que como de costumbre queda resaltado por la certera instrumentación. "Memories we share" repite la idea de "Standing..." partiendo de un loop sincopado (esta vez menos cansino) y las voces masculinas a modo de coro (que esta vez al menos sí cantan una letra real)... para pegar el cambiazo en un puente y un coro que no tienen nada que ver pero que lo acercan a los sonidos tradicionales de la banda, entre el synth-pop y la inditrónica deudores de los trucos de las pistas de baile de hace unos años. "Living upside down" es otro tema relativamente flojo, en el que tiran de oficio en sus anodinas, monocordes y largas estrofas, para encajarlo lo mejor posible con un estribillo que tira de coros a lo Heaven 17 y de imaginación instrumentar para sostenerlo. Y para cerrar el álbum el cuarteto australiano intenta lo que nunca antes habían hecho en "Tied to the weather": una composición sin percusión ni guitarras, solamente a base de sintetizadores creados procesando la voz de Dan, en una especie de "balada" experimental con unas estrofas aceptables, un original colchón electrónico y un estupendo estribillo, que permiten cerrar el álbum con un sabor de boca mejor de lo que cabría esperar por el nivel medio del álbum.
Cuatro años de espera para tres grandes momentos y otros tantos estribillos puede saber a poco. Pero es cierto que como los australianos funcionan como una auténtica banda y todos contribuyen a evolucionar y enriquecer los temas con inteligencia y olvidándose de clichés, sus composiciones siempre ganan con cada escucha. Y como además se mueven de manera tangencial a las ventas, no parece importarles asumir el riesgo de explorar nuevos terrenos, lo que implica que cada nueva entrega mantiene su personalidad propia dentro de la discografía de la banda. Así que con eso nos debemos quedar de este "Haiku from zero" que probablemente les reste seguidores, pero que demuestra que aún creen en lo que hacen. Aunque resulta incierto predecir su siguiente movimiento; tal vez carreras en solitario para profundizar en esa evolución que este álbum deja entrever.
Una desconfianza que se ha revelado parcialmente justificada. Porque el álbum queda lejos de su obra maestra, y lo que es peor, carece de ningún tema bandera que tire del conjunto. Como lo prueba que sólo haya alcanzado el puesto 59 de las listas de su país, frente al número 1 de "In ghost colours" o el 3 de "Zonoscope". Además, hay algunos momentos anodinos, y una tendencia más marcada de lo que es costumbre a rellenar con "ooohs" y coros acentuados ciertas carencias a la hora de armonizar textos y melodías. Afortunadamente el disco resulta interesante por lo que supone a nivel evolutivo para la banda, cada vez más alejada de lo que se entiende por el synth-pop para coquetear con el funky, los ritmos tribales o el pop californiano, y por su inteligencia a la hora de armonizar e instrumentar las composiciones, logrando resultados muy interesantes pese a no tratarse de unos virtuosos.
El álbum lo abre "Standing in the middle of the field", también seleccionado (a mi modo de manera equivocada) como segundo sencillo. Un tema bastante largo (cerca de seis minutos), con un loop de una marimba electrónica que intenta darle un toque exótico a la canción y que puede llegar a fatigar, una letra que se repite en ambas estrofas, y sólo su olfato para sostener instrumentalmente el tema a partir del espartano intervalo previo a los dos minutos finales. Aunque más flojo es mi opinión "Counting down", el siguiente corte, de notas tan altas que Dan tiene que interpretarlo a dos voces en unas estrofas interesantes melódicamente pero que no terminan de casar con el rotundo y anodino estribillo, por no hablar del parón que supone la parte nueva. Menos mal que el álbum empieza a remontar con "Black rainbows", que será el tercer sencillo dentro de unos días: algo más rápido que el anterior, con un encaje mucho mejor entre unas estrofas correctas y un estribillo doble que ahora sí recuerda que los australianos son capaces de hacerlos y muy buenos, sobre todo si está Tim Hoey para enriquecerlo con su guitarra.
Aunque curiosamente para mí el mejor momento del álbum es un cuarto corte por el que la banda no parece apostar (es la canción más corta y la menos elaborada instrumentalmente, casi parece una demo): "Stars last me a lifetime" demuestra que aún saben hacer temas introspectivos, de emoción a flor de piel, bien instrumentados y bailables. Más que su brillante estribillo, lo mejor es ese sintetizador que lo adorna en medio de cada compás, con el volumen justo para que se note sin destacar, y esa magia que conserva de primera toma no excesivamente trabajada en el estudio. "Airborne" fue el sencillo elegido para presentar el álbum, una decisión arriesgada por ser el tema que más se aleja de lo habitual en la banda, dado que acercándose sin complejo a una suerte de funky del siglo XXI (aunque sin llegar al plagio a-lo-Mark-Ronson). No figurará entre los mejores sencillos de la banda, pero su bajo sincopado, sus coros femeninos, sus samplings para dotarle de modernidad, el parón de la parte nueva sólo con el piano y la voz, y sobre todo ese "That don’t stop me" que repiten hasta la saciedad ganan con cada escucha.
Una vez superado el mejor tramo del álbum, la cuesta abajo no es muy pronunciada: "No fixed destination" es un tema aparentemente anodino y que vuelve a insistir en los "oh oh oh", pero con unas curiosas reminiscencias al pop de la Costa Oeste americana y un buen estribillo, que como de costumbre queda resaltado por la certera instrumentación. "Memories we share" repite la idea de "Standing..." partiendo de un loop sincopado (esta vez menos cansino) y las voces masculinas a modo de coro (que esta vez al menos sí cantan una letra real)... para pegar el cambiazo en un puente y un coro que no tienen nada que ver pero que lo acercan a los sonidos tradicionales de la banda, entre el synth-pop y la inditrónica deudores de los trucos de las pistas de baile de hace unos años. "Living upside down" es otro tema relativamente flojo, en el que tiran de oficio en sus anodinas, monocordes y largas estrofas, para encajarlo lo mejor posible con un estribillo que tira de coros a lo Heaven 17 y de imaginación instrumentar para sostenerlo. Y para cerrar el álbum el cuarteto australiano intenta lo que nunca antes habían hecho en "Tied to the weather": una composición sin percusión ni guitarras, solamente a base de sintetizadores creados procesando la voz de Dan, en una especie de "balada" experimental con unas estrofas aceptables, un original colchón electrónico y un estupendo estribillo, que permiten cerrar el álbum con un sabor de boca mejor de lo que cabría esperar por el nivel medio del álbum.
Cuatro años de espera para tres grandes momentos y otros tantos estribillos puede saber a poco. Pero es cierto que como los australianos funcionan como una auténtica banda y todos contribuyen a evolucionar y enriquecer los temas con inteligencia y olvidándose de clichés, sus composiciones siempre ganan con cada escucha. Y como además se mueven de manera tangencial a las ventas, no parece importarles asumir el riesgo de explorar nuevos terrenos, lo que implica que cada nueva entrega mantiene su personalidad propia dentro de la discografía de la banda. Así que con eso nos debemos quedar de este "Haiku from zero" que probablemente les reste seguidores, pero que demuestra que aún creen en lo que hacen. Aunque resulta incierto predecir su siguiente movimiento; tal vez carreras en solitario para profundizar en esa evolución que este álbum deja entrever.
domingo, 12 de noviembre de 2017
Portugal. The Man: "Woodstock" (2017)
"Evil friends" (2013), la anterior entrega de los estadounidenses Portugal. The Man, sigue siendo sin duda uno de los mejores álbumes en lo que llevamos de década. Quizá porque la banda ha sido consciente de su gran nivel y de lo complicado que iba a ser darle continuidad (a pesar de llevar ya siete álbumes oficiales publicados), el camino que han recorrido desde entonces hasta este verano de 2017 ha sido de lo más tortuoso. Porque desde el 2014 las huestes de John Gourley han ido compartiendo a través de las redes sociales información sobre sesiones de grabación, primero a las órdenes de Danger Mouse, más tarde anunciando un álbum doble "Gloomin' `+ doomin'" producido por Mike D de Beastie Boys (que el año pasado se redujo a álbum sencillo, y que al final ha quedado mayormente en una estantería), y finalmente con el productor John Hill, que son las que conforman la columna vertebral de este "Woodstock".
Curiosamente el resultado de tanta creatividad descartada y revisitada es un álbum corto, 38 minutos y sólo 10 temas: uno producido por Mike D, tres por Danger Mouse y el resto por John Hill, una diferencia de enfoques apreciable cuando se escucha de seguido, a pesar de que en las armonías de Portugal. The Man cabe casi todo. Así que habrá que estar atentos a que los decenas de temas que nunca han visto la luz puedan acabar saliendo en alguna edición pirata. Mientras tanto, lo que parece claro es que "Woodstock" queda sensiblemente por debajo de su antecesor, y traslada en algunos momentos la sensación de álbum rescatado a la carrera porque los plazos se echaban encima. Pero también es un álbum con dos o tres sencillos muy claros, razonablemente consistente a nivel estilístico con su predecesor, y sobre todo con la habilidad de la banda para juntar psicodelia, rock, pop, e incluso hip-hop y darle un barniz actual del que carecen por ejemplo los para mí sobrevalorados Tame Impala.
El álbum se abre con "Number one", la primera de las producciones de Danger Mouse y el tercer sencillo extraído: un intento de entrelazar el clásico "Motherless child" de Richie Havens con una composición propia, que resulta tan ambiciosa como fallida. Primero porque el tema original no es en mi opinión gran cosa a pesar de su fama, y segundo porque la nueva melodía compuesta para la ocasión no es especialmente brillante ni termina de encajar. Le sigue "Easy tiger", claramente más acertada, un medio tiempo con una impactante instrumentación a base de samplings superpuestos en el comienzo y en los estribillos y sus bonitas estrofas, típicas de la banda. El álbum sigue creciendo en "Live in the moment", uno de los mejores momentos además de quinto sencillo, más rápido y contundente, sobre una progresión armónica más simple pero certera, un excelente talento para armonizar instrumentos, una letra optimista y un estribillo acertado y fracamente tarareable.
Aunque lo que mejor demuestra que 2017 era el momento de Portugal. The Man y que había que publicar un álbum como fuera es el éxito arrollador de "Feel it still", el tema estrella del álbum. Que sin ser ni siquiera el mejor momento del disco engancha con su progresión armónica clásica sostenida por un efectivo bajo, sus aires sesenteros y su excelente instrumentación (a destacar la sección de viento). Y que de manera sorprendente les ha llevado a alcanzar el top 10 de las listas estadounidenses. Le sigue "Rich friends", cuarto sencillo y quizá el tema más rockero del álbum, con ese riff de guitarra que sostiene las un tanto largas estrofas y un estribillo certero que se inspira con naturalidad en los últimos años de los sesenta (además de un fantástico vídeo). "Keep on", el sexto corte, juega a mezclar un sugerente arpegio de guitarra en las estrofas con las distorsiones en el estribillo y con detalles de las bandas sonoras de los westerns, en un cóctel que sin llegar a la excelencia sí resulta razonablemente eficaz. Y "So young", segundo tema producido por Danger Mouse es una balada con un guiño a sus admirados Oasis en la letra, y con otro estribillo marca de la casa, intimista, correcta pero sin nada que le haga destacar.
"Mr. Lonely" es el último tema producido por Danger Mouse, y quizá el más prescindible de los tres por excesivamente cadencioso y hasta largo, a pesar de su atmósfera depresiva, sus slow strings, sus voces sampleadas y el rap a cargo de Fat Lip. Afortunadamente "Tidal wave" sube bastante el nivel, al volver a esos medios tiempos que tan bien dominan, fascinarnos con esa entrada al estribillo que es psicodelia pura y un estribillo brillante y capaz de incorporar unos violines sintetizados y una sección de viento sin que casi se noten. Aunque lo mejor es el cierre del álbum: "Noise pollution" es el sencillo que anticipó este "Woodstock" y la única producción de Mike D. Más sintético que el resto del álbum, e incluso bailable, con unos teclados originales y unos tremendos juegos vocales, una parte nueva que es todo un delirio y por encima de todo un estribillo infeccioso que gana con cada escucha.
Y así, en el mejor momento, termina este breve álbum que deja un poso de duda. Porque por personalidad y originalidad a la hora de instrumentar y explorar nuevas vías en el más que trillado panorama del pop-rock, el balance tiene que ser favorable. Pero no termina de desaparecer la duda de qué podría haber hecho el quinteto sin tanta creatividad fallida y tantas colaboraciones que no acabaron de explotar. Personalmente prefiero pensar que el éxito de "Feel it still" les habrá quitado presión y no tardarán otros cuatro años para entregar apenas una decena de canciones. Porque el panorama musical internacional les sigue necesitando.
Curiosamente el resultado de tanta creatividad descartada y revisitada es un álbum corto, 38 minutos y sólo 10 temas: uno producido por Mike D, tres por Danger Mouse y el resto por John Hill, una diferencia de enfoques apreciable cuando se escucha de seguido, a pesar de que en las armonías de Portugal. The Man cabe casi todo. Así que habrá que estar atentos a que los decenas de temas que nunca han visto la luz puedan acabar saliendo en alguna edición pirata. Mientras tanto, lo que parece claro es que "Woodstock" queda sensiblemente por debajo de su antecesor, y traslada en algunos momentos la sensación de álbum rescatado a la carrera porque los plazos se echaban encima. Pero también es un álbum con dos o tres sencillos muy claros, razonablemente consistente a nivel estilístico con su predecesor, y sobre todo con la habilidad de la banda para juntar psicodelia, rock, pop, e incluso hip-hop y darle un barniz actual del que carecen por ejemplo los para mí sobrevalorados Tame Impala.
El álbum se abre con "Number one", la primera de las producciones de Danger Mouse y el tercer sencillo extraído: un intento de entrelazar el clásico "Motherless child" de Richie Havens con una composición propia, que resulta tan ambiciosa como fallida. Primero porque el tema original no es en mi opinión gran cosa a pesar de su fama, y segundo porque la nueva melodía compuesta para la ocasión no es especialmente brillante ni termina de encajar. Le sigue "Easy tiger", claramente más acertada, un medio tiempo con una impactante instrumentación a base de samplings superpuestos en el comienzo y en los estribillos y sus bonitas estrofas, típicas de la banda. El álbum sigue creciendo en "Live in the moment", uno de los mejores momentos además de quinto sencillo, más rápido y contundente, sobre una progresión armónica más simple pero certera, un excelente talento para armonizar instrumentos, una letra optimista y un estribillo acertado y fracamente tarareable.
Aunque lo que mejor demuestra que 2017 era el momento de Portugal. The Man y que había que publicar un álbum como fuera es el éxito arrollador de "Feel it still", el tema estrella del álbum. Que sin ser ni siquiera el mejor momento del disco engancha con su progresión armónica clásica sostenida por un efectivo bajo, sus aires sesenteros y su excelente instrumentación (a destacar la sección de viento). Y que de manera sorprendente les ha llevado a alcanzar el top 10 de las listas estadounidenses. Le sigue "Rich friends", cuarto sencillo y quizá el tema más rockero del álbum, con ese riff de guitarra que sostiene las un tanto largas estrofas y un estribillo certero que se inspira con naturalidad en los últimos años de los sesenta (además de un fantástico vídeo). "Keep on", el sexto corte, juega a mezclar un sugerente arpegio de guitarra en las estrofas con las distorsiones en el estribillo y con detalles de las bandas sonoras de los westerns, en un cóctel que sin llegar a la excelencia sí resulta razonablemente eficaz. Y "So young", segundo tema producido por Danger Mouse es una balada con un guiño a sus admirados Oasis en la letra, y con otro estribillo marca de la casa, intimista, correcta pero sin nada que le haga destacar.
"Mr. Lonely" es el último tema producido por Danger Mouse, y quizá el más prescindible de los tres por excesivamente cadencioso y hasta largo, a pesar de su atmósfera depresiva, sus slow strings, sus voces sampleadas y el rap a cargo de Fat Lip. Afortunadamente "Tidal wave" sube bastante el nivel, al volver a esos medios tiempos que tan bien dominan, fascinarnos con esa entrada al estribillo que es psicodelia pura y un estribillo brillante y capaz de incorporar unos violines sintetizados y una sección de viento sin que casi se noten. Aunque lo mejor es el cierre del álbum: "Noise pollution" es el sencillo que anticipó este "Woodstock" y la única producción de Mike D. Más sintético que el resto del álbum, e incluso bailable, con unos teclados originales y unos tremendos juegos vocales, una parte nueva que es todo un delirio y por encima de todo un estribillo infeccioso que gana con cada escucha.
Y así, en el mejor momento, termina este breve álbum que deja un poso de duda. Porque por personalidad y originalidad a la hora de instrumentar y explorar nuevas vías en el más que trillado panorama del pop-rock, el balance tiene que ser favorable. Pero no termina de desaparecer la duda de qué podría haber hecho el quinteto sin tanta creatividad fallida y tantas colaboraciones que no acabaron de explotar. Personalmente prefiero pensar que el éxito de "Feel it still" les habrá quitado presión y no tardarán otros cuatro años para entregar apenas una decena de canciones. Porque el panorama musical internacional les sigue necesitando.
domingo, 22 de octubre de 2017
Saint Etienne: "Home counties" (2017)
Otro de los esperados regresos de 2017 ha sido el del trío inglés Saint Etienne. Formados hace casi treinta años, y durante décadas portadores de la etiqueta de la banda más cool de la Islas, a estas alturas de su carrera nadie debe esperar grandes novedades en su propuesta, sólo que para su retorno hayan tenido inspiración suficiente. Porque su personalidad está tan marcada, y su propuesta tan pulida a lo largo de centenas de canciones, que no necesitan de influencias externas para seguir añadiendo canciones en su discografía. Eso fue lo que sucedió en 2012 con su anterior entrega, ese "Words and music" que rebosaba creatividad, contemporaneidad y grandes momentos, hasta el extremo de que en 2013 se completó con el más que digno "More words and music", de las mismas sesiones de grabación. No es desgraciadamente el caso de este "Home counties", aunque debemos reconocer que se trata de un álbum que se sitúa en un saludable nivel medio dentro de su extensa discografía (casi veinte álbumes de estudio entre oficiales, para fans y para mercados específicos).
Quizá lo que más llame la atención de "Home counties" es que, para elaborarlo, el trío se ha mirado sobre todo a sí mismo. Con lo cual han recuperado muchas de las señas de identidad de otros álbumes pretéritos: los originales interludios (hablados o musicales) entre las canciones "completas", la reflexión sobre los hábitos y la identidad de la Inglaterra más allá de Londres, las letras costumbristas, la fascinación por el pop arty de los sesenta o las bandas sonoras de las series de televisión de los primeros setenta... Es decir, como si lo que hubiera sucedido en el panorama musical en este último lustro no les interesara. Eso sí, sin quedarse en el siempre tentador ejercicio de estilo, sino recurriendo a composiciones mayoritariamente sólidas para desarrollarlo. Aunque alejándose quizá en exceso del pop bailable y decididamente electrónico que es en mi opinión donde mejor se desenvuelven, y sin contar además con sencillos tan redondos como "Tonight" o "I've got the music" con los que tan brillantemente se reivindicaron hace cinco años.
Porque entre los diecinueve temas (trece si excluimos los ya citados interludios), no hay temas de bandera ni que probablemente lleguen a formar parte de sus conciertos en años futuros. "Magpie eyes", el sencillo de presentación, construido sobre una poderosa línea de bajo y un ritmo binario contundente, se basa en una elaborada progresión armónica y una correcta melodía, pero se queda a medio camino entre bailable y reposado, sintético y acústico, y el estribillo psicodélico no juega del todo a su favor. Y "Dive", el sencillo que acaba de ver la luz hace unos días, sí apuesta más claramente por el ritmo pero se recrea tanto en esas bandas sonoras setenteras en su analógica instrumentacion (con su sección de viento, su percusión y sus coros femeninos) que a pesar de que la progresión armónica y la melodía son puro Saint Etienne, el resultado parece un agradable hallazgo de las sesiones de grabación del principio de su carrera más que un tema de 2017.
Ésta es la impresion que predomina a lo largo del álbum: prácticamente sin excepción todos los temas rayan a buen nivel, y son agradables de escuchar, pero el disco nunca llega a explotar. El momento en el que más se acerca a ello es en "Out of my mind", el décimo corte, también el más electrónico y claramente bailable del mismo, luminoso, con una progresión armónica infalible aunque simple (los acordes sólo cambian en la parte nueva), unas estrofas irreprochables y un estribillo algo inferior pero muy pegadizo. Momentos por encima de la media son también "Something new", segundo corte (y realmente la primera canción del disco) un tema pausado sobre otra inspirada composición (especialmente en las estrofas) y un bonito ejercicio de armonización entre el arpegio de guitarra, el piano y la sección de viento del final, "Heather", que recuerda instrumentalmente a la época de "Sound of water" (2000) por su frialdad, el desasosiego que evoca y sus sonidos electrónicos que no sintéticos, "Take it all in", una balada clásica con reminiscencias de finales de los sesenta, y "Unopened fan mail", otro tema reposado construido sobre otras meritorias progresión armónica y melodía, que sostiene una guitarra acústica y que destila aromas de bossa nova a lo Swing Out Sister.
Otras muchas canciones no despuntan pero tampoco desentonan. Es el caso de "Whyteleafe" con su elaborado clavicordio en el comienzo, su letra que rinde homenaje a ciudades de referencia en la cultura de las últimas décadas, y ese sonido que tanto recuerda a la época de "Good humor" (1988), "Underneath the apple tree" y su aproximación a los patrones musicales de The Supremes, "Train drivers in eyeliner", que podría ser un descarte del Magical Mystery Tour de The Beatles por su instrumentación, sus guiños y su letra, "After hebden" y sus "pa ra pa pa" entrelazos con flautas sintetizadas y un clavicordio en una mezcla aparentemente imposible... el álbum está tan elaborado que incluso uno de los interludios ("Church Pew Furniture Restorer") sorprende por la calidad de su instrumentación y su subyugante coro infantil. Sólo hay un tema que obliga a pulsar el forward: "Sweet Arcadia", casi ocho minutos muy lentos y declamados sobre sintetizadores tenebrosos y un solo de Hammond, que afortunadamente sitúan casi al final.
En definitiva, se nota que Sarah, Bob y Pet ya han cruzado la frontera de los cincuenta porque "Home counties" resulta más reposado y con la mirada más claramente puesta en otras décadas que otras entregas suyas anteriores. Pero como cuentan con esa enorme cultura musical y esa capacidad para asimilar el pop de casi cualquier momento, no es posible hablar de un álbum mediocre sino atemporal. Aquellos de sus fans que tengan la mente tan abierta como ellos seguro que sabrán sacarle partido. Incluso aunque difiera de las expectativas que se hubieran generado o de lo que les hubiera gustado que entregaran, como ha sido mi caso.
Quizá lo que más llame la atención de "Home counties" es que, para elaborarlo, el trío se ha mirado sobre todo a sí mismo. Con lo cual han recuperado muchas de las señas de identidad de otros álbumes pretéritos: los originales interludios (hablados o musicales) entre las canciones "completas", la reflexión sobre los hábitos y la identidad de la Inglaterra más allá de Londres, las letras costumbristas, la fascinación por el pop arty de los sesenta o las bandas sonoras de las series de televisión de los primeros setenta... Es decir, como si lo que hubiera sucedido en el panorama musical en este último lustro no les interesara. Eso sí, sin quedarse en el siempre tentador ejercicio de estilo, sino recurriendo a composiciones mayoritariamente sólidas para desarrollarlo. Aunque alejándose quizá en exceso del pop bailable y decididamente electrónico que es en mi opinión donde mejor se desenvuelven, y sin contar además con sencillos tan redondos como "Tonight" o "I've got the music" con los que tan brillantemente se reivindicaron hace cinco años.
Porque entre los diecinueve temas (trece si excluimos los ya citados interludios), no hay temas de bandera ni que probablemente lleguen a formar parte de sus conciertos en años futuros. "Magpie eyes", el sencillo de presentación, construido sobre una poderosa línea de bajo y un ritmo binario contundente, se basa en una elaborada progresión armónica y una correcta melodía, pero se queda a medio camino entre bailable y reposado, sintético y acústico, y el estribillo psicodélico no juega del todo a su favor. Y "Dive", el sencillo que acaba de ver la luz hace unos días, sí apuesta más claramente por el ritmo pero se recrea tanto en esas bandas sonoras setenteras en su analógica instrumentacion (con su sección de viento, su percusión y sus coros femeninos) que a pesar de que la progresión armónica y la melodía son puro Saint Etienne, el resultado parece un agradable hallazgo de las sesiones de grabación del principio de su carrera más que un tema de 2017.
Ésta es la impresion que predomina a lo largo del álbum: prácticamente sin excepción todos los temas rayan a buen nivel, y son agradables de escuchar, pero el disco nunca llega a explotar. El momento en el que más se acerca a ello es en "Out of my mind", el décimo corte, también el más electrónico y claramente bailable del mismo, luminoso, con una progresión armónica infalible aunque simple (los acordes sólo cambian en la parte nueva), unas estrofas irreprochables y un estribillo algo inferior pero muy pegadizo. Momentos por encima de la media son también "Something new", segundo corte (y realmente la primera canción del disco) un tema pausado sobre otra inspirada composición (especialmente en las estrofas) y un bonito ejercicio de armonización entre el arpegio de guitarra, el piano y la sección de viento del final, "Heather", que recuerda instrumentalmente a la época de "Sound of water" (2000) por su frialdad, el desasosiego que evoca y sus sonidos electrónicos que no sintéticos, "Take it all in", una balada clásica con reminiscencias de finales de los sesenta, y "Unopened fan mail", otro tema reposado construido sobre otras meritorias progresión armónica y melodía, que sostiene una guitarra acústica y que destila aromas de bossa nova a lo Swing Out Sister.
Otras muchas canciones no despuntan pero tampoco desentonan. Es el caso de "Whyteleafe" con su elaborado clavicordio en el comienzo, su letra que rinde homenaje a ciudades de referencia en la cultura de las últimas décadas, y ese sonido que tanto recuerda a la época de "Good humor" (1988), "Underneath the apple tree" y su aproximación a los patrones musicales de The Supremes, "Train drivers in eyeliner", que podría ser un descarte del Magical Mystery Tour de The Beatles por su instrumentación, sus guiños y su letra, "After hebden" y sus "pa ra pa pa" entrelazos con flautas sintetizadas y un clavicordio en una mezcla aparentemente imposible... el álbum está tan elaborado que incluso uno de los interludios ("Church Pew Furniture Restorer") sorprende por la calidad de su instrumentación y su subyugante coro infantil. Sólo hay un tema que obliga a pulsar el forward: "Sweet Arcadia", casi ocho minutos muy lentos y declamados sobre sintetizadores tenebrosos y un solo de Hammond, que afortunadamente sitúan casi al final.
En definitiva, se nota que Sarah, Bob y Pet ya han cruzado la frontera de los cincuenta porque "Home counties" resulta más reposado y con la mirada más claramente puesta en otras décadas que otras entregas suyas anteriores. Pero como cuentan con esa enorme cultura musical y esa capacidad para asimilar el pop de casi cualquier momento, no es posible hablar de un álbum mediocre sino atemporal. Aquellos de sus fans que tengan la mente tan abierta como ellos seguro que sabrán sacarle partido. Incluso aunque difiera de las expectativas que se hubieran generado o de lo que les hubiera gustado que entregaran, como ha sido mi caso.
sábado, 30 de septiembre de 2017
Beth Ditto: "Fake sugar" (2017)
Cuando ya hace cinco largos años reseñé el último álbum de los estadounidenses Gossip ("A joyful noise"), ya advertí que su salto mortal de la independencia al mainstream tenía pinta de resultar fallido porque, quizá por culpa de los coautores y co-productores Xenomania, el resultado les hacía perder buena parte de su acusada personalidad en aras de una propuesta más comercial. El pronóstico resultó acertado, y de hecho Gossip se han disuelto aparentemente. Y lo que ha visto la luz en este 2017 ha sido el debut en solitario de su cantante y líder, Beth Ditto. Que indudablemente es una de las mejores voces del panorama musical actual, pero de cuya propuesta musical no estaba claro qué esperar. Afortunadamente el resultado (este "Fake sugar" que ha visto la luz hace un trimestre) es, sin llegar a la excelencia, un inteligente paso adelante que supera indudablemente a "A joyful noise".
Y es que para su carrera en solitario Ditto ha tenido la inteligencia de olvidarse del siempre mediatizado mercado musical, y se ha "limitado" a presentarnos su honesto y particular acercamiento a muchos de los estilos musicales con los que ya había coqueteado su banda, y que por lo que se ve son los que le dan sentido como artista. Para ello ha contratado a la compositora y productora estadounidense Jennifer Decilveo, quien co-escribe y produce diez de los doce temas de este versátil álbum. Que más bien parece un producto de largas sesiones de grabación con diversos colaboradores, dado que salvo por el hilo conductor que supone la voz de Ditto, cada tema posee diferencias notables con el anterior. Por eso el resultado no es del todo redondo, pero sí un soplo de aire fresco de principio a fin. Y es que en "Fake sugar" caben los setenta, los ochenta, los noventa, y caben desde Suicide hasta Blondie, desde el punk-rock hasta el house. Así que quien adquiera este disco debe tener buena cultura musical y apertura de miras si quiere disfrutarlo.
El álbum se abre con "Fire", el primer sencillo: un enérgico tema de rock (por algún estilo había que decidirse) sobre un contudente riff de guitarra, con guiños sureños, y razonablemente efectivo aunque limitado en su propuesta a causa de una progresión armónica tremendamente limitada. Le sigue "In and out", para mi gusto ligeramente superior, también mayoritariamente rockero, espartano al principio (sólo el arpegio de guitarra y la voz de Ditto), con más espacio luego para que Ditto explote sus cualidades vocales, y de influencia setentera en sus arreglos a lo largo del tema. El tercer corte es el que da título álbum, y curiosamente uno de los menos interesantes: una simplona caja de ritmos, una instrumentación que recuerda a las exploraciones surafricanas del "Graceland" de Paul Simon, y una melodía pop agradable pero sin gancho. En "Savoir faire" Ditto imposta, tras un desconcertante comienzo, y sobre un bajo que recuerda poderosamente a los de su banda, la altivez de Deborah Harry y la voz nasal de Eartha Kitt para desembocar un estribillo que podría haber sonado en la época dorada de Studio 54. Tan original como carente de magia.
Mucho mejor es "We could run", para mí incuestionablemente el mejor tema del álbum (y se ve que también de Ditto, pues hace apenas unos días la ha escogido como segundo sencillo). Ahora sí da con una progresión armónica luminosa, que realza una melodía de puro pop contemporáneo, y que se complementa con una mayor presencia de sintetizadores aunque sin renunciar a bajo, guitarra y batería reales. Un tema además compuesto para Nathan Howdeshell, guitarrista de Gossip, cuya marcha la dejó por lo visto tan tocada. Le sigue "Oo la la", algo así como glam-pop trasladado al año 2017 con diversos efectos electrónicos y rematado con alguna frase en francés, más original que disfrutable. "Go baby go" coquetea con el soul en su ambientación y con el rock en la contundencia de su estribillo, recordando a lo que hacían Roachford a finales de los ochenta y logrando un resultado aceptable. "Oh my God" es quizá el segundo momento más redondo del álbum, y el tema más genuinamente Gossip de todo el disco, con ese punk-rock arrastrado sobre un simple y efectivo riff de guitarra que permite a Ditto exhibir su rango vocal y su fuerza en notas altas, aunque tal vez le falte evolucionar un poco la instrumentación a lo largo del tema.
En el tercio final Ditto se reserva espacio para temas más reposados. El primero de ellos es "Love in real life", una balada de rock clásico con un buen estribillo y adornos psicodélicos que la intentan alejar de las baladas del heavy-metal de los ochenta en las que parece inspirarse. "Do you want to" cambia totalmente el registro y se acerca con brillantez al synth-pop de ese último álbum de Gossip, orientando el tema a la pista de baile con sus sintetizadores etéreos, sus intervalos instrumentales tras el estribillo e incluso un inesperado vocoder. "Lover" regresa a la senda del pop contemporáneo con una bonita melodía sobre un llamativo redoble de tambor, que incluso se permite subir un tono en la repetición final del estribillo como se solía hacer unas décadas atrás, si bien el ritmo binario en el estribillo le resta agilidad. Y el segundo tema lento es el que cierra el álbum: "Clouds (song for John)" es un tema íntimo, sin percusión, construido sobre un acertado arpegio de guitarra, pero al que le sobran "Oh oh ohs" y le falta un punto de emoción.
Como puede verse, "Fake sugar" es un álbum más ameno que disfrutable, más personal que inspirado, que probablemente no contente a todos los seguidores de Gossip. Pero debe reconocerse a Ditto que ha rebuscado con criterio en sus influencias para presentar su propuesta en solitario, y que ha huido del típico salto a la madurez de tantos otros líderes de bandas cuando debutan en solitario: serio, concienciado, reposado y... aburrido. Veremos cuánto tarda en darle una continuidad, y si para entonces se decanta más claramente por algún estilo.
Y es que para su carrera en solitario Ditto ha tenido la inteligencia de olvidarse del siempre mediatizado mercado musical, y se ha "limitado" a presentarnos su honesto y particular acercamiento a muchos de los estilos musicales con los que ya había coqueteado su banda, y que por lo que se ve son los que le dan sentido como artista. Para ello ha contratado a la compositora y productora estadounidense Jennifer Decilveo, quien co-escribe y produce diez de los doce temas de este versátil álbum. Que más bien parece un producto de largas sesiones de grabación con diversos colaboradores, dado que salvo por el hilo conductor que supone la voz de Ditto, cada tema posee diferencias notables con el anterior. Por eso el resultado no es del todo redondo, pero sí un soplo de aire fresco de principio a fin. Y es que en "Fake sugar" caben los setenta, los ochenta, los noventa, y caben desde Suicide hasta Blondie, desde el punk-rock hasta el house. Así que quien adquiera este disco debe tener buena cultura musical y apertura de miras si quiere disfrutarlo.
El álbum se abre con "Fire", el primer sencillo: un enérgico tema de rock (por algún estilo había que decidirse) sobre un contudente riff de guitarra, con guiños sureños, y razonablemente efectivo aunque limitado en su propuesta a causa de una progresión armónica tremendamente limitada. Le sigue "In and out", para mi gusto ligeramente superior, también mayoritariamente rockero, espartano al principio (sólo el arpegio de guitarra y la voz de Ditto), con más espacio luego para que Ditto explote sus cualidades vocales, y de influencia setentera en sus arreglos a lo largo del tema. El tercer corte es el que da título álbum, y curiosamente uno de los menos interesantes: una simplona caja de ritmos, una instrumentación que recuerda a las exploraciones surafricanas del "Graceland" de Paul Simon, y una melodía pop agradable pero sin gancho. En "Savoir faire" Ditto imposta, tras un desconcertante comienzo, y sobre un bajo que recuerda poderosamente a los de su banda, la altivez de Deborah Harry y la voz nasal de Eartha Kitt para desembocar un estribillo que podría haber sonado en la época dorada de Studio 54. Tan original como carente de magia.
Mucho mejor es "We could run", para mí incuestionablemente el mejor tema del álbum (y se ve que también de Ditto, pues hace apenas unos días la ha escogido como segundo sencillo). Ahora sí da con una progresión armónica luminosa, que realza una melodía de puro pop contemporáneo, y que se complementa con una mayor presencia de sintetizadores aunque sin renunciar a bajo, guitarra y batería reales. Un tema además compuesto para Nathan Howdeshell, guitarrista de Gossip, cuya marcha la dejó por lo visto tan tocada. Le sigue "Oo la la", algo así como glam-pop trasladado al año 2017 con diversos efectos electrónicos y rematado con alguna frase en francés, más original que disfrutable. "Go baby go" coquetea con el soul en su ambientación y con el rock en la contundencia de su estribillo, recordando a lo que hacían Roachford a finales de los ochenta y logrando un resultado aceptable. "Oh my God" es quizá el segundo momento más redondo del álbum, y el tema más genuinamente Gossip de todo el disco, con ese punk-rock arrastrado sobre un simple y efectivo riff de guitarra que permite a Ditto exhibir su rango vocal y su fuerza en notas altas, aunque tal vez le falte evolucionar un poco la instrumentación a lo largo del tema.
En el tercio final Ditto se reserva espacio para temas más reposados. El primero de ellos es "Love in real life", una balada de rock clásico con un buen estribillo y adornos psicodélicos que la intentan alejar de las baladas del heavy-metal de los ochenta en las que parece inspirarse. "Do you want to" cambia totalmente el registro y se acerca con brillantez al synth-pop de ese último álbum de Gossip, orientando el tema a la pista de baile con sus sintetizadores etéreos, sus intervalos instrumentales tras el estribillo e incluso un inesperado vocoder. "Lover" regresa a la senda del pop contemporáneo con una bonita melodía sobre un llamativo redoble de tambor, que incluso se permite subir un tono en la repetición final del estribillo como se solía hacer unas décadas atrás, si bien el ritmo binario en el estribillo le resta agilidad. Y el segundo tema lento es el que cierra el álbum: "Clouds (song for John)" es un tema íntimo, sin percusión, construido sobre un acertado arpegio de guitarra, pero al que le sobran "Oh oh ohs" y le falta un punto de emoción.
Como puede verse, "Fake sugar" es un álbum más ameno que disfrutable, más personal que inspirado, que probablemente no contente a todos los seguidores de Gossip. Pero debe reconocerse a Ditto que ha rebuscado con criterio en sus influencias para presentar su propuesta en solitario, y que ha huido del típico salto a la madurez de tantos otros líderes de bandas cuando debutan en solitario: serio, concienciado, reposado y... aburrido. Veremos cuánto tarda en darle una continuidad, y si para entonces se decanta más claramente por algún estilo.
lunes, 4 de septiembre de 2017
Furniteur: "Perfect lavender" (2017)
Una entrada más vengo a presentarles un álbum de debut. Ante la escasez de propuestas musicales interesantes por parte de artistas consolidados, lo más interesante de este 2017 está viniendo de nuevos artistas. En este caso se trata del debut del trío estadounidense Furniteur. Hecho a medida de Brittany Sims (voz y sintetizadores), aunque formalmente se hace acompañar de Mike Toohey (sintetizadores, guitarra) y Kevin Bayly (sintetizadores, guitarra), la banda ya debutó en 2014 con un EP que contenía la notable y quizá excesivamente deudora del italo-disco "Modern love". Casi tres años después ha visto finalmente la luz su debut en formato álbum. Aunque casi podríamos hablar de un mini-album, ya que como sucedió hace unos meses con Tiny Deaths, "Perfect lavender" sólo contiene ocho canciones, y dura poco más de treinta minutos. Menos mal que su propuesta tiene argumentos suficientes.
Quizá lo mejor del álbum sea también lo menos bueno: su obsesión por los ochenta. Más allá de la etérea voz de Sims (muy similar a la de Dot Allison, por cierto), los ocho temas no poseen una impronta demasiado personal. Y es que cada uno de ellos se arrima a un momento concreto de esa fructífera década, casi siempre con buenos resultados pero sin conformar un todo homogéneo. Por lo que más que de álbum deberíamos hablar de una simple colección de canciones. De las cuales nada menos que cinco han visto la luz en formato sencillo, lo que predispone a favor de su contenido. Tal es el caso de "Redundant buzz", el tema que abre el álbum, que sin ser mi tema favorito me parece una buena recreación de cómo podría haber sonado un tema perdido del "Low life" (1984) de New Order: parece que escucháramos a Gillian Gilbert con los teclados orquestales o a Peter Hook con los arpegios de bajo. Aunque el tema se sostiene por sí mismo, con su bonita melodía y el cambio de tonalidad en los estribillos. Más floja es en mi opinión "Brat" (palo de golf), otra canción también publicada en formato sencillo, construida sobre su poderosa batería (no programada), y sin progresión armónica que sostenga el tema más que en el simplemente correcto estribillo, que nos recuerda a Thomas Dolby.
"Air castles", tercer corte y también publicado en formato sencillo, parece otra cara B del "What have I done to deserve this?/A new life" (1987) de Pet Shop Boys: una caja de ritmos muy parecida a la del dúo británico en el comienzo, los mismos synclaviers en el estribillo y... todo hay que decirlo, una bonita progresión armónica, una melancólica letra ("Like we were meant to fall in love, building castles in clouds that never come down"), un cautivador estribillo, y unos meritorios intervalos instrumentales. De todas formas para mí la joya absoluta del álbum es "Swimming", extraída también en formato sencillo: un tecnológico bajo sintetizado que da paso a una dulcísima y difícil de interpretar melodía, muy en la línea del synth-pop escandinavo. Que además está perfectamente armonizada con los distintos sintetizadores y las capas de voces, y que se realza con unas inesperadas marimbas electrónicas en su tramo final.
El quinto sencillo y otro de los momentos álgidos del álbum es "Mysteries", un auténtico volantazo estilístico respecto a la dulzura del tema anterior: progresión armónica infecciosa, bajo sincopado que es puro electro, ritmo binario infalible para la pista de baile, y una interpretación vocal a cargo de Sims quizá demasiado etérea para la contundencia del tema. El resto del álbum lo completan los tres temas que no se han publicado en formato sencillo. En primer lugar, "Fault", otro salto estilístico respecto al tema precedente, con su intimista melodía y una notable instrumentación (a mencionar su arpegio de guitarra en el puente, sus redobles de caja, y ese solo de sintetizador que parece interpretado por Vince Clarke). Le sigue "All of the punks", cuyo bajo slap, su guitarra a lo Nile Rodgers y su batería no programada parecen extraídos de un álbum de rarezas de Chic. Y que además de esas influencias funky sorprende con un estribillo declamado en el que Sims juega a ser Deborah Harry. Y remata la terna y este breve álbum "Unforgettable", aglo así como una mezcla entre One Dove y Sheena Easton, sobre una correcta progresión armónica y con una melodía vocal que, aun siendo evocadora, no llega al nivel de los sintetizadores que realzan el estribillo. Y con el último detalle ochentero: ese solo de saxofón, que tanto se empleaba entonces y al que ahora nadie recurre.
Está claro que no estamos ante un álbum perfecto. Es cierto que todos los temas están muy bien armonizados, y la instrumentación va creciendo para sacar lo mejor de ellos. Pero están rematados con un espíritu demasiado retro, sin apenas añadir detalles de contemporaneidad que puedan quitarle a "Perfect lavender" la etiqueta de revival. Y eso, además de la escasa personalidad del conjunto y la muy minoritaria difusión del álbum, les hace correr el riesgo de quedarse en una aventura sin continuidad. Sería una pena, porque siete de sus ocho canciones merecen la pena.
Quizá lo mejor del álbum sea también lo menos bueno: su obsesión por los ochenta. Más allá de la etérea voz de Sims (muy similar a la de Dot Allison, por cierto), los ocho temas no poseen una impronta demasiado personal. Y es que cada uno de ellos se arrima a un momento concreto de esa fructífera década, casi siempre con buenos resultados pero sin conformar un todo homogéneo. Por lo que más que de álbum deberíamos hablar de una simple colección de canciones. De las cuales nada menos que cinco han visto la luz en formato sencillo, lo que predispone a favor de su contenido. Tal es el caso de "Redundant buzz", el tema que abre el álbum, que sin ser mi tema favorito me parece una buena recreación de cómo podría haber sonado un tema perdido del "Low life" (1984) de New Order: parece que escucháramos a Gillian Gilbert con los teclados orquestales o a Peter Hook con los arpegios de bajo. Aunque el tema se sostiene por sí mismo, con su bonita melodía y el cambio de tonalidad en los estribillos. Más floja es en mi opinión "Brat" (palo de golf), otra canción también publicada en formato sencillo, construida sobre su poderosa batería (no programada), y sin progresión armónica que sostenga el tema más que en el simplemente correcto estribillo, que nos recuerda a Thomas Dolby.
"Air castles", tercer corte y también publicado en formato sencillo, parece otra cara B del "What have I done to deserve this?/A new life" (1987) de Pet Shop Boys: una caja de ritmos muy parecida a la del dúo británico en el comienzo, los mismos synclaviers en el estribillo y... todo hay que decirlo, una bonita progresión armónica, una melancólica letra ("Like we were meant to fall in love, building castles in clouds that never come down"), un cautivador estribillo, y unos meritorios intervalos instrumentales. De todas formas para mí la joya absoluta del álbum es "Swimming", extraída también en formato sencillo: un tecnológico bajo sintetizado que da paso a una dulcísima y difícil de interpretar melodía, muy en la línea del synth-pop escandinavo. Que además está perfectamente armonizada con los distintos sintetizadores y las capas de voces, y que se realza con unas inesperadas marimbas electrónicas en su tramo final.
El quinto sencillo y otro de los momentos álgidos del álbum es "Mysteries", un auténtico volantazo estilístico respecto a la dulzura del tema anterior: progresión armónica infecciosa, bajo sincopado que es puro electro, ritmo binario infalible para la pista de baile, y una interpretación vocal a cargo de Sims quizá demasiado etérea para la contundencia del tema. El resto del álbum lo completan los tres temas que no se han publicado en formato sencillo. En primer lugar, "Fault", otro salto estilístico respecto al tema precedente, con su intimista melodía y una notable instrumentación (a mencionar su arpegio de guitarra en el puente, sus redobles de caja, y ese solo de sintetizador que parece interpretado por Vince Clarke). Le sigue "All of the punks", cuyo bajo slap, su guitarra a lo Nile Rodgers y su batería no programada parecen extraídos de un álbum de rarezas de Chic. Y que además de esas influencias funky sorprende con un estribillo declamado en el que Sims juega a ser Deborah Harry. Y remata la terna y este breve álbum "Unforgettable", aglo así como una mezcla entre One Dove y Sheena Easton, sobre una correcta progresión armónica y con una melodía vocal que, aun siendo evocadora, no llega al nivel de los sintetizadores que realzan el estribillo. Y con el último detalle ochentero: ese solo de saxofón, que tanto se empleaba entonces y al que ahora nadie recurre.
Está claro que no estamos ante un álbum perfecto. Es cierto que todos los temas están muy bien armonizados, y la instrumentación va creciendo para sacar lo mejor de ellos. Pero están rematados con un espíritu demasiado retro, sin apenas añadir detalles de contemporaneidad que puedan quitarle a "Perfect lavender" la etiqueta de revival. Y eso, además de la escasa personalidad del conjunto y la muy minoritaria difusión del álbum, les hace correr el riesgo de quedarse en una aventura sin continuidad. Sería una pena, porque siete de sus ocho canciones merecen la pena.
jueves, 24 de agosto de 2017
Álbumes decepcionantes de este 2017
Este 2017 se presentaba hace unos meses como uno de los potencialmente más fructíferos de las últimas temporadas musicales, dado que varios de los artistas que tradicionalmente he reseñado en este humilde blog publicaban sus nuevos y esperados trabajos. Sin embargo, al final en mis últimas entradas he hablado casi en exclusiva de álbumes de debut. La razón es obvia: con honrosas excepciones, la mayoría de esos retornos no han respondido a las expectativas, y por ello he decidido no dedicarles entradas individuales. Hasta que hace unos días, al echar la vista atrás aprovechando el periodo vacacional, me he dado cuenta de que son tantos que quizá mereciera agruparlos en una entrada, que al menos refleje que el blog no se ha olvidado de ellos, y que aún espera que puedan remontar el vuelo.
Quizá la mayor decepción hayan sido los británicos Alt-J. Después de dos álbumes con gran personalidad y muchos momentos destacables ("An awesome way", de 2012 y "This is all yours", de 2014), su "Relaxer" de hace unos pocos meses ha bajado muchísimo el nivel. Aún mantienen su personalidad acusada, con los originales juegos instrumentales y corales respaldando los recorridos vocales por la escala pentatónica de Joe Newman, pero la inspiración se les ha evaporado. Algo ya evidente desde el mayor tiempo que han tardado en publicar este tercer álbum respecto a sus dos predecesores, y su mucho menor contenido ("Relaxer" dura veinticinco minutos menos que "This is all yours", y contiene seis temas menos...). Y que se confirma por la irregularidad de los cuatro sencillos extraídos (la lenta y bastante aburrida "3WW" y la cadenciosa y reiterativa "Adeline" distan mucho de "In Cold Blood", quizá el tema que mejor enlaza con los discos anteriores, y "Deadcrush", el tema más interesante por su intensidad de principio a fin). Y que se reafirma cuando se descubre que uno de sus ocho cortes es una muy desafortunada versión de "House of the Rising Sun", que popularizaron The Animals. Todos sabemos que el trío británico puede dar mucho más de sí.
Otra decepción ha sido el retorno del trío californiano Haim. "Something to tell you" también mantiene el estilo de pop colorista, con referencias a los sesenta y los ochenta y las melodías de muchas notas por verso que las caracteriza, pero de nuevo faltan canciones que lo sostengan. Los sencillos extraídos ("Want You Back" y "Little of Your Love") podrían figurar a lo sumo como temas para completar un Extended Play de su "Days are gone" de 2013, pero no se acercan al nivel de "The wire" o "Falling", por poner un par de ejemplos de sus mejores momentos. No sólo eso: la mayoría de los cortes son extrañamente cortos, y sólo a base de repetir con ligeras variaciones los estribillos consiguen llegar a la duración mínima esperable. Tan poca sustancia hay en el álbum que hay que esperar al penúltimo corte ("Right now", una balada que no desentona en su peculiar estilo), para encontrar el único momento realmente descatable.
En menor medida, también ha supuesto una decepción "World be gone", el decimoséptimo álbum de estudio de Erasure. Es cierto que tras más de treinta años de carrera nadie espera otra entrega que se acerque al nivel de "The circus", "Chorus" o "The innocents", pero por ejemplo su anterior entrega ("The Violet Flame", 2014) no desmerecía con el grueso de su carrera y contenía dos o tres buenos momentos. Pero este "World be gone" baja sensiblemente el nivel. Y es que bajo la apariencia de un álbum de madurez, apoyado en textos supuestamente más críticos con la realidad de nuestros días, bajan el tempo de casi todos los temas y enlazan balada con balada, dejando los dos únicos temas medianamente hedonistas y bailables ("Love you to the sky" y "Just a little love", por cierto los dos momentos más dignos) para abrir y cerrar el álbum. Entre medias, más de media hora de pop lento y anodino, cuando no directamente aburrido.
Otra decepción más ha sido el regreso de la estadounidense Michelle Branch, tras nada menos que ¡catorce! años de silencio. La cantautora debutó a comienzos de siglo con dos álbumes de pop rock contundente ("The spirit room", 2001, y "Hotel paper", 2003), muy del gusto del público americano de la época, y la suficiente inspiración en sus mejores momentos para augurarle una larga carrera. Pero se ve que no daba con la tecla con la que continuarlas, y su tercera entrega se ha ido alargando año tras año hasta que por fin en 2017 ha visto la luz este "Hopeless romantic", que se aparta de sus dos primeras entregas con un sonido menos distorsionado y una propuesta más reposada. Y que a pesar de un primer sencillo (de idéntico título) meritorio gracias a su efectiva progresión armónica, no justifica la espera por la escasa personalidad del conjunto. No sorprende que haya tardado tanto en encontrar discográfica para publicarlo.
Aunque me he fijado en estos cuatro ejemplos, ha habido más regresos que no han respondido a las expectativas: Kasabian, Aphex Twin... incluso Imagine Dragons, Portugal. The Man, o Saint Etienne han publicado discos que, sin ser realmente decepcionantes en comparación con el nivel medio de sus carreras, tampoco se han acercado a sus mejores momentos. Y es que parece que el panorama musical en este 2017, con tan pocas ventas físicas, tantos "dinosaurios" rentabilizando canciones de hace varias décadas en giras inacabables, y tanto streaming, no resulta lo suficientemente motivador para que artistas ya consagrados se esfuercen por dar lo mejor de sí mismos. A ver qué sucede con otros artistas fijos de este blog (The Killers, Cut Copy, Liam Gallagher) que publicarán sus nuevas entregas en próximos meses. Me espero cualquier cosa.
Quizá la mayor decepción hayan sido los británicos Alt-J. Después de dos álbumes con gran personalidad y muchos momentos destacables ("An awesome way", de 2012 y "This is all yours", de 2014), su "Relaxer" de hace unos pocos meses ha bajado muchísimo el nivel. Aún mantienen su personalidad acusada, con los originales juegos instrumentales y corales respaldando los recorridos vocales por la escala pentatónica de Joe Newman, pero la inspiración se les ha evaporado. Algo ya evidente desde el mayor tiempo que han tardado en publicar este tercer álbum respecto a sus dos predecesores, y su mucho menor contenido ("Relaxer" dura veinticinco minutos menos que "This is all yours", y contiene seis temas menos...). Y que se confirma por la irregularidad de los cuatro sencillos extraídos (la lenta y bastante aburrida "3WW" y la cadenciosa y reiterativa "Adeline" distan mucho de "In Cold Blood", quizá el tema que mejor enlaza con los discos anteriores, y "Deadcrush", el tema más interesante por su intensidad de principio a fin). Y que se reafirma cuando se descubre que uno de sus ocho cortes es una muy desafortunada versión de "House of the Rising Sun", que popularizaron The Animals. Todos sabemos que el trío británico puede dar mucho más de sí.
Otra decepción ha sido el retorno del trío californiano Haim. "Something to tell you" también mantiene el estilo de pop colorista, con referencias a los sesenta y los ochenta y las melodías de muchas notas por verso que las caracteriza, pero de nuevo faltan canciones que lo sostengan. Los sencillos extraídos ("Want You Back" y "Little of Your Love") podrían figurar a lo sumo como temas para completar un Extended Play de su "Days are gone" de 2013, pero no se acercan al nivel de "The wire" o "Falling", por poner un par de ejemplos de sus mejores momentos. No sólo eso: la mayoría de los cortes son extrañamente cortos, y sólo a base de repetir con ligeras variaciones los estribillos consiguen llegar a la duración mínima esperable. Tan poca sustancia hay en el álbum que hay que esperar al penúltimo corte ("Right now", una balada que no desentona en su peculiar estilo), para encontrar el único momento realmente descatable.
En menor medida, también ha supuesto una decepción "World be gone", el decimoséptimo álbum de estudio de Erasure. Es cierto que tras más de treinta años de carrera nadie espera otra entrega que se acerque al nivel de "The circus", "Chorus" o "The innocents", pero por ejemplo su anterior entrega ("The Violet Flame", 2014) no desmerecía con el grueso de su carrera y contenía dos o tres buenos momentos. Pero este "World be gone" baja sensiblemente el nivel. Y es que bajo la apariencia de un álbum de madurez, apoyado en textos supuestamente más críticos con la realidad de nuestros días, bajan el tempo de casi todos los temas y enlazan balada con balada, dejando los dos únicos temas medianamente hedonistas y bailables ("Love you to the sky" y "Just a little love", por cierto los dos momentos más dignos) para abrir y cerrar el álbum. Entre medias, más de media hora de pop lento y anodino, cuando no directamente aburrido.
Otra decepción más ha sido el regreso de la estadounidense Michelle Branch, tras nada menos que ¡catorce! años de silencio. La cantautora debutó a comienzos de siglo con dos álbumes de pop rock contundente ("The spirit room", 2001, y "Hotel paper", 2003), muy del gusto del público americano de la época, y la suficiente inspiración en sus mejores momentos para augurarle una larga carrera. Pero se ve que no daba con la tecla con la que continuarlas, y su tercera entrega se ha ido alargando año tras año hasta que por fin en 2017 ha visto la luz este "Hopeless romantic", que se aparta de sus dos primeras entregas con un sonido menos distorsionado y una propuesta más reposada. Y que a pesar de un primer sencillo (de idéntico título) meritorio gracias a su efectiva progresión armónica, no justifica la espera por la escasa personalidad del conjunto. No sorprende que haya tardado tanto en encontrar discográfica para publicarlo.
Aunque me he fijado en estos cuatro ejemplos, ha habido más regresos que no han respondido a las expectativas: Kasabian, Aphex Twin... incluso Imagine Dragons, Portugal. The Man, o Saint Etienne han publicado discos que, sin ser realmente decepcionantes en comparación con el nivel medio de sus carreras, tampoco se han acercado a sus mejores momentos. Y es que parece que el panorama musical en este 2017, con tan pocas ventas físicas, tantos "dinosaurios" rentabilizando canciones de hace varias décadas en giras inacabables, y tanto streaming, no resulta lo suficientemente motivador para que artistas ya consagrados se esfuercen por dar lo mejor de sí mismos. A ver qué sucede con otros artistas fijos de este blog (The Killers, Cut Copy, Liam Gallagher) que publicarán sus nuevas entregas en próximos meses. Me espero cualquier cosa.
lunes, 14 de agosto de 2017
Little Cub: "Still life" (2017)
Hubo un tiempo en que las Islas Británicas marcaban la pauta en cuanto a la evolución de la música pop, y prácticamente todos los años surgía una banda cuya repercusión y trayectoria perduraba a lo largo de los años. Sin embargo, con la llegada del siglo XXI la cantidad y sobre todo la calidad de las nuevas propuestas ensalzadas de manera desmesurada por el Melody Maker pegó un bajón que continúa hasta nuestros días (baste pensar en bandas que apuntaban muy alto en los últimos dos decenios pero no han llegado a ese nivel, desde The Artic Monkeys hasta Foals). De hecho, en lo que va de década sólo salvaría de la quema a los personalísimos Alt-J (a pesar de la notable decepción de su reciente "Relaxer"). Por eso es reconfortante toparse con una nueva banda británica que en mi opinión por fin responde a la expectación generada: el trío londinense Little Cub. Formado por Dominic Gore, cantante y letrista, y los multi-instrumentistas Duncan Tootill y Ady Acolatse, son una formación sorprendentemente madura, capaz de instrumentar y producir con elegancia y personalidad todas sus composiciones.
Me da la impresión de que la crítica especializada ha errado el tiro en cuanto al estilo y las referencias de la banda. Ante todo, porque hablan de Little Cub como una banda de música electrónica (!!), sin darse cuenta de en el año 2017 la inmensa mayoría de los álbumes que se publican se sustentan como es natural en las nuevas tecnologías. Y hablan de New Order como una referencia continua, algo que siendo un admirador de los mancunianos no termino de ver. Para mí, Little Cub es una banda de pop sofisticado, pero pop en sentido tradicional, con guitarras, bajo y batería. Otra cosa es que su capacidad instrumental haga que prácticamente todo cambie a lo largo del desarrollo de una composición, y al bajo slap le sustituya en un momento dado un bajo sintetizado, por ejemplo. Pero la ausencia de instrumentos reales, el minutaje excesivo, los bombos sobredimensionados, el auto-tune más juguetón, y todo lo que solemos asociar a la electrónica, está ausente de "Still life". Y en cuanto a las referencias, para mí la más evidente es los alemanes The Notwist (y no sólo por la similitud vocal entre Markus Acher, su cantante, y Dominic Gore), sino porque aunque no reniegan de los instrumentos electrónicos, emplean mayoritariamente instrumentos reales. Y muestran lo mejor de sí mismos en composiciones delicadas, melancólicas, con la sensibilidad a flor de piel y orfebrerías instrumentales que conviene disfrutar con nuestros mejores auriculares.
"Still life" no es un álbum largo (11 temas, 42 minutos), y como buen debut ha sido el fruto de muchos sencillos publicados en los últimos doce meses (hasta un total de cinco). Por lo que es difícil que si esos sencillos nos han llamado la atención quedemos defraudados con el resultado. Aunque es necesario reconocer que el grupo instrumenta mejor que compone, y compone mejor las progresiones armónicas que las melodías. No es el caso de "Too much love", tema de apertura, tercer sencillo publicado y uno de los mejores momentos del álbum: que empieza como un medio tiempo envolvente sobre elaborados arpegios de guitarra, y continúa con su extensa confesión hasta que, hacia la mitad, cambia de tonalidad y acerca el tema a las pistas de baile más indie superponiendo intetizadores, reforzando los platillos, y proponiendo uno de los mejores estribillos del álbum. Le sigue "My nature", segundo sencillo, quizá un poquitín inferior a la anterior pero muy interesante con su atmósfera inquietante y sus sintetizadores que van subiendo de volumen, creando una especie de trip-hop contemporáneo cada vez más intenso que a veces se transforma en un tema pop con bajo y batería reales, y que sorprende con un cambio de tonalidad pasados dos minutos que hace las veces de estribillo.
"Breathing space" es el último sencillo hasta la fecha, y quizá el menos interesante: un arpegio de sintetizador durante las estrofas que acaba resultando un poco cansino, un estribillo sin mucho gancho, y los intervalos instrumentales sobre el mismo acorde como pasajes más relevantes. "Mulberry" baja el tempo y sube la inspiración en una balada muy en la línea de The Notwist, con instrumentos que parecen no querer romper el silencio y ese precioso "Deep grooves that could hide all manner of things" que da paso a las dos guitarras eléctricas que se entrecruzan sin pisarse durante el excelente minuto final. Aunque quizá el mejor tema del álbum sea "Death Of A Football Manager", la historia del suicido del ex-futbolista y entrenador galés Gary Spee, relatada sobre una original batería, recurriendo nuevamente a los sintetizadores envolventes y a una pesimismo que pone los pelos de punta en su excelente estribillo ("only an act of love"), y manteniendo el listón hasta el final gracias a sus preciosas guitarras.
"Hypnotise" fue el cuarto sencillo, y aunque queda lejos de los mejores momentos del álbum por su melodía un tanto repetitiva, no desentona con esa especie de redoble de tambor que vertebra todo el tema y ese tramo final con los loops reproducidos al revés y sus sintetizadores acuosos. "Closing time" es quizá el tema más experimental dentro de un disco que se aleja siempre de los arreglos convencionales, con sólo la voz doblada y el bajo y la batería durante las estrofas, amen de unos espartanos intervalos instrumentales que se acercan a la indietrónica más bailable en su tramo final. "October" es el segundo tema lento, un tema correcto con lejanos guiños ochenteros y sin mayores sorpresas. "Loveless" fue el primer sencillo de su carrera, y sigue siendo una de sus mejores canciones: a pesar de su batería real de ritmo originalmente sincopado, quizá sea el tema más "electrónico" del disco a gracias su bajo sintetizado y a los múltiples teclados que la adornan, aunque lo mejor sea la cautivadora progresión armónica de su sencillo y eficaz estribillo, que recrean en el tramo final subiendo la intensidad en un elegante crescendo.
"Snow" es el tercer y último tema lento, más etéreo que los anteriores y con menos tirón, quizá por la ausencia de percusión, un estribillo más flojo que las estrofas, y una mayor convencionalidad a la hora de instrumentar. Y "Television" cierra este meritorio álbum con un panorama gélido que va cogiendo fuerza mientras que las voces de Dominic se siguen superponiendo y distorsionando, hasta llegar a un pasaje instrumental excelente con todos los instrumentos brillando en armonía. Porque al final eso es lo que permanece de estas once canciones: la capacidad del trío para armonizar los cambios continuos de instrumentación dentro de una misma canción. Se les podrá reprochar cierta homogeneidad en sus composiciones, cierta monotonía en las interpretaciones vocales de Dominic, o la dificultad que tendrán a la hora de interpretar los temas en directo. Pero si no estamos hablando del mejor álbum que va a ver la luz en mi humilde opinión en este 2017 por talento, personalidad y creatividad, poco le va a faltar. Así que a ver si tienen algo más de repercusión popular, porque se lo merecen.
Me da la impresión de que la crítica especializada ha errado el tiro en cuanto al estilo y las referencias de la banda. Ante todo, porque hablan de Little Cub como una banda de música electrónica (!!), sin darse cuenta de en el año 2017 la inmensa mayoría de los álbumes que se publican se sustentan como es natural en las nuevas tecnologías. Y hablan de New Order como una referencia continua, algo que siendo un admirador de los mancunianos no termino de ver. Para mí, Little Cub es una banda de pop sofisticado, pero pop en sentido tradicional, con guitarras, bajo y batería. Otra cosa es que su capacidad instrumental haga que prácticamente todo cambie a lo largo del desarrollo de una composición, y al bajo slap le sustituya en un momento dado un bajo sintetizado, por ejemplo. Pero la ausencia de instrumentos reales, el minutaje excesivo, los bombos sobredimensionados, el auto-tune más juguetón, y todo lo que solemos asociar a la electrónica, está ausente de "Still life". Y en cuanto a las referencias, para mí la más evidente es los alemanes The Notwist (y no sólo por la similitud vocal entre Markus Acher, su cantante, y Dominic Gore), sino porque aunque no reniegan de los instrumentos electrónicos, emplean mayoritariamente instrumentos reales. Y muestran lo mejor de sí mismos en composiciones delicadas, melancólicas, con la sensibilidad a flor de piel y orfebrerías instrumentales que conviene disfrutar con nuestros mejores auriculares.
"Still life" no es un álbum largo (11 temas, 42 minutos), y como buen debut ha sido el fruto de muchos sencillos publicados en los últimos doce meses (hasta un total de cinco). Por lo que es difícil que si esos sencillos nos han llamado la atención quedemos defraudados con el resultado. Aunque es necesario reconocer que el grupo instrumenta mejor que compone, y compone mejor las progresiones armónicas que las melodías. No es el caso de "Too much love", tema de apertura, tercer sencillo publicado y uno de los mejores momentos del álbum: que empieza como un medio tiempo envolvente sobre elaborados arpegios de guitarra, y continúa con su extensa confesión hasta que, hacia la mitad, cambia de tonalidad y acerca el tema a las pistas de baile más indie superponiendo intetizadores, reforzando los platillos, y proponiendo uno de los mejores estribillos del álbum. Le sigue "My nature", segundo sencillo, quizá un poquitín inferior a la anterior pero muy interesante con su atmósfera inquietante y sus sintetizadores que van subiendo de volumen, creando una especie de trip-hop contemporáneo cada vez más intenso que a veces se transforma en un tema pop con bajo y batería reales, y que sorprende con un cambio de tonalidad pasados dos minutos que hace las veces de estribillo.
"Breathing space" es el último sencillo hasta la fecha, y quizá el menos interesante: un arpegio de sintetizador durante las estrofas que acaba resultando un poco cansino, un estribillo sin mucho gancho, y los intervalos instrumentales sobre el mismo acorde como pasajes más relevantes. "Mulberry" baja el tempo y sube la inspiración en una balada muy en la línea de The Notwist, con instrumentos que parecen no querer romper el silencio y ese precioso "Deep grooves that could hide all manner of things" que da paso a las dos guitarras eléctricas que se entrecruzan sin pisarse durante el excelente minuto final. Aunque quizá el mejor tema del álbum sea "Death Of A Football Manager", la historia del suicido del ex-futbolista y entrenador galés Gary Spee, relatada sobre una original batería, recurriendo nuevamente a los sintetizadores envolventes y a una pesimismo que pone los pelos de punta en su excelente estribillo ("only an act of love"), y manteniendo el listón hasta el final gracias a sus preciosas guitarras.
"Hypnotise" fue el cuarto sencillo, y aunque queda lejos de los mejores momentos del álbum por su melodía un tanto repetitiva, no desentona con esa especie de redoble de tambor que vertebra todo el tema y ese tramo final con los loops reproducidos al revés y sus sintetizadores acuosos. "Closing time" es quizá el tema más experimental dentro de un disco que se aleja siempre de los arreglos convencionales, con sólo la voz doblada y el bajo y la batería durante las estrofas, amen de unos espartanos intervalos instrumentales que se acercan a la indietrónica más bailable en su tramo final. "October" es el segundo tema lento, un tema correcto con lejanos guiños ochenteros y sin mayores sorpresas. "Loveless" fue el primer sencillo de su carrera, y sigue siendo una de sus mejores canciones: a pesar de su batería real de ritmo originalmente sincopado, quizá sea el tema más "electrónico" del disco a gracias su bajo sintetizado y a los múltiples teclados que la adornan, aunque lo mejor sea la cautivadora progresión armónica de su sencillo y eficaz estribillo, que recrean en el tramo final subiendo la intensidad en un elegante crescendo.
"Snow" es el tercer y último tema lento, más etéreo que los anteriores y con menos tirón, quizá por la ausencia de percusión, un estribillo más flojo que las estrofas, y una mayor convencionalidad a la hora de instrumentar. Y "Television" cierra este meritorio álbum con un panorama gélido que va cogiendo fuerza mientras que las voces de Dominic se siguen superponiendo y distorsionando, hasta llegar a un pasaje instrumental excelente con todos los instrumentos brillando en armonía. Porque al final eso es lo que permanece de estas once canciones: la capacidad del trío para armonizar los cambios continuos de instrumentación dentro de una misma canción. Se les podrá reprochar cierta homogeneidad en sus composiciones, cierta monotonía en las interpretaciones vocales de Dominic, o la dificultad que tendrán a la hora de interpretar los temas en directo. Pero si no estamos hablando del mejor álbum que va a ver la luz en mi humilde opinión en este 2017 por talento, personalidad y creatividad, poco le va a faltar. Así que a ver si tienen algo más de repercusión popular, porque se lo merecen.
sábado, 15 de julio de 2017
Mating Ritual: "How you gonna stop it" (2017)
Estos últimos meses están siendo poco fructíferos en cuanto a artistas consolidados que publiquen nuevos álbumes interesantes, pero en cambio están permitiendo que florezca un puñado de artistas que están haciendo crecer mi esperanza en que el panorama musical está empezando a invertir su tendencia decadente de este siglo XXI. Son muchos los álbumes de debut que he reseñado últimamente, y uno que se añade ahora a la lista es el de Mating Ritual, el alter ego del compositor y productor californiano Ryan Marshall Lawhon. Que ya había iniciado su andadura musical en compañía de su hermano Taylor como parte del poco conocido proyecto KO KO, y que tras publicar varios sencillos y un EP más que interesante desde 2015, ha presentado el pasado mes de junio su primer álbum: "How you gonna stop it".
A pesar de ser un proyecto en solitario, y de que en sus primeras entregas su pop estaba mayormente tecnificado, "How you gonna stop it" es un álbum de pop-rock cuyo sonido es el esperable en una banda consolidada con guitarras, bajo, batería, teclados y secuenciadores (estos últimos a cargo de Taylor). Que además suena homogéneo de principio a fin, a pesar del largo proceso de gestación del mismo. Las referencias a la hora de situar "How you gonna stop it": desde los Imagine Dragons menos comerciales hasta los Walk The Moon más profundos, pasando por los Coldplay menos histriónicos, y guiños a muchas bandas británicas de los ochenta. Es decir, una coctelera de pop con toques rock mayoritamente luminoso y con letras que se mueven entre lo optimista y lo reflexivo. Y que a pesar de transitar por sendas ya muy gastadas por décadas de propuestas similares, suena original y fresco.
El álbum lo abre la simpática y coreable "I wear glasses", un medio tiempo que no esconde la procedencia californiana de Ryan, y que cautiva por la habilidad con la que se complementan los diferentes instrumentos, además de por los coros en falsete que rematan la canción en su tramo final. Le sigue "Second chance", uno de mis temas favoritos del álbum, una preciosa melodía fantásticamente instrumentada (mención especial para la percusión y la batería, y la manera como los sintetizadores complementan a la guitarra), que toma aire en cada estrofa para ir creciendo en el puente, brillando en el estribillo y fascinando en el intervalo instrumental posterior, aunque lo mejor es la coda primero cantada y luego instrumental en la que se nota lo bien que funcionan como banda. El tercer corte es el tema que da título al álbum: "How you gonna stop it" es un bonito tema de power pop sin llegar a ser lo mejor del disco, cuyo rasgo más característico es la velocidad a la que canta Ryan en parte de las estrofas (es casi imposible entenderle).
"Cold" es un tema más lento y más electrónico, además de la primera colaboración en la parte vocal de la para mí desconocida Lizzy Land, y que aunque agradable carece de la magia de cortes anteriores. "Drunk" es otro de los mejores momentos del disco: un comienzo que es puro Coldplay, parsimonioso, envolvente y con la melodía vocal subiendo y bajando por la escala sin freno, que pasados dos minutos desemboca, sobre la misma progresión armónica y teclados principales, en un medio tiempo de batería y bajo marcados. Y que a partir del cuarto minuto se convierte en un precioso tramo final instrumental, que igual deja sola la voz y la guitarra de Ryan que sube en un crescendo irresistible. Le sigue "American muscle", otro corte de power pop con un característico riff, otra original percusión, y un coro lleno de energía a lo Walk The Moon, aunque suena a veces un tanto hueco. "Thief" cambia completamente el registro y acerca a los angelinos a las baladas sintéticas de Pet Shop Boys (algo a lo que contribuye la voz doblada y distorsionada de Ryan), si bien el resultado sólo supera el aprobado a partir del cambio de tonalidad del tramo final.
El tramo final del álbum lo inaugura la segunda colaboración vocal de Lizzy Land (mucho más apreciable que la primera): "Night lies", otra vez un tema reposado, relativamente electrónico, con una bonita progresión armónica y sobre todo un estribillo coreable muy a lo Imagine Dragons, que se prolonga en el sintetizado intervalo instrumental posterior. "Villain" empieza casi como un homenaje a los Thompson Twins, y en seguida se revela como el tema más claramente bailable del álbum, con su ritmo binario marcado, y un colchón de sintetizadores arropando a un coro de voces en el estribillo, todo lo cual le confiere cierta similitud al "New song" de Warpaint (que seleccioné entre las mejores canciones de 2016). "I'm just alright" recupera la senda de los medios tiempos más claramente guitarreros, y nos ofrece la letra más claramente personal de Ryan (en la que se cuestiona recurrentemente su lugar y su misión en el mundo), aunque tanta repetición de la frase que da título al tema puede llegar a cansar. Y "Swim" cierra el álbum con la balada de turno, probablemente menos emotiva de lo que a Ryan le hubiera gustado, pero digna a pesar de su abrupto final gracias al contraste entre su guitarra eléctrica de notas largas y su teclado a lo Coldplay.
Indudablemente el álbum no es redondo de principio a fin, las interpretaciones vocales de Ryan oscilan entre lo aceptable y lo mejorable (aparte de que se agradecería una mejor dicción), y tras un comienzo muy brillante, va enlazando momentos interesantes con otros simplemente correctos. Pero cuando da con la inspiración sus canciones son muy poderosas evocando emociones. Además la banda las hace crecer con unas interpretaciones muy inteligentes y buenas dosis de talento. Supongo que una mayor difusión de la que hasta ahora ha tenido el álbum ayudaría a darle continuidad al proyecto de Ryan, y a que diera rienda suelta a todo el talento que lleva dentro. Ojalá esta reseña contribuya mínimamente a ello.
A pesar de ser un proyecto en solitario, y de que en sus primeras entregas su pop estaba mayormente tecnificado, "How you gonna stop it" es un álbum de pop-rock cuyo sonido es el esperable en una banda consolidada con guitarras, bajo, batería, teclados y secuenciadores (estos últimos a cargo de Taylor). Que además suena homogéneo de principio a fin, a pesar del largo proceso de gestación del mismo. Las referencias a la hora de situar "How you gonna stop it": desde los Imagine Dragons menos comerciales hasta los Walk The Moon más profundos, pasando por los Coldplay menos histriónicos, y guiños a muchas bandas británicas de los ochenta. Es decir, una coctelera de pop con toques rock mayoritamente luminoso y con letras que se mueven entre lo optimista y lo reflexivo. Y que a pesar de transitar por sendas ya muy gastadas por décadas de propuestas similares, suena original y fresco.
El álbum lo abre la simpática y coreable "I wear glasses", un medio tiempo que no esconde la procedencia californiana de Ryan, y que cautiva por la habilidad con la que se complementan los diferentes instrumentos, además de por los coros en falsete que rematan la canción en su tramo final. Le sigue "Second chance", uno de mis temas favoritos del álbum, una preciosa melodía fantásticamente instrumentada (mención especial para la percusión y la batería, y la manera como los sintetizadores complementan a la guitarra), que toma aire en cada estrofa para ir creciendo en el puente, brillando en el estribillo y fascinando en el intervalo instrumental posterior, aunque lo mejor es la coda primero cantada y luego instrumental en la que se nota lo bien que funcionan como banda. El tercer corte es el tema que da título al álbum: "How you gonna stop it" es un bonito tema de power pop sin llegar a ser lo mejor del disco, cuyo rasgo más característico es la velocidad a la que canta Ryan en parte de las estrofas (es casi imposible entenderle).
"Cold" es un tema más lento y más electrónico, además de la primera colaboración en la parte vocal de la para mí desconocida Lizzy Land, y que aunque agradable carece de la magia de cortes anteriores. "Drunk" es otro de los mejores momentos del disco: un comienzo que es puro Coldplay, parsimonioso, envolvente y con la melodía vocal subiendo y bajando por la escala sin freno, que pasados dos minutos desemboca, sobre la misma progresión armónica y teclados principales, en un medio tiempo de batería y bajo marcados. Y que a partir del cuarto minuto se convierte en un precioso tramo final instrumental, que igual deja sola la voz y la guitarra de Ryan que sube en un crescendo irresistible. Le sigue "American muscle", otro corte de power pop con un característico riff, otra original percusión, y un coro lleno de energía a lo Walk The Moon, aunque suena a veces un tanto hueco. "Thief" cambia completamente el registro y acerca a los angelinos a las baladas sintéticas de Pet Shop Boys (algo a lo que contribuye la voz doblada y distorsionada de Ryan), si bien el resultado sólo supera el aprobado a partir del cambio de tonalidad del tramo final.
El tramo final del álbum lo inaugura la segunda colaboración vocal de Lizzy Land (mucho más apreciable que la primera): "Night lies", otra vez un tema reposado, relativamente electrónico, con una bonita progresión armónica y sobre todo un estribillo coreable muy a lo Imagine Dragons, que se prolonga en el sintetizado intervalo instrumental posterior. "Villain" empieza casi como un homenaje a los Thompson Twins, y en seguida se revela como el tema más claramente bailable del álbum, con su ritmo binario marcado, y un colchón de sintetizadores arropando a un coro de voces en el estribillo, todo lo cual le confiere cierta similitud al "New song" de Warpaint (que seleccioné entre las mejores canciones de 2016). "I'm just alright" recupera la senda de los medios tiempos más claramente guitarreros, y nos ofrece la letra más claramente personal de Ryan (en la que se cuestiona recurrentemente su lugar y su misión en el mundo), aunque tanta repetición de la frase que da título al tema puede llegar a cansar. Y "Swim" cierra el álbum con la balada de turno, probablemente menos emotiva de lo que a Ryan le hubiera gustado, pero digna a pesar de su abrupto final gracias al contraste entre su guitarra eléctrica de notas largas y su teclado a lo Coldplay.
Indudablemente el álbum no es redondo de principio a fin, las interpretaciones vocales de Ryan oscilan entre lo aceptable y lo mejorable (aparte de que se agradecería una mejor dicción), y tras un comienzo muy brillante, va enlazando momentos interesantes con otros simplemente correctos. Pero cuando da con la inspiración sus canciones son muy poderosas evocando emociones. Además la banda las hace crecer con unas interpretaciones muy inteligentes y buenas dosis de talento. Supongo que una mayor difusión de la que hasta ahora ha tenido el álbum ayudaría a darle continuidad al proyecto de Ryan, y a que diera rienda suelta a todo el talento que lleva dentro. Ojalá esta reseña contribuya mínimamente a ello.
martes, 27 de junio de 2017
Avec Sans: "Heartbreak hi" (2016)
Me resulta extraño reseñar en junio de 2017 un álbum que vio la luz en 2016 (de hecho, hace justo un año). Pero es que este "Heartbreak hi" ha sido un álbum que, aun teniendo una repercusión minoritaria, se ha ido abriendo camino gradualmente en el panorama musical desde que su primer video-clip ("Hold on") fue publicado hace cuatro largos años. Poco a poco, el boca a boca y el efecto contagio en internet han hecho que finalmente llegue hasta mis oidos el debut de este dúo londinense formado por la cantante Alice Fox y el instrumentista Jack St. James. Y desde entonces he quedado atrapado por su pop tecnológico excelentemente instrumentado y muy alejado del mero revival ochentero que predomina en tantas otras bandas del panorama alternativo actual.
Lo más relevante de este "Heartbreak hi" es que nada menos que siete de sus trece temas han ido viendo la luz en formato sencillo/videoclip a lo largo de estos cuatro años, el último, "We are" (por cierto el tema con el que los descubrí), hace tres meses). Ello asegura que el nivel medio del álbum. Pero afortunadamente no implica que se trate de una mera colección de canciones colocadas secuencialmente: el disco posee una cohesión estilística y sonora muy saludable en sus cuarenta y ocho minutos, a pesar de haberse ido grabando en pequeñas dosis. Y con la suficiente variedad en tempos, atmósferas y estructuras para que cada canción tenga su personalidad propia.
"Even the echoes", el tema que lo abre, no es curiosamente ni de los que han ido viendo la luz en formato sencillo estos años, ni uno de sus mejores momentos: más atmosférico que rítmico, su melodía es quizá demasiado pop, y los "pájaros electrónicos" que la adornan en su mayor parte un tanto cansinos. Afortunadamente en seguida da paso a "Heartbreak hi", quinto sencillo (aunque vio originalmente la luz en 2012) y tal vez el estribillo más redondo de todo el álbum. Bien es cierto que son tres minutos justos, que una parte no desdeñable del mismo se va en su gradual comienzo, que las estrofas son cortas y de melodía sencilla (aunque con una progresión armónica razonablemente elaborada), pero el contraste entre la negatividad de la letra y la luminosidad de la música en su estribillo es absolutamente infalible. Le sigue "Shiver", el segundo sencillo de su carrera, quizá con un estribillo menos rompedor pero superior en términos globales a la anterior: el precioso synclavier que sostiene el comienzo y las estrofas se conjuga perfectamente con la voz de Alice, que demuestra de lo que es capaz en un estribillo que acaba muy alto en la escala. Aunque Jack no se queda corto luciéndose en el tramo final instrumental con su Novation launchpad.
"We are", remezclada respecto a la versión del álbum al ser extraída como séptimo sencillo es, sin ser el mejor momento del álbum (en mi opinión las estrofas pierden demasiada fuerza respecto a su certero estribillo), otro tratado de Jack a la hora de instrumentar en 2017 otra elaborada melodía pop. "When you go" es el primer tema claramente lento del álbum. Y aunque en estos tempos no se desenvuelven con la emotividad de por ejemplo Claire, sí que suplen esta carencia con otra excelente interpretación de Alice y la capacidad para armonizar instrumentos de Jack. "Hold on", sexto corte y el tema con el que se dieron a conocer, es todavía mi favorito de la banda: ese bajo sintetizado a lo electroclash cuyo volumen va subiendo para dar paso a unas estrofas formidables, por elegancia y por cómo los sintetizadores se entrecruzan para resaltar los acordes menores, hasta desembocar en un estribillo que encaja con una naturalidad pasmosa. Sin olvidar cómo Jack sigue añadiendo más instrumentos para enriquecer cada repetición, o ese intervalo instrumental en el que cambian el ritmo a cuaternario, acentuando el dramatismo.
"The answer" es otro buen tema que puede recordar a las Client más pop, por su ambientación oscura y la rabia contenida que encierra su estribillo. Pero es más rica instrumentalmente que lo habitual en sus paisanas, aunque la batería electrónica un tanto simple le resta algún punto. "Resonate", octavo corte y cuarto sencillo, es un tema correcto a la vez su mayor apuesta por una balada "clásica" y relativamente dulce, si bien el sintetizador distorsionado que lleva la progresión armónica y los otros muchos que la van adornando le niegan ese clasicismo. "All of time" fue el tercer sencillo de su carrera y también mi otro tema favorito del álbum: el único con un bombo marcado que lo orienta más claramente a la pista de baile a pesar de su letra melancólica, empieza directamente con la parte vocal y una instrumentación más austera de lo habitual, pero Jack termina por desplegar todo su arsenal en un maravilloso estribillo que puede recordar a los momentos más sintéticos de Kate Bush. Aunque lo mejor del tema surge con un muy elaborado puente sobre el que se van añadiendo instrumentos para enlazarlo de manera magistral con una versión alterada del estribillo sobre la misma progresión armónica.
El tramo final de este excelente álbum no desentona, pero no es lo mejor del mismo. Lo inicia "History", un tema lento y simplemente correcto que se acerca al R&B sintético de esta última década con su ritmo sincopado y su desnudez en las estrofas, complementadas por un estribillo de puro pop excelentemente armonizado. "Close my eyes" acelera el tempo, y con su batería sencilla y su atmósfera tenebrosa puede recordar al principio a Goldfrapp, si bien el estribillo de notas altas y luminosamente pop lo desmiente. El penúltimo corte es una versión de Bon Iver, "Perth", que además vio la luz como sexto sencillo. Y que demuestra el talento del dúo para explotar temas ajenos llevándolos a su terreno, armonizándolos y mejorándolos con sus cualidades vocales e instrumentales. Lástima que el tema original no dé para mucho, y a pesar de la intuición a la hora de ir añadiendo sintetizadores y doblando voces, su versión acabe repitiendo más de lo deseable eso de "Still alive for you love" (si de verdad quieren escuchar lo que dan de sí Avec Sans versionando, busquen en Youtube su maravillosa interpretación de "Will do", de TV on The Radio). Y el cierre lo pone "Mistakes", que como cabe esperar es otro tema lento (por cierto mi favorito de entre los de tempo más reposado), ahora sí con la sensibilidad más a flor de piel en las estrofas, unos sintetizadores juguetones a lo Andy Barlow (Lamb), y la sorpresa final del ritmo casi bailable para rematar.
La riqueza, el dinamismo, la sensibilidad e incluso el alma de "Heartbreak hi" permite disfrutarlo cada vez mas en sucesivas escuchas. Aunque lo que más sorprende del mismo, más allá de su calidad, es la madurez que destila: cuesta admitir que se trata de un álbum de debut. En un mundo ideal habría sido uno de los álbumes del año para crítica y público. Por mi parte sólo espero que le den continuidad alguna vez, aunque han puesto el listón muy alto.
Lo más relevante de este "Heartbreak hi" es que nada menos que siete de sus trece temas han ido viendo la luz en formato sencillo/videoclip a lo largo de estos cuatro años, el último, "We are" (por cierto el tema con el que los descubrí), hace tres meses). Ello asegura que el nivel medio del álbum. Pero afortunadamente no implica que se trate de una mera colección de canciones colocadas secuencialmente: el disco posee una cohesión estilística y sonora muy saludable en sus cuarenta y ocho minutos, a pesar de haberse ido grabando en pequeñas dosis. Y con la suficiente variedad en tempos, atmósferas y estructuras para que cada canción tenga su personalidad propia.
"Even the echoes", el tema que lo abre, no es curiosamente ni de los que han ido viendo la luz en formato sencillo estos años, ni uno de sus mejores momentos: más atmosférico que rítmico, su melodía es quizá demasiado pop, y los "pájaros electrónicos" que la adornan en su mayor parte un tanto cansinos. Afortunadamente en seguida da paso a "Heartbreak hi", quinto sencillo (aunque vio originalmente la luz en 2012) y tal vez el estribillo más redondo de todo el álbum. Bien es cierto que son tres minutos justos, que una parte no desdeñable del mismo se va en su gradual comienzo, que las estrofas son cortas y de melodía sencilla (aunque con una progresión armónica razonablemente elaborada), pero el contraste entre la negatividad de la letra y la luminosidad de la música en su estribillo es absolutamente infalible. Le sigue "Shiver", el segundo sencillo de su carrera, quizá con un estribillo menos rompedor pero superior en términos globales a la anterior: el precioso synclavier que sostiene el comienzo y las estrofas se conjuga perfectamente con la voz de Alice, que demuestra de lo que es capaz en un estribillo que acaba muy alto en la escala. Aunque Jack no se queda corto luciéndose en el tramo final instrumental con su Novation launchpad.
"We are", remezclada respecto a la versión del álbum al ser extraída como séptimo sencillo es, sin ser el mejor momento del álbum (en mi opinión las estrofas pierden demasiada fuerza respecto a su certero estribillo), otro tratado de Jack a la hora de instrumentar en 2017 otra elaborada melodía pop. "When you go" es el primer tema claramente lento del álbum. Y aunque en estos tempos no se desenvuelven con la emotividad de por ejemplo Claire, sí que suplen esta carencia con otra excelente interpretación de Alice y la capacidad para armonizar instrumentos de Jack. "Hold on", sexto corte y el tema con el que se dieron a conocer, es todavía mi favorito de la banda: ese bajo sintetizado a lo electroclash cuyo volumen va subiendo para dar paso a unas estrofas formidables, por elegancia y por cómo los sintetizadores se entrecruzan para resaltar los acordes menores, hasta desembocar en un estribillo que encaja con una naturalidad pasmosa. Sin olvidar cómo Jack sigue añadiendo más instrumentos para enriquecer cada repetición, o ese intervalo instrumental en el que cambian el ritmo a cuaternario, acentuando el dramatismo.
"The answer" es otro buen tema que puede recordar a las Client más pop, por su ambientación oscura y la rabia contenida que encierra su estribillo. Pero es más rica instrumentalmente que lo habitual en sus paisanas, aunque la batería electrónica un tanto simple le resta algún punto. "Resonate", octavo corte y cuarto sencillo, es un tema correcto a la vez su mayor apuesta por una balada "clásica" y relativamente dulce, si bien el sintetizador distorsionado que lleva la progresión armónica y los otros muchos que la van adornando le niegan ese clasicismo. "All of time" fue el tercer sencillo de su carrera y también mi otro tema favorito del álbum: el único con un bombo marcado que lo orienta más claramente a la pista de baile a pesar de su letra melancólica, empieza directamente con la parte vocal y una instrumentación más austera de lo habitual, pero Jack termina por desplegar todo su arsenal en un maravilloso estribillo que puede recordar a los momentos más sintéticos de Kate Bush. Aunque lo mejor del tema surge con un muy elaborado puente sobre el que se van añadiendo instrumentos para enlazarlo de manera magistral con una versión alterada del estribillo sobre la misma progresión armónica.
El tramo final de este excelente álbum no desentona, pero no es lo mejor del mismo. Lo inicia "History", un tema lento y simplemente correcto que se acerca al R&B sintético de esta última década con su ritmo sincopado y su desnudez en las estrofas, complementadas por un estribillo de puro pop excelentemente armonizado. "Close my eyes" acelera el tempo, y con su batería sencilla y su atmósfera tenebrosa puede recordar al principio a Goldfrapp, si bien el estribillo de notas altas y luminosamente pop lo desmiente. El penúltimo corte es una versión de Bon Iver, "Perth", que además vio la luz como sexto sencillo. Y que demuestra el talento del dúo para explotar temas ajenos llevándolos a su terreno, armonizándolos y mejorándolos con sus cualidades vocales e instrumentales. Lástima que el tema original no dé para mucho, y a pesar de la intuición a la hora de ir añadiendo sintetizadores y doblando voces, su versión acabe repitiendo más de lo deseable eso de "Still alive for you love" (si de verdad quieren escuchar lo que dan de sí Avec Sans versionando, busquen en Youtube su maravillosa interpretación de "Will do", de TV on The Radio). Y el cierre lo pone "Mistakes", que como cabe esperar es otro tema lento (por cierto mi favorito de entre los de tempo más reposado), ahora sí con la sensibilidad más a flor de piel en las estrofas, unos sintetizadores juguetones a lo Andy Barlow (Lamb), y la sorpresa final del ritmo casi bailable para rematar.
La riqueza, el dinamismo, la sensibilidad e incluso el alma de "Heartbreak hi" permite disfrutarlo cada vez mas en sucesivas escuchas. Aunque lo que más sorprende del mismo, más allá de su calidad, es la madurez que destila: cuesta admitir que se trata de un álbum de debut. En un mundo ideal habría sido uno de los álbumes del año para crítica y público. Por mi parte sólo espero que le den continuidad alguna vez, aunque han puesto el listón muy alto.
domingo, 28 de mayo de 2017
Joe Goddard - "Electric lines" (2017)
Uno de los discos inesperados de 2017 ha sido el de Joe Goddard, compositor, teclista y vocalista ocasional de los a veces brillantes, a veces desconcertantes Hot Chip. Tras más de quince años teniendo al sexteto británico de dance-pop como principal ocupación, finalmente Goddard se ha decidido a dar una continuación a su tímido álbum de debut en solitario, ese "Harvest Festival" que pasó tan desapercibido en 2009. Este "Electric lines" responde para lo bueno y para lo malo a algunos de los clichés que se les suponen a los álbumes de miembros de bandas que no son sus líderes: vocalistas diversos, estilos alejados unos de otros, altibajos de inspiración, una mayor vocación experimental... Pero afortunadamente todo ello se complementa con una notable dosis de talento (probablemente derivado de la tranquilidad a la hora de ir reuniendo temas para este proyecto, sin urgencia en publicarlos). Con lo cual el resultado, sin ser un álbum completamente redondo, sí que es uno de los más interesantes que he tenido la oportunidad de escuchar en lo que llevamos de año. Y me atrevo a decir que por variedad e inspiración supera no ya a su debut, sino a cualquiera de los seis publicados por Hot Chip. Con lo que la viabilidad de este proyecto paralelo de Goddard está más que justificada.
"Electric lines" es un álbum largo (supera la hora de duración en sus trece cortes), con temas en su mayoría desarrollados sin prisa, que en cada escucha permite descubrir nuevos detalles. Y que se abre con uno de sus mejores momentos: "Ordinary madness" es uno de los dos temas en la que británica Jess MIlls (alias SLO) se encarga con acierto de la parte vocal. Y que aunque arranca con un ritmo sincopado alejado de la contundencia binaria que podría esperarse, pronto adquiere un barniz pop con su preciosa melodía en las estrofas y sus arabescos de sintetizadores, que culminan en un estribillo irresistible, con una guitarra eléctrica que la hace ahora sí apta para el baile. Y con una parte nueva elaborada que encaja perfectamente con todo el conjunto, que desemboca en un tramo instrumental en el que Goddard se nota que disfruta. Le sigue "Lose your love", para mí no muy acertadamente escogida como primer sencillo. Porque aunque era de esperar que la vocación de DJ de Goddard salga a la luz sampleando el "I Don’t Wanna Lose Your Love", una cara B de The Emotions de 1976, su funky y sus coros en falsete no terminan de encajar del todo con el auto-tune y el loop sintetizado que vertebran la canción. Aparte de que la progresión armónica es todo el tiempo los mismos cuatro acordes, que se prolongan más de lo deseable. Algo parecido aunque con un resultado algo mejor le sucede a "Home", tercer sencillo, otro tema construido sobre un sampling ("We’re On Our Way Home" de 1978 a cargo de Brainstorm), cuyo comienzo disco sobre un piano setentero no casa bien con las estrofas de synthpop melancólico que le suceden. Para desembocar además en un estribillo que vuelve a ser otro sampling del mismo tema, y sobre el que el bombo que añade Goddard y su melodía paralela en falsete luchan como pueden por abrirse paso. Si a ello le añadimos que el cuarto corte, "Lasers", es una petardada instrumental de ritmo binario ramplón sobre el que efectivamente campan a sus anchas sonidos de láseres durante casi cinco inacabables minutos, probablemente piensen que me he equivocado al dedicarle una entrada a este disco.
Pero a partir de este punto el álbum, aunque sigue un tanto disperso, gana muchos enteros. "Human heart" es prácticamente una balada, construida eso si sobre un bombo marcado y una bonita progresión armónica que marca un piano electrónico (ahora sí, con varias partes bien enlazadas), que tarda casi minuto y medio en arrancar con su sensible melodía y otro minuto y medio más hasta que entra la caja, coincidiendo con un sintético e interesante intervalo instrumental, y que remata abusando del auto-tune, a lo Daft Punk. "Children" es el tema más largo del álbum: siete minutos (probablemente demasiados, aunque Goddard intenta que sucedan cosas a lo largo de toda su extensión) de techno espacial que nos retrotrae a los noventa con su superposición de sintetizadores y sus reminiscencias a Robert Miles (incluyendo el título) a partir de una progresión armónica inmutable. "Truth is light" es un medio tiempo sintético que nos recuerda a los que a veces entregaban Leftfield, por su introspección y su melodía suave arropada por arabescos de sintetizadores, aunque con la originalidad de una letra que es casi una oda a la luz. Y "Nothing moves", el octavo corte, se aproxima al trip-hop gracias a ese ritmo arrastrado, aunque progresión armónica y melodía la acercan al pop clásico, y los intervalos instrumentales a los que a menudo introduce Vince Clarke en sus canciones.
Tras estos dos temas de nivel correcto pero no espectaculares nos encontramos con la canción más claramente "Hot Chip" del álbum: "Electric lines", que también da título al álbum. En primer lugar porque Goddard recluta a Alexis Taylor, vocalista y compositor principal junto a él mismo de la banda británica. Y en segundo lugar por el resultado: un comienzo estimulante, que va entrando poco a poco, y que da pie a una letra fantástica en la que Taylor crea una analogía entre cómo las personas van cambiando como si fueran componente electrónicos que se actualizan conscientemente. Pero también una melodía exasperantemente simple (los dos mismos versos repetidos una y otra vez, hasta que por fin llega un estribillo... de un solo verso), y una obvia falta de recursos para hacer crecer el tema hasta donde prometía. Afortudamente justo a continuación irrumpe la joya del álbum: "Music is the answer", tercer sencillo y segunda colaboración con la vocalista SLO, que en realidad es una versión de la para mí desconocida Celeda. Otro tema de techno-pop intimista, con una percusión electrónica original, una melodía preciosa que evoluciona con inteligencia en cada una de sus partes y que defiende la música como solución a todos los males, y un estribillo con un cambio de tonalidad fantástico, que Goddard convierte en bailable con una naturalidad pasmosa. Aunque lo mejor es el intervalo instrumental tras el primer estribillo, donde Goddard explota al máximo su talento para adornar con pequeños fraseos vocales unas armonías de sintetizadores que recuerdan a Pet Shop Boys.
Tras esta maravilla de synth-pop el disco da un nuevo giro con "Funk you up", algo así como una recreación de los temas que pobablan el "Exit planet dust" de "The Chemical Brothers", con la misma propuesta monocorde aderazada con sintetizadores infecciosos y un ruidismo contagioso. Que no pasará a la historia pero resulta digna en sus tres minutos justos. "Bumps" es el penúltimo corte del álbum y una especie de homenaje a los Orbital más clásicos con su bombo marcado, su tempo que tan pronto sube como baja, sus cajas de música sintetizadas y su continuo esfuerzo por hacer evolucionar el tema. Y el álbum se cierra de manera desafortunada con una versión alargada (¡casi ocho minutos!) de "Lose your love", que como ya he explicado es en mi opinión uno de los momentos menos inspirados del disco, y que en versión extendida simplemente abunda en sus defectos.
Al terminar la escucha queda claro que el afán de Goddard por no dejarse de lado ninguno de sus géneros musicales de referencia ha primado sobre la elaboración de un álbum que reúna sólo aquellos en los que se desenvuelve mejor. Y además ha optado por elegir mayoritariamente sencillos que quizá sean los que más relevancia le vayan a otorga en la crítica especializada, pero que no son lo más representativo de su contenido, y su resultado es cuestionable. Pero también es cierto que sólo hay un tema que realmente sea de relleno, y que quitando aquellos en los que el sampling es el eje principal, el resto se mueve entre lo correcto y lo realmente inspirado, y sin sonar demasiado cercano a su banda de referencia. Así que el balance general es claramente favorable para todo el que guste del dance-pop en sentido amplio. Habrá que ver si alguna vez este "Electric lines" recibe una continuación, y si en ese caso volverá a predominar lo heterogéneo sobre lo inspirado.
"Electric lines" es un álbum largo (supera la hora de duración en sus trece cortes), con temas en su mayoría desarrollados sin prisa, que en cada escucha permite descubrir nuevos detalles. Y que se abre con uno de sus mejores momentos: "Ordinary madness" es uno de los dos temas en la que británica Jess MIlls (alias SLO) se encarga con acierto de la parte vocal. Y que aunque arranca con un ritmo sincopado alejado de la contundencia binaria que podría esperarse, pronto adquiere un barniz pop con su preciosa melodía en las estrofas y sus arabescos de sintetizadores, que culminan en un estribillo irresistible, con una guitarra eléctrica que la hace ahora sí apta para el baile. Y con una parte nueva elaborada que encaja perfectamente con todo el conjunto, que desemboca en un tramo instrumental en el que Goddard se nota que disfruta. Le sigue "Lose your love", para mí no muy acertadamente escogida como primer sencillo. Porque aunque era de esperar que la vocación de DJ de Goddard salga a la luz sampleando el "I Don’t Wanna Lose Your Love", una cara B de The Emotions de 1976, su funky y sus coros en falsete no terminan de encajar del todo con el auto-tune y el loop sintetizado que vertebran la canción. Aparte de que la progresión armónica es todo el tiempo los mismos cuatro acordes, que se prolongan más de lo deseable. Algo parecido aunque con un resultado algo mejor le sucede a "Home", tercer sencillo, otro tema construido sobre un sampling ("We’re On Our Way Home" de 1978 a cargo de Brainstorm), cuyo comienzo disco sobre un piano setentero no casa bien con las estrofas de synthpop melancólico que le suceden. Para desembocar además en un estribillo que vuelve a ser otro sampling del mismo tema, y sobre el que el bombo que añade Goddard y su melodía paralela en falsete luchan como pueden por abrirse paso. Si a ello le añadimos que el cuarto corte, "Lasers", es una petardada instrumental de ritmo binario ramplón sobre el que efectivamente campan a sus anchas sonidos de láseres durante casi cinco inacabables minutos, probablemente piensen que me he equivocado al dedicarle una entrada a este disco.
Pero a partir de este punto el álbum, aunque sigue un tanto disperso, gana muchos enteros. "Human heart" es prácticamente una balada, construida eso si sobre un bombo marcado y una bonita progresión armónica que marca un piano electrónico (ahora sí, con varias partes bien enlazadas), que tarda casi minuto y medio en arrancar con su sensible melodía y otro minuto y medio más hasta que entra la caja, coincidiendo con un sintético e interesante intervalo instrumental, y que remata abusando del auto-tune, a lo Daft Punk. "Children" es el tema más largo del álbum: siete minutos (probablemente demasiados, aunque Goddard intenta que sucedan cosas a lo largo de toda su extensión) de techno espacial que nos retrotrae a los noventa con su superposición de sintetizadores y sus reminiscencias a Robert Miles (incluyendo el título) a partir de una progresión armónica inmutable. "Truth is light" es un medio tiempo sintético que nos recuerda a los que a veces entregaban Leftfield, por su introspección y su melodía suave arropada por arabescos de sintetizadores, aunque con la originalidad de una letra que es casi una oda a la luz. Y "Nothing moves", el octavo corte, se aproxima al trip-hop gracias a ese ritmo arrastrado, aunque progresión armónica y melodía la acercan al pop clásico, y los intervalos instrumentales a los que a menudo introduce Vince Clarke en sus canciones.
Tras estos dos temas de nivel correcto pero no espectaculares nos encontramos con la canción más claramente "Hot Chip" del álbum: "Electric lines", que también da título al álbum. En primer lugar porque Goddard recluta a Alexis Taylor, vocalista y compositor principal junto a él mismo de la banda británica. Y en segundo lugar por el resultado: un comienzo estimulante, que va entrando poco a poco, y que da pie a una letra fantástica en la que Taylor crea una analogía entre cómo las personas van cambiando como si fueran componente electrónicos que se actualizan conscientemente. Pero también una melodía exasperantemente simple (los dos mismos versos repetidos una y otra vez, hasta que por fin llega un estribillo... de un solo verso), y una obvia falta de recursos para hacer crecer el tema hasta donde prometía. Afortudamente justo a continuación irrumpe la joya del álbum: "Music is the answer", tercer sencillo y segunda colaboración con la vocalista SLO, que en realidad es una versión de la para mí desconocida Celeda. Otro tema de techno-pop intimista, con una percusión electrónica original, una melodía preciosa que evoluciona con inteligencia en cada una de sus partes y que defiende la música como solución a todos los males, y un estribillo con un cambio de tonalidad fantástico, que Goddard convierte en bailable con una naturalidad pasmosa. Aunque lo mejor es el intervalo instrumental tras el primer estribillo, donde Goddard explota al máximo su talento para adornar con pequeños fraseos vocales unas armonías de sintetizadores que recuerdan a Pet Shop Boys.
Tras esta maravilla de synth-pop el disco da un nuevo giro con "Funk you up", algo así como una recreación de los temas que pobablan el "Exit planet dust" de "The Chemical Brothers", con la misma propuesta monocorde aderazada con sintetizadores infecciosos y un ruidismo contagioso. Que no pasará a la historia pero resulta digna en sus tres minutos justos. "Bumps" es el penúltimo corte del álbum y una especie de homenaje a los Orbital más clásicos con su bombo marcado, su tempo que tan pronto sube como baja, sus cajas de música sintetizadas y su continuo esfuerzo por hacer evolucionar el tema. Y el álbum se cierra de manera desafortunada con una versión alargada (¡casi ocho minutos!) de "Lose your love", que como ya he explicado es en mi opinión uno de los momentos menos inspirados del disco, y que en versión extendida simplemente abunda en sus defectos.
Al terminar la escucha queda claro que el afán de Goddard por no dejarse de lado ninguno de sus géneros musicales de referencia ha primado sobre la elaboración de un álbum que reúna sólo aquellos en los que se desenvuelve mejor. Y además ha optado por elegir mayoritariamente sencillos que quizá sean los que más relevancia le vayan a otorga en la crítica especializada, pero que no son lo más representativo de su contenido, y su resultado es cuestionable. Pero también es cierto que sólo hay un tema que realmente sea de relleno, y que quitando aquellos en los que el sampling es el eje principal, el resto se mueve entre lo correcto y lo realmente inspirado, y sin sonar demasiado cercano a su banda de referencia. Así que el balance general es claramente favorable para todo el que guste del dance-pop en sentido amplio. Habrá que ver si alguna vez este "Electric lines" recibe una continuación, y si en ese caso volverá a predominar lo heterogéneo sobre lo inspirado.
sábado, 6 de mayo de 2017
Claire: "Tidal" (2017)
Para mí uno de los álbumes que más expectación despertaba en 2017 era el retorno de los alemanes Claire. Que pasa por ser una de las debilidades de este humilde blog desde que descubrí y reseñé "The great escape", su meritorio álbum de debut allá por 2013. Desde entonces el quinteto alemán ha alargado el momento de entregar el temido segundo álbum durante cuatro largos años, si bien es cierto que hicieron la espera más llevadera con "Raseiniai", su EP de finales de 2015 que incidía en muchas de las virtudes de su debut a la vez que expandía su propuesta, y que también reseñé en este mismo blog. Pero no ha sido hasta hace unas pocas semanas que ha visto la luz este "Tidal", que ya adelanto los confirma como uno de las bandas de mayor calidad del momento. Aunque hay algunas sombras que hacen que el álbum no sea todo lo redondo que podría haber sido.
El álbum muestra al quintento más seguro de sus posibilidades instrumentales, y prácticamente todos los temas son explotados al máximo, con duraciones que por tanto suelen ser altas. Al mismo tiempo evitan caer en la tentación de sobreproducir las canciones, empleando siempre el número justo de instrumentos para no sólo poder apreciarlos mejor individualmente, sino también aumentar la sensación de interpretación en directo al escucharlos. Ambos aciertos son decisivos para ensalzar unas composiciones en su mayoría inspiradas, con un menor peso de los medios tiempos que en anteriores entregas, y con los guiños suficientes a los sonidos más de moda para alejar los fantasmas de otras décadas. Aderezados además por la voz de Claire Buerkle, que ha crecido desde su debut para saber emocionar en cada perla del pop atemporal de la banda pese a su aparente gelidez germánica.
Una buena muestra de todo ello es "Friendly fire", el primer sencillo y tema con el que se abre el álbum: un tema rápido, directo, al principio casi espartano, una composición elaborada y con partes claramente diferenciadas que saben enlazar perfectamente con su estribillo clásico y disfrutable. Aunque quizá quede un escalón inferior de "Broken promised land" (el tema que abría su álbum de debut y el sencillo que les dio a conocer al gran público), lo cual siempre es peligroso a la hora de defender el siempre decisivo segundo álbum. Las sombras a las que me refería antes comienzan con "End up here", el segundo corte. No porque se trate de una mala composición o desentone con el estilo del álbum (de hecho es una buena composición, la instrumentación está muy conseguida dentro de su contención y el tono es relativamente luminoso), sino porque después de un comienzo tan rápido es una bajada de tempo brusca, y hace que el melómano se cuestione si el ritmo elevado de su sencilo de presentación es sólo un espejismo. Y la pregunta parece tener respuesta afirmativa, porque "No way to save it", siguiente corte, es incluso más lenta y se encuadra claramente dentro de los parámetros de una balada clásica. Eso sí, es una composición muy bonita, con otra gran instrumentación (especialmente en el colchón de sintetizadores en crescendo con el que envuelven la voz de Claire en el estribillo y en la sobredosis de percusiones distorsionadas a mitad del tema), y en otro punto del álbum habría resplandecido.
Pero es que "Two steps back", el cuarto corte, vuelve a ser otro tema lento, inclinando en apariencia la balanza hacia un álbum muy pausado, casi "de madurez", en innegable contraste con su comienzo. Aunque se trata de otra excelente canción, con un estribillo de una frialdad emocionante y unos intervalos instrumentales presididos por un sintetizador que podría haber firmado Tygo. Y justo cuando ya nos disponemos a tumbarnos en el salón de nuestra casa para adaptarnos a la propuesta surgen el teclado rápido y el bombo que marcan el ritmo binario de "Say it" y nos vuelven a desconcertar. Aunque se trata de otro momento recomendable, sobre otra progresión armónica inspirada y bien desarrollada, en el que destaca la manera como mezclan los samplings, el bajo sintetizado, el sintetizador principal y la percusión después de cada estribillo. Y el descoloque es completo cuando, sin apenas preludio, Claire empieza a entonar la melodía de "Burn", otro tema de tempo alto, bailable, y probablemente mi favorito de todo el álbum: una excelente progresión armónica rematada por una melodía que no le va a la zaga, un equilibrio certero entre los distintos instrumentos y guiños contemporáneos como el crescendo antes del segundo estribillo o el gélido e inesperadamente largo interludio instrumental.
Tras dos temas tan trepidantes sí tiene sentido situar un medio tiempo de percusión marcada ("Masquerade"), aunque éste sorprenda por el predominio de las guitarras y su coqueteo con el funky, y acabe resultando uno de los momentos menos brillantes del álbum. La magia regresa con "Drowning", otra gran canción, que comienza como una balada en la que el silencio es casi tan esencial como la música, y va creciendo hasta convertirse en el primer estribillo en otro tema bailable que no renuncia a situar la guitarra eléctrica en primer plano, ni a la emocionante intepretación de Claire. "Back to shore" regresa, muchos temas después, al tempo pausado y las atmósferas evocadoras, recordando mucho a algunas de las composiciones de su álbum de debut, aunque con una mayor vocación experimental. "Treading water" recupera el mejor tono de "Tidal" con otra demostración de cómo armonizar la emotividad de las baladas con la contudencia de los ritmos bailables, los efectos electrónicos con la voz tan personal de Claire, y al tiempo disfrutar interpretando cada compás, hasta llegar a la brillante coda final. "The crash" es el ejercicio de nostalgia más evidente, algo así como una reivindicación del house de finales de los ochenta, edulcorado por unos coros infantiles que no terminan de encajar en el tema probablemente más prescindible del disco (y quizá por eso, también el más corto). Un disco que se cierra con "Come close", un baladón ubicado ahora sí en un momento lógico, sobrecogedor por su melancolía y su parquedad instrumental, que evoluciona con una naturalidad difícilmente explicable hacia el ritmo marcial y el loop de sintetizador de su tramo final.
Con lo que tras muchas escuchas lo que queda de este elaborado "Tidal" es que, si bien estamos seguramente ante uno de los mejores álbumes de la temporada, podría haber sido aún mejor distribuyendo con más lógica sus doce temas. Y quizá también eliminando uno o dos que bajan un poco el nivel, dejando por ejemplo diez pero verdaderamente meritorios. En todo caso, el álbum consolida a Claire como una de las mejores bandas del panorama contemporáneo: algo así como la versión mejorada de The XX, aunque sin el extra de relevancia a nivel de crítica y ventas que siempre supone provenir de un país anglosajón. Sólo confío en que esta indiferencia hacia su talento no les perjudique en el futuro, porque con una visibilidad adecuada creo que sería una banda de tirón a nivel internacional, y quizá sea eso a lo que aspiren. Así que espero que esta entrada pueda aportar un granito de arena en esa dirección.
El álbum muestra al quintento más seguro de sus posibilidades instrumentales, y prácticamente todos los temas son explotados al máximo, con duraciones que por tanto suelen ser altas. Al mismo tiempo evitan caer en la tentación de sobreproducir las canciones, empleando siempre el número justo de instrumentos para no sólo poder apreciarlos mejor individualmente, sino también aumentar la sensación de interpretación en directo al escucharlos. Ambos aciertos son decisivos para ensalzar unas composiciones en su mayoría inspiradas, con un menor peso de los medios tiempos que en anteriores entregas, y con los guiños suficientes a los sonidos más de moda para alejar los fantasmas de otras décadas. Aderezados además por la voz de Claire Buerkle, que ha crecido desde su debut para saber emocionar en cada perla del pop atemporal de la banda pese a su aparente gelidez germánica.
Una buena muestra de todo ello es "Friendly fire", el primer sencillo y tema con el que se abre el álbum: un tema rápido, directo, al principio casi espartano, una composición elaborada y con partes claramente diferenciadas que saben enlazar perfectamente con su estribillo clásico y disfrutable. Aunque quizá quede un escalón inferior de "Broken promised land" (el tema que abría su álbum de debut y el sencillo que les dio a conocer al gran público), lo cual siempre es peligroso a la hora de defender el siempre decisivo segundo álbum. Las sombras a las que me refería antes comienzan con "End up here", el segundo corte. No porque se trate de una mala composición o desentone con el estilo del álbum (de hecho es una buena composición, la instrumentación está muy conseguida dentro de su contención y el tono es relativamente luminoso), sino porque después de un comienzo tan rápido es una bajada de tempo brusca, y hace que el melómano se cuestione si el ritmo elevado de su sencilo de presentación es sólo un espejismo. Y la pregunta parece tener respuesta afirmativa, porque "No way to save it", siguiente corte, es incluso más lenta y se encuadra claramente dentro de los parámetros de una balada clásica. Eso sí, es una composición muy bonita, con otra gran instrumentación (especialmente en el colchón de sintetizadores en crescendo con el que envuelven la voz de Claire en el estribillo y en la sobredosis de percusiones distorsionadas a mitad del tema), y en otro punto del álbum habría resplandecido.
Pero es que "Two steps back", el cuarto corte, vuelve a ser otro tema lento, inclinando en apariencia la balanza hacia un álbum muy pausado, casi "de madurez", en innegable contraste con su comienzo. Aunque se trata de otra excelente canción, con un estribillo de una frialdad emocionante y unos intervalos instrumentales presididos por un sintetizador que podría haber firmado Tygo. Y justo cuando ya nos disponemos a tumbarnos en el salón de nuestra casa para adaptarnos a la propuesta surgen el teclado rápido y el bombo que marcan el ritmo binario de "Say it" y nos vuelven a desconcertar. Aunque se trata de otro momento recomendable, sobre otra progresión armónica inspirada y bien desarrollada, en el que destaca la manera como mezclan los samplings, el bajo sintetizado, el sintetizador principal y la percusión después de cada estribillo. Y el descoloque es completo cuando, sin apenas preludio, Claire empieza a entonar la melodía de "Burn", otro tema de tempo alto, bailable, y probablemente mi favorito de todo el álbum: una excelente progresión armónica rematada por una melodía que no le va a la zaga, un equilibrio certero entre los distintos instrumentos y guiños contemporáneos como el crescendo antes del segundo estribillo o el gélido e inesperadamente largo interludio instrumental.
Tras dos temas tan trepidantes sí tiene sentido situar un medio tiempo de percusión marcada ("Masquerade"), aunque éste sorprenda por el predominio de las guitarras y su coqueteo con el funky, y acabe resultando uno de los momentos menos brillantes del álbum. La magia regresa con "Drowning", otra gran canción, que comienza como una balada en la que el silencio es casi tan esencial como la música, y va creciendo hasta convertirse en el primer estribillo en otro tema bailable que no renuncia a situar la guitarra eléctrica en primer plano, ni a la emocionante intepretación de Claire. "Back to shore" regresa, muchos temas después, al tempo pausado y las atmósferas evocadoras, recordando mucho a algunas de las composiciones de su álbum de debut, aunque con una mayor vocación experimental. "Treading water" recupera el mejor tono de "Tidal" con otra demostración de cómo armonizar la emotividad de las baladas con la contudencia de los ritmos bailables, los efectos electrónicos con la voz tan personal de Claire, y al tiempo disfrutar interpretando cada compás, hasta llegar a la brillante coda final. "The crash" es el ejercicio de nostalgia más evidente, algo así como una reivindicación del house de finales de los ochenta, edulcorado por unos coros infantiles que no terminan de encajar en el tema probablemente más prescindible del disco (y quizá por eso, también el más corto). Un disco que se cierra con "Come close", un baladón ubicado ahora sí en un momento lógico, sobrecogedor por su melancolía y su parquedad instrumental, que evoluciona con una naturalidad difícilmente explicable hacia el ritmo marcial y el loop de sintetizador de su tramo final.
Con lo que tras muchas escuchas lo que queda de este elaborado "Tidal" es que, si bien estamos seguramente ante uno de los mejores álbumes de la temporada, podría haber sido aún mejor distribuyendo con más lógica sus doce temas. Y quizá también eliminando uno o dos que bajan un poco el nivel, dejando por ejemplo diez pero verdaderamente meritorios. En todo caso, el álbum consolida a Claire como una de las mejores bandas del panorama contemporáneo: algo así como la versión mejorada de The XX, aunque sin el extra de relevancia a nivel de crítica y ventas que siempre supone provenir de un país anglosajón. Sólo confío en que esta indiferencia hacia su talento no les perjudique en el futuro, porque con una visibilidad adecuada creo que sería una banda de tirón a nivel internacional, y quizá sea eso a lo que aspiren. Así que espero que esta entrada pueda aportar un granito de arena en esa dirección.
jueves, 13 de abril de 2017
Carla: "Night thoughts" (2016)
Habitualmente cada año suelo, allá por el mes de marzo, echar la vista atrás para revisar en una entrada lo que nos haya deparado el panorama musical en España durante los doce meses precedentes. Pero me he dado cuenta de que ese vistazo cada vez era más parecido en los últimos años, pues ni a nivel creativo ni comercial percibo signos claros de cambio a mejor, así que este 2017 he preferido no repetirme. Afortunadamente, ese ejercicio de revisión me ha permitido localizar la excepción que confirma la regla. Y es que después de casi tres años voy a reseñar un álbum publicado en nuestro país, porque considero que tiene la calidad y la contemporaneidad suficiente para tener un hueco en este humilde blog. Se trata de "Night thoughts", de Carla (no confundir con el álbum continuista del mismo título que publicaron los británicos Suede en 2016). Carla es en realidad un dúo formado por Carla y Toni Serrat, hermanos de la también artista Joana Serrat. Un álbum que como digo vio la luz en 2016, pero en un ámbito bastante minoritario, por lo que no ha sido hasta hace unas semanas que ha caído en mis manos.
"Night thoughts" es un álbum relativamente corto (treinta y ocho minutos), que consta de once temas (los diez que figuran en la contraportada más uno oculto al final) de propuesta muy homogénea. En esencia es un álbum de pop contemporáneo, con un toque electrónico, continuas orfebrerías rítmicas, letras sensoriales y una saludable valentía experimental. Como ven, un álbum muy alejado de lo que suele ser habitual en nuestro país. Carla Serrat no posee una voz potente, pero sí modula muy bien para complementar la atmósfera de los temas (casi podríamos hablar de interpretaciones soul-pop). Además, para reforzar la experiencia de su música, las letras hablan sobre todo de la interacción entre nuestros sentidos y la naturaleza (hasta dos títulos utilizan la palabra "Forest"), empleando para ello un inglés razonablemente bien pronunciado. Y la instrumentación guarda un saludable término medio entre lo espartano y lo sobreproducido. Puestos a buscarle defectos, e echa de menos algo más de estructuración en algunos temas, que pudiera acercar al dúo a una mayor repercusión, y al menos un tema de bandera que tire del resto del álbum. Y probablemente le sobre homogeneidad, pues cuesta muchas escuchas distinguir claramente unos tema de otros.
Un buen ejemplo de estas virtudes y defectos es "No sun", la canción que abre el álbum: evocadora, sensitiva, pero también demasiado corta, casi a medio terminar. "The sea takes me", segundo corte, con una progresión armónica más definida y una estructura más clara entre su colchón de sintetizadores envolventes, supone una mejora incuestionable respecto al anterior, aunque el cambio de ritmo a mitad del tema (doblando los bpms) es el típico arabesco que gusta a la crítica pero le aleja del público masivo. Aún más recomendable resulta "In the forest", uno de los momentos álgidos del álbum, con sus acordes menores bien marcados desde el comienzo, su melodía más definida y su atmósfera de atardecer, sabiamente resaltada por esa elaborada batería que va y viene. El siguiente corte "Our time" es otra buena composición aunque quizá algo falta de personalidad: construida con unos mimbres muy similares a las anteriores, llama la atención un estribillo mucho más claro, y la sorpresa de su coda final.
"Hold dub", con la colaboración de Nuria Graham, empieza con todos los mimbres para ser otro de los mejores momentos del álbum: un tema reposado, envolvente, bien interpretado, pero su estructura simple y demasiado repetitiva (y eso a pesar de que sólo dura tres minutos) le resta puntos. "Turned into" arrima su propuesta a ritmos ligeramente más bailables, con su bajo sintetizado claramente perceptible y su caja de palmada en momentos puntuales, por lo que sin ser de los temas más destacables sí que oxigena el álbum en un momento muy adecuado. El séptimo corte, "Lies", vuelve a los ritmos sincopados deudores del drum&bass, y acentúa su vocación experimental, aunque el estribillo casi indescifrable juega en su contra.
Con "Lucky one" comienza indudablemente el mejor tramo del álbum. Es el tema más claramente electro-pop del disco, y probablemente el más bailable: el infalible bajo sintetizado da pie a la voz de Carla, y tras ella una batería que juega al despiste con su ritmo cuaternario que se convertirá en binario en la segunda estrofa. Un tema que además evoluciona con criterio hasta su adecuada coda final, aunque le falte una instrumentación más elaborada en este último tramo. "Let's burn a forest" es el tema más etéreo, casi una poesía interpretada por un astronauta desde el espacio, con la voz de Carla ensalzada por un precioso teclado en las estrofas, y posiblemente el estribillo más redondo del disco, que además ensalzan en su repetición final otro certero sintetizador y la exhibición final de la batería. Y "Night thoughts", el tema que da título al álbum y teóricamente lo cierra es, en mi opinión, su mejor momento: una mezcla entre el drum&bass de su sección rítmica y el chill-out de su progresión armónica y sus sonidos de la naturaleza, sobre el que Carla repite una melodía sencilla que no es sino una mera excusa para seguir haciendo crecer la canción durante casi tres minutos con una inteligencia poco habitual por estos lares para los pasajes instrumentales. Y encima con la sorpresa de un tema oculto de duración convencional tras un par de minutos, que si bien no es de lo mejor del disco (parece un tema de los Everything But The Girl menos electrónicos), se deja escuchar.
Desconozco si la propuesta musicla de Carla ha sido una aventura de los hermanos Serrat para dar salida a sus inquietudes musicales, o si esperan consolidarla en un futuro con un segundo álbum y un mayor esfuerzo promocional. Espero que sea lo segundo, porque en España estamos huérfanos de este tipo de creatividad, y la necesitamos.
"Night thoughts" es un álbum relativamente corto (treinta y ocho minutos), que consta de once temas (los diez que figuran en la contraportada más uno oculto al final) de propuesta muy homogénea. En esencia es un álbum de pop contemporáneo, con un toque electrónico, continuas orfebrerías rítmicas, letras sensoriales y una saludable valentía experimental. Como ven, un álbum muy alejado de lo que suele ser habitual en nuestro país. Carla Serrat no posee una voz potente, pero sí modula muy bien para complementar la atmósfera de los temas (casi podríamos hablar de interpretaciones soul-pop). Además, para reforzar la experiencia de su música, las letras hablan sobre todo de la interacción entre nuestros sentidos y la naturaleza (hasta dos títulos utilizan la palabra "Forest"), empleando para ello un inglés razonablemente bien pronunciado. Y la instrumentación guarda un saludable término medio entre lo espartano y lo sobreproducido. Puestos a buscarle defectos, e echa de menos algo más de estructuración en algunos temas, que pudiera acercar al dúo a una mayor repercusión, y al menos un tema de bandera que tire del resto del álbum. Y probablemente le sobre homogeneidad, pues cuesta muchas escuchas distinguir claramente unos tema de otros.
Un buen ejemplo de estas virtudes y defectos es "No sun", la canción que abre el álbum: evocadora, sensitiva, pero también demasiado corta, casi a medio terminar. "The sea takes me", segundo corte, con una progresión armónica más definida y una estructura más clara entre su colchón de sintetizadores envolventes, supone una mejora incuestionable respecto al anterior, aunque el cambio de ritmo a mitad del tema (doblando los bpms) es el típico arabesco que gusta a la crítica pero le aleja del público masivo. Aún más recomendable resulta "In the forest", uno de los momentos álgidos del álbum, con sus acordes menores bien marcados desde el comienzo, su melodía más definida y su atmósfera de atardecer, sabiamente resaltada por esa elaborada batería que va y viene. El siguiente corte "Our time" es otra buena composición aunque quizá algo falta de personalidad: construida con unos mimbres muy similares a las anteriores, llama la atención un estribillo mucho más claro, y la sorpresa de su coda final.
"Hold dub", con la colaboración de Nuria Graham, empieza con todos los mimbres para ser otro de los mejores momentos del álbum: un tema reposado, envolvente, bien interpretado, pero su estructura simple y demasiado repetitiva (y eso a pesar de que sólo dura tres minutos) le resta puntos. "Turned into" arrima su propuesta a ritmos ligeramente más bailables, con su bajo sintetizado claramente perceptible y su caja de palmada en momentos puntuales, por lo que sin ser de los temas más destacables sí que oxigena el álbum en un momento muy adecuado. El séptimo corte, "Lies", vuelve a los ritmos sincopados deudores del drum&bass, y acentúa su vocación experimental, aunque el estribillo casi indescifrable juega en su contra.
Con "Lucky one" comienza indudablemente el mejor tramo del álbum. Es el tema más claramente electro-pop del disco, y probablemente el más bailable: el infalible bajo sintetizado da pie a la voz de Carla, y tras ella una batería que juega al despiste con su ritmo cuaternario que se convertirá en binario en la segunda estrofa. Un tema que además evoluciona con criterio hasta su adecuada coda final, aunque le falte una instrumentación más elaborada en este último tramo. "Let's burn a forest" es el tema más etéreo, casi una poesía interpretada por un astronauta desde el espacio, con la voz de Carla ensalzada por un precioso teclado en las estrofas, y posiblemente el estribillo más redondo del disco, que además ensalzan en su repetición final otro certero sintetizador y la exhibición final de la batería. Y "Night thoughts", el tema que da título al álbum y teóricamente lo cierra es, en mi opinión, su mejor momento: una mezcla entre el drum&bass de su sección rítmica y el chill-out de su progresión armónica y sus sonidos de la naturaleza, sobre el que Carla repite una melodía sencilla que no es sino una mera excusa para seguir haciendo crecer la canción durante casi tres minutos con una inteligencia poco habitual por estos lares para los pasajes instrumentales. Y encima con la sorpresa de un tema oculto de duración convencional tras un par de minutos, que si bien no es de lo mejor del disco (parece un tema de los Everything But The Girl menos electrónicos), se deja escuchar.
Desconozco si la propuesta musicla de Carla ha sido una aventura de los hermanos Serrat para dar salida a sus inquietudes musicales, o si esperan consolidarla en un futuro con un segundo álbum y un mayor esfuerzo promocional. Espero que sea lo segundo, porque en España estamos huérfanos de este tipo de creatividad, y la necesitamos.
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