domingo, 25 de noviembre de 2018

Más álbumes decepcionantes de este flojo 2018

Este 2018 al que le queda poco más de un mes está resultando probablemente el año más decepcionante musicalmente hablando desde que mantengo este humilde blog. No tanto porque la disociación entre música de éxito y música alternativa por una parte, y música de calidad por otra, continúe, sino porque incluso dentro de los artistas que desde hace años sigo sus nuevas propuestas están suponiendo en muchos casos un bajón considerable respecto a sus entregas anteriores. Es el caso de tres artistas que ya habían aparecido por este blog y que esperaba le dieran un aliciente adicional al otoño con sus nuevos álbumes: Robyn, The Crystal Method y Man Without Country. Ninguno de ellos al final ha llegado a satisfacerme hasta el extremo de merecer una entrada independiente.

"Honey", el octavo álbum de la ya veterana Robyn, vio la luz hace unas semanas tras nada menos que ocho años desde su anterior entrega, ese desbordante "Body talk" con el que se aupó tanto a las listas de ventas como a las de mejores álbumes de casi todo el mundo. Desde entonces la cantante y compositora sueca ha ocupado su tiempo dedicándose a diversas colaboraciones (Neneh Cherry, Röyksopp, Mr. Tophat), como si no se encontrara lista para darle continuidad a su mejor disco hasta la fecha. Al final, hace unas semanas ha regresado con "Honey", un disco que por lo primero que sorprende por lo escaso de su contenido (nueve temas frente a los quince de "Body talk" se antoja poco para casi una década de silencio). Es cierto que el tema que lo abre y primer sencillo es notable. "Missing U" acierta mezclando electrónica, baile y melancolía, aunque en mi opinión queda lejos de "Dancing on my own" y "With every heartbeat", los formidables temas estrella de sus dos álbumes anteriores. Pero el resto del disco no se acerca siquiera al nivel ("Honey", el segundo sencillo, es un tema que pasa sin pena ni gloria, y el resto se pierde entre canciones que no habrían pasado de descartes en su anteriores álbumes como "Human being", y experimentos para llenar minutaje como "Beach2k20"). Ni siquiera hay colaboraciones de postín como en discos precedentes, y la impresión final es que "Honey" ha supuesto un importante paso atrás en su carrera, como también lo están reflejando sus ventas mucho menores. Así que habrá que ver si intenta darle continuidad en menos de ocho años.

Los norteamericanos The Crystal Method también han regresado hace unas semanas con su sexto álbum de estudio, "The trip home", tras cuatro años desde su meritorio "The Crystal Method". Y el retorno también ha sido mucho más flojo que su predecesor: mucho pitch, muchos sonidos estridentes, mucha percusión en primer plano como inamovibles señas de identidad, pero mucha menos inspiración que su predecesor: "Holy Arp", su primer sencillo, parece un "precalentamiento" en el estudio antes de empezar a componer en serio, "There's a Difference", el segundo, con la participación vocal del para mí desconocido Franky Pérez, es un tema de rock ramplón mucho menor que las excelentes colaboraciones vocales a cargo de por ejemplo Dia Frampton y LeAnn Rimes de su disco anterior, y "Ghost in the city" es otro tema vocal que intenta enganchar por estridencia y contundencia pero se queda en repetitivo y previsible. Y ni siquiera hay un tema oculto que tenga el nivel suficiente para contentar a sus seguidores, por lo que el conjunto es un disco tremendamente anodino y que desmerece un tanto del nivel medio de la discografía de la banda.

A una escala inferior, también ha supuesto una decepción el tercer álbum de Man Without Country, "Infinity mirror". En este caso la decepción ha sido menor porque se trata de una banda menos relevante en el panorama internacional, y porque ha pasado de ser un dúo a convertirse en el proyecto en solitario de Ryan James tras la salida de su compañero Tomas Greenhalf. Aquí el estilo sí es completamente reconocible con sus elegantes sintetizadores, sus guitarras tamizadas y sus voces distorsionadas, y el disco contiene el mismo número de temas que sus entregas anteriores, lo que no deja entrever complicaciones compositivas, pero lo cierto es que la chispa creativa (quizá por haberse convertido en un proyecto personal) le ha fallado a menudo a James. Y es que dos de sus sencillos (la correcta y reconocible "Remember the bad things", y el medio tiempo poco evocador "Lafayette", serían meros temas para completar el minutaje en su anterior entrega, el meritorio "Maximum Entropy"). Sólo su último sencillo (la relativamente bailable a pesar de su un tanto trasnochado piano electrónico "Achilles heel") nos recuerda lo prometedora que fue una vez esta banda. Mientras que el resto del álbum se mueve entre lo correcto y lo anodino, sin encontrar tampoco grandes momentos que nos enamoren.

Conforme acumulo decepciones de varios artistas a los que he seguido todos estos años trato de averiguar qué está sucediendo para que incluso quienes poseen una trayectoria musical relevante desde mi punto de vista bajen el listón con sus nuevas propuestas. Tengo la impresión de que la menor relevancia de la música como generadora de ingresos, y el que tantos y tantos tótems de otras décadas sigan siendo difundidos en nuestros días como si estuvieran de plena actualidad, está afectando a la motivación creativa de muchos de los artistas actualmente en activo. Eso o que la edad no perdona, la creatividad se reduce y la música se vuelve más una profesión que una ilusión. En todo caso seguiré la trayectoria de estos tres artistas, pues no pierdo la esperanza de que en un futuro vuelvan por donde solían.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Cat Power: "Wanderer" (2018)

El regreso de la estadounidense Chan Marshall a la actualidad musical se ha hecho esperar más de seis años. Una circunstancia anómala, ya que en sus más de veinte años de carrera nunca antes había tardado tanto en darle continuidad a su anterior entrega. Pero es que este "Wanderer" debía prolongar el que hasta la fecha había sido el mayor hito de su carrera: ese "Sun" (2012) con el que abrazó acertadamente la contemporaneidad musical y logró además su mayor éxito comercial (nada menos que el Top 10 en las listas de álbumes de su país). Repetir el éxito parecía tarea complicada, pero es lo que su sello discográfico de siempre, Matador, esperaba. Así que cuando hace un año Marshall les entregó el grueso de las canciones de este nuevo álbum, la compañía las rechazó por entenderlas un retroceso en su propuesta (según la propia Marshall, le pusieron el ejemplo del "25" de Adele para que entendiera cómo debía sonar un disco de una artista femenina en 2018, clásico pero contemporáneo). La estadounidense optó entonces por buscar otro sello que estuviera dispuesto a publicarlas, lo encontró en Domino, completó la lista de canciones con un dúo con Lana del Rey, y aquí tenemos finalmente "Wanderer" entre nosotros.

La cuestión obvia es si realmente se trataba de una colección de temas para que cogieran polvo en una estantería (o al menos para volverlas a grabar en el estudio), o su publicación ha merecido la pena. Y la respuesta es compleja, como la personalidad de la propia artista. Es cierto que instrumentalmente hablando el álbum supone un indudable retroceso: no ya por la ausencia casi total de elementos electrónicos (el auto-tune es la única excepción), sino porque la mayoría de las canciones están instrumentadas con lo mínimo, la calidad del sonido es muy pobre y no hay espacio para todo lo que no sea el folk-blues más clásico. En descargo de lo anterior hay que recordar que Marshall no sólo compone y canta, sino que por lo general interpreta todos los instrumentos, lo que supone un indudable esfuerzo que lleva tiempo. Además, a la estadounidense no se le ha olvidado componer, ni tampoco ha renegado de sus señas de identidad como artista, por lo que los temas entroncan bien con el grueso de su carrera y hay los suficientes momentos de inspiración como para dedicarle una reseña.

"Wanderer", el tema que abre y títula el disco, es un buen ejemplo de esa doble vertiente positiva y negativa de la que hablaba antes: un bonito himno, prácticamente a capella, con la voz de Marshall doblada en múltiples tonos, pero muy corto, que deja la sensación de composición a medio explotar. "In your face" es el primero de los múltiples temas lentos del disco, oscuro y desabrido, sobre una progresión armónica bien construida pero simple y repetida hasta la saciedad en más de cuatro minutos. Mejor me parece "You get", un medio tiempo tortuoso, sobre otra sencilla pero efectiva proyección armónica (que al menos cambia en su parte nueva), que transpira desazón y rabia a partes iguales sin necesidad de ser ruidista, y con una original y entrecortada batería. "Woman" es el indudable tema estrella del disco, su primer sencillo, a dúo con Lana del Rey. Con un bonito comienzo que no repite en el resto del tema (y que por cierto no aparece en la versión single, ni en el videoclip), otra progresión armónica de blues desgarrado marca de la casa en las excelentes estrofas, un estribillo que tarda en llegar y que cuando lo hace puede parecernos demasiado simple pero no desentona, y una letra que reivindica ese feminismo tan en auge, resulta convincente. Aunque es cierto que apenas se distingue la voz de Del Rey de la de Marshall (de hecho Lana ni siquiera aparece en el videoclip), por lo que la evaluación de la parte vocal del tema no es demasiado favorable.

Tras estos cuatro temas de balance indudablemente favorable el disco pega un bajón en su tramo central: "Horizon" es una canción lenta y monótona, con guiños psicodélicos en su desarrollo y sobre todo con un inesperado abuso del auto-tune que no termina de encajar con una instrumentación tan clásica y co el zumbido de fondo de la mala grabación. "Stay", segundo sencillo, es una versión del mediocre tema de Rihanna, cuyo mayor acierto es que cambia sutilmente acordes y melodía llevándola a su terreno de manera que cuesta reconocer la original, pero que al volver a tener un tempo tan lento amenaza con una peligrosa sensación de aburrimiento. "Black" quizá sea mi segundo momento preferido del álbum: guitarra acústica al frente para llevar una sencilla pero efectiva progresión armónica, voces dobladas, tenebrismo, una excelente letra sobre el maltrato y la violencia de fatal desenlace, y probablemente el mejor estribillo del disco. Pero con "Robin Hood", el listón vuelve a bajar: muy folk, pero muy espartana, muy corta y muy simplona estructuralmente, nuevamente con la sensación de canción a medio componer.

Y los últimos tres temas de este relativamente corto álbum vuelven a ofrecernos un panorama irregular: "Nothing Really Matters" es un tema lento más, sobre el casi inevitable piano y con la casi inevitable atmósfera de tristeza y autodestrucción, que no desentona con el conjunto pero no aporta nada nuevo. Más interesante es "Me voy", con el título en español, y una guitarra que parece sacada del lejano oeste: otra balada llena de desazón, un estribillo en la que la voz de Marshall luce como en ningún otro momento del álbum, y por qué no decirlo, una letra escasa y tremendamente simple. Y el álbum se cierra con "Wanderer / Exit", que a pesar de lo que su título pueda indicar es otro tema totalmente diferente del "Wanderer" que abre el disco: también sin percusión, también con ambición de himno, también demasiado corto y sin embargo disfrutable gracias a su bonita y a la vez triste melodía.

Podemos concluir que el largo parón no ha afectado en exceso al talento creativo de Marshall, pero ni su maternidad en 2015, ni sus múltiples hospitalizaciones han dejado una huella perceptible en sus composiciones. Al contrario, esa mirada al pasado que hace que "Wanderer" parezca más un álbum de sus comienzos a finales de los noventa que de 2018 es lo que resulta más apreciable en esta colección de canciones. Que probablemente no merecieran quedar en olvido como pretendían en Matador, pero que hubieran necesitado otra vuelta de tuerca y otro estímulo creativo para haber consolidado su carrera más allá del circuito indie. Tal cual ha quedado contiene buenos momentos y resulta disfrutable para sus seguidores, pero también es claramente una oportunidad perdida en su carrera. Y probablemente ya no haya más.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Orbital: "Monsters exist" (2018)

El regreso de los hermanos Paul y Phil Hartnoll ha sido una de las agradables (y no demasiado esperadas) noticias de la temporada. Y es que cuando en 2012 publicaron el que hasta la fecha era su último álbum (el recomendable "Wonky"), anunciaron que era el punto y final a su carrera. Circunstancia que parecieron confirmar el proyecto de Paul Hartnoll en solitario ("8:58", que vio la luz en 2015), y su posterior colaboración con Vince Clarke en 2016 (ese interesante "2square" que también reseñé en este humilde blog). Pero por lo que sabemos ahora, Paul y su hermano Phil volvieron a ensayar e intentar componer juntos ya a finales de 2016, y como vieron que la química entre ellos seguía existiendo y la creatividad aparecía sin esfuerzo, fueron componiendo poco a poco los temas de este "Monsters exist" que se ha publicado hace unas pocas semanas. Y que supone nada menos que su noveno álbum de estudio a lo largo de prácticamente treinta años de carrera. Una trayectoria lo suficientemente extensa como para que la primera pregunta sea si realmente el retorno merecía la pena.

Y la respuesta es un sí rotundo: no sólo han vuelto a la carga con las ganas de unos adolescentes, sino que han entregado sin duda uno de los mejores álbumes de su carrera, en dura pugna con su mítico "In sides" de 1996. La mejor prueba de esta afirmación la constituye el hecho de que además de los nueve temas y cincuenta minutos del álbum oficial, en la edición deluxe el dúo entrega nada menos que seis temas adicionales, junto con un par de remezclas de canciones del álbum oficia, por lo cual estamos ante setenta y cuatro minutos de música creada para la ocasión. Y la segunda prueba la constituye que, en mi opinión, todos los temas del álbum oficial se sitúan por encima de todos los temas de la edición deluxe. Es decir, que Paul y Phil saben perfectamente cuándo han dado con la tecla.

La primera vez que aciertan con ella es en el tema que abre el disco y además le da título: "Monsters exist" es efectivamente un tema tenebroso, rotundo y chirriante a partes iguales, con una percusión contundente, no orientado a la pista de baile, con sus arabescos de sintetizadores y sus voces post-procesadas, y rebosante de talento, como lo muestra el sintetizador que lleva la melodía principal y que no aparece hasta el tercer minuto. Igual de brillante aunque en un registro totalmente diferente se sitúa "Hoo Hoo Ha Ha": ahora sí con una de esas progresiones armónicas desquiciantes que parecen no tener un patrón fijo tan típicas de la banda, un ritmo binario rápido y efectivo, y sobre todo esa trompeta sintetizada que tanto contrasta con el resto, y que aunque al principio parece una broma se vuelve más y más adictiva con cada escucha. "The raid" vuelve a ralentizar el ritmo y se sitúa un escalón por debajo de los dos anteriores, con su comienzo de película de ciencia-ficción de serie B y sus voces sampleadas, aunque a partir del segundo minuto su batería arrestrada, su atmósfera ominosa y un certero sintetizador principal logran que suba el nivel.

"P.H.U.K." vuelve a acelerar el tempo y se constituye en el tema que mejor enlaza con el estilo tradicional de la banda (de hecho esa debió de ser la razón principal por la que lo eligieron como segundo sencillo hace unas cuantas semanas): una base 100% house, muchos guiños al intelligent techno y un carrusel de partes diferenciadas que se van sucediendo y que harán las delicias de cualquier festival de verano. Aunque a mi modo de ver no le hace sombra a "Tiny foldable cities", el primer sencillo y también el mejor tema del disco (y uno de los mejores de su carrera): un medio tiempo introspectivo, con unos sintetizadores tremendamente originales, que no para de crecer y que sobre todo emociona cuando a partir del tercer minuto surge ese teclado rápido que remata con mucho talento el conjunto, y que deja en mal lugar a todos aquellos creadores de música electrónica que repiten una y otra vez la misma sucesión de compases hasta llegar a los seis minutos de rigor. Tras semejante exhibición, "Buried Deep Within" bastante hace con no desentonar, con sus tramos atmosféricos al comienzo y a mitad del tema y ese ritmo binario efectivo que tarda en entrar.

El último tercio del álbum se inicia con "Vision OnE", mi tercer tema favorito: otra vez una atmósfera envolvente, un ritmo que al principio empieza siendo sincopado pero acabará siendo binario, y una clara orientación a la pista de baile, aunque lo mejor es ese estridente sintetizador con el pitch a tope y la exhibición de nuevos sonidos y melodías que van introduciendo sin parar a partir de las dos progresiones armónicas claramente diferencias que vertebran el tema. "The End IS Nigh", el penúltimo corte, ha sido recientemente elegido como tercer sencillo, una elección a mi modo de ver incorrecta, porque posiblemente se trate del corte más experimental de todo el disco, con esas partes lentas que se arrastran sin progresión armónica que las sostenga, y los samplings de susurros femeninos saltando aquí y allá, aunque, cuando surge, la melodía principal no desentona con el nivel medio del álbum. Y el broche de oro lo pone "There Will Come a Time", que cuenta con la participacón vocal (que no cantada) del físico, divulgador y antiguo teclista de D:Ream Brian Cox. Construida sobre la que es sin duda una de las mejores letras del año, sobre la realidad de la vida humana en el universo, es fascinante cómo los Hartnoll usan ese discurso para ir desarrollando el tema, usando determinadas frases, preguntas y parones para introduciendo efectos, sonidos y cambios, creando un conjunto cautivador de más de siete minutos no apto para la pista de baile pero sí para tocar nuestra fibra sensible en cualquier momento, y que barre de un plumazo la etiqueta de fría que suele arrastrar este tipo de música.

La edición deluxe es como decía la mejor prueba del excelente momento creativo de los hermanos Hartnoll. Hay curiosidades ("A Long Way from Home", una demo que por primera vez en su carrera los muestra componiendo exclusivamente con una ¡guitarra acústica! y un teclado al viento), probaturas sobre la viabilidad creativa de la banda ("Analogue Test Oct 16"), momentos para la pista de baile ("Kaiju"), una remezcla interesante aunque sin mejorar el original de "Tiny Foldable Cities", la versión puramente instrumental de "There Will Come a Time" (que permite observar lo bien que han construido el tema a partir de la parte vocal), y sobre todo dos canciones que probablemente no llegan al nivel de las nueve del álbum oficial pero que sin duda habrían entrado en la mayoría de sus discos: "Dressing Up in Other People's Clothes" (con su bombo sobredimensionado, su parafernalia de efectos y su elaborada melodía principal) y "To Dream Again" (con sus clásicos acordes en séptima, su ritmo vertiginoso y su superposición de sintetizadores infecciosos).

Así que después de casi ochenta y cinco minutos de música sin espacio para el aburrimiento las conclusiones no pueden ser más favorables: Paul y Phil han vuelto cuando les ha apetecido, y sin presión han creado uno de los mejores álbumes en lo que llevamos de temporada, bien entroncado con el grueso de su carrera, con guiños a sus momentos más reconocibles tanto en la pista de baile como en la habitación de nuestra casa, partiendo de buenas composiciones que desarrollar y sobre todo con un talento sorprendente para seguir creando y enlazando sonidos nuevos a estas alturas de su carrera. Y eso sin recurrir a la poco menos que imprescindible en este tipo de álbumes intervenciones vocales cantadas con las que dar variedad al conjunto. Sólo nos queda confiar en que este retorno no sea algo puntual , y que en no muchos años puedan darle continuidad. Porque la música electrónica les sigue necesitando.

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