Justo cuando se confirmaba que los estadounidenses Death Cab For Cutie estaban prontos a terminar su octavo álbum de estudio, su guitarrista principal y cofundador Chris Walla anunciaba que dejaría la banda tan pronto cuando el disco estuviera completado. Este acontecimiento, aparte de un golpe en la línea de flotación en la banda, daba a entrever fuertes tensiones durante la grabación y probablemente un disco no del gusto de todos los miembros. En otras palabras, un álbum menor y quizá el punto final para una de las bandas más talentosas e inspiradas en lo que llevamos de siglo. Esa fue al menos la expectativa con la que afronté la escucha de "Kintsugi" cuando vio la luz hace unas cuantas semanas. Pero la sorpresa es que, sin ser el mejor álbum de su carrera ni contener grandes sorpresas, sí que resulta superior a sus dos entregas anteriores ("Narrow stairs" del 2008 y "Codes and keys" del 2015), y contiene varias de las mejores composiciones de la banda.
A ello contribuyen de manera decisiva dos factores: el primero, que por primera vez en su carrera han contado con un productor externo para orientar y enriquecer su sonido. Y la labor de Rich Costey no puede ser más meritoria: todos los temas están explotados al máximo, enriquecidos para la ocasión con unos ornamentos imaginativos y originales que sin embargo no le restan personalidad alguna a la banda; y el segundo, que la banda retoma una costumbre en desuso en estas últimas décadas: colocar las mejores canciones todas seguidas desde el comienzo del disco. Con lo cual el álbum vence el escepticismo inicial del melómano, y aunque se vaya desinflando gradualmente hasta el final, la valoración es ya positiva.
Tanto es así que los cuatro sencillos que, en un intervalo de tiempo muy corto, se han extraído de Kintsugi", son precisamente las cuatro primeras canciones del disco. Lo que refleja que los artistas son mucho menos ingenuos de lo que pretenden, y que cuando tienen el control sobre qué canciones resaltar de sus álbums, lo tienen muy claro. Así, el álbum se abre con "No room in frame", en el que los efectos introducidos por Costey dan lugar a una bonita estrofa que, sin embargo, no hace presiagiar el formidable estribillo, con el intimismo y la sensibilidad que a veces bordan, y que es enriquecido en cada repetición con nuevos adornos y diferentes arpegios hasta ser rematado por un precioso crescendo instrumental de guitarras. Mejor es, si cabe, el segundo corte y primer sencillo del álbum: "Black sun" es una de las candidatas claras a mejor tema de 2015, un medio tiempo desasogante con una formidable progresión armónica en todas sus partes, enriquecido con su extraña letra llena de imágenes y metáforas, lleno de imaginación a la hora de instrumentar cada uno de los estribillos de manera diferente, y un maravilloso solo de guitarra ultra-distorsionada que pone los pelos de punta. "The Ghosts of Beverly Drive" es casi tan bueno, un tema más rápido que recuerda a los momentos más rockeros y directos de "Narrow stairs" en las estrofas, pero que en seguida da lugar a un excelente intervalo instrumental de lo que más tarde será el estribillo, con ese "I don't know why" plenamente coreable. Y el póker de temazos se remata con "Little Wanderer", quizá mi favorito de los cuatro, una historia de un amor imposible por la distancia que realza la fantástica progresión armónica, la maravillosa guitarra principal, esas armonías cargadas de sensibilidad tan inalcanzables para la mayoría de compositores y con las que Ben Gibbard aún consigue fascinarnos y una producción impresionante, que hace crecer el tema con una naturalidad apabullante y siempre cambiante. Una auténtica joya.
Está claro que mantener el nivel después de estas cuatro maravillas era misión imposible, pero es que las sucesivas escuchas de las siete canciones restantes no permite añadir ningún tema adicional al elenco. Quizá en uno de sus álbumes más flojos el quinto tema, la lenta, relativamente acústica, de tonos graves e introspectiva "You've Haunted Me All My Life" hubiera sido uno de sus puntos álgidos, pero aquí solamente cubre el expediente. Y el octavo corte, "Good Help (Is So Hard to Find)" parece la actualización de su "You are a tourist", por su ritmo binario marcado y sus guitarras de reminiscencias funky, que lo convierten en uno de los temas más bailables de su carrera, impresión realzada además por su estribillo colorido. Aunque posiblemente el mérito de que resulte un tema efectivo en su cometido sea más de la producción de Costey que de la propia composición.
El resto sólo merecen frente a las anteriores el calificativo de composiciones de relleno. Por su falta de inspiración (la balada acústica "Hold No Guns"), por recorrer senderos ya muy transitados pero sin la inspiración suficiente ("Everything's a Ceiling"), por su melodía repetitiva y falta de personalidad ("El Dorado"), por su dosis de experimentación etérea a costa de la creatividad ("Ingenue"), o por comenzar con expectativas de gran balada y hacerla fracasar a base de repetir hasta el infinito las mismas notas de los dos primeros versos ("Binary sea"). Todos ellos temas correctos, que se dejan escuchar, pero difíciles de rememorar frente a los del comienzo.
Así que el último álbum con la composición habitual de la banda (y esperemos que no el último que publiquen) deja sensaciones encontradas. Porque no se acerca a "Plans" (2005), el disco más redondo de su carrera, pero sí que contiene cuatro maravillas para contentar a todos los fans que han esperado estos cuatro años. Lo que a estas alturas de su trayectoria y teniendo en cuenta la marcha de Walla tras la grabación del álbum, parece un balance más que suficiente para recomendar la escucha de este disco. O al menos de sus primeros diecisiete minutos...
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