No es algo que esté fomentando de manera consciente, pero de un tiempo a esta parte es de Australia de donde más novedades musicales estoy reseñando: Cut Copy, Josef Salvat, Rüfüs Du Sol... y ahora, Cloves. Y es que, en mi opinión, nuestras antípodas están logrando mantener los ingredientes principales de la música pop al margen de tendencias musicales que predominan en el resto de los países anglosajones, y que tanto están degradando la música contemporánea. Tal vez influya su ubicación geográfica, pero es incuestionable que en las propuestas que nos llegan de Australia no queda apenas espacio para el hip-hop, el reguetón, el trap, o incluso el folk, estilos de lo que poco cabe esperar. Pero, sin embargo, sí que están siendo capaces de actualizar el sonido del pop clásico y más o menos bailable para que suene contemporáneo. El resultado es una mezcla de música evocadora y de calidad que explica por qué se cuelan cada vez más frecuentemente en este humilde blog.
La última australiana en subirse al carro del pop elegante y contemporáneo de sus paisanos ha sido Cloves, o lo que es lo mismo, Kaity Dunstan, quien hace unos meses publicó su segundo álbum, "Nightmare On Elmfield Road". Con su primer disco, "One big nothing" (2018), Dunstan no logró el nivel suficiente como para que le dedicara una reseña independiente, pero sí consiguió aparecer en mi lista de mejores canciones internacionales de aquel año con su excelente "Bringing the house down", una pieza de rock atemporal dominada por sus rasgueos de guitarra y su voz poderosa y de cautivadora amplitud vocal. Pero quizá el conjunto del disco pecaba de excesivo clasicismo, de una ortodoxia que no terminaba de reflejar las inquietudes musicales de una chica tan joven. Sin embargo, para este segundo álbum, Cloves ha dado una llamativa vuelta de tuerca a su estilo, limitando en el mismo el predominio del rock gracias a una serie de canciones que podemos definir más acertadamente como pop, y sobre todo, reemplazando ese sonido ortodoxo pero un tanto añejo por una contemporaneidad exquisita. Si a ello le añadimos cuatro sencillos a los que apenas se les puede poner algún pero, esta reseña está más que justificada.
Eso sí, para que no nos desorientemos, el álbum sitúa esos cuatro sencillos en los cinco primeros cortes. En primer lugar, "Manic", que fue el tercer sencillo antes del verano. Un medio tiempo oscuro, de estrofas cautivadoras, estribillo sencillo, sampling vocales que aumentan la sensación de opresividad, un original violín para complementar el piano y una interesante sección de cuerda en su tramo final para llevar el tema a unas cotas fascinantes. Le sigue "Sicko", segundo sencillo hace ya casi un año, y para mí superior incluso al corte anterior. De hecho, las estrofas me parecen de las mejores de este 2021 próximo a acabar, de una elegancia ominosa que hace daño. Justo a continuación Cloves revela la sorpresa de la utilización de algunas notas del "Tom's diner" de Suzanne Vega, a pesar de lo cual la canción mantiene una personalidad propia que la aleja de la mera revisión. Hecho que se ve acrecentado tras el segundo estribillo, cuando los samplings instrumentales se superponen a la melodía casi declamada con que se remata el conjunto. El festival continúa con "Nightmare", puro trip-hop hasta el punto que me atrevería a decir que no desentonaría entre los mejores momentos de Portishead. De atmósfera cinematográfica y sostenida por un bajo slap en primer plano, su estribillo a dos voces, una de notas altísimas y la otra casi declamada, es francamente interesante.
Tras esta terna de momentazos, Cloves introduce un pequeño interludio que podría haber sido interesante si se hubiera desarrollado ("And now a word from one of the many voices in my head saying something I won’t remember later"), pero que dada su cortísima duración aparenta ser una mera excusa para que el disco llegue a los diez cortes de rigor. Menos mal que le sigue "Dead", primer sencillo, que anticipó el álbum hace un año. El más contundente y de tempo más alto de los cuatro, es también el que mejor entronca con la propuesta rockera de su primer disco. Estrofas de una calidez adictiva, y un estribillo de notas altas coincidiendo con una progresión armónica que cambia de tonalidad y lleva el tema por derroteros distintos de los esperables. Aunque lo mejor se lo reserva Cloves para el final: una coda casi instrumental, con unos sintetizadores en trémolo y unas voces distorsionadas que demuestran que, si se posee el talento, se puede emplear la tecnología del siglo XXI para conseguir resultados tan fascinantes como evocadores.
El problema es que a estas alturas el disco ya ha desvelado todas sus mejores bazas, y hasta que llegue a su fin, el conjunto baja un tanto. Aunque debo aclarar que ninguna de las restantes canciones decepciona, y la producción y la instrumentación están a la altura de los cuatro sencillos. "Screws" vuelve a moverse entre el pop contemporáneo y el rock de guitarras, y la contundencia de la batería en su estribillo profundiza en ese nivel de energía. Pero le falta algo de inspiración en la composición. "Better" sube un poco el nivel, entre otras cosas gracias a su excelente principio y al contrapunto entre su melodía etérea y la contundencia de sus ritmos programados. Pero la composición en sí es un poco escasa para un tema completo (estrofas cortas y de notas repetitivas, y un estribillo igual de simple), y eso provoca que ni siquiera con toda la exhibición de su instrumentación el resultado llegue al de los cuatro sencillos. "Paranoid", el octavo corte es, en mi opinión, el único que sí alcanza el nivel del primer tramo del disco. Nuevamente de comienzo cinematográfico, y sustentado en esta ocasión por un piano acústico, sus estrofas de reminiscencias psicodélicas consiguen a pesar de la dificultad que entrañan encajar con su tarareable estribillo en acordes mayores. La sección de cuerda y su inquietante parte nueva tiran del tramo final para arriba.
"Grudge" es el tema más electrónico, y también en el que mejor se aprecian las cualidades vocales de Dunstan, gracias a su instrumentación más espartana en estrofas y estribillo. El problema es que los distorsionados efectos (casi de future-bass), se agradecen por lo que tienen de experimental, pero no encajan con el resto de la canción, y arruinan un tanto todo lo que prometía al comienzo. Y en apenas media hora escasa el disco llega a su final con "Beast": directamente la voz de Cloves y un arpegio de guitarra eléctrica desarrollando la primera estrofa. Un panorama que irá creciendo en riqueza sonora hasta su notable intervalo instrumental en el tramo final. Pero son apenas dos minutos de canción, y cuando termina inevitablemente nos quedamos con ganas de más.
Y esa es una sensación peligrosa para terminar la escucha, porque puede hacernos prestar más atención a la brevedad del conjunto que a la brillantez de su primer tramo. Está claro que por lo menos el último corte y alguno otro más se habría beneficio de un desarrollo más largo que le hubiera permitido alcanzar los cuatro minutos, sin que por ello hubieran resultado aburridos. Y que tan sólo con un undécimo corte del nivel de los cuatro primeros, Cloves habría convertido un buen álbum como éste en uno de los mejores álbumes del año. Porque por talento creativo e instrumental es a lo que apuntaba conforme se fueron publicando los sencillos de adelanto. Pero al final el resultado se queda un escalón por debajo de lo que nos habría gustado (aunque varios por encima del nivel medio de los discos de este discreto 2021). Así que espero que para el tercer disco Cloves mantenga la propuesta creativa de este segundo, pero dedique un poco más de tiempo a recopilar el suficiente número de composiciones de nivel. Si logra ambas cosas, les anticipo que el resultado será excepcional. Yo ya estoy esperando.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
sábado, 11 de diciembre de 2021
sábado, 27 de noviembre de 2021
Rüfüs Du Sol - "Surrender" (2021)
Justo cuando se han cumplido tres años desde la publicación de "Solace", acaba de ver la luz "Surrender", el cuarto álbum de la banda australiana Rüfüs de Sol. Que pasa por ser una de las bandas de más calidad dentro del ámbito de la música de baile en el panorama internacional, con su sabia mezcla de melodías elaboradas y ritmos bailables. La novedad es que para este disco el trío compuesto por Tyrone Lindqvist, Jon George y James Hunt se marchó a Hollywood, quizá en busca de una evolución de una propuesta que en realidad apenas si es perceptible. Aunque ello no es necesariamente negativo.
Y es que desde sus inicios los australianos han tenido una personalidad musical muy acusada. En parte por la notable voz de Lindqvist, y en parte porque siempre han tenido muy claro a qué querían sonar. Tanto, que la homogeneidad de su sonido ha provocado que históricamente sea difícil distinguir algunas canciones de otras dentro de un mismo disco, o que incluso de un disco a otro las variaciones sean pequeñas. Es el caso una vez más de este "Surrender", que no esconde nada nuevo, pero que se mantiene a flote gracias al talento de la banda para crear temas expansivos, bailables en su mayoría sin perder la elegancia, y de melodías sugestivas y a menudo difíciles de interpretar. Puestos a buscarle relación con su discografía previa, quizá al álbum al que más se asemeja de su discografía es precisamente a su anterior entrega, ese "Solace" de menor duración y contenido (tan sólo nueve temas), pero un poco más oscuro de lo que era habitual hasta entonces en los australiano, con más momentos introspectivos e incluso "lentos".
El álbum lo abre "Next to me", un tema agradable que fue seleccionado también como segundo sencillo semanas antes de la publicación del álbum. Comienza con un piano inquietante que da paso a los acordes, las maracas y, antes de que entren más instrumentos, a la voz de Lindqvist interpretando la primera estrofa. El estribillo llega antes que la percusión, lo que anticipa que el álbum mantendrá un interesante equilibrio entre melodías y ritmos. De hecho, cuando finalmente entra, la percusión es muy suave, y el tempo un tanto bajo para destinar el tema a la pista de baile, con mucho espacio para las voces y los crecendos. "Make it happen" sube un poco el tempo pero cambia poco el registro: teclados envolventes, percusiones en primer plano, melodías de notas largas... Quizá lo más llamativo sea la letra, que echa una mirada a la adolescencia con evocadora melancolía, y esas voces infantiles que cantan un estribillo simplemente correcto. El resto es la habilidad de la banda para ir añadiendo y quitando detalles hasta llegar a los cinco minutos sin que el resultado se haga pesado. "See you again" resulta un poquito más contundente en su propuesta, más que por su percusión por ese teclado grave y contundente que lleva los acordes en su notable estribillo. Las voces electrónicamente distorsionadas que rellenan un tema por lo demás bastante desnudo son el complemento adecuado, y la larga parada antes del final de la repetición final del estribillo tan poco sorprendente como efectiva.
"I Don't Wanna Leave", cuarto sencillo extraído, ahonda en esas atmósferas más sombrías a las que aludía antes. Y se distingue de las anteriores por esa percusión sincopada que la aleja de la pista de baile y la acerca al pop más contemporáneo. Además, el tramo en el que el bajo sintetizado se queda al frente, antes de la repetición final, con Lindqvist cantando aquello de "Now that I want you, I need you", es efectivo para engancharnos. Pero se empieza a echar de menos alguna variación en las progresiones armónicas de los temas. Le sigue "Alive", el sencillo que anticipó el álbum hace ya varios meses. Más atmosférico y envolvente que ningún otro tema hasta ahora: teclado sintético en primer plano, melodía de notas altas, tempo más bien contenido, mezcla de percusiones electrónicas y acústicas, Lindqvist completando el tramo final con otro teclado... Más evocador que brillante. Tras un breve "reprise" del mismo tema, llega el que para mí es el mejor momento del disco: "On my knees". Tercer sencillo, es el tema más tenebroso e inquietante, con sus samplings vocales que parecen extraídos de una película de terror. Por otra parte, es la primera canción del álbum que se sustenta en un bombo permanente en cada compás, algo de lo que los australianos cada vez rehúyen más, pero que le sienta estupendamente para que el tema explote definitivamente. Aunque la clave del resultado es esa elegancia oscura de su melodía, y ese tramo final en el que el tema va creciendo hasta explotar, que recuerda tanto a los aparentemente inactivos Little Cub.
Después de cinco momentos notables en sus siete primeros cortes, el tramo final del álbum baja un tanto. "Wildfire" sólo tiene que retirar cualquier atisbo de percusión y dejar la melodía de notas lentas y los sintetizadores para convertir lo que podría haber sido un tema bailable en una balada afligida, aunque lo suficientemente contemporánea gracias a su instrumentación y a sus ruidistas adornos finales como para resultar interesante. "Surrender" insiste en la melodía de notas altas, arrancando ya con varias repeticiones de su estribillo (demasiadas), para derivar después en una previsible base rítmica, algún fraseo suelto, y una especie de estrofa en la que Lindqvist comparte protagonismo vocal con el norteamericano Curtis Harding y su falsete. "Devotion", la penúltima canción del disco, insiste en parámetros ya conocidos de temas anteriores, pero con menor inspiración creativa, por lo que aunque la banda tira de oficio para sacarla adelante, no pasa de discreta. Y el álbum lo cierra "Always", un larguísmo tema de más de siete minutos, válidos ahora sí para mover el esqueleto y con una melodía un poco más inspirada, aunque tampoco cambia de registro y seguramente nadie se acuerde de ella dentro de un tiempo.
Es posible que al finalizar el disco predomine una cierta sensación de fatiga, más que nada por la reiteración en la propuesta. No llega al extremo de los discos de Illenium, pero está claro que este "Surrender" agradecería una o dos canciones en las que realmente los australianos propusieran algo diferente (un tema instrumental, una guitarra llevando la voz principal, una sección de cuerda, etc.). O al menos que alguna progresión armónica cambiara de tonalidad a lo largo de alguna de las canciones. No obstante, Rüfüs du Sol han confirmado una vez más que son una de las pocas propuestas que siguen siendo comerciales a la vez que mantienen una indudable calidad. No tanta en mi opinión como para que en Australia les hayan nominado a "álbum del año", pero sí la suficiente como para seguir confiando en ellos. A ver si por esta parte del planeta nos enteramos de los millones de visualizaciones que logran con cada nuevo sencillo en YouTube, nos vendría de perlas para oxigenar nuestros aturdidos oídos.
Y es que desde sus inicios los australianos han tenido una personalidad musical muy acusada. En parte por la notable voz de Lindqvist, y en parte porque siempre han tenido muy claro a qué querían sonar. Tanto, que la homogeneidad de su sonido ha provocado que históricamente sea difícil distinguir algunas canciones de otras dentro de un mismo disco, o que incluso de un disco a otro las variaciones sean pequeñas. Es el caso una vez más de este "Surrender", que no esconde nada nuevo, pero que se mantiene a flote gracias al talento de la banda para crear temas expansivos, bailables en su mayoría sin perder la elegancia, y de melodías sugestivas y a menudo difíciles de interpretar. Puestos a buscarle relación con su discografía previa, quizá al álbum al que más se asemeja de su discografía es precisamente a su anterior entrega, ese "Solace" de menor duración y contenido (tan sólo nueve temas), pero un poco más oscuro de lo que era habitual hasta entonces en los australiano, con más momentos introspectivos e incluso "lentos".
El álbum lo abre "Next to me", un tema agradable que fue seleccionado también como segundo sencillo semanas antes de la publicación del álbum. Comienza con un piano inquietante que da paso a los acordes, las maracas y, antes de que entren más instrumentos, a la voz de Lindqvist interpretando la primera estrofa. El estribillo llega antes que la percusión, lo que anticipa que el álbum mantendrá un interesante equilibrio entre melodías y ritmos. De hecho, cuando finalmente entra, la percusión es muy suave, y el tempo un tanto bajo para destinar el tema a la pista de baile, con mucho espacio para las voces y los crecendos. "Make it happen" sube un poco el tempo pero cambia poco el registro: teclados envolventes, percusiones en primer plano, melodías de notas largas... Quizá lo más llamativo sea la letra, que echa una mirada a la adolescencia con evocadora melancolía, y esas voces infantiles que cantan un estribillo simplemente correcto. El resto es la habilidad de la banda para ir añadiendo y quitando detalles hasta llegar a los cinco minutos sin que el resultado se haga pesado. "See you again" resulta un poquito más contundente en su propuesta, más que por su percusión por ese teclado grave y contundente que lleva los acordes en su notable estribillo. Las voces electrónicamente distorsionadas que rellenan un tema por lo demás bastante desnudo son el complemento adecuado, y la larga parada antes del final de la repetición final del estribillo tan poco sorprendente como efectiva.
"I Don't Wanna Leave", cuarto sencillo extraído, ahonda en esas atmósferas más sombrías a las que aludía antes. Y se distingue de las anteriores por esa percusión sincopada que la aleja de la pista de baile y la acerca al pop más contemporáneo. Además, el tramo en el que el bajo sintetizado se queda al frente, antes de la repetición final, con Lindqvist cantando aquello de "Now that I want you, I need you", es efectivo para engancharnos. Pero se empieza a echar de menos alguna variación en las progresiones armónicas de los temas. Le sigue "Alive", el sencillo que anticipó el álbum hace ya varios meses. Más atmosférico y envolvente que ningún otro tema hasta ahora: teclado sintético en primer plano, melodía de notas altas, tempo más bien contenido, mezcla de percusiones electrónicas y acústicas, Lindqvist completando el tramo final con otro teclado... Más evocador que brillante. Tras un breve "reprise" del mismo tema, llega el que para mí es el mejor momento del disco: "On my knees". Tercer sencillo, es el tema más tenebroso e inquietante, con sus samplings vocales que parecen extraídos de una película de terror. Por otra parte, es la primera canción del álbum que se sustenta en un bombo permanente en cada compás, algo de lo que los australianos cada vez rehúyen más, pero que le sienta estupendamente para que el tema explote definitivamente. Aunque la clave del resultado es esa elegancia oscura de su melodía, y ese tramo final en el que el tema va creciendo hasta explotar, que recuerda tanto a los aparentemente inactivos Little Cub.
Después de cinco momentos notables en sus siete primeros cortes, el tramo final del álbum baja un tanto. "Wildfire" sólo tiene que retirar cualquier atisbo de percusión y dejar la melodía de notas lentas y los sintetizadores para convertir lo que podría haber sido un tema bailable en una balada afligida, aunque lo suficientemente contemporánea gracias a su instrumentación y a sus ruidistas adornos finales como para resultar interesante. "Surrender" insiste en la melodía de notas altas, arrancando ya con varias repeticiones de su estribillo (demasiadas), para derivar después en una previsible base rítmica, algún fraseo suelto, y una especie de estrofa en la que Lindqvist comparte protagonismo vocal con el norteamericano Curtis Harding y su falsete. "Devotion", la penúltima canción del disco, insiste en parámetros ya conocidos de temas anteriores, pero con menor inspiración creativa, por lo que aunque la banda tira de oficio para sacarla adelante, no pasa de discreta. Y el álbum lo cierra "Always", un larguísmo tema de más de siete minutos, válidos ahora sí para mover el esqueleto y con una melodía un poco más inspirada, aunque tampoco cambia de registro y seguramente nadie se acuerde de ella dentro de un tiempo.
Es posible que al finalizar el disco predomine una cierta sensación de fatiga, más que nada por la reiteración en la propuesta. No llega al extremo de los discos de Illenium, pero está claro que este "Surrender" agradecería una o dos canciones en las que realmente los australianos propusieran algo diferente (un tema instrumental, una guitarra llevando la voz principal, una sección de cuerda, etc.). O al menos que alguna progresión armónica cambiara de tonalidad a lo largo de alguna de las canciones. No obstante, Rüfüs du Sol han confirmado una vez más que son una de las pocas propuestas que siguen siendo comerciales a la vez que mantienen una indudable calidad. No tanta en mi opinión como para que en Australia les hayan nominado a "álbum del año", pero sí la suficiente como para seguir confiando en ellos. A ver si por esta parte del planeta nos enteramos de los millones de visualizaciones que logran con cada nuevo sencillo en YouTube, nos vendría de perlas para oxigenar nuestros aturdidos oídos.
sábado, 30 de octubre de 2021
Erasure - "Ne: EP" (2021)
La verdad es que llevaba muchos años sin reseñar nuevas entregas del dúo formado por Vince Clarke y Andy Bell. Que durante finales de los años ochenta (en el periodo comprendido entre "The circus" (1987) y "Chorus" (1991)) fue una de mis bandas favoritas. Y que desde entonces han seguido fieles a su cita con su nutrida base de seguidores, entregando álbumes que poco a poco fueron perdiendo fuelle, tanto que el último que me animé a reseñar en este blog fue "The violet flame" (2014). Después publicaron "World be gone" (2017), que reseñé brevemente en una entrada sobre álbumes decepcionantes de aquel ejercicio. Y el año pasado vio la luz "The neon" (2020), que tampoco reseñé porque me pareció no poseía el nivel suficiente, aunque sí destaqué la brillante "Hey now (think I got a feeling)" en mi lista de 20 mejores canciones internacionales de 2020: seguramente su mejor sencillo en muchísimos años, y una indicación de que, al menos para momentos puntuales, habían conseguido recuperar la inspiración que los convirtió hace ya tiempo en clásicos.
Lo que yo no sabía entonces es que esa inversión de la pendiente descendente que se apreciaba en "The neon" iba a tener continuidad en este 2021. Primero con "The neon remixed", que aunque como cualquier álbum de remezclas resultó muy irregular, contenía para abrirlo un tema nuevo (en realidad otro temazo, "Secrets", otro sencillo a la altura de sus mejores momentos), fruto de esas sesiones creativas del año pasado. Y a finales de verano, más continuidad con este "Ne: EP" que hoy voy a reseñar: un EP con cinco temas, el ya conocido "Secret" y cuatro nuevos para acompañarle. Poco más de 18 minutos de música que, a pesar de las décadas transcurridas, miran de tú a tú a anteriores EPs de la banda (aunque lógicamente sin llegar a las excelencias de "Crackers international" (1989), uno de los mejores EPs que he escuchado jamás), y que confirman una vez más que es preferible una entrega más corta pero mas inspirada que un formato álbum en el que para llegar a las consabidas diez canciones el artista de turno tira de oficio con canciones que son poco más que mero relleno.
El EP lo abre "Time (Hearts Full Of Love)", que ejerce también de sencillo de presentación. Con un meritorio y elaborado vídeo para defenderlo, se trata de un tema clásico de la banda, con unas estrofas muy meritorias, el habitual puente, un estribillo correcto sin más (aunque enriquecido instrumentalmente respecto a la versión del EP para el videoclip), el habitual intervalo instrumental donde Clarke tira de oficio para ofrecernos una pequeña melodía de sintetizador, y una repetición final. Nada nuevo bajo el sol, y sin llegar al nivel de inspiración de los dos sencillos mencionados antes, pero bastante decente para una banda con casi cuarenta años de carrera. Le sigue "Same game", un poquito más pausada que la anterior sin llegar a ser lenta, un interesante contraste entre su letra de decepción y su melodía sobre acordes mayores en las estrofas, otro estribillo que no pasará a la historia pero que las todavía notables cualidades vocales de Bell sacan adelante, y una curiosa especie de segundo estribillo, instrumental primero y completado por la voz de Bell, que sólo aparece una vez, y que es lo más reseñable del tema. "Leaving" vuelve a sorprender agradablemente porque tras los efectos habituales de Clarke, Bell interpreta otra melodía limpia en las estrofas, pop clásico que no suena afectado ni rancio, y que da paso tras el puente de turno de paso a un estribillo que en mi opinión supera a los dos anteriores, y donde las distintas voces dobladas de Bell rellenan muy bien el espacio que deja un tempo más bien lento.
Pese a los treinta años transcurridos, "Come on baby" es muy "Chorus" en su propuesta: teclados envolventes, percusión suave, bajo sintetizado en primer plano, un medio tiempo de estrofa agradable y estribillo notable. Con el intervalo instrumental más elaborado de Clarke y esa "parada" que prácticamente ya nadie hace antes de las repeticiones finales del estribillo. Y el EP lo cierra "Secrets", el sencillo al que aludía antes, una sorprendente propuesta a estas alturas de su carrera: tempo alto, bajo trotón y percusión "agresiva" (para lo que son ellos), en lo que sin duda es su tema más orientado a la pista de baile desde hace muchos años. Estrofas oscuras y con groove, los ya casi olvidados "Ooh ooh ooh" en tonos bajos de Bell, una brillante letra sobre celos justificados, y un estribillo que aunque quizá peque de falsete no desmerece al resto del tema. La parte nueva cantada, con otro teclado ruidista de acompañamiento, y las frases declamadas de Bell rematan un conjunto que funciona perfectamente en la gira que el dúo está realizando actualmente por el Reino Unido.
Es obvio que a Erasure le vendría bien actualizar su sonido (en especial las percusiones están muy lejos de lo que se estila en estos tiempos), y enriquecerlo con algo más que los sintetizadores vintage de Clarke, si es que de verdad quieren recuperar la atención mediática de la que gozaron hace décadas. Pero frente a las canciones sin apenas estructura que tanto abundan hoy en día, se agradecen esas estrofas elaboradas, esos arreglos para enlazar las distintas partes, el respeto a los ritmos cuaternarios... Y es que a estas alturas no debemos esperar que unos sexagenarios innoven, sólo que sean respetuosos con su legado y, por tanto, solamente regresen si de verdad creen que han preparado material digno. Que es el caso de este "Ne: EP", para mí su mejor entrega en la última década. Cinco temas entre lo agradable y lo brillante, que demuestran que a veces los "viejos "rockeros" nunca mueren".
Lo que yo no sabía entonces es que esa inversión de la pendiente descendente que se apreciaba en "The neon" iba a tener continuidad en este 2021. Primero con "The neon remixed", que aunque como cualquier álbum de remezclas resultó muy irregular, contenía para abrirlo un tema nuevo (en realidad otro temazo, "Secrets", otro sencillo a la altura de sus mejores momentos), fruto de esas sesiones creativas del año pasado. Y a finales de verano, más continuidad con este "Ne: EP" que hoy voy a reseñar: un EP con cinco temas, el ya conocido "Secret" y cuatro nuevos para acompañarle. Poco más de 18 minutos de música que, a pesar de las décadas transcurridas, miran de tú a tú a anteriores EPs de la banda (aunque lógicamente sin llegar a las excelencias de "Crackers international" (1989), uno de los mejores EPs que he escuchado jamás), y que confirman una vez más que es preferible una entrega más corta pero mas inspirada que un formato álbum en el que para llegar a las consabidas diez canciones el artista de turno tira de oficio con canciones que son poco más que mero relleno.
El EP lo abre "Time (Hearts Full Of Love)", que ejerce también de sencillo de presentación. Con un meritorio y elaborado vídeo para defenderlo, se trata de un tema clásico de la banda, con unas estrofas muy meritorias, el habitual puente, un estribillo correcto sin más (aunque enriquecido instrumentalmente respecto a la versión del EP para el videoclip), el habitual intervalo instrumental donde Clarke tira de oficio para ofrecernos una pequeña melodía de sintetizador, y una repetición final. Nada nuevo bajo el sol, y sin llegar al nivel de inspiración de los dos sencillos mencionados antes, pero bastante decente para una banda con casi cuarenta años de carrera. Le sigue "Same game", un poquito más pausada que la anterior sin llegar a ser lenta, un interesante contraste entre su letra de decepción y su melodía sobre acordes mayores en las estrofas, otro estribillo que no pasará a la historia pero que las todavía notables cualidades vocales de Bell sacan adelante, y una curiosa especie de segundo estribillo, instrumental primero y completado por la voz de Bell, que sólo aparece una vez, y que es lo más reseñable del tema. "Leaving" vuelve a sorprender agradablemente porque tras los efectos habituales de Clarke, Bell interpreta otra melodía limpia en las estrofas, pop clásico que no suena afectado ni rancio, y que da paso tras el puente de turno de paso a un estribillo que en mi opinión supera a los dos anteriores, y donde las distintas voces dobladas de Bell rellenan muy bien el espacio que deja un tempo más bien lento.
Pese a los treinta años transcurridos, "Come on baby" es muy "Chorus" en su propuesta: teclados envolventes, percusión suave, bajo sintetizado en primer plano, un medio tiempo de estrofa agradable y estribillo notable. Con el intervalo instrumental más elaborado de Clarke y esa "parada" que prácticamente ya nadie hace antes de las repeticiones finales del estribillo. Y el EP lo cierra "Secrets", el sencillo al que aludía antes, una sorprendente propuesta a estas alturas de su carrera: tempo alto, bajo trotón y percusión "agresiva" (para lo que son ellos), en lo que sin duda es su tema más orientado a la pista de baile desde hace muchos años. Estrofas oscuras y con groove, los ya casi olvidados "Ooh ooh ooh" en tonos bajos de Bell, una brillante letra sobre celos justificados, y un estribillo que aunque quizá peque de falsete no desmerece al resto del tema. La parte nueva cantada, con otro teclado ruidista de acompañamiento, y las frases declamadas de Bell rematan un conjunto que funciona perfectamente en la gira que el dúo está realizando actualmente por el Reino Unido.
Es obvio que a Erasure le vendría bien actualizar su sonido (en especial las percusiones están muy lejos de lo que se estila en estos tiempos), y enriquecerlo con algo más que los sintetizadores vintage de Clarke, si es que de verdad quieren recuperar la atención mediática de la que gozaron hace décadas. Pero frente a las canciones sin apenas estructura que tanto abundan hoy en día, se agradecen esas estrofas elaboradas, esos arreglos para enlazar las distintas partes, el respeto a los ritmos cuaternarios... Y es que a estas alturas no debemos esperar que unos sexagenarios innoven, sólo que sean respetuosos con su legado y, por tanto, solamente regresen si de verdad creen que han preparado material digno. Que es el caso de este "Ne: EP", para mí su mejor entrega en la última década. Cinco temas entre lo agradable y lo brillante, que demuestran que a veces los "viejos "rockeros" nunca mueren".
sábado, 16 de octubre de 2021
Mating Ritual - "Songs For The Morning And Evening Times" (2021)
Lo de Mating Ritual probablemente no tenga equivalente en el panorama musical contemporáneo: en tan sólo cinco años de carrera este "Songs For the Morning and Evening Times" es nada menos que su quinto disco. Sí, han leído bien. Y no hablamos de EPs, álbumes de versiones o temas en directo, sino de otras doce nuevas canciones que, como ya es costumbre, vieron la luz a finales del pasado verano. Un derroche de creatividad que sin embargo no lastra la calidad de sus temas. Y es que los hermanos Lawhon poseen un instinto innato para, inspirándose en lo mejor del pop y el rock de los últimos cuarenta años, encontrar con mucha frecuencia progresiones armónicas y melodías que los diferencian del encefalograma plano de la mayoría de artistas de nuestro tiempo.
Una creatividad que discurre en paralelo a la indiferencia de público y crítica con su propuesta. Y es que vivimos tiempos en que ya nadie quiere pertenecer a bandas, y prácticamente todos los artistas con tirón comercial son solistas, eso sí, más o menos dependientes en su propuesta del equipo de productores y compositores de turno. Además, Mating Ritual no vienen respaldados por una estética atractiva, ni por una propuesta claramente encasillable en un género concreto, sólo pueden recurrir a sus canciones. Y eso no es garantía siquiera de los indudablemente merecidos parabienes de una crítica demasiado obsesionada por no quedarse al margen de las nuevas y mediocres tendencias musicales contemporáneas. Menos mal que el dúo pasa de todo ello y sigue creando y publicando como si nada.
El álbum lo abre "Old disco", un tema rápido e intenso, de ritmo fuertemente marcado por la batería y sobre todo las dos guitarras eléctricas de acompañamiento, de estrofas sugerentes y certero estribillo, que encierra toda la euforia que su letra pretende transmitir ("'cause we're the last ones left at the old disco, and it's burning down!"), y que tras el interludio de la parte nueva subyuga con las alteraciones de su repetición final y el breve pero cautivador solo de guitarra. "Nah" baja el tempo y el estilo, en una melodía que encierra tanto decepción como su propia letra, y que no es sino una sarcástica a la vez que popera forma de mostrar descontento con la sociedad actual ("fucking nah!"), correcta pero sin brillantez. "Feel real" baja aún más el tempo y nos propone una balada con la singular personalidad de los californianos: una melancólica progresión armónica, una elaborada melodía en las estrofas que en el estribillo se limita a un par de palabras repetidas, un sencillo pero evocador arpegio de guitarra, y el necesario cambio de acordes antes de las repeticiones finales del estribillo. "Pineapple" es uno de mis temas favoritos del álbum: un medio tiempo dedicado a la "dama piña", melancolía en acordes menores, con partes claramente diferenciadas y un estribillo evocador imposible de no tararear tras unas cuantas repeticiones, sobre todo gracias a aquel "pa ra ra rá" que precede a su repetición final.
"Voodoo No. 2" tal vez sea el primer tema menor del disco. No por su bajo tempo, ni por la voz en falsete de Ryan Lawhon, sino por su parsimonia y su melodía un tanto monótona y repetida en exceso. Pero el álbum remonta enseguida con "Covered in love", que tanto recuerda a los comienzos del techno-pop a principios de los ochenta: tempo alto, un cristalino teclado de Taylor que tanto llena los intervalos instrumentales y acompaña las estrofas, una tarareable melodía que se aprovecha del cambio de acordes en el estribillo, una parte nueva que funciona también como coda de su repetición final... sólo los arpegios de guitarra eléctrica me parece que desentonan un tanto del conjunto, demasiado estridentes para una producción tan equilibrada. "Tell me you don't love me", que fue el sencillo de adelanto hace unos meses, vuelve a bajar los bpms y nos propone una balada de corte clásico, quizá un poco más melosa de lo habitual en la banda, por lo que lo mejor es su letra, sincera y abatida a partes iguales. "I'm not crazy" tal vez sea mi tema favorito del álbum: una secuencia de cuatro acordes explotadísima en montones de canciones (desde el "Torn" de Natalie Imbruglia al "Be with you" de The Cranberries), que aquí los Lawhon no se molestan en disimular que se inspira en U2 (las primeras frases de las estrofas son parecidísimas a la de su "With or without you", otra más con esos mismos acordes), pero le dan un tono jocoso con la interpretación ingenua de una voz femenina que no he podido identificar. Aunque lo mejor es la parada tras el segundo estribillo, y cómo a partir de ahí los instrumentos van entrando poco a poco sobre una melodía rápida y perfectamente interpretada por Ryan.
El último tercio del álbum se inicia con otro trallazo como "I Don't Like Anybody But Me": una juguetona caja de ritmos, un bajo sintetizado que marca otra certera progresión armónica, otra melodía tan límpida que parece una versión de un clásico, y una contundencia rítmica a partir de la segunda estrofa que la hace apta para desmelenarnos en nuestro salón. Reseñar, además, lo bien que van añadiendo instrumentos conforme avanza el minutaje (desde un teclado étereo hasta unas maracas...), así como la disfrutable ingenuidad de su parte nueva, preludio de toda la artillería de su minuto final. "Alone" es una nueva balada, de caja contundente y teclados envolventes al más puro estilo de los ochenta, que el dúo usa para articular otra inspirada progresión armónica, y una melodía más adecuada en las estrofas que en el estribillo, donde peca de chirriante. "It's Open If I Fuckin' Say It's Open" es una breve broma, como su letra se encarga de dejar bien a las claras, que sin embargo resulta disfrutable por su contundencia ochentera y esa instrumentación que a mí me recuerda a A Flock of Seagulls. Y el disco lo cierra "Magic Johnson", un extraño homenaje al que parece ser uno de los ídolos de los californianos. También lenta, con una instrumentación más electrónica de lo habitual (salvo el saxofón que completa el conjunto), su letra es por una parte tributo y por otra desengaño ("Our heroes don't love us, our heroes don't care"). Quizá la misma mezcla de sentimientos que predominen en el dúo tras todos estos años de luchar sin descanso contra corriente.
Y es que después de cinco reseñas en cinco años me queda poco por decir de la banda. Todos sus álbumes sin excepción son recomendables, y todos podrían ser bien recibidos por un público mayoritario si tuvieran la difusión adecuada. "Songs For The Morning and Evening Times" no es una excepción. Tal vez le falte un temazo de cabecera para redondear sus actuaciones, y tal vez le sobren un par de momentos lentos. Pero para haber sido concebido y grabado en escasos doce meses, pandemia de por medio, es una vez más una muestra de que estamos en mi humilde opinión ante uno de los grupos de más talento de la actualidad. Lo que me temo es que a estas alturas los Lawhon estén cercanos a dejar de batallar y se disuelvan más pronto que tarde, o simplemente abandonen el panorama musical. Sería una auténtica pena, la verdad, así que mejor no lo pensemos y limitémonos a disfrutar de su entrega de 2021.
Una creatividad que discurre en paralelo a la indiferencia de público y crítica con su propuesta. Y es que vivimos tiempos en que ya nadie quiere pertenecer a bandas, y prácticamente todos los artistas con tirón comercial son solistas, eso sí, más o menos dependientes en su propuesta del equipo de productores y compositores de turno. Además, Mating Ritual no vienen respaldados por una estética atractiva, ni por una propuesta claramente encasillable en un género concreto, sólo pueden recurrir a sus canciones. Y eso no es garantía siquiera de los indudablemente merecidos parabienes de una crítica demasiado obsesionada por no quedarse al margen de las nuevas y mediocres tendencias musicales contemporáneas. Menos mal que el dúo pasa de todo ello y sigue creando y publicando como si nada.
El álbum lo abre "Old disco", un tema rápido e intenso, de ritmo fuertemente marcado por la batería y sobre todo las dos guitarras eléctricas de acompañamiento, de estrofas sugerentes y certero estribillo, que encierra toda la euforia que su letra pretende transmitir ("'cause we're the last ones left at the old disco, and it's burning down!"), y que tras el interludio de la parte nueva subyuga con las alteraciones de su repetición final y el breve pero cautivador solo de guitarra. "Nah" baja el tempo y el estilo, en una melodía que encierra tanto decepción como su propia letra, y que no es sino una sarcástica a la vez que popera forma de mostrar descontento con la sociedad actual ("fucking nah!"), correcta pero sin brillantez. "Feel real" baja aún más el tempo y nos propone una balada con la singular personalidad de los californianos: una melancólica progresión armónica, una elaborada melodía en las estrofas que en el estribillo se limita a un par de palabras repetidas, un sencillo pero evocador arpegio de guitarra, y el necesario cambio de acordes antes de las repeticiones finales del estribillo. "Pineapple" es uno de mis temas favoritos del álbum: un medio tiempo dedicado a la "dama piña", melancolía en acordes menores, con partes claramente diferenciadas y un estribillo evocador imposible de no tararear tras unas cuantas repeticiones, sobre todo gracias a aquel "pa ra ra rá" que precede a su repetición final.
"Voodoo No. 2" tal vez sea el primer tema menor del disco. No por su bajo tempo, ni por la voz en falsete de Ryan Lawhon, sino por su parsimonia y su melodía un tanto monótona y repetida en exceso. Pero el álbum remonta enseguida con "Covered in love", que tanto recuerda a los comienzos del techno-pop a principios de los ochenta: tempo alto, un cristalino teclado de Taylor que tanto llena los intervalos instrumentales y acompaña las estrofas, una tarareable melodía que se aprovecha del cambio de acordes en el estribillo, una parte nueva que funciona también como coda de su repetición final... sólo los arpegios de guitarra eléctrica me parece que desentonan un tanto del conjunto, demasiado estridentes para una producción tan equilibrada. "Tell me you don't love me", que fue el sencillo de adelanto hace unos meses, vuelve a bajar los bpms y nos propone una balada de corte clásico, quizá un poco más melosa de lo habitual en la banda, por lo que lo mejor es su letra, sincera y abatida a partes iguales. "I'm not crazy" tal vez sea mi tema favorito del álbum: una secuencia de cuatro acordes explotadísima en montones de canciones (desde el "Torn" de Natalie Imbruglia al "Be with you" de The Cranberries), que aquí los Lawhon no se molestan en disimular que se inspira en U2 (las primeras frases de las estrofas son parecidísimas a la de su "With or without you", otra más con esos mismos acordes), pero le dan un tono jocoso con la interpretación ingenua de una voz femenina que no he podido identificar. Aunque lo mejor es la parada tras el segundo estribillo, y cómo a partir de ahí los instrumentos van entrando poco a poco sobre una melodía rápida y perfectamente interpretada por Ryan.
El último tercio del álbum se inicia con otro trallazo como "I Don't Like Anybody But Me": una juguetona caja de ritmos, un bajo sintetizado que marca otra certera progresión armónica, otra melodía tan límpida que parece una versión de un clásico, y una contundencia rítmica a partir de la segunda estrofa que la hace apta para desmelenarnos en nuestro salón. Reseñar, además, lo bien que van añadiendo instrumentos conforme avanza el minutaje (desde un teclado étereo hasta unas maracas...), así como la disfrutable ingenuidad de su parte nueva, preludio de toda la artillería de su minuto final. "Alone" es una nueva balada, de caja contundente y teclados envolventes al más puro estilo de los ochenta, que el dúo usa para articular otra inspirada progresión armónica, y una melodía más adecuada en las estrofas que en el estribillo, donde peca de chirriante. "It's Open If I Fuckin' Say It's Open" es una breve broma, como su letra se encarga de dejar bien a las claras, que sin embargo resulta disfrutable por su contundencia ochentera y esa instrumentación que a mí me recuerda a A Flock of Seagulls. Y el disco lo cierra "Magic Johnson", un extraño homenaje al que parece ser uno de los ídolos de los californianos. También lenta, con una instrumentación más electrónica de lo habitual (salvo el saxofón que completa el conjunto), su letra es por una parte tributo y por otra desengaño ("Our heroes don't love us, our heroes don't care"). Quizá la misma mezcla de sentimientos que predominen en el dúo tras todos estos años de luchar sin descanso contra corriente.
Y es que después de cinco reseñas en cinco años me queda poco por decir de la banda. Todos sus álbumes sin excepción son recomendables, y todos podrían ser bien recibidos por un público mayoritario si tuvieran la difusión adecuada. "Songs For The Morning and Evening Times" no es una excepción. Tal vez le falte un temazo de cabecera para redondear sus actuaciones, y tal vez le sobren un par de momentos lentos. Pero para haber sido concebido y grabado en escasos doce meses, pandemia de por medio, es una vez más una muestra de que estamos en mi humilde opinión ante uno de los grupos de más talento de la actualidad. Lo que me temo es que a estas alturas los Lawhon estén cercanos a dejar de batallar y se disuelvan más pronto que tarde, o simplemente abandonen el panorama musical. Sería una auténtica pena, la verdad, así que mejor no lo pensemos y limitémonos a disfrutar de su entrega de 2021.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Saint Etienne - "I've been trying to tell you" (2021)
Y lo digo con conocimiento de causa, pues aún recuerdo cuando era capaz de sacarle el lado positivo a un EP tan insulso como "Places to visit" (1999), o cuando me sorprendía ante los buenos momentos que encerraban "I love to paint" (1995), o incluso "Built on sand" (1999). Y es que hasta esas entregas minoritarias o sólo para fans resultan incomparablemente más interesantes que este insufrible nuevo álbum. Que además de corto es monótono, de creatividad escasa y nulas ganas de abrirse a sus seguidores. Por más oportunidades que le demos.
"Music again", el tema que lo abre, es desgraciadamente un buen reflejo de todo lo mediocre que contiene "I've been trying to tell you": una única secuencia de acordes repetida hasta la saciedad, una única frase ("Never had a way to go") repetida por Sarah Cracknell una y otra vez, mínimas variaciones en su espartana instrumentación, y susurros y ecos durante casi ¡seis minutos! "Pond house", con su simplón loop de batería, su más simple progresión armónica, y su insistencia en una única frase, es imposible que funcione como tema estrella del disco, pero al menos nos ahorra casi dos minutos de tedio respecto al anterior. "Fonteyn" insiste en la misma propuesta, pero introduce un casi imperceptible cambio en la secuencia de acordes, que facilita llegar hasta el final de la canción sin tener que pulsar el botón de "forward". Y "Little K" es más de lo mismo, pero con menos percusión incluso, y sin siquiera una frase que cantar: Cracknell se limita a un par de recitados cortos y a unos susurros desesperantes.
En "Blue kite" Cracknell directamente se ausenta, y Bob Stanley y Pete Wiggs nos proponen otros monótonos cinco minutos sin apenas variaciones sobre una sencillísima y repetitiva melodía principal. "I remember it well", aparte de ahorrarnos un minuto de relleno, nos ofrece una guitarra eléctrica que no se limita del todo a marcar los acordes, y eso hace que sea quizá, si me permiten el juego de palabras, el tema más recordable del disco. Aun tratándose del séptimo medio tiempo atmosférico y espartano seguido, "Penlop" es el único corte con algo parecido a una interpretación vocal completa (eso sí, desde la lejanía) de Cracknell, y la progresión armónica cambia a partir del tercer minuto, por lo que estamos ante el momento más interesante del álbum, si bien en cualquier otro disco de su discografía no habría pasado de mero tema de relleno. Pero "Broad river", el tema que cierra la edición estándar del álbum, no tarda en devolvernos a la plomiza realidad: otro desarrollo lento, sin estructura, sobre otra esquemática progresión armónica, los susurros de Cracknell (sólo un par de frases al final) y ruidos varios para tratar de evocar sensaciones... Ni siquiera el tema que completa la edición digital del álbum, "Uncle vibes", cambia el tercio, si bien su duración más contenida, y el hecho de que Cracknell cante más frases que en ningún otro tema, aconsejan que si decidimos guardar "I've been trying to tell you" en nuestra discoteca particular, lo hagamos al menos en esta edición.
Ya les confirmo que no va a ser mi caso: guardo con gusto no sólo todos sus otros álbumes oficiales, sino joyas como el CD-single de "He's on the phone" (1995) o la edición de importación de "You need a mess of help to stand alone" (1993). Y no es que esperara un gran álbum, "Home counties" (2017), su anterior entrega, no lo era. Pero sí esperaba que, incluso en medio de un álbum conceptual, hubiera algún hueco para su pop sesentero, o para sus trallazos discotequeros. Pero nada de nada. Lo curioso es que muchos críticos han recibido a "I've been trying to tell you" como un gran álbum. Me imagino que por su experimentalidad, y por ir contra corriente. Pero háganme caso: experimentalidad y aburrimiento van de la mano en esta entrega, de la que nadie se acordará dentro de un par de años. Lo siento, chicos.
sábado, 11 de septiembre de 2021
Illenium - "Fallen embers" (2021)
Cada vez que Illenium, o sea Richard D. Miller, publica un nuevo álbum, la tarea de reseñarlo se me hace un poco más difícil. Y no es porque sus entregas vayan decayendo en calidad, afortunadamente. Pero por más colaboradores con los que trabaje, por más sencillos que vaya publicando, la impresión de explotar hasta la saciedad la misma fórmula en cada tema es muy complicada de combatir. Con lo que la capacidad de sorprender prácticamente desaparece, y la evolución entre los discos que ya he reseñado en este mismo blog y el que hoy nos ocupa, inexistente. De hecho, Miller ni siquiera se atreve a dejar espacio para uno de esos interludios monocordes, ruidistas y de tempo más alto con los que habitualmente oxigena al público en sus conciertos. Aquí absolutamente todas las canciones repiten estructura, con tempos muy similares y con el afán de provocarnos emociones siempre introspectivas (melancolía, fracaso, decepción, tristeza), muy loables y complejas de conseguir en el panorama musical actual, pero que cuando se insiste en ellas machaconamente a lo largo de catorce canciones acaba cansando.
Porque no es creatividad lo que le falta a "Fallen embers", ni variedad en las catorce interpretaciones vocales (mayoritariamente femeninas, aunque también las encontraremos masculinas, más rasgadas, más popperas, incluso más cercanas al hip-hop a veces). Ni buenos arpegios de guitarra, o la certera explotación de los recursos del famoso Ableton para otorgar a los temas un sonido pulcro y contemporáneo. Lo que faltan son ganas de arriesgar, de buscar otros registros, de alternar emociones. Miller no se sale lo más mínimo del guión establecido, seguramente confiando en que la variedad de colaboradores acabarán otorgando una variedad al conjunto de la que en realidad carece. Y quedándose en un peligroso plagio de sí mismo cuando la inspiración compositiva no termina de llegar.
En parte es el caso de "Blame myself", el tema que abre el álbum: que no es que sea un mal comienzo, pero que tira en exceso de la fórmula ya conocida, por lo que le sobra algo de impostura y le faltan dosis de personalidad. Al igual que le sucede a "Heavenly side", otra canción sacada a flote gracias a la solvencia de Miller para componer e instrumentar sus canciones, porque aparte de una melodía un tanto obvia lo único que llama la atención es el tramo de la primera estrofa en el que se atreve a doblar el bombo. A pesar de lo cual recientemente ha visto la luz como sexto sencillo. Sin embargo el viento sigue soplando a favor de su propuesta en cuanto Illenium acierta con la progresión armónica y la melodía, y eso sucede con un buen puñado de temas encadenados a partir de "Fragments", el tercer corte. Que altera ligeramente la estructura, situando el estribillo casi al comienzo, y que con la bonita voz de Natalie Taylor y el punteo rockero de la guitarra llama nuestra atención en las estrofas. Además, el hecho de que se atreva a un ritmo binario en la tercera repetición del estribillo le da un puntito de personalidad muy saludable. Aunque prefiero "Sideways", quinto sencillo extraído hace unos meses. El arpegio de la guitarra de Miller es evocador, y crea un buen contrapunto con la voz de Valerie Broussard. Si bien lo mejor sin duda es ese largo y elaborado estribillo que conduce al esperado intervalo instrumental de future bass, de los más certeros del disco. Aunque mi tema preferido actualmente del disco es "First time", con la voz entre desgarrada y pasota de Iann Dior. Y que me recuerda a una especie de Green Day melancólicos del año 2021: pop-rock sobre una melodía intachable, precisas guitarras en estrofas y estribillo, y una duración contenida que deja con ganas de más.
El festival de grandes momentos sigue con "U & me", más de lo mismo pero con una notable inspiración compositiva: melancolía a raudales en otra brillante melodía, una instrumentación algo más espartana salvo en las repeticiones finales del estribillo, y un juego de voces sampleadas y distorsionadas para complementar las repeticiones finales del estribillo que aportan la tan necesaria dosis de personalidad al conjunto. No se queda atrás "Nightlife", el sencillo que anticipó el álbum hace casi un año. Estrofas melancólicas con la preciosa voz de Annika Wells en primer plano y apenas un teclado juguetón y unas cuerdas sintetizadas de acompañamiento, unos arreglos muy elaborados con puente y estribillo, y la guitarra de Miller reproducida al revés para conseguir unos intervalos instrumentales tan predecibles como eficaces. El nivel se mantiene gracias a "Hearts on fire", que fue el tercer sencillo hace unos meses y que constituye, por otra parte, mi segundo momento favorito del álbum: el arpegio en acordes menores de la guitarra acústica al comienzo allana el camino para la voz de Dabin, pero no hace prever la parafernalia que nos espera conforme avanza el minutaje. Una vez pasa el largo y elaborado estribillo, aún mayoritariamente acústico, el intervalo instrumental está adornado con una original guitarra en sus dos compases finales. Además, la programación de la batería en la segunda estrofa es una exhibición de ideas y efectos, y el tramo final prescinde incluso de bombo y caja en algunos compases para aumentar la apoteosis.
"Lay it down" repite por supuesto estructura y propuesta, pero baja un poco el nivel respecto a las interiores, al ser más convencional melódicamente, menos rítmica y de instrumentación menos compleja (salvo los dos sintetizadores discordantes de su intervalo instrumental, remachados por los coros de Krewella de fondo). Le sigue "Losing patience", el primer tema con una voz masculina (nothing,nowhere) en muchos cortes. Bordeando el hip-hop en sus estrofas, el habitual arpegio de guitarra en acordes menores de Miller asegura que el tema llegue a buen puerto, aunque a estas alturas todo lo que no sea una estupenda composición comienza a causar fatiga, y aquí en realidad lo único que tal vez acabemos recordando es su contundente tramo instrumental. "In my mind" vuelve a la introspección con una voz femenina, pero la arropa de una instrumentación algo más sintética y vanguardista, con teclados en trémolo incluso en las estrofas, un intervalo instrumental interesante aunque excesivamente lento y un no esperado segundo tramo instrumental más chirriante y contundente, tratándose por tanto de la canción más larga del disco, y mejorando gracias a ello el resultado respecto a las dos anteriores. "Paper thin" fue el segundo sencillo a finales del año pasado, pero aquí se halla un tanto oculto cerca del final del álbum: rock de toda la vida de la costa Oeste, disfrazado de electrónica festivalera, correcto pero que no emociona a pesar de su singular tramo instrumental y de que se anima por fin a un ritmo binario convencional en su tramo final, y ante tanta repetición de los mismos parámetros puede incluso animarnos a pulsar el forward.
Si lo hacemos, tal vez pasemos por alto "Crazy times", que es lo más parecido a una balada del álbum. En realidad es la misma fórmula una vez más, pero la instrumentación más clásica incluso durante el propio estribillo, la letra devastadora en la que muchos de nosotros nos podamos reconocer en algún momento, y que el esperado intervalo instrumental que caracteriza al future bass no aparece hasta el tercer minuto, nos lo pueden sugerir. Y el álbum lo cierra "Brave soul", que durante toda su primera estrofa y estribillo no parece una creación de Illenium (sólo la voz de Emma Grace y un piano para llevar los acordes), pero que poco a poco a partir de la segunda estrofa va añadiendo detalles hasta que, cuando quedan ya menos de dos minutos reconoceremos al californiano, que por fin introduce bombo, caja, teclados envolventes... y un original redoble de tambor que probablemente confiere al tema la originalidad que necesita antes de la apoteósis típica del final.
Como suele suceder en los discos del estadounidense, casi todos los temas funcionan bien individualmente, por lo que si usamos "Fallen embers" para enriquecer nuestra playlist aleatoria de 100 o 200 canciones, la impresión que tendremos es que en realidad se trata de un gran disco. Y probablemente alguno de ellos acabe formando parte de mi lista de mejores temas de 2021, pues no es nada fácil encontrar a alguien capaz de componer tantos temas evocadores, de instrumentarlos con un sabio equilibrio entre guitarras y tecnología, y de rematarlos con voces solventes. Pero no nos engañemos: será complicados distinguirlos de los de cualquier otro álbum de su discografía cuando los interprete en vivo dentro de un par de años. Y es una pena, porque bien asesorado, Miller podría haber dejado los ocho o nueve mejores momentos de "Fallen embers" y haberlos complementado con tres o cuatro cortes instrumentales, experimentales, incluso habría bastado algún interludio... Porque tiene talento para ello. Pero si ha dado con la fórmula y le funciona, ¿para qué cambiar?
Porque no es creatividad lo que le falta a "Fallen embers", ni variedad en las catorce interpretaciones vocales (mayoritariamente femeninas, aunque también las encontraremos masculinas, más rasgadas, más popperas, incluso más cercanas al hip-hop a veces). Ni buenos arpegios de guitarra, o la certera explotación de los recursos del famoso Ableton para otorgar a los temas un sonido pulcro y contemporáneo. Lo que faltan son ganas de arriesgar, de buscar otros registros, de alternar emociones. Miller no se sale lo más mínimo del guión establecido, seguramente confiando en que la variedad de colaboradores acabarán otorgando una variedad al conjunto de la que en realidad carece. Y quedándose en un peligroso plagio de sí mismo cuando la inspiración compositiva no termina de llegar.
En parte es el caso de "Blame myself", el tema que abre el álbum: que no es que sea un mal comienzo, pero que tira en exceso de la fórmula ya conocida, por lo que le sobra algo de impostura y le faltan dosis de personalidad. Al igual que le sucede a "Heavenly side", otra canción sacada a flote gracias a la solvencia de Miller para componer e instrumentar sus canciones, porque aparte de una melodía un tanto obvia lo único que llama la atención es el tramo de la primera estrofa en el que se atreve a doblar el bombo. A pesar de lo cual recientemente ha visto la luz como sexto sencillo. Sin embargo el viento sigue soplando a favor de su propuesta en cuanto Illenium acierta con la progresión armónica y la melodía, y eso sucede con un buen puñado de temas encadenados a partir de "Fragments", el tercer corte. Que altera ligeramente la estructura, situando el estribillo casi al comienzo, y que con la bonita voz de Natalie Taylor y el punteo rockero de la guitarra llama nuestra atención en las estrofas. Además, el hecho de que se atreva a un ritmo binario en la tercera repetición del estribillo le da un puntito de personalidad muy saludable. Aunque prefiero "Sideways", quinto sencillo extraído hace unos meses. El arpegio de la guitarra de Miller es evocador, y crea un buen contrapunto con la voz de Valerie Broussard. Si bien lo mejor sin duda es ese largo y elaborado estribillo que conduce al esperado intervalo instrumental de future bass, de los más certeros del disco. Aunque mi tema preferido actualmente del disco es "First time", con la voz entre desgarrada y pasota de Iann Dior. Y que me recuerda a una especie de Green Day melancólicos del año 2021: pop-rock sobre una melodía intachable, precisas guitarras en estrofas y estribillo, y una duración contenida que deja con ganas de más.
El festival de grandes momentos sigue con "U & me", más de lo mismo pero con una notable inspiración compositiva: melancolía a raudales en otra brillante melodía, una instrumentación algo más espartana salvo en las repeticiones finales del estribillo, y un juego de voces sampleadas y distorsionadas para complementar las repeticiones finales del estribillo que aportan la tan necesaria dosis de personalidad al conjunto. No se queda atrás "Nightlife", el sencillo que anticipó el álbum hace casi un año. Estrofas melancólicas con la preciosa voz de Annika Wells en primer plano y apenas un teclado juguetón y unas cuerdas sintetizadas de acompañamiento, unos arreglos muy elaborados con puente y estribillo, y la guitarra de Miller reproducida al revés para conseguir unos intervalos instrumentales tan predecibles como eficaces. El nivel se mantiene gracias a "Hearts on fire", que fue el tercer sencillo hace unos meses y que constituye, por otra parte, mi segundo momento favorito del álbum: el arpegio en acordes menores de la guitarra acústica al comienzo allana el camino para la voz de Dabin, pero no hace prever la parafernalia que nos espera conforme avanza el minutaje. Una vez pasa el largo y elaborado estribillo, aún mayoritariamente acústico, el intervalo instrumental está adornado con una original guitarra en sus dos compases finales. Además, la programación de la batería en la segunda estrofa es una exhibición de ideas y efectos, y el tramo final prescinde incluso de bombo y caja en algunos compases para aumentar la apoteosis.
"Lay it down" repite por supuesto estructura y propuesta, pero baja un poco el nivel respecto a las interiores, al ser más convencional melódicamente, menos rítmica y de instrumentación menos compleja (salvo los dos sintetizadores discordantes de su intervalo instrumental, remachados por los coros de Krewella de fondo). Le sigue "Losing patience", el primer tema con una voz masculina (nothing,nowhere) en muchos cortes. Bordeando el hip-hop en sus estrofas, el habitual arpegio de guitarra en acordes menores de Miller asegura que el tema llegue a buen puerto, aunque a estas alturas todo lo que no sea una estupenda composición comienza a causar fatiga, y aquí en realidad lo único que tal vez acabemos recordando es su contundente tramo instrumental. "In my mind" vuelve a la introspección con una voz femenina, pero la arropa de una instrumentación algo más sintética y vanguardista, con teclados en trémolo incluso en las estrofas, un intervalo instrumental interesante aunque excesivamente lento y un no esperado segundo tramo instrumental más chirriante y contundente, tratándose por tanto de la canción más larga del disco, y mejorando gracias a ello el resultado respecto a las dos anteriores. "Paper thin" fue el segundo sencillo a finales del año pasado, pero aquí se halla un tanto oculto cerca del final del álbum: rock de toda la vida de la costa Oeste, disfrazado de electrónica festivalera, correcto pero que no emociona a pesar de su singular tramo instrumental y de que se anima por fin a un ritmo binario convencional en su tramo final, y ante tanta repetición de los mismos parámetros puede incluso animarnos a pulsar el forward.
Si lo hacemos, tal vez pasemos por alto "Crazy times", que es lo más parecido a una balada del álbum. En realidad es la misma fórmula una vez más, pero la instrumentación más clásica incluso durante el propio estribillo, la letra devastadora en la que muchos de nosotros nos podamos reconocer en algún momento, y que el esperado intervalo instrumental que caracteriza al future bass no aparece hasta el tercer minuto, nos lo pueden sugerir. Y el álbum lo cierra "Brave soul", que durante toda su primera estrofa y estribillo no parece una creación de Illenium (sólo la voz de Emma Grace y un piano para llevar los acordes), pero que poco a poco a partir de la segunda estrofa va añadiendo detalles hasta que, cuando quedan ya menos de dos minutos reconoceremos al californiano, que por fin introduce bombo, caja, teclados envolventes... y un original redoble de tambor que probablemente confiere al tema la originalidad que necesita antes de la apoteósis típica del final.
Como suele suceder en los discos del estadounidense, casi todos los temas funcionan bien individualmente, por lo que si usamos "Fallen embers" para enriquecer nuestra playlist aleatoria de 100 o 200 canciones, la impresión que tendremos es que en realidad se trata de un gran disco. Y probablemente alguno de ellos acabe formando parte de mi lista de mejores temas de 2021, pues no es nada fácil encontrar a alguien capaz de componer tantos temas evocadores, de instrumentarlos con un sabio equilibrio entre guitarras y tecnología, y de rematarlos con voces solventes. Pero no nos engañemos: será complicados distinguirlos de los de cualquier otro álbum de su discografía cuando los interprete en vivo dentro de un par de años. Y es una pena, porque bien asesorado, Miller podría haber dejado los ocho o nueve mejores momentos de "Fallen embers" y haberlos complementado con tres o cuatro cortes instrumentales, experimentales, incluso habría bastado algún interludio... Porque tiene talento para ello. Pero si ha dado con la fórmula y le funciona, ¿para qué cambiar?
sábado, 7 de agosto de 2021
Garbage: "No Gods No Masters" (2021)
Hace unas cuantas semanas ha visto la luz el séptimo álbum de Garbage, el cuarteto liderado por el productor Butch Vig y la cantante Shirley Manson. Un álbum que llega justo un lustro después de "Strange little birds", el cual ya reseñé en este mismo blog y que constituyó una agradable prolongación de su carrera, pero sin mayor impacto en la misma. Por eso cuando hace unos meses se anunció la publicación de "No Gods No Masters", la pregunta que me hice fue si se trataría de una nueva entrega orientada a situarles de vuelta en el panorama actual y así promocionar la pertinente gira, o si de verdad habían intentado dar una vuelta de tuerca a su personal propuesta creativa. Porque después de más de un cuarto de siglo de carrera ya sabemos de su solvencia como instrumentistas y arreglistas, capaces de sacar a flote casi cualquier composición; lo que no está asegurada es la inspiración en las composiciones, ni las ganas de sorprender yendo un paso más allá.
Después de unas cuantas escuchas debo señalar que el balance es claramente favorable. Es cierto que el disco no encierra un sencillo de postín que insufle bríos renovados a su trayectoria, y ello provocó que me acercara con recelo al mismo, pero la mayoría de los temas poseen la suficiente sustancia como para no desentonar en el nivel medio de su repertorio. Y todo ello con sus letras a medio camino entre lo provocativo y lo soez, esta vez con más referencias femenistas y a Dios que en ningún trabajo anterior, y ese siempre equilibrado cóctel de ruidismo rock, melodías pop, y electrónica de penúltima generación. Por lo que todos sus fans se verán razonablemente satisfechos.
Eso sí, la selección de los sencillos no ha sido especialmente afortunada. El primero fue "The men who ruled the world", intencionadamente situado al comienzo del álbum para que ejerza de referencia clara. Su comienzo de videojuego, sus estrofas de guitarra funky, sus "fucking" y sus "money, money", y su percusión contundente son los típicos artificios con los que la banda sabe completar una composición que en realidad apenas vale nada. Pero el sencillo estribillo sí que está suficientemente elaborado y ofrece la suficiente contundencia rock para sostener el conjunto. Y el tramo final, con aquello de "hate the violator, destroy the violator", primero sobre un único acorde y luego con los del estribillo, mejoran la impresión final. El siguiente corte es "The creeps", que recientemente ha visto la luz como cuarto sencillo. De tempo alto y rasgueos de guitarra para complementar el delirante bajo sintetizado, se agradece que sean capaces todavía que dar visibilidad a un tema pensado para darlo todo en un concierto. Las estrofas, sin ser una maravilla, mejoran a las de su predecesora, pero es ese estribillo oscuro el que demuestra que la banda ha atravesado un buen momento creativo. El tercer corte, "Uncomfortably me", cambia de tercio y nos propone un disfrutable medio tiempo, casi un lento, de instrumentación electrónica con sus sintetizadores envolventes y su industrial batería electrónica, mucho más pop que las anteriores gracias a sus buenas estrofas y un luminoso estribillo simplemente desarrollando un poco más la progresión armónica de aquellas, salvo en el cambio que introducen para la excelentemente resuelta repetición final, toda una exhibición de cómo rematar una canción.
El cuarto corte, "Wolves", fue hace tres meses el tercer sencillo, que no nos despistemos con la ubicación de los temas principales del disco. Tal vez sea la canción que mejor entronca con los momentos más recordados de Garbage, mezclando guitarras y un sintetizador principal en sus intervalos instrumentales, unas estrofas crudas sin apenas tiempo para que Manson tome aire, y un estribillo tan desasosegante como lo pretenden, gracias a ese riff de guitarra eléctrica de Duke Erikson, que parece se queda a medias, y a las estridencias de Vig en la batería. "Waiting for God", aparte de mencionar negativamente de nuevo a Dios en su temática es, ahora sí, una balada, y no especialmente inspirada en su progresión armónica y melodía (quizá lo más interesante sea su parte nueva), algo que la parafernalia de efectos y trucos que la banda pone en funcionamiento (incluidas varias frases del Padrenuestro) no termina de ocultar. "Godhead" podría haber sido el mejor tema del álbum de no ser por sus "estrofas": aparte de las continuas menciones al aparato reproductor masculino, no hay acordes, no hay melodía, sólo Manson susurrando hasta que llega su resplandeciente estribillo. El segundo estribillo, repitiendo "Godhead" machaconamente, tampoco es la mejor culminación compositiva, por lo que la excelencia instrumental del tema, su otro punto fuerte, puede pasar desapercibida.
"Anonymous XXX" es un interesante ejercicio de maridaje entre pop y rock de curiosa instrumentación (sección de viento, guitarras acústicas, caja analógica, percusiones que se cruzan de un lado para otro), con una melodía correcta y bien trabajada en estrofas y estribillos, que oxigena el conjunto aunque no llegue a ser un gran momento. "A woman destroyed", el octavo corte es, tras un elaborado e inquietante comienzo, un medio tiempo de notas largas en sus estrofas, que va entrando muy poco a poco, sin apenas percusión que marque el ritmo, de estribillo desquiciante, larga y casi declamada parte nueva, y que da continuidad al tramo más experimental del álbum. "Flipping the bird" retoma el sonido de los Garbage más reconocibles, aunque lo hace con un indisimulado homenaje a New Order en la sencilla batería programada y al diálogo entre la guitarra eléctrica y el bajo durante los intervalos instrumentales, con el synclavier de fondo. Las estrofas, con Manson a dos voces, no son de lo mejor del álbum, pero el estribillo es un trallazo de puro pop en la línea de su recordado "Special" (1998), y el cambio de tonalidad que empieza con "You're hard to love..." antes de la segunda repetición del estribillo tan original como inspirado, razón por la cual es mi momento favorito del disco.
El penúltimo corte, "No Gods No Masters", además de dar título al álbum, es también su segundo sencillo. Pop de tempo alto, de nuevo las estrofas son simplemente pasables, pero el elaborado estribillo sostiene el conjunto. Que por cierto, es de los más acústicos del álbum, salvo por el ominipresente loop sintetizado y algún que otro efecto a partir de la segunda estrofa. Y la versión estándar del álbum la cierra "This city will kill you", una balada más relevante por su sugestiva letra que por su música, anodina compositivamente y resuelta sólo gracias al oficio del cuarteto a la hora de proporcionarle una pátina sinfónica. Hablo de la versión estándar porque aunque once canciones y cuarenta y seis minutos no son poco ni para cualquier otro disco de su discografía ni para lo que se estila en este complejo 2021, la versión "deluxe" incluye otros ocho temas y nada menos que treinta y siete minutos adicionales de música.
Minutos heterogéneos, como suele suceder en estos casos, y que incluyen desde versiones (la sobrevalorada "Starman" de David Bowie, aún me llama la atención cómo puede ser tan famoso un tema con unas estrofas tan mediocres), colaboraciones para compartir una versión (la explotada hasta la saciedad "Because the night", a medias con los rockeros Screaming Females), varias canciones que habían visto la luz para los Record Store Days de estos últimos años ("The Chemicals", "Destroying angels"), descartes interesantes ("On fire"), y sobre todo dos temas dignos de cualquier álbum de la banda: "No horses", que vio la luz como sencillo al margen de cualquier álbum en 2017, más de cinco minutos de rock oscuro con múltiples partes, muy inspirado compositivamente, una energía elegante y una creatividad desbordante en la instrumentación. Y "Time will destroy everything", otro descarte que en mi opinión habría sido un mucho mejor cierre del álbum estándar que "This city will kill you": un fantástico comienzo, sinfónico al principio, chirriante después, un excelente ritmo sincopado y una melodía no muy extensa a dos voces, auto-tune mediante, que uno no sabe si definir como metal, rock, techno... o todas esas cosas juntas.
Lo que comenzó siendo un acercamiento receloso a su nuevo material ha terminado siendo una rendición incondicional a su buen momento creativo, que se añade a su indudable talento a la hora de crear uno de los sonidos más personales y atemporales del último cuarto de siglo. Ojalá todas las bandas que llevan tantos años en activo fueran capaces de entregar todavía álbumes tan equilibrados como éste de Garbage. Y es que "No Gods No Masters" no les ganará nuevos adeptos, ni añadirá nuevos hitos a sus directos, pero nos permite disfrutar de estilos en los que hoy en día cuesta mucho encontrar propuestas interesantes. Inteligencia, personalidad y oficio. Ahí es nada.
Después de unas cuantas escuchas debo señalar que el balance es claramente favorable. Es cierto que el disco no encierra un sencillo de postín que insufle bríos renovados a su trayectoria, y ello provocó que me acercara con recelo al mismo, pero la mayoría de los temas poseen la suficiente sustancia como para no desentonar en el nivel medio de su repertorio. Y todo ello con sus letras a medio camino entre lo provocativo y lo soez, esta vez con más referencias femenistas y a Dios que en ningún trabajo anterior, y ese siempre equilibrado cóctel de ruidismo rock, melodías pop, y electrónica de penúltima generación. Por lo que todos sus fans se verán razonablemente satisfechos.
Eso sí, la selección de los sencillos no ha sido especialmente afortunada. El primero fue "The men who ruled the world", intencionadamente situado al comienzo del álbum para que ejerza de referencia clara. Su comienzo de videojuego, sus estrofas de guitarra funky, sus "fucking" y sus "money, money", y su percusión contundente son los típicos artificios con los que la banda sabe completar una composición que en realidad apenas vale nada. Pero el sencillo estribillo sí que está suficientemente elaborado y ofrece la suficiente contundencia rock para sostener el conjunto. Y el tramo final, con aquello de "hate the violator, destroy the violator", primero sobre un único acorde y luego con los del estribillo, mejoran la impresión final. El siguiente corte es "The creeps", que recientemente ha visto la luz como cuarto sencillo. De tempo alto y rasgueos de guitarra para complementar el delirante bajo sintetizado, se agradece que sean capaces todavía que dar visibilidad a un tema pensado para darlo todo en un concierto. Las estrofas, sin ser una maravilla, mejoran a las de su predecesora, pero es ese estribillo oscuro el que demuestra que la banda ha atravesado un buen momento creativo. El tercer corte, "Uncomfortably me", cambia de tercio y nos propone un disfrutable medio tiempo, casi un lento, de instrumentación electrónica con sus sintetizadores envolventes y su industrial batería electrónica, mucho más pop que las anteriores gracias a sus buenas estrofas y un luminoso estribillo simplemente desarrollando un poco más la progresión armónica de aquellas, salvo en el cambio que introducen para la excelentemente resuelta repetición final, toda una exhibición de cómo rematar una canción.
El cuarto corte, "Wolves", fue hace tres meses el tercer sencillo, que no nos despistemos con la ubicación de los temas principales del disco. Tal vez sea la canción que mejor entronca con los momentos más recordados de Garbage, mezclando guitarras y un sintetizador principal en sus intervalos instrumentales, unas estrofas crudas sin apenas tiempo para que Manson tome aire, y un estribillo tan desasosegante como lo pretenden, gracias a ese riff de guitarra eléctrica de Duke Erikson, que parece se queda a medias, y a las estridencias de Vig en la batería. "Waiting for God", aparte de mencionar negativamente de nuevo a Dios en su temática es, ahora sí, una balada, y no especialmente inspirada en su progresión armónica y melodía (quizá lo más interesante sea su parte nueva), algo que la parafernalia de efectos y trucos que la banda pone en funcionamiento (incluidas varias frases del Padrenuestro) no termina de ocultar. "Godhead" podría haber sido el mejor tema del álbum de no ser por sus "estrofas": aparte de las continuas menciones al aparato reproductor masculino, no hay acordes, no hay melodía, sólo Manson susurrando hasta que llega su resplandeciente estribillo. El segundo estribillo, repitiendo "Godhead" machaconamente, tampoco es la mejor culminación compositiva, por lo que la excelencia instrumental del tema, su otro punto fuerte, puede pasar desapercibida.
"Anonymous XXX" es un interesante ejercicio de maridaje entre pop y rock de curiosa instrumentación (sección de viento, guitarras acústicas, caja analógica, percusiones que se cruzan de un lado para otro), con una melodía correcta y bien trabajada en estrofas y estribillos, que oxigena el conjunto aunque no llegue a ser un gran momento. "A woman destroyed", el octavo corte es, tras un elaborado e inquietante comienzo, un medio tiempo de notas largas en sus estrofas, que va entrando muy poco a poco, sin apenas percusión que marque el ritmo, de estribillo desquiciante, larga y casi declamada parte nueva, y que da continuidad al tramo más experimental del álbum. "Flipping the bird" retoma el sonido de los Garbage más reconocibles, aunque lo hace con un indisimulado homenaje a New Order en la sencilla batería programada y al diálogo entre la guitarra eléctrica y el bajo durante los intervalos instrumentales, con el synclavier de fondo. Las estrofas, con Manson a dos voces, no son de lo mejor del álbum, pero el estribillo es un trallazo de puro pop en la línea de su recordado "Special" (1998), y el cambio de tonalidad que empieza con "You're hard to love..." antes de la segunda repetición del estribillo tan original como inspirado, razón por la cual es mi momento favorito del disco.
El penúltimo corte, "No Gods No Masters", además de dar título al álbum, es también su segundo sencillo. Pop de tempo alto, de nuevo las estrofas son simplemente pasables, pero el elaborado estribillo sostiene el conjunto. Que por cierto, es de los más acústicos del álbum, salvo por el ominipresente loop sintetizado y algún que otro efecto a partir de la segunda estrofa. Y la versión estándar del álbum la cierra "This city will kill you", una balada más relevante por su sugestiva letra que por su música, anodina compositivamente y resuelta sólo gracias al oficio del cuarteto a la hora de proporcionarle una pátina sinfónica. Hablo de la versión estándar porque aunque once canciones y cuarenta y seis minutos no son poco ni para cualquier otro disco de su discografía ni para lo que se estila en este complejo 2021, la versión "deluxe" incluye otros ocho temas y nada menos que treinta y siete minutos adicionales de música.
Minutos heterogéneos, como suele suceder en estos casos, y que incluyen desde versiones (la sobrevalorada "Starman" de David Bowie, aún me llama la atención cómo puede ser tan famoso un tema con unas estrofas tan mediocres), colaboraciones para compartir una versión (la explotada hasta la saciedad "Because the night", a medias con los rockeros Screaming Females), varias canciones que habían visto la luz para los Record Store Days de estos últimos años ("The Chemicals", "Destroying angels"), descartes interesantes ("On fire"), y sobre todo dos temas dignos de cualquier álbum de la banda: "No horses", que vio la luz como sencillo al margen de cualquier álbum en 2017, más de cinco minutos de rock oscuro con múltiples partes, muy inspirado compositivamente, una energía elegante y una creatividad desbordante en la instrumentación. Y "Time will destroy everything", otro descarte que en mi opinión habría sido un mucho mejor cierre del álbum estándar que "This city will kill you": un fantástico comienzo, sinfónico al principio, chirriante después, un excelente ritmo sincopado y una melodía no muy extensa a dos voces, auto-tune mediante, que uno no sabe si definir como metal, rock, techno... o todas esas cosas juntas.
Lo que comenzó siendo un acercamiento receloso a su nuevo material ha terminado siendo una rendición incondicional a su buen momento creativo, que se añade a su indudable talento a la hora de crear uno de los sonidos más personales y atemporales del último cuarto de siglo. Ojalá todas las bandas que llevan tantos años en activo fueran capaces de entregar todavía álbumes tan equilibrados como éste de Garbage. Y es que "No Gods No Masters" no les ganará nuevos adeptos, ni añadirá nuevos hitos a sus directos, pero nos permite disfrutar de estilos en los que hoy en día cuesta mucho encontrar propuestas interesantes. Inteligencia, personalidad y oficio. Ahí es nada.
domingo, 18 de julio de 2021
NoMBe - "Chromatopia" (2021)
Además de la escasez de lanzamientos de grandes nombres comerciales, y de la proliferación de EPs como formato para dar salida a la creatividad interrumpida, otra de las consecuencias que nos ha traído esta infausta pandemia ha sido el retraso de álbumes que debían haber visto la luz el año pasado. Tal es el caso de "Chromatopia", el segundo álbum del alemán nacionalizado estadounidense Noah McBeth, o lo que es lo mismo, NomBe. Cuyo segundo álbum se había anunciado para abril de 2020, pero que finalmente ha visto la luz nada menos que un año más tarde. Un parón explicado en parte por el impacto del coronavirus en la gira que ya estaba siendo publicitada para divulgar el disco a comienzos del año pasado. Y que siempre implica un riesgo en el voluble panorama musical. Un retraso que no ha afectado apenas a "Chromatopia", pues se trata de un disco demasiado personal y al margen de las modas para sonar obsoleto un año después.
Y es que para afrontar el siempre difícil reto del segundo disco, NoMBE ha optado por seguir explorando su rico mundo interior como manera de fortalecer su propuesta musical. Aunque quizá el resultado sea menos versátil que el de su opera prima, ese "They might've even loved me" (2018) tan rico y complejo como su título, que requería una gran cantidad de escuchas para sacarle todo el jugo a su variedad, contrastes y matices. "Chromatopia", un juego de palabras sobre una utopía colorista, sí que posee un número suficiente de registros como para utilizar la metáfora de los colores, pero falta algo de rock & roll y de rhythm & blues, dos estilos que NoMBe llevó a su terreno en su primera entrega. Por lo demás, el número de cortes resulta suficiente (catorce, aunque los tres interludios titulados "Chromatopia A", "Chromatopia B" y "Chromatopia C", son en realidad originales introducciones instrumentales a los temas que les suceden), y la duración del álbum no decepciona, al contrario de tantos otros álbumes que han visto la luz en esta primera mitad de 2021.
Tras "Chromatopia A", el álbum lo abre realmente "Something to hold onto", una decisión tanto extraña pues se trata de un medio tiempo de reminiscencias jazzísticas a lo Swing Out Sister, agradable y bien instrumentado con unos interesantes arpegios de guitarra, pero posiblemente no demasiado adecuado como gancho para lo que viene después. Más interesante es "Weirdo", otro medio tiempo cálido con influencias psicodélicas no tan lejanas a las de grandes momentos de Oasis, con una letra original basada su coloquial título, un estribillo que NoMBE va interpretando en diferentes escalas, y una corta pero evocadora parte nueva para transportarnos a otra dimensión. "Prototype" fue el segundo sencillo para anticipar el álbum, y como la bola de cristal de su vídeo indica, es una notable recreación de la música disco de finales de los setenta, suficientemente actualizada en la programación de su sección rítmica y en el tramo de voz distorsionada cerca del final para no sonar demasiado a revival. Bonitos coros, un solo de guitarra eficaz y sobre todo un excepcional bajo slap rematan un tema que inicialmente no llama la atención pero que luego incita a echarse un baile comedido y elegante. Si bien la mejor canción del disco es en mi opinión "Heels", tercer sencillo allá por marzo del año pasado. Un tema de ritmo un poco más alto que los anteriores, con las mejores estrofas del conjunto, complejas y sugerentes a partes iguales, y un pegadizo estribillo realzado por su guitarra eléctrica, que usa la referencia a los tacones como imagen para resaltar la belleza de la mujer a la que está dedicada este elegante y a la par disfrutable tema, que además nos ofrece la sorpresa de ese diálogo final entre guitarra y piano cuando parece que ya ha terminado.
Tras "Chromatopia B", "Boys don't cry", cuarto sencillo coincidiendo con la publicación del disco, insiste en ese sonido de evocaciones setenteras orientado a la pista de baile, con toques de funky en bajos y guitarras, un sencillo pero efectivo vocoder, un agradable intervalo instrumental en el que NoMBE exhibe su dominio del piano, y la sorpresa de la sección de viento casi al final. Todo ello bien compensado por una melodía de pop clásica, con unas estrofas agradables y un sencillo estribillo de una sola frase. "To the moon" se acerca mínimamente al rock en la guitarra distorsionada, pero termina resultando otro tema de mucho groove, sample vocal incluido, que intenta maridar pop y funky y al mismo tiempo exhibir las cualidades como multi-instrumentista del germano-estadounidense. El noveno corte, "This is not a love song", es la primera balada del disco, pero no por ello un tema desnudo, ya que NoMBE pone en juego toda esa instrumentación retro-futurista que tanto domina y a la que concede todo el protagonismo en el tercio final; sin embargo, le falta un poco de emoción y acaba resultando un tanto anodina. "Paint California", escondida en este punto del disco, fue en realidad el sencillo que nos avisó de que NoMBE volvía a la carga a finales de 2019. Es otro de los buenos momentos del disco, aunque para tema estrella le falta un punto de comercialidad: las curiosas estrofas con esos arpegios de guitarra cruzados y efectos retro dan paso a estribillos de fraseos breves y no del todo tarareables, tanto que me parecen más meritorios los tramos instrumentales sobre esa misma progresión armónica. La intensa parte nueva, sin apenas margen para tomar aire, logra conferir de un punto más de energía a la última repetición del estribillo.
"Chromatopia C", que da comienzo al último tercio del álbum, es seguramente el más interesante de los intervalos instrumentales. En la línea de las píldoras poppy de Saint Etienne, la melancolía de su guitarra es un buen anticipo para la progresión armónica de "Water into wine", el antepenúltimo corte: un medio tiempo introspectivo que, salvo por sus juguetones teclados estridentes, peca de convencionalismo (incluyendo la subida de un tono en las repeticiones finales del estribillo), por lo que resulta uno de los momentos menos inspirados del álbum. Para el cominezo de "Think about you" NoMBE se viste de crooner alternativo y nos propone una agradable melodía que luego jugará a acelerar a lo largo del tema, a la vez que la evolucionará en una extensa parte nueva, dando todo ello un resultado más original que disfrutable. Y el álbum lo cierra el instrumental "Happy Birthday, Frank!", casi cuatro minutos en los que NoMBE exhibe sus cualidades como pianista, a medio camino entre el jazz y la música de cabaret, que por propuesta y desnudez de arreglos podría desentonar un poco del resto del disco, pero que varía lo suficiente para no resultar aburrido.
Tras múltiples escuchas, la sensación que deja "Chromatopia" es de "sí pero no". Sí se confirma que NoMBE es un artista con estilo propio y múltiples cualidades, sí evidencia que mantiene un gusto ecléctico, capaz de actualizar estilos de las épocas doradas de la música popular, pero no contiene el suficiente número de grandes momentos para resultar un álbum redondo, y no ofrece ningún aldabonazo que pueda llevar su carrera a otro nivel. Con lo cual el germano-estadounidense corre el serio riesgo de quedarse en tierra de nadie. Y es que proponer música agradable e ideas interesantes no garantizan el respaldo ni de la crítica ni del público independiente. Habrá que ver si en el tercer álbum se exige más a sí mismo, porque puede dar más de sí. Falta algún tema estrella para consolidar su carrera.
Y es que para afrontar el siempre difícil reto del segundo disco, NoMBE ha optado por seguir explorando su rico mundo interior como manera de fortalecer su propuesta musical. Aunque quizá el resultado sea menos versátil que el de su opera prima, ese "They might've even loved me" (2018) tan rico y complejo como su título, que requería una gran cantidad de escuchas para sacarle todo el jugo a su variedad, contrastes y matices. "Chromatopia", un juego de palabras sobre una utopía colorista, sí que posee un número suficiente de registros como para utilizar la metáfora de los colores, pero falta algo de rock & roll y de rhythm & blues, dos estilos que NoMBe llevó a su terreno en su primera entrega. Por lo demás, el número de cortes resulta suficiente (catorce, aunque los tres interludios titulados "Chromatopia A", "Chromatopia B" y "Chromatopia C", son en realidad originales introducciones instrumentales a los temas que les suceden), y la duración del álbum no decepciona, al contrario de tantos otros álbumes que han visto la luz en esta primera mitad de 2021.
Tras "Chromatopia A", el álbum lo abre realmente "Something to hold onto", una decisión tanto extraña pues se trata de un medio tiempo de reminiscencias jazzísticas a lo Swing Out Sister, agradable y bien instrumentado con unos interesantes arpegios de guitarra, pero posiblemente no demasiado adecuado como gancho para lo que viene después. Más interesante es "Weirdo", otro medio tiempo cálido con influencias psicodélicas no tan lejanas a las de grandes momentos de Oasis, con una letra original basada su coloquial título, un estribillo que NoMBE va interpretando en diferentes escalas, y una corta pero evocadora parte nueva para transportarnos a otra dimensión. "Prototype" fue el segundo sencillo para anticipar el álbum, y como la bola de cristal de su vídeo indica, es una notable recreación de la música disco de finales de los setenta, suficientemente actualizada en la programación de su sección rítmica y en el tramo de voz distorsionada cerca del final para no sonar demasiado a revival. Bonitos coros, un solo de guitarra eficaz y sobre todo un excepcional bajo slap rematan un tema que inicialmente no llama la atención pero que luego incita a echarse un baile comedido y elegante. Si bien la mejor canción del disco es en mi opinión "Heels", tercer sencillo allá por marzo del año pasado. Un tema de ritmo un poco más alto que los anteriores, con las mejores estrofas del conjunto, complejas y sugerentes a partes iguales, y un pegadizo estribillo realzado por su guitarra eléctrica, que usa la referencia a los tacones como imagen para resaltar la belleza de la mujer a la que está dedicada este elegante y a la par disfrutable tema, que además nos ofrece la sorpresa de ese diálogo final entre guitarra y piano cuando parece que ya ha terminado.
Tras "Chromatopia B", "Boys don't cry", cuarto sencillo coincidiendo con la publicación del disco, insiste en ese sonido de evocaciones setenteras orientado a la pista de baile, con toques de funky en bajos y guitarras, un sencillo pero efectivo vocoder, un agradable intervalo instrumental en el que NoMBE exhibe su dominio del piano, y la sorpresa de la sección de viento casi al final. Todo ello bien compensado por una melodía de pop clásica, con unas estrofas agradables y un sencillo estribillo de una sola frase. "To the moon" se acerca mínimamente al rock en la guitarra distorsionada, pero termina resultando otro tema de mucho groove, sample vocal incluido, que intenta maridar pop y funky y al mismo tiempo exhibir las cualidades como multi-instrumentista del germano-estadounidense. El noveno corte, "This is not a love song", es la primera balada del disco, pero no por ello un tema desnudo, ya que NoMBE pone en juego toda esa instrumentación retro-futurista que tanto domina y a la que concede todo el protagonismo en el tercio final; sin embargo, le falta un poco de emoción y acaba resultando un tanto anodina. "Paint California", escondida en este punto del disco, fue en realidad el sencillo que nos avisó de que NoMBE volvía a la carga a finales de 2019. Es otro de los buenos momentos del disco, aunque para tema estrella le falta un punto de comercialidad: las curiosas estrofas con esos arpegios de guitarra cruzados y efectos retro dan paso a estribillos de fraseos breves y no del todo tarareables, tanto que me parecen más meritorios los tramos instrumentales sobre esa misma progresión armónica. La intensa parte nueva, sin apenas margen para tomar aire, logra conferir de un punto más de energía a la última repetición del estribillo.
"Chromatopia C", que da comienzo al último tercio del álbum, es seguramente el más interesante de los intervalos instrumentales. En la línea de las píldoras poppy de Saint Etienne, la melancolía de su guitarra es un buen anticipo para la progresión armónica de "Water into wine", el antepenúltimo corte: un medio tiempo introspectivo que, salvo por sus juguetones teclados estridentes, peca de convencionalismo (incluyendo la subida de un tono en las repeticiones finales del estribillo), por lo que resulta uno de los momentos menos inspirados del álbum. Para el cominezo de "Think about you" NoMBE se viste de crooner alternativo y nos propone una agradable melodía que luego jugará a acelerar a lo largo del tema, a la vez que la evolucionará en una extensa parte nueva, dando todo ello un resultado más original que disfrutable. Y el álbum lo cierra el instrumental "Happy Birthday, Frank!", casi cuatro minutos en los que NoMBE exhibe sus cualidades como pianista, a medio camino entre el jazz y la música de cabaret, que por propuesta y desnudez de arreglos podría desentonar un poco del resto del disco, pero que varía lo suficiente para no resultar aburrido.
Tras múltiples escuchas, la sensación que deja "Chromatopia" es de "sí pero no". Sí se confirma que NoMBE es un artista con estilo propio y múltiples cualidades, sí evidencia que mantiene un gusto ecléctico, capaz de actualizar estilos de las épocas doradas de la música popular, pero no contiene el suficiente número de grandes momentos para resultar un álbum redondo, y no ofrece ningún aldabonazo que pueda llevar su carrera a otro nivel. Con lo cual el germano-estadounidense corre el serio riesgo de quedarse en tierra de nadie. Y es que proponer música agradable e ideas interesantes no garantizan el respaldo ni de la crítica ni del público independiente. Habrá que ver si en el tercer álbum se exige más a sí mismo, porque puede dar más de sí. Falta algún tema estrella para consolidar su carrera.
jueves, 24 de junio de 2021
Avec Sans: "Succession" (2021)
El regreso de Avec Sans tras su estupendo álbum de debut en 2016 se ha hecho mucho de rogar, probablemente demasiado. Y cuando por fin ha empezado a ser anticipado por los sencillos de rigor, ha sido para confirmar que no debíamos esperar la excelencia del primero. Porque los tres sencillos que han visto la luz a lo largo de los últimos meses quedan claramente por debajo que casi cualquiera de los de "Heartbreak Hi", evidenciando notables problemas de inspiración. Una impresión que se ha visto confirmada cuando hace unas semanas se ha publicado este "Succession": tan sólo nueve cortes y media hora es muy poco para un lustro de creación, se mire como se mire.
Si todavía esos seis temas que han completado la entrega hubieran mejorado el nivel de los tres ya conocidos, el disco aún podría haber evitado la temiada palabra: decepción. Que sin embargo es la sensación predominante tras unas cuantas escuchas. Tanto, que he estado a punto de no reseñarlo. Lo peor es que creo que podrían haber evitado este paso atrás si, al menos, hubieran añadido un par de temas de tempo alto y ritmo cuaternario que los entroncaran con los grandes momentos para las pistas de baile de su debut y sacaran "Succession" de la monotonía de ritmo pausado. Y si en estos cinco años no los han conseguido componer, que hubieran tirado de un par de versiones, pues el dúo ya nos ha demostrado su talento para apropiarse de canciones ajenas. Al final, he considerado que el 2021 sigue siendo un año especialmente flojo para el panorama musical, y la exhibición de ideas para instrumentar temas pop de Jack St. James y las cualidades vocales de Alice Fox aún son dignas de una reseña, por decepcionante que resulte.
Los dos minutos de "I will be with you", tercer sencillo, reflejan bien lo que nos vamos a encontrar en el álbum: electrónica de ultimísima generación arropando melodías agradables pero a veces un tanto edulcoradas, de tempo lento y percusiones escasas e intermitentes. Sin ser una maravilla, "Altitude", el sencillo que anticipó el álbum el año pasado, es uno de los momentos álgidos del álbum. Otra vez la instrumentación peca de variar excesivamente casi en cada compás, hasta el extremo de quedarse sólo la voz de Fox y un instrumento para llevar la progresión armónica hacia la mitad del tema, y el ritmo es excesivamente sincopado, pero el tempo está más alineado con los del primer álbum, el estribillo es luminoso, la parte nueva es bonita, y sobre todo los tramos instrumentales resultan disfrutables con ese original bajo sintetizado que recorre las escalas a toda velocidad. "Slow dance down", tercer corte y segundo sencillo extraído, insiste en el tempo lento para una melodía vocal post-procesada casi con tantos efectos como los que adornan toda la electrónica del tema. Que resulta agradable pero sin gancho a la vez que lastrado por ese ritmo sincopado que arranca, se detiene y salta una y otra vez.
Por si aún no habíamos tenido bastante lentitud, "All the while" baja incluso los bpms y nos ofrece una balada con una letra meritoria que va jugando con los distintos tiempos que puede significar "while" en cada estrofa, y unos adornos de reminiscencias étnicas a lo de Odesza, pero bastante monótona hasta su minuto final, donde una parte nueva más inspirada mejora un poco la impresión general. "Succession (What You Don't Know)", el tema que da título al álbum, se supone que debería ser uno de los momentos estelares, y aunque sigue sin llevar el tempo a niveles hedonistas, dentro de lo cabe la original percusión electrónica de sus estrofas y el largo y elaborado estribillo no están mal, pero su nivel a duras penas le habría permitido entrar en "Heartbreak Hi". "Tell me" avasalla desde el primer momento con su instrumentación tan creativa como entrecortada y chirriante, pero al menos llega a la categoría de medio tiempo, lo que ya es un logro ante tanta pausa, y su estribillo demuestra que a los británicos aún les llega alguna vez la inspiración, convirtiéndose en mi opinión en el segundo tema del álbum que cumple las expectativas que ellos mismos forjaron hace un lustro.
"Tokyo moon" inicia el último tercio del álbum sin moverse de los parámetros ya conocidos: sobredosis de ideas y efectos para envolver melodías bien interpretadas pero dependientes de la inspiración que en este caso sí posee el doble estribillo, si bien las anodinas estrofas y el continuo vaivén de percusión que va y viene lastra en parte el resultado. "Backtrack", inminente cuarto sencillo dentro de unos días, es probablemte la mejor canción de las seis que han completado el disco: otro medio tiempo, sí, pero la melodía ahora sí es inspirada de principio a fin, St. James está relativamente comedido con la instrumentación, mostrando todo lo que puede hacerse con la tecnología de 2021 pero sin apabullar, y el intervalo instrumental a lo future-bass (lo podría haber firmado Ilenium) rematan el segundo mejor momento del álbum. Que cierra "Little heart attack", cómo no otra balada de continuos detalles instrumentales y cierto tono apoteósico con reminiscencias a la música tradicional de las islas (el sintetizador que complementa los estribillos podría pasar por una gaita sintetizada), pero que pasa sin pena ni gloria.
En lugar de poner tanto foco en la instrumentación, que requiere innumerables escuchas en cada tema para familiarizarse con todos los cambios y todos los estimulantes sonidos que nos proponen, el dúo debería haber repartido esos esfuerzos en la creación de más y mejores canciones. Y no deberían haber perdido de vista que el trascendental segundo álbum es el que marca la carrera de cualquier artista, y si querían mantener a sus seguidores tendrían que haber ofrecido más temas de tempo alto, más en línea con su primer disco y más adecuados para conciertos y festivales. Ahora mismo los que hayan logrado mantener, que entre el lustro transcurrido y la parsimonia de las nuevas canciones no serán demasiados, estarán desconcertados ante la futura propuesta musical de la banda. O incluso respecto a su futuro en sí, pues el paso atrás ha sido muy peligrosos y, o reaccionan rápido, o podrían haber firmado su sentencia. Esperemos que reconozcan sus fallos, redoblen sus esfuerzos, y vuelvan por donde solían sin tener que esperar otros cinco años.
Si todavía esos seis temas que han completado la entrega hubieran mejorado el nivel de los tres ya conocidos, el disco aún podría haber evitado la temiada palabra: decepción. Que sin embargo es la sensación predominante tras unas cuantas escuchas. Tanto, que he estado a punto de no reseñarlo. Lo peor es que creo que podrían haber evitado este paso atrás si, al menos, hubieran añadido un par de temas de tempo alto y ritmo cuaternario que los entroncaran con los grandes momentos para las pistas de baile de su debut y sacaran "Succession" de la monotonía de ritmo pausado. Y si en estos cinco años no los han conseguido componer, que hubieran tirado de un par de versiones, pues el dúo ya nos ha demostrado su talento para apropiarse de canciones ajenas. Al final, he considerado que el 2021 sigue siendo un año especialmente flojo para el panorama musical, y la exhibición de ideas para instrumentar temas pop de Jack St. James y las cualidades vocales de Alice Fox aún son dignas de una reseña, por decepcionante que resulte.
Los dos minutos de "I will be with you", tercer sencillo, reflejan bien lo que nos vamos a encontrar en el álbum: electrónica de ultimísima generación arropando melodías agradables pero a veces un tanto edulcoradas, de tempo lento y percusiones escasas e intermitentes. Sin ser una maravilla, "Altitude", el sencillo que anticipó el álbum el año pasado, es uno de los momentos álgidos del álbum. Otra vez la instrumentación peca de variar excesivamente casi en cada compás, hasta el extremo de quedarse sólo la voz de Fox y un instrumento para llevar la progresión armónica hacia la mitad del tema, y el ritmo es excesivamente sincopado, pero el tempo está más alineado con los del primer álbum, el estribillo es luminoso, la parte nueva es bonita, y sobre todo los tramos instrumentales resultan disfrutables con ese original bajo sintetizado que recorre las escalas a toda velocidad. "Slow dance down", tercer corte y segundo sencillo extraído, insiste en el tempo lento para una melodía vocal post-procesada casi con tantos efectos como los que adornan toda la electrónica del tema. Que resulta agradable pero sin gancho a la vez que lastrado por ese ritmo sincopado que arranca, se detiene y salta una y otra vez.
Por si aún no habíamos tenido bastante lentitud, "All the while" baja incluso los bpms y nos ofrece una balada con una letra meritoria que va jugando con los distintos tiempos que puede significar "while" en cada estrofa, y unos adornos de reminiscencias étnicas a lo de Odesza, pero bastante monótona hasta su minuto final, donde una parte nueva más inspirada mejora un poco la impresión general. "Succession (What You Don't Know)", el tema que da título al álbum, se supone que debería ser uno de los momentos estelares, y aunque sigue sin llevar el tempo a niveles hedonistas, dentro de lo cabe la original percusión electrónica de sus estrofas y el largo y elaborado estribillo no están mal, pero su nivel a duras penas le habría permitido entrar en "Heartbreak Hi". "Tell me" avasalla desde el primer momento con su instrumentación tan creativa como entrecortada y chirriante, pero al menos llega a la categoría de medio tiempo, lo que ya es un logro ante tanta pausa, y su estribillo demuestra que a los británicos aún les llega alguna vez la inspiración, convirtiéndose en mi opinión en el segundo tema del álbum que cumple las expectativas que ellos mismos forjaron hace un lustro.
"Tokyo moon" inicia el último tercio del álbum sin moverse de los parámetros ya conocidos: sobredosis de ideas y efectos para envolver melodías bien interpretadas pero dependientes de la inspiración que en este caso sí posee el doble estribillo, si bien las anodinas estrofas y el continuo vaivén de percusión que va y viene lastra en parte el resultado. "Backtrack", inminente cuarto sencillo dentro de unos días, es probablemte la mejor canción de las seis que han completado el disco: otro medio tiempo, sí, pero la melodía ahora sí es inspirada de principio a fin, St. James está relativamente comedido con la instrumentación, mostrando todo lo que puede hacerse con la tecnología de 2021 pero sin apabullar, y el intervalo instrumental a lo future-bass (lo podría haber firmado Ilenium) rematan el segundo mejor momento del álbum. Que cierra "Little heart attack", cómo no otra balada de continuos detalles instrumentales y cierto tono apoteósico con reminiscencias a la música tradicional de las islas (el sintetizador que complementa los estribillos podría pasar por una gaita sintetizada), pero que pasa sin pena ni gloria.
En lugar de poner tanto foco en la instrumentación, que requiere innumerables escuchas en cada tema para familiarizarse con todos los cambios y todos los estimulantes sonidos que nos proponen, el dúo debería haber repartido esos esfuerzos en la creación de más y mejores canciones. Y no deberían haber perdido de vista que el trascendental segundo álbum es el que marca la carrera de cualquier artista, y si querían mantener a sus seguidores tendrían que haber ofrecido más temas de tempo alto, más en línea con su primer disco y más adecuados para conciertos y festivales. Ahora mismo los que hayan logrado mantener, que entre el lustro transcurrido y la parsimonia de las nuevas canciones no serán demasiados, estarán desconcertados ante la futura propuesta musical de la banda. O incluso respecto a su futuro en sí, pues el paso atrás ha sido muy peligrosos y, o reaccionan rápido, o podrían haber firmado su sentencia. Esperemos que reconozcan sus fallos, redoblen sus esfuerzos, y vuelvan por donde solían sin tener que esperar otros cinco años.
viernes, 28 de mayo de 2021
Shaed: "High dive" (2021)
Ha tenido que llegar el mes de mayo para que por fin pueda reseñar un álbum completo de este más que mediocre musicalmente hablando 2021. Les voy a presentar hoy "High dive", el debut en formato álbum del trío de Washington D.C. Shaed. Compuesto por los hermanos gemelos Max y Spencer Ernst, que se encargan de los distintos instrumentos, y de la vocalista Chelsea Lee, llevaban ya unos años editando sencillos y EPs de variable repercusión a excepción de "Trampoline", el sencillo con el que alcanzaron el puesto número 13 en las listas estadounidenses en 2019. A la hora de definir su propuesta, más que del indie pop con el que se les suele etiquetar, yo hablaría de pop a secas, con un uso muy discreto de los recursos tecnológicos disponibles actualmente y un estilo reconocible y directo.
Tan directo que, a pesar de que todas las canciones cuentan con sus estrofas, estribillos, partes nuevas, e incluso algunos intervalos instrumentales, la mayoría de ellas apenas llega a los tres minutos de duración. Se trata, pues, de pop hecho para impactar desde la primera escucha, sin respiro pero sin caer tampoco en lo obvio, sobre unas composiciones que oscilan entre lo correcto y lo inspirado. Así pues, a pesar de las trece canciones (doce si consideramos que la que da título al álbum, "High dive", está incluida por partida doble), el álbum no llega siquiera a los cuarenta minutos. Duración suficiente en todo caso para confirmar que estamos ante una banda menos encasillada de lo que sus primeros sencillos podrían indicar, y con talento suficiente para ir variando el registro de manera que el disco no resulte demasiado monótono ni predecible.
El álbum lo abre "Dizzy", nada menos que el quinto sencillo extraído ya del álbum, y que lo representa bastante bien: un medio tiempo con una instrumentación un tanto espartana pero eficaz, predilección por las cuerdas sintetizadas, una atmósfera cinematográfica, una melodía oscura y la excelente voz de Lee presidiendo el conjunto. Y todo ello en ciento sesenta segundos que no enamoran pero se dejan escuchar. Ligeramente superior es en mi opinión "Osaka", cuarto sencillo extraído: similar en propuesta, algo más cercana al dub con ese teclado tan característico a mitad de cada compás, una melodía que permite el lucimiento de Lee, una interesante letra que hace referencia a la ciudad japonesa, un poco habitual cambio de tonalidad hacia abajo antes del tramo final, y un bonito vídeo de dibujos animados. Tercer corte a la vez que tercer sencillo, "Part-time psycho", con la colaboración vocal del para mí desconocido Two Feet, es otro buen momento: un poquito más rápido y de ritmo binario más marcado, las cuerdas sintetizadas en acordes menores acentúan esa sensación de banda sonora de James Bond para el año 2021 (en especial en su parte instrumental), y otra melodía pop equilibrada y directa hace el resto. "High dive", el tema que da título al álbum, y con la colaboración vocal del cantante Lewis del Mar en la versión extraída como sexto sencillo, insiste en el formato medio tiempo de influencias dub, con una melodía en notas bajas en las estrofas que suben en el estribillo y que a mí me recuerda mucho a los buenos momentos de los británicos Morcheeba (casi podemos imaginar que Lee es en realidad Skye Edwards en una colaboración estelar). Quizá con el pero del poco afortunado arreglo que introduce la repetición final del estribillo, su tarareable melodía (como el silbido que incluyen se encarga de recordarnos) y su concisión aumentan la pegada del conjunto.
"I know nothing", quinto corte, es mi segundo tema favorito del álbum: el tema más rápido hasta ahora (sin ser de tempo exageradamente alto), es un saludable ejercicio de música disco de corte retro, con los violines imitando el sonido philly, el esencial piano en primer plano, el bajo rellenando los huecos de la batería con notas cortas y marcadas, la percusión que adorna el intervalo instrumental, la certera melodía de las estrofas, un brillante cambio de tonalidad en la parte nueva, y un estribillo muy simple pero enérgico. "Once upon a time" es, además del segundo sencillo, la primera y más clara balada del álbum, y posiblemente uno de sus momentos menos inspirados: convencional y muy bien interpretada vocalmente, le sobra ampulosidad y le falta un tanto de magia, siendo lo más interesante el sinfónico minuto instrumental del final. Afortunadamente a partir de ahí comienza a mi modo de ver el mejor tramo del disco: "Colorful" es el tema más bailable del álbum, con un potente bombo en primer plano, los ecos de la voz de Lee que van y vienen, ese estribillo en notas altas y poderosas que parece un himno, una melodía más reposada y sensible en las estrofas, la sección de cuerda sintetizada... y, al tratarse de la canción más larga del disco (la única que supera los cuatro minutos), una sugestiva coda ("it's over..."). "Trampoline" es, como comentaba al comienzo, el momento de más éxito de su carrera, y es lógico que a pesar de los dos años largos transcurridos desde su publicación hayan sucumbido a la tentación de incluirlo en su álbum. Entre el medio tiempo y un lento, es otra melodía elegante con una brillante interpretación de Lee y la instrumentación justa para arroparla. Aunque en realidad no posee nada especial que no tengan otros temas del disco, lo que demuestra que al final el éxito masivo es a menudo más una cuestión de suerte que de otra cosa.
Le sigue "No other way", el primer sencillo extraído del álbum a la vez que mi tema favorito del mismo, y que se quedó por muy poco fuera de mis listas de los mejores temas de 2020: el ritmo binario más claro y contundente del disco, unas estrofas oscuras y evocadoras sobre un espartano bajo, y un estribillo más colorido y elegante, con el juego de repetir la primera sílaba de algunas palabras para acabar de engancharnos, y quizá la mejor sección de cuerda del disco (en notas tan bajas que casi parece una guitarra funky). Y este tramo estelar lo redondea "Wish we had younger", posiblemente el momento que más licencias experimentales del disco se permite en su instrumentación, con una base en las estrofas que evoca a una música étnica postprocesada, y unos peculiares crescendos en el estribillo. Todo ello presidido por otra melodía pop nítida y sin descanso, con el acierto adicional de desdoblar la segunda estrofa con unas frases adicionales, y un ritmo lo suficientemente sincopado para no confundirlo con otros momentos del disco. "Visible woman", el penúltimo corte, es su segunda balada, y para mi gusto mucho más interesante que "Once upon a time": más sentida y natural, con una letra reivindicativa que encaja muy bien con las notas altas y poderosas de su estribillo ("I'm just a visible woman, I can't hide any longer, I'll keep my head above water, 'cause I'm just a visible woman") y las habituales y talentosas cuerdas sintetizadas liderando una instrumentación sencilla pero eficaz. Y en una decisión arriesgada, este "High dive" lo cierra una tercera balada cuando lo suyo hubiera sido subir el tempo y proponer un cierre apoteósico. En todo caso "Six in the morning" refleja bien el dolor y la soledad de esa hora de la madrugada, y la combinación de un elaborado arpegio de piano y cuerdas sabemos que siempre funciona, pero vuelve a resultar un momento un tanto obvio y un poco impersonal, aunque lo suficientemente inspirado como para que no sea necesario pulsar el forward.
Sin contar con ningún bombazo que le dé un salto radical a su carrera, esta inmersión profunda en el singular mundo del trío estadounidense vuelve a confirmar que lo que se echa de menos en el panorama musical actual es simplemente una buena dosis de melodías que nos acompañen, que se adhieran a nuestro cerebro, y que nos vuelvan a recordar la magia del pop de toda la vida. Sin excesos, minutos de relleno o claudicación ante las modas. Habrá que ver si al menos Shaed logra la repercusión esperada, y su carrera musical se consolida sin necesidad de esperar muchos años a una segunda entrega. Porque ahora mismo, a pesar de los miles de artistas que siguen en activo en su país, tienen poca competencia, y están en condiciones de aprovechar esa baza.
Tan directo que, a pesar de que todas las canciones cuentan con sus estrofas, estribillos, partes nuevas, e incluso algunos intervalos instrumentales, la mayoría de ellas apenas llega a los tres minutos de duración. Se trata, pues, de pop hecho para impactar desde la primera escucha, sin respiro pero sin caer tampoco en lo obvio, sobre unas composiciones que oscilan entre lo correcto y lo inspirado. Así pues, a pesar de las trece canciones (doce si consideramos que la que da título al álbum, "High dive", está incluida por partida doble), el álbum no llega siquiera a los cuarenta minutos. Duración suficiente en todo caso para confirmar que estamos ante una banda menos encasillada de lo que sus primeros sencillos podrían indicar, y con talento suficiente para ir variando el registro de manera que el disco no resulte demasiado monótono ni predecible.
El álbum lo abre "Dizzy", nada menos que el quinto sencillo extraído ya del álbum, y que lo representa bastante bien: un medio tiempo con una instrumentación un tanto espartana pero eficaz, predilección por las cuerdas sintetizadas, una atmósfera cinematográfica, una melodía oscura y la excelente voz de Lee presidiendo el conjunto. Y todo ello en ciento sesenta segundos que no enamoran pero se dejan escuchar. Ligeramente superior es en mi opinión "Osaka", cuarto sencillo extraído: similar en propuesta, algo más cercana al dub con ese teclado tan característico a mitad de cada compás, una melodía que permite el lucimiento de Lee, una interesante letra que hace referencia a la ciudad japonesa, un poco habitual cambio de tonalidad hacia abajo antes del tramo final, y un bonito vídeo de dibujos animados. Tercer corte a la vez que tercer sencillo, "Part-time psycho", con la colaboración vocal del para mí desconocido Two Feet, es otro buen momento: un poquito más rápido y de ritmo binario más marcado, las cuerdas sintetizadas en acordes menores acentúan esa sensación de banda sonora de James Bond para el año 2021 (en especial en su parte instrumental), y otra melodía pop equilibrada y directa hace el resto. "High dive", el tema que da título al álbum, y con la colaboración vocal del cantante Lewis del Mar en la versión extraída como sexto sencillo, insiste en el formato medio tiempo de influencias dub, con una melodía en notas bajas en las estrofas que suben en el estribillo y que a mí me recuerda mucho a los buenos momentos de los británicos Morcheeba (casi podemos imaginar que Lee es en realidad Skye Edwards en una colaboración estelar). Quizá con el pero del poco afortunado arreglo que introduce la repetición final del estribillo, su tarareable melodía (como el silbido que incluyen se encarga de recordarnos) y su concisión aumentan la pegada del conjunto.
"I know nothing", quinto corte, es mi segundo tema favorito del álbum: el tema más rápido hasta ahora (sin ser de tempo exageradamente alto), es un saludable ejercicio de música disco de corte retro, con los violines imitando el sonido philly, el esencial piano en primer plano, el bajo rellenando los huecos de la batería con notas cortas y marcadas, la percusión que adorna el intervalo instrumental, la certera melodía de las estrofas, un brillante cambio de tonalidad en la parte nueva, y un estribillo muy simple pero enérgico. "Once upon a time" es, además del segundo sencillo, la primera y más clara balada del álbum, y posiblemente uno de sus momentos menos inspirados: convencional y muy bien interpretada vocalmente, le sobra ampulosidad y le falta un tanto de magia, siendo lo más interesante el sinfónico minuto instrumental del final. Afortunadamente a partir de ahí comienza a mi modo de ver el mejor tramo del disco: "Colorful" es el tema más bailable del álbum, con un potente bombo en primer plano, los ecos de la voz de Lee que van y vienen, ese estribillo en notas altas y poderosas que parece un himno, una melodía más reposada y sensible en las estrofas, la sección de cuerda sintetizada... y, al tratarse de la canción más larga del disco (la única que supera los cuatro minutos), una sugestiva coda ("it's over..."). "Trampoline" es, como comentaba al comienzo, el momento de más éxito de su carrera, y es lógico que a pesar de los dos años largos transcurridos desde su publicación hayan sucumbido a la tentación de incluirlo en su álbum. Entre el medio tiempo y un lento, es otra melodía elegante con una brillante interpretación de Lee y la instrumentación justa para arroparla. Aunque en realidad no posee nada especial que no tengan otros temas del disco, lo que demuestra que al final el éxito masivo es a menudo más una cuestión de suerte que de otra cosa.
Le sigue "No other way", el primer sencillo extraído del álbum a la vez que mi tema favorito del mismo, y que se quedó por muy poco fuera de mis listas de los mejores temas de 2020: el ritmo binario más claro y contundente del disco, unas estrofas oscuras y evocadoras sobre un espartano bajo, y un estribillo más colorido y elegante, con el juego de repetir la primera sílaba de algunas palabras para acabar de engancharnos, y quizá la mejor sección de cuerda del disco (en notas tan bajas que casi parece una guitarra funky). Y este tramo estelar lo redondea "Wish we had younger", posiblemente el momento que más licencias experimentales del disco se permite en su instrumentación, con una base en las estrofas que evoca a una música étnica postprocesada, y unos peculiares crescendos en el estribillo. Todo ello presidido por otra melodía pop nítida y sin descanso, con el acierto adicional de desdoblar la segunda estrofa con unas frases adicionales, y un ritmo lo suficientemente sincopado para no confundirlo con otros momentos del disco. "Visible woman", el penúltimo corte, es su segunda balada, y para mi gusto mucho más interesante que "Once upon a time": más sentida y natural, con una letra reivindicativa que encaja muy bien con las notas altas y poderosas de su estribillo ("I'm just a visible woman, I can't hide any longer, I'll keep my head above water, 'cause I'm just a visible woman") y las habituales y talentosas cuerdas sintetizadas liderando una instrumentación sencilla pero eficaz. Y en una decisión arriesgada, este "High dive" lo cierra una tercera balada cuando lo suyo hubiera sido subir el tempo y proponer un cierre apoteósico. En todo caso "Six in the morning" refleja bien el dolor y la soledad de esa hora de la madrugada, y la combinación de un elaborado arpegio de piano y cuerdas sabemos que siempre funciona, pero vuelve a resultar un momento un tanto obvio y un poco impersonal, aunque lo suficientemente inspirado como para que no sea necesario pulsar el forward.
Sin contar con ningún bombazo que le dé un salto radical a su carrera, esta inmersión profunda en el singular mundo del trío estadounidense vuelve a confirmar que lo que se echa de menos en el panorama musical actual es simplemente una buena dosis de melodías que nos acompañen, que se adhieran a nuestro cerebro, y que nos vuelvan a recordar la magia del pop de toda la vida. Sin excesos, minutos de relleno o claudicación ante las modas. Habrá que ver si al menos Shaed logra la repercusión esperada, y su carrera musical se consolida sin necesidad de esperar muchos años a una segunda entrega. Porque ahora mismo, a pesar de los miles de artistas que siguen en activo en su país, tienen poca competencia, y están en condiciones de aprovechar esa baza.
viernes, 23 de abril de 2021
Más de 50.000 páginas vistas
Con la presente entrada interrumpo mis habituales reseñas de las novedades musicales que me han llamado la atención para resaltar un hecho que, para mí al menos, es muy especial. Y es que ayer este blog superó las 50.000 páginas vistas. Un hito sobre el que quería reflexionar unos minutos.
En agosto hará diez años desde que arranqué "pop, rock y más" dándole la bienvenida a todo aquel melómano anónimo que se tropezara con alguna de mis entradas. Desconocía entonces qué acogida iba a tener, pero sí que asumía que sería un blog bastante minoritario. La razón obvia para ello era que, al ignorar la para mí más que mediocre calidad que tanto entonces como ahora ofrecen la inmensa mayoría de propuestas musicales de consumo masivo, el blog iba a consistir esencialmente un reducto de artistas y temas igualmente disponibles para el aficionado español, pero mucho menos conocidos. No me equivoqué en mis expectativas, porque el arranque del blog fue lento e incluso hoy en día entre las doscientas entradas del blog las hay que no han alcanzado más que unas decenas de visitas.
Si hubiera perseguido algún fin crematístico tal circunstancia habría resultado lógicamente decepcionante, pero dado que lo único que pretendía era seguir compartiendo mi pasión por la música por vía telemática (ya que por cuestiones personales la vía directa con amigos y conocidos había quedado muy reducida), en ningún momento me planteé abandonarlo. Al contrario, el blog ha sido y es un acicate para seguir interesándome por muchos de los álbumes que ven la luz semanalmente en el panorama musical occidental. Y escribir entradas a un ritmo de casi dos al mes durante una década ha supuesto un placer con el que emocionarme a la vez que intentaba que ese melómano anónimo también pudiera llegar a emocionarse con mis reseñas.
A pesar de los comienzos titubeantes y de la difusión minoritaria de la mayoría de artistas que me gustan en la actualidad, la tendencia de visitas al blog ha sido casi siempre creciente. Conforme pasaban los años fui interpretando este hecho como un reflejo de que los pocos lectores que se acercaban al blog no quedaban descontentos; al contrario, las entradas que lo conforman cada vez iban figurando más arriba en los resultados de búsquedas de google. Todo ello me animó a intentar argumentar cada vez con más claridad por qué determinado tema o por qué determinado álbum rozaban la excelencia o habían supuesto una bajada de nivel. Entonces y ahora no me limito a decir "esto es bueno" o "esto no me gusta", sino que intento que el lector del blog pueda apreciar al escuchar la pieza en cuestión las virtudes o defectos (en el plano creativo, interpretativo, instrumental, experimental, etc.) que yo aprecio.
De hecho, echando la vista atrás puedo ver que las entradas más populares a lo largo de estos últimos diez años han sido una mezcla de todos los ámbitos que he tratado. Entre ellas ha habido espacio para reflexiones sobre instrumentos que estaban de capa caída (entre otras, "La lenta muerte de la guitarra como instrumento de referencia de la música contemporánea", más vigente incluso en 2021 que cuando la escribí en 2012), las casi siempre populares listas sobre las veinte mejores canciones internacionales de cada año (con especial éxito de lectores para la más reciente, "las 20 mejores canciones internacionales de 2020"), reseñas post-mortem de algunas figuras clave en la historia de la música a las que sin embargo los medios de consumo masivo no les otorgaron la importancia que merecían (caso, por ejemplo, de "Florian Schneider (1947-2020): el injustamente olvidado") y, por supuesto, algunas entradas de artistas minoritarios que, ya sea por la ausencia de otras reseñas disponibles en internet en español, ya porque la reseña gustó en forma y fondo, han superado ellas solas las mil visitas (la más popular a día de hoy es "Odyssey", del dúo femenino Kaleida).
50.000 visitas en menos de una década es mucho más de lo que jamás esperé alcanzar. Pero si la tendencia sigue así, y por mi parte el amor por la música continúa intacto, todo apunta a que no tendré que esperar otros nueve años para llegar a la mágica cifra de las 100.000 visitas. Sólo espero que la vida me dé salud para ello, y que las cada vez más escasas obras dignas de mención de estos últimos tiempos den paso gradualmente a un nuevo florecimiento musical a nivel internacional. Yo seguiré por aquí para contárselo.
En agosto hará diez años desde que arranqué "pop, rock y más" dándole la bienvenida a todo aquel melómano anónimo que se tropezara con alguna de mis entradas. Desconocía entonces qué acogida iba a tener, pero sí que asumía que sería un blog bastante minoritario. La razón obvia para ello era que, al ignorar la para mí más que mediocre calidad que tanto entonces como ahora ofrecen la inmensa mayoría de propuestas musicales de consumo masivo, el blog iba a consistir esencialmente un reducto de artistas y temas igualmente disponibles para el aficionado español, pero mucho menos conocidos. No me equivoqué en mis expectativas, porque el arranque del blog fue lento e incluso hoy en día entre las doscientas entradas del blog las hay que no han alcanzado más que unas decenas de visitas.
Si hubiera perseguido algún fin crematístico tal circunstancia habría resultado lógicamente decepcionante, pero dado que lo único que pretendía era seguir compartiendo mi pasión por la música por vía telemática (ya que por cuestiones personales la vía directa con amigos y conocidos había quedado muy reducida), en ningún momento me planteé abandonarlo. Al contrario, el blog ha sido y es un acicate para seguir interesándome por muchos de los álbumes que ven la luz semanalmente en el panorama musical occidental. Y escribir entradas a un ritmo de casi dos al mes durante una década ha supuesto un placer con el que emocionarme a la vez que intentaba que ese melómano anónimo también pudiera llegar a emocionarse con mis reseñas.
A pesar de los comienzos titubeantes y de la difusión minoritaria de la mayoría de artistas que me gustan en la actualidad, la tendencia de visitas al blog ha sido casi siempre creciente. Conforme pasaban los años fui interpretando este hecho como un reflejo de que los pocos lectores que se acercaban al blog no quedaban descontentos; al contrario, las entradas que lo conforman cada vez iban figurando más arriba en los resultados de búsquedas de google. Todo ello me animó a intentar argumentar cada vez con más claridad por qué determinado tema o por qué determinado álbum rozaban la excelencia o habían supuesto una bajada de nivel. Entonces y ahora no me limito a decir "esto es bueno" o "esto no me gusta", sino que intento que el lector del blog pueda apreciar al escuchar la pieza en cuestión las virtudes o defectos (en el plano creativo, interpretativo, instrumental, experimental, etc.) que yo aprecio.
De hecho, echando la vista atrás puedo ver que las entradas más populares a lo largo de estos últimos diez años han sido una mezcla de todos los ámbitos que he tratado. Entre ellas ha habido espacio para reflexiones sobre instrumentos que estaban de capa caída (entre otras, "La lenta muerte de la guitarra como instrumento de referencia de la música contemporánea", más vigente incluso en 2021 que cuando la escribí en 2012), las casi siempre populares listas sobre las veinte mejores canciones internacionales de cada año (con especial éxito de lectores para la más reciente, "las 20 mejores canciones internacionales de 2020"), reseñas post-mortem de algunas figuras clave en la historia de la música a las que sin embargo los medios de consumo masivo no les otorgaron la importancia que merecían (caso, por ejemplo, de "Florian Schneider (1947-2020): el injustamente olvidado") y, por supuesto, algunas entradas de artistas minoritarios que, ya sea por la ausencia de otras reseñas disponibles en internet en español, ya porque la reseña gustó en forma y fondo, han superado ellas solas las mil visitas (la más popular a día de hoy es "Odyssey", del dúo femenino Kaleida).
50.000 visitas en menos de una década es mucho más de lo que jamás esperé alcanzar. Pero si la tendencia sigue así, y por mi parte el amor por la música continúa intacto, todo apunta a que no tendré que esperar otros nueve años para llegar a la mágica cifra de las 100.000 visitas. Sólo espero que la vida me dé salud para ello, y que las cada vez más escasas obras dignas de mención de estos últimos tiempos den paso gradualmente a un nuevo florecimiento musical a nivel internacional. Yo seguiré por aquí para contárselo.
domingo, 18 de abril de 2021
Josef Salvat: "The close Le Reveil" (2021)
El año 2021 está siendo sin duda el más decepcionante en cuanto a novedades musicales desde que arranqué este humilde blog hace ya una década. Entiendo que la pandemia y el confinamiento han dificultado la creatividad durante muchos meses, y han aconsejado posponer determinados lanzamientos a la espera de una época más propicia. Pero ello ha provocado que casi todos los álbumes que han visto la luz en estos primeros cien días hayan sido de "artistas menores", y por más que les he dado una oportunidad ha varias decenas de ellos, aún no he dado con un álbum completo de canciones nuevas que reseñar. Y viendo las nuevas creaciones anunciadas, el panorama de aquí al verano no es mucho más alentador.
Otro fenómeno ligado a esta pandemia que todo lo ha trastocado ha sido la popularización del EP (Extended Play) como formato para dar salida a la creatividad del pasado ejercicio. Se ve que muchos artistas han intentado aprovechar el parón para explorar nuevos caminos y, o bien no han llegado a crear material suficiente como para publicar álbumes completos, o bien no desean asumir el riesgo de que esas canciones creadas en circunstancias especiales (con menos medios, más íntimas) pasen a formar parte de su discografía de lanzamientos completos. Los EPs abundan; lo malo es que para la mayoría de los melómanos quince o veinte minutos de sus artistas favoritos suelen saber a demasiado poco.
Uno de los artistas que sigo en este blog desde que comenzó su carrera y que se ha apuntado a esta moda de los EPs es el australiano Josef Salvat. El crooner ha publicado hace escasas fechas "The close Le Reveil". Un lanzamiento sorpresa teniendo en cuenta que se cumple justo un año desde el lanzamiento de "Modern Anxiety", su segundo álbum. Que, además, había tardado nada menos que cuatro años en ver la luz desde que debutó con "Night swim" (2016). Lo lógico habría sido esperar al menos otro año más para escuchar nuevas canciones de Salvat pero, quizá por el confinamiento, quizá porque el segundo álbum se ha quedado lejos de la repercusión del primero (aunque, como reseñé en su momento, no se trataba de un mal disco), el caso es que ya tenemos aquí su nuevo material. Y, lo que es más reseñable, aunque se trata de un EP, son ocho nuevos cortes (seis canciones completas y dos intervalos menores) que completan veinteséis minutos de duración. Si recordamos que "Modern anxiety" contenía sólo dos temas más y duraba apenas treinta y tres minutos, casi podremos asumir que "The close Le Reveil" es más el tercer álbum del australiano que un simple EP.
Una asunción que se sustenta, además, en lo elaborado de los temas que contiene. A menudo los EPs sirven para formatos más íntimos, para versiones de otros artistas, o simplemente para recuperar temas descartados en su momento. No es el caso de este "The close Le Reveil": el disco está constituido sólo por temas nuevos, y forma un todo bien cohesionado y lo suficientemente variado para que sus seguidores no sientan que no reciben lo suficiente por su dinero. De hecho, con sólo un tema más que hubiera contenido ya habría llegado a la media hora, y hablaríamos a todos los efectos del nuevo álbum de Salvat. En todo caso, los ocho cortes dejan buen sabor de boca. Aunque no debemos considerar los sesenta y nueve segundos "Voice Memo 06.08.20" como una canción representativa: se trata de una mera introducción en la que sobre un loop electrónico y los coros de Salvat, la voz de una chica reprende a su pareja. El álbum comienza realmente con el segundo corte, "First time": el hecho de tratarse de una balada y de comenzar con poco más que el piano y la voz del australiano puede hacernos pensar que el EP va a ser eso, espartano e íntimo. Pero nada más lejos de la realidad. De hecho, la desgarradora tristeza de sus dos minutos iniciales va creciendo gradualmente hasta transformarse, cuando aún quedan dos minutos y entra el platillo de la batería electrónica, en un tema bailable, de percusión contundente, muy conseguido. Lógico que haya sido elegido como el sencillo de presentación del EP.
"Swimming upstream" sí que es ese baladón melancólico sobre una pareja que nada a contracorriente para intentar continuar: piano, guitarra acústica y la estupenda interpretación vocal de Salvat. Pero Salvat no es el típico crooner soso, e incluso en el tema más intimista (y conservador) del disco añade una batería, sus voces haciendo coros, una coda con otra melodía... "One more night" es para mi gusto el mejor momento del EP: su precioso, elaborado y cinematográficamente inquietante comienzo da paso a un tempo alto y a un tenebroso colchón de bajo sintetizado y sintetizador oscuro que se adhiere a nuestro cerebro y lleva la desasosegante melodía a otra dimensión. El cambio de tonalidad de la segunda estrofa, resaltado al dejar sólo la voz de Salvat y el piano, es genial, y la sensual letra muy adecuadada al conjunto. Por ponerle algún pero, el estribillo en notas tan altas y sobre la misma progresión armónica de la estrofa acaba volviendo la canción un poco monótona conforme avanza el minutaje. Tras este temazo, "Photos" es el segundo interludio del EP, un colchón electrónico sobre el que Salvat canta una dulce melodía que sin duda podría haber explotado más de los cincuenta y ocho segundos que dura.
"Peaches" es un medio tiempo de pop luminoso y original instrumentación que no formará parte de lo mejor de su carrera pero que tampoco desentona en ella. Aunque queda bastante por debajo de "Carry on", una de esas melodías de pop sesentero tan perfectas que parece mentira que no se trate de una versión. Con una instrumentación menos electrónica que no le resta protagonismo y una duración contenida, es el último gran momento del EP. Porque "I miss you", a pesar de su elaborado arpegio de piano, su sección de cuerda, su guitarra acústica de complmento y su sinceras letra y melodía vocal, es el tema más flojo, en el límite de lo sensiblero.
En todo caso, después de unas cuantas escuchas queda claro que el australiano no sólo no ha perdido la inspiración durante la pandemia, sino que incluso ha conseguido superar el nivel medio de "Modern anxiety". Mejor que pensar en que podría haber sido el grueso de un gran álbum, quedémonos con que este "The close Le Reveil" alberga cuatro o cinco temas que sin duda son de lo mejor que puede ofrecer la música pop elegante e intemporal en este 2021. Que ya es bastante.
Otro fenómeno ligado a esta pandemia que todo lo ha trastocado ha sido la popularización del EP (Extended Play) como formato para dar salida a la creatividad del pasado ejercicio. Se ve que muchos artistas han intentado aprovechar el parón para explorar nuevos caminos y, o bien no han llegado a crear material suficiente como para publicar álbumes completos, o bien no desean asumir el riesgo de que esas canciones creadas en circunstancias especiales (con menos medios, más íntimas) pasen a formar parte de su discografía de lanzamientos completos. Los EPs abundan; lo malo es que para la mayoría de los melómanos quince o veinte minutos de sus artistas favoritos suelen saber a demasiado poco.
Uno de los artistas que sigo en este blog desde que comenzó su carrera y que se ha apuntado a esta moda de los EPs es el australiano Josef Salvat. El crooner ha publicado hace escasas fechas "The close Le Reveil". Un lanzamiento sorpresa teniendo en cuenta que se cumple justo un año desde el lanzamiento de "Modern Anxiety", su segundo álbum. Que, además, había tardado nada menos que cuatro años en ver la luz desde que debutó con "Night swim" (2016). Lo lógico habría sido esperar al menos otro año más para escuchar nuevas canciones de Salvat pero, quizá por el confinamiento, quizá porque el segundo álbum se ha quedado lejos de la repercusión del primero (aunque, como reseñé en su momento, no se trataba de un mal disco), el caso es que ya tenemos aquí su nuevo material. Y, lo que es más reseñable, aunque se trata de un EP, son ocho nuevos cortes (seis canciones completas y dos intervalos menores) que completan veinteséis minutos de duración. Si recordamos que "Modern anxiety" contenía sólo dos temas más y duraba apenas treinta y tres minutos, casi podremos asumir que "The close Le Reveil" es más el tercer álbum del australiano que un simple EP.
Una asunción que se sustenta, además, en lo elaborado de los temas que contiene. A menudo los EPs sirven para formatos más íntimos, para versiones de otros artistas, o simplemente para recuperar temas descartados en su momento. No es el caso de este "The close Le Reveil": el disco está constituido sólo por temas nuevos, y forma un todo bien cohesionado y lo suficientemente variado para que sus seguidores no sientan que no reciben lo suficiente por su dinero. De hecho, con sólo un tema más que hubiera contenido ya habría llegado a la media hora, y hablaríamos a todos los efectos del nuevo álbum de Salvat. En todo caso, los ocho cortes dejan buen sabor de boca. Aunque no debemos considerar los sesenta y nueve segundos "Voice Memo 06.08.20" como una canción representativa: se trata de una mera introducción en la que sobre un loop electrónico y los coros de Salvat, la voz de una chica reprende a su pareja. El álbum comienza realmente con el segundo corte, "First time": el hecho de tratarse de una balada y de comenzar con poco más que el piano y la voz del australiano puede hacernos pensar que el EP va a ser eso, espartano e íntimo. Pero nada más lejos de la realidad. De hecho, la desgarradora tristeza de sus dos minutos iniciales va creciendo gradualmente hasta transformarse, cuando aún quedan dos minutos y entra el platillo de la batería electrónica, en un tema bailable, de percusión contundente, muy conseguido. Lógico que haya sido elegido como el sencillo de presentación del EP.
"Swimming upstream" sí que es ese baladón melancólico sobre una pareja que nada a contracorriente para intentar continuar: piano, guitarra acústica y la estupenda interpretación vocal de Salvat. Pero Salvat no es el típico crooner soso, e incluso en el tema más intimista (y conservador) del disco añade una batería, sus voces haciendo coros, una coda con otra melodía... "One more night" es para mi gusto el mejor momento del EP: su precioso, elaborado y cinematográficamente inquietante comienzo da paso a un tempo alto y a un tenebroso colchón de bajo sintetizado y sintetizador oscuro que se adhiere a nuestro cerebro y lleva la desasosegante melodía a otra dimensión. El cambio de tonalidad de la segunda estrofa, resaltado al dejar sólo la voz de Salvat y el piano, es genial, y la sensual letra muy adecuadada al conjunto. Por ponerle algún pero, el estribillo en notas tan altas y sobre la misma progresión armónica de la estrofa acaba volviendo la canción un poco monótona conforme avanza el minutaje. Tras este temazo, "Photos" es el segundo interludio del EP, un colchón electrónico sobre el que Salvat canta una dulce melodía que sin duda podría haber explotado más de los cincuenta y ocho segundos que dura.
"Peaches" es un medio tiempo de pop luminoso y original instrumentación que no formará parte de lo mejor de su carrera pero que tampoco desentona en ella. Aunque queda bastante por debajo de "Carry on", una de esas melodías de pop sesentero tan perfectas que parece mentira que no se trate de una versión. Con una instrumentación menos electrónica que no le resta protagonismo y una duración contenida, es el último gran momento del EP. Porque "I miss you", a pesar de su elaborado arpegio de piano, su sección de cuerda, su guitarra acústica de complmento y su sinceras letra y melodía vocal, es el tema más flojo, en el límite de lo sensiblero.
En todo caso, después de unas cuantas escuchas queda claro que el australiano no sólo no ha perdido la inspiración durante la pandemia, sino que incluso ha conseguido superar el nivel medio de "Modern anxiety". Mejor que pensar en que podría haber sido el grueso de un gran álbum, quedémonos con que este "The close Le Reveil" alberga cuatro o cinco temas que sin duda son de lo mejor que puede ofrecer la música pop elegante e intemporal en este 2021. Que ya es bastante.
viernes, 2 de abril de 2021
The Weeknd: "The highlights" (2021)
La presente entrada es excepcional en este humilde blog por múltiples razones. La primera y más evidente, porque hacía prácticamente una década que no reseñaba un álbum recopilatorio. La segunda, porque es el primer disco de este 2021 que reseño, después de haberlo intentado con casi veinte novedades que desgraciadamente no han pasado mi filtro de un nivel medio de calidad adecuado. Y la tercera, porque no se trata de un artista más o menos minoritario, sino de uno de los más relevantes a nivel comercial en el panorama actual. Por todo lo anterior, entiendo que una entrada para The Weeknd pueda chirriar a los seguidores habituales de este blog. Intentaré explicar el porqué.
Quizá si empiezo diciendo que "Blinding lights" formó recientemente parte de mi lista de otros veinticinco temas recomendables de 2020, la cosa empiece a entenderse. Otra razón de peso es que, en una época en el que la música comercial está tan contaminada por géneros tan poco interesantes desde el punto de vista creativo como el reguetón o el trap, que un artista triunfe masivamente con composiciones de ritmo cuaternario, con letras educadas y evocadoras, y melodías con estrofas y estribillos definidos y trabajados, es un motivo de esperanza ante tanta canción ramplona. Por mucho que The Weeknd imite descaradamente a Michael Jackson, o se inspire sin disimulo en los sonidos más ochenteros. Una última razón es que, aun siendo cierto todo lo anterior, un álbum entero de The Weeknd puede ser demasiado duro para melómanos exigentes, con demasiados momentos edulcorados o faltos de riesgo, pero una selección de lo más destacado de su producción evita ese problema, ayudando a dejar una buena impresión.
En cuanto al tracklist, en general es adecuado pero un tanto desconcertante. Lo primero que llama la atención es que no se ha incluido ni un solo tema nuevo que pueda dinamizar las ventas (quizá porque la compañia no lo consideró necesario, o porque la duración del álbum era ya de setenta y siete minutos). Lo segundo es que se han quedado fuera todas las canciones de su álbum de debut, "Kiss land" (2013), pero sin embargo sí han entrado dos meritorias composiciones de su anterior en el tiempo mixtape de debut, "House of balloons" (2011). Lo tercero es que no hay ningún tipo de orden (ni cronológico, ni por origen de los temas), y por ejemplo las composiciones de su exitoso "After hours" (2020) lo abren y cierran. Y lo cuarto es que se ha sido valiente a la hora de rescatar temas de EPs ("My dear melancholy", 2018), bandas sonoras, o colaboraciones con otros artistas (Kendrick Lamar, Ariana Grande), lo que completa la perspectiva musical del conjunto.
Asegurando el tiro, el disco lo abre "Save your tears", tal vez el segundo mejor momento de "After hours": Max Martin, el compositor que más números uno ha conseguido en E.E.U.U. en la historia, en su máxima expresión, con un tema completamente ochentero como suele ser costumbre en él, de sonido muy pobre (por más que regule uno los agudos no acaba de sonar bien), pero con un ritmo infeccioso de bajo y teclado, una bonita melodía de partes claramente diferenciadas (en especial una meritoria parte nueva que repite en dos ocasiones) y unos adecuados vocoders rematando el conjunto al final. Si bien el tema con el que Martin ha conseguido llevar a Abel Tesfaye a otra dimensión es el segundo corte, la radiadísima "Blinding lights". Que sí, que "se inspira" en el ritmo del "Take on me" (1986) de A-HA, y que bordea el plagio de "Perfect world" (2014) de Broken Bells en su estribillo. Pero que no deja de contar en su melodía principal instrumental con un sintetizador súper pegadizo, y que al fin y al cabo reluce en las listas de éxitos de 2020 frente a tantas pseudo canciones monocordes. No obstante, a pesar de tratarse de un recopilatorio, no es oro todo lo que reluce, como lo refleja "In your eyes", un medio tiempo agradable pero evidentemente menor de su "After hours" (a pesar de su meritorio saxofón).
Más interesante es "Can't feel my face", de su segundo álbum "Beauty Behind the Madness": Tesfaye juega a ser Michael Jackson en el tono de su voz de su estribillo, en el groove de sus estrofas y en los efectos que añade el siempre solvente Martin, todo lo cual le proporcionó el segundo número uno de su carrera en E.E.U.U. Le sigue "I feel it coming", de "Starboy" (2016), que fue una de las dos colaboraciones con el dúo francés Daft Punk, una especial de funky-soul bastante retro y más meloso que interesante. "Starboy" fue la otra colaboración con Daft Punk, un nuevo número a nivel mundial a pesar de la instrumentación un tanto conservadora para lo que se espera de los franceses, y una melodía en acordes menores que tampoco es nada del otro mundo.
Un momento notable del disco es sin duda "Pray for me", la colaboración de Tesfaye con el rapero Kendrick Lamar para la banda sonora de la película "Black Panther" (2018). La parte declamada de Lamar es corta, hacia la mitad, y no nos impide disfrutar de estrofas, estribillos y una coda final completa en una evocadora y triste melodía, sobre una percusión simplona pero efectiva, y con algunos efectos sonoros epatantes que sin embargo entroncan con la atmósfera general del tema. "Heartless" es otro tema mas de "After hours", un tanto anodino salvo por un bonito aunque excesivamente reiterado estribillo. "Often", de "Beauty Behind the Madness", es un medio tiempo interesante a nivel instrumental con sus ritmos sincopados y sus samples, pero poco inspirado compositivamente. "Heartless", de "Beauty Behind the Madness", con sus efectos ruidistas, es un momento más recomendable, una melodía mucho más oscura de lo habitual en sus estrofas y ya sí reconocible en el estribillo (y familiar por todos los anuncios de televisión que la han utilizado), aunque la producción del tema no ayuda a que crezca todo lo que podría conforme avanza el minutaje.
"Call Out My Name", del EP "My Dear Melancholy" (2018), es una balada menos espartana instrumentalmente de lo que cabría esperar en un producto de consumo masivo, y Tesfaye la interpreta bien con su voz un tanto quebradiza de tonos altos y timbre casi femenino. Pero creativamente tampoco es nada del otro jueves. Le sigue "The hills", de "Beauty Behind the Madness", que no sube el tempo lo que debería y que a pesar de su melodía soul de notas altas no evita que el recopilatorio se atragante un tanto con la sobredosis de azúcar y falta de riesgo. "Earned It", de la película "Fifty Shades of Grey" (2014), con su sección de cuerda sintetizada como principal baza, ahonda esa sensación de aburrimiento, de que para triunfar en las listas hay que sonar serio, soso, por lo que sugiero pulsar directamente el "forward". La cosa se entona un poco con el corte número catorce, "Love Me Harder", del segundo disco de Ariana Grande "My Everything" (2014). Que tampoco es nada especial, pero al menos sube el tempo después de tres temas seguidos a prueba de insomnio y se deja bailar, aparte de que no abusa de voces desdobladas y auto-tune tanto como es habitual en la menuda cantante estadounidense.
Llegados a este punto uno podría plantearse cómo he decidido reseñar "The highlights" si solo he destacado hasta ahora cinco temas de catorce. La explicación es que el tramo final pega un subidón que mejora notablemente la impresión final, coincidiendo, cómo no, con tres de los cortes de menor éxito del recopilatorio. Empezando por "Acquainted", la mejor canción de "Beauty Behind the Madness": un medio tiempo oscuro, sincopado y de percusiones juguetonas como cabría esperar, sostenido por su estupenda melodía (un estribillo que demuestra que se puede emocionar sin caer en las notas altas y la exhibición vocal), y los casi dos minutos de experimentación (¡por fin!), en realidad una composición diferente adosada con buen criterio al final del tema principal. "Wicked games", de "House of balloons" (2011), muestra probablemente cómo habría sido la carrera del canadiense si no hubiera priorizado comercialidad sobre calidad. Es casi un tema de rock sin instrumentación de rock, aunque la rabia contenida se trasluce por todos sus poros. Además, en ella Tesfaye muestra que ya en sus orígenes andaba sobrado de talento para interpretar sus composiciones. "The Morning", también de "House of balloons", muy original con el solo de guitarra eléctrica al comienzo (sí, sí, han leído bien), muestra que este instrumento podría haberse usado bastante más para mejorar muchos de los temas ya reseñados. La melodía quizá sea un tanto repetitiva en estrofas como estribillos, pero ese defecto se convierte en una virtud como canción pop que aspira a que la tarareemos desde que la escuchamos hasta que nos vamos a dormir. Y el despliegue lo cierra "After hours", que da título a su último disco, y que curiosamente hasta donde yo sé no ha visto la luz en formato sencillo. Sin embargo se trata de un momento muy interesante, que empieza sin sorpresas, lento y con efectos sincopados, pero que sí evoluciona en sus arreglos con muy buen criterio, y se convierte en un tema no rápido pero sí bailable, tenebroso, con una nueva melodía de tonos altos pero nada evidente, y con detalles como el sonido de la la aguja de un tocadiscos recorriendo la superficie de un vinilo.
Al final, coincidirán conmigo en que nueve o diez momentos son más que suficientes para pasar un rato agradable con el canadiense, e incluso entretenerse en apreciar aquellos temas mejor producidos e instrumentados. Además, es un álbum muy adecuado si nos rodeamos de personas con un paladar musical menos exigente que el nuestro, pues esos momentos anodinos o directamente aburridos que también nos encontramos serán seguramente del gusto de nuestro entorno. Y es que desde mi punto de vista, todo éxito en ventas de The Weeknd en el tiempo presente es una pequeña victoria de la música popular con mayúsculas frente a tantos pseudo artistas que nos intentan convencer que la falta de musicalidad es en sí una virtud de la nueva música. Así que quítense los prejuicios de en medio, vean su actuación en la reciente Super Bowl si no lo han hecho aún, y háganse con este recopilatorio válido para casi cualquier momento y circunstancia. Nunca sobrará en su particular discoteca.
Quizá si empiezo diciendo que "Blinding lights" formó recientemente parte de mi lista de otros veinticinco temas recomendables de 2020, la cosa empiece a entenderse. Otra razón de peso es que, en una época en el que la música comercial está tan contaminada por géneros tan poco interesantes desde el punto de vista creativo como el reguetón o el trap, que un artista triunfe masivamente con composiciones de ritmo cuaternario, con letras educadas y evocadoras, y melodías con estrofas y estribillos definidos y trabajados, es un motivo de esperanza ante tanta canción ramplona. Por mucho que The Weeknd imite descaradamente a Michael Jackson, o se inspire sin disimulo en los sonidos más ochenteros. Una última razón es que, aun siendo cierto todo lo anterior, un álbum entero de The Weeknd puede ser demasiado duro para melómanos exigentes, con demasiados momentos edulcorados o faltos de riesgo, pero una selección de lo más destacado de su producción evita ese problema, ayudando a dejar una buena impresión.
En cuanto al tracklist, en general es adecuado pero un tanto desconcertante. Lo primero que llama la atención es que no se ha incluido ni un solo tema nuevo que pueda dinamizar las ventas (quizá porque la compañia no lo consideró necesario, o porque la duración del álbum era ya de setenta y siete minutos). Lo segundo es que se han quedado fuera todas las canciones de su álbum de debut, "Kiss land" (2013), pero sin embargo sí han entrado dos meritorias composiciones de su anterior en el tiempo mixtape de debut, "House of balloons" (2011). Lo tercero es que no hay ningún tipo de orden (ni cronológico, ni por origen de los temas), y por ejemplo las composiciones de su exitoso "After hours" (2020) lo abren y cierran. Y lo cuarto es que se ha sido valiente a la hora de rescatar temas de EPs ("My dear melancholy", 2018), bandas sonoras, o colaboraciones con otros artistas (Kendrick Lamar, Ariana Grande), lo que completa la perspectiva musical del conjunto.
Asegurando el tiro, el disco lo abre "Save your tears", tal vez el segundo mejor momento de "After hours": Max Martin, el compositor que más números uno ha conseguido en E.E.U.U. en la historia, en su máxima expresión, con un tema completamente ochentero como suele ser costumbre en él, de sonido muy pobre (por más que regule uno los agudos no acaba de sonar bien), pero con un ritmo infeccioso de bajo y teclado, una bonita melodía de partes claramente diferenciadas (en especial una meritoria parte nueva que repite en dos ocasiones) y unos adecuados vocoders rematando el conjunto al final. Si bien el tema con el que Martin ha conseguido llevar a Abel Tesfaye a otra dimensión es el segundo corte, la radiadísima "Blinding lights". Que sí, que "se inspira" en el ritmo del "Take on me" (1986) de A-HA, y que bordea el plagio de "Perfect world" (2014) de Broken Bells en su estribillo. Pero que no deja de contar en su melodía principal instrumental con un sintetizador súper pegadizo, y que al fin y al cabo reluce en las listas de éxitos de 2020 frente a tantas pseudo canciones monocordes. No obstante, a pesar de tratarse de un recopilatorio, no es oro todo lo que reluce, como lo refleja "In your eyes", un medio tiempo agradable pero evidentemente menor de su "After hours" (a pesar de su meritorio saxofón).
Más interesante es "Can't feel my face", de su segundo álbum "Beauty Behind the Madness": Tesfaye juega a ser Michael Jackson en el tono de su voz de su estribillo, en el groove de sus estrofas y en los efectos que añade el siempre solvente Martin, todo lo cual le proporcionó el segundo número uno de su carrera en E.E.U.U. Le sigue "I feel it coming", de "Starboy" (2016), que fue una de las dos colaboraciones con el dúo francés Daft Punk, una especial de funky-soul bastante retro y más meloso que interesante. "Starboy" fue la otra colaboración con Daft Punk, un nuevo número a nivel mundial a pesar de la instrumentación un tanto conservadora para lo que se espera de los franceses, y una melodía en acordes menores que tampoco es nada del otro mundo.
Un momento notable del disco es sin duda "Pray for me", la colaboración de Tesfaye con el rapero Kendrick Lamar para la banda sonora de la película "Black Panther" (2018). La parte declamada de Lamar es corta, hacia la mitad, y no nos impide disfrutar de estrofas, estribillos y una coda final completa en una evocadora y triste melodía, sobre una percusión simplona pero efectiva, y con algunos efectos sonoros epatantes que sin embargo entroncan con la atmósfera general del tema. "Heartless" es otro tema mas de "After hours", un tanto anodino salvo por un bonito aunque excesivamente reiterado estribillo. "Often", de "Beauty Behind the Madness", es un medio tiempo interesante a nivel instrumental con sus ritmos sincopados y sus samples, pero poco inspirado compositivamente. "Heartless", de "Beauty Behind the Madness", con sus efectos ruidistas, es un momento más recomendable, una melodía mucho más oscura de lo habitual en sus estrofas y ya sí reconocible en el estribillo (y familiar por todos los anuncios de televisión que la han utilizado), aunque la producción del tema no ayuda a que crezca todo lo que podría conforme avanza el minutaje.
"Call Out My Name", del EP "My Dear Melancholy" (2018), es una balada menos espartana instrumentalmente de lo que cabría esperar en un producto de consumo masivo, y Tesfaye la interpreta bien con su voz un tanto quebradiza de tonos altos y timbre casi femenino. Pero creativamente tampoco es nada del otro jueves. Le sigue "The hills", de "Beauty Behind the Madness", que no sube el tempo lo que debería y que a pesar de su melodía soul de notas altas no evita que el recopilatorio se atragante un tanto con la sobredosis de azúcar y falta de riesgo. "Earned It", de la película "Fifty Shades of Grey" (2014), con su sección de cuerda sintetizada como principal baza, ahonda esa sensación de aburrimiento, de que para triunfar en las listas hay que sonar serio, soso, por lo que sugiero pulsar directamente el "forward". La cosa se entona un poco con el corte número catorce, "Love Me Harder", del segundo disco de Ariana Grande "My Everything" (2014). Que tampoco es nada especial, pero al menos sube el tempo después de tres temas seguidos a prueba de insomnio y se deja bailar, aparte de que no abusa de voces desdobladas y auto-tune tanto como es habitual en la menuda cantante estadounidense.
Llegados a este punto uno podría plantearse cómo he decidido reseñar "The highlights" si solo he destacado hasta ahora cinco temas de catorce. La explicación es que el tramo final pega un subidón que mejora notablemente la impresión final, coincidiendo, cómo no, con tres de los cortes de menor éxito del recopilatorio. Empezando por "Acquainted", la mejor canción de "Beauty Behind the Madness": un medio tiempo oscuro, sincopado y de percusiones juguetonas como cabría esperar, sostenido por su estupenda melodía (un estribillo que demuestra que se puede emocionar sin caer en las notas altas y la exhibición vocal), y los casi dos minutos de experimentación (¡por fin!), en realidad una composición diferente adosada con buen criterio al final del tema principal. "Wicked games", de "House of balloons" (2011), muestra probablemente cómo habría sido la carrera del canadiense si no hubiera priorizado comercialidad sobre calidad. Es casi un tema de rock sin instrumentación de rock, aunque la rabia contenida se trasluce por todos sus poros. Además, en ella Tesfaye muestra que ya en sus orígenes andaba sobrado de talento para interpretar sus composiciones. "The Morning", también de "House of balloons", muy original con el solo de guitarra eléctrica al comienzo (sí, sí, han leído bien), muestra que este instrumento podría haberse usado bastante más para mejorar muchos de los temas ya reseñados. La melodía quizá sea un tanto repetitiva en estrofas como estribillos, pero ese defecto se convierte en una virtud como canción pop que aspira a que la tarareemos desde que la escuchamos hasta que nos vamos a dormir. Y el despliegue lo cierra "After hours", que da título a su último disco, y que curiosamente hasta donde yo sé no ha visto la luz en formato sencillo. Sin embargo se trata de un momento muy interesante, que empieza sin sorpresas, lento y con efectos sincopados, pero que sí evoluciona en sus arreglos con muy buen criterio, y se convierte en un tema no rápido pero sí bailable, tenebroso, con una nueva melodía de tonos altos pero nada evidente, y con detalles como el sonido de la la aguja de un tocadiscos recorriendo la superficie de un vinilo.
Al final, coincidirán conmigo en que nueve o diez momentos son más que suficientes para pasar un rato agradable con el canadiense, e incluso entretenerse en apreciar aquellos temas mejor producidos e instrumentados. Además, es un álbum muy adecuado si nos rodeamos de personas con un paladar musical menos exigente que el nuestro, pues esos momentos anodinos o directamente aburridos que también nos encontramos serán seguramente del gusto de nuestro entorno. Y es que desde mi punto de vista, todo éxito en ventas de The Weeknd en el tiempo presente es una pequeña victoria de la música popular con mayúsculas frente a tantos pseudo artistas que nos intentan convencer que la falta de musicalidad es en sí una virtud de la nueva música. Así que quítense los prejuicios de en medio, vean su actuación en la reciente Super Bowl si no lo han hecho aún, y háganse con este recopilatorio válido para casi cualquier momento y circunstancia. Nunca sobrará en su particular discoteca.
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