Antes de comenzar esta entrada, me disculpo por estar reseñando a finales de 2015 un álbum que vio la luz a principios de 2014 en un blog que principalmente intenta revisar la actualidad musical. Como he resaltado en varias ocasiones soy sólo un aficionado apasionado a la música popular contemporánea, y aunque sigo con regularidad algún que otro programa de radio, varias webs musicales, otros tantos blogs, alguna playlist de streaming e incluso alguna revista musical, el panorama musical actual es tan variopinto y complejo que cabe la posibilidad de que se me escapen lanzamientos de artistas que sigo y aprecio, y no me tope con ellos hasta muchos meses más tarde. Eso es lo que me ha sucedido con "The Crystal Method", el último álbum del dúo estadounidense del mismo nombre. Que sorprendentemente para mí ha pasado desapercibido en todos los canales que como digo tengo establecidos para mantenerme al día musicalmente. Y digo sorprendentemente porque se trata de una banda consolidada en la música electrónica, con más de 20 años de carrera y montones de temas esparcidos por los más diversos medios (desde películas hasta videojuegos). Quizá porque el dúo formado por los estadounidenses Scott Kirkland y Ken D. Jordan ha estado siempre a la sombra de los tótems del subgénero del big beat al que mayoritariamente pertenecen, los británicos The Chemical Brothers y The Prodigy. Pero aunque esas dos formaciones han publicado precisamente nuevos álbumes en 2015, sus entregas han resultado en mi opinión sensiblemente inferiores a las de sus vecinos del otro lado del Atlántico (el "Born in the echoes" de los primeros los muestra secos de ideas y abusando de los temas monocordes, siendo su colaboración con Beck el único momento destacable, y el "The day is my enemy" de los segundos aporta el tema del mismo título, seguramente su mejor sencillo en lo que llevamos de siglo, pero el álbum repite su archiconocida fórmula una y otra vez hasta resultar desesperante). Por lo que para todos aquellos que disfrutan con el indie-dance y el breakbeat no dudo en recomendar "The Crystal Method" antes que cualquiera de los dos.
Este "The Crystal Method" es el quinto álbum de estudio con nuevas composiciones del dúo. Un álbum de creación y publicación tortuosa, a causa de la enfermedad y posterior cirugía cerebral a la que fue sometido Scott Kirkland. Afortunadamente, tras una larga gestación y superados los problemas de salud este recomendable álbum vio la luz a comienzos de 2014. La principal virtud del álbum es que sortea con inteligencia y talento el principal lastre del big beat (y en general de buena parte de la música electrónica que se publica en las últimas décadas): lo restrictivo del formato. A nadie escapa que la electrónica, tanto la orientada a la pista de baile como la orientada a la habitación del aficionado, se ha labrado su seña de identidad huyendo de la estructura de la canción pop clásica, maximizando el ritmo y minimizando la progresión armónica y la melodía. Lo cual es efectivo y asumible... hasta un cierto punto. Porque las posibilidades creativas de los instrumentos de percusión son mucho menores que las de aquellos que pueden reproducir notas musicales. Y el abuso de ritmos sin notas que los sustenten (por originales y elaborados que estén), acaba casi siempre resultando monótono. Quizá conocedores de esto, o quizá porque sus conocimientos musicales les permiten crear ritmos chirriantes sin desatender completamente armonías y melodías, "The Crystal method" contiene la dosis necesaria de musicalidad para que el álbum resulte mucho más rico y ameno. Pero sin defraudar a quienes buscan la estridencia más efectiva.
El álbum se abre con su primer sencillo, "Emulator", uno de sus mejores momentos y un excelente reflejo de lo que señalaba antes. Porque efectivamente tenemos la dosis esperable de un ritmo binario brutal, con un bombo y sobre todo una caja potentísimos, y sintetizadores que chirrían a diestro y siniestro. Pero justo cuando parece que el tema se va a quedar en eso, Kirkland y Jordan alteran la hasta entonces progresión monocorde con la sucesión justa de compases para lograr subir el resultado a otra cota. Y para, tras el previsible intervalo para coger fuerzas, explotar con toda su energía. Le sigue "Over it", segundo sencillo, un medio tiempo con la participación vocal de Dia Frampton. Que hace que el tema deje de ser esencialmente instrumental para convertirse en una especie de pop enervante, y efectivo, con una sorprendente sección de cuerda sintetizada, que sin llegar a la altura de "Emulator" queda en un muy buen nivel. El tercer corte, "Sling The Decks", nuevamente instrumental, aunque parece que tiene a Peter Hook al bajo durante su comienzo, podría ser la sintonía de la nueva entrega de "Guitar hero", si bien luego convive con el habitual despliegue de pitches que suben y bajan hasta conseguir acertadamente su propósito de enardecer al oyente.
El tramo intermedio del álbum es el menos brillante, aunque se deje oír. "Storm The Castle" baja un poco el listón y es la primera canción en la que el dúo da la impresión de estar explotando conscientemente su "fórmula", aunque sigue teniendo un ritmo vertiginoso, una contundencia incontestable y tampoco rehúye una breve progresión armónica cerca del final. "110 To The 101" es un medio tiempo instrumental y obsesivo con la suficiente musicalidad para no resultar monótono, pero sin nada que realmente enganche. "Jupiter Shift" logra trasladar esa atmósfera espacial a la que alude el título y recuerda a mejores tiempos de The Chemical Brothers, pero vuelve a tener un punto anodino que no le favorece. E incuestionablemente mejor es "Dosimeter", que juega con el oyente con su principio machacón a lo Underworld, para pasado el primer minuto frenar el ritmo y convertirlo en un medio tiempo con una sencilla pero eficaz progresión armónica y sintetizadores chirriantes que se cuelan por todas partes para deleite del oyente (aunque volver a acelerar el ritmo cerca del final me parece un recurso poco acertado).
El octavo tema, "Grace", es para mí el momento álgido del disco. Nuevamente se trata de un tema con su sello personal en la instrumentación, pero que no renuncia a una estructura de tema pop-soul "convencional", con la estelar intervención vocal (hay que ver cómo ha mejorado su capacidad interpretativa esta chica con los años) de LeAnn Rimes. La progresión armónica es excelente, salvo en los tramos en que LeAnn repite aquello de "Isn't that what we love for?", demasiado desnudos y un tanto alejado de la tensa atmósfera del resto del tema. Pero en especial el prometedor comienzo el intervalo instrumental en el que el tema hace una pausa para la explosión final enganchan por completo al melómano. El siguiente corte, "Difference", es otro momento recomendable y lo más parecido al trash metal que le recuerdo al dúo (algo en lo que influye poderosamente la intervención vocal de Franky Perez). Un tema con una guitarra tremenda, que se arrastra por momentos y que aturde en otros. Y con el mérito de que su rock duro no colisiona con la reconocible personalidad de The Crystal Method en la instrumentación, lo que confirma su talento como músicos. Tras un breve interludio ("Metro"), el álbum se cierra con "After hours", el cuarto corte con una intervención vocal completa (la para mi desconocida Afrobeta): una canción menos inspirada, con reminiscencias árabes y toques psicodélicos a lo Aphex Twin, que deja un tanto indiferente como cierre del álbum.
Por versatilidad musical, capacidad para hacer convivir el big beat con acordes y melodías, duración de las composiciones, contemporaneidad de su sonido y número de temas recomendables, "The Crystal Method" me parece el álbum de música electrónica más completo de las últimas temporadas (sin llegar a ser un álbum excepcional). Una pena que haya pasado prácticamente desapercibido a nivel internacional. Así que spero que al menos esta entrada le gane algún adepto.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
jueves, 3 de diciembre de 2015
New Order: "Music complete" (2015)
En la presente entrada voy a reseñar el resultado de uno de los retornos estelares de esta temporada: el de los británicos New Order, tras nada menos que una década sin pisar un estudio de grabación. Un retorno con matices, ya que por vez primera no han contado con el que fue su bajista durante más de treinta años. Y es que Peter Hook ha hecho prevalecer sus diferencias irreconciliables con Bernard Sumner sobre la idea de volver a crear música con sus compañeros de viaje. Un ausencia notable, pues el bajo de Hook siempre ha sido una de las señas de identidad de New Order y sus aportaciones a las composiciones de la banda siempre le han dado un punto tenebrista y experimental muy de agradecer a lo largo de su carrera.
¿Y cuál es el resultado de esta nueva versión reducida de New Order? Pues un álbum bastante flojo, incluso decepcionante. La banda ha recuperado para este álbum la preeminencia de los temas bailables, sintéticos, de largos desarrollos, sobre ese pop-rock guitarrero que es la otra cara de la moneda de su identidad y que ha alumbrado un puñado de sus canciones legendarias. Y aunque no necesito ocultar aquí que esos temas bailables, con largos tramos instrumentales, han sido siempre mis favoritos en su trayectoria, para que los nuevos temas funcionen no sólo necesitan ceñirse a esos parámetros, sino que requieren la oportuna inspiración compositiva y una buena dosis de tensión interpretativa para alcanzar la excelencia. Y de eso, desgraciadamente, no hay demasiado en "Music complete". A pesar de los más de 64 minutos que consumen sus once nuevas composiciones. Y de todos los colaboradores de postín (Brandon Flowers, Ellie Jackson de LaRoux, Tom Rowlands de The Chemical Brothers e Iggy Pop).
Curiosamente el tema que anticipó el álbum en formato sencillo y que abre el disco, "Restless", juega a enganchar al fan de toda la vida de la banda. Porque es un tema que se aleja de la propuesta bailable de la mayoría de temas del álbum, e incluso propone un comienzo basado en una línea de bajo en la que hasta el mejor conocedor de la banda creería reconocer a Peter Hook. Pero no, es Tom Chapman quien recrea el sonido. A pesar de lo cual no es un temazo, si bien cumple su cometido gracias a su correcto doble estribillo, su letra depresiva y su tramo final instrumental. Apenas llega a cumplir con lo que se le espera "Singularity", segundo corte y primera de las dos colaboraciones en la composición y la producción con Tom Rowlands. Un tema que queda lejos de "Here to stay", aquella estupenda colaboración entre ambos artistas para la película "24 Hour Party People" que vio la luz en 2002. Sorprendentemente simple en el ritmo, sin magia en la melodía, un tanto previsible en los tramos instrumentales... El tercer corte, "Plastic", a pesar de su atrayente comienzo, vuelve a quedar por debajo de las expectativas, a causa de unas estrofas de melodía simplísima y apenas susurradas por Sumner, una progresión armónica que tampoco es ningún prodigio de complejidad, una aparición meramente testimonial de Elly Jackson a los coros, y un exceso de minutaje.
"Tutti frutti", cuarto tema y segundo sencillo, nos pone en guardia por sus frases en italiano al comienzo y el piano sintetizado de Gillian Gilbert, que estaba de actualidad hace un cuarto de siglo. La primera estrofa es también muy floja, pero el ritmo va penetrando, el estribillo está por fin a la altura de lo que cabe esperar, la segunda estrofa aporta una melodía distinta, la parte nueva está conseguida, al final Sumner deja con buen criterio que Elly cante un estribillo ella sola, los violines sintetizados dan un buen contrapunto al bajo... Y al final la sensación que queda es la de que es el primer tema que realmente merece la pena. "People on the high line" propone un groove original y un tanto alejado de los parámetros habituales en la banda, y los diferentes instrumentos se complementan muy bien, pero la melodía de las estrofas es una vez más demasiado ramplona y el estribillo demasiado anodino. Si bien es un tema superior a "Stray Dog", un tema de más de seis minutos en el que Iggy Pop hace lo único que está capacitado para hacer: declamar una serie de reflexiones escritas por Sumner acerca del secreto del amor, sobre un inquietante colchón instrumental que por momentos recuerda al post-rock.
Afortunadamente el séptimo corte, "Academic", no sólo sube el listón sino que en mi opinión es el único gran tema del álbum. Y, casualidad o no, precisamente se trata de un corte plenamente académico en la trayectoria de New Order. De su lado más guitarrero y menos bailable además, lo que vuelve a ser una paradoja en este álbum orientado en su otra vertiente. Pero su comienzo de guitarras cristalinas, la enérgica y cautivadora progresión armónica (por una vez también en las estrofas), una melodía más rica, la letra marca de la casa, el largo tramo instrumental al final, incluso los compases instrumentales entre estrofas y estribillos que colocan, sí están al nivel de sus grandes momentos. Si bien puestos a ponerle algún pero, quizá le sobre también algo de minutaje. Lamentablemente "Nothing but a fool", el siguiente corte, con su desconcertante comienzo acústico, casi de película del Oeste, sus oscuras estrofas que no terminan de casar con el estribillo de puro pop límpido e insustancial, y sus casi ¡ocho minutos! de duración vuelve al nivel medio del álbum. Al rescate viene "Unlearn this hatred", en mi opinión el tercer tema realmente reseñable del álbum y la segunda colaboración con Tom Rowlands: ahora el comienzo sí es más prometedor que el de "Singularity", la contundencia de la bailable base rítmica en las estrofas disimula que la progresión armónica sea un único acorde, el estribillo es armónico, elaborado e infeccioso, y la interesante parte nueva engancha de manera muy original con la tercera estrofa. Además, por única vez en todo el álbum la duración del tema es la adecuada, sin prolongaciones innecesarias.
El disco se cierra con dos temas más: "The game", que es la canción que más recuerda a los New Order de mediados de los ochenta, con una certera Gillian Gilbert a los teclados, un estribillo largo y decente, y un solo completo de guitarra en el tramo final, pero al que le falta inspiración para estar a la altura de los mejores momentos del álbum; y "Superheated", la colaboración con Brandon Flowers, que efectivamente suena más como un tema de los Killers más luminosamente pop que como un tema propio de New Order, y quizá por eso puede desentonar un poco en el estilo general del álbum, aparte de que el protagonismo vocal de Flowers se limita erróneamente al tramo final del tema.
Soy consciente de que la banda de Manchester ha sido más siempre capaz de entregar temas memorables que álbumes redondos (baste recordar aquel más que mediocre "Brotherhood" de 1986 que sin embargo contenía la ya mítica "Bizarre love triangle"). Pero para haber estado una década alejados de los estudios de grabación esperaba una mayor elaboración de las composiciones (en general las estrofas de casi todos los temas son meros trámites), un mayor vigor de la instrumentación y un mejor aprovechamiento de los colaboradores invitados. Hay un temazo, un par de momentos notables y otros dos que pueden dar el pego, y con eso sin duda bastará para contentar a sus miles de fans, pero paren Vds. de contar. Personalmente prefiero las "Lost sirens" que publicaron en 2013 con descartes de su por aquel entonces última visita a los estudios de grabación: la mitad de duración, el mismo número de canciones destacables.
¿Y cuál es el resultado de esta nueva versión reducida de New Order? Pues un álbum bastante flojo, incluso decepcionante. La banda ha recuperado para este álbum la preeminencia de los temas bailables, sintéticos, de largos desarrollos, sobre ese pop-rock guitarrero que es la otra cara de la moneda de su identidad y que ha alumbrado un puñado de sus canciones legendarias. Y aunque no necesito ocultar aquí que esos temas bailables, con largos tramos instrumentales, han sido siempre mis favoritos en su trayectoria, para que los nuevos temas funcionen no sólo necesitan ceñirse a esos parámetros, sino que requieren la oportuna inspiración compositiva y una buena dosis de tensión interpretativa para alcanzar la excelencia. Y de eso, desgraciadamente, no hay demasiado en "Music complete". A pesar de los más de 64 minutos que consumen sus once nuevas composiciones. Y de todos los colaboradores de postín (Brandon Flowers, Ellie Jackson de LaRoux, Tom Rowlands de The Chemical Brothers e Iggy Pop).
Curiosamente el tema que anticipó el álbum en formato sencillo y que abre el disco, "Restless", juega a enganchar al fan de toda la vida de la banda. Porque es un tema que se aleja de la propuesta bailable de la mayoría de temas del álbum, e incluso propone un comienzo basado en una línea de bajo en la que hasta el mejor conocedor de la banda creería reconocer a Peter Hook. Pero no, es Tom Chapman quien recrea el sonido. A pesar de lo cual no es un temazo, si bien cumple su cometido gracias a su correcto doble estribillo, su letra depresiva y su tramo final instrumental. Apenas llega a cumplir con lo que se le espera "Singularity", segundo corte y primera de las dos colaboraciones en la composición y la producción con Tom Rowlands. Un tema que queda lejos de "Here to stay", aquella estupenda colaboración entre ambos artistas para la película "24 Hour Party People" que vio la luz en 2002. Sorprendentemente simple en el ritmo, sin magia en la melodía, un tanto previsible en los tramos instrumentales... El tercer corte, "Plastic", a pesar de su atrayente comienzo, vuelve a quedar por debajo de las expectativas, a causa de unas estrofas de melodía simplísima y apenas susurradas por Sumner, una progresión armónica que tampoco es ningún prodigio de complejidad, una aparición meramente testimonial de Elly Jackson a los coros, y un exceso de minutaje.
"Tutti frutti", cuarto tema y segundo sencillo, nos pone en guardia por sus frases en italiano al comienzo y el piano sintetizado de Gillian Gilbert, que estaba de actualidad hace un cuarto de siglo. La primera estrofa es también muy floja, pero el ritmo va penetrando, el estribillo está por fin a la altura de lo que cabe esperar, la segunda estrofa aporta una melodía distinta, la parte nueva está conseguida, al final Sumner deja con buen criterio que Elly cante un estribillo ella sola, los violines sintetizados dan un buen contrapunto al bajo... Y al final la sensación que queda es la de que es el primer tema que realmente merece la pena. "People on the high line" propone un groove original y un tanto alejado de los parámetros habituales en la banda, y los diferentes instrumentos se complementan muy bien, pero la melodía de las estrofas es una vez más demasiado ramplona y el estribillo demasiado anodino. Si bien es un tema superior a "Stray Dog", un tema de más de seis minutos en el que Iggy Pop hace lo único que está capacitado para hacer: declamar una serie de reflexiones escritas por Sumner acerca del secreto del amor, sobre un inquietante colchón instrumental que por momentos recuerda al post-rock.
Afortunadamente el séptimo corte, "Academic", no sólo sube el listón sino que en mi opinión es el único gran tema del álbum. Y, casualidad o no, precisamente se trata de un corte plenamente académico en la trayectoria de New Order. De su lado más guitarrero y menos bailable además, lo que vuelve a ser una paradoja en este álbum orientado en su otra vertiente. Pero su comienzo de guitarras cristalinas, la enérgica y cautivadora progresión armónica (por una vez también en las estrofas), una melodía más rica, la letra marca de la casa, el largo tramo instrumental al final, incluso los compases instrumentales entre estrofas y estribillos que colocan, sí están al nivel de sus grandes momentos. Si bien puestos a ponerle algún pero, quizá le sobre también algo de minutaje. Lamentablemente "Nothing but a fool", el siguiente corte, con su desconcertante comienzo acústico, casi de película del Oeste, sus oscuras estrofas que no terminan de casar con el estribillo de puro pop límpido e insustancial, y sus casi ¡ocho minutos! de duración vuelve al nivel medio del álbum. Al rescate viene "Unlearn this hatred", en mi opinión el tercer tema realmente reseñable del álbum y la segunda colaboración con Tom Rowlands: ahora el comienzo sí es más prometedor que el de "Singularity", la contundencia de la bailable base rítmica en las estrofas disimula que la progresión armónica sea un único acorde, el estribillo es armónico, elaborado e infeccioso, y la interesante parte nueva engancha de manera muy original con la tercera estrofa. Además, por única vez en todo el álbum la duración del tema es la adecuada, sin prolongaciones innecesarias.
El disco se cierra con dos temas más: "The game", que es la canción que más recuerda a los New Order de mediados de los ochenta, con una certera Gillian Gilbert a los teclados, un estribillo largo y decente, y un solo completo de guitarra en el tramo final, pero al que le falta inspiración para estar a la altura de los mejores momentos del álbum; y "Superheated", la colaboración con Brandon Flowers, que efectivamente suena más como un tema de los Killers más luminosamente pop que como un tema propio de New Order, y quizá por eso puede desentonar un poco en el estilo general del álbum, aparte de que el protagonismo vocal de Flowers se limita erróneamente al tramo final del tema.
Soy consciente de que la banda de Manchester ha sido más siempre capaz de entregar temas memorables que álbumes redondos (baste recordar aquel más que mediocre "Brotherhood" de 1986 que sin embargo contenía la ya mítica "Bizarre love triangle"). Pero para haber estado una década alejados de los estudios de grabación esperaba una mayor elaboración de las composiciones (en general las estrofas de casi todos los temas son meros trámites), un mayor vigor de la instrumentación y un mejor aprovechamiento de los colaboradores invitados. Hay un temazo, un par de momentos notables y otros dos que pueden dar el pego, y con eso sin duda bastará para contentar a sus miles de fans, pero paren Vds. de contar. Personalmente prefiero las "Lost sirens" que publicaron en 2013 con descartes de su por aquel entonces última visita a los estudios de grabación: la mitad de duración, el mismo número de canciones destacables.
domingo, 15 de noviembre de 2015
¿Cuándo dejamos de seguir la música popular contemporánea?
Hace unos meses vio la luz en la web skynetandebert.com un más que interesante estudio sobre algo que para la mayoría de los que sobrepasamos ya la treintena es de sobra conocido: el fenómeno que se esconde detrás de la manida frase "la música de mis tiempos era mejor". Una afirmación tras la cual se hallan una serie de claves que este estudio desvela a partir de los perfiles de miles de usuarios de Spotify en E.E.U.U.
Sin dar una referencia exacta, el estudio sitúa hacia la mitad de la treintena la edad a partir de la cual, de media, cerramos nuestros oídos a la continua evolución de la música popular contemporánea. Es decir, desde ese punto en adelante, si seguimos escuchando música popular y no nos desconectamos definitivamente, optaremos por artistas que marcaron nuestras preferencias antes de esa fecha. E incluso aunque esos artistas continúen en activo entregando nuevas creaciones, normalmente preferiremos los temas de su carrera que nos cautivaron cuando éramos más jóvenes. Algo que no sólo es perceptible en las radiofórmulas que sintonizaremos (habitualmente aquellas que radien temas de los ochenta o los noventa), sino a la hora de seleccionar los conciertos a los que asistiremos, donde si se me permite el término, preferiremos a dinosaurios (pongamos por ejemplo U2), cuando no directamente a bandas que son reformaciones de perfil bajo de artistas que en su tiempo nos cautivaron (caso de la formación actual de Queen).
Estadísticamente el estudio identifica tres etapas evolutivas en la evolución de nuestras preferencias musicales: durante la adolescencia es cuando escuchamos casi en exclusiva propuestas musicales mayoritarias (me atrevería a añadir aquí que nuestros gustos están menos definidos y somos más vulnerables a las armas del negocio musical y a las modas emparentadas con dichas propuestas); a partir de la veintena esas preferencias conviven con la natural afirmación de nuestra personalidad musical; y a partir de la treintena es cuando completamos el ciclo evolutivo y alcanzamos la congelación definitiva de nuestras preferencias musicales.
El estudio apunta alguna de las causas para esa congelación de los gustos musicales que sufrimos mayoritariamente llegados a esa edad. El más obvio es que se trata de la edad en la que alcanzamos la madurez vital, y ello implica habitualmente no sólo la llegada de la paternidad, sino la consolidación de nuestras responsabilidades laborales, y en sentido amplio un menor tiempo que dedicar a cualquier tipo de actividad lúdica. Que se ve potenciado por el hecho de que a esa edad empezamos a escuchar mayoritariamente propuestas musicales pensadas para nuestros hijos. Directamente relacionado con lo anterior es el conflicto que surge inevitablemente entre los padres y sus hijos (y según el estudio, especialmente hijas) adolescentes a la hora de priorizar la música que se reproduce en nuestros hogares, donde para obtener la posición de privilegio el argumento de la "calidad musical" va a aparecer desde el primer momento.
Una tercera razón muy interesante y con la que me identifico plenamente es que, conforme se van cumpliendo años, los interesados en el planeta musical van descubriendo otras propuestas y géneros menos populares que los que se radiaban en las emisoras de radio cuando ellos eran adolescentes, pero que satisfacen mejor su paladar de "melómanos adultos". Más relevante aún es el hecho de que los hombres se apartan antes de las propuestas musicales mayoritarias (yo apostillaría prefabricadas) y en mucha mayor medida que las mujeres. Ahora bien, este "mejor comportamiento" de los hombres se ve empañado por el hecho de que son ellos quienes en mayor medida se cierran a las nuevas propuestas musicales conforme avanzan en la treintena...
No todo es negativo respecto a la paternidad: el estudio también confirma que nuestros pequeños acompañantes posibilitarán la llegada a nuestros hogares de nuevas propuestas musicales que de otra forma estarían vedadas. Especialmente cuando alcancen la adolescencia. Me atrevo a añadir aquí que por el hecho de que sean nuevas propuestas no necesariamente serán mejores que las que conozcamos "de nuestros tiempos", o de las que hayamos descubierto en nuestro viraje a propuestas más minoritarias (de hecho en este mismo blog ya he presentado en alguna ocasión estudios sobre el indudablemente empobrecimiento creativo de la música contemporánea en las últimas décadas), pero siempre nos cerrará puertas a nuevas melodías que podrían emocionarnos si les diéramos una oportunidad.
A modo de conclusión diré que, una vez leído el estudio en detalle, me he dado cuenta de que este blog surgió en buena medida como resultado de mi lucha interna en la treintena (recién alcanzada la paternidad) por rebelarme contra esa tendencia a la congelación de gustos. Porque no se me escapa que una parte considerable de los álbumes que reseño provienen de artistas que ya estaban en activo en mi adolescencia (sin ir más lejos la siguiente entrada estará dedicada a "Music complete", el retorno de New Order tras diez años sin entrar en un estudio de grabación). Pero también es cierto que para la selección de muchas de las nuevas propuestas que presento influye en mi subconsciente la certeza de que, si les dieran una oportunidad, las mismas gustarían a amigos y conocidos con los que compartía gustos musicales hace un cuarto de siglo pero que se "quedaron congelados" como presenta el estudio hace unos cuantos años. Así que seguiré intentando luchar contra esta corriente en sucesivas entradas.
Sin dar una referencia exacta, el estudio sitúa hacia la mitad de la treintena la edad a partir de la cual, de media, cerramos nuestros oídos a la continua evolución de la música popular contemporánea. Es decir, desde ese punto en adelante, si seguimos escuchando música popular y no nos desconectamos definitivamente, optaremos por artistas que marcaron nuestras preferencias antes de esa fecha. E incluso aunque esos artistas continúen en activo entregando nuevas creaciones, normalmente preferiremos los temas de su carrera que nos cautivaron cuando éramos más jóvenes. Algo que no sólo es perceptible en las radiofórmulas que sintonizaremos (habitualmente aquellas que radien temas de los ochenta o los noventa), sino a la hora de seleccionar los conciertos a los que asistiremos, donde si se me permite el término, preferiremos a dinosaurios (pongamos por ejemplo U2), cuando no directamente a bandas que son reformaciones de perfil bajo de artistas que en su tiempo nos cautivaron (caso de la formación actual de Queen).
Estadísticamente el estudio identifica tres etapas evolutivas en la evolución de nuestras preferencias musicales: durante la adolescencia es cuando escuchamos casi en exclusiva propuestas musicales mayoritarias (me atrevería a añadir aquí que nuestros gustos están menos definidos y somos más vulnerables a las armas del negocio musical y a las modas emparentadas con dichas propuestas); a partir de la veintena esas preferencias conviven con la natural afirmación de nuestra personalidad musical; y a partir de la treintena es cuando completamos el ciclo evolutivo y alcanzamos la congelación definitiva de nuestras preferencias musicales.
El estudio apunta alguna de las causas para esa congelación de los gustos musicales que sufrimos mayoritariamente llegados a esa edad. El más obvio es que se trata de la edad en la que alcanzamos la madurez vital, y ello implica habitualmente no sólo la llegada de la paternidad, sino la consolidación de nuestras responsabilidades laborales, y en sentido amplio un menor tiempo que dedicar a cualquier tipo de actividad lúdica. Que se ve potenciado por el hecho de que a esa edad empezamos a escuchar mayoritariamente propuestas musicales pensadas para nuestros hijos. Directamente relacionado con lo anterior es el conflicto que surge inevitablemente entre los padres y sus hijos (y según el estudio, especialmente hijas) adolescentes a la hora de priorizar la música que se reproduce en nuestros hogares, donde para obtener la posición de privilegio el argumento de la "calidad musical" va a aparecer desde el primer momento.
Una tercera razón muy interesante y con la que me identifico plenamente es que, conforme se van cumpliendo años, los interesados en el planeta musical van descubriendo otras propuestas y géneros menos populares que los que se radiaban en las emisoras de radio cuando ellos eran adolescentes, pero que satisfacen mejor su paladar de "melómanos adultos". Más relevante aún es el hecho de que los hombres se apartan antes de las propuestas musicales mayoritarias (yo apostillaría prefabricadas) y en mucha mayor medida que las mujeres. Ahora bien, este "mejor comportamiento" de los hombres se ve empañado por el hecho de que son ellos quienes en mayor medida se cierran a las nuevas propuestas musicales conforme avanzan en la treintena...
No todo es negativo respecto a la paternidad: el estudio también confirma que nuestros pequeños acompañantes posibilitarán la llegada a nuestros hogares de nuevas propuestas musicales que de otra forma estarían vedadas. Especialmente cuando alcancen la adolescencia. Me atrevo a añadir aquí que por el hecho de que sean nuevas propuestas no necesariamente serán mejores que las que conozcamos "de nuestros tiempos", o de las que hayamos descubierto en nuestro viraje a propuestas más minoritarias (de hecho en este mismo blog ya he presentado en alguna ocasión estudios sobre el indudablemente empobrecimiento creativo de la música contemporánea en las últimas décadas), pero siempre nos cerrará puertas a nuevas melodías que podrían emocionarnos si les diéramos una oportunidad.
A modo de conclusión diré que, una vez leído el estudio en detalle, me he dado cuenta de que este blog surgió en buena medida como resultado de mi lucha interna en la treintena (recién alcanzada la paternidad) por rebelarme contra esa tendencia a la congelación de gustos. Porque no se me escapa que una parte considerable de los álbumes que reseño provienen de artistas que ya estaban en activo en mi adolescencia (sin ir más lejos la siguiente entrada estará dedicada a "Music complete", el retorno de New Order tras diez años sin entrar en un estudio de grabación). Pero también es cierto que para la selección de muchas de las nuevas propuestas que presento influye en mi subconsciente la certeza de que, si les dieran una oportunidad, las mismas gustarían a amigos y conocidos con los que compartía gustos musicales hace un cuarto de siglo pero que se "quedaron congelados" como presenta el estudio hace unos cuantos años. Así que seguiré intentando luchar contra esta corriente en sucesivas entradas.
viernes, 30 de octubre de 2015
Voltaire Twins: "Milky waves" (2015)
El de Voltaire Twins es probablemente el álbum más minoritario que he reseñado hasta ahora en este humilde blog. Y es que la revolución digital ha permitido acceder con comodidad a miles de propuestas musicales que hace sólo unos años hubieran sido inalcanzables. Pero hoy en día, las aplicaciones de música en streaming (en mi caso fundamentalmente Grooveshark, hasta que la cerraron hace unos meses, y más recientemente Rdio) permiten encontrar prácticamente toda la música que se publica en cualquier parte del mundo. Y aunque la recomendación de artistas similares a otros que estemos escuchando que proponen estas aplicaciones no está del todo conseguida, siempre hay páginas y blogs que generan listas de reproducción basadas en estas aplicaciones en los que sí podemos encontrar un gran abanico de nuevas propuestas dentro de un estilo musical concreto.
Así es como conocí hace algo más de dos años al dúo australiano Voltaire Twins. Más concretamente a través del tema "Animalia", una formidable carta de presentación de su synth-pop de reminiscencias ochenteras, sonido nítido y muy elaborado y gusto por las melodías cautivadoras y bien interpretadas. Aunque no busquen esta canción en "Milky waves", su álbum de debut que ha visto la luz hace un par de meses. Un álbum que no sólo rehúye los primeros sencillos de su carrera, sino que sorprende por lo justo de su propuesta (sólo 10 canciones en apenas 34 minutos). A pesar de lo cual contiene más ideas y propuestas que la mayoría de los álbumes publicados esta temporada en torno al pop instrumentado con máquinas. Ideas no siempre aprovechadas, todo hay que decirlo. Porque se nota que los hermanos Jaymes y Tegan Voltaire han intentado condensar toda su creatividad en un marco relativamente restringido, y ello causa que buena parte de los temas amaguen con convertirse en temazos pero den tantos saltos con nuevas partes, cambios de ritmo y juegos instrumentales fantasiosos que se queden a menudo por el camino. Como le sucede al tema que abre boca, "I'm awake", algo así como una actualización de los delirios pop de Thomas Dolby que, tras más de dos minutos, adopta un ritmo binario más claro y trepidante en lo que parece un prometedor crescendo que no acaba de llegar.
En menor medida también le sucede a "Goodnight, spirit", segundo corte y segundo sencillo extraído del álbum. Un medio tiempo que empieza desnudo hasta que de pronto aparece la meritoria progresión armónica que envuelve las estrofas. Pero luego la sucesión de partes diferentes y ritmos que aparecen y desaparecen en sólo tres minutos hacen que sea difícil engancharse al resultado. Afortunadamente, "Long weekend", tercer corte y primer sencillo, aun respetando las influencias de los ochenta y cautivando con la nitidez y la calidad de sus instrumentos, mantiene una estructura más convencional, y el toque bailable que adorna sus elegantes estrofas y la pegada de su estribillo la convierten en uno de los grandes temas del año. Lamentablemente, "This is the place" vuelve a ser un tema de ideas valiosas (la recuperación del sonido philly con violines sintetizados y una guitarra eléctrica que es puro funky) pero no lo suficientemente redondo, quizá por las notas tan altas en que terminan casi todas las frases del estribillo.
"Glass tooth", el quinto y maravilloso corte, es mi tema favorito del álbum: inspirado en el sonido que hacían los Japan o los Visage a principios de los ochenta, crean sobre una subyugante progresión armónica una melodía de fraseos dobles en las estrofas, originalísima, y la rematan con un estribillo precioso, realzado por una guitarra eléctrica que realiza un arpegio excepcional, casi oculto. Además, lo culminan con más de dos minutos instrumentales en el que demuestran su habilidad para armonizar instrumentos (sólo cabe cuestionar que la progresión armónica de este tramo no sea la misma de las estrofas, pues habría quedado aun mejor). Sin llegar a la misma altura, "Modern gore" es otro de los momentos álgidos del álbum: el ritmo del "Be my baby" de The Ronettes introduce un tema que evoluciona hacia el pop sintetizado que podrían haber firmado los mejores Thompson Twins, con una estructura razonablemente convencional y unas certeras armonías. "Slow down", el séptimo corte, es por así decirlo el tema lento del álbum, nuevamente de claras influencias ochenteras en la instrumentación (incluso en las guitarras). Pero aunque agradable, tampoco llega a ser un tema redondo.
"Black beach", el octavo corte, sorprende por su sencilla percusión electrónica, un calco de las que se hacían con el Roland 808 hace treinta años. Los arreglos están muy conseguidos, y cada parte encaja acertadamente con la siguiente, reflejando el talento del dúo, aunque de nuevo priman las ideas más que el resultado. "Mystery flight" es el cuarto gran momento del álbum, y sin duda su tema más elegante, de una sensibilidad extrema gracias a la cuidada melodía, la mejor interpretación de Tegan, la certera selección de instrumentos que van arropando la canción sin restarle protagonismo a la composición, la riqueza de su parte nueva, un estribillo del que es imposible cansarse y la propina de una exquisita coda instrumental. Y "You are the end", el tema que cierra este breve álbum, incurre parcialmente en el principal defecto del mismo: tiene mimbres para ser una gran canción, desde su inquietante comienzo hasta el bonito tramo cantado a dos voces en el que el bajo sintetizado delinea una bonita progresión armonica, pero no se resiste a la tentación y vuelve a derivar hacia terrenos más experimentales, especialmente en su tramo final.
Recomiendo sucesivas y atentas escuchas de "Milky waves" para extraer todo lo que encierran los cerebros de estos dos hermanos. Que aunque parece que han tenido problemas para alcanzar el mínimo exigible para un álbum que se publique en el año 2015, bullen con buenas ideas que se miran con naturalidad en espejos de hace treinta años sin que por ello dejen de sonar actuales. Y con un talento incuestionable cuando consiguen dar en la diana. Algo así como la "versión buena" de los para mí sólo discretos Chvrches, que tan de moda están en el panorama internacional estas últimas fechas. Ah, si los críticos musicales se toparan con Voltaire Twins en su lugar...
Así es como conocí hace algo más de dos años al dúo australiano Voltaire Twins. Más concretamente a través del tema "Animalia", una formidable carta de presentación de su synth-pop de reminiscencias ochenteras, sonido nítido y muy elaborado y gusto por las melodías cautivadoras y bien interpretadas. Aunque no busquen esta canción en "Milky waves", su álbum de debut que ha visto la luz hace un par de meses. Un álbum que no sólo rehúye los primeros sencillos de su carrera, sino que sorprende por lo justo de su propuesta (sólo 10 canciones en apenas 34 minutos). A pesar de lo cual contiene más ideas y propuestas que la mayoría de los álbumes publicados esta temporada en torno al pop instrumentado con máquinas. Ideas no siempre aprovechadas, todo hay que decirlo. Porque se nota que los hermanos Jaymes y Tegan Voltaire han intentado condensar toda su creatividad en un marco relativamente restringido, y ello causa que buena parte de los temas amaguen con convertirse en temazos pero den tantos saltos con nuevas partes, cambios de ritmo y juegos instrumentales fantasiosos que se queden a menudo por el camino. Como le sucede al tema que abre boca, "I'm awake", algo así como una actualización de los delirios pop de Thomas Dolby que, tras más de dos minutos, adopta un ritmo binario más claro y trepidante en lo que parece un prometedor crescendo que no acaba de llegar.
En menor medida también le sucede a "Goodnight, spirit", segundo corte y segundo sencillo extraído del álbum. Un medio tiempo que empieza desnudo hasta que de pronto aparece la meritoria progresión armónica que envuelve las estrofas. Pero luego la sucesión de partes diferentes y ritmos que aparecen y desaparecen en sólo tres minutos hacen que sea difícil engancharse al resultado. Afortunadamente, "Long weekend", tercer corte y primer sencillo, aun respetando las influencias de los ochenta y cautivando con la nitidez y la calidad de sus instrumentos, mantiene una estructura más convencional, y el toque bailable que adorna sus elegantes estrofas y la pegada de su estribillo la convierten en uno de los grandes temas del año. Lamentablemente, "This is the place" vuelve a ser un tema de ideas valiosas (la recuperación del sonido philly con violines sintetizados y una guitarra eléctrica que es puro funky) pero no lo suficientemente redondo, quizá por las notas tan altas en que terminan casi todas las frases del estribillo.
"Glass tooth", el quinto y maravilloso corte, es mi tema favorito del álbum: inspirado en el sonido que hacían los Japan o los Visage a principios de los ochenta, crean sobre una subyugante progresión armónica una melodía de fraseos dobles en las estrofas, originalísima, y la rematan con un estribillo precioso, realzado por una guitarra eléctrica que realiza un arpegio excepcional, casi oculto. Además, lo culminan con más de dos minutos instrumentales en el que demuestran su habilidad para armonizar instrumentos (sólo cabe cuestionar que la progresión armónica de este tramo no sea la misma de las estrofas, pues habría quedado aun mejor). Sin llegar a la misma altura, "Modern gore" es otro de los momentos álgidos del álbum: el ritmo del "Be my baby" de The Ronettes introduce un tema que evoluciona hacia el pop sintetizado que podrían haber firmado los mejores Thompson Twins, con una estructura razonablemente convencional y unas certeras armonías. "Slow down", el séptimo corte, es por así decirlo el tema lento del álbum, nuevamente de claras influencias ochenteras en la instrumentación (incluso en las guitarras). Pero aunque agradable, tampoco llega a ser un tema redondo.
"Black beach", el octavo corte, sorprende por su sencilla percusión electrónica, un calco de las que se hacían con el Roland 808 hace treinta años. Los arreglos están muy conseguidos, y cada parte encaja acertadamente con la siguiente, reflejando el talento del dúo, aunque de nuevo priman las ideas más que el resultado. "Mystery flight" es el cuarto gran momento del álbum, y sin duda su tema más elegante, de una sensibilidad extrema gracias a la cuidada melodía, la mejor interpretación de Tegan, la certera selección de instrumentos que van arropando la canción sin restarle protagonismo a la composición, la riqueza de su parte nueva, un estribillo del que es imposible cansarse y la propina de una exquisita coda instrumental. Y "You are the end", el tema que cierra este breve álbum, incurre parcialmente en el principal defecto del mismo: tiene mimbres para ser una gran canción, desde su inquietante comienzo hasta el bonito tramo cantado a dos voces en el que el bajo sintetizado delinea una bonita progresión armonica, pero no se resiste a la tentación y vuelve a derivar hacia terrenos más experimentales, especialmente en su tramo final.
Recomiendo sucesivas y atentas escuchas de "Milky waves" para extraer todo lo que encierran los cerebros de estos dos hermanos. Que aunque parece que han tenido problemas para alcanzar el mínimo exigible para un álbum que se publique en el año 2015, bullen con buenas ideas que se miran con naturalidad en espejos de hace treinta años sin que por ello dejen de sonar actuales. Y con un talento incuestionable cuando consiguen dar en la diana. Algo así como la "versión buena" de los para mí sólo discretos Chvrches, que tan de moda están en el panorama internacional estas últimas fechas. Ah, si los críticos musicales se toparan con Voltaire Twins en su lugar...
domingo, 4 de octubre de 2015
Little Boots: "Working girl" (2015)
Victoria Hesketh, más conocida como Little Boots, ha regresado hace un par de meses a la primera plana de la actualidad musical con la publicación de su tercer álbum de estudio, "Working girl". Un álbum que por segunda vez ha visto la luz en su propio sello discográfico, y con el que a mi entender la británica intenta auto-afirmarse en su estilo. Porque al éxito de crítica y ventas de "Hands" en 2009, con su propuesta actualizada, bailable y entonada del techno-pop de los ochenta, le sucedió un largo paréntesis de cuatro años que concluyó cuando "Nocturnes", un disco mucho más house, orientado a la electrónica más independiente y anodino, vio finalmente la luz prácticamente a la vez que el bootleg "Beat of your heart", el supuesto segundo disco grabado realmente como continuación estilística de "Hands" y que nunca llegó a publicarse por razones desconocidas (ya que sin llegar a la inspiración de "Hands" sí mantenía suficientemente el tipo). Con lo cual este tercer disco actúa a modo de consolidación de la propuesta de "Nocturnes", añadiéndole si cabe un toque más personal y reivindicativamente feminista a las letras, quedando por tanto en parámetros muy lejanos a los de su álbum de debut.
Lo que desgraciadamente es una mala noticia para sus seguidores. Porque una cosa es no querer terminar como un remedo de Kylie Minogue, y otra escorarse tanto en su propuesta que apenas logre comulgar con unos pocos miles de seguidores. Y es que Little Boots es una meritoria instrumentista, con una buena formación musical y una voz agradable (en ocasiones demasiado doblada). Pero si lo fía a todo a la pista de baile más fría y alternativa, y da la espalda a las armonías pop, esas cualidades son difíciles de exhibir. A pesar de que prácticamente cada uno de los temas cuente con un productor diferente, algo muy difícil de percibir en una propuesta de espectro tan limitado.
Y eso que el resultado final podía haber sido mucho peor de lo que al final ofrece este "Working girl". Me explico: el álbum fue precedido a finales de 2014 por el EP "Business pleasure", que ya anticipaba esa reafirmación estilística pero con escasa creatividad. Algo aplicable no sólo al sencillo que se extrajo de él (la experimental y superflua "Taste it"), sino también a los otros dos cortes que han acabado en el álbum (el house simplón de "Heroine" y la gélida y obsesiva "Business pleasure", que daba título al mismo), siendo curiosamente "Pretty tough" (el único con algo más de musicalidad), el tema que se ha quedado fuera. Es decir, una reafirmación de estilo a coste de vulgaridad y falta de sustancia. Afortunadamente entre el resto de temas hay dos o tres que dan el pego y sobre todo un par de buenas canciones, que nos demuestran que a Little Boots no se le ha olvidado componer.
Quitando las simpáticas "Intro" e "Interlude", piezas no musicales que simulan la interacción del oyente con el contestador del sello discográfico, el álbum consta de doce composiciones originales, una más en la edición Deluxe. Se abre con "Working girl", el tema que da título al disco y cuya versión acústica también cierra la edición Deluxe. Un tema presidido por un infeccioso loop sintetizado, y construido sobre una progresión armónica elaborada pero sin gancho, del que lo más salvable es un estribillo de aprobado raspado. "No pressure", tercer sencillo, se mueve en los mismos parámetros, aunque en este caso el colchón instrumental es un poquito menos espartano y el estribillo algo más eficaz en su incitación al baile. "Get things done", cuarto sencillo, es uno de los temas que dan el pego con su bajo slap delineando una progresión armónica ahora sí más cercana en las estrofas y en el estribillo. Aunque el estribillo tiene la frase que da título al tema encajada con calzador, lo que le resta algún que otro punto.
Tras ya la citada "Taste it" nos encontramos la con diferencia mejor composición del álbum: "Real girl" baja los bpm y nos ofrece un tema de pop del año 2015. Porque el pop con mayúsculas es el que mejor sigue dominando Little Boots, logrando que un loop de sintetizador infeccioso y que recuerda a los usados por Madonna en buena parte de "Rebel Heart" desemboque con naturalidad en un estribillo de pop cautivador llevado a su máxima expresión en la tercera repetición, cuando se elimina por unos segundos la programación de la batería. La ya citada "Heroine" baja muchos enteros, y el siguiente corte, "The game", imita sin disimulo los arreglos que hicieron Soul II Soul hace un cuarto de siglo en su mítica "Back to life", pero con una composición más floja que aquella. Menos mal que tras ella se encuentra "Help too", el segundo momento inspirado del álbum, y no porque sea uno de los más lentos, pero sí porque el contraste en las estrofas entre la programación de la percusión y los sintetizadores que van y vienen la hacen reconocible, y una vez que nos topamos con su preciosa entrada al estribillo ya nos predisponemos para disfrutar de sus meritorias armonías.
Nuevamente hay que superar el bajón que supone la ya citada "Business pleasure" para encontrarse con la atmosférica "Paradise", cuyo indie-house puede ser disfrutable en determinados momentos y circunstancias, sobre todo si nos dejamos llevar por su piano sintetizado en el correcto estribillo. "Better in the morning", el segundo sencillo, juega a la pretendida inocencia pop de por ejemplo Ariana Grande, pero modas al margen es un tema de una candidez impostada y una melodía excesivamente simple. Y "Desire", el tema adicional de la edición deluxe, podría ser el tercero que mantenga el tipo en determinadas pistas de baile, puesto que al esperable sonido espartano se le añade un curioso juego entre una programación que rehúye del ritmo binario y unos teclados que rehúsan completar los compases hasta llegar a un estribillo en el que, ver para creer, nos encontramos la única guitarra del álbum.
Con lo que al completar la escucha la sensación predominante es la de un álbum relativamente flojo, y quien sabe si la segunda y última oportunidad perdida de Victoria para consolidar su carrera. Una pena, porque como demuestra en momentos puntuales, sabe hacerlo mucho mejor, pero se la nota más preocupada por labrarse una personalidad propia en el panorama musical que por llenar sus discos de buenas canciones. Lo que en mi opinión no es a la larga una buena estrategia.
Lo que desgraciadamente es una mala noticia para sus seguidores. Porque una cosa es no querer terminar como un remedo de Kylie Minogue, y otra escorarse tanto en su propuesta que apenas logre comulgar con unos pocos miles de seguidores. Y es que Little Boots es una meritoria instrumentista, con una buena formación musical y una voz agradable (en ocasiones demasiado doblada). Pero si lo fía a todo a la pista de baile más fría y alternativa, y da la espalda a las armonías pop, esas cualidades son difíciles de exhibir. A pesar de que prácticamente cada uno de los temas cuente con un productor diferente, algo muy difícil de percibir en una propuesta de espectro tan limitado.
Y eso que el resultado final podía haber sido mucho peor de lo que al final ofrece este "Working girl". Me explico: el álbum fue precedido a finales de 2014 por el EP "Business pleasure", que ya anticipaba esa reafirmación estilística pero con escasa creatividad. Algo aplicable no sólo al sencillo que se extrajo de él (la experimental y superflua "Taste it"), sino también a los otros dos cortes que han acabado en el álbum (el house simplón de "Heroine" y la gélida y obsesiva "Business pleasure", que daba título al mismo), siendo curiosamente "Pretty tough" (el único con algo más de musicalidad), el tema que se ha quedado fuera. Es decir, una reafirmación de estilo a coste de vulgaridad y falta de sustancia. Afortunadamente entre el resto de temas hay dos o tres que dan el pego y sobre todo un par de buenas canciones, que nos demuestran que a Little Boots no se le ha olvidado componer.
Quitando las simpáticas "Intro" e "Interlude", piezas no musicales que simulan la interacción del oyente con el contestador del sello discográfico, el álbum consta de doce composiciones originales, una más en la edición Deluxe. Se abre con "Working girl", el tema que da título al disco y cuya versión acústica también cierra la edición Deluxe. Un tema presidido por un infeccioso loop sintetizado, y construido sobre una progresión armónica elaborada pero sin gancho, del que lo más salvable es un estribillo de aprobado raspado. "No pressure", tercer sencillo, se mueve en los mismos parámetros, aunque en este caso el colchón instrumental es un poquito menos espartano y el estribillo algo más eficaz en su incitación al baile. "Get things done", cuarto sencillo, es uno de los temas que dan el pego con su bajo slap delineando una progresión armónica ahora sí más cercana en las estrofas y en el estribillo. Aunque el estribillo tiene la frase que da título al tema encajada con calzador, lo que le resta algún que otro punto.
Tras ya la citada "Taste it" nos encontramos la con diferencia mejor composición del álbum: "Real girl" baja los bpm y nos ofrece un tema de pop del año 2015. Porque el pop con mayúsculas es el que mejor sigue dominando Little Boots, logrando que un loop de sintetizador infeccioso y que recuerda a los usados por Madonna en buena parte de "Rebel Heart" desemboque con naturalidad en un estribillo de pop cautivador llevado a su máxima expresión en la tercera repetición, cuando se elimina por unos segundos la programación de la batería. La ya citada "Heroine" baja muchos enteros, y el siguiente corte, "The game", imita sin disimulo los arreglos que hicieron Soul II Soul hace un cuarto de siglo en su mítica "Back to life", pero con una composición más floja que aquella. Menos mal que tras ella se encuentra "Help too", el segundo momento inspirado del álbum, y no porque sea uno de los más lentos, pero sí porque el contraste en las estrofas entre la programación de la percusión y los sintetizadores que van y vienen la hacen reconocible, y una vez que nos topamos con su preciosa entrada al estribillo ya nos predisponemos para disfrutar de sus meritorias armonías.
Nuevamente hay que superar el bajón que supone la ya citada "Business pleasure" para encontrarse con la atmosférica "Paradise", cuyo indie-house puede ser disfrutable en determinados momentos y circunstancias, sobre todo si nos dejamos llevar por su piano sintetizado en el correcto estribillo. "Better in the morning", el segundo sencillo, juega a la pretendida inocencia pop de por ejemplo Ariana Grande, pero modas al margen es un tema de una candidez impostada y una melodía excesivamente simple. Y "Desire", el tema adicional de la edición deluxe, podría ser el tercero que mantenga el tipo en determinadas pistas de baile, puesto que al esperable sonido espartano se le añade un curioso juego entre una programación que rehúye del ritmo binario y unos teclados que rehúsan completar los compases hasta llegar a un estribillo en el que, ver para creer, nos encontramos la única guitarra del álbum.
Con lo que al completar la escucha la sensación predominante es la de un álbum relativamente flojo, y quien sabe si la segunda y última oportunidad perdida de Victoria para consolidar su carrera. Una pena, porque como demuestra en momentos puntuales, sabe hacerlo mucho mejor, pero se la nota más preocupada por labrarse una personalidad propia en el panorama musical que por llenar sus discos de buenas canciones. Lo que en mi opinión no es a la larga una buena estrategia.
domingo, 20 de septiembre de 2015
¿Es válida la música creada por DJs?
En la siguiente entrada voy a intentar dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿es válida la música creada por DJs? Una pregunta que, a pesar de los años transcurridos desde que los DJs abandonaron su mera faceta de seleccionadores de temas para adentrarse en la mera composición (hará cosa de tres decenios), sigue estando en el aire. No tanto en el terreno comercial, en el que DJs como los reflejados en la foto (Avicii, David Guetta, Tiesto, Calvin Harris, etc.) copan desde hace más de una década las listas de ventas (especialmente las de sencillos), sino en el terreno de la crítica especializada, buena parte de la cual aún les niega incluso el derecho a reflexionar sobre sus creaciones.
A ello contribuye de manera decisiva la capacidad de los DJs para interpretar en directo sus composiciones. Para la mayor parte de la crítica directo equivale a autenticidad. Esto es indudable para por ejemplo el jazz, pero en la música pop contemporánea ya no está tan claro. Porque incluso la mayor parte de las bandas de rock (que podrían ser las que más respetan actualmente el concepto del directo), no dudan en mejorar su sonido recurriendo a pistas pregrabadas, tales como coros adicionales, percusiones programadas, secciones orquestales demasiado caras para trasladarlas en una gira... Esta técnica de las pistas adicionales es llevada por los artistas de tendencias más electrónicas a un segundo estadio, en el que apenas hay uno o dos músicos tocando en directo delante del público (aunque la parte vocal sí suele ser respetada por el cantante de turno). En este sentido los DJs compositores van un paso más allá, y en su inmensa mayoría se limitan a reproducir sus composiciones en formato digital, sin más creatividad que una subida o bajada espóradica de alguna franja de frecuencias en su mesa de mezclas (por ejemplo para resaltar los bajos), o a lo sumo un enlace original con su siguiente tema. Demasiado poco para la crítica. Y menos aún si esa ausencia interpretativa queda sustituida por continuos saltos y frases que inciten al público o la pose de "fijaos qué trascendental y complejo es lo que estoy haciendo delante de todos vosotros", aunque sea una mera pantomima.
Ahora bien, otra parte de los analistas musicales (en la que humildemente me incluyo), asumen que, siendo relevante la interpretación en directo a la hora de lograr una mejor conexión con sus seguidores y favorecerle su reputación a cualquier artista, lo esencial de todo solista o banda es las canciones que componga (o le compongan). A modo de ejemplo basta decir que The Beatles, posiblemente la banda más unánimemente reconocida por su calidad en el panorama de la música contemporánea, prácticamente renunciaron a la interpretación en directo para la creación de lo más granado de su discografía. Porque aunque es meritorio y digno de elogio dominar un instrumento y exhibir ese talanto en lo alto de un escenario, para mí lo es más enfrentarse al pentagrama vacío o al silencio del estudio de grabación y seleccionar unas notas que provoquen posteriormente la emoción en millones de personas.
Y ahí es donde creo que esa parte mayoritaria de la crítica se equivoca. Porque dando por sentido que muchos de los DJs de éxito no serían capaces de tocar decentemente ningún instrumento, sí que saben lo que supone crear una canción a partir de la nada. Cierto es que con elementos que facilitan mucho su trabajo y que les abstraen de unos conocimientos musicales profundos (con el Pro-tools y los diversos auto-tunes a la cabeza de una lista muy larga), pero que por sí solos no son capaces de generar los temas con los que ellos amasan sus fortunas. Y que además también requieren unas habilidades no tanto musicales en el sentido tradicional, pero sí de programación, acústica y electrónica en general que aunque no me atreva a calificar como virtuosismo tampoco deben ser despreciados.
Aparte de por su incapacidad para interpretar en directo y por sus endebles conocimientos musicales, la tercera razón por la que mayoritariamente la música de los DJs de éxito es despreciada es por la vertiente lúdica de sus temas. Que es incuestionable: ritmos rápidos y simples (muchas veces copiados de otros DJs o repetidos n veces a lo largo de su discografía), progresiones armónicas sencillas o incluso inexistentes, reducido número de partes que se repiten durante muchos minutos, letras vanales o incluso hilarantes, sonidos histriónicos... Pero que no quita para que sea eficaz en su ámbito: la pista de baile (o por extensión el salón de casa). No debemos desdeñar que históricamente una de las funciones básicas de la música ha sido acompañar en los momentos de alegría al ser humano, favoreciéndole su desinhibición y eventual comunión con su prójimo, y no hay nada de malo en ello. Tan respetable es, por ejemplo, un complejo y cadencioso tema de quince minutos de Pink Floyd paladeado en silencio con nuestros auriculares favoritos, como un trallazo de David Guetta a las cuatro de la madrugada en compañía de los amigos. Todo es música.
Así que aunque por su simplicidad creativa y su reiteración estilística la música creada por DJs seguirá sin tener mención especial en este humilde blog, sí que nos posicionaremos siempre en una posición de respeto hacia sus creadores. Al fin y al cabo, como decía la islandesa Björk, cuando voy a una discoteca no me interesa el mensaje de la música que el DJ esté pinchando, pues seré yo quien ponga las palabras "flirteando" con la clientela o "desfasando" con los amigos. Lo que interesa es que anime a seguir con la fiesta. Y de eso saben mucho los DJs.
A ello contribuye de manera decisiva la capacidad de los DJs para interpretar en directo sus composiciones. Para la mayor parte de la crítica directo equivale a autenticidad. Esto es indudable para por ejemplo el jazz, pero en la música pop contemporánea ya no está tan claro. Porque incluso la mayor parte de las bandas de rock (que podrían ser las que más respetan actualmente el concepto del directo), no dudan en mejorar su sonido recurriendo a pistas pregrabadas, tales como coros adicionales, percusiones programadas, secciones orquestales demasiado caras para trasladarlas en una gira... Esta técnica de las pistas adicionales es llevada por los artistas de tendencias más electrónicas a un segundo estadio, en el que apenas hay uno o dos músicos tocando en directo delante del público (aunque la parte vocal sí suele ser respetada por el cantante de turno). En este sentido los DJs compositores van un paso más allá, y en su inmensa mayoría se limitan a reproducir sus composiciones en formato digital, sin más creatividad que una subida o bajada espóradica de alguna franja de frecuencias en su mesa de mezclas (por ejemplo para resaltar los bajos), o a lo sumo un enlace original con su siguiente tema. Demasiado poco para la crítica. Y menos aún si esa ausencia interpretativa queda sustituida por continuos saltos y frases que inciten al público o la pose de "fijaos qué trascendental y complejo es lo que estoy haciendo delante de todos vosotros", aunque sea una mera pantomima.
Ahora bien, otra parte de los analistas musicales (en la que humildemente me incluyo), asumen que, siendo relevante la interpretación en directo a la hora de lograr una mejor conexión con sus seguidores y favorecerle su reputación a cualquier artista, lo esencial de todo solista o banda es las canciones que componga (o le compongan). A modo de ejemplo basta decir que The Beatles, posiblemente la banda más unánimemente reconocida por su calidad en el panorama de la música contemporánea, prácticamente renunciaron a la interpretación en directo para la creación de lo más granado de su discografía. Porque aunque es meritorio y digno de elogio dominar un instrumento y exhibir ese talanto en lo alto de un escenario, para mí lo es más enfrentarse al pentagrama vacío o al silencio del estudio de grabación y seleccionar unas notas que provoquen posteriormente la emoción en millones de personas.
Y ahí es donde creo que esa parte mayoritaria de la crítica se equivoca. Porque dando por sentido que muchos de los DJs de éxito no serían capaces de tocar decentemente ningún instrumento, sí que saben lo que supone crear una canción a partir de la nada. Cierto es que con elementos que facilitan mucho su trabajo y que les abstraen de unos conocimientos musicales profundos (con el Pro-tools y los diversos auto-tunes a la cabeza de una lista muy larga), pero que por sí solos no son capaces de generar los temas con los que ellos amasan sus fortunas. Y que además también requieren unas habilidades no tanto musicales en el sentido tradicional, pero sí de programación, acústica y electrónica en general que aunque no me atreva a calificar como virtuosismo tampoco deben ser despreciados.
Aparte de por su incapacidad para interpretar en directo y por sus endebles conocimientos musicales, la tercera razón por la que mayoritariamente la música de los DJs de éxito es despreciada es por la vertiente lúdica de sus temas. Que es incuestionable: ritmos rápidos y simples (muchas veces copiados de otros DJs o repetidos n veces a lo largo de su discografía), progresiones armónicas sencillas o incluso inexistentes, reducido número de partes que se repiten durante muchos minutos, letras vanales o incluso hilarantes, sonidos histriónicos... Pero que no quita para que sea eficaz en su ámbito: la pista de baile (o por extensión el salón de casa). No debemos desdeñar que históricamente una de las funciones básicas de la música ha sido acompañar en los momentos de alegría al ser humano, favoreciéndole su desinhibición y eventual comunión con su prójimo, y no hay nada de malo en ello. Tan respetable es, por ejemplo, un complejo y cadencioso tema de quince minutos de Pink Floyd paladeado en silencio con nuestros auriculares favoritos, como un trallazo de David Guetta a las cuatro de la madrugada en compañía de los amigos. Todo es música.
Así que aunque por su simplicidad creativa y su reiteración estilística la música creada por DJs seguirá sin tener mención especial en este humilde blog, sí que nos posicionaremos siempre en una posición de respeto hacia sus creadores. Al fin y al cabo, como decía la islandesa Björk, cuando voy a una discoteca no me interesa el mensaje de la música que el DJ esté pinchando, pues seré yo quien ponga las palabras "flirteando" con la clientela o "desfasando" con los amigos. Lo que interesa es que anime a seguir con la fiesta. Y de eso saben mucho los DJs.
miércoles, 2 de septiembre de 2015
MS MR: "How does it feel" (2015)
El dúo neoyorkino formado por la personalísima Lizzy Plapinger (vocalista) y el teclista y producor Max Hershenow ha publicado hace pocas semanas "How does it feel", el segundo disco de su carrera. Un disco que llega dos años después del recomendable "Secondhand rapture", con el que ganaron el favor mayoritario de la crítica y que por caer demasiado tarde en mis manos no reseñé en este blog. Un periodo no demasiado largo si lo comparamos con el que otros artistas emplean en concluir el temido segundo álbum. Lo que parece una decisión consciente (y acertada) para seguir abriéndose camino en el complejo panorama del pop alternativo contemporáneo antes de que pase su momento.
Este segundo disco les muestra más versátiles y capaces de llegar a un público más amplio que el limitado a los sonidos electrónicos. Pero desde mi punto de vista adolece de una producción demasiado mate, que les resta energía. No es que sea partidario de los temas de volumen maximizado artificialmente que predominan actualmente en la lista de ventas, pues a mi modo de ver ese uso abusivo del volumen resta sensibilidad a las composiciones. Pero "How does it feel" se va al otro extremo: a pesar de estar grabado en un estudio de prestigio (el Electric Ladyland que creó Jimi Hendrix en 1968), la mayoría de las canciones adolecen de un sonido poco pulido, dificultando incluso la distinción de los instrumentos que las interpretan. Algo particularmente fácil de observar cuando escuchamos esos mismos temas en directo, con un sonido más penetrante y cautivador (especialmente ciertos sintetizadores). Otro detalle que le resta puntos es que absolutamente todas las composiciones tienen constreñida la parte instrumental. Es comprensible que los temas los sostenga la enérgica voz de Plapinger y sus letras tan personales, pero muchos de ellos darían más de sí si se reservaran unos cuantos compases para el lucimiento de los instrumentos que la arropan. Porque tal cual está planteado ahora el resultado parece más propio de una estrella de pop adolescente que debe cantar de principio a fin.
Centrándonos en las composiciones, el disco baja en mi opinión un peldaño respecto a su predecesor pero mantiene razonablemente el tipo. Se abre con la obsesiva "Painted", primer sencillo con unos logrados cambios de ritmo y eficaz en unas intensas estrofas sostenidas por el bajo eléctrico, pero al que no le sienta del todo bien el piano electrónico directamente inspirado en el euro-dance de los 90. Prosigue con "Criminals", también el segundo sencillo, un tema más atmosférico en las estrofas, con un estribillo más envolvente y un puente que recuerda a las Haim, pero al que posiblemente le falte algo de gancho para convertirse en una composición bandera de la banda. "No guilt in pleasure", tercer tema, es uno de los que mejor evidencia esa producción mate a la que aludía antes, con el teclado de Hershenow relegado a un segundo plano que le resta intensidad a su fenomenal estribillo. Aun así, la sugestiva letra, la excelente interpretación de Plapinger, la ingeniosa percusión y un muy elaborado puente la convierten en uno de los mejores momentos del álbum.
La cadenciosa "Wrong victory" cumple el expediente, especialmente en un estribillo con un original cambio de tonalidad al final, pero no entusiasma. "Tripolar", el quinto corte, es el tema que apuesta por un sonido menos electrónico (bajo, batería, guitarra y piano son reales), lo que le confiere personalidad, pero es el segundo tema seguido de ritmo más bien lento, lo que puede hacer asomar la sombra del aburrimiento. Afortunadamente "How does it feel", la canción que da título al disco, viene al rescate, con su ritmo más vivo, sus violines electrónicos sincopados y sus estrofas cargadas de tensión. Aunque siendo MS MR un grupo de estribillos, éste resulta sensual pero demasiado estridente a la hora de machacar una y otra vez la frase del título.
"Tunnels" es el primero de los dos temas que recuerdan poderosamente a los míticos Yazoo de principios de los ochenta: ese tapiz electrónico sencillo que creaba Vince Clarke, esa voz grave a lo Allison Moyet y esa melancolía poderosamente emotiva. Aquí además la batería es muy original en las estrofas, y el doble estribillo termina por redondear el resultado. Si bien mi tema favorito del álbum es "Leave me alone", otro homenaje accidental a Yazoo (recuerda poderosamente a "Anyone"): la mejor progresión armónica del álbum, una austeridad instrumental por momentos temerosa de romper el silencio, una letra impactante, y un estribillo sobrecogedor. El siguiente tema, "Reckless" retoma las referencias del euro-dance en los teclados, aunque huye del ritmo binario simplón y juega su baza en un estribillo que incita al baile.
"Cruel", antepenúltimo corte, nos propone un pop reposado de aromas ligeramente brasileños en las estrofas a lo Swing Out Sister, si bien su punto fuerte es su meritorio estribillo. "Pieces", sin llegar a ser un temazo, sube el nivel con una intimista y desgarradora estrofa realzada por una sección de cuerda y un ritmo original, que remata otro acertado estribillo. Y "All the things lost" juega a ser el clásico baladón sostenido por voz y piano con el que cerrar el álbum. Se trata de una bonita composición sobre una interesante y bien arreglada progresión armónica, pero para mi gusto le falta un estribillo con texto (no sólo sonidos) y valentía para hacerlo crecer como hicieron los británicos London Grammar con el relativamente similar "Nightcall", y no limitarse a acabarlo tras apenas tres minutos.
Sus cualidades como músicos y compositores, su excelente presencia y capacidad para llenar el escenario, su creatividad en cada composición (todas ellas con puentes claramente diferenciados de las estrofas y los estribillos, y muy elaborados)... son muchas las virtudes que poseen. Les falta centrar un poco más su estilo (que puede oscilar en demasía para el gran público), potenciar los temas más rápidos frente a los temas más lentos (a veces demasiado convencionales), dar más espacio a la instrumentación, y encontrar un productor que saque brillo a su sonido. Aun así no hay ningún tema realmente flojo, la mayoría cuenta con estribillos eficaces y hay al menos tres cortes de mucho nivel. Razones suficientes para incorporar el álbum a nuestra discoteca particular y para confiar en que puedan seguir creciendo.
Este segundo disco les muestra más versátiles y capaces de llegar a un público más amplio que el limitado a los sonidos electrónicos. Pero desde mi punto de vista adolece de una producción demasiado mate, que les resta energía. No es que sea partidario de los temas de volumen maximizado artificialmente que predominan actualmente en la lista de ventas, pues a mi modo de ver ese uso abusivo del volumen resta sensibilidad a las composiciones. Pero "How does it feel" se va al otro extremo: a pesar de estar grabado en un estudio de prestigio (el Electric Ladyland que creó Jimi Hendrix en 1968), la mayoría de las canciones adolecen de un sonido poco pulido, dificultando incluso la distinción de los instrumentos que las interpretan. Algo particularmente fácil de observar cuando escuchamos esos mismos temas en directo, con un sonido más penetrante y cautivador (especialmente ciertos sintetizadores). Otro detalle que le resta puntos es que absolutamente todas las composiciones tienen constreñida la parte instrumental. Es comprensible que los temas los sostenga la enérgica voz de Plapinger y sus letras tan personales, pero muchos de ellos darían más de sí si se reservaran unos cuantos compases para el lucimiento de los instrumentos que la arropan. Porque tal cual está planteado ahora el resultado parece más propio de una estrella de pop adolescente que debe cantar de principio a fin.
Centrándonos en las composiciones, el disco baja en mi opinión un peldaño respecto a su predecesor pero mantiene razonablemente el tipo. Se abre con la obsesiva "Painted", primer sencillo con unos logrados cambios de ritmo y eficaz en unas intensas estrofas sostenidas por el bajo eléctrico, pero al que no le sienta del todo bien el piano electrónico directamente inspirado en el euro-dance de los 90. Prosigue con "Criminals", también el segundo sencillo, un tema más atmosférico en las estrofas, con un estribillo más envolvente y un puente que recuerda a las Haim, pero al que posiblemente le falte algo de gancho para convertirse en una composición bandera de la banda. "No guilt in pleasure", tercer tema, es uno de los que mejor evidencia esa producción mate a la que aludía antes, con el teclado de Hershenow relegado a un segundo plano que le resta intensidad a su fenomenal estribillo. Aun así, la sugestiva letra, la excelente interpretación de Plapinger, la ingeniosa percusión y un muy elaborado puente la convierten en uno de los mejores momentos del álbum.
La cadenciosa "Wrong victory" cumple el expediente, especialmente en un estribillo con un original cambio de tonalidad al final, pero no entusiasma. "Tripolar", el quinto corte, es el tema que apuesta por un sonido menos electrónico (bajo, batería, guitarra y piano son reales), lo que le confiere personalidad, pero es el segundo tema seguido de ritmo más bien lento, lo que puede hacer asomar la sombra del aburrimiento. Afortunadamente "How does it feel", la canción que da título al disco, viene al rescate, con su ritmo más vivo, sus violines electrónicos sincopados y sus estrofas cargadas de tensión. Aunque siendo MS MR un grupo de estribillos, éste resulta sensual pero demasiado estridente a la hora de machacar una y otra vez la frase del título.
"Tunnels" es el primero de los dos temas que recuerdan poderosamente a los míticos Yazoo de principios de los ochenta: ese tapiz electrónico sencillo que creaba Vince Clarke, esa voz grave a lo Allison Moyet y esa melancolía poderosamente emotiva. Aquí además la batería es muy original en las estrofas, y el doble estribillo termina por redondear el resultado. Si bien mi tema favorito del álbum es "Leave me alone", otro homenaje accidental a Yazoo (recuerda poderosamente a "Anyone"): la mejor progresión armónica del álbum, una austeridad instrumental por momentos temerosa de romper el silencio, una letra impactante, y un estribillo sobrecogedor. El siguiente tema, "Reckless" retoma las referencias del euro-dance en los teclados, aunque huye del ritmo binario simplón y juega su baza en un estribillo que incita al baile.
"Cruel", antepenúltimo corte, nos propone un pop reposado de aromas ligeramente brasileños en las estrofas a lo Swing Out Sister, si bien su punto fuerte es su meritorio estribillo. "Pieces", sin llegar a ser un temazo, sube el nivel con una intimista y desgarradora estrofa realzada por una sección de cuerda y un ritmo original, que remata otro acertado estribillo. Y "All the things lost" juega a ser el clásico baladón sostenido por voz y piano con el que cerrar el álbum. Se trata de una bonita composición sobre una interesante y bien arreglada progresión armónica, pero para mi gusto le falta un estribillo con texto (no sólo sonidos) y valentía para hacerlo crecer como hicieron los británicos London Grammar con el relativamente similar "Nightcall", y no limitarse a acabarlo tras apenas tres minutos.
Sus cualidades como músicos y compositores, su excelente presencia y capacidad para llenar el escenario, su creatividad en cada composición (todas ellas con puentes claramente diferenciados de las estrofas y los estribillos, y muy elaborados)... son muchas las virtudes que poseen. Les falta centrar un poco más su estilo (que puede oscilar en demasía para el gran público), potenciar los temas más rápidos frente a los temas más lentos (a veces demasiado convencionales), dar más espacio a la instrumentación, y encontrar un productor que saque brillo a su sonido. Aun así no hay ningún tema realmente flojo, la mayoría cuenta con estribillos eficaces y hay al menos tres cortes de mucho nivel. Razones suficientes para incorporar el álbum a nuestra discoteca particular y para confiar en que puedan seguir creciendo.
miércoles, 5 de agosto de 2015
Of Monsters and Men: "Beneath the skin" (2015)
Los islandeses Of Monsters And Men llamaron con fuerza la atención en el 2011 cuando su sencillo "Little talks" traspasó las fronteras de su pequeño país con su pop de influencias folk fuertemente personal y les abrió las puertas del todopoderoso mercado norteamericano. Casi un año más tarde vio la luz la versión internacional de su álbum de debut, "My head is an animal", enriquecida respecto a la original de su país con su otro sencillo emblemático, "Mountain sound". Que les aseguró un lugar preeminente en las listas de ventas de los mercados anglosajones, a la vez que una acogida favorable de la crítica especializada. Desde entonces hasta ahora han transcurrido más de tres años de silencio casi completo (solamente ha visto la luz el recomendable "Silhouettes" de la banda sonora de "The Hunger Games: Catching Fire", que reseñé en este mismo blog). Por lo que han corrido un alto riesgo de dejar pasar su momento hasta que por fin el mes pasado ha visto la luz este "Beneath the skin".
En mi opinión el principal fallo de "My head is animal" y la razón por la que no lo reseñé en este humilde blog era que sus dos sencillos de cabecera estaban relativamente alejados de los parámetros del grueso del álbum: frente al vigor, la rapidez y la contundencia de los mismos, el resto del álbum apostaba por una vena más intimista y un sonido más convencional, dejando la eficacia de las canciones en manos exclusivamente de la composición. Y aunque había buenos temas en esta vertiente (el tercer sencillo, "The king and the lionheart", posiblemente la mejor de todas ellas), el resultado era de media un tanto monótono y tendente a generar algún bostezo cuando flojeaba la inspiración.
Con todo esto en mente, afronté su retorno en formato sencillo hace unos meses con bastante excepticismo. Que se confirmó tras unas cuantas escuchas de "Crystal", el tema que abre el disco: el mismo sonido convencional de "My head is an animal", y una composición de una melancolía ortodoxa un tanto fallida. Con lo cual estuve a punto de no darle una oportunidad a "Beneath the skin" hace unas semanas. Menos mal que al final cambié de opinión.
Y no, no es que hayan retomado la senda de "Little talks", ni que hayan evolucionado su sonido, ni siquiera que hayan dejado atrás parte de su convencionalismo melancólico. En absoluto: estos dos años de trabajo sólo les han servido para reafirmarles en esos parámetros, de manera que cualquiera de los once temas que lo componen (trece en la edición deluxe) podría haber figurado en su álbum de debut. ¿Entonces? Pues desconozco cuántos temas habrán descartado antes de llegar al tracklist definitivo. Pero el caso es que la mayoría de ellos están a un nivel muy muy alto. Y ello esencialmente gracias a la valía de su composición. Pero es que, querido amigo, la inspiración a la hora de elegir las notas de la escala pentatónica sigue siendo la clave que distingue la buena música contemporánea.
Ya digo que "Crystal" es un tema demasiado anodino y una desacertada forma de arrancar el álbum. Pero la montaña rusa que comienza tras él asciende y asciende y parece que nunca va a bajar. La pendiente arranca con "Human", primer tema a dos voces (la habitual de Nanna Bryndís le cede el protagonismo a la de Ragnar Þórhallsson, el otro compositor principal de la banda): un medio tiempo intimista pero con cierta garra, con una bonita letra que contiene la frase que da título al álbum y el primero de los grandes estribillos de la banda apuntalan el tema. Prosigue con "Hunger", el cuarto sencillo, un tema más lento en su comienzo, que ya ha anticipado su gran carga sentimental merced a su inspirada melodía en las estrofas cuando entran el resto de los instrumentos. Aunque lo mejor es otro excelente estribillo, rematado tras casi cuatro minutos por una cautivadora parte instrumental que desemboca en una coda memorable ("I'm drowning, I'm drowning"). Sigue subiendo con "Wolves without teeth", cantada a dúo por Nanna y Ragnar, con toques folk y una percusión particularmente trabajada. Aunque su clave es su preciosa melodía, de la primera nota a la última, incluyendo uno de los mejores estribillos del álbum, que luce en todo su esplendor cuando lo repiten casi sin instrumentos cerca del final.
"Empire", quinto corte y tercer sencillo, es la cima de esa subida imparable y tal vez mi tema predilecto, con un comienzo vocal a cargo de Ragnar que da paso a ese precioso arpegio de guitarra con las notas del estribillo, ese formidable doble estribillo que pone los pelos de punto ("an empire for you, an empire for two"), y que desemboca en unos coreables "oohs". "Slow life", el tema más largo del álbum y sexto corte, les mantiene en lo más alto, con otras bonitas estrofas, otro melancólico estribillo y una preciosa coda de dos minutos sin cambiar de acordes pero que les permite exhibir toda su energía como banda, en la línea de los mejores Arcade Fire. Y "Organs", el séptimo corte, es una balada magistralmente cantada por Nanna con una preciosa letra de principio a fin sobre un fracaso amoroso (aunque con una última frase para la esperanza) y otra melodía de un extraordinario nivel, realzada por un certero cuarteto de cuerda.
"Black water", aun manteniendo el pabellón alto, es el primer descenso tras tantos temas inspirados seguidos: en esta oportunidad Ragnar canta unas estrofas intimistas que desembocan en un estribillo más luminoso interpretado por Nanna, aunque a la canción le falta crecer un poco conforme avance el minutaje. "Thousand eyes" sí que supone un bajón considerable; por así decirlo, es el tema más experimental del álbum: una gélida melodía apoyada por muy pocos instrumentos durante la primera mitad del minutaje, y un crescendo desasosegante durante la segunda. Tras este par de pequeños descensos el disco vuelve a remontar con "I of the storm", segundo sencillo y décimo corte, otra dosis de pura inspiración: las estrofas, los puentes y los estribillos poseen una gran carga emocional, la batería en las estrofas es original y hay incluso pequeños detalles electrónicos que enriquecen el tema en momentos puntuales. Y el último gran momento del álbum es "We sink", el tema que cierra la edición estándar. Que parte de un precioso arpegio de guitarra a lo Death Cab For Cutie, y que mediante otra certera progresión armónica desemboca en otro emocionante estribillo. Aunque lo mejor es el tramo del final que canta magistralmente Nanna ("I know that it's a waste of time...").
La edición deluxe se completa con dos temas adicionales, ninguno de ellos del nivel medio del álbum: "Backyard" es un tema cadencioso, con un toque atmosférico pero sin gancho. Y "Winter sound" es un tema muy en su estilo pero menor, con sus estrofas anodinas y un estribillo de acústica energía que sube el nivel pero no lo suficiente.
Sus detractores podrán argumentar que su producción es demasiado convencional, que se respira un aroma intimista y de fracaso en la gran mayoría de las canciones, que cuesta distinguir los temas entre sí, que tardan mucho tiempo en entregar nuevas creaciones... Yo mismo debo admitir que no es mi estilo predilecto, y que el día en que pierdan la inspiración compositiva estarán muestros. Pero lo que es incuestionable es que ocho temazos en tan sólo once canciones es un logro muy difícil de igualar. Así que candidatos al álbum del año. Quién lo iba a decir...
En mi opinión el principal fallo de "My head is animal" y la razón por la que no lo reseñé en este humilde blog era que sus dos sencillos de cabecera estaban relativamente alejados de los parámetros del grueso del álbum: frente al vigor, la rapidez y la contundencia de los mismos, el resto del álbum apostaba por una vena más intimista y un sonido más convencional, dejando la eficacia de las canciones en manos exclusivamente de la composición. Y aunque había buenos temas en esta vertiente (el tercer sencillo, "The king and the lionheart", posiblemente la mejor de todas ellas), el resultado era de media un tanto monótono y tendente a generar algún bostezo cuando flojeaba la inspiración.
Con todo esto en mente, afronté su retorno en formato sencillo hace unos meses con bastante excepticismo. Que se confirmó tras unas cuantas escuchas de "Crystal", el tema que abre el disco: el mismo sonido convencional de "My head is an animal", y una composición de una melancolía ortodoxa un tanto fallida. Con lo cual estuve a punto de no darle una oportunidad a "Beneath the skin" hace unas semanas. Menos mal que al final cambié de opinión.
Y no, no es que hayan retomado la senda de "Little talks", ni que hayan evolucionado su sonido, ni siquiera que hayan dejado atrás parte de su convencionalismo melancólico. En absoluto: estos dos años de trabajo sólo les han servido para reafirmarles en esos parámetros, de manera que cualquiera de los once temas que lo componen (trece en la edición deluxe) podría haber figurado en su álbum de debut. ¿Entonces? Pues desconozco cuántos temas habrán descartado antes de llegar al tracklist definitivo. Pero el caso es que la mayoría de ellos están a un nivel muy muy alto. Y ello esencialmente gracias a la valía de su composición. Pero es que, querido amigo, la inspiración a la hora de elegir las notas de la escala pentatónica sigue siendo la clave que distingue la buena música contemporánea.
Ya digo que "Crystal" es un tema demasiado anodino y una desacertada forma de arrancar el álbum. Pero la montaña rusa que comienza tras él asciende y asciende y parece que nunca va a bajar. La pendiente arranca con "Human", primer tema a dos voces (la habitual de Nanna Bryndís le cede el protagonismo a la de Ragnar Þórhallsson, el otro compositor principal de la banda): un medio tiempo intimista pero con cierta garra, con una bonita letra que contiene la frase que da título al álbum y el primero de los grandes estribillos de la banda apuntalan el tema. Prosigue con "Hunger", el cuarto sencillo, un tema más lento en su comienzo, que ya ha anticipado su gran carga sentimental merced a su inspirada melodía en las estrofas cuando entran el resto de los instrumentos. Aunque lo mejor es otro excelente estribillo, rematado tras casi cuatro minutos por una cautivadora parte instrumental que desemboca en una coda memorable ("I'm drowning, I'm drowning"). Sigue subiendo con "Wolves without teeth", cantada a dúo por Nanna y Ragnar, con toques folk y una percusión particularmente trabajada. Aunque su clave es su preciosa melodía, de la primera nota a la última, incluyendo uno de los mejores estribillos del álbum, que luce en todo su esplendor cuando lo repiten casi sin instrumentos cerca del final.
"Empire", quinto corte y tercer sencillo, es la cima de esa subida imparable y tal vez mi tema predilecto, con un comienzo vocal a cargo de Ragnar que da paso a ese precioso arpegio de guitarra con las notas del estribillo, ese formidable doble estribillo que pone los pelos de punto ("an empire for you, an empire for two"), y que desemboca en unos coreables "oohs". "Slow life", el tema más largo del álbum y sexto corte, les mantiene en lo más alto, con otras bonitas estrofas, otro melancólico estribillo y una preciosa coda de dos minutos sin cambiar de acordes pero que les permite exhibir toda su energía como banda, en la línea de los mejores Arcade Fire. Y "Organs", el séptimo corte, es una balada magistralmente cantada por Nanna con una preciosa letra de principio a fin sobre un fracaso amoroso (aunque con una última frase para la esperanza) y otra melodía de un extraordinario nivel, realzada por un certero cuarteto de cuerda.
"Black water", aun manteniendo el pabellón alto, es el primer descenso tras tantos temas inspirados seguidos: en esta oportunidad Ragnar canta unas estrofas intimistas que desembocan en un estribillo más luminoso interpretado por Nanna, aunque a la canción le falta crecer un poco conforme avance el minutaje. "Thousand eyes" sí que supone un bajón considerable; por así decirlo, es el tema más experimental del álbum: una gélida melodía apoyada por muy pocos instrumentos durante la primera mitad del minutaje, y un crescendo desasosegante durante la segunda. Tras este par de pequeños descensos el disco vuelve a remontar con "I of the storm", segundo sencillo y décimo corte, otra dosis de pura inspiración: las estrofas, los puentes y los estribillos poseen una gran carga emocional, la batería en las estrofas es original y hay incluso pequeños detalles electrónicos que enriquecen el tema en momentos puntuales. Y el último gran momento del álbum es "We sink", el tema que cierra la edición estándar. Que parte de un precioso arpegio de guitarra a lo Death Cab For Cutie, y que mediante otra certera progresión armónica desemboca en otro emocionante estribillo. Aunque lo mejor es el tramo del final que canta magistralmente Nanna ("I know that it's a waste of time...").
La edición deluxe se completa con dos temas adicionales, ninguno de ellos del nivel medio del álbum: "Backyard" es un tema cadencioso, con un toque atmosférico pero sin gancho. Y "Winter sound" es un tema muy en su estilo pero menor, con sus estrofas anodinas y un estribillo de acústica energía que sube el nivel pero no lo suficiente.
Sus detractores podrán argumentar que su producción es demasiado convencional, que se respira un aroma intimista y de fracaso en la gran mayoría de las canciones, que cuesta distinguir los temas entre sí, que tardan mucho tiempo en entregar nuevas creaciones... Yo mismo debo admitir que no es mi estilo predilecto, y que el día en que pierdan la inspiración compositiva estarán muestros. Pero lo que es incuestionable es que ocho temazos en tan sólo once canciones es un logro muy difícil de igualar. Así que candidatos al álbum del año. Quién lo iba a decir...
martes, 14 de julio de 2015
Florence + The Machine: "How big, how blue, how beautiful" (2015)
Si Florence + The Machine no existieran, habría que inventarlos. La banda capitaneada por la galesa Florence Welch es una de las propuestas más personales y al mismo tiempo talentosas del panorama musical internacional. Por eso tras casi cuatro años de silencio desde su segundo álbum, ese "Ceremonials" de 2011 con momentos formidables y otros simplemente correctos, es de agradecer que hace unas pocas semanas haya retornado con un nuevo disco. "How big, how blue, how beautiful" es el tercer álbum de su carrera, y el primero en el que el omnipresente Paul Epworth ha dejado paso a la producción de Markus Dravs, conocido sobre todo por sus trabajos para Arcade Fire. Un cambio sensible, que le ha restado a su sonido un punto de épica, le ha quitado protagonismo al arpa que tanta personalidad le daba a muchas de sus composiciones y posiblemente ha facilitado un mayor número de composiciones con más ritmo y más rockeras. Aunque el resultado final siga siendo brillante.
Eso sí, los álbumes de Florence + The Machine nunca se caracterizan por ser particularmente accesibles, y esta sensación es si cabe más acusada en "How big, how blue, how beautiful". Probablemente la primera escucha deje la sensación de que el grupo ha perdido la inspiración y con la excusa de un mayor acercamiento al rock se ha dejado llevar; es necesario darle al álbum varias oportunidades para que empiece a desplegar toda su carga emocional. A ello posiblemente contribuyan que los dos sencillos publicados hasta ahora, y también los dos primeros cortes del álbum, sean temas poco comerciales, aunque un buen reflejo del contenido del álbum: "Ship to wreck", segundo sencillo y tema que abre el disco, es un tema directo, rápido, con un punto a Chrissie Hynde, que permite a Florence exhibir toda la energía de sus cuerdas vocales, pero sin un estribillo tarareable y con una sensación de convencionalismo que lo aleja de la arrolladora personalidad de la banda y le resta puntos. Y "What kind of man", el tema que anticipó el álbum y segundo corte, sí que es una composición absolutamente personal, con ese primer minuto recomendable e intimista sostenido sólo por el teclado atmosférico de Isabella Summers y la voz de Welch, que sin previo aviso da paso a un poderoso tema de rock creado a partir de unos acordes interpretados por una guitarra distorsionada y a unos coros épicos. Pero una sección de viento un tanto cuestionable y una estructura demasiado poco convencional, con varios cambios de ritmo, la han alejado de convertirse en un éxito masivo.
El tercer corte es también el tema que da título al álbum: "How big, how blue, how beautiful". Éste sí es un tema 100% marca de la casa, con esa letra evocadora, ese comienzo parsimonioso y envolvente, esa producción abigarrada, esa bonita y variada melodía, ese cinematográfico minuto y medio instrumental con el que se cierra; no es de extrañar que dé título al álbum. Aunque para mí es todavía un punto superior "Queen of peace", otro tema absolutamente personal, que arranca con otro comienzo muy elaborado que da lugar a las mejores estrofas del álbum, plenas de esa sensibilidad tan difícil de conseguir, y que desembocan en un estribillo rebosante de energía. Aunque quizá la producción falle un tanto a la hora de hacer crecer el tema conforme avanza el minutaje. El quinto corte, "Various Storms & Saints" es otro excelente tema, oscuro y lento, con la voz de Florence menos arropada instrumentalmente (un arpegio de guitarra cumple esa función) pero cautivador con su derroche de tramos de melodías diferentes en distintas escalas.
La segunda joya del álbum es en mi opinión "Delilah", que desde su parsimonioso pero enérgico comienzo a tres voces atrapa con su fantástica progresión armónica, que acaba estallando en un ritmo trepidante y un estribillo, ahora sí, plenamente tarareable. Otro formidable tema es "Long and lost", alejado de los parámetros rápidos y rockeros por los que transita la mayor parte del álbum. Con un contrapunto entre una guitarra intermitente y la voz en este caso intimista y sensible de Florence, capaz de recorrer escalas con una naturalidad desconcertante. El octavo tema, "Caught", baja un poco el listón, por su mayor convencionalismo (me recuerda a las producciones de Jeff Lyne en los ochenta) y un estribillo menos inspirado que sus acertadas estrofas. "Third eye" es otro buen tema, del nivel de "Ship to wreck", con un comienzo que anticipa un nuevo himno, y una interesante guitarra acústica, pero al que le falla un poco el estribillo y el puente para situar al nivel de los mejores corte.
El penúltimo corte de la edición estándar, "St. Jude", es a mi modo de ver el tema más flojo del álbum, parsimonioso y sin magia. Afortunadamente el listón sube con el último corte, la larga "Mother", única contribución de Paul Epworth en la producción. Que nuevamente saca la vertiente rockera de Florence Welch, envolviéndola en trémolos y reminiscencias psicodélicas en los arreglos, en la letra y en el atmósferico tramo final. Y, como cabría esperar en un disco con tantas canciones inspiradas, los temas extra de la edición deluxe son también más que recomendables. "Hiding", quizá el tema más genuinamente pop del álbum, está construida sobre un precioso arpegio de piano, y es además uno de los cortes mejor producidos, enriqueciendo la canción con distintos guiños en la instrumentación y enlazando con maestría las diferentes partes. Al mismo nivel de las joyas del álbum se encuentra "Make up your mind", con su poderosa percusión desde el comienzo y su oscura y cautivadora progresión armónica, que desemboca sabiamente en un precioso y complejo estribillo, y al que pone la guinda un inesperado crescendo cerca del final. Y "Which witch", aparte de su elocuente título, apabulla con su atmósfera esotérica, casi de ceremonia colectiva de redención, con una instrumentación de un barroquismo sorprendente. Y eso que supuestamente es la versión demo del tema...
Una vez el melómano le ha cogido al punto a las canciones, "How big, how blue, how beatiful" se convierte en uno de esos álbumes que saltan casi sin querer de la estantería a nuestro reproductor favorito, y que crece, crece y sigue creciendo en nuestros oídos. Es cierto que no cuenta con sencillos comerciales, y que además la elección de los temas que lo han presentado en ese formato es cuestionable. Pero Florence + The Machine gozan de un merecido status de prestigio que les permite estos pequeños deslices si a cambio entregan un álbum de un excelente nivel medio. Como lo prueba que a pesar de su falta de comercialidad este disco acabe de llegar a lo más alto en las listas de ventas de E.E.U.U. y el Reino Unido. Y que para mí sea posiblemente el mejor en lo que llevamos de 2015, y con seguridad el mejor de su carrera. Así que la espera ha merecido la pena; ahora sólo cabe desear que les aguante la inspiración y las ganas de seguir marcando época.
Eso sí, los álbumes de Florence + The Machine nunca se caracterizan por ser particularmente accesibles, y esta sensación es si cabe más acusada en "How big, how blue, how beautiful". Probablemente la primera escucha deje la sensación de que el grupo ha perdido la inspiración y con la excusa de un mayor acercamiento al rock se ha dejado llevar; es necesario darle al álbum varias oportunidades para que empiece a desplegar toda su carga emocional. A ello posiblemente contribuyan que los dos sencillos publicados hasta ahora, y también los dos primeros cortes del álbum, sean temas poco comerciales, aunque un buen reflejo del contenido del álbum: "Ship to wreck", segundo sencillo y tema que abre el disco, es un tema directo, rápido, con un punto a Chrissie Hynde, que permite a Florence exhibir toda la energía de sus cuerdas vocales, pero sin un estribillo tarareable y con una sensación de convencionalismo que lo aleja de la arrolladora personalidad de la banda y le resta puntos. Y "What kind of man", el tema que anticipó el álbum y segundo corte, sí que es una composición absolutamente personal, con ese primer minuto recomendable e intimista sostenido sólo por el teclado atmosférico de Isabella Summers y la voz de Welch, que sin previo aviso da paso a un poderoso tema de rock creado a partir de unos acordes interpretados por una guitarra distorsionada y a unos coros épicos. Pero una sección de viento un tanto cuestionable y una estructura demasiado poco convencional, con varios cambios de ritmo, la han alejado de convertirse en un éxito masivo.
El tercer corte es también el tema que da título al álbum: "How big, how blue, how beautiful". Éste sí es un tema 100% marca de la casa, con esa letra evocadora, ese comienzo parsimonioso y envolvente, esa producción abigarrada, esa bonita y variada melodía, ese cinematográfico minuto y medio instrumental con el que se cierra; no es de extrañar que dé título al álbum. Aunque para mí es todavía un punto superior "Queen of peace", otro tema absolutamente personal, que arranca con otro comienzo muy elaborado que da lugar a las mejores estrofas del álbum, plenas de esa sensibilidad tan difícil de conseguir, y que desembocan en un estribillo rebosante de energía. Aunque quizá la producción falle un tanto a la hora de hacer crecer el tema conforme avanza el minutaje. El quinto corte, "Various Storms & Saints" es otro excelente tema, oscuro y lento, con la voz de Florence menos arropada instrumentalmente (un arpegio de guitarra cumple esa función) pero cautivador con su derroche de tramos de melodías diferentes en distintas escalas.
La segunda joya del álbum es en mi opinión "Delilah", que desde su parsimonioso pero enérgico comienzo a tres voces atrapa con su fantástica progresión armónica, que acaba estallando en un ritmo trepidante y un estribillo, ahora sí, plenamente tarareable. Otro formidable tema es "Long and lost", alejado de los parámetros rápidos y rockeros por los que transita la mayor parte del álbum. Con un contrapunto entre una guitarra intermitente y la voz en este caso intimista y sensible de Florence, capaz de recorrer escalas con una naturalidad desconcertante. El octavo tema, "Caught", baja un poco el listón, por su mayor convencionalismo (me recuerda a las producciones de Jeff Lyne en los ochenta) y un estribillo menos inspirado que sus acertadas estrofas. "Third eye" es otro buen tema, del nivel de "Ship to wreck", con un comienzo que anticipa un nuevo himno, y una interesante guitarra acústica, pero al que le falla un poco el estribillo y el puente para situar al nivel de los mejores corte.
El penúltimo corte de la edición estándar, "St. Jude", es a mi modo de ver el tema más flojo del álbum, parsimonioso y sin magia. Afortunadamente el listón sube con el último corte, la larga "Mother", única contribución de Paul Epworth en la producción. Que nuevamente saca la vertiente rockera de Florence Welch, envolviéndola en trémolos y reminiscencias psicodélicas en los arreglos, en la letra y en el atmósferico tramo final. Y, como cabría esperar en un disco con tantas canciones inspiradas, los temas extra de la edición deluxe son también más que recomendables. "Hiding", quizá el tema más genuinamente pop del álbum, está construida sobre un precioso arpegio de piano, y es además uno de los cortes mejor producidos, enriqueciendo la canción con distintos guiños en la instrumentación y enlazando con maestría las diferentes partes. Al mismo nivel de las joyas del álbum se encuentra "Make up your mind", con su poderosa percusión desde el comienzo y su oscura y cautivadora progresión armónica, que desemboca sabiamente en un precioso y complejo estribillo, y al que pone la guinda un inesperado crescendo cerca del final. Y "Which witch", aparte de su elocuente título, apabulla con su atmósfera esotérica, casi de ceremonia colectiva de redención, con una instrumentación de un barroquismo sorprendente. Y eso que supuestamente es la versión demo del tema...
Una vez el melómano le ha cogido al punto a las canciones, "How big, how blue, how beatiful" se convierte en uno de esos álbumes que saltan casi sin querer de la estantería a nuestro reproductor favorito, y que crece, crece y sigue creciendo en nuestros oídos. Es cierto que no cuenta con sencillos comerciales, y que además la elección de los temas que lo han presentado en ese formato es cuestionable. Pero Florence + The Machine gozan de un merecido status de prestigio que les permite estos pequeños deslices si a cambio entregan un álbum de un excelente nivel medio. Como lo prueba que a pesar de su falta de comercialidad este disco acabe de llegar a lo más alto en las listas de ventas de E.E.U.U. y el Reino Unido. Y que para mí sea posiblemente el mejor en lo que llevamos de 2015, y con seguridad el mejor de su carrera. Así que la espera ha merecido la pena; ahora sólo cabe desear que les aguante la inspiración y las ganas de seguir marcando época.
sábado, 20 de junio de 2015
Brandon Flowers: "The Desired Effect" (2015)
El líder de The Killers parece sin terminar de encontrar su camino desde que su banda toco el cielo con aquel formidable "Day and age" (2008). Justo entonces, cuando The Killers estaban en lo más alto, Flowers interrumpió la andadura del grupo para publicar su debut en solitario, ese "Flamingo" (2010) que intercalaba algún momento brillante en un material bastante disperso y de irregular inspiración. Tras ese inoportuno interludio The Killers intentaron recuperar la inercia del éxito creativo y comercial, pero su "Battle born" de 2012 resultó ser de lejos su peor disco hasta la fecha, como ya reflejé en este mismo blog. Y no sólo dejó la puerta abierta a múltiples especulaciones sobre el futuro de la banda, sino que puso más difícil a Brandon recuperar su carrera en solitario. Tal vez por eso Flowers haya tardado casi tres años en darle continuidad al proyecto. Aunque desgraciadamente este "The desired effect", vuelve a quedarse a medio camino, sin definir del todo su estilo ni dar con la tecla que sitúe al grueso de sus temas en la senda de la calidad.
Sólo así puede entenderse que tras todo este tiempo el álbum contenga sólo diez temas y dure menos de cuarenta minutos. Es decir, lo mínimo para poder hablar de un retorno como tal. Ni siquiera la habitual edición deluxe aumenta en esta ocasión en demasía la oferta: únicamente dos temas adicionales. Con lo que el margen para temas menos afortunados es mínimo. Y sin embargo, a pesar de su corta extensión es difícil definir el estilo del álbum, que intenta arrimarse a muchos géneros diferentes con la voz de Brandon y el eclecticisimo de Ariel Rechtshaid a la producción como únicos elementos en común. Por intentar encontrar un denominador común a su contenido, lo calificaré de "ochentero", pues la mayoría de sus temas nos retrotraen a esa década de contrastes entre grandes canciones y grandes fiascos.
El comienzo del álbum es razonablemente alentador: "Dreams come true" no es una gran canción, pero el derroche de su sección de viento, su fastuosidad típica de Las Vegas y algna frase inesperada ("I don't waste my time, on "Where do I park the car?") hacen concebir la esperanza de un contenido brillante. El segundo corte fue también el primer sencillo, una elección en mi opinión muy acertada porque "Can't deny my love" es el tema más logrado del álbum. Un tema que sin poder catalogarse como synth-pop me recuerda en su poderoso estribillo a los primeros Pet Shop Boys, de los que Flowers es un admirador confeso (debe de ser por ese teclado orchestra hit que lo adorna), aunque con algún fraseo rápido muy en la línea de lo que en los últimos tiempos han hecho las Haim. El tercer corte y cuarto sencillo, "I can change" es, aunque su angelical comienzo no lo anticipe, una recreación un tanto embarullada del maravilloso "Smalltown boy" de los Bronski Beat. Eso sí, con una melodía diferente y una progresión armónica que a veces coincide con la de la original y a veces la cambia en una variante más agresiva. Pero claro, Flowers no es tan buen cantante como Somerville, ni el resultado es tan limpio, ni por supuesto la letra es tan brillante, por lo que el tema entretiene pero queda lejos de mejorar el original.
"Still want you" fue el cuestionable segundo sencillo, un tema relativamente lento y aun así bastante corto, con la ambientación hawaiana como mejor reclamo. "Between me and you" es la primera balada del disco, y podría encajar dentro del repertorio de lentos de The Killers, que nunca fueron su punto fuerte. Aunque debo reconocer la producción de Rechtshaid extrae todo lo que es posible extraer del tema. "Lonely town", el siguiente corte y tercer sencillo, sube razonablemente el nivel, con ese sonido a base de sintetizadores ochenteros y unas estrofas elegantes que tras casi dos minutos desembocan en un inesperado estribillo con toques gospel muy efectivo. Lo que sucede es que el álbum vuelve a decaer con "Diggi' up the heart", que me recuerda poderosamente a los devaneos electrónicos del pasteloso Billy Joel en la segunda mitad de los ochenta. "Never get you right" es de un nivel parecido, otro tema más bien lento bien producido pero sin ninguna parte que la saque de lo anodino. El penúltimo corte, "Untangled love" es, a pesar de su lento comienzo, el "tema más Killers" del disco, rápido, directo y hasta guitarrero, el estribillo está construido en dos partes con progresiones armónicas diferentes, la segunda de las cuales, a modo de coda, resulta interesante, y la parte nueva sí que recuerda a los habituales giros de la banda de Las Vegas.
Y así, en treinta y cuatro irregulares minutos, nos plantamos en el tema que cierra el disco, "The Way It's Always Been", que pretende ocupar el lugar del típico tema sentimental, más bien lento y menos ornamentado que suele cerrar tantos y tantos álbumes. No es tampoco un mal tema, pero Rechtshaid está en esta oportunidad poco inspirado, por lo que al resultado le falta un poco de apoteosis para lograr lo que pretende (de hecho la versión en directo de la que adjunto el enlace, con solo una guitarra acústica en toda su extensión normal, y dos minutos de coda adicionales con todos los músicos, saca mucho más partido a la composición y a la voz de Flowers).
En resumen, un par de grandes canciones bien escogidas como sencillos, y otros dos o tres temas a los que les falta un peldaño para llegar a ese nivel. Un balance similar al de su álbum de debut y demasiado escaso para dar un espaldarazo claro a su carrera en solitario, a pesar de que en el Reino Unido el álbum ha vuelto a llegar al número uno en listas. Así que habrá que ver cuál es el siguiente movimiento de Flowers. Porque no lo tiene fácil.
Sólo así puede entenderse que tras todo este tiempo el álbum contenga sólo diez temas y dure menos de cuarenta minutos. Es decir, lo mínimo para poder hablar de un retorno como tal. Ni siquiera la habitual edición deluxe aumenta en esta ocasión en demasía la oferta: únicamente dos temas adicionales. Con lo que el margen para temas menos afortunados es mínimo. Y sin embargo, a pesar de su corta extensión es difícil definir el estilo del álbum, que intenta arrimarse a muchos géneros diferentes con la voz de Brandon y el eclecticisimo de Ariel Rechtshaid a la producción como únicos elementos en común. Por intentar encontrar un denominador común a su contenido, lo calificaré de "ochentero", pues la mayoría de sus temas nos retrotraen a esa década de contrastes entre grandes canciones y grandes fiascos.
El comienzo del álbum es razonablemente alentador: "Dreams come true" no es una gran canción, pero el derroche de su sección de viento, su fastuosidad típica de Las Vegas y algna frase inesperada ("I don't waste my time, on "Where do I park the car?") hacen concebir la esperanza de un contenido brillante. El segundo corte fue también el primer sencillo, una elección en mi opinión muy acertada porque "Can't deny my love" es el tema más logrado del álbum. Un tema que sin poder catalogarse como synth-pop me recuerda en su poderoso estribillo a los primeros Pet Shop Boys, de los que Flowers es un admirador confeso (debe de ser por ese teclado orchestra hit que lo adorna), aunque con algún fraseo rápido muy en la línea de lo que en los últimos tiempos han hecho las Haim. El tercer corte y cuarto sencillo, "I can change" es, aunque su angelical comienzo no lo anticipe, una recreación un tanto embarullada del maravilloso "Smalltown boy" de los Bronski Beat. Eso sí, con una melodía diferente y una progresión armónica que a veces coincide con la de la original y a veces la cambia en una variante más agresiva. Pero claro, Flowers no es tan buen cantante como Somerville, ni el resultado es tan limpio, ni por supuesto la letra es tan brillante, por lo que el tema entretiene pero queda lejos de mejorar el original.
"Still want you" fue el cuestionable segundo sencillo, un tema relativamente lento y aun así bastante corto, con la ambientación hawaiana como mejor reclamo. "Between me and you" es la primera balada del disco, y podría encajar dentro del repertorio de lentos de The Killers, que nunca fueron su punto fuerte. Aunque debo reconocer la producción de Rechtshaid extrae todo lo que es posible extraer del tema. "Lonely town", el siguiente corte y tercer sencillo, sube razonablemente el nivel, con ese sonido a base de sintetizadores ochenteros y unas estrofas elegantes que tras casi dos minutos desembocan en un inesperado estribillo con toques gospel muy efectivo. Lo que sucede es que el álbum vuelve a decaer con "Diggi' up the heart", que me recuerda poderosamente a los devaneos electrónicos del pasteloso Billy Joel en la segunda mitad de los ochenta. "Never get you right" es de un nivel parecido, otro tema más bien lento bien producido pero sin ninguna parte que la saque de lo anodino. El penúltimo corte, "Untangled love" es, a pesar de su lento comienzo, el "tema más Killers" del disco, rápido, directo y hasta guitarrero, el estribillo está construido en dos partes con progresiones armónicas diferentes, la segunda de las cuales, a modo de coda, resulta interesante, y la parte nueva sí que recuerda a los habituales giros de la banda de Las Vegas.
Y así, en treinta y cuatro irregulares minutos, nos plantamos en el tema que cierra el disco, "The Way It's Always Been", que pretende ocupar el lugar del típico tema sentimental, más bien lento y menos ornamentado que suele cerrar tantos y tantos álbumes. No es tampoco un mal tema, pero Rechtshaid está en esta oportunidad poco inspirado, por lo que al resultado le falta un poco de apoteosis para lograr lo que pretende (de hecho la versión en directo de la que adjunto el enlace, con solo una guitarra acústica en toda su extensión normal, y dos minutos de coda adicionales con todos los músicos, saca mucho más partido a la composición y a la voz de Flowers).
En resumen, un par de grandes canciones bien escogidas como sencillos, y otros dos o tres temas a los que les falta un peldaño para llegar a ese nivel. Un balance similar al de su álbum de debut y demasiado escaso para dar un espaldarazo claro a su carrera en solitario, a pesar de que en el Reino Unido el álbum ha vuelto a llegar al número uno en listas. Así que habrá que ver cuál es el siguiente movimiento de Flowers. Porque no lo tiene fácil.
sábado, 30 de mayo de 2015
Death Cab For Cutie: "Kintsugi" (2015)
Justo cuando se confirmaba que los estadounidenses Death Cab For Cutie estaban prontos a terminar su octavo álbum de estudio, su guitarrista principal y cofundador Chris Walla anunciaba que dejaría la banda tan pronto cuando el disco estuviera completado. Este acontecimiento, aparte de un golpe en la línea de flotación en la banda, daba a entrever fuertes tensiones durante la grabación y probablemente un disco no del gusto de todos los miembros. En otras palabras, un álbum menor y quizá el punto final para una de las bandas más talentosas e inspiradas en lo que llevamos de siglo. Esa fue al menos la expectativa con la que afronté la escucha de "Kintsugi" cuando vio la luz hace unas cuantas semanas. Pero la sorpresa es que, sin ser el mejor álbum de su carrera ni contener grandes sorpresas, sí que resulta superior a sus dos entregas anteriores ("Narrow stairs" del 2008 y "Codes and keys" del 2015), y contiene varias de las mejores composiciones de la banda.
A ello contribuyen de manera decisiva dos factores: el primero, que por primera vez en su carrera han contado con un productor externo para orientar y enriquecer su sonido. Y la labor de Rich Costey no puede ser más meritoria: todos los temas están explotados al máximo, enriquecidos para la ocasión con unos ornamentos imaginativos y originales que sin embargo no le restan personalidad alguna a la banda; y el segundo, que la banda retoma una costumbre en desuso en estas últimas décadas: colocar las mejores canciones todas seguidas desde el comienzo del disco. Con lo cual el álbum vence el escepticismo inicial del melómano, y aunque se vaya desinflando gradualmente hasta el final, la valoración es ya positiva.
Tanto es así que los cuatro sencillos que, en un intervalo de tiempo muy corto, se han extraído de Kintsugi", son precisamente las cuatro primeras canciones del disco. Lo que refleja que los artistas son mucho menos ingenuos de lo que pretenden, y que cuando tienen el control sobre qué canciones resaltar de sus álbums, lo tienen muy claro. Así, el álbum se abre con "No room in frame", en el que los efectos introducidos por Costey dan lugar a una bonita estrofa que, sin embargo, no hace presiagiar el formidable estribillo, con el intimismo y la sensibilidad que a veces bordan, y que es enriquecido en cada repetición con nuevos adornos y diferentes arpegios hasta ser rematado por un precioso crescendo instrumental de guitarras. Mejor es, si cabe, el segundo corte y primer sencillo del álbum: "Black sun" es una de las candidatas claras a mejor tema de 2015, un medio tiempo desasogante con una formidable progresión armónica en todas sus partes, enriquecido con su extraña letra llena de imágenes y metáforas, lleno de imaginación a la hora de instrumentar cada uno de los estribillos de manera diferente, y un maravilloso solo de guitarra ultra-distorsionada que pone los pelos de punta. "The Ghosts of Beverly Drive" es casi tan bueno, un tema más rápido que recuerda a los momentos más rockeros y directos de "Narrow stairs" en las estrofas, pero que en seguida da lugar a un excelente intervalo instrumental de lo que más tarde será el estribillo, con ese "I don't know why" plenamente coreable. Y el póker de temazos se remata con "Little Wanderer", quizá mi favorito de los cuatro, una historia de un amor imposible por la distancia que realza la fantástica progresión armónica, la maravillosa guitarra principal, esas armonías cargadas de sensibilidad tan inalcanzables para la mayoría de compositores y con las que Ben Gibbard aún consigue fascinarnos y una producción impresionante, que hace crecer el tema con una naturalidad apabullante y siempre cambiante. Una auténtica joya.
Está claro que mantener el nivel después de estas cuatro maravillas era misión imposible, pero es que las sucesivas escuchas de las siete canciones restantes no permite añadir ningún tema adicional al elenco. Quizá en uno de sus álbumes más flojos el quinto tema, la lenta, relativamente acústica, de tonos graves e introspectiva "You've Haunted Me All My Life" hubiera sido uno de sus puntos álgidos, pero aquí solamente cubre el expediente. Y el octavo corte, "Good Help (Is So Hard to Find)" parece la actualización de su "You are a tourist", por su ritmo binario marcado y sus guitarras de reminiscencias funky, que lo convierten en uno de los temas más bailables de su carrera, impresión realzada además por su estribillo colorido. Aunque posiblemente el mérito de que resulte un tema efectivo en su cometido sea más de la producción de Costey que de la propia composición.
El resto sólo merecen frente a las anteriores el calificativo de composiciones de relleno. Por su falta de inspiración (la balada acústica "Hold No Guns"), por recorrer senderos ya muy transitados pero sin la inspiración suficiente ("Everything's a Ceiling"), por su melodía repetitiva y falta de personalidad ("El Dorado"), por su dosis de experimentación etérea a costa de la creatividad ("Ingenue"), o por comenzar con expectativas de gran balada y hacerla fracasar a base de repetir hasta el infinito las mismas notas de los dos primeros versos ("Binary sea"). Todos ellos temas correctos, que se dejan escuchar, pero difíciles de rememorar frente a los del comienzo.
Así que el último álbum con la composición habitual de la banda (y esperemos que no el último que publiquen) deja sensaciones encontradas. Porque no se acerca a "Plans" (2005), el disco más redondo de su carrera, pero sí que contiene cuatro maravillas para contentar a todos los fans que han esperado estos cuatro años. Lo que a estas alturas de su trayectoria y teniendo en cuenta la marcha de Walla tras la grabación del álbum, parece un balance más que suficiente para recomendar la escucha de este disco. O al menos de sus primeros diecisiete minutos...
A ello contribuyen de manera decisiva dos factores: el primero, que por primera vez en su carrera han contado con un productor externo para orientar y enriquecer su sonido. Y la labor de Rich Costey no puede ser más meritoria: todos los temas están explotados al máximo, enriquecidos para la ocasión con unos ornamentos imaginativos y originales que sin embargo no le restan personalidad alguna a la banda; y el segundo, que la banda retoma una costumbre en desuso en estas últimas décadas: colocar las mejores canciones todas seguidas desde el comienzo del disco. Con lo cual el álbum vence el escepticismo inicial del melómano, y aunque se vaya desinflando gradualmente hasta el final, la valoración es ya positiva.
Tanto es así que los cuatro sencillos que, en un intervalo de tiempo muy corto, se han extraído de Kintsugi", son precisamente las cuatro primeras canciones del disco. Lo que refleja que los artistas son mucho menos ingenuos de lo que pretenden, y que cuando tienen el control sobre qué canciones resaltar de sus álbums, lo tienen muy claro. Así, el álbum se abre con "No room in frame", en el que los efectos introducidos por Costey dan lugar a una bonita estrofa que, sin embargo, no hace presiagiar el formidable estribillo, con el intimismo y la sensibilidad que a veces bordan, y que es enriquecido en cada repetición con nuevos adornos y diferentes arpegios hasta ser rematado por un precioso crescendo instrumental de guitarras. Mejor es, si cabe, el segundo corte y primer sencillo del álbum: "Black sun" es una de las candidatas claras a mejor tema de 2015, un medio tiempo desasogante con una formidable progresión armónica en todas sus partes, enriquecido con su extraña letra llena de imágenes y metáforas, lleno de imaginación a la hora de instrumentar cada uno de los estribillos de manera diferente, y un maravilloso solo de guitarra ultra-distorsionada que pone los pelos de punta. "The Ghosts of Beverly Drive" es casi tan bueno, un tema más rápido que recuerda a los momentos más rockeros y directos de "Narrow stairs" en las estrofas, pero que en seguida da lugar a un excelente intervalo instrumental de lo que más tarde será el estribillo, con ese "I don't know why" plenamente coreable. Y el póker de temazos se remata con "Little Wanderer", quizá mi favorito de los cuatro, una historia de un amor imposible por la distancia que realza la fantástica progresión armónica, la maravillosa guitarra principal, esas armonías cargadas de sensibilidad tan inalcanzables para la mayoría de compositores y con las que Ben Gibbard aún consigue fascinarnos y una producción impresionante, que hace crecer el tema con una naturalidad apabullante y siempre cambiante. Una auténtica joya.
Está claro que mantener el nivel después de estas cuatro maravillas era misión imposible, pero es que las sucesivas escuchas de las siete canciones restantes no permite añadir ningún tema adicional al elenco. Quizá en uno de sus álbumes más flojos el quinto tema, la lenta, relativamente acústica, de tonos graves e introspectiva "You've Haunted Me All My Life" hubiera sido uno de sus puntos álgidos, pero aquí solamente cubre el expediente. Y el octavo corte, "Good Help (Is So Hard to Find)" parece la actualización de su "You are a tourist", por su ritmo binario marcado y sus guitarras de reminiscencias funky, que lo convierten en uno de los temas más bailables de su carrera, impresión realzada además por su estribillo colorido. Aunque posiblemente el mérito de que resulte un tema efectivo en su cometido sea más de la producción de Costey que de la propia composición.
El resto sólo merecen frente a las anteriores el calificativo de composiciones de relleno. Por su falta de inspiración (la balada acústica "Hold No Guns"), por recorrer senderos ya muy transitados pero sin la inspiración suficiente ("Everything's a Ceiling"), por su melodía repetitiva y falta de personalidad ("El Dorado"), por su dosis de experimentación etérea a costa de la creatividad ("Ingenue"), o por comenzar con expectativas de gran balada y hacerla fracasar a base de repetir hasta el infinito las mismas notas de los dos primeros versos ("Binary sea"). Todos ellos temas correctos, que se dejan escuchar, pero difíciles de rememorar frente a los del comienzo.
Así que el último álbum con la composición habitual de la banda (y esperemos que no el último que publiquen) deja sensaciones encontradas. Porque no se acerca a "Plans" (2005), el disco más redondo de su carrera, pero sí que contiene cuatro maravillas para contentar a todos los fans que han esperado estos cuatro años. Lo que a estas alturas de su trayectoria y teniendo en cuenta la marcha de Walla tras la grabación del álbum, parece un balance más que suficiente para recomendar la escucha de este disco. O al menos de sus primeros diecisiete minutos...
domingo, 24 de mayo de 2015
Madonna: "Rebel heart" (2015)
A sus 57 años, la reina del pop sigue acudiendo con puntualidad a su cita con la creación musical. Menos de 3 años después del irregular y un tanto fallido "MDNA", en diciembre pasado nos desveló los seis primeros temas de lo que, hace un par de meses, se ha convertido en su decimotercer álbum de estudio. "Rebel heart" nos presenta a la diva con unas cuerdas vocales en buena forma, y tan esforzada por mantenerse en la brecha como siempre. Por ello sus cuatro colaboradores principales en la composición y la producción a lo largo del álbum son Diplo, Avicii, Kayne West y el compositor y productor Toby Gad. Cada uno en su estilo e idiosincrasia, pero todos ellos nombres de referencia en el panorama musical contemporáneo de estas últimas temporadas. El resultado es un álbum tremendamente largo (nada menos que 25 temas si a los 14 de la edición estándar sumamos las 11 nuevas composiciones de las distintas ediciones deluxe), mucho menos enfocado a las pistas de baile que sus tres entregas anteriores, y tan irregular como cabría esperar de unos colaboradores cuya fama es en mi opinión superior a su talento.
El álbum se abre con el primer sencillo y pretendido tema estrella del disco, ese "Living for love" que ya seleccioné en mi lista de mejores canciones de 2014, y que bajo el paraguas de Diplo nos presenta un tema bailable sobre el que se despliega una melodía clásica de la diva, sabiamente aderezada con una instrumentación de plena actualidad (un poco espartana para mi gusto) y unas briznas de gospel, que sin llegar a la categoría de clásico en su repertorio, podrá aparecer en su gira sin desmerecer de ellos. Le sigue "Devil pray", en mi opinión el mejor tema del álbum, un medio tiempo con una letra impactante y mordaz a tono con el título, y en el que Avicii baja las revoluciones y recurre a una certera guitarra acústica para resaltar la notable progresión armónica y equilibrar la parafernalia electrónica. Aunque el estribillo deficiente casi echa por tierra el resultado con sus simplones dos acordes y sus voces masculinas distorsionadas (menos mal que no se repite muchas veces). El tercer tema, "Ghosttown", es también el segundo sencillo, otro medio tiempo más luminoso y de pop "neutro", que me recuerda a "Rain", porque desempeña un rol similar en "Rebel heart" al que representaba aquél en un álbum tan escaso de momentos genuinamente pop como "Erotica". No es un temazo, pero cumple con su cometido.
"Unapologetic bitch" es probablemente la primera concesión al dub en la carrera de la Ciccione. De la mano de Diplo, esta especie de reggae del siglo XXI desentona menos de lo que cabría esperar y resulta relativamente efectivo gracias a su meritorio estribillo (vulgarismo incluido). Desgraciadamente, con "Illuminati" iniciamos la lista de momentos prescindibles del álbum: la primera aportación de Kayne West mantiene un nivel correcto en una de sus partes (podríamos llamarle el puente de la estrofa al estribillo) pero el resto de esta canción dedicada a la influyente secta norteamericana naufraga entre guiños y efectos sin una verdadera composición que la sostenga. Si cabe más prescindible aún es "Bitch I'm Madonna", con la colaboración de la irritante y carente de todo talento Nicki Minaj: un tema que podría haber firmado a solas la segunda por su estilo, sin apenas armonías ni musicalidad y sí el típico intervalo instrumental hiper-simple, paradigma de la falta de creatividad de las últimas temporadas.
Si resistimos a estos dos resbalones, nos toparemos con el mejor tramo del álbum, deudor de momentos clave en la carrera de la diva. Que se inicia con "Hold tight", un tema atmosférico, envolvente y con un punto de épica que recuerda claramente a la certera ambientación que creó William Orbit para Madonna en su álbum "Ray of light", con una melodía equiparable a la de muchos de los buenos momentos del mismo. Que continúa con "Joan of Arc", un tema claramente acústico en sus orígenes, que nos retrotrae a los estupendos momentos de pop delicado que enriquecían "American life", con una progresión armónica y un doble estribillo más que notable aunque sin la fantasía desbordante en la producción que aportó Mirwais. Y que se cierra con "Iconic", el que debería haber sido el mejor tema del disco, en la senda plenamente discotequera de "Confessions on a dancefloor" gracias a una excelente progresión armónica y a una melodía por momentos excepcional, pero que de manera absurda renuncia al ritmo binario y al bombo preeminente para rematar su subyugante crescendo en un ridículo estribillo a mitad de beats y carente de toda musicalidad (otra concesión innecesaria a las modas más absurdas) y terminar por hundirlo con intervalo rapeado sin sustancia alguna.
"HeartBreakCity" es un medio tiempo correcto co-escrito junto a Avicii, con un toque melodramático que posiblemente habría sido más apropiado al final del álbum. "Body Shop" es el tercer tema en el que merece la pena pulsar el botón de "forward", un tema pop cursi y amanerado en el que Tobi Gad naufraga espectacularmente. Mejor también saltarse "Holy water", producida por West y que amaga con ser un tema de puro trance al comienzo pero al que nuevamente la concesión a las modas lo convierten en una composición ralentizada, fría y con un estribillo cargante. "Inside Out" sube un poco el listón, a pesar de que sigue sin acelerar el tempo para salir de la monotonía rítmica que preside el disco, pero su estribillo recurre a una progresión armónica tan gastada en infinidad de temas como efectiva. Y "Wash All Over Me" le permite a Avicii cerrar el álbum con una balada construida a base de un inevitable piano, pero con un despliegue de detalles en cada tramo no siempre evidentes que la hace original: sólo le falla una melodía que no acaba de emocionar, aunque el estribillo evita que sea un tema fallido.
Entre los once temas adicionales de la edición deluxe más completa no encontraremos ninguna joya destinada a convertirse en clásico oculto de la diva. Pero sí que nos toparemos con cuatro temas que deberían haber reemplazado a los cuatro en los que he sugerido pulsar el botón de forward: "Messiah" es una nueva balada firmada por Avicii, más espartana en la instrumentación que sus compañeras de la edición original, pero con una progresión armónica introspectiva y con más gancho y sobre todo una melodía más redonda que aquellas. "Rebel heart" es curiosamente el tema que da título al disco (llama la atención, pues, que no forme parte de la edición estándar), y que juega las bazas de una letra obviamente autobiográfica en la que Madonna nos explica cómo logró encontrarse a sí misma y una guitarra acústica para crear un tema pop sosegado y limpio. "Beautiful scars" parece haberse fijado en el revival setentero de los últimos Daft Punk para entregar un tema que nos retrotrae al sonido philly de hace casi cuarenta años, con sus violines y su bajo slap, aportando una nota de color y vivacidad a un disco demasiado lento. Y especialmente "Addicted", que podría haber figurado sin desmerecer en "Confessions on a dancefloor", un sabio equilibrio entre guitarras, melodía, sintetizadores estridentes y un ritmo sencillo, menos deudor de las últimas tendencias y más efectivo que la mayoría de ellas.
Del resto, citar la letra de la si cabe más autobiográfica y auto-suficiente "Veni vidi vici", en la que la diva se muestra a sí misma como una artista plena de éxito y recurre a los títulos de muchos de sus clásicos para argumentar las razones del mismo, y acaba con la progresión armónica de su mítico "Holiday". También la broma de "Autotune baby", que es efectivamente eso, un tema construido a través de los llantos post-procesados de un bebé. "S.E.X.", su acercamiento veinte años después a la senda de "Justify my love" y "Erotica". Y "Borrowed time", el enésimo medio-tiempo de pop correcto y con confesiones autobiográficas pero carente de la suficiente chispa.
Por la reseña individual de cada uno de los temas puede dar la impresión de que "Rebel heart" es un álbum peor de lo que en realidad es. Le sobra minutaje incluso a la edición estándar, la selección de los catorce temas no es en absoluto acertada, se abusa de los medios tiempos y de los estribillos sin musicalidad y falta al menos un auténtico tema de bandera que se pueda convertir en clásico. Pero seleccionándolos convenientemente hay suficiente material para construir un álbum decente, superior a su fallido "MDNA" y relativamente disfrutable de principio a fin. Y no podemos descartar que una remezcla inspirada de "Devil pray" o "Iconic" los rescate y convierta en clásicos inesperados, pues tienen mimbres para ello. Si no, "Rebel heart" quedará como un álbum correcto sin más, y me temo que dentro de una década nadie se acordará de citar este álbum a la hora de reseñar la discografía de la Ciccione.
El álbum se abre con el primer sencillo y pretendido tema estrella del disco, ese "Living for love" que ya seleccioné en mi lista de mejores canciones de 2014, y que bajo el paraguas de Diplo nos presenta un tema bailable sobre el que se despliega una melodía clásica de la diva, sabiamente aderezada con una instrumentación de plena actualidad (un poco espartana para mi gusto) y unas briznas de gospel, que sin llegar a la categoría de clásico en su repertorio, podrá aparecer en su gira sin desmerecer de ellos. Le sigue "Devil pray", en mi opinión el mejor tema del álbum, un medio tiempo con una letra impactante y mordaz a tono con el título, y en el que Avicii baja las revoluciones y recurre a una certera guitarra acústica para resaltar la notable progresión armónica y equilibrar la parafernalia electrónica. Aunque el estribillo deficiente casi echa por tierra el resultado con sus simplones dos acordes y sus voces masculinas distorsionadas (menos mal que no se repite muchas veces). El tercer tema, "Ghosttown", es también el segundo sencillo, otro medio tiempo más luminoso y de pop "neutro", que me recuerda a "Rain", porque desempeña un rol similar en "Rebel heart" al que representaba aquél en un álbum tan escaso de momentos genuinamente pop como "Erotica". No es un temazo, pero cumple con su cometido.
"Unapologetic bitch" es probablemente la primera concesión al dub en la carrera de la Ciccione. De la mano de Diplo, esta especie de reggae del siglo XXI desentona menos de lo que cabría esperar y resulta relativamente efectivo gracias a su meritorio estribillo (vulgarismo incluido). Desgraciadamente, con "Illuminati" iniciamos la lista de momentos prescindibles del álbum: la primera aportación de Kayne West mantiene un nivel correcto en una de sus partes (podríamos llamarle el puente de la estrofa al estribillo) pero el resto de esta canción dedicada a la influyente secta norteamericana naufraga entre guiños y efectos sin una verdadera composición que la sostenga. Si cabe más prescindible aún es "Bitch I'm Madonna", con la colaboración de la irritante y carente de todo talento Nicki Minaj: un tema que podría haber firmado a solas la segunda por su estilo, sin apenas armonías ni musicalidad y sí el típico intervalo instrumental hiper-simple, paradigma de la falta de creatividad de las últimas temporadas.
Si resistimos a estos dos resbalones, nos toparemos con el mejor tramo del álbum, deudor de momentos clave en la carrera de la diva. Que se inicia con "Hold tight", un tema atmosférico, envolvente y con un punto de épica que recuerda claramente a la certera ambientación que creó William Orbit para Madonna en su álbum "Ray of light", con una melodía equiparable a la de muchos de los buenos momentos del mismo. Que continúa con "Joan of Arc", un tema claramente acústico en sus orígenes, que nos retrotrae a los estupendos momentos de pop delicado que enriquecían "American life", con una progresión armónica y un doble estribillo más que notable aunque sin la fantasía desbordante en la producción que aportó Mirwais. Y que se cierra con "Iconic", el que debería haber sido el mejor tema del disco, en la senda plenamente discotequera de "Confessions on a dancefloor" gracias a una excelente progresión armónica y a una melodía por momentos excepcional, pero que de manera absurda renuncia al ritmo binario y al bombo preeminente para rematar su subyugante crescendo en un ridículo estribillo a mitad de beats y carente de toda musicalidad (otra concesión innecesaria a las modas más absurdas) y terminar por hundirlo con intervalo rapeado sin sustancia alguna.
"HeartBreakCity" es un medio tiempo correcto co-escrito junto a Avicii, con un toque melodramático que posiblemente habría sido más apropiado al final del álbum. "Body Shop" es el tercer tema en el que merece la pena pulsar el botón de "forward", un tema pop cursi y amanerado en el que Tobi Gad naufraga espectacularmente. Mejor también saltarse "Holy water", producida por West y que amaga con ser un tema de puro trance al comienzo pero al que nuevamente la concesión a las modas lo convierten en una composición ralentizada, fría y con un estribillo cargante. "Inside Out" sube un poco el listón, a pesar de que sigue sin acelerar el tempo para salir de la monotonía rítmica que preside el disco, pero su estribillo recurre a una progresión armónica tan gastada en infinidad de temas como efectiva. Y "Wash All Over Me" le permite a Avicii cerrar el álbum con una balada construida a base de un inevitable piano, pero con un despliegue de detalles en cada tramo no siempre evidentes que la hace original: sólo le falla una melodía que no acaba de emocionar, aunque el estribillo evita que sea un tema fallido.
Entre los once temas adicionales de la edición deluxe más completa no encontraremos ninguna joya destinada a convertirse en clásico oculto de la diva. Pero sí que nos toparemos con cuatro temas que deberían haber reemplazado a los cuatro en los que he sugerido pulsar el botón de forward: "Messiah" es una nueva balada firmada por Avicii, más espartana en la instrumentación que sus compañeras de la edición original, pero con una progresión armónica introspectiva y con más gancho y sobre todo una melodía más redonda que aquellas. "Rebel heart" es curiosamente el tema que da título al disco (llama la atención, pues, que no forme parte de la edición estándar), y que juega las bazas de una letra obviamente autobiográfica en la que Madonna nos explica cómo logró encontrarse a sí misma y una guitarra acústica para crear un tema pop sosegado y limpio. "Beautiful scars" parece haberse fijado en el revival setentero de los últimos Daft Punk para entregar un tema que nos retrotrae al sonido philly de hace casi cuarenta años, con sus violines y su bajo slap, aportando una nota de color y vivacidad a un disco demasiado lento. Y especialmente "Addicted", que podría haber figurado sin desmerecer en "Confessions on a dancefloor", un sabio equilibrio entre guitarras, melodía, sintetizadores estridentes y un ritmo sencillo, menos deudor de las últimas tendencias y más efectivo que la mayoría de ellas.
Del resto, citar la letra de la si cabe más autobiográfica y auto-suficiente "Veni vidi vici", en la que la diva se muestra a sí misma como una artista plena de éxito y recurre a los títulos de muchos de sus clásicos para argumentar las razones del mismo, y acaba con la progresión armónica de su mítico "Holiday". También la broma de "Autotune baby", que es efectivamente eso, un tema construido a través de los llantos post-procesados de un bebé. "S.E.X.", su acercamiento veinte años después a la senda de "Justify my love" y "Erotica". Y "Borrowed time", el enésimo medio-tiempo de pop correcto y con confesiones autobiográficas pero carente de la suficiente chispa.
Por la reseña individual de cada uno de los temas puede dar la impresión de que "Rebel heart" es un álbum peor de lo que en realidad es. Le sobra minutaje incluso a la edición estándar, la selección de los catorce temas no es en absoluto acertada, se abusa de los medios tiempos y de los estribillos sin musicalidad y falta al menos un auténtico tema de bandera que se pueda convertir en clásico. Pero seleccionándolos convenientemente hay suficiente material para construir un álbum decente, superior a su fallido "MDNA" y relativamente disfrutable de principio a fin. Y no podemos descartar que una remezcla inspirada de "Devil pray" o "Iconic" los rescate y convierta en clásicos inesperados, pues tienen mimbres para ello. Si no, "Rebel heart" quedará como un álbum correcto sin más, y me temo que dentro de una década nadie se acordará de citar este álbum a la hora de reseñar la discografía de la Ciccione.
domingo, 19 de abril de 2015
Noel Gallagher's High Flying Birds: "Chasing yesterday" (2015)
Al cerebro de Oasis cada vez le cuesta más componer canciones a un ritmo medianamente aceptable. En todo el siglo XXI los tres álbumes que publicó su banda sólo contenían 5 o 6 temas de su autoría. Y desde que inició su carrera en solitario hace más de un lustro éste es sólo su segundo álbum, cuatro años después del que dio nombre a su banda actual. A pesar de ello, la edición original sólo contiene 10 nuevos temas, y hay que irse a la consabida edición deluxe para rascar otros cuatro temas más rescatados (que no todos compuestos) para la ocasión. Prueba evidente de que la frescura creativa que tuvo en los noventa desapareció hace tiempo, aunque quizá la verdadera razón es que su inmenso ego ya no le demanda seguir superándose, y su carrera en solitario es sólo una forma de no dejar de mantener un tren de vida por otra parte menos salvaje que en su juventud.
Ahora bien, incluso en esta circunstancia un nuevo álbum de alguien que ha sido capaz de crear ya uno de los legados más impresionantes de la música popular contemporánea no deja de ser un acontecimiento. Aunque sí nos da pistas sobre lo que nos podemos esperar. Efectivamente, Noel no se plantea evolucionar a estas alturas, y se mueve cómodo por ese rock de patrones clásicos y ambientación un tanto retro, que sólo en ocasiones se desliza hacia el pop medianamente luminoso o deja hueco a algún detalle contemporáneo. Si bien es cierto que el sonido sí es un poco más nítido de lo habitual, quizá su mayor concesión a la tecnología del año 2015. En todo caso el potencial receptor de "Chasing yesterday" debe esperar, sobre todo, buenas canciones de pop-rock que se podrían haber compuesto en cualquier momento de los últimos cincuenta años.
¿Y las hay? Pues sí, pero el resultado final del álbum tampoco pasará a la historia, y se queda en un nivel muy parejo al de su álbum de debut en solitario. El intento de "originalidad" en esta oportunidad es su acercamiento a un rock progresivo, con intervalos instrumentales relativamente largos, deudor en parte de los setenta. Intento que se hace particularmente evidente en "Riverman", tema que abre el disco y tercer sencillo publicado hasta la fecha: un tema que comienza como otros muchos de Noel, con una guitarra acústica que desgrana una producción armónica típica, que prolonga con un estribillo melancólico aceptable, y que parte en dos mediante un solo de guitarra correcto aunque con un estilo poco frecuente. Es un tema aceptable, pero carece de la inspiración suficiente para perdurar. Claramente mejor es "In the heat of the moment", primer sencillo del álbum y que ya seleccioné como uno de los mejores del año pasado en mi lista de 2014, y que resalta una progresión armónica con mucho más nervio por medio de un bajo eléctrico que remeda a uno electrónico, un teclado que aporta unas campanadas muy oportunas y una percusión basada en unas curiosas castañuelas. Aunque todo ello no bastaría para dar lugar a un tema formidable; de ello se encarga un maravilloso estribillo, con esa subida de una octava en las notas más largas tan conocida y tan emocionante.
Aunque no he encontrado ningún video que la ilustre, "The girl with X-Ray eyes" es el segundo gran momento del álbum: un medio tiempo introvertido, emocionante desde el primer acorde, con unos arreglos excelentes para encajar las diferentes partes, y curiosamente solo dos bonitas estrofas y dos mejores estribillos (complementados por un solo de guitarra en trémolo, que recuerda poderosamente al de Clapton en "While my guitar gently weeps", de sus adorados Beatles). "Lock all the doors" es un tema de puro rock: muy rápido, ruidista, saturado de guitarras distorsionadas, con un estribillo que se acerca al power pop estadounidense, efectivo pero sin mayor inspiración, siendo lo más interesante la progresión armónica que crea a propósito para el solo de guitarra. "The dying of the light" es el tercer gran momento del álbum, otro medio tiempo marca de la casa con una letra un tanto agónica sobre cómo la vida va pasando, en el que la clave es una vez más la fantástica progresión armónica que construye Noel, cómo la va evolucionando en las distintas partes y la armoniza inteligentemente con una melodía que le saca todo el partido a su rango vocal.
"The right stuff", sexto corte, es un tema que juega a ser instrumental sin serlo, y que adorna su relativa simplicidad compositiva con pequeños detalles de inspiración hindú. Podría haber servido para cerrar el álbum, pero es demasiado largo y alejado de la estructura del resto de canciones para ubicarlo en un sitio tan delicado. "While the song remains the same" es otro medio tiempo correcto, cuya mayor aportación es su comienzo atmosférico, construido sobre dos interesantes sintetizadores. Luego es cierto que la batería es original, que el estribillo engancha y que el solo de guitarra es certero, pero sabiendo a lo que puede llegar Noel tampoco pasará a lo más destacado de su discografía. "The mexican" es el tema decididamente más retro, cantado en su integridad a dos voces con la para mí desconocida Vula Malinga, casi monocorde hasta que llega la parte nueva, mucho más inspirada y emocionante que el resto, pero demasiado tardía para levantar la canción. "You know we can't go back" es el cuarto y último gran momento del tracklist oficial, el tema más decididamente pop del disco (podría ser perfectamente un tema de la época "What's the story? (Morning glory)"), rápido, directo, vitalista en su melodía y en su letra, que nuevamente nos regala un puente con unos acordes diferentes en uno de sus dos solos de guitarra. "The ballad of the mighty I", último tema y segundo sencillo, sufre del mismo mal que "Riverman": ante todo no es una balada, pero además juega a ser el otro exponente de la vertiente "original" del álbum, y durante toda su estrofa parece que va a desembocar en un fantástico estribillo, pero éste nunca acaba de llegar, perdido en fraseos no del todo enlazados con la progresión armónica, y con una inapreciable aportación del ex-Smiths Johnny Marr a la guitarra.
Afortunadamente, la edición deluxe más completa de "Chasing yesterday" permite mejorar el sabor de boca que deja. Porque aparte de una prescindible remezcla de "In the heat of the moment", Gallagher nos ofrece tres temas nuevos adicionales: "Do the damage", una canción con una producción definitivamente anacrónica, pero tan mordaz y tan efectivo con sus rasgueos de guitarra, su estribillo sensual y su saxofón que incluso posee un videoclip oficial propio, y hubiera hecho mejor papel que "The mexican" o "Lock all the doors" en la edición estándar. Mejor aún es "Freeky teeth", su inevitable acercamiento a la rocosa ambientación del lejano oeste a lo "Son of nature" o "Waiting for the rapture" de su última época en Oasis, pero con una excelente composición, que evoluciona de manera inteligente en sus diversas partes, y una letra particularmente inspirada (tan redondo es el tema que lo está interpretando en directo como parte de su gira actual). Y "Leave my guitar alone" es toda una declaración de autenticidad, anteponiendo en un tema poco electrificado, muy armonioso y deudor de su época más poppy su preciado instrumento a cualquier otra posesión. La edición deluxe se completa con "Revolution Song", que no es más que una puesta al día de "Solve my mystery", un viejo tema de las sesiones de "Standing on the shoulder of giants" de 1999 y ya conocida por los fans de Oasis en su versión demo. Gallagher lo mejora acelerando un poco el tempo, electrificando los arreglos y enriqueciendo el puente instrumental, aunque no logra convertirlo en un clásico de la banda.
Que Noel desempolve viejas canciones de Oasis demuestra que le cuesta encontrar la inspiración. Porque aunque en el álbum no hay ningún tema que desentone, sólo hay en mi opinión cuatro temas realmente destacables, que se convierten en seis o siete en la edición deluxe: sin duda son más temas recomendables que en cualquiera de los álbumes de Oasis de este siglo, en los que Noel cedió parte de la responsabilidad compositiva al resto de miembros de la banda. Y un bagaje suficiente para ganar por goleada a la inmensa mayoría de álbumes que se publiquen en este 2015. Pero sigue sin llegar a regalarnos su álbum definitivo. O tal vez es que yo sea demasiado exigente con un artista cercano a la cincuentena y sin necesidad alguna de evolucionar ni reivindicarse.
Ahora bien, incluso en esta circunstancia un nuevo álbum de alguien que ha sido capaz de crear ya uno de los legados más impresionantes de la música popular contemporánea no deja de ser un acontecimiento. Aunque sí nos da pistas sobre lo que nos podemos esperar. Efectivamente, Noel no se plantea evolucionar a estas alturas, y se mueve cómodo por ese rock de patrones clásicos y ambientación un tanto retro, que sólo en ocasiones se desliza hacia el pop medianamente luminoso o deja hueco a algún detalle contemporáneo. Si bien es cierto que el sonido sí es un poco más nítido de lo habitual, quizá su mayor concesión a la tecnología del año 2015. En todo caso el potencial receptor de "Chasing yesterday" debe esperar, sobre todo, buenas canciones de pop-rock que se podrían haber compuesto en cualquier momento de los últimos cincuenta años.
¿Y las hay? Pues sí, pero el resultado final del álbum tampoco pasará a la historia, y se queda en un nivel muy parejo al de su álbum de debut en solitario. El intento de "originalidad" en esta oportunidad es su acercamiento a un rock progresivo, con intervalos instrumentales relativamente largos, deudor en parte de los setenta. Intento que se hace particularmente evidente en "Riverman", tema que abre el disco y tercer sencillo publicado hasta la fecha: un tema que comienza como otros muchos de Noel, con una guitarra acústica que desgrana una producción armónica típica, que prolonga con un estribillo melancólico aceptable, y que parte en dos mediante un solo de guitarra correcto aunque con un estilo poco frecuente. Es un tema aceptable, pero carece de la inspiración suficiente para perdurar. Claramente mejor es "In the heat of the moment", primer sencillo del álbum y que ya seleccioné como uno de los mejores del año pasado en mi lista de 2014, y que resalta una progresión armónica con mucho más nervio por medio de un bajo eléctrico que remeda a uno electrónico, un teclado que aporta unas campanadas muy oportunas y una percusión basada en unas curiosas castañuelas. Aunque todo ello no bastaría para dar lugar a un tema formidable; de ello se encarga un maravilloso estribillo, con esa subida de una octava en las notas más largas tan conocida y tan emocionante.
Aunque no he encontrado ningún video que la ilustre, "The girl with X-Ray eyes" es el segundo gran momento del álbum: un medio tiempo introvertido, emocionante desde el primer acorde, con unos arreglos excelentes para encajar las diferentes partes, y curiosamente solo dos bonitas estrofas y dos mejores estribillos (complementados por un solo de guitarra en trémolo, que recuerda poderosamente al de Clapton en "While my guitar gently weeps", de sus adorados Beatles). "Lock all the doors" es un tema de puro rock: muy rápido, ruidista, saturado de guitarras distorsionadas, con un estribillo que se acerca al power pop estadounidense, efectivo pero sin mayor inspiración, siendo lo más interesante la progresión armónica que crea a propósito para el solo de guitarra. "The dying of the light" es el tercer gran momento del álbum, otro medio tiempo marca de la casa con una letra un tanto agónica sobre cómo la vida va pasando, en el que la clave es una vez más la fantástica progresión armónica que construye Noel, cómo la va evolucionando en las distintas partes y la armoniza inteligentemente con una melodía que le saca todo el partido a su rango vocal.
"The right stuff", sexto corte, es un tema que juega a ser instrumental sin serlo, y que adorna su relativa simplicidad compositiva con pequeños detalles de inspiración hindú. Podría haber servido para cerrar el álbum, pero es demasiado largo y alejado de la estructura del resto de canciones para ubicarlo en un sitio tan delicado. "While the song remains the same" es otro medio tiempo correcto, cuya mayor aportación es su comienzo atmosférico, construido sobre dos interesantes sintetizadores. Luego es cierto que la batería es original, que el estribillo engancha y que el solo de guitarra es certero, pero sabiendo a lo que puede llegar Noel tampoco pasará a lo más destacado de su discografía. "The mexican" es el tema decididamente más retro, cantado en su integridad a dos voces con la para mí desconocida Vula Malinga, casi monocorde hasta que llega la parte nueva, mucho más inspirada y emocionante que el resto, pero demasiado tardía para levantar la canción. "You know we can't go back" es el cuarto y último gran momento del tracklist oficial, el tema más decididamente pop del disco (podría ser perfectamente un tema de la época "What's the story? (Morning glory)"), rápido, directo, vitalista en su melodía y en su letra, que nuevamente nos regala un puente con unos acordes diferentes en uno de sus dos solos de guitarra. "The ballad of the mighty I", último tema y segundo sencillo, sufre del mismo mal que "Riverman": ante todo no es una balada, pero además juega a ser el otro exponente de la vertiente "original" del álbum, y durante toda su estrofa parece que va a desembocar en un fantástico estribillo, pero éste nunca acaba de llegar, perdido en fraseos no del todo enlazados con la progresión armónica, y con una inapreciable aportación del ex-Smiths Johnny Marr a la guitarra.
Afortunadamente, la edición deluxe más completa de "Chasing yesterday" permite mejorar el sabor de boca que deja. Porque aparte de una prescindible remezcla de "In the heat of the moment", Gallagher nos ofrece tres temas nuevos adicionales: "Do the damage", una canción con una producción definitivamente anacrónica, pero tan mordaz y tan efectivo con sus rasgueos de guitarra, su estribillo sensual y su saxofón que incluso posee un videoclip oficial propio, y hubiera hecho mejor papel que "The mexican" o "Lock all the doors" en la edición estándar. Mejor aún es "Freeky teeth", su inevitable acercamiento a la rocosa ambientación del lejano oeste a lo "Son of nature" o "Waiting for the rapture" de su última época en Oasis, pero con una excelente composición, que evoluciona de manera inteligente en sus diversas partes, y una letra particularmente inspirada (tan redondo es el tema que lo está interpretando en directo como parte de su gira actual). Y "Leave my guitar alone" es toda una declaración de autenticidad, anteponiendo en un tema poco electrificado, muy armonioso y deudor de su época más poppy su preciado instrumento a cualquier otra posesión. La edición deluxe se completa con "Revolution Song", que no es más que una puesta al día de "Solve my mystery", un viejo tema de las sesiones de "Standing on the shoulder of giants" de 1999 y ya conocida por los fans de Oasis en su versión demo. Gallagher lo mejora acelerando un poco el tempo, electrificando los arreglos y enriqueciendo el puente instrumental, aunque no logra convertirlo en un clásico de la banda.
Que Noel desempolve viejas canciones de Oasis demuestra que le cuesta encontrar la inspiración. Porque aunque en el álbum no hay ningún tema que desentone, sólo hay en mi opinión cuatro temas realmente destacables, que se convierten en seis o siete en la edición deluxe: sin duda son más temas recomendables que en cualquiera de los álbumes de Oasis de este siglo, en los que Noel cedió parte de la responsabilidad compositiva al resto de miembros de la banda. Y un bagaje suficiente para ganar por goleada a la inmensa mayoría de álbumes que se publiquen en este 2015. Pero sigue sin llegar a regalarnos su álbum definitivo. O tal vez es que yo sea demasiado exigente con un artista cercano a la cincuentena y sin necesidad alguna de evolucionar ni reivindicarse.
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