El segundo álbum de Imagine Dragons es sin duda uno de los álbumes más esperados de este 2015. Su debut de 2012 ("Night visions"), a medio camino entre la música comercial y la alternativa, fue ganando gradualmente adeptos con su mezcla de estilos hasta llegar a un público muy amplio. De hecho, la reseña que escribí sobre el mismo es una de las entradas más leídas de este humilde blog. Así que a la hora de valorar este "Smoke + mirrors" me parece útil poner en perspectiva lo que ya reseñé entonces. Reconocía su "esfuerzo loable por crear verdaderas canciones y lograr que suenen contemporáneas", pero también dejaba entrever que necesitaban "un sonido algo más definido y personal". Casi tres años después, su respuesta (el siempre trascendental segundo álbum) no sólo ha mantenido ese esfuerzo (diecisiete canciones nada menos), sino que en vez de definir su estilo han optado por hacer de la amplitud estilística su seña de identidad, manteniendo para ello al británico Alex Da Kid en la producción.
Lo que es más evidente, han intentado encontrar entre esa variedad estilística el éxito masivo. Incluso revisitando los temas bandera de su álbum de debut bajo un nuevo prisma. Y lo cierto es que formalmente lo han hecho bien, y el álbum es un carrusel de temas claremente diferenciados. Aunque desgraciadamente no todos los estilos a los que se arriman tienen el mismo interés creativo, ni los muestra igualmente resolutivos en su aproximación. Con el agravante de una preocupante falta de creatividad a la hora de rematar con estribillos meritorios la mayor parte de sus temas.
De hecho, los sencillos que han presentado el álbum hasta ahora han fracasado comercialmente como composiciones individuales. "Shots", el tema que abre el disco y tercer sencillo, es de los tres presentados el más decente, con sus bonitos teclados en trémolo resaltando unas convincentes estrofas, aunque el estribillo coral no bien enlazado echa en parte por tierra el resultado. "Gold" es el segundo corte y segundo sencillo, aparte del obvio intento por recrear "Radioactive". Pero el problema es que la atmósfera está más conseguida que la melodía: una producción intrigante y meritoria, con samples aquí y allá, queda arruinada por un irritante silbidito y una intensidad impostada que naufraga especialmente en el estribillo. "Smoke+mirrors", tercer corte y tema que da título al álbum, promete más calidad con otro interesante comienzo y otra acertada melodía en unas estrofas más intimistas, pero el tema desemboca en un envolvente estribillo que mezcla el falsete a lo Coldplay con fraseos que son casi gritos, en un cóctel mal digerido.
"I'm so sorry", intenta acercarse al rock americano más histrónico que inspirado (pongamos por ejemplo Aerosmith), y aunque el riff de guitarra que sostiene el comienzo y las estrofas es original e interesante, nuevamente el puente les muestra falsamente rabiosos, el estribillo es poco más que una sucesión de chillidos sobre una percusión reptante, y el desahogo final para demostrar qué duros saben ser no viene a cuento. "I bet my life", el descarado intento por repetir "On top of the world" y primer sencillo, es un tema tan luminoso y vitalista como pretenden, y la lograda progresión armónica de las estrofas está perfectamente resaltada por una melodía certera, pero una vez más el estribillo resulta simple y hueco, y en este caso los arreglos no son demasiado acertados (hasta el punto de que últimamente, en sus actuaciones en vivo, le han dado un toque más folk). "Polaroid", sexto corte, es un tema menor, con mucho peso de la parte vocal y la instrumentación electrónica para intenar darle un barniz de pop contemporáneo al tema con el que mantenerlo a flote. "Friction", séptimo corte, los acerca al nu metal de por ejemplo Korn, en el tema más monocorde y violento del álbum, en un estilo que se nota claramente que no es el suyo pero al que los aires egipcios de las guitarras le favorecen y le dotan de personalidad.
"It comes back to you" podría pasar perfectamente por un tema de los Snow Patrol, a medio camino entre el pop y el rock e igual de intrascendente que la mayoría de los temas de la banda británica. "Dream", noveno corte, es una balada que intenta recrear claramente el "Bleeding out" de su primer álbum: una bonita melodía y una acertada producción, con una omnipresente percusión y la sección de cuerda y el piano de contrapunto, hacen que esa uno de los temas más redondos del disco, aunque personalmente creo que le falta un punto de emoción en el estribillo. "Trouble", décimo corte, juega la baza de los arreglos acústicos con toques folk, aunque nuevamente se queda sólo en correcto, cuando no anodino. "Summer" empieza con un cristalino arpegio de guitarra, marca de la casa y en la línea de "Amsterdam", pero otra vez el tema adquiere un aire a sus paisanos The Killers en horas bajas, y los falsetes distantes del estribillo hacen el resto. "Hopeless opus" tiene, como su nombre indica, vocación de himno, pero a pesar de una producción muy conseguida, su endeblez a lo "Give peace a chance" y un solo que podría haber firmado Brian May en sus tiempos má previsibles la convierten en otro momento cuestionable. Y el disco lo cierra en su edición estándar "The fall", con su comienzo luminoso, sus discretas estrofas, un estribillo por una vez a tono con el tema y por encima de todo un meritorio crescendo de casi tres minutos, obviamente con la intención de cerrar el disco de la manera más apoteósica posible.
Curiosamente (y de veras que no lo hago por ir a contracorriente), este disco variopinto y poco inspirado da lugar a sus mejores momentos en la edición Deluxe. Son cuatro nuevos temas en los que parece que los de Las Vegas se quitan las máscaras, se relajan y empiezan por fin a rendir al mismo nivel que lo habían hecho en sus meritorias entregas para varias bandas sonoras de los últimos tiempos. Empezando con el, para mí, mejor tema de lejos del álbum: "Thief". Una guitarra desconcertante al comienzo da lugar a una pieza de rock con los arpegios líquidos, la energía y las sensacionales melodías de los mejores Feeder. Una auténtica maravilla, sin necesidad de una producción que camufle defectos (incluso el solo de guitarra se sale de los convencionalismos). "The unknown", claramente inferior aunque superior al nivel medio del álbum, recurre a la percusión programada más elaborada del mismo, y aunque las estrofas vuelven a tener un deje impostado, el puente al estribillo entona el tema y el estribillo, ahora sí, es intimista y sensible, y desemboca en un minuto final muy disfrutable. "Second chances" es, en mi opinión, el segundo mejor tema del álbum, unas armonías preciosas, con una producción que se limita a dejar hacer a los instrumentos convencionales sin alterarlos, todos ellos ejecutados a un gran nivel (especialmente el violoncello), la letra más convincente del disco y un tramo instrumental al final realmente maravilloso. Y el último corte nuevo de la edición Deluxe es la acústica, introspectiva y también inspirada "Release", apenas dos minutos en los que Dan Reynolds canta con una naturalidad apabullante un tema sin apenas instrumentar pero tan certero que no lo necesita. Y que resulta una forma mucho mejor de cerar el disco que "The fall".
Es decir, si revisamos todos los temas reseñados, encontramos sólo cuatro o cinco realmente meritorios, y sólo uno o como mucho dos entre los trece que conforman la edición estándar. El resto, aunque los lleve a transitar múltiples terrenos, siempre se queda a medio camino, de manera que sólo el melómano con cierta predisposición es capaz de aguantar los casi sesenta y cinco minutos del álbum. Casi me alegro del fracaso comercial de los sencillos, pues les debería mostrar a ellos (y probablemente a su discográfica), que salvo para los productos musicales prefabricados es más fácil triunfar siendo uno mismo que jugando a ser otra cosa. Porque a pesar de esta decepción en toda regla, Imagine Dragons demuestran que saben componer temas excelentes. Ojalá las tensas correas del negocio musical se lo sigan permitiendo.
Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
viernes, 20 de marzo de 2015
sábado, 14 de marzo de 2015
El panorama musical español en 2014
Un año más, y como ya viene siendo habitual, he decidido dedicar una entrada al panorama musical español durante el pasado año 2014. Un panorama que en mi opinión sigue en encefalograma plano. Veamos por qué.
En el ámbito meramente comercial la situación sigue en estado comatoso: la música de artistas hispanoamericanos o que cantan en español ganan por abrumadora mayoría (37 de los 50 más vendidos) a los artistas que cantan en otros idiomas y anglosajones (que, nos guste o no, siempre aportarán un número mayor de propuestas interesantes). Y es que con unas ventas que siguen en mínimos históricos, las compañías de discos se han vuelto aún más conservadoras y los compradores más limitados en sus gustos, dando la impresión que sólo aquellos que tienen club de fans potentes entre las adolescentes son capaces de lograr que los aficionados se gasten unos euros en ellos.
Descorazonador es que el álbum más vendido haya sido "Terral" de Pablo Alborán, cantante que por cuarto año consecutivo es el más vendido en España con su estilo trasnochado, ñoño y sensiblero. Descorazonador es que en los 10 primeros álbumes del año no haya uno solo de un artista de fuera de España (la cerrazón al resto del mundo en el momento más globalizado de la historia de la humanidad es más que paradójico, casi escalofriante en un país que teóricamente pertenece al primer mundo). Descorazonador es que el primer álbum de un artista anglosajón sea el del grupo adolescente One Direction, pues lanza un claro mensaje de que respecto a lo que viene "de fuera" a lo que más interés prestamos es a las propuestas prefabricadas (el primer disco de un artista extranjero con una mínima reputación es el de Coldplay, en el puesto 17). Y descorazonador es que hay que irse al puesto 43 para encontrar el primer álbum correspondiente a una artista que haya debutado en el panorama musical internacional en 2014 (5 Seconds Of Summer, poco más que una boyband de tantas). A todo lo cual hay que sumar la escasa presencia de la música de actualidad en la televisión (a pesar del incremento de canales de la TDT) y su menguante presencia en las radios privadas, que a menudo dan prioridad al tema insignia de un artista antes que a su nuevo lanzamiento.
En la música alternativa la cosa no ha ido mucho mejor. Los madrileños Vetusta Morla son los primeros en la lista, en el puesto 33, aunque su rock forzadamente histriónico y escaso de inspiración no justifica a mi modo de ver siquiera ese puesto. Tampoco han abundado en exceso las nuevas entregas de artistas consagrados en este mundillo (Sr. Chinarro, Remate, Los Enemigos...), como no lo es que el tema más comentado en el mundillo sea el provocativo y de dudoso gusto "Me gusta que pegues", de Los Punsetes. Ni siquiera la música electrónica en general y disco en paricular ha ayudado en subir el listón, con el buque insigna John Talabot más centrado en pinchar en festivales diversos que en dar continuidad a su interesante pero ya lejano "Fin" (2012). Puestos a resaltar algún retorno, tal vez me quede con el del dúo vasco Single, que a pesar de varios años de silencio siguen con su mundo paralelo de pop bien facturado e ingenioso, aunque de inspiración variable. Y en el campo de las nuevas propuestas, la única que realmente ha llamado mi atención han sido los madrileños de The Hardcore Of Beauty, con un estilo inclasificable pero una calidad incuestionable en el EP que presentó hace unos meses "Brand new Moses".
Con lo que este año para mí los triunfadores absolutos han sido Sidonie. Como ya sucedió el año pasado con La Sonrisa de Julia, les lastra el hecho de ser demasiado alternativos para obtener un éxito comercial masivo, pero también demasiado mainstream para que el mundillo independiente los considere genuinos. Pero su álbum "Sierra y Canadá", que reseñé en este mismo blog, suponía una acertada vuelta de tuerca en su estilo, manteniendo su personalidad pero acercándolos mínimamente a la tecnología del siglo XXI. Además, el nivel medio compositivo era más que decente y contaba con sencillos dignos de perdurar: "Un día de mierda" y sobre todo "Sierra y Canadá", una emotiva historia de amor frustrado entre artefactos que puntualmente cobran vida. Que por su ingeniosa letra, su sensibilidad y sus armonías merece, desde mi punto de vista, el título de canción nacional del año. Lástima que haya pasado desapercibida para tantos y tantos potenciales melómanos.
En el ámbito meramente comercial la situación sigue en estado comatoso: la música de artistas hispanoamericanos o que cantan en español ganan por abrumadora mayoría (37 de los 50 más vendidos) a los artistas que cantan en otros idiomas y anglosajones (que, nos guste o no, siempre aportarán un número mayor de propuestas interesantes). Y es que con unas ventas que siguen en mínimos históricos, las compañías de discos se han vuelto aún más conservadoras y los compradores más limitados en sus gustos, dando la impresión que sólo aquellos que tienen club de fans potentes entre las adolescentes son capaces de lograr que los aficionados se gasten unos euros en ellos.
Descorazonador es que el álbum más vendido haya sido "Terral" de Pablo Alborán, cantante que por cuarto año consecutivo es el más vendido en España con su estilo trasnochado, ñoño y sensiblero. Descorazonador es que en los 10 primeros álbumes del año no haya uno solo de un artista de fuera de España (la cerrazón al resto del mundo en el momento más globalizado de la historia de la humanidad es más que paradójico, casi escalofriante en un país que teóricamente pertenece al primer mundo). Descorazonador es que el primer álbum de un artista anglosajón sea el del grupo adolescente One Direction, pues lanza un claro mensaje de que respecto a lo que viene "de fuera" a lo que más interés prestamos es a las propuestas prefabricadas (el primer disco de un artista extranjero con una mínima reputación es el de Coldplay, en el puesto 17). Y descorazonador es que hay que irse al puesto 43 para encontrar el primer álbum correspondiente a una artista que haya debutado en el panorama musical internacional en 2014 (5 Seconds Of Summer, poco más que una boyband de tantas). A todo lo cual hay que sumar la escasa presencia de la música de actualidad en la televisión (a pesar del incremento de canales de la TDT) y su menguante presencia en las radios privadas, que a menudo dan prioridad al tema insignia de un artista antes que a su nuevo lanzamiento.
En la música alternativa la cosa no ha ido mucho mejor. Los madrileños Vetusta Morla son los primeros en la lista, en el puesto 33, aunque su rock forzadamente histriónico y escaso de inspiración no justifica a mi modo de ver siquiera ese puesto. Tampoco han abundado en exceso las nuevas entregas de artistas consagrados en este mundillo (Sr. Chinarro, Remate, Los Enemigos...), como no lo es que el tema más comentado en el mundillo sea el provocativo y de dudoso gusto "Me gusta que pegues", de Los Punsetes. Ni siquiera la música electrónica en general y disco en paricular ha ayudado en subir el listón, con el buque insigna John Talabot más centrado en pinchar en festivales diversos que en dar continuidad a su interesante pero ya lejano "Fin" (2012). Puestos a resaltar algún retorno, tal vez me quede con el del dúo vasco Single, que a pesar de varios años de silencio siguen con su mundo paralelo de pop bien facturado e ingenioso, aunque de inspiración variable. Y en el campo de las nuevas propuestas, la única que realmente ha llamado mi atención han sido los madrileños de The Hardcore Of Beauty, con un estilo inclasificable pero una calidad incuestionable en el EP que presentó hace unos meses "Brand new Moses".
Con lo que este año para mí los triunfadores absolutos han sido Sidonie. Como ya sucedió el año pasado con La Sonrisa de Julia, les lastra el hecho de ser demasiado alternativos para obtener un éxito comercial masivo, pero también demasiado mainstream para que el mundillo independiente los considere genuinos. Pero su álbum "Sierra y Canadá", que reseñé en este mismo blog, suponía una acertada vuelta de tuerca en su estilo, manteniendo su personalidad pero acercándolos mínimamente a la tecnología del siglo XXI. Además, el nivel medio compositivo era más que decente y contaba con sencillos dignos de perdurar: "Un día de mierda" y sobre todo "Sierra y Canadá", una emotiva historia de amor frustrado entre artefactos que puntualmente cobran vida. Que por su ingeniosa letra, su sensibilidad y sus armonías merece, desde mi punto de vista, el título de canción nacional del año. Lástima que haya pasado desapercibida para tantos y tantos potenciales melómanos.
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