Quienes siguen con regularidad este blog saben que desde hace años presto atención a los estadounidenses Odesza, una de las pocas bandas de música electrónica que ha conseguido un reconocimiento masivo de pública y crítica en su país. De hecho hace unos años reseñé "A moment apart" (2017), su álbum de más éxito hasta la fecha, gracias a su sugestiva capacidad de evocación mediante atmósferas envolventes e influencias étnicas. Que sin embargo resultaba, como ya indiqué en su momento, demasiado conservador para mi gusto, sin apenas momentos de tempo alto, con la amenaza del aburrimiento siempre presente y no muy adecuado para el festival o la discoteca de turno. Llama por ello la atención que para el siguiente movimiento de su trayectoria el dúo haya pausado momentáneamente su carrera y se haya embarcado en un proyecto a medias con el para mí desconocido hasta ahora Golden Features, un productor australiano que soló había publicado un álbum hasta la fecha, "Sect" (2018).
Este tipo de aventuras son frecuentes cuando el artista en cuestión no acaba de dar con la inspiración para seguir por su senda habitual, o cuando necesita oxigenar su capacidad creativa con nuevas referencias. Probablemente sea el caso de Odesza, porque sin duda Bronson es una apuesta arriesgada cuando su último álbum había llegado nada menos que al Top 3 en su país. Pero debo reconocer que el resultado merece la pena y supone una saludable reinvención musical que probablemente les dé la energía necesaria para retomar su proyecto principal con ideas frescas. Y es que "Bronson" logra el siempre difícil equilibrio entre dos artistas complementarios pero claramente diferentes, sin que ninguno de los dos fagocite al otro, y sin que el resultado sea excesivamente experimental.
El primer corte, "Foundation", predispone correctamente para lo que nos vamos a encontrar: electrónica elegante y atmósferas envolventes que quedan bien patentes desde el comienzo, pero a las que durante el tramo intermedio del tema se añade un bombo y unos platillos que sin llegar a marcar un ritmo binario claro, avisan de que el álbum va a ser más movido de lo habitual en los americanos. Algo que inmediatamente confirma "Heart attack", el segundo corte además de primer sencillo e indudable tema estrella del álbum. El tempo alto, el bombo en primer plano, los teclados en crescendo y la voz de la para mí desconocida lau.ra sustentan un tema orientado a la pista de baile (a pesar del parón en la sección rítmica hacia la mitad) en lo que parece una clara influencia de Golden Features, que sin embargo mantiene su esperable elegancia y no desentona con el estilo del dúo. "Bline" es un tema instrumental de atmósfera inquietante, con un sampling vocal que podría llegar a cansar y otro ritmo binario contundente complementado por un excelente sintetizador de tono alarmista, que doblarán con talento en sus repeticiones finales. "Know me" es el segundo tema con una interpretación vocal completa, a cargo del estadounidense Gallant: un medio tiempo con una melodía dulce y elaborada que sin embargo no resulta particularmente impactante.
"Vaults", el quinto corte, fue también el segundo sencillo. Es sin duda uno de los temas que mejor entronca con la discografía de Odesza: medio tiempo, voces sampleadas que se repiten una y otra vez, una progresión armónica claramente definida... Pero se agradece el esfuerzo adicional al superponer percusiones electrónicas que aumentan el interés de la pieza hasta el final. Le sigue "Tense", una grata sorpresa: sigue sin ser un tema rápido, pero sí posee una contundencia ruidista que los acerca a sus compatriotas The Crystal Method. Todo ello gracias a un omnipresente loop sintetizado que ya se encargan de distorsionar conforme avanza el minutaje, y que inesperadamente termina en un pasaje casi funerario. "Call out" es el tema más claramente Odesza del disco, y sus bonitos samplings vocales no terminan de cautivar quizá a causa de su ritmo excesivamente simple y sus frecuentes parones.
"Contact", con su ritmo rápido y directo, sus pitches, sus distorsiones y sus crescendo, se asegura de mantener lejos el aburramiento, y es para mi gusto el tema más conseguido del álbum. A ello contribuye sin duda una progresión armónica oscura, obsesiva y bien explotada. "Keep moving", penúltimo corte, fue el cuarto sencillo hace unas semanas, y es el tema más alejado de lo que cabría esperar a priori de los americano: un tema monocorde, con una base rítmica muy elaborada, que podría sonar perfectamente en las sesiones más demoledoras de cualquier madrugada festivalera. Y el disco lo cierra "Dawn", el tercer sencillo, una colaboración a tres bandas con Totally Enormous Extinct Dinosaurs (DJ británico afincado en Estados Unidos). Es el único corte realmente largo, mas de siete minutos, y aunque en su primer tercio parece contundente, y posee buenos tramos instrumentales, termina siendo más una alegoría vocal esperanzadora (ese "Never give it up" que tanto repiten a coro), agradable aunque no del todo redonda.
A pesar de sus diez temas bien definidos, el disco no llega siquiera a los cuarenta minutos, lo que demuestra que Bronson también ha huido del cliché que tan negativamente afecta a la música electrónica consistente en alargar durante minutos y minutos cualquier tema hasta el hastío. Además, en su afán por crear un todo consistente a partir de piezas tan dispersas, todos los temas están enlazados y a veces es incluso difícil distinguier cuando termina uno y empieza el siguiente. Menos encorsetado, más variado y versátil que cualquiera de los álbumes en solitario de Odesza, no pasará a la historia de la música electrónica, ni posee un tema de cabecera que tire del conjunto y les gane nuevos adeptos, pero sí supone un esperanzador comienzo de un nuevo proyecto, a la vez que un disco solvente de principio a fin en este año que tan mediocre ha sido musicalmente hablando en cuanto a nuevas creaciones.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
jueves, 31 de diciembre de 2020
martes, 22 de diciembre de 2020
Nation Of Language: "Introduction, presence" (2020)
Una de las bandas que ha publicado su álbum de debut en 2020 con mayor reconocimiento de la crítica especializada ha sido Nation Of Language. Con la mirada puesta en los primeros años ochenta y una propuesta a medio camino entre el post-punk y el techno-pop de aquel entonces, el trío no ofrece en realidad nada nuevo musicalmente hablando, pero sabe mirar con inteligencia y buenas dosis de talento a lo mejor que se hacía entonces en el panorama musical. Un panorama, por cierto, que en aquellos tiempos estaba copado por artistas británicos que estaban dejando atrás el punk para experimentar con los primeros instrumentos electrónicos, lo que nos puede hacer inferir que la banda surgió en las Islas. Craso error, puesto que el trío proviene en realidad de Nueva York. Pero es que la influencia de Joy Division / New Order en su música es tan intensa que parecen haber crecido musicalmente en Manchester.
Y es que la mayor virtud y a la vez el mayor defecto de este "Introduction, presence" es su parecido con el proyecto de Ian Curtis, Bernard Sumner y Peter Hook hace justo cuarenta años. No es ya que la voz de Ian Richard Devaney recuerde a la Curtis (aunque en mi opinión se parezca más a la de Matt Berninger, vocalista de The National); es que las sencillas programaciones, los arpegios de bajo, los fraseos poco acompasados... todo recuerda a una de las bandas más influyentes de la historia de la música justo cuando estaban transicionando entre los dos estilos que mencionaba. Banda cuya calidad y repercusión hoy nadie cuestiona, pero tan trillada ya como referencia que parece complicado labrarse una carrera musical sólo mirándose en su espejo. Aunque para crear un álbum que le rinda tributo sí que da.
Porque imitaciones aparte, el disco funciona de principio a fin. A ello contribuye que nada menos que siete de sus diez cortes hayan visto la luz en formato sencillo. El tercero de ellos el que abre boca: "Tournament". Casi sin más preámbulo, la voz de Devaney se pone al frente de un tema que refleja perfectamente lo que nos vamos a encontrar en el álbum: una instrumentación escueta sobre una bonita progresión armónica, hasta que en la segunda estrofa ya entra una sencilla batería programada, y poco después el bajo de Michael Sue-Poi "a lo Peter Hook", para evocar y emocionar a partes iguales (aunque para el último tercio se reservan otra melodía totalmente diferente con la que enriquecer la repetición final del estribillo). "Rush & fever" fue el segundo sencillo a principios de año, y su tempo ligeramente más alto y su elegante bajo anticipan otro gran momento, lo que se confirma desde que el teclado de Aidan Noell (muy en la línea del Vince Clarke de los ochenta) pasa al frente para reforzar el ritmo cuando conviene, y la interpretación entre altiva y sensible de Devaney completa el triunfo. "September again", cuarto sencillo, es si cabe aún más simple y espartana desde el punto de vista rítmico que las anteriores, y las notas altas de la melodía no son lo que mejor le viene a Devaney, por mucho que se doble la voz. Por eso lo que prefiero de este tema menor son los primeros tramos de las estrofas, de una elegancia incontestable.
Con "On Division St", nada menos que su séptimo sencillo y quizá el que más popular de todos está resultando, los neoyorkinos se quitan la careta definitivamente y copian tal cual la progresión armónica de "Bizarre love triangle", el clásico de New Order allá por 1986, incluso repitiendo prácticamente la misma secuencia de bajo. Esa sencilla y a la vez irresistible base les permite construir un tema que aunque más limitado melódicamente que el original, y más simple en los teclados de Noell respecto a los de Gillian Gilbert y Stephen Morris, sin duda raya a gran altura. Pero me niego a incluirlo en la lista de las mejores canciones del año como están haciendo muchas publicaciones especializadas, pues la apropiación es demasiado evidente. "Indignities", el quinto corte, no fue un sencillo tal cual sino uno de los primeros temas de su carrera, allá por 2017, cuando la influencia de Joy Division era aún más obvia y el post punk desasosegado encajaba más claramente en su abanico de influencias, si bien el resultado es más curioso que disfrutable. Prefiero sin duda "Automobile", que pese a ser mi canción favorita del álbum es una de las pocas que no ha aparecido como sencillo: la clave es otra certera progresión armónica, que en este caso refuerza una melodía coral y elegante a partes iguales a pesar de no tener estrofas y estribillos diferenciados, y que además deja espacio para unos nada complejos y sin embargo disfrutables intervalos instrumentales, en especial aquellos presididos por el bajo de Sue-Poi, y con algún que otro sintetizador de sonido espacial que parece reivindicar cierta contemporaneidad.
El último tercio del álbum lo inaugura "Friend machine", el quinto sencillo y el más techno-pop del álbum (casi podemos pensar que estamos escuchando a Gary Numan o a Visage). Aunque la canción resulta más interesante por su capacidad evocadora que disfrutable, sobre todo a causa de su melodía un tanto entrecortada y ese parón rítmico hacia la mitad tan poco adecuado. "Sacred tongue", octavo tema, es otro buen momento por descubrir, un medio tiempo cadencioso de instrumentación escasa y con la percusión más elaborada del disco, al que le falta un punto más de elaboración para descollar. "The motorist", penúltimo corte, fue también el primer sencillo del disco, y una clara reminiscencia de la atmósfera del mítico álbum "Power, corruption & lies" con el que New Order abrazó definitivamente la electrónica en 1983. Al tema quizá le sobran los puentes instrumentales tan largos sobre el mismo acorde y las frases declamadas en las estrofas, a la vez que le falta algo de gancho, pero los estribillos rezuman tristeza en su letra y en sus notas ("turn the pages, try to find another way..."). Y el disco lo cierra "The Wall & I", sexto sencillo, uno de los temas más rápidos del álbum y que conjuga una melodía relativamente melódica con una base rítmica contundente. Y todo ello aderezado con unos solos de bajo recomendables y un largo tramo instrumental final que ejerce con soltura su función de despedida.
Después de unas cuantas escuchas el disco se abre paso en nuestra colección y pide ser reproducido una y otra vez. Pero siendo honestos, tenemos que fijarnos con mucha atención si queremos encontrar algún detalle contemporáneo en la instrumentación que desmienta que el disco se grabó en realidad en 1981. Puestos a sacar defectos, también convendría que la distinción entre las diez canciones fuera mayor (el álbum es probablemente demasiado lineal), y que más a menudo las progresiones armónicas no repitieran de principio a fin de cada tema los mismos tres o cuarto cortes. Incluso la duración de algunas canciones (más de cinco minutos) resulta excesiva. Pese a todo, Nation Of Language consiguen eludir la etiqueta de revival, y eso es gracias a su capacidad creativa. Así que aunque por lo general prefiero propuestas más contemporáneas, "Introduction, presence" ya ha pasado a formar parte de mi discoteca particular. Habrá que ver si para el segundo álbum se atreven a arriesgar algo más (a riesgo de perder su personalidad) o si siguen mirando por el retrovisor a sus ídolos (a riesgo de repetirse más de la cuenta). Difícil paso adelante, del que veremos si salen bien parados. Si no, se quedarán en un "One-hit-wonder".
Y es que la mayor virtud y a la vez el mayor defecto de este "Introduction, presence" es su parecido con el proyecto de Ian Curtis, Bernard Sumner y Peter Hook hace justo cuarenta años. No es ya que la voz de Ian Richard Devaney recuerde a la Curtis (aunque en mi opinión se parezca más a la de Matt Berninger, vocalista de The National); es que las sencillas programaciones, los arpegios de bajo, los fraseos poco acompasados... todo recuerda a una de las bandas más influyentes de la historia de la música justo cuando estaban transicionando entre los dos estilos que mencionaba. Banda cuya calidad y repercusión hoy nadie cuestiona, pero tan trillada ya como referencia que parece complicado labrarse una carrera musical sólo mirándose en su espejo. Aunque para crear un álbum que le rinda tributo sí que da.
Porque imitaciones aparte, el disco funciona de principio a fin. A ello contribuye que nada menos que siete de sus diez cortes hayan visto la luz en formato sencillo. El tercero de ellos el que abre boca: "Tournament". Casi sin más preámbulo, la voz de Devaney se pone al frente de un tema que refleja perfectamente lo que nos vamos a encontrar en el álbum: una instrumentación escueta sobre una bonita progresión armónica, hasta que en la segunda estrofa ya entra una sencilla batería programada, y poco después el bajo de Michael Sue-Poi "a lo Peter Hook", para evocar y emocionar a partes iguales (aunque para el último tercio se reservan otra melodía totalmente diferente con la que enriquecer la repetición final del estribillo). "Rush & fever" fue el segundo sencillo a principios de año, y su tempo ligeramente más alto y su elegante bajo anticipan otro gran momento, lo que se confirma desde que el teclado de Aidan Noell (muy en la línea del Vince Clarke de los ochenta) pasa al frente para reforzar el ritmo cuando conviene, y la interpretación entre altiva y sensible de Devaney completa el triunfo. "September again", cuarto sencillo, es si cabe aún más simple y espartana desde el punto de vista rítmico que las anteriores, y las notas altas de la melodía no son lo que mejor le viene a Devaney, por mucho que se doble la voz. Por eso lo que prefiero de este tema menor son los primeros tramos de las estrofas, de una elegancia incontestable.
Con "On Division St", nada menos que su séptimo sencillo y quizá el que más popular de todos está resultando, los neoyorkinos se quitan la careta definitivamente y copian tal cual la progresión armónica de "Bizarre love triangle", el clásico de New Order allá por 1986, incluso repitiendo prácticamente la misma secuencia de bajo. Esa sencilla y a la vez irresistible base les permite construir un tema que aunque más limitado melódicamente que el original, y más simple en los teclados de Noell respecto a los de Gillian Gilbert y Stephen Morris, sin duda raya a gran altura. Pero me niego a incluirlo en la lista de las mejores canciones del año como están haciendo muchas publicaciones especializadas, pues la apropiación es demasiado evidente. "Indignities", el quinto corte, no fue un sencillo tal cual sino uno de los primeros temas de su carrera, allá por 2017, cuando la influencia de Joy Division era aún más obvia y el post punk desasosegado encajaba más claramente en su abanico de influencias, si bien el resultado es más curioso que disfrutable. Prefiero sin duda "Automobile", que pese a ser mi canción favorita del álbum es una de las pocas que no ha aparecido como sencillo: la clave es otra certera progresión armónica, que en este caso refuerza una melodía coral y elegante a partes iguales a pesar de no tener estrofas y estribillos diferenciados, y que además deja espacio para unos nada complejos y sin embargo disfrutables intervalos instrumentales, en especial aquellos presididos por el bajo de Sue-Poi, y con algún que otro sintetizador de sonido espacial que parece reivindicar cierta contemporaneidad.
El último tercio del álbum lo inaugura "Friend machine", el quinto sencillo y el más techno-pop del álbum (casi podemos pensar que estamos escuchando a Gary Numan o a Visage). Aunque la canción resulta más interesante por su capacidad evocadora que disfrutable, sobre todo a causa de su melodía un tanto entrecortada y ese parón rítmico hacia la mitad tan poco adecuado. "Sacred tongue", octavo tema, es otro buen momento por descubrir, un medio tiempo cadencioso de instrumentación escasa y con la percusión más elaborada del disco, al que le falta un punto más de elaboración para descollar. "The motorist", penúltimo corte, fue también el primer sencillo del disco, y una clara reminiscencia de la atmósfera del mítico álbum "Power, corruption & lies" con el que New Order abrazó definitivamente la electrónica en 1983. Al tema quizá le sobran los puentes instrumentales tan largos sobre el mismo acorde y las frases declamadas en las estrofas, a la vez que le falta algo de gancho, pero los estribillos rezuman tristeza en su letra y en sus notas ("turn the pages, try to find another way..."). Y el disco lo cierra "The Wall & I", sexto sencillo, uno de los temas más rápidos del álbum y que conjuga una melodía relativamente melódica con una base rítmica contundente. Y todo ello aderezado con unos solos de bajo recomendables y un largo tramo instrumental final que ejerce con soltura su función de despedida.
Después de unas cuantas escuchas el disco se abre paso en nuestra colección y pide ser reproducido una y otra vez. Pero siendo honestos, tenemos que fijarnos con mucha atención si queremos encontrar algún detalle contemporáneo en la instrumentación que desmienta que el disco se grabó en realidad en 1981. Puestos a sacar defectos, también convendría que la distinción entre las diez canciones fuera mayor (el álbum es probablemente demasiado lineal), y que más a menudo las progresiones armónicas no repitieran de principio a fin de cada tema los mismos tres o cuarto cortes. Incluso la duración de algunas canciones (más de cinco minutos) resulta excesiva. Pese a todo, Nation Of Language consiguen eludir la etiqueta de revival, y eso es gracias a su capacidad creativa. Así que aunque por lo general prefiero propuestas más contemporáneas, "Introduction, presence" ya ha pasado a formar parte de mi discoteca particular. Habrá que ver si para el segundo álbum se atreven a arriesgar algo más (a riesgo de perder su personalidad) o si siguen mirando por el retrovisor a sus ídolos (a riesgo de repetirse más de la cuenta). Difícil paso adelante, del que veremos si salen bien parados. Si no, se quedarán en un "One-hit-wonder".
domingo, 29 de noviembre de 2020
Sylvan Esso: "Free love" (2020)
Hace un par de meses ha visto la luz "Free love", el tercer álbum de los estadounidenses Sylvan Esso. El dúo formado por la cantante Amelia Meath y el programador y productor Nick Sanborn se caracteriza por proponer un acercamiento muy americano al pop electrónico más habitual en el continente europeo. Buscando un difícil equilibrio entre la sensibilidad de Lamb y la electrónica arriesgada de Reed & Caroline, sus canciones no son nunca fáciles, pero a menudo acaban calando si se les da la oportunidad. Por eso había expectación por ver si este nuevo álbum estaba a la altura de "What now" (2017), el álbum que los consagró en el panorama musical alternativo y con el que los descubrí. Y en mi opinión lo han conseguido, aunque con matices.
Para empezar, "Free love" insiste en ofrecernos los estrictos diez cortes que ya incluía su predecesor, ni uno más. Pero aquí el desarrollo de la mayoría de las canciones es si cabe aún más escueto, con lo que la escucha no llega ni a la media hora. Lo que evidentemente sabe a poco. Más aún conociendo la capacidad de Sanborn para sorprendernos con sus instrumentaciones personalísimas. Parece que han primado el impacto directo, pero al menos hay tres o cuatro temas que podrían haber dado más de sí con una duración más larga. Por otra parte la línea estilística es muy similar a la de su anterior entrega, quizá un poco más reposada pero aún con el suficiente nervio como para que la escucha no se haga pesada. Y en su caso, la misma línea estilística no equivale a monotonía, pues el carrusel de sonidos, e incluso los juegos vocales de Meath están garantizados.
El álbum lo abre "What if", menos de minuto y medio casi sin instrumentación (decir a capella no sería adecuado, pues los múltiples armónicos de la voz de Meath muestran que el tema está en realidad muy procesado). El caso es que es una melodía bonita (sobre todo el estribillo), y está claro que podría haber dado para al menos una segunda estrofa y otro estribillo que lo hiciera más disfrutable. Le sigue "Ring", otro tema en el que Meath entra casi sin preámbulo, con unas estrofas más entonadas que un estribillo un tanto obvio. Los juegos de Sanborn son especialmente perceptibles en la batería, que es radicalmente diferente en cada una de las distintas partes del tema. "Ferris wheel", siguiente corte, fue el primer sencillo extraído, lo que a mi modo de ver constituye todo un acierto, pues se trata sin duda del mejor momento del álbum: tan espartano y onírico al comienzo como cabría esperar, poco a poco van entrando sonidos distorsionados (con mención especial para el bajo), y cada vez se vuelve un tema más infeccioso (con un estribillo de una ingenuidad que puede recordar a los mejores tiempo de Björk) hasta converger en ese fantástico intervalo instrumental en el que los dos sintetizadores (uno de influencias orientales y otro que es casi una flauta) compiten por el protagonismo, orientando el resto del tema hacia la pista de baile. "Train" ha sio escogido recientemente como quinto sencillo, una decisión que muestra lo poco convencional del dúo, pues se trata de un tema delirante en su juego de voces y en los instrumentos que lo arropan. Pero la progresión armónica que lo vertebra es bonita, la melodía está conseguida, y los tramos instrumentales vuelen a ser todo un estímulo a la imaginación, por lo que tras unas cuantas escuchas se adherirá inevitablemente a nuestro cerebro.
"Numb", quinto corte, es el único tema que excede los cuatro minutos. Y es una pena que no haya sido extraído en formato sencillo, ya que a mi modo de ver es el segundo mejor momento del álbum. Porque es el terreno en el que mejor se desenvuelven: su electrónica "esquizofrénica", que mezcla sintetizadores imposibles con programaciones de tempo alto para disfrutar en la pista de baile o en el festival de turno, se equilabra con unas estrofas largas y elaboradoras, y unos tramos instrumentales ahora sí desarrollados al máximo y plenos de talento (sobre todo el del final). Justo después el álbum pega un frenazo con "Free", el cuarto sencillo: una balada cálida con ruido de fondo registrado a propósito, bonita pero un poquito empalagosa a pesar de durar menos de tres minutos. Prefiero "Frequency", siguiente corte y tercer sencillo extraído: la melodía tal vez siga pecando de naif, pero tras los dos primeros minutos entra una progresión armónica diferente y muy envolvente, que lleva el tema a otra dimensión.
"Runaway", ante penúltimo corte, es posiblemente su último momento destacable. A pesar de (o gracias a) esos coros de imitación africana con los que Meath adorna el estribillo, el tema suena original y con una curiosa mezcla de sonidos espaciales y tímidas influencias étnicas. Y mejora en su último minuto con ese cambio en la progresión armónica que resalta la belleza del tema. Es verdad que antes de terminar la escucha aún queda "Rooftop dancing", su segundo sencillo, pero en mi opinión no es un gran momento, pues resulta excesivamente cadencioso para no ser el tema que cierra el disco, y además el inverosímil cóctel entre melodía de influencias folk, los coros postprocesados de Meath y las guitarras acústicas no termina esta vez de funcionar. El cierre lo pone "Make it easy", otro tema lento, con una instrumentación muy escueta que apenas arropa la voz nuevamente distorsionada de Meath hasta cerca del final, y que incluso termina con el curioso detalle de casi medio minuto final prácticamente en silencio, en lo que parece una simple estratagema para que el tema pase de los tres minutos.
Y así, en un visto y no visto, se desvanece este "Free love". Que cuesta disfrutar durante las primeras escuchas pero que luego deja con ganas de más. Quizá esa sea la clave del éxito de Sylvan Esso: en un panorama tan trillado como el de las parejas que hacen música pop más o menos electrónica, destacan por su originalidad, que por suerte es más inspirada que provocadora. Probablemente les falte acercar alguno de sus temas a un convencionalismo más comercial para que definitivamente rompan la barrera del éxito masivo. Pero seguramente ellos están a gusto donde están ahora, con su público fiel y su reconocimiento a nivel de crítica que les permite hacer lo que ellos quieren. Así que toca disfrutar de este ratito y me imagino que esperar otros tres años para que nos entreguen otra media hora de pop a contracorriente. Les esperaremos.
Para empezar, "Free love" insiste en ofrecernos los estrictos diez cortes que ya incluía su predecesor, ni uno más. Pero aquí el desarrollo de la mayoría de las canciones es si cabe aún más escueto, con lo que la escucha no llega ni a la media hora. Lo que evidentemente sabe a poco. Más aún conociendo la capacidad de Sanborn para sorprendernos con sus instrumentaciones personalísimas. Parece que han primado el impacto directo, pero al menos hay tres o cuatro temas que podrían haber dado más de sí con una duración más larga. Por otra parte la línea estilística es muy similar a la de su anterior entrega, quizá un poco más reposada pero aún con el suficiente nervio como para que la escucha no se haga pesada. Y en su caso, la misma línea estilística no equivale a monotonía, pues el carrusel de sonidos, e incluso los juegos vocales de Meath están garantizados.
El álbum lo abre "What if", menos de minuto y medio casi sin instrumentación (decir a capella no sería adecuado, pues los múltiples armónicos de la voz de Meath muestran que el tema está en realidad muy procesado). El caso es que es una melodía bonita (sobre todo el estribillo), y está claro que podría haber dado para al menos una segunda estrofa y otro estribillo que lo hiciera más disfrutable. Le sigue "Ring", otro tema en el que Meath entra casi sin preámbulo, con unas estrofas más entonadas que un estribillo un tanto obvio. Los juegos de Sanborn son especialmente perceptibles en la batería, que es radicalmente diferente en cada una de las distintas partes del tema. "Ferris wheel", siguiente corte, fue el primer sencillo extraído, lo que a mi modo de ver constituye todo un acierto, pues se trata sin duda del mejor momento del álbum: tan espartano y onírico al comienzo como cabría esperar, poco a poco van entrando sonidos distorsionados (con mención especial para el bajo), y cada vez se vuelve un tema más infeccioso (con un estribillo de una ingenuidad que puede recordar a los mejores tiempo de Björk) hasta converger en ese fantástico intervalo instrumental en el que los dos sintetizadores (uno de influencias orientales y otro que es casi una flauta) compiten por el protagonismo, orientando el resto del tema hacia la pista de baile. "Train" ha sio escogido recientemente como quinto sencillo, una decisión que muestra lo poco convencional del dúo, pues se trata de un tema delirante en su juego de voces y en los instrumentos que lo arropan. Pero la progresión armónica que lo vertebra es bonita, la melodía está conseguida, y los tramos instrumentales vuelen a ser todo un estímulo a la imaginación, por lo que tras unas cuantas escuchas se adherirá inevitablemente a nuestro cerebro.
"Numb", quinto corte, es el único tema que excede los cuatro minutos. Y es una pena que no haya sido extraído en formato sencillo, ya que a mi modo de ver es el segundo mejor momento del álbum. Porque es el terreno en el que mejor se desenvuelven: su electrónica "esquizofrénica", que mezcla sintetizadores imposibles con programaciones de tempo alto para disfrutar en la pista de baile o en el festival de turno, se equilabra con unas estrofas largas y elaboradoras, y unos tramos instrumentales ahora sí desarrollados al máximo y plenos de talento (sobre todo el del final). Justo después el álbum pega un frenazo con "Free", el cuarto sencillo: una balada cálida con ruido de fondo registrado a propósito, bonita pero un poquito empalagosa a pesar de durar menos de tres minutos. Prefiero "Frequency", siguiente corte y tercer sencillo extraído: la melodía tal vez siga pecando de naif, pero tras los dos primeros minutos entra una progresión armónica diferente y muy envolvente, que lleva el tema a otra dimensión.
"Runaway", ante penúltimo corte, es posiblemente su último momento destacable. A pesar de (o gracias a) esos coros de imitación africana con los que Meath adorna el estribillo, el tema suena original y con una curiosa mezcla de sonidos espaciales y tímidas influencias étnicas. Y mejora en su último minuto con ese cambio en la progresión armónica que resalta la belleza del tema. Es verdad que antes de terminar la escucha aún queda "Rooftop dancing", su segundo sencillo, pero en mi opinión no es un gran momento, pues resulta excesivamente cadencioso para no ser el tema que cierra el disco, y además el inverosímil cóctel entre melodía de influencias folk, los coros postprocesados de Meath y las guitarras acústicas no termina esta vez de funcionar. El cierre lo pone "Make it easy", otro tema lento, con una instrumentación muy escueta que apenas arropa la voz nuevamente distorsionada de Meath hasta cerca del final, y que incluso termina con el curioso detalle de casi medio minuto final prácticamente en silencio, en lo que parece una simple estratagema para que el tema pase de los tres minutos.
Y así, en un visto y no visto, se desvanece este "Free love". Que cuesta disfrutar durante las primeras escuchas pero que luego deja con ganas de más. Quizá esa sea la clave del éxito de Sylvan Esso: en un panorama tan trillado como el de las parejas que hacen música pop más o menos electrónica, destacan por su originalidad, que por suerte es más inspirada que provocadora. Probablemente les falte acercar alguno de sus temas a un convencionalismo más comercial para que definitivamente rompan la barrera del éxito masivo. Pero seguramente ellos están a gusto donde están ahora, con su público fiel y su reconocimiento a nivel de crítica que les permite hacer lo que ellos quieren. Así que toca disfrutar de este ratito y me imagino que esperar otros tres años para que nos entreguen otra media hora de pop a contracorriente. Les esperaremos.
domingo, 15 de noviembre de 2020
Cut Copy: "Freeze, melt" (2020)
El pasado mes de agosto ha visto la luz "Freeze, melt", el sexto álbum de los australianos Cut Copy. Han pasado casi tres años de "Haiku from zero", la que era su irregular aunque por momentos brillante última entrega hasta la fecha. Este nuevo disco es el resultado de un punto de inflexión vital en la banda de Dan Whitford, su cantante y compositor principal, quien por motivos personales se mudó hace un tiempo de su Melbourne natal a la gélida Copenhague. Un cambio radical que se refleja claramente en el álbum: no es que hayan abandonado del todo su pop de detalles electrónicos y que se acerca con criterio a la pista de baile, pero se han internado por caminos más experimentales, con temas más largos y ambientales, a veces casi instrumentales, en un giro sin duda arriesgado pero del que han salido suficientemente airosos.
No obstante, lo primero que sorprende de este "Freeze, melt", es la escasez de temas que lo componen: sólo ocho cortes, su álbum más escaso de contenido hasta la fecha. Una circunstancia que se compensa en parte por esa mayor duración de muchos de sus temas a la que aludía antes, y que consigue que el resultado total llegue por poco a los cuarenta minutos. También sorprende la desnudez de muchas de sus canciones, probablemente deseada aunque tal vez tenga que ver también que el álbum se grabó en poco más de una semana. En todo caso, una vuelta de tuerca mayor de lo esperable a estas alturas de su carrera. Y que probablemente explique por qué han creado un vídeo para acompañar cada tema, tratando de crear un concepto audiovisual novedoso y homogéneo.
Quizá para que al seguidor de la banda este nuevo álbum no se le haga muy duro, los tres sencillos extraídos van seguidos al comienzo del mismo. Abre veda "Cold water", segundo sencillo, construido a partir de un obsesivo loop sintetizado muy evocador, y sobre el que poco a poco entran más instrumentos sin abandonar su sonido espartano, entre ellos una batería electrónica muy sencilla, aunque lo que llama la atención además de su correcta melodía son los dos teclados, uno rápido y otro melódico, que llenan su minuto final. Superior es a mi modo de ver el tercer sencillo, "Like breaking glass", posiblemente el mejor momento del disco. Una melodía luminosa, un par de teclados complicados y juguetones en estrofas y estribillos, y sobre todo esa percusión obsesiva que tanto recuerda al "Shout" de Tears For Fears pero que tan eficaz resulta para resaltar la composición. Además es de los temas de estructura más claramente pop del disco, con su secuencia de estrofas y estribillos, su parte nueva, su intervalo instrumental con coros... y por tanto el más accesible. "Love is all we share" es el sencillo que anticipó el álbum la pasada primavera, y un excelente aviso del giro estilístico que se avecinaba: una balada con sintetizadores envolventes y temática romántica, con una melodía de notas muy largas y un teclado principal reconocible que sirve de gancho a los cambios de tonalidad que introduce Whitford con aquello de "Nobody knows". Aunque está claro que seis minutos son demasiados para tanto pasaje instrumental que repote aquello de "Only love" una y otra vez.
"Stop, horizon" podría pasar por un tema de la primera década de The Orb (incluso por su título), con su arpegio de guitarra postprocesado una y otra vez para crear una base sobre la que ir añadiendo diversos sintetizadores... aunque después de casi tres minutos aparece una pequeña parte cantada por Whitford, y en los últimos cien segundos una batería razonablemente convencional que acercan el tema a una elegante sesión de chill-out. "Running in the grass" vuelve a apostar por una percusión sencilla y muy en primer plano para vertebrar un tema en el que los distintos teclados van entrando muy poco a poco, hasta que finalmente aparece la voz de Whitford para ofrecernos una melodía sin mucho gancho en las estrofas, y sólo un poco más interesante en los "ooh" del estribillo y en esa parte nueva tan difícil de encajar en el conjunto como el piano final. "A perfect day" es en mi opinión el segundo mejor momento del disco: de duración más contenida y mejor emparentado con su legado de temas pop sintéticos, su estructura clásica, su bonita melodía y su brillante despliegue instrumental (con la sorpresa de esa percusión a mitad del tema que antecede a esa preciosa parte nueva que se alarga hasta el final) hacen que gane con cada escucha.
Justo cuando le empezamos a coger el gusto al álbum se acerca el final. Y lo hace con el penúltimo corte y para mí su tercer mejor momento: "Rain" evoca su título con una certera combinación de sintetizadores antes de dar paso a una interpretación vocal completa de Whitford (aunque no estructurada en las habituales estrofas y estribillos). Destaca especialmente esa melodía de notas más bajas de lo habitual y la guitarra eléctrica que le añade un punto de dramatismo a su tramo final. Y el cierre lo pone "In transit", ahora sí un tema de ambient puro, netamente instrumental, gélido, pausado, con sorpresas como esa guitarra acústica que pone el contrapunto cerca del final, pero que obviamente es una canción menor.
El escaso éxito comercial cosechado por "Freeze, melt" (el menor desde que rompieron techo con "In Ghost Colours" allá por 2008) evidencia que el giro musical no ha sido muy bien acogido por sus cada vez más escasos seguidores. Está claro que no es un disco fácil, y que no funciona como antídoto para estos meses tan depresivos que nos está dejando la pandemia. Pero si le damos una oportunidad a sus pasajes derivativos y nos aferramos a los temas que entroncan con su discografía previa, es un álbum interesante, razonablemente disfrutable, y que a pesar de su sonido menos elaborado posee muchos detalles por descubrir en sucesivas escuchas. La duda es si refleja un cambio permanente en la banda, o si será un disco del que renieguen en un futuro. O quien sabe si incluso el último de su carrera. Veremos.
No obstante, lo primero que sorprende de este "Freeze, melt", es la escasez de temas que lo componen: sólo ocho cortes, su álbum más escaso de contenido hasta la fecha. Una circunstancia que se compensa en parte por esa mayor duración de muchos de sus temas a la que aludía antes, y que consigue que el resultado total llegue por poco a los cuarenta minutos. También sorprende la desnudez de muchas de sus canciones, probablemente deseada aunque tal vez tenga que ver también que el álbum se grabó en poco más de una semana. En todo caso, una vuelta de tuerca mayor de lo esperable a estas alturas de su carrera. Y que probablemente explique por qué han creado un vídeo para acompañar cada tema, tratando de crear un concepto audiovisual novedoso y homogéneo.
Quizá para que al seguidor de la banda este nuevo álbum no se le haga muy duro, los tres sencillos extraídos van seguidos al comienzo del mismo. Abre veda "Cold water", segundo sencillo, construido a partir de un obsesivo loop sintetizado muy evocador, y sobre el que poco a poco entran más instrumentos sin abandonar su sonido espartano, entre ellos una batería electrónica muy sencilla, aunque lo que llama la atención además de su correcta melodía son los dos teclados, uno rápido y otro melódico, que llenan su minuto final. Superior es a mi modo de ver el tercer sencillo, "Like breaking glass", posiblemente el mejor momento del disco. Una melodía luminosa, un par de teclados complicados y juguetones en estrofas y estribillos, y sobre todo esa percusión obsesiva que tanto recuerda al "Shout" de Tears For Fears pero que tan eficaz resulta para resaltar la composición. Además es de los temas de estructura más claramente pop del disco, con su secuencia de estrofas y estribillos, su parte nueva, su intervalo instrumental con coros... y por tanto el más accesible. "Love is all we share" es el sencillo que anticipó el álbum la pasada primavera, y un excelente aviso del giro estilístico que se avecinaba: una balada con sintetizadores envolventes y temática romántica, con una melodía de notas muy largas y un teclado principal reconocible que sirve de gancho a los cambios de tonalidad que introduce Whitford con aquello de "Nobody knows". Aunque está claro que seis minutos son demasiados para tanto pasaje instrumental que repote aquello de "Only love" una y otra vez.
"Stop, horizon" podría pasar por un tema de la primera década de The Orb (incluso por su título), con su arpegio de guitarra postprocesado una y otra vez para crear una base sobre la que ir añadiendo diversos sintetizadores... aunque después de casi tres minutos aparece una pequeña parte cantada por Whitford, y en los últimos cien segundos una batería razonablemente convencional que acercan el tema a una elegante sesión de chill-out. "Running in the grass" vuelve a apostar por una percusión sencilla y muy en primer plano para vertebrar un tema en el que los distintos teclados van entrando muy poco a poco, hasta que finalmente aparece la voz de Whitford para ofrecernos una melodía sin mucho gancho en las estrofas, y sólo un poco más interesante en los "ooh" del estribillo y en esa parte nueva tan difícil de encajar en el conjunto como el piano final. "A perfect day" es en mi opinión el segundo mejor momento del disco: de duración más contenida y mejor emparentado con su legado de temas pop sintéticos, su estructura clásica, su bonita melodía y su brillante despliegue instrumental (con la sorpresa de esa percusión a mitad del tema que antecede a esa preciosa parte nueva que se alarga hasta el final) hacen que gane con cada escucha.
Justo cuando le empezamos a coger el gusto al álbum se acerca el final. Y lo hace con el penúltimo corte y para mí su tercer mejor momento: "Rain" evoca su título con una certera combinación de sintetizadores antes de dar paso a una interpretación vocal completa de Whitford (aunque no estructurada en las habituales estrofas y estribillos). Destaca especialmente esa melodía de notas más bajas de lo habitual y la guitarra eléctrica que le añade un punto de dramatismo a su tramo final. Y el cierre lo pone "In transit", ahora sí un tema de ambient puro, netamente instrumental, gélido, pausado, con sorpresas como esa guitarra acústica que pone el contrapunto cerca del final, pero que obviamente es una canción menor.
El escaso éxito comercial cosechado por "Freeze, melt" (el menor desde que rompieron techo con "In Ghost Colours" allá por 2008) evidencia que el giro musical no ha sido muy bien acogido por sus cada vez más escasos seguidores. Está claro que no es un disco fácil, y que no funciona como antídoto para estos meses tan depresivos que nos está dejando la pandemia. Pero si le damos una oportunidad a sus pasajes derivativos y nos aferramos a los temas que entroncan con su discografía previa, es un álbum interesante, razonablemente disfrutable, y que a pesar de su sonido menos elaborado posee muchos detalles por descubrir en sucesivas escuchas. La duda es si refleja un cambio permanente en la banda, o si será un disco del que renieguen en un futuro. O quien sabe si incluso el último de su carrera. Veremos.
sábado, 24 de octubre de 2020
Kaleida: "Odyssey" (2020)
Justo al cumplirse tres años desde su álbum de debut (ese interesante y por momentos brillante "Tear the roots" que reseñé en este mismo blog), el dúo femenino británico Kaleida ha publicado "Odyssey", su nuevo disco. Una entrega en la que la vocalista Christina Wood y la teclista Cicely Goulder han afrontado el siempre difícil reto del segundo álbum sin modificar apenas su propuesta respecto al primero. Propuesta que (debo empezar aclarando) a mi modo de ver no es el electropop en el que se las suele categorizar. Porque aquí no abundan los bombos sobredimensionados, ni los sintetizadores de última generación, ni los trallazos para la pista de baile. Lo que rige la propuesta musical del dúo es el "menos es más" que tanto talento require para sostenerse.
No significa esto que no vayamos a encontrar sintetizadores, ni que casi todos los temas tengan sus estrofas, estribillos, partes nuevas y codas como corresponde al pop clásico. Es más que lo que busca el dúo es sobre todo aflorar determinados sentimientos (melancolía, tristeza, introspección) y no tanto alegrarnos esas tardes de otoño cada vez más cortas. De hecho, a menudo las canciones están construidas sobre unas pocas pistas, de manera que cuando se incorpora un nuevo instrumento es casi un acontecimiento. Y no es extraño escuchar instrumentos orgánicos como baterías, pianos y guitarras eléctricas. Lo que ciertamente no encontrarán es auto-tunes, ni el ubicuo Ableton Live. Por eso lo equívoco de presentarlas como electropop; para mí hablar de indie-pop intimista sería una forma más precisa de definirlas.
En lo que constituye toda una declaración de intenciones, el álbum lo abre el tema que da título al disco y que mejor lo define: "Odyssey" es un precioso tema de pop intimista con varias partes claramente diferenciadas en el que además de la certera progresión armónica y la sobrecogedora melodía de sus estrofas, lo que más llama la atención es la guitarra que la vertebra casi desde el comienzo, así como los sencillos pero eficaces timbales que aparecen a partir de la segunda estrofa, fiel reflejo de un tema que no deja de evolucionar compositivamente y de crecer instrumentalmente de principio a fin. A mi modo de ver resulta inferior "Other side", el sencillo que anticipó el álbum hace ahora cuatro meses. Y es que a veces la excelente voz de Wood puede resultar excesivamente triste si la melodía no le ayuda, y éste es claramente el caso. Aunque, como casi todos, el tema está bien estructurado y producido. "The news", tercer corte, vuelve a ponernos la carne de gallina con su devastadora tristeza ya desde el comienzo (sólo la voz de Wood y el piano de Goulder con otra fantástica estrofa). El extraño cambio de progresión armónica en el estribillo acaba por resultar original tras muchas escuchas, el synclavier de la segunda estrofa un certero detalle, y las cuerdas del estribillo final tan esperables como disfrutables. "Feed us some" fue el tercer sencillo y es quizá el tema más bailable del disco, con su arpegio de piano obsesivo, y ahora sí un bombo en primer plano y las palmadas que hacen de caja para recordarnos que el intimismo puede tener ritmo. Pero la tonalidad de la canción es extraña, la melodía un tanto deslavazada y el piano puede llegar a cansar, por lo que el resultado no pasa de correcto.
"Long noon" fue el segundo sencillo el pasado verano, y es para mí una de las mejores canciones en lo que va de año. Esta vez la maravillosa combinación de progresión armónica y melodía no sólo transmite melancolía, sino también desesperación, y en vez de sucumbir a la tentación de dejarla "acústica" (voz y piano, como al comienzo), el dúo va añadiendo poco a poco instrumentos, incluyendo un gélido sintetizador, un pizzicato electrónico, la programación de percusión más meritoria del disco, y otra inspirada guitarra; sólo el intervalo instrumental pierde algo de fuerza frente al resto. "Josephine" amaga con dejarse llevar por el intimismo espartano que tanto les gusta, pero un precioso estribillo compensa los excesos de las estrofas tanto melódicamente como instrumentalmente, y el resultado es notable. "Fake", el penúltimo corte, es un compendio de lo expuesto en los seis temas anteriores, con una melodía más cautivadora en el estribillo que en las estrofas pero a la que le falta algo de contundencia para grabarse en la mente de quienes escuchen el álbum. Y "No computer" cierra el álbum apostando por la experimentación más que ningún otro corte, priorizando las atmósferas envolventes sobre la melancolía vocal, con pasajes que pueden recordarnos a los de Rüfus du Sol, dando como resultado un tema quizá no especialmente disfrutable pero sí muy interesante de escuchar y que mantiene la atención hasta el final.
Está claro que al disco le habría venido bien algún tema más: sólo ocho canciones y treinta y cinco minutos tras tres años de silencio está en el límite de lo admisible en un segundo álbum. Tampoco considero la elección de los sencillos especialmente acertada, pues se han dejado fuera casi todos los mejores momentos. Y un cambio de estilo a la hora de interpretar alguna de las canciones menos inspiradas, o incluso un punto más de variedad a la hora de instrumentar algún tema, habría oxigenado el conjunto. En todo caso Wood y Goulder son muy buenas en sus parcelas, y han conseguido dar con la tecla de la inspiración en la composición y en la producción el suficiente número de veces como para que el disco resulte globalmente recomendable. Parece que están teniendo además una mayor repercusión en los medios y en el público en general (algunos de sus vídeos superan ya las cien mil reproducciones en Youtube). Ojalá estas tendencias se confirmen y les animen a seguir con su carrera como dúo, porque no estamos sobrados de artistas capaces de generar tantas emociones.
No significa esto que no vayamos a encontrar sintetizadores, ni que casi todos los temas tengan sus estrofas, estribillos, partes nuevas y codas como corresponde al pop clásico. Es más que lo que busca el dúo es sobre todo aflorar determinados sentimientos (melancolía, tristeza, introspección) y no tanto alegrarnos esas tardes de otoño cada vez más cortas. De hecho, a menudo las canciones están construidas sobre unas pocas pistas, de manera que cuando se incorpora un nuevo instrumento es casi un acontecimiento. Y no es extraño escuchar instrumentos orgánicos como baterías, pianos y guitarras eléctricas. Lo que ciertamente no encontrarán es auto-tunes, ni el ubicuo Ableton Live. Por eso lo equívoco de presentarlas como electropop; para mí hablar de indie-pop intimista sería una forma más precisa de definirlas.
En lo que constituye toda una declaración de intenciones, el álbum lo abre el tema que da título al disco y que mejor lo define: "Odyssey" es un precioso tema de pop intimista con varias partes claramente diferenciadas en el que además de la certera progresión armónica y la sobrecogedora melodía de sus estrofas, lo que más llama la atención es la guitarra que la vertebra casi desde el comienzo, así como los sencillos pero eficaces timbales que aparecen a partir de la segunda estrofa, fiel reflejo de un tema que no deja de evolucionar compositivamente y de crecer instrumentalmente de principio a fin. A mi modo de ver resulta inferior "Other side", el sencillo que anticipó el álbum hace ahora cuatro meses. Y es que a veces la excelente voz de Wood puede resultar excesivamente triste si la melodía no le ayuda, y éste es claramente el caso. Aunque, como casi todos, el tema está bien estructurado y producido. "The news", tercer corte, vuelve a ponernos la carne de gallina con su devastadora tristeza ya desde el comienzo (sólo la voz de Wood y el piano de Goulder con otra fantástica estrofa). El extraño cambio de progresión armónica en el estribillo acaba por resultar original tras muchas escuchas, el synclavier de la segunda estrofa un certero detalle, y las cuerdas del estribillo final tan esperables como disfrutables. "Feed us some" fue el tercer sencillo y es quizá el tema más bailable del disco, con su arpegio de piano obsesivo, y ahora sí un bombo en primer plano y las palmadas que hacen de caja para recordarnos que el intimismo puede tener ritmo. Pero la tonalidad de la canción es extraña, la melodía un tanto deslavazada y el piano puede llegar a cansar, por lo que el resultado no pasa de correcto.
"Long noon" fue el segundo sencillo el pasado verano, y es para mí una de las mejores canciones en lo que va de año. Esta vez la maravillosa combinación de progresión armónica y melodía no sólo transmite melancolía, sino también desesperación, y en vez de sucumbir a la tentación de dejarla "acústica" (voz y piano, como al comienzo), el dúo va añadiendo poco a poco instrumentos, incluyendo un gélido sintetizador, un pizzicato electrónico, la programación de percusión más meritoria del disco, y otra inspirada guitarra; sólo el intervalo instrumental pierde algo de fuerza frente al resto. "Josephine" amaga con dejarse llevar por el intimismo espartano que tanto les gusta, pero un precioso estribillo compensa los excesos de las estrofas tanto melódicamente como instrumentalmente, y el resultado es notable. "Fake", el penúltimo corte, es un compendio de lo expuesto en los seis temas anteriores, con una melodía más cautivadora en el estribillo que en las estrofas pero a la que le falta algo de contundencia para grabarse en la mente de quienes escuchen el álbum. Y "No computer" cierra el álbum apostando por la experimentación más que ningún otro corte, priorizando las atmósferas envolventes sobre la melancolía vocal, con pasajes que pueden recordarnos a los de Rüfus du Sol, dando como resultado un tema quizá no especialmente disfrutable pero sí muy interesante de escuchar y que mantiene la atención hasta el final.
Está claro que al disco le habría venido bien algún tema más: sólo ocho canciones y treinta y cinco minutos tras tres años de silencio está en el límite de lo admisible en un segundo álbum. Tampoco considero la elección de los sencillos especialmente acertada, pues se han dejado fuera casi todos los mejores momentos. Y un cambio de estilo a la hora de interpretar alguna de las canciones menos inspiradas, o incluso un punto más de variedad a la hora de instrumentar algún tema, habría oxigenado el conjunto. En todo caso Wood y Goulder son muy buenas en sus parcelas, y han conseguido dar con la tecla de la inspiración en la composición y en la producción el suficiente número de veces como para que el disco resulte globalmente recomendable. Parece que están teniendo además una mayor repercusión en los medios y en el público en general (algunos de sus vídeos superan ya las cien mil reproducciones en Youtube). Ojalá estas tendencias se confirmen y les animen a seguir con su carrera como dúo, porque no estamos sobrados de artistas capaces de generar tantas emociones.
domingo, 20 de septiembre de 2020
Mating Ritual: "The bungalow" (2020)
Lo de los hermanos Lawhon es un caso realmente excepcional. Y es que probablemente no haya ninguna otra banda en el indie internacional que en los últimos tiempos haya conseguido mantener una cadencia de publicación de álbumes como la suya: uno al año desde que debutaron en 2017. Y no de remezclas, ni en directo, ni de descartes de las sesiones de grabación, no: un álbum completo cada año, con su personalidad propia, sus sencillos de cabecera... Cuando nos confinaron hace medio año pensé que tal vez esta circunstancia finalmente afectaría a tan trepidante carrera. Pero no ha sido así, pues por lo que he leído en internet el dúo terminó las canciones en Los Ángeles justo la semana antes de que se les confinara, así que en cuanto se han relajado las medidas co-vid en California han podido retomar su actividad, y así "The bungalow", su cuarto álbum, ha visto la luz hace justo un mes.
Con semejante frenesí creativo, y al igual que sus tres predecesores, no es de extrañar que no se trate de un álbum largo: treinta y siete minutos y trece temas que en realidad son nueve, pues los otros cuatro son interludios que intentan envolvernos en la atmósfera de "The bungalow", el supuesto club musical nocturno (en realidad la casa de Ryan Taylor) en el que sucederá el evento musical presidido por los hermanos. Esos cuatro temas no terminan de casar demasiado bien con el resto, y a duras penas cumplen su misión evocadora y atmosférica, por lo que no los reseñaré aquí, y me centraré en los nueve restantes. Un conjunto de canciones en las que, pese al escaso tiempo transcurrido desde su anterior entrega, vuelve a haber temazos dignos de los mejores momentos de su carrera, y que quizá sorprenda por su relativo optimismo y su contagiosa festividad en tiempos tan sombríos como los que vivimos. Así como sus acercamientos más evidentes a géneros como la bossa-nova o la música disco de los primeros ochenta.
Tras el primero de los tres intervalos instrumentales para ambientarnos, el álbum se abre realmente con "The bungalow", el tema que no sólo da título el álbum sino que además ha visto la luz recientemente como tercer sencillo. Pese a lo cual no lo considero uno de los momentos punteros del álbum: pretende tener el groove del disco-funk de hace unas décadas, como lo muestra su bajo en primer plano desde el comienzo sobre el cual se articula todo el tema. Pero las estrofas son un tanto simplonas, y lo único que realmente merece la pena es su infeccioso y elocuente estribillo, incluso con el evocador vocoder y un certero saxofón en sus repeticiones finales. Me parece superior "Voodoo", que recientemente ha sido también su cuarto sencillo. Ahora sí los violines sintetizados y la guitarra de acompañamiento no ocultan la mirada con buen criterio a las discotecas americanas de hace cuarenta años. Pero al tema lo engrandece una acertada progresión armónica y una melodía elegante en las estrofas y más pegadiza en el estribillo, hasta el extremo de que los Lawhon la silban antes de las repeticiones finales. Al mismo nivel se sitúa "Elastic summer", con guitarra reggae, efectos extraídos del dub para los intervalos instrumentales, un original bajo slap a todo volumen, y un ritmo cadencioso al que es imposible resistirse. Sin olvidarnos de esos coros del estribillo con las voces tan tratadas que parecen niños cantando.
"Unusual", quinto y actual sencillo, con una sección rítmica que ahora es una caja de ritmos en vez de la habitual batería, y los teclados de Taylor llevando la instrumentación desde el comienzo, es un agradable medio tiempo que evidencia una vez más la capacidad de la banda para crear melodías de indie-pop intemporales y con una generosa ración de optimismo ("because I'm happy again, it's unusual that I would feel this way..."). Una agradable y relajado solo de guitarra y el sintetizador que recrea la voz de Ryan rematan el resultado. "King of the doves" fue el sencillo que anticipó el álbum y es sin duda uno de sus mejores momentos: un tema más introspectivo, sobre progresión armónica en acordes menores, con un Taylor especialmente inspirado a los teclados para adornar las estrofas, sostener los intervalos instrumentales con un arpegio circular y fascinarnos con un teclado acelerado en la parte nueva, un bajo que recuerda al de Peter Hook, un estribillo de una sola frase a la que le sientan de maravilla los coros femeninos, y otro solo de guitarra sencillo y eficaz. "Heart don't work" es el tema más pausado de "The bungalow" hasta ese punto, y juega la baza de la melancolía en la línea de su clásico "Game" (de "Hot content", 2019) gracias a una melodía muy bien construida y una instrumentación que empieza espartana y va creciendo conforme avanza el minutaje (con mención especial para esa batería tan alejada del cuatro por cuatro estándar y que le añade dosis de dramatismo, y el teclado sincopado de Taylor, arriesgado pero de perfecto encaje).
Tras el penúltimo interludio, el último tercio del álbum arranca con "OK", el que fue su segundo sencillo y que para mí es sin discusión la mejor canción del álbum. Entrando directamente con la voz de Ryan sin compases instrumentales previos, el clasicismo de sus preciosas estrofas (poco más que voz y guitarra) tiene, gracias a los excelentes arreglos que construyen un puente original y eficaz, el perfecto contrapeso en el estribillo con más rabia del disco, que recuerda por momentos al de los Oasis menos pesados. Y a partir del segundo estribillo guarda la sorpresa de una parte nueva de voz provocativa y de la voz distorsionada de Ryan, junto con un tramo final en que guitarra y teclados se combinan con una naturalidad apabullante. "Raining in paradise" es el tema más electrónico del disco, y sus teclados ochenteros y sus guitarras en cascada pueden recordar a los mejores momentos de A Flock of Seagulls, pero la voz pretendidamente histriónica de Ryan y sus "gritos" en el estribillo le acercan al indie-rock que tanto habían cultivado en álbumes anteriores, una linea en la que incide el largo intervalo instrumental ruidista. El disco lo cierra "Moon dust", el otro tema lento del disco y en realidad la única balada del mismo. Que se aleja de sus habitualmente ominosos temas lentos que tan bien desarrolln y que propone por el contrario una melodía cálida, casi dulce, con piano incluido, que en mi opinión no es lo que mejor saben hacer, aunque como experimentación funciona y el resultado no llega a decepcionar.
Como suele suceder en los álbumes de Mating Ritual, es complicado encontrar dos temas parecidos, pero también es difícil encontrar alguno que realmente desentone. Y eso a pesar de su frenético ritmo de creación y publicación, más de cuarenta canciones en cuaatro años. Además, es evidente que Ryan canta mejor que en sus comienzos, y que con el paso de los años los hermanos han refinado su capacidad para instrumentar sus composiciones, en parte además gracias a unos músicos de apoyo muy solventes. "The bungalow" gana con cada escucha, y puede ser el mejor antídoto para esa música plana y sin apenas inspiración que nos están dejando la mayoría de nuevos álbumes de esta época de post-confinamiento: su equilibrio, su inspiración y su energía positiva son una garantía. La pena es que sigan siendo unos perfectos desconocidos para el gran público, incluso en sus Los Ángeles de residencia. Sé que esta humilde entrada poco contribuirá a cambiar esta inmerecida situación, pero si gracias a ella unos cuantos aficionados españoles los descubren y disfrutan, me habré dado por satisfecho. Porque se lo merecen.
Con semejante frenesí creativo, y al igual que sus tres predecesores, no es de extrañar que no se trate de un álbum largo: treinta y siete minutos y trece temas que en realidad son nueve, pues los otros cuatro son interludios que intentan envolvernos en la atmósfera de "The bungalow", el supuesto club musical nocturno (en realidad la casa de Ryan Taylor) en el que sucederá el evento musical presidido por los hermanos. Esos cuatro temas no terminan de casar demasiado bien con el resto, y a duras penas cumplen su misión evocadora y atmosférica, por lo que no los reseñaré aquí, y me centraré en los nueve restantes. Un conjunto de canciones en las que, pese al escaso tiempo transcurrido desde su anterior entrega, vuelve a haber temazos dignos de los mejores momentos de su carrera, y que quizá sorprenda por su relativo optimismo y su contagiosa festividad en tiempos tan sombríos como los que vivimos. Así como sus acercamientos más evidentes a géneros como la bossa-nova o la música disco de los primeros ochenta.
Tras el primero de los tres intervalos instrumentales para ambientarnos, el álbum se abre realmente con "The bungalow", el tema que no sólo da título el álbum sino que además ha visto la luz recientemente como tercer sencillo. Pese a lo cual no lo considero uno de los momentos punteros del álbum: pretende tener el groove del disco-funk de hace unas décadas, como lo muestra su bajo en primer plano desde el comienzo sobre el cual se articula todo el tema. Pero las estrofas son un tanto simplonas, y lo único que realmente merece la pena es su infeccioso y elocuente estribillo, incluso con el evocador vocoder y un certero saxofón en sus repeticiones finales. Me parece superior "Voodoo", que recientemente ha sido también su cuarto sencillo. Ahora sí los violines sintetizados y la guitarra de acompañamiento no ocultan la mirada con buen criterio a las discotecas americanas de hace cuarenta años. Pero al tema lo engrandece una acertada progresión armónica y una melodía elegante en las estrofas y más pegadiza en el estribillo, hasta el extremo de que los Lawhon la silban antes de las repeticiones finales. Al mismo nivel se sitúa "Elastic summer", con guitarra reggae, efectos extraídos del dub para los intervalos instrumentales, un original bajo slap a todo volumen, y un ritmo cadencioso al que es imposible resistirse. Sin olvidarnos de esos coros del estribillo con las voces tan tratadas que parecen niños cantando.
"Unusual", quinto y actual sencillo, con una sección rítmica que ahora es una caja de ritmos en vez de la habitual batería, y los teclados de Taylor llevando la instrumentación desde el comienzo, es un agradable medio tiempo que evidencia una vez más la capacidad de la banda para crear melodías de indie-pop intemporales y con una generosa ración de optimismo ("because I'm happy again, it's unusual that I would feel this way..."). Una agradable y relajado solo de guitarra y el sintetizador que recrea la voz de Ryan rematan el resultado. "King of the doves" fue el sencillo que anticipó el álbum y es sin duda uno de sus mejores momentos: un tema más introspectivo, sobre progresión armónica en acordes menores, con un Taylor especialmente inspirado a los teclados para adornar las estrofas, sostener los intervalos instrumentales con un arpegio circular y fascinarnos con un teclado acelerado en la parte nueva, un bajo que recuerda al de Peter Hook, un estribillo de una sola frase a la que le sientan de maravilla los coros femeninos, y otro solo de guitarra sencillo y eficaz. "Heart don't work" es el tema más pausado de "The bungalow" hasta ese punto, y juega la baza de la melancolía en la línea de su clásico "Game" (de "Hot content", 2019) gracias a una melodía muy bien construida y una instrumentación que empieza espartana y va creciendo conforme avanza el minutaje (con mención especial para esa batería tan alejada del cuatro por cuatro estándar y que le añade dosis de dramatismo, y el teclado sincopado de Taylor, arriesgado pero de perfecto encaje).
Tras el penúltimo interludio, el último tercio del álbum arranca con "OK", el que fue su segundo sencillo y que para mí es sin discusión la mejor canción del álbum. Entrando directamente con la voz de Ryan sin compases instrumentales previos, el clasicismo de sus preciosas estrofas (poco más que voz y guitarra) tiene, gracias a los excelentes arreglos que construyen un puente original y eficaz, el perfecto contrapeso en el estribillo con más rabia del disco, que recuerda por momentos al de los Oasis menos pesados. Y a partir del segundo estribillo guarda la sorpresa de una parte nueva de voz provocativa y de la voz distorsionada de Ryan, junto con un tramo final en que guitarra y teclados se combinan con una naturalidad apabullante. "Raining in paradise" es el tema más electrónico del disco, y sus teclados ochenteros y sus guitarras en cascada pueden recordar a los mejores momentos de A Flock of Seagulls, pero la voz pretendidamente histriónica de Ryan y sus "gritos" en el estribillo le acercan al indie-rock que tanto habían cultivado en álbumes anteriores, una linea en la que incide el largo intervalo instrumental ruidista. El disco lo cierra "Moon dust", el otro tema lento del disco y en realidad la única balada del mismo. Que se aleja de sus habitualmente ominosos temas lentos que tan bien desarrolln y que propone por el contrario una melodía cálida, casi dulce, con piano incluido, que en mi opinión no es lo que mejor saben hacer, aunque como experimentación funciona y el resultado no llega a decepcionar.
Como suele suceder en los álbumes de Mating Ritual, es complicado encontrar dos temas parecidos, pero también es difícil encontrar alguno que realmente desentone. Y eso a pesar de su frenético ritmo de creación y publicación, más de cuarenta canciones en cuaatro años. Además, es evidente que Ryan canta mejor que en sus comienzos, y que con el paso de los años los hermanos han refinado su capacidad para instrumentar sus composiciones, en parte además gracias a unos músicos de apoyo muy solventes. "The bungalow" gana con cada escucha, y puede ser el mejor antídoto para esa música plana y sin apenas inspiración que nos están dejando la mayoría de nuevos álbumes de esta época de post-confinamiento: su equilibrio, su inspiración y su energía positiva son una garantía. La pena es que sigan siendo unos perfectos desconocidos para el gran público, incluso en sus Los Ángeles de residencia. Sé que esta humilde entrada poco contribuirá a cambiar esta inmerecida situación, pero si gracias a ella unos cuantos aficionados españoles los descubren y disfrutan, me habré dado por satisfecho. Porque se lo merecen.
domingo, 23 de agosto de 2020
Braids: "Shadow offering" (2020)
Uno de los regresos que más se ha hecho de rogar ha sido el de los canadienses Braids. Cinco años nada menos han transcurrido desde que reseñé en este mismo blog "Deep in the iris", su irregular pero a veces maravilloso tercer álbum. Proyectos paralelos primero y la pandemia después nos han impedido disfrutar antes de "Shadow offering". Un álbum que mantiene al trío en su senda tan personal, esa apuesta por un pop elaborado entre indie y experimental, no siempre accesible en una primera escucha pero reconfortante a largo plazo si nos atrevemos a ir descubriendo sus innumerables recovecos. Como en entregas anteriores, el trío prefiere calidad a cantidad, y el disco lo despachan con solamente nueve temas. Pero como suelen elaborar prolijamente sus canciones, la duración sobrepasa los cuarenta y cinco minutos, por lo que no hay reproche posible a ese respecto.
En cuanto al resultado, el álbum puede mirar de tú a tú a su predecesor, lo que ya es bastante. Sigue sin ser un álbum redondo de principio a fin, pero probablemente eso es algo que el trío ni siquiera vista, pues probablemente prefieran explorar su universo creativo y personal aunque ello provoque en ocasiones temas mejor elaborados que fáciles de disfrutar. Desde luego no es música para el consumo de las masas. Ahora bien, a veces dan con la tecla (en especial cuando estructuran las canciones de forma un poco más convencional e intentan que haya estribillos definidos y más compases que se repiten), y cuando lo hacen consiguen evocar en el melómano una sensibilidad y un gusto por la buena música contemporánea que pocos artistas igualan actualmente.
El álbum lo abre "Here 4 U", que hace escasas semanas ha visto la luz también como quinto sencillo. Es un buen reflejo de lo que nos va a ofrecer el álbum: un tema reposado sin ser lento, estupendamente interpretado por la vocalista Raphaelle Standell-Preston, que nos llama la atención con su delicadeza de jardín otoñal para ir luego creciendo a la vez que le añaden instrumentos que complementan ese juguetón sintetizador programado tan omnipresente desde el principio. El sintetizador hipnótico potenciado por el correspondiente pitch repite en el siguiente corte, "Young buck", segundo sencillo y para mí el mejor tema del álbum: una reconocible historia sobre un chico joven que no conviene a Standell-Preston, quien sin embargo se desespera por no poder conseguir su atención, que acelera el tempo y lo enriquece con una preciosa melodía, muy difícil de interpretar, con un estribillo de una sensibilidad apabullante que se adhiere sin remedio (ese "being loved by you...") y unas armonías de gran calidad. Después de semejante exhibición, "Eclipse", el siguiente corte, parece un tema menor, pero hay que destacar que fue el primer sencillo a finales del año pasado, lo que da una idea de lo que le gusta a la banda: en este caso es el piano el que nos envuelve con su melodía circular, y la interpretación vocal es irreprochable, pero su experimentalidad un tanto derivativa lo convierte en un tema muy difícil para el público en general.
El cuarto corte fue también el cuarto sencillo a principios de mayo, y es mi segundo momento preferido del álbum: "Just let me" es, ahora sí, una balada con piano y voz, pero desde luego no una balada convencional. Casi podemos intuir el barroquismo de los mejores Florence & The Machine, pero con una introspección y una capacidad evocadora tremendas. Además, a pesar de su calidad, renuncian a repetir el estribillo tras la segunda estrofa y emprenden un camino por nuevas partes emparentadas sólo en parte con las ya interpretadas, hasta conseguir desembocar en ese brillante estribillo sabiamente acompañado por guitarras acústica y eléctrica según lo va requiriendo el tema, y con una coda final difícil de olvidar gracias a ese recurrente "Where did our love go?" que les permite exhibir lo buenos instrumentistas que son. A partir de aquí el álbum baja ligeramente de nivel, o al menos nos ofrece menos asideros reconocibles a los que agarrarse: "Upheaval II" no es un mal tema, a pesar de que quizá recuerde más de la cuenta a Tori Amos, pero le falta gancho en su melodía, y el extraño interludio instrumental no ayuda a sacar brillo a su ominoso tramo final, sin duda lo mejor (aunque le sobre algo de minutaje). "Fear of men" es un poco más accesible y quizá se sitúa en un escalón superior: otro loop de sintetizador, otro estribillo de notas muy altas, otra composición que va incorporando guitarras a la siempre compleja y extraña batería, y otro carrusel de tramos y pasajes que pueden desorientar, aunque el estribillo es reconocible y disfrutable.
El último tercio del álbum lo comanda "Snow angel", tercer sencillo y también mi tercer tema favorito, una exhibición de nada menos que ¡nueve minutos! (también en su helador vídeo), de guitarra dramática como contrapunto a otro sintetizador obsesivo, que sin embargo no se hace pesado gracias a su tempo alto, sus excelentes armonías, otra excelente interpretación vocal de Standell-Preston para una larguísima melodía, complementada con esa subyugante parte medio declamada-medio cantada hacia la mitad, y la sorpresa final de ese cambio de tonalidad, dulcificando el angustioso panorama de los siete minutos anteriores. "Ocean" es otro tema lento (llamarlo balada con tanto pasaje envolvente sería demasiado) en el que resplandece un complicadísimo de interpretar estribillo, aunque quizá su ubicación en el álbum, considerandi lo que exige para su disfrute, le reste algún punto. Y "Note to self" pone el cierre remitiéndonos a otra original batería, a otra buena interpretación vocal, a otra apuesta por la elaboración instrumental, pero también a otra considerable dosis de exploración arty que puede no dejar el mejor sabor de boca.
Es posible que el álbum les haya quedado un poco más orgánico de lo que planeaban (muchas veces la electrónica se reduce a esos omnipresentes loops sintetizados y algún que otro teclado suelto). Pero no han caído en el error de abrumar con temas lentos que lo hubieran hecho más indigesto, y sí en el acierto de anteponer sus convicciones musicales a la siempre tentadora comercialidad, incluso a la hora de ordenar el tracklist. Con lo que van a seguir siendo una banda para minorías de amplios conocimientos musicales, que no aspira a entrar en la lista de ventas pero sí a tener una carrera ya consolidada de discos notables que serán igual o más apreciados conforme pasen los años. Así que ya sabe: si le apetece explorar un nuevo álbum diferente pero con talento en estas semanas de vacaciones un tanto atípicas, "Shadow offering" es una excelente opción. Eso sí, melómanos de consumo fácil abstenerse.
En cuanto al resultado, el álbum puede mirar de tú a tú a su predecesor, lo que ya es bastante. Sigue sin ser un álbum redondo de principio a fin, pero probablemente eso es algo que el trío ni siquiera vista, pues probablemente prefieran explorar su universo creativo y personal aunque ello provoque en ocasiones temas mejor elaborados que fáciles de disfrutar. Desde luego no es música para el consumo de las masas. Ahora bien, a veces dan con la tecla (en especial cuando estructuran las canciones de forma un poco más convencional e intentan que haya estribillos definidos y más compases que se repiten), y cuando lo hacen consiguen evocar en el melómano una sensibilidad y un gusto por la buena música contemporánea que pocos artistas igualan actualmente.
El álbum lo abre "Here 4 U", que hace escasas semanas ha visto la luz también como quinto sencillo. Es un buen reflejo de lo que nos va a ofrecer el álbum: un tema reposado sin ser lento, estupendamente interpretado por la vocalista Raphaelle Standell-Preston, que nos llama la atención con su delicadeza de jardín otoñal para ir luego creciendo a la vez que le añaden instrumentos que complementan ese juguetón sintetizador programado tan omnipresente desde el principio. El sintetizador hipnótico potenciado por el correspondiente pitch repite en el siguiente corte, "Young buck", segundo sencillo y para mí el mejor tema del álbum: una reconocible historia sobre un chico joven que no conviene a Standell-Preston, quien sin embargo se desespera por no poder conseguir su atención, que acelera el tempo y lo enriquece con una preciosa melodía, muy difícil de interpretar, con un estribillo de una sensibilidad apabullante que se adhiere sin remedio (ese "being loved by you...") y unas armonías de gran calidad. Después de semejante exhibición, "Eclipse", el siguiente corte, parece un tema menor, pero hay que destacar que fue el primer sencillo a finales del año pasado, lo que da una idea de lo que le gusta a la banda: en este caso es el piano el que nos envuelve con su melodía circular, y la interpretación vocal es irreprochable, pero su experimentalidad un tanto derivativa lo convierte en un tema muy difícil para el público en general.
El cuarto corte fue también el cuarto sencillo a principios de mayo, y es mi segundo momento preferido del álbum: "Just let me" es, ahora sí, una balada con piano y voz, pero desde luego no una balada convencional. Casi podemos intuir el barroquismo de los mejores Florence & The Machine, pero con una introspección y una capacidad evocadora tremendas. Además, a pesar de su calidad, renuncian a repetir el estribillo tras la segunda estrofa y emprenden un camino por nuevas partes emparentadas sólo en parte con las ya interpretadas, hasta conseguir desembocar en ese brillante estribillo sabiamente acompañado por guitarras acústica y eléctrica según lo va requiriendo el tema, y con una coda final difícil de olvidar gracias a ese recurrente "Where did our love go?" que les permite exhibir lo buenos instrumentistas que son. A partir de aquí el álbum baja ligeramente de nivel, o al menos nos ofrece menos asideros reconocibles a los que agarrarse: "Upheaval II" no es un mal tema, a pesar de que quizá recuerde más de la cuenta a Tori Amos, pero le falta gancho en su melodía, y el extraño interludio instrumental no ayuda a sacar brillo a su ominoso tramo final, sin duda lo mejor (aunque le sobre algo de minutaje). "Fear of men" es un poco más accesible y quizá se sitúa en un escalón superior: otro loop de sintetizador, otro estribillo de notas muy altas, otra composición que va incorporando guitarras a la siempre compleja y extraña batería, y otro carrusel de tramos y pasajes que pueden desorientar, aunque el estribillo es reconocible y disfrutable.
El último tercio del álbum lo comanda "Snow angel", tercer sencillo y también mi tercer tema favorito, una exhibición de nada menos que ¡nueve minutos! (también en su helador vídeo), de guitarra dramática como contrapunto a otro sintetizador obsesivo, que sin embargo no se hace pesado gracias a su tempo alto, sus excelentes armonías, otra excelente interpretación vocal de Standell-Preston para una larguísima melodía, complementada con esa subyugante parte medio declamada-medio cantada hacia la mitad, y la sorpresa final de ese cambio de tonalidad, dulcificando el angustioso panorama de los siete minutos anteriores. "Ocean" es otro tema lento (llamarlo balada con tanto pasaje envolvente sería demasiado) en el que resplandece un complicadísimo de interpretar estribillo, aunque quizá su ubicación en el álbum, considerandi lo que exige para su disfrute, le reste algún punto. Y "Note to self" pone el cierre remitiéndonos a otra original batería, a otra buena interpretación vocal, a otra apuesta por la elaboración instrumental, pero también a otra considerable dosis de exploración arty que puede no dejar el mejor sabor de boca.
Es posible que el álbum les haya quedado un poco más orgánico de lo que planeaban (muchas veces la electrónica se reduce a esos omnipresentes loops sintetizados y algún que otro teclado suelto). Pero no han caído en el error de abrumar con temas lentos que lo hubieran hecho más indigesto, y sí en el acierto de anteponer sus convicciones musicales a la siempre tentadora comercialidad, incluso a la hora de ordenar el tracklist. Con lo que van a seguir siendo una banda para minorías de amplios conocimientos musicales, que no aspira a entrar en la lista de ventas pero sí a tener una carrera ya consolidada de discos notables que serán igual o más apreciados conforme pasen los años. Así que ya sabe: si le apetece explorar un nuevo álbum diferente pero con talento en estas semanas de vacaciones un tanto atípicas, "Shadow offering" es una excelente opción. Eso sí, melómanos de consumo fácil abstenerse.
domingo, 12 de julio de 2020
Nina: "Synthian" (2020)
Aunque el gradual desconfinamiento no está siendo acompañado por la recuperación de la cadencia habitual de novedades musicales, sí que se observa en las últimas semanas una tendencia a publicar álbumes que habían quedado hibernados en las estanterías de las discográficas esperando un momento más propicio. Tal ha sido el caso de "Synthian", el segundo álbum de la alemana afincada en Londres Nina Boldt, conocida musicalmente como Nina. Una artista que ya me llamó la atención cuando publicó su primer álbum "Sleepwalking" (2018), sobre todo por su tema del mismo título. Pero que no llegué a reseñar entonces porque el talento que se atisbaba quedaba en parte oculto por un sonido demasiado deudor de los ochenta y por un predominio de las canciones anodinas.
Un par de años más tarde "Synthian" ha supuesto un saludable paso adelante en la dirección correcta. Lo que no significa que haya roto con sus orígenes: simplemente ha dado con la tecla en dos o tres canciones más, y ha quitado un par de capas a su preferencia por los envoltorios ochenteros. Lo justo para que este álbum, sin llegar a la excelencia, merezca una entrada en este humilde blog. Quizá simplemente haya sido la consecuencia de una mayor madurez como creadora, o quizá a causa una mayor influencia de su teclista y co-compositora Laura Fares (también conocida como LAU), vaya usted a saber.
Ahora bien, ese crecimiento no se aprecia en "Synthian", el supuesto tema estrella del álbum, que da le da título y lo abre: tan synth-wave como cabría esperar, lo que le falla no es su mirada a los ochenta sino que por una parte no se decide por una propuesta determinada (se queda en un insulso medio tiempo) y por otra propone una melodía que no transmite. Afortunadamente el álbum explota con "Automatic call", el sencillo que anticipó el álbum a finales del año pasado y que se quedó fuera por muy poco de mi lista de mejores canciones internacionales de 2019: aunque la base rítmica (bajo y percusión) del comienzo es puro italo-disco (lo que no significa que esté mal, sólo fuera de época), esa progresión armónica eficaz (y que cambia con mucha creatividad en la estupenda parte nueva) y que da cabida a una excelente melodía de principio a fin compensa cualquier exceso "ochentero" en la producción. No obstante el álbum pega otro bajón en el tercer corte, ese "Runaway" que recuerda en su comienzo al eurobeat alemán y que luego evoluciona hacia el pop norteamericano más olvidable de mediados de los ochenta (podríamos pensar en uno de los sencillos más prescindibles de Sheena Easton), a pesar de que el estribillo es razonablemente digno.
"Unnoticed" recupera casi todo el terreno perdido, y es probablemente mi tercer tema favorito del álbum. Con una melodía menos definida que "Automatic call", resplandece su estribillo tan nostálgico de otras décadas como efectivo. Además, la coda final está muy bien resuelta, y el tempo más alto que el del tema precedente ayuda al "subidón" que supone su escucha. "The calm before the storm" fue un sencillo perdido después de "Sleepwalking", y aquí vuelve a pasar desapercibido a pesar de la complejidad de su melodía de notas altas y su ritmo cadencioso. "The wire" peca de una producción excesivamente anticuada (la caja de ritmos en particular suena completamente obsoleta), pero es una pena, porque las estrofas son melancólicamente agradables (a pesar de que la entrada al estribillo se hace de rogar) y el propio estribillo es de una elegancia y una armonía notables, con el detalle adicional del cambio en la letra de la repetición final.
El último tramo del álbum apuesta por bajar el tempo y arrullarnos entre medios tiempos y baladas. A la primera categoría pertenece "Love is blind", tan correcta como insípida, además de un poco larga. A la segunda "Never enough", que personalmente me recuerda un poco a la fantástica "La estación de los amores" de Franco Battiato con su bajo sintetizado y su teclado para llevar los acordes. Aunque una bonita melodía, una mejor interpretación vocal de Nina, y sobre todo un oportuno saxofón le dotan de la personalidad suficiente como para considerarla mi cuarto tema favorito del álbum. La excepción a los ritmos pausados la pone "Gave up on us", que también empieza lenta e intimista, pero luego propone un saludable cuatro por cuatro bailable soportado por un excelente bajo sintetizado, una preciosa melodía bien reforzada por una percusión más pronunciada en el estribillo, y una letra tan desencantada como reconocible en tantas de nuestras experiencias personales. Y la confirmación la pone el cierre del álbum, "The distance", el esperable "baladón" con instrumentación espartana que irá creciendo para rematar el conjunto, que resulta agradable pero a la que en mi opinión le sobra un poco de azúcar y le falta algo más de elaboración (poco más que dos estrofas, dos estribillos y un pequeño tramo instrumental).
Un cierre que por otra parte resume bien los cuarenta y dos minutos de este "Synthian". Siempre agradables, pero sin espacio para la experimentación, muy conservadores en la instrumentación, y que dependen básicamente de la inspiración de Nina a la hora de crear una melodía brillante o de darle el tempo justo. Cuando acierta, se le perdonan los defectos porque nos reencontramos con un pop de corte clásico e infalible. Cuando falla, el tema se deja oír pero no dejará huella en nuestra memoria. Fifty - fifty en todo caso, así que disfruten de "Automatic call" y sus cuatro hermanas más notables, que el pop de calidad intemporal no abunda precisamente en estos días. Aunque sea retro.
Un par de años más tarde "Synthian" ha supuesto un saludable paso adelante en la dirección correcta. Lo que no significa que haya roto con sus orígenes: simplemente ha dado con la tecla en dos o tres canciones más, y ha quitado un par de capas a su preferencia por los envoltorios ochenteros. Lo justo para que este álbum, sin llegar a la excelencia, merezca una entrada en este humilde blog. Quizá simplemente haya sido la consecuencia de una mayor madurez como creadora, o quizá a causa una mayor influencia de su teclista y co-compositora Laura Fares (también conocida como LAU), vaya usted a saber.
Ahora bien, ese crecimiento no se aprecia en "Synthian", el supuesto tema estrella del álbum, que da le da título y lo abre: tan synth-wave como cabría esperar, lo que le falla no es su mirada a los ochenta sino que por una parte no se decide por una propuesta determinada (se queda en un insulso medio tiempo) y por otra propone una melodía que no transmite. Afortunadamente el álbum explota con "Automatic call", el sencillo que anticipó el álbum a finales del año pasado y que se quedó fuera por muy poco de mi lista de mejores canciones internacionales de 2019: aunque la base rítmica (bajo y percusión) del comienzo es puro italo-disco (lo que no significa que esté mal, sólo fuera de época), esa progresión armónica eficaz (y que cambia con mucha creatividad en la estupenda parte nueva) y que da cabida a una excelente melodía de principio a fin compensa cualquier exceso "ochentero" en la producción. No obstante el álbum pega otro bajón en el tercer corte, ese "Runaway" que recuerda en su comienzo al eurobeat alemán y que luego evoluciona hacia el pop norteamericano más olvidable de mediados de los ochenta (podríamos pensar en uno de los sencillos más prescindibles de Sheena Easton), a pesar de que el estribillo es razonablemente digno.
"Unnoticed" recupera casi todo el terreno perdido, y es probablemente mi tercer tema favorito del álbum. Con una melodía menos definida que "Automatic call", resplandece su estribillo tan nostálgico de otras décadas como efectivo. Además, la coda final está muy bien resuelta, y el tempo más alto que el del tema precedente ayuda al "subidón" que supone su escucha. "The calm before the storm" fue un sencillo perdido después de "Sleepwalking", y aquí vuelve a pasar desapercibido a pesar de la complejidad de su melodía de notas altas y su ritmo cadencioso. "The wire" peca de una producción excesivamente anticuada (la caja de ritmos en particular suena completamente obsoleta), pero es una pena, porque las estrofas son melancólicamente agradables (a pesar de que la entrada al estribillo se hace de rogar) y el propio estribillo es de una elegancia y una armonía notables, con el detalle adicional del cambio en la letra de la repetición final.
El último tramo del álbum apuesta por bajar el tempo y arrullarnos entre medios tiempos y baladas. A la primera categoría pertenece "Love is blind", tan correcta como insípida, además de un poco larga. A la segunda "Never enough", que personalmente me recuerda un poco a la fantástica "La estación de los amores" de Franco Battiato con su bajo sintetizado y su teclado para llevar los acordes. Aunque una bonita melodía, una mejor interpretación vocal de Nina, y sobre todo un oportuno saxofón le dotan de la personalidad suficiente como para considerarla mi cuarto tema favorito del álbum. La excepción a los ritmos pausados la pone "Gave up on us", que también empieza lenta e intimista, pero luego propone un saludable cuatro por cuatro bailable soportado por un excelente bajo sintetizado, una preciosa melodía bien reforzada por una percusión más pronunciada en el estribillo, y una letra tan desencantada como reconocible en tantas de nuestras experiencias personales. Y la confirmación la pone el cierre del álbum, "The distance", el esperable "baladón" con instrumentación espartana que irá creciendo para rematar el conjunto, que resulta agradable pero a la que en mi opinión le sobra un poco de azúcar y le falta algo más de elaboración (poco más que dos estrofas, dos estribillos y un pequeño tramo instrumental).
Un cierre que por otra parte resume bien los cuarenta y dos minutos de este "Synthian". Siempre agradables, pero sin espacio para la experimentación, muy conservadores en la instrumentación, y que dependen básicamente de la inspiración de Nina a la hora de crear una melodía brillante o de darle el tempo justo. Cuando acierta, se le perdonan los defectos porque nos reencontramos con un pop de corte clásico e infalible. Cuando falla, el tema se deja oír pero no dejará huella en nuestra memoria. Fifty - fifty en todo caso, así que disfruten de "Automatic call" y sus cuatro hermanas más notables, que el pop de calidad intemporal no abunda precisamente en estos días. Aunque sea retro.
domingo, 21 de junio de 2020
Josef Salvat: "Modern anxiety" (2020)
A pesar de la pandemia y el posterior confinamiento, algunos álbumes sí han respetado su fecha de publicación originalmente prevista y han visto la luz durante las últimas semanas. Tal es el caso de "Modern anxiety", el segundo álbum del australiano Josef Salvat. Un álbum que se ha hecho mucho de rogar (nada menos que cinco años desde su debut, el estupendo "Night swim") y que por su tardanza sembró en muchos la sombra de la duda sobre una carrera que había empezado muy prometedora. Dudas a las que contribuyeron un sencillo de adelanto que, además de dar título al álbum, se quedaba lejos del nivel del tema emblemático de su debut (el fantástico "Open season"), y un tracklist que, cuando fue anunciado, ofrecía solamente diez temas y poco más de treinta minutos de duración. A dos canciones por año de silencio.
Pese a lo cual después de unas cuantas escuchas el balance es lo suficientemente positivo como para merecer una entrada en este humilde blog. Es cierto que la elección de los sencillos no ha sido excesivamente certera, y que a menudo se aprecia la obsesión por seguir sonando "a la moda", pero Salvat sigue siendo un compositor de talento, tiene claro cómo quiere sonar, qué temas tratar en sus letras, y posee un registro vocal tan amplio como elegante que coloca siempre en primer plano. Sólo es cuestión de separar los momentos anodinos de los más inspirados. Y según están colocadas las canciones, ésa es una tarea fácil.
"Modern anxiety", el sencillo que anticipó el disco es, como decía, un tema relativamente pobre, que además se esfuerza indisimuladamente por seguir las modas, con su casi inevitable dembow marcando el ritmo, su auto-tune en las estrofas y una melodía sin mucho brillo, siendo lo más destacable esa letra que reflexiona sobre la ansiedad de la vida moderna. "Call on me", un medio tiempo con fuertes influencias R&B, posee unas estrofas más meritorias, y por momento recuerda a las producciones que hacía Dallas Austin a finales del siglo pasado, pero el estribillo espartano a varias voces post-procesadas es tan original como cansino. "In the afternoon", tercer corte, fue el segundo sencillo del álbum a principios de año, y sube un escalón respecto a los dos temas anteriores: otro medio tiempo cuyas estrofas van creciendo conforme se acerca el estribillo gracias a unos meritorios arreglos, pero al que le falta algo más de imaginación para sacar partido a su corto minutaje y deja una sensación de "falla algo". Afortunadamente "Alone" empieza el tramo del álbum en el que Salvat se suelta los corsés y se dedica a extraer lo mejor de sí mismo: un tema lento pero no una balada, envolvente a lo William Orbit, con una instrumentación justa pero original, unas estrofas muy cambiantes, un estribillo en falsete muy complicado de cantar, y un tramo final que es un saludable ejercicio de experimentación instrumental y adornos vocales.
"Playground love" es, ahora sí, una balada, pero no acaramelada sino melancólica e introspectiva, con una bonita letra que recuerda sus años en la escuela, y un estribillo casi a capella en el que Salvat exhibe todas sus cualidades vocales. Con el aliciente, además, de que la canción sí crece con inteligencia según avanza el minutaje mediante instrumentos que ocupan el espectro sin afectar a su propuesta. Al mismo nivel se sitúa "Melt", otro medio tiempo cuyas mejores bazas son su brilante estribillo y una instrumentación que es una pura exhibición de electrónica elegante, desde su estruendosa y siempre cambiante programación de percusión hasta su infeccioso bajo sintetizado. Pero que se complementa además con una parte nueva larga, ominosa y muy elaborada, y unas agresivas repeticiones finales del estribillo. Si bien mi tema favorito del álbum es "No vacancies": la mejor melodía del álbum desde la primera nota de su estrofa hasta la última de su estribillo, de una elegancia sublime, con una preciosa letra que es toda una implícita declaración de amor, y una guitarra que lleva todo el protagonismo instrumental pero que es sabiamente complementada por el número justo de elementos electrónicos.
"Paper moons" ha sido el reciente tercer sencillo, y sin llegar a situarse entre los mejores momentos del álbum, sí que me parece el momento más meritorio de los tres. Un tema claramente orientado a la pista de baile (ese bombo bien marcado desde el inicio), propone la superposición de vistas vocales reverberadas y alteradas sobre otro arpegio de guitarra que vertebra la canción, con una melodía que va creciendo hasta llegar a otro estribillo complejo y difícil de intrepretar, y una energía contenida que se acaba soltando justo después de su segunda repetición (eso sí, con una inesperada batería real para llevar el ritmo). "Human" es, como ya anticipa su piano al comienzo, el "baladón" del álbum, hasta el extremo de recordar a la apropiación que hizo Salvat del "Diamonds" de Rihanna hace unos cuantos años. A diferencia de aquél, el tema crece en texturas y oscuridad conforme va avanzando gracias a su meritoria producción, y eso hace que escape de lo previsible y se sitúe en lo meritorio. Sin olvidar ese inquietante "Who are you?" que precede a cada estribillo. Y el conjunto lo cierra "Enough", otro tema pausado pero mucho más luminoso, con la voz de Salvat apenas arropada por un original loop sintetizado hasta practicamente la mitad, y que luego cautiva con su sincopada percusión electrónica y un sintetizador acelerado que en principio no debería encajar muy bien pero que queda a las mil maravillas. Aunque es verdad que estructuralmente hablando apenas hay una estrofa, un estribillo y la coda final.
Y así en treinta y tres minutos despacha Salvat su regreso. Que no justifica tantos años de espera y que a diferencia de su disco de debut carece de un tema estrella que pueda sostener su carrera de cara al futuro. Y que además podía haber dado más de sí sólo con explotar instrumentalmente algunos tramos de sus diez composiciones. Pero a pesar de estas preocupantes conclusiones le sirve al australiano para reivindicarse como uno de los mejores crooners del panorama musical contemporáneo, por elegancia, cualidades vocales, temática y ganas de experimentar con la tecnología actual. Así que sáltense si quieren los primeros tres cortes, pero quédense con esos siete temas posteriores que reflejan lo mucho que el pop de autor todavía puede dar de sí.
Pese a lo cual después de unas cuantas escuchas el balance es lo suficientemente positivo como para merecer una entrada en este humilde blog. Es cierto que la elección de los sencillos no ha sido excesivamente certera, y que a menudo se aprecia la obsesión por seguir sonando "a la moda", pero Salvat sigue siendo un compositor de talento, tiene claro cómo quiere sonar, qué temas tratar en sus letras, y posee un registro vocal tan amplio como elegante que coloca siempre en primer plano. Sólo es cuestión de separar los momentos anodinos de los más inspirados. Y según están colocadas las canciones, ésa es una tarea fácil.
"Modern anxiety", el sencillo que anticipó el disco es, como decía, un tema relativamente pobre, que además se esfuerza indisimuladamente por seguir las modas, con su casi inevitable dembow marcando el ritmo, su auto-tune en las estrofas y una melodía sin mucho brillo, siendo lo más destacable esa letra que reflexiona sobre la ansiedad de la vida moderna. "Call on me", un medio tiempo con fuertes influencias R&B, posee unas estrofas más meritorias, y por momento recuerda a las producciones que hacía Dallas Austin a finales del siglo pasado, pero el estribillo espartano a varias voces post-procesadas es tan original como cansino. "In the afternoon", tercer corte, fue el segundo sencillo del álbum a principios de año, y sube un escalón respecto a los dos temas anteriores: otro medio tiempo cuyas estrofas van creciendo conforme se acerca el estribillo gracias a unos meritorios arreglos, pero al que le falta algo más de imaginación para sacar partido a su corto minutaje y deja una sensación de "falla algo". Afortunadamente "Alone" empieza el tramo del álbum en el que Salvat se suelta los corsés y se dedica a extraer lo mejor de sí mismo: un tema lento pero no una balada, envolvente a lo William Orbit, con una instrumentación justa pero original, unas estrofas muy cambiantes, un estribillo en falsete muy complicado de cantar, y un tramo final que es un saludable ejercicio de experimentación instrumental y adornos vocales.
"Playground love" es, ahora sí, una balada, pero no acaramelada sino melancólica e introspectiva, con una bonita letra que recuerda sus años en la escuela, y un estribillo casi a capella en el que Salvat exhibe todas sus cualidades vocales. Con el aliciente, además, de que la canción sí crece con inteligencia según avanza el minutaje mediante instrumentos que ocupan el espectro sin afectar a su propuesta. Al mismo nivel se sitúa "Melt", otro medio tiempo cuyas mejores bazas son su brilante estribillo y una instrumentación que es una pura exhibición de electrónica elegante, desde su estruendosa y siempre cambiante programación de percusión hasta su infeccioso bajo sintetizado. Pero que se complementa además con una parte nueva larga, ominosa y muy elaborada, y unas agresivas repeticiones finales del estribillo. Si bien mi tema favorito del álbum es "No vacancies": la mejor melodía del álbum desde la primera nota de su estrofa hasta la última de su estribillo, de una elegancia sublime, con una preciosa letra que es toda una implícita declaración de amor, y una guitarra que lleva todo el protagonismo instrumental pero que es sabiamente complementada por el número justo de elementos electrónicos.
"Paper moons" ha sido el reciente tercer sencillo, y sin llegar a situarse entre los mejores momentos del álbum, sí que me parece el momento más meritorio de los tres. Un tema claramente orientado a la pista de baile (ese bombo bien marcado desde el inicio), propone la superposición de vistas vocales reverberadas y alteradas sobre otro arpegio de guitarra que vertebra la canción, con una melodía que va creciendo hasta llegar a otro estribillo complejo y difícil de intrepretar, y una energía contenida que se acaba soltando justo después de su segunda repetición (eso sí, con una inesperada batería real para llevar el ritmo). "Human" es, como ya anticipa su piano al comienzo, el "baladón" del álbum, hasta el extremo de recordar a la apropiación que hizo Salvat del "Diamonds" de Rihanna hace unos cuantos años. A diferencia de aquél, el tema crece en texturas y oscuridad conforme va avanzando gracias a su meritoria producción, y eso hace que escape de lo previsible y se sitúe en lo meritorio. Sin olvidar ese inquietante "Who are you?" que precede a cada estribillo. Y el conjunto lo cierra "Enough", otro tema pausado pero mucho más luminoso, con la voz de Salvat apenas arropada por un original loop sintetizado hasta practicamente la mitad, y que luego cautiva con su sincopada percusión electrónica y un sintetizador acelerado que en principio no debería encajar muy bien pero que queda a las mil maravillas. Aunque es verdad que estructuralmente hablando apenas hay una estrofa, un estribillo y la coda final.
Y así en treinta y tres minutos despacha Salvat su regreso. Que no justifica tantos años de espera y que a diferencia de su disco de debut carece de un tema estrella que pueda sostener su carrera de cara al futuro. Y que además podía haber dado más de sí sólo con explotar instrumentalmente algunos tramos de sus diez composiciones. Pero a pesar de estas preocupantes conclusiones le sirve al australiano para reivindicarse como uno de los mejores crooners del panorama musical contemporáneo, por elegancia, cualidades vocales, temática y ganas de experimentar con la tecnología actual. Así que sáltense si quieren los primeros tres cortes, pero quédense con esos siete temas posteriores que reflejan lo mucho que el pop de autor todavía puede dar de sí.
domingo, 31 de mayo de 2020
From Apes To Angels: "Let the light in" (2020)
El confinamiento que en buena medida todavía padecemos sigue retrasando muchas de las novedades previstas para la presente primavera. Así que cada vez resulta más complicado encontrar nuevas propuestas que me llamen la atención. Afortunadamente el pasado 30 de marzo vio la luz (nunca mejor dicho) "Let the light in", el álbum de debut del dúo británico From Apes to Angels, formado por la vocalista Millie Gaum y el teclista Andrew Brassleay. Un debut que se ha encuadrado dentro del synth-wave de inspiración retro que tanto se está cultivando en todo el planeta durante los últimos años, y que personalmente me hastía un tanto cuando se trata de un mero revival. Afortunadamente no es el caso de este disco, que si bien se inspira en los ochenta en sus texturas y melodías, posee la personalidad suficiente como para no sonar obsoleto en 2020.
Eso sí, debo señalar que "Let the light in" no aspira a ser un éxito comercial, sino a crear su propio terreno de pop sobre un colchón electrónico al margen de las modas, con espacio suficiente para la excelente voz de Gaum y el talento suficiente para resistir el formato álbum, y la sensibilidad y la melancolía como mejores armas. Y a lo largo de sus doce cortes lo consigue en su mayor parte. Si bien es cierto que lo mejor del disco está al principio y al final, y el tramo central puede resultar un poco anodino.
El álbum lo abre "Head and heart", que curiosamente fue el primer tema de su carrera, pero es además su sencillo actual (en una nueva versión mejorada para la ocasión). Sin duda es uno de los mejores momentos del álbum, a la par que representativo de lo que nos vamos a encontrar: un colchón de sintetizadores de reminiscencias ochenteras arropando la voz de Gaum para construir un tema más cercano al intimismo que a la pista de baile, con las emociones a flor de piel y un saludable cambio de tonalidad cuando empieza aquello de "So call me in...". Le sigue "Motorway", que también vio la luz en formato sencillo hace unos meses y que, sin llegar a las excelencias del corte anterior, es otro recomendable ejercicio de pop tarareable, con más espacio para que Brassleay exhiba su colección de sintetizadores vintage, y un punto mayor de energía cada vez que Gaum repite aquello de "Give me a reason...". "Why don't you come back home" es un poco más arriesgada instrumentalmente, y por ello suena más contemporánea, sobre todo en la programación de su batería y en el jugetón bombo. Además, aunque pueden pasar desapercibidos, Brassleay hace coros en un tono muy bajo, y Gaum se dobla la voz hasta en tres ocasiones. A pesar de lo cual, el resultado es simplemente correcto, por debajo de los dos anteriores.
"Perfection" fue el segundo sencillo de su carrera hace unos años, y aquí encuentra hueco como cuarto corte. Puede recordar a Ladytron (o quizá más a Marnie en solitario), y no es una mala canción, pero el ritmo sincopado hace que la melodía principal parezca fuera de sitio, y la sobredosis de sintetizadores rellenando los huecos (muy elaborada por otra parte) no ocultan que a pesar de su pretendida oscuridad la progresión armónica no es la más inspirada del álbum. "Turn the dark on" fue el primer sencillo en anticipar el álbum como tal hace aproximadamente un año, y puede recordar a las Marsheaux menos bailables y más claramente melódicas de "Ath.Lon", lo que no necesariamente es un elogio, ya que el resultado puede pecar de empalagoso. "Thirty-two degrees about the celestial plane" es un tema de título casi más largo que su propia duración, aparte del único prácticamente instrumental del álbum. Pero no deja de ser otro ejercicio de pop con sintetizadores, muy alejado del techno, el ambient, el dark-wave o cualquier otro estilo instrumental creado con máquinas. Lo que no significa que sea un tema menor; al contrario, su luminosidad y sus armonías hacen que el tramo central del álbum resulte más llevadero. A continuación "No reason" nos ofrece los minutos más rápidos del álbum, y salvando las distancias, su mayor acercamiento a lo que podría ser el power-pop californiano si estuviera arropado por unas guitarras distorsionadas. Así se queda como un tema coreable para soltar algo de la melancolía acumulada de temas anteriores.
"Fly", el octavo corte, es otro de los mejores momentos del álbum: con la colaboración de la artista irlandesa Margaret O' Sullivan (o lo que es lo mismo, Femmepop) en la composición y la parte vocal, son posiblemente las mejores estrofas del álbum, de una elegancia y una sensibilidad maravillosas. Pero es que además el contraste entre las dos voces en el estribillo es el justo para distinguirlas sin que el resultado se resienta, y la parte nueva tras el segundo estribillo otra exhibición a la hora de seguir enriqueciendo las melodías vocales. "Works out" recuerda más a Furniteur, y se trata sin duda del tema más bailable del disco, con ese bombo casi continuo y los efectos que interrumpen ocasionalmente el desarrollo de la canción. La melodía de las estrofas, quizá de tono demasiado alto, le resta algún punto, pero el estribillo es efectivo y el resultado meritorio.
"Motorway (reprise)" es, pese a lo que su título pueda indicar, un mini instrumental que está sólo lejanamente emparentado con el segundo corte, y que añade un minuto al álbum sin mayor relevancia. "K.I.S.S", con la colaboración de la banda francesa de synth-wave Chrøønicv, es el penúltimo momento álgido del disco: otra declaración de amor envolvente e intimista a partir de una buena progresión armónica y una mejor melodía, que arranca con la estructura habitual estrofa-estribillo pero que a partir del "Well it's about time..." empieza a ser menos predecible en estructura e instrumentación, aunque igual de disfrutable. Y con buen criterio el disco lo cierran los siete minutos largos de "Grain barge", pues es el momento para jugar con desarrollos más lentos y finales apoteósicos. Así que si nos adaptamos a ellos, podremos disfrutar de ese equilibrado cruce entre melodía vocal y declamada, ese piano circular, ese sintetizador distorsionado en todo el medio del espectro, o incluso de una batería auténtica rematando el conjunto y mejorando la impresión global del álbum.
Es cierto que algún momento estelar más (o más claro) no le habría venido nada mal al conjunto, al igual que algún instrumento diferente (¿una guitarra por ejemplo?), o alguna apuesta más experimental. Tampoco habría estado de más haber echado un vistazo a sonidos más contemporáneos, en la línea de Avec Sans por ejemplo. Pero lo que está claro es que el dúo sabe qué propuesta quiere ofrecer y posee los mimbres para crearla. Con una difusión tan minoritaria (espero que esta reseña les ayude para conseguir al menos unas decenas de seguidores entre el público en español) es muy complicado predecir si el proyecto tendrá continuidad, así que de momento aprovechen esas tardes melancólicas y un tanto sin sentido que el confinamiento aún nos propone para rellenarlas con este disco sensible y evocador, que nos recuerda lo buena que puede llegar a ser la música pop para generar emociones.
Eso sí, debo señalar que "Let the light in" no aspira a ser un éxito comercial, sino a crear su propio terreno de pop sobre un colchón electrónico al margen de las modas, con espacio suficiente para la excelente voz de Gaum y el talento suficiente para resistir el formato álbum, y la sensibilidad y la melancolía como mejores armas. Y a lo largo de sus doce cortes lo consigue en su mayor parte. Si bien es cierto que lo mejor del disco está al principio y al final, y el tramo central puede resultar un poco anodino.
El álbum lo abre "Head and heart", que curiosamente fue el primer tema de su carrera, pero es además su sencillo actual (en una nueva versión mejorada para la ocasión). Sin duda es uno de los mejores momentos del álbum, a la par que representativo de lo que nos vamos a encontrar: un colchón de sintetizadores de reminiscencias ochenteras arropando la voz de Gaum para construir un tema más cercano al intimismo que a la pista de baile, con las emociones a flor de piel y un saludable cambio de tonalidad cuando empieza aquello de "So call me in...". Le sigue "Motorway", que también vio la luz en formato sencillo hace unos meses y que, sin llegar a las excelencias del corte anterior, es otro recomendable ejercicio de pop tarareable, con más espacio para que Brassleay exhiba su colección de sintetizadores vintage, y un punto mayor de energía cada vez que Gaum repite aquello de "Give me a reason...". "Why don't you come back home" es un poco más arriesgada instrumentalmente, y por ello suena más contemporánea, sobre todo en la programación de su batería y en el jugetón bombo. Además, aunque pueden pasar desapercibidos, Brassleay hace coros en un tono muy bajo, y Gaum se dobla la voz hasta en tres ocasiones. A pesar de lo cual, el resultado es simplemente correcto, por debajo de los dos anteriores.
"Perfection" fue el segundo sencillo de su carrera hace unos años, y aquí encuentra hueco como cuarto corte. Puede recordar a Ladytron (o quizá más a Marnie en solitario), y no es una mala canción, pero el ritmo sincopado hace que la melodía principal parezca fuera de sitio, y la sobredosis de sintetizadores rellenando los huecos (muy elaborada por otra parte) no ocultan que a pesar de su pretendida oscuridad la progresión armónica no es la más inspirada del álbum. "Turn the dark on" fue el primer sencillo en anticipar el álbum como tal hace aproximadamente un año, y puede recordar a las Marsheaux menos bailables y más claramente melódicas de "Ath.Lon", lo que no necesariamente es un elogio, ya que el resultado puede pecar de empalagoso. "Thirty-two degrees about the celestial plane" es un tema de título casi más largo que su propia duración, aparte del único prácticamente instrumental del álbum. Pero no deja de ser otro ejercicio de pop con sintetizadores, muy alejado del techno, el ambient, el dark-wave o cualquier otro estilo instrumental creado con máquinas. Lo que no significa que sea un tema menor; al contrario, su luminosidad y sus armonías hacen que el tramo central del álbum resulte más llevadero. A continuación "No reason" nos ofrece los minutos más rápidos del álbum, y salvando las distancias, su mayor acercamiento a lo que podría ser el power-pop californiano si estuviera arropado por unas guitarras distorsionadas. Así se queda como un tema coreable para soltar algo de la melancolía acumulada de temas anteriores.
"Fly", el octavo corte, es otro de los mejores momentos del álbum: con la colaboración de la artista irlandesa Margaret O' Sullivan (o lo que es lo mismo, Femmepop) en la composición y la parte vocal, son posiblemente las mejores estrofas del álbum, de una elegancia y una sensibilidad maravillosas. Pero es que además el contraste entre las dos voces en el estribillo es el justo para distinguirlas sin que el resultado se resienta, y la parte nueva tras el segundo estribillo otra exhibición a la hora de seguir enriqueciendo las melodías vocales. "Works out" recuerda más a Furniteur, y se trata sin duda del tema más bailable del disco, con ese bombo casi continuo y los efectos que interrumpen ocasionalmente el desarrollo de la canción. La melodía de las estrofas, quizá de tono demasiado alto, le resta algún punto, pero el estribillo es efectivo y el resultado meritorio.
"Motorway (reprise)" es, pese a lo que su título pueda indicar, un mini instrumental que está sólo lejanamente emparentado con el segundo corte, y que añade un minuto al álbum sin mayor relevancia. "K.I.S.S", con la colaboración de la banda francesa de synth-wave Chrøønicv, es el penúltimo momento álgido del disco: otra declaración de amor envolvente e intimista a partir de una buena progresión armónica y una mejor melodía, que arranca con la estructura habitual estrofa-estribillo pero que a partir del "Well it's about time..." empieza a ser menos predecible en estructura e instrumentación, aunque igual de disfrutable. Y con buen criterio el disco lo cierran los siete minutos largos de "Grain barge", pues es el momento para jugar con desarrollos más lentos y finales apoteósicos. Así que si nos adaptamos a ellos, podremos disfrutar de ese equilibrado cruce entre melodía vocal y declamada, ese piano circular, ese sintetizador distorsionado en todo el medio del espectro, o incluso de una batería auténtica rematando el conjunto y mejorando la impresión global del álbum.
Es cierto que algún momento estelar más (o más claro) no le habría venido nada mal al conjunto, al igual que algún instrumento diferente (¿una guitarra por ejemplo?), o alguna apuesta más experimental. Tampoco habría estado de más haber echado un vistazo a sonidos más contemporáneos, en la línea de Avec Sans por ejemplo. Pero lo que está claro es que el dúo sabe qué propuesta quiere ofrecer y posee los mimbres para crearla. Con una difusión tan minoritaria (espero que esta reseña les ayude para conseguir al menos unas decenas de seguidores entre el público en español) es muy complicado predecir si el proyecto tendrá continuidad, así que de momento aprovechen esas tardes melancólicas y un tanto sin sentido que el confinamiento aún nos propone para rellenarlas con este disco sensible y evocador, que nos recuerda lo buena que puede llegar a ser la música pop para generar emociones.
domingo, 10 de mayo de 2020
Florian Schneider (1947-2020): el injustamente olvidado
Aparte de retrasar la publicación de muchos de los álbumes que estaban previstos para este segundo trimestre (algunos de los cuales deberían haber tenido ya su correspondiente entrada en este humilde blog), el confinamiento que sigue condicionando nuestras vidas nos dejó hace diez días la noticia del fallecimiento de Florian Schneider. Un fallecimiento que ha pasado de manera injustamente desapercibida para el gran público, razón por la cual me he decidido a dedicarle una entrada. Y es que para mí ha fallecido uno de los dos fundadores y líderes de la banda más influyente de todos los tiempos. Sí, tal cual. Kraftwerk.
Y es que aunque si pensamos en los artistas más influyentes de la música contemporánea probablemente nuestra memoria nos traiga los nombres de The Beatles, Bob Dylan, Elvis Presley, The Rolling Stones, David Bowie o Led Zeppelin, la realidad del año 2020 es tozuda. Y nos dice que la gran mayoría de los álbumes que se publican en el planeta están creados con instrumentos electrónicos. Una realidad que dura además varias décadas, y que refleja que los guitar hero hace tiempo que no son el espejo en el que se miran los creadores actuales. Y claro, si hablamos de pioneros en los instrumentos electrónicos, y en acercarlos a la música pop, de baile y experimental, dando lugar a géneros como el techno o el ambient, Kraftwerk fueron los primeros, y además los que más impacto han alcanzado desde casi sus comienzos.
Scheiner cofundó Kraftwerk junto a Ralf Hutter en 1970. Originarios de Dusseldorf y con formación musical clásica, estos dos particulares músicos se abstrayeron desde el principio de los estilos musicales predominantes, y empezaron un recorrido exploratorio por otros sonidos inéditos hasta entonces. Lógicamente sus dos primeros álbumes fueron más interesantes por sus experimentaciones que por sus resultados, pero ya en el tercero (de revelador título, "Ralf und Florian", 1973) su sonido empezaba a estar definido. Y con "Autobahn" (1974), sucedió lo inexplicable: el tema que daba título el álbum, con sus entonces ignotas repeticiones electrónicas, se convirtió en un éxito internacional, llegando al número 11 en el Reino Unido y al 25 en E.E.U.U.. Lo que refleja que incluso cuando nadie más se había acercado aún a estos terrenos musicales, Hutter y Schneider ya estaban alcanzando una repercusión mundial que indicaba por dónde podrían ir las nuevas músicas.
"Radio-activity" (1975), un álbum ya totalmente electrónico, los consolidó musicalmente, y estableció una costumbre que se mantuvo a partir de entonces con todos sus discos posteriores: siempre se editaron en dos versiones, una en alemán y otra en inglés para su publicación internacional. Pero más impacto tuvo su sexto álbum, "Trans-Europe Express" (1977), que combinó como ninguno de sus trabajos hasta entonces electrónica y melodías. Por aquellos años empezaron a surgir los primeros artistas que, fuertemente influenciados por los alemanes, comenzaban a recorrer estos nuevos territorios con gran éxito comercial, desde Gary Numan en el Reino Unido hasta la Yellow Magic Orchestra en Japón. Éxito comercial que en menor medida también seguía acompañando a los alemanes, por ejemplo con el tema que daba título a dicho álbum.
"The man-machine" (1978) es ya un álbum de electrónica tan rabiosamente actual que aún puede ser descubierto en 2020 por los aficionados más jóvenes al género. Top 10 en el Reino Unido, contiene además dos de los mayores himnos de su carrera "The robots", utilizada hasta la saciedad en multitud de programas y sintonías, y "The model", el mayor éxito de su trayectoria y lo más cercano al pop que grabaron jamás Hutter y Schneider. Temas que los consolidaron como los maestros indiscutibles de este nuevo estilo que a finales de los setenta y principios de los ochenta arrasó en todo el mundo, con bandas como O.M.D., Depeche Mode o Soft Cell. Precisamente en 1981 vio la luz su último gran disco, "Computer world", con una temática tecnológica e himnos como "Computer love", posteriormente adaptada por Coldplay para su éxito "Talk" o "Pocket calculator".
Tras el sencillo "Tour de France" en 1983, que no acabó formando parte de un álbum hasta 20 años más tarde, la banda publicó en 1986 el discreto "Electric cafe". Y desde entonces, se dedicó más a remasterizar y hacer giras con sus mejores clásicos que a la creación de nuevas canciones. Sólo "Tour de France Soundtracks", su último álbum, rompió en 2003 esta etapa, logrando además su primer número en álbumes en su Alemania natal. Tres años más tarde Scheneider dio (curiosamente en España) su último concierto como parte de Kraftwerk, que desde entonces es ya el proyecto en solitario del veterano Hutter. Poco se sabe de su vida en estos últimos años hasta que a principios de mayo se informó de su fallecimiento.
Es obvio que este teutón hierático, escasamente expresivo y poco dado a entrevistas se situó siempre en las antípodas de lo que el panorama musical esperaba. Pero la realidad es tozuda, y los cientos de versiones de temas de Kraftwerk, los millares de artistas que los citan como influencia, y sobre todo, la manera como mostraron que con esos extraños artilugios electrónicos se podían crear temas igual de emocionantes que con instrumentos acústicos y eléctricos, han situado a Schneider y a Hutter en los altares de la música contemporánea. Esta entrada pretende ser por una parte mi humilde homenaje, y por otra darlos a conocer a aquellos que aún no se hayan adentrado en su particular universo (para lo cual sugiero su "The mix", su álbum de 1991 en el que volvieron a grabar buena parte de sus mejores canciones con una tecnología mucho más avanzada que la de sus comienzos). No te olvidamos.
Y es que aunque si pensamos en los artistas más influyentes de la música contemporánea probablemente nuestra memoria nos traiga los nombres de The Beatles, Bob Dylan, Elvis Presley, The Rolling Stones, David Bowie o Led Zeppelin, la realidad del año 2020 es tozuda. Y nos dice que la gran mayoría de los álbumes que se publican en el planeta están creados con instrumentos electrónicos. Una realidad que dura además varias décadas, y que refleja que los guitar hero hace tiempo que no son el espejo en el que se miran los creadores actuales. Y claro, si hablamos de pioneros en los instrumentos electrónicos, y en acercarlos a la música pop, de baile y experimental, dando lugar a géneros como el techno o el ambient, Kraftwerk fueron los primeros, y además los que más impacto han alcanzado desde casi sus comienzos.
Scheiner cofundó Kraftwerk junto a Ralf Hutter en 1970. Originarios de Dusseldorf y con formación musical clásica, estos dos particulares músicos se abstrayeron desde el principio de los estilos musicales predominantes, y empezaron un recorrido exploratorio por otros sonidos inéditos hasta entonces. Lógicamente sus dos primeros álbumes fueron más interesantes por sus experimentaciones que por sus resultados, pero ya en el tercero (de revelador título, "Ralf und Florian", 1973) su sonido empezaba a estar definido. Y con "Autobahn" (1974), sucedió lo inexplicable: el tema que daba título el álbum, con sus entonces ignotas repeticiones electrónicas, se convirtió en un éxito internacional, llegando al número 11 en el Reino Unido y al 25 en E.E.U.U.. Lo que refleja que incluso cuando nadie más se había acercado aún a estos terrenos musicales, Hutter y Schneider ya estaban alcanzando una repercusión mundial que indicaba por dónde podrían ir las nuevas músicas.
"Radio-activity" (1975), un álbum ya totalmente electrónico, los consolidó musicalmente, y estableció una costumbre que se mantuvo a partir de entonces con todos sus discos posteriores: siempre se editaron en dos versiones, una en alemán y otra en inglés para su publicación internacional. Pero más impacto tuvo su sexto álbum, "Trans-Europe Express" (1977), que combinó como ninguno de sus trabajos hasta entonces electrónica y melodías. Por aquellos años empezaron a surgir los primeros artistas que, fuertemente influenciados por los alemanes, comenzaban a recorrer estos nuevos territorios con gran éxito comercial, desde Gary Numan en el Reino Unido hasta la Yellow Magic Orchestra en Japón. Éxito comercial que en menor medida también seguía acompañando a los alemanes, por ejemplo con el tema que daba título a dicho álbum.
"The man-machine" (1978) es ya un álbum de electrónica tan rabiosamente actual que aún puede ser descubierto en 2020 por los aficionados más jóvenes al género. Top 10 en el Reino Unido, contiene además dos de los mayores himnos de su carrera "The robots", utilizada hasta la saciedad en multitud de programas y sintonías, y "The model", el mayor éxito de su trayectoria y lo más cercano al pop que grabaron jamás Hutter y Schneider. Temas que los consolidaron como los maestros indiscutibles de este nuevo estilo que a finales de los setenta y principios de los ochenta arrasó en todo el mundo, con bandas como O.M.D., Depeche Mode o Soft Cell. Precisamente en 1981 vio la luz su último gran disco, "Computer world", con una temática tecnológica e himnos como "Computer love", posteriormente adaptada por Coldplay para su éxito "Talk" o "Pocket calculator".
Tras el sencillo "Tour de France" en 1983, que no acabó formando parte de un álbum hasta 20 años más tarde, la banda publicó en 1986 el discreto "Electric cafe". Y desde entonces, se dedicó más a remasterizar y hacer giras con sus mejores clásicos que a la creación de nuevas canciones. Sólo "Tour de France Soundtracks", su último álbum, rompió en 2003 esta etapa, logrando además su primer número en álbumes en su Alemania natal. Tres años más tarde Scheneider dio (curiosamente en España) su último concierto como parte de Kraftwerk, que desde entonces es ya el proyecto en solitario del veterano Hutter. Poco se sabe de su vida en estos últimos años hasta que a principios de mayo se informó de su fallecimiento.
Es obvio que este teutón hierático, escasamente expresivo y poco dado a entrevistas se situó siempre en las antípodas de lo que el panorama musical esperaba. Pero la realidad es tozuda, y los cientos de versiones de temas de Kraftwerk, los millares de artistas que los citan como influencia, y sobre todo, la manera como mostraron que con esos extraños artilugios electrónicos se podían crear temas igual de emocionantes que con instrumentos acústicos y eléctricos, han situado a Schneider y a Hutter en los altares de la música contemporánea. Esta entrada pretende ser por una parte mi humilde homenaje, y por otra darlos a conocer a aquellos que aún no se hayan adentrado en su particular universo (para lo cual sugiero su "The mix", su álbum de 1991 en el que volvieron a grabar buena parte de sus mejores canciones con una tecnología mucho más avanzada que la de sus comienzos). No te olvidamos.
domingo, 26 de abril de 2020
Echo Machine: "Instant transmissions" (2020)
De todos los álbumes de debut que he tenido la oportunidad de escuchar en estos casi cuatro meses de atípico y confinado 2020, el de Echo Machine ha sido sin duda el que más me ha llamado la atención. El cuarteto escocés ha surgido de las cenizas de The Mirror Trap, una banda escocesa que estuvo en activo durante casi una década, durante la que grabó tres álbumes que nunca acabaron de hacerles un nombre en la música indie de las islas británicos. En este nuevo proyecto, liderados por el carismático y notable vocalista Gary Moore, la prensa musical los ha etiquetado como synth-pop, en una muestra más en mi opinión de lo perdido que está el sector a la hora de etiquetar la música contemporánea.
Porque sonidos sintéticos apenas encontraremos en "Instant transmissions". Ni tampoco piezas para dejarnos llevar en los clubs nocturnos. Ni siquiera bombos prominentes o largos pasajes instrumentales. No, definitivamente Echo Machine no hacen synth-pop. Más bien podríamos hablar de un indie-rock contemporáneo, con lo que ello supone a la hora de recurrir a determinados recursos electrónicos para que suenen como guitarras o baterías reales, el cual se acerca al pop si es necesario y sabe echar la vista atrás para coger inspiración. De hecho, las tres referencias fundamentales que ayudan a situarlos son, por este orden: Los Killers más agresivos y contundentes, los Simple Minds más épicos, y los Editors más acelerados. Aunque en el fondo la banda suena a ella misma. Y con muchos momentos notables.
Esa energía rockera queda patente desde su primer corte, la muy recomensable "Less alone": batería programada contundente, unas estrofas de melodías brillantes e infecciosas con la voz de Moore recordando a Brandon Flowers, un estribillo coreable y unos teclados que se confunden con la guitarra principal en su afán por añadir nervio. "Chameleon" fue el primer sencillo en anticipar el disco, y repite esa senda épica de guitarras contundentes y efectos variopintos que recuerdan a sus compatriotas Simple Minds en su etapa de los noventa. Aunque lo que de verdad da sentido al tema es ese estribillo donde la voz de Moore compite en protagonismo con el sintetizador principal, sobre todo cuando en el tramo final empieza aquello de "God knows...". "Headlights" es el sencillo actual, y sin duda uno de los momentos álgidos del disco: contundentes intervalos instrumentales y unas estrofas que miran de tú a tú a lo mejor de los ochenta. El estribillo es cierto que repite la misma progresión armónica, pero al menos desentona, y para los que se puedan quejar de esa repetición, Echo Machine añaden más adeltante un segundo estribillo más épico y ruidista si cabe con otra progresión armónica... y todo ello en apenas dos minutos y medio. La cuarta canción, "I was never here" es la primera que baja un tanto el nivel: intenta ser más elegante (con un deje a los "New Romantics" en las estrofas), pero eso contrasta en exceso con un estribillo tan distorsionado por el bajo y el sintetizador principal que cuesta distinguir las frases de Moore.
"Drug of choice" es probablemente mi tema favorito del álbum: un sigiloso teclado al comienzo no hace presagiar la contundecia de su intervalo instrumental, ni las estrofas más desgarradoras del álbum (con la voz distorsionada de Moore presidiendo una instrumentación menos distorsionada de lo habitual), y un sintetizador principal que resulta ser lo mejor de sus complejos y cambiantes estribillos. "Automatic love" fue el segundo sencillo en anticipar el álbum, y es claramente el tema que más recuerda a The Editors, con su tempo alto, su programación contudente y su cadencia obsesiva. Es sin duda otro de los grandes pasajes del álbum, si bien prefiero las estrofas y las guitarras imposibles de los intervalos instrumentales a su estribillo no excesivamente elaborado (para compensar, el tramo que empieza con "I never wanna leave..." que remata el último medio minuto es realmente recomendable). "The western way" transita por los ya conocidos parámetros de épica y contundencia, pero el tempo más bajo no juega a su favor, y su grandiosidad llega a sonar un tanto impostada. Por el contrario "The road", octavo corte, que fue el tercer sencillo hace un par de meses y que mantiene las mismas señas de identidad, consigue con pequeños detalles como la doble caja en las estrofas y sobre todo la ausencia de un estribillo cantado tras la primera estrofa resultar diferente. Y cuando Moore empieza con "Show me where the road is" no podemos dejar de disfrutar de unos tramos que recrean a los The Killers en su primera época, y el notable (aunque excesivamente corto) intervalo instrumental del final termina por convencernos de su calidad.
El último tercio del álbum es probablemente el más flojo, que no decepcionante. "Nightlife" intenta aturdir con su bajo distorsionado al frente, pero su frío estribillo no termina de cuajar, aunque instrumentalmente el tema está muy trabajado y va creciendo conforme avanza. "In flight" sube un poco el nivel con su tremendismo y su contundente bateria programada, pero la meritoria melodía vocal queda un tanto oculta entre tanto ruido, y acaban despachando el tema en sólo ¡ciento cuarenta segundos!. Y el álbum lo cierra "When they come", que juega la carta del tempo más pausado y la batería a lo heavy metal de los ochenta para tratar de diferenciarse de sus anteriores, si bien no puede ocultar que es un momento correcto pero un tanto impersonal y menos inspirado que la mayoría.
Algunos defectos obvios de "Instant transmissions" podrían haber tenido fácil solución: hay varios temas que piden a gritos una coda final o una tercera repetición del estribillo, y sólo con eso el álbum habría durado algo más que esos escasos treinta y un minutos. Las frecuencias medias también podrían estar al menos en ocasiones menos sobredimensionadas: el disco habría perdido algo de ruidismo rock pero habría ganado en matices y se habrían podido apreciar mejor sus armonías. También habría venido bien algún cambio más nítido de registro, quizá bajando más el tempo o adentrándose en terrenos más experimentales. Pero en un álbum de debut la necesidad de crear unas señas de identidad es muy poderosa, y a ella sin duda han sucumbido los escoceses. Que quizá no cambien el mundo con estos once cortes que transmiten frustración y rabia existencial, pero que gustarán de igual forma a nostálgicos de los ochenta y noventa, y a aquellos que necesitan dar salida a ese exceso de adrenalina contenida en cuatro paredes durante tantas semanas. Aburguesados abstenerse.
Porque sonidos sintéticos apenas encontraremos en "Instant transmissions". Ni tampoco piezas para dejarnos llevar en los clubs nocturnos. Ni siquiera bombos prominentes o largos pasajes instrumentales. No, definitivamente Echo Machine no hacen synth-pop. Más bien podríamos hablar de un indie-rock contemporáneo, con lo que ello supone a la hora de recurrir a determinados recursos electrónicos para que suenen como guitarras o baterías reales, el cual se acerca al pop si es necesario y sabe echar la vista atrás para coger inspiración. De hecho, las tres referencias fundamentales que ayudan a situarlos son, por este orden: Los Killers más agresivos y contundentes, los Simple Minds más épicos, y los Editors más acelerados. Aunque en el fondo la banda suena a ella misma. Y con muchos momentos notables.
Esa energía rockera queda patente desde su primer corte, la muy recomensable "Less alone": batería programada contundente, unas estrofas de melodías brillantes e infecciosas con la voz de Moore recordando a Brandon Flowers, un estribillo coreable y unos teclados que se confunden con la guitarra principal en su afán por añadir nervio. "Chameleon" fue el primer sencillo en anticipar el disco, y repite esa senda épica de guitarras contundentes y efectos variopintos que recuerdan a sus compatriotas Simple Minds en su etapa de los noventa. Aunque lo que de verdad da sentido al tema es ese estribillo donde la voz de Moore compite en protagonismo con el sintetizador principal, sobre todo cuando en el tramo final empieza aquello de "God knows...". "Headlights" es el sencillo actual, y sin duda uno de los momentos álgidos del disco: contundentes intervalos instrumentales y unas estrofas que miran de tú a tú a lo mejor de los ochenta. El estribillo es cierto que repite la misma progresión armónica, pero al menos desentona, y para los que se puedan quejar de esa repetición, Echo Machine añaden más adeltante un segundo estribillo más épico y ruidista si cabe con otra progresión armónica... y todo ello en apenas dos minutos y medio. La cuarta canción, "I was never here" es la primera que baja un tanto el nivel: intenta ser más elegante (con un deje a los "New Romantics" en las estrofas), pero eso contrasta en exceso con un estribillo tan distorsionado por el bajo y el sintetizador principal que cuesta distinguir las frases de Moore.
"Drug of choice" es probablemente mi tema favorito del álbum: un sigiloso teclado al comienzo no hace presagiar la contundecia de su intervalo instrumental, ni las estrofas más desgarradoras del álbum (con la voz distorsionada de Moore presidiendo una instrumentación menos distorsionada de lo habitual), y un sintetizador principal que resulta ser lo mejor de sus complejos y cambiantes estribillos. "Automatic love" fue el segundo sencillo en anticipar el álbum, y es claramente el tema que más recuerda a The Editors, con su tempo alto, su programación contudente y su cadencia obsesiva. Es sin duda otro de los grandes pasajes del álbum, si bien prefiero las estrofas y las guitarras imposibles de los intervalos instrumentales a su estribillo no excesivamente elaborado (para compensar, el tramo que empieza con "I never wanna leave..." que remata el último medio minuto es realmente recomendable). "The western way" transita por los ya conocidos parámetros de épica y contundencia, pero el tempo más bajo no juega a su favor, y su grandiosidad llega a sonar un tanto impostada. Por el contrario "The road", octavo corte, que fue el tercer sencillo hace un par de meses y que mantiene las mismas señas de identidad, consigue con pequeños detalles como la doble caja en las estrofas y sobre todo la ausencia de un estribillo cantado tras la primera estrofa resultar diferente. Y cuando Moore empieza con "Show me where the road is" no podemos dejar de disfrutar de unos tramos que recrean a los The Killers en su primera época, y el notable (aunque excesivamente corto) intervalo instrumental del final termina por convencernos de su calidad.
El último tercio del álbum es probablemente el más flojo, que no decepcionante. "Nightlife" intenta aturdir con su bajo distorsionado al frente, pero su frío estribillo no termina de cuajar, aunque instrumentalmente el tema está muy trabajado y va creciendo conforme avanza. "In flight" sube un poco el nivel con su tremendismo y su contundente bateria programada, pero la meritoria melodía vocal queda un tanto oculta entre tanto ruido, y acaban despachando el tema en sólo ¡ciento cuarenta segundos!. Y el álbum lo cierra "When they come", que juega la carta del tempo más pausado y la batería a lo heavy metal de los ochenta para tratar de diferenciarse de sus anteriores, si bien no puede ocultar que es un momento correcto pero un tanto impersonal y menos inspirado que la mayoría.
Algunos defectos obvios de "Instant transmissions" podrían haber tenido fácil solución: hay varios temas que piden a gritos una coda final o una tercera repetición del estribillo, y sólo con eso el álbum habría durado algo más que esos escasos treinta y un minutos. Las frecuencias medias también podrían estar al menos en ocasiones menos sobredimensionadas: el disco habría perdido algo de ruidismo rock pero habría ganado en matices y se habrían podido apreciar mejor sus armonías. También habría venido bien algún cambio más nítido de registro, quizá bajando más el tempo o adentrándose en terrenos más experimentales. Pero en un álbum de debut la necesidad de crear unas señas de identidad es muy poderosa, y a ella sin duda han sucumbido los escoceses. Que quizá no cambien el mundo con estos once cortes que transmiten frustración y rabia existencial, pero que gustarán de igual forma a nostálgicos de los ochenta y noventa, y a aquellos que necesitan dar salida a ese exceso de adrenalina contenida en cuatro paredes durante tantas semanas. Aburguesados abstenerse.
viernes, 10 de abril de 2020
Un paréntesis: Olympia
Tras casi nueve años de darle continuidad a este blog voy a aprovechar el parón que para todos ha supuesto la catástrofe del coronavirus para hacer también un paréntesis en mis habituales reseñas y listas. Un paréntesis que se ha producido en parte por el confinamiento, y en parte también porque los álbumes que he escuchado más detenidamente en estas últimas semanas con idea de reseñarlos aquí ("Ceremony", de Phantogram, "Miss Anthropocene", de Grimes, y "Womb", de Purity Ring) no han llegado en mi opinión al nivel esperado (aunque todos ellos contienen grandes canciones, que posiblemente figuren en mi lista de mejores canciones de 2020). Así que mientras intento hacerme con el ilusionante "Chromatopia", el segundo álbum de NomBe, que ha visto la luz hace justo una semana, voy a aprovechar para tratar un tema distinto: mi propia música.
Como tantos niños a principios de los ochenta, me enganché a la música a través de la radio, esa FM que entonces parecía tener el sonido más nítido que uno pudiera imaginar. Esperaba horas enteras con mis casettes grabables para poder capturar las canciones que me fascinaban, y era feliz si el locutor de turno la dejaba entera hasta el final, o mejor aún si no hablaba encima. Aquellos fueron unos años creativamente vibrantes tanto dentro como fuera de España, y esa creatividad hizo que la fascinación por la música cuajara con una intensidad que aún perdura cuarenta años más tarde. Luego vino mi Primera Comunión, y con ella el primer teclado de juguete. Ni siquiera era polifónico, pero mi curiosidad y cierto sentido musical innato hicieron que por mí mismo aprendiera y empezara a tocar canciones que me fascinaban entonces y me siguen gustando ahora, como el "Maid of Orleans" de Orchestral Manoeuvres In The Dark. Año y medio más tarde vino el primer casette que me regalaron mis padres, "Suspense", de Azul y Negro, que sigue siendo uno de mis álbumes preferidos de artistas españoles. Un par de años después me regalaron un Casio PT-20, ya con la posibilidad de tocar acordes (prefijados a la izquierda, por cierto), y mis habilidades musicales crecieron notablemente.
Aunque nunca estudié música, aprendí a leer pentagramas a la vez que me hacía un adulto y expandía mi cultura musical, que pasó de Pet Shop Boys a Franco Battiato, de Radio Futura a The Beatles, de Jimi Hendrix a Kraftwerk. Así hasta que en 1995, en plena carrera universitaria y ya con un teclado musical GeneralMusic que compré en una tienda muy cercana a la Plaza de Ópera aquí en Madrid, empecé a crear mis propias canciones. Grabé un total de diez hasta 1998, instrumentales, todas tocadas exclusivamente con ese teclado, y sin programación alguna que aliviara mis limitaciones al interpretarlas (como me equivocara, la pista correspondiente se quedaba para siempre con el error), y como no cabían tantas en la memoria del teclado, las fui volcando a una casette que aún conservo (así como los MP3s correspondientes, con un sonido realmente pobre...). Justo cuando empecé mi primer trabajo a tiempo completo pasé a la siguiente fase en mi crecimiento musical: HAL-9000, una banda amateur con mi buen amigo y compañero de carrera Luis. Sólo con 2 casettes y un puñado de guitarras, teclados e instrumentos caseros, grabamos pista a pista y canción a canción un álbum entero de versiones: R.E.M., The Cranberries, Depeche Mode, The Cure, New Order... También conservo los MP3s de aquellas diez canciones, en las que por primera vez y a pesar de mi voz grave y escasa de registros me encargaba de la parte vocal.
De ahí nos lanzamos a crear nuestras propias canciones, ahora por fin con un ordenador y un programa de creación y grabación musical mínimamente decente (Harmony). Grabamos cuatro canciones, considero que ahora sí bastante dignas, pero la dificultad para compaginar nuestras cada vez mayores exigencias laborales unido al tiempo creciente que dedicaba a mi entonces novia y ahora esposa, lo dejamos tácitamente. Ese paso a la vida casera en pareja trajo consigo una nueva fase en mi evolución musical: los programas profesionales de creación musical, FruityLoops y sobre todo Cubase. Con ellos recuperé otra vez el gusto por componer e instrumentar mis creaciones. Aunque el inglés de mi mujer no era ni es su fuerte, la convencí para que cantara mis nuevos temas porque su voz era mucho más adecuada para su estilo que la mía. Y hasta que mi hija mayor vino al mundo, Ana y yo grabamos un total de cuatro canciones, ya bajo el nombre de Olympia, y con el mejor sonido que había conseguido hasta entonces.
Mi hija mayor salió guerrera y fueron unos años difíciles, con falta de sueño y muchas horas extra en el trabajo. Además, mi madre enfermó de gravedad, mi otra hija vino a completar la familia cuando parecía que empezábamos a levantar cabeza, y aunque ocasionalmente registré ideas para varias canciones, no llegué a completar ninguna en casi diez años. De hecho durante esos años mis blogs (éste y el de literatura de ciencia-ficción) fueron dos de las escasas vías de escape para mis pasiones. Pero la experiencia me ha enseñado que en la vida después de una etapa más dura siempre viene otra más llevadera, y desde hace casi dos años he vuelto a tener tiempo para crear, lo que significa que la música ha vuelto a ocupar el lugar que merecía.
Eso sí, ya no he querido "forzar" a mi mujer a cantar en esta nueva etapa creativa, por lo que Olympia ha pasado a ser mi proyecto en solitario, a pesar de las limitaciones vocales a las que ya he aludido. Eso sí, como tenía material a medias y unas ganas locas de recuperar esta faceta, me ha llevado poco más de medio año completar y publicar siete nuevas canciones. Ahora estoy empezando una octava, aunque aún está en fase muy preliminar. Es muy difícil juzgarse a uno mismo, pero sí puedo decir que al menos algunas de las ideas básicas que persigo en este blog (temas cuya instrumentación crezca según avance, cierto interés por no sonar demasiado convencional, progresiones armónicas que no repitan los mismos cuatro acordes de principio a fin) son también parte de mi leif motiv como creador.
¿Qué pretendo al crearlas y publicarlas? En realidad, sólo dar salida a mi expresividad, y darlas a conocer. Afortunadamente mi trabajo me da la estabilidad económica, y mi mujer y mis hijas la estabilidad emocional. Pero la vida es corta, y cuanto más se explore uno a sí mismo, pienso que más conforme se irá al otro mundo. Así que hoy hago visible en este blog esas últimas canciones de la refundada Olympia, ordenadas cronológicamente:
"No more drugs"
"Finer feelings"
"Here to stay"
"Pandemic confinement"
"Empty people"
"Life is magic"
"We all must die"
De esta forma hoy he dejado constancia aquí de otra faceta de este humilde "bloguero". Pero no se preocupen, que en la próxima entrada volveré a la normalidad, con artistas profesionales y espero la emoción y el talento que siempre intento localizar y compartir.
Como tantos niños a principios de los ochenta, me enganché a la música a través de la radio, esa FM que entonces parecía tener el sonido más nítido que uno pudiera imaginar. Esperaba horas enteras con mis casettes grabables para poder capturar las canciones que me fascinaban, y era feliz si el locutor de turno la dejaba entera hasta el final, o mejor aún si no hablaba encima. Aquellos fueron unos años creativamente vibrantes tanto dentro como fuera de España, y esa creatividad hizo que la fascinación por la música cuajara con una intensidad que aún perdura cuarenta años más tarde. Luego vino mi Primera Comunión, y con ella el primer teclado de juguete. Ni siquiera era polifónico, pero mi curiosidad y cierto sentido musical innato hicieron que por mí mismo aprendiera y empezara a tocar canciones que me fascinaban entonces y me siguen gustando ahora, como el "Maid of Orleans" de Orchestral Manoeuvres In The Dark. Año y medio más tarde vino el primer casette que me regalaron mis padres, "Suspense", de Azul y Negro, que sigue siendo uno de mis álbumes preferidos de artistas españoles. Un par de años después me regalaron un Casio PT-20, ya con la posibilidad de tocar acordes (prefijados a la izquierda, por cierto), y mis habilidades musicales crecieron notablemente.
Aunque nunca estudié música, aprendí a leer pentagramas a la vez que me hacía un adulto y expandía mi cultura musical, que pasó de Pet Shop Boys a Franco Battiato, de Radio Futura a The Beatles, de Jimi Hendrix a Kraftwerk. Así hasta que en 1995, en plena carrera universitaria y ya con un teclado musical GeneralMusic que compré en una tienda muy cercana a la Plaza de Ópera aquí en Madrid, empecé a crear mis propias canciones. Grabé un total de diez hasta 1998, instrumentales, todas tocadas exclusivamente con ese teclado, y sin programación alguna que aliviara mis limitaciones al interpretarlas (como me equivocara, la pista correspondiente se quedaba para siempre con el error), y como no cabían tantas en la memoria del teclado, las fui volcando a una casette que aún conservo (así como los MP3s correspondientes, con un sonido realmente pobre...). Justo cuando empecé mi primer trabajo a tiempo completo pasé a la siguiente fase en mi crecimiento musical: HAL-9000, una banda amateur con mi buen amigo y compañero de carrera Luis. Sólo con 2 casettes y un puñado de guitarras, teclados e instrumentos caseros, grabamos pista a pista y canción a canción un álbum entero de versiones: R.E.M., The Cranberries, Depeche Mode, The Cure, New Order... También conservo los MP3s de aquellas diez canciones, en las que por primera vez y a pesar de mi voz grave y escasa de registros me encargaba de la parte vocal.
De ahí nos lanzamos a crear nuestras propias canciones, ahora por fin con un ordenador y un programa de creación y grabación musical mínimamente decente (Harmony). Grabamos cuatro canciones, considero que ahora sí bastante dignas, pero la dificultad para compaginar nuestras cada vez mayores exigencias laborales unido al tiempo creciente que dedicaba a mi entonces novia y ahora esposa, lo dejamos tácitamente. Ese paso a la vida casera en pareja trajo consigo una nueva fase en mi evolución musical: los programas profesionales de creación musical, FruityLoops y sobre todo Cubase. Con ellos recuperé otra vez el gusto por componer e instrumentar mis creaciones. Aunque el inglés de mi mujer no era ni es su fuerte, la convencí para que cantara mis nuevos temas porque su voz era mucho más adecuada para su estilo que la mía. Y hasta que mi hija mayor vino al mundo, Ana y yo grabamos un total de cuatro canciones, ya bajo el nombre de Olympia, y con el mejor sonido que había conseguido hasta entonces.
Mi hija mayor salió guerrera y fueron unos años difíciles, con falta de sueño y muchas horas extra en el trabajo. Además, mi madre enfermó de gravedad, mi otra hija vino a completar la familia cuando parecía que empezábamos a levantar cabeza, y aunque ocasionalmente registré ideas para varias canciones, no llegué a completar ninguna en casi diez años. De hecho durante esos años mis blogs (éste y el de literatura de ciencia-ficción) fueron dos de las escasas vías de escape para mis pasiones. Pero la experiencia me ha enseñado que en la vida después de una etapa más dura siempre viene otra más llevadera, y desde hace casi dos años he vuelto a tener tiempo para crear, lo que significa que la música ha vuelto a ocupar el lugar que merecía.
Eso sí, ya no he querido "forzar" a mi mujer a cantar en esta nueva etapa creativa, por lo que Olympia ha pasado a ser mi proyecto en solitario, a pesar de las limitaciones vocales a las que ya he aludido. Eso sí, como tenía material a medias y unas ganas locas de recuperar esta faceta, me ha llevado poco más de medio año completar y publicar siete nuevas canciones. Ahora estoy empezando una octava, aunque aún está en fase muy preliminar. Es muy difícil juzgarse a uno mismo, pero sí puedo decir que al menos algunas de las ideas básicas que persigo en este blog (temas cuya instrumentación crezca según avance, cierto interés por no sonar demasiado convencional, progresiones armónicas que no repitan los mismos cuatro acordes de principio a fin) son también parte de mi leif motiv como creador.
¿Qué pretendo al crearlas y publicarlas? En realidad, sólo dar salida a mi expresividad, y darlas a conocer. Afortunadamente mi trabajo me da la estabilidad económica, y mi mujer y mis hijas la estabilidad emocional. Pero la vida es corta, y cuanto más se explore uno a sí mismo, pienso que más conforme se irá al otro mundo. Así que hoy hago visible en este blog esas últimas canciones de la refundada Olympia, ordenadas cronológicamente:
"No more drugs"
"Finer feelings"
"Here to stay"
"Pandemic confinement"
"Empty people"
"Life is magic"
"We all must die"
De esta forma hoy he dejado constancia aquí de otra faceta de este humilde "bloguero". Pero no se preocupen, que en la próxima entrada volveré a la normalidad, con artistas profesionales y espero la emoción y el talento que siempre intento localizar y compartir.
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