Una de las bandas que ha publicado su álbum de debut en 2020 con mayor reconocimiento de la crítica especializada ha sido Nation Of Language. Con la mirada puesta en los primeros años ochenta y una propuesta a medio camino entre el post-punk y el techno-pop de aquel entonces, el trío no ofrece en realidad nada nuevo musicalmente hablando, pero sabe mirar con inteligencia y buenas dosis de talento a lo mejor que se hacía entonces en el panorama musical. Un panorama, por cierto, que en aquellos tiempos estaba copado por artistas británicos que estaban dejando atrás el punk para experimentar con los primeros instrumentos electrónicos, lo que nos puede hacer inferir que la banda surgió en las Islas. Craso error, puesto que el trío proviene en realidad de Nueva York. Pero es que la influencia de Joy Division / New Order en su música es tan intensa que parecen haber crecido musicalmente en Manchester.
Y es que la mayor virtud y a la vez el mayor defecto de este "Introduction, presence" es su parecido con el proyecto de Ian Curtis, Bernard Sumner y Peter Hook hace justo cuarenta años. No es ya que la voz de Ian Richard Devaney recuerde a la Curtis (aunque en mi opinión se parezca más a la de Matt Berninger, vocalista de The National); es que las sencillas programaciones, los arpegios de bajo, los fraseos poco acompasados... todo recuerda a una de las bandas más influyentes de la historia de la música justo cuando estaban transicionando entre los dos estilos que mencionaba. Banda cuya calidad y repercusión hoy nadie cuestiona, pero tan trillada ya como referencia que parece complicado labrarse una carrera musical sólo mirándose en su espejo. Aunque para crear un álbum que le rinda tributo sí que da.
Porque imitaciones aparte, el disco funciona de principio a fin. A ello contribuye que nada menos que siete de sus diez cortes hayan visto la luz en formato sencillo. El tercero de ellos el que abre boca: "Tournament". Casi sin más preámbulo, la voz de Devaney se pone al frente de un tema que refleja perfectamente lo que nos vamos a encontrar en el álbum: una instrumentación escueta sobre una bonita progresión armónica, hasta que en la segunda estrofa ya entra una sencilla batería programada, y poco después el bajo de Michael Sue-Poi "a lo Peter Hook", para evocar y emocionar a partes iguales (aunque para el último tercio se reservan otra melodía totalmente diferente con la que enriquecer la repetición final del estribillo). "Rush & fever" fue el segundo sencillo a principios de año, y su tempo ligeramente más alto y su elegante bajo anticipan otro gran momento, lo que se confirma desde que el teclado de Aidan Noell (muy en la línea del Vince Clarke de los ochenta) pasa al frente para reforzar el ritmo cuando conviene, y la interpretación entre altiva y sensible de Devaney completa el triunfo. "September again", cuarto sencillo, es si cabe aún más simple y espartana desde el punto de vista rítmico que las anteriores, y las notas altas de la melodía no son lo que mejor le viene a Devaney, por mucho que se doble la voz. Por eso lo que prefiero de este tema menor son los primeros tramos de las estrofas, de una elegancia incontestable.
Con "On Division St", nada menos que su séptimo sencillo y quizá el que más popular de todos está resultando, los neoyorkinos se quitan la careta definitivamente y copian tal cual la progresión armónica de "Bizarre love triangle", el clásico de New Order allá por 1986, incluso repitiendo prácticamente la misma secuencia de bajo. Esa sencilla y a la vez irresistible base les permite construir un tema que aunque más limitado melódicamente que el original, y más simple en los teclados de Noell respecto a los de Gillian Gilbert y Stephen Morris, sin duda raya a gran altura. Pero me niego a incluirlo en la lista de las mejores canciones del año como están haciendo muchas publicaciones especializadas, pues la apropiación es demasiado evidente. "Indignities", el quinto corte, no fue un sencillo tal cual sino uno de los primeros temas de su carrera, allá por 2017, cuando la influencia de Joy Division era aún más obvia y el post punk desasosegado encajaba más claramente en su abanico de influencias, si bien el resultado es más curioso que disfrutable. Prefiero sin duda "Automobile", que pese a ser mi canción favorita del álbum es una de las pocas que no ha aparecido como sencillo: la clave es otra certera progresión armónica, que en este caso refuerza una melodía coral y elegante a partes iguales a pesar de no tener estrofas y estribillos diferenciados, y que además deja espacio para unos nada complejos y sin embargo disfrutables intervalos instrumentales, en especial aquellos presididos por el bajo de Sue-Poi, y con algún que otro sintetizador de sonido espacial que parece reivindicar cierta contemporaneidad.
El último tercio del álbum lo inaugura "Friend machine", el quinto sencillo y el más techno-pop del álbum (casi podemos pensar que estamos escuchando a Gary Numan o a Visage). Aunque la canción resulta más interesante por su capacidad evocadora que disfrutable, sobre todo a causa de su melodía un tanto entrecortada y ese parón rítmico hacia la mitad tan poco adecuado. "Sacred tongue", octavo tema, es otro buen momento por descubrir, un medio tiempo cadencioso de instrumentación escasa y con la percusión más elaborada del disco, al que le falta un punto más de elaboración para descollar. "The motorist", penúltimo corte, fue también el primer sencillo del disco, y una clara reminiscencia de la atmósfera del mítico álbum "Power, corruption & lies" con el que New Order abrazó definitivamente la electrónica en 1983. Al tema quizá le sobran los puentes instrumentales tan largos sobre el mismo acorde y las frases declamadas en las estrofas, a la vez que le falta algo de gancho, pero los estribillos rezuman tristeza en su letra y en sus notas ("turn the pages, try to find another way..."). Y el disco lo cierra "The Wall & I", sexto sencillo, uno de los temas más rápidos del álbum y que conjuga una melodía relativamente melódica con una base rítmica contundente. Y todo ello aderezado con unos solos de bajo recomendables y un largo tramo instrumental final que ejerce con soltura su función de despedida.
Después de unas cuantas escuchas el disco se abre paso en nuestra colección y pide ser reproducido una y otra vez. Pero siendo honestos, tenemos que fijarnos con mucha atención si queremos encontrar algún detalle contemporáneo en la instrumentación que desmienta que el disco se grabó en realidad en 1981. Puestos a sacar defectos, también convendría que la distinción entre las diez canciones fuera mayor (el álbum es probablemente demasiado lineal), y que más a menudo las progresiones armónicas no repitieran de principio a fin de cada tema los mismos tres o cuarto cortes. Incluso la duración de algunas canciones (más de cinco minutos) resulta excesiva. Pese a todo, Nation Of Language consiguen eludir la etiqueta de revival, y eso es gracias a su capacidad creativa. Así que aunque por lo general prefiero propuestas más contemporáneas, "Introduction, presence" ya ha pasado a formar parte de mi discoteca particular. Habrá que ver si para el segundo álbum se atreven a arriesgar algo más (a riesgo de perder su personalidad) o si siguen mirando por el retrovisor a sus ídolos (a riesgo de repetirse más de la cuenta). Difícil paso adelante, del que veremos si salen bien parados. Si no, se quedarán en un "One-hit-wonder".
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