Aunque estamos ya bien entrados en 2025, continúo todavía reseñando alguno de los álbumes que no me dio tiempo a traerles el pasado ejercicio. Le toca en esta ocasión a "Strawberry Hotel", el undécimo álbum del dúo galés Underworld. Un disco que llegó tras un lustro de silencio en formato álbum, y tras un mega-proyecto "Drift Series 1" tan ambicioso y desbordante (más de una treintena de canciones) como disperso y escaso de inspiración. Por lo que mis expectativas cuando supe de su publicación no eran excesivamente altas. Al fin y al cabo, estamos ante una banda con casi cuarenta años de trayectoria y un bagaje musical muy particular, por lo que ni por impulso vital ni por terrenos a explorar debería quedarles mucho por aportar. Y sin embargo aquí estoy reseñándolo para ustedes. Evidencia de que "Straberry Hotel" no me ha sorprendido, pero sí me ha parecido una entrega más que decente.
A ello contribuye en gran medida la solvencia como músicos de Karl Hyde y Rick Smith. Hyde es un cantante sorprendentemente versátil para una banda de música electrónica, capaz de adoptar los más variados timbres, de declamar, de volverse obsesivo, de generar incluso pasajes corales. Y Smith, aunque lo asociemos como el mago de los ritmos estridentes, es capaz de enriquecer composiciones que parten de una base muy similar con tramos en los que sus sintetizadores nos siguen sorprendiendo, o con combinaciones percutivas que aún suenan originales. Todo ello les ayuda cuando parten de composiciones eminentemente sencillas (a veces incluso un mero ritmo, sin progresión armónica y sin apenas más que unos pocos fraseos vocales), y por supuesto mejora composiciones que sí resistirían la famosa prueba de la interpretación solamente con piano y voz. Asimismo, se les nota sin necesidad alguna de reivindicarse, ni de arrimarse a las modas. Hyde y Smith se encuentran cómodos en el universo particular que han creado, y saben que sigue siendo atractivo para seguidores que, en muchos casos, llevan ya décadas junto a ellos.
El álbum lo abre un tema corto y sin nada de percusión que fácilmente podríamos identificar como una intro, pero "Black Poppies" es en realidad el tercer sencillo y uno de los temas estrella del álbum, hasta el punto de que la banda subió una curiosa versión sinfónica poco después de publicarla por separado. Y es que si nos fijamos en su composición, está sustentada por una progresión armónica bastante elaborada para lo que en el dúo es habitual, y las distintas voces distorsionadas y superpuestas de Karl Hyde interpretan una melodía completa, con un estribillo claramente definido. No es un tema representativo del álbum, y puede resultar hasta desconcertante como inicio, pero es un momento meritorio. Eso sí, poco después de arrancar "Denver Luna" ya sí que nos toparemos con una de sus habituales percusiones obsesivas para remarcar un ritmo de tempo alto. Y poco después Hyde comenzará uno de sus recitados imposibles, que prolongará a lo largo de varios minutos, confirmando que son ellos mismos, y que el parón en su carrera no les ha movido un ápice de sus parámetros más reconocibles. Es cierto que un tema así lo componen sin prácticamente despeinarse, más si como es el caso se trata de un machacón despliegue monocorde... Aunque en realidad juegan al despiste, porque tras seis minutos de rizar el rizo con más y más instrumentos de percusión, más efectos y más juegos de palabras, el tema entra en un in-pass y da paso a un sorprendente tramo "a capella" ultra-tecnológico, que resulta desarrollarse... sobre una progresión armónica completa. Quizá llega demasiado tarde para considerar esta canción un temazo, pero no cabe duda de que se trata de una composición mucho más elaborada de lo que parece al principio, y seguramente por eso fue escogida como segundo sencillo. El tercer corte, "Techno Shinkansen", también fue seleccionado como sencillo a finales del año pasado, el cuarto y último. Y seguramente se trata del más accesible de los cuatro, y de ahí que lo escogiera para mi lista de otras veinte canciones internacionales recomendables. Puramente instrumental, también se desarrolla a partir de una progresión armónica completa, por lo que el resultado es mucho más musical y reconocible que el de sus momentos monocordes. Poco más de tres minutos de un cóctel que fusiona house, techno y ambient en una propuesta apta tanto para escuchar reposadamente en nuestro salón como para dejarse llevar en uno cualquiera de sus espectáculos en vivo, como confirma su contundente tramo final. Y para que el álbum sea fácilmente situable, el primer sencillo que anticipó el disco es precisamente el siguiente corte: "And The Color Red" es, en mi opinión, el más decepcionante de los cuatro: mucha percusión sobredimensionada, muchos efectos reiterativos, pero cero musicalidad. Ni siquiera la intervención de Hyde es destacable: apenas unas pocas frases cortas. Una canción sólo apta para sus incondicionales.
Después de colocar todos los sencillos seguidos, el aficionado debe enfrentarse a otras once canciones y cincuenta minutos que aparentemente ni para sus creadores merecen la misma atención, por lo que la tarea se puede antojar ardua. Sin embargo, el reto resulta fácilmente superable, pues aunque el dúo no opta por la siempre arriesgada senda de la experimentación, sí recurre a casi todas sus bazas creativas para que el melómano disfrute. Empezando por un "Sweet Land Experience" que también empieza monocorde, pero que en seguida supera esta restricción con una musicalidad no especialmente inspirada pero agradable, sobre todo gracias a la interpretación de la habitualmente cantante de ópera Esme Bronwen-Smith (que también colabora con el dúo en la interpretación y en la producción de otros temas), y a detalles como el loop sintetizado con el que Rick Smith adorna el intervalo instrumental más largo. "Lewis in Pomona" baja el tempo, aumenta la vertiente envolvente, y distorsiona hasta el delirio (pitch mediante) la voz de Hyde. La contundencia extrema de su segunda mitad hace el resto. Y "Hilo Sky" no sólo mantiene este nivel agradable, sino que sube un peldaño gracias a esa cascada de sintetizadores que poco a poco van completando la voz de Kyde hasta desembocar en la no por esperada menos efectiva catarsis de baile desenfrenado. Tal vez recuerde demasiado a logros del pasado, pero el juego a dos bandas entre la melodía de Hyde y el sintetizador principal de Smith le confiere personalidad propia. "Burst of Laughter" es el tema instrumentalmente más gélido, un pasaje en el que Smith y Hyde llevan a su terreno el sonido Kraftwerk, combinando la lejanía y la rigidez del proto-techno alemán con un bajo poderoso y las melodías vocales entrecruzadas, pero sin olvidarse de crear una composición completa que lo sostenga.
Sin haber entregado grandes temazos, el álbum sigue discurriendo con fluidez, sin que nos planteemos la posibilidad de pulsar el botón de forward. Pero es que el noveno corte, "King of Haarlem", no sólo suena a ellos mismos y entretiene, sino que con la contraposición entre sus dulces armonías y su contundente base rítmica, y la particular forma de interpretar la melodía de Hyde se reivindica como uno de los momentos notables del álbum. "Ottavia", tal vez la canción más instrumental del álbum, arranca lenta y con el protagonismo vocal en exclusiva para Esme Bronwen-Smith. Su elaborada y reivindicativa letra, cuestionando el papel de la mujer desde un punto de vista femenino, es lo más notable de los cinco minutos más arduos del conjunto. Afortunadamente, la breve reinterpretación de "Denver Luna (acappella)" es una forma explícita de hacer justicia al mejor tramo del supuesto momento estelar del álbum, a la vez que una forma de apreciar cómo Hyde dobla su voz una y otra vez en terceras y en quintas que no rehúyen de filtros distorsionadores. Una forma de predisponer al melómano para los nueve minutos largos de "Gene Pool", construidos a partir de un largo y juguetón loop sintetizado "100% Smith". Aquí el dúo sí reinvindica su maestría para los desarrollos lentos, en los que hay que dejarse llevar con la cadencia con la que van introduciendo poco a poco los distintos giros. Algo que pone de manifiesto, por ejemplo, los nada menos que tres minutos que tarda en entrar la casi mesiánica interpretación de Hyde. Seguramente para descansar de tan excesivo minutaje, "Oh Thorn!" es un breve tema en el que recrean con otra base algunas de las melodías que han ido entregando a lo largo del disco, sobre todo de "King of Harleem". "Iron Bones", el penúltimo corte, vuelve a bajar el tempo, pero el riesgo de aburrimiento que algo así podría acarrear lo mitigan con la interpretación vocal de otra vocalista femenina, Nina Nastasia. Aunque no es un gran momento, quizá sea el mejor producido de todo el disco, mezclando en la misma paleta sonora ruidos distorsionados, voces filtradas de Nastasia y de Hyde que aparecen aquí y allá, y el bajo electrónico como única columna sobre la que apuntalar un tema que consigue transmitir una profunda sensación de desazón. Y el cierre lo pone la acústica "Stick Man Test": como ya habían mostrado en alguna oportunidad anterior, el dúo también sabe desenvolverse por estos terrenos aparentemente tan alejados de su propuesta, y lo hacen con una composición de progresión armónica extraña, en la que la guitarra de Hyde aparece en primer plano, y los teclados de Smith la arropan casi sin percibirse. Una manera singular de cerrar un disco singular.
Evidentemente no estamos ante un gran álbum. Ni siquiera ante una de las mejores entregas de su carrera. Y tampoco hay sencillos de postín que los vayan a devolver a lo más alto de las listas de ventas. Pero la dignidad y el saber hacer que desprende esta hora larga de música, tan fiel a sus postulados y sin embargo, claramente diferenciable de otros discos, son dignas de elogio en dos músicos que se acercan ya a los setenta años. Incluso salen airosos del hecho de entregar nada menos que quince canciones, teniendo en cuenta su conocida tendencia a combinar grandes canciones con otras menos inspiradas sin solución de continuidad. Con cada nueva entrega "Strawberry Hotel" se vuelve un poco más amable, un poco más apto para escuchas en diferentes momentos. La inclusión de otras vocalistas femeninas, y el esfuerzo consciente por no limitarse a programar ritmos sin antes disponer de composiciones trabajadas, son las dos bazas que juegan a su favor. No sé si aún les dará tiempo a entregar un álbum más antes de retirarse, pero si este fuera su canto del cisne, habría que reconocerlo como un meritorio epílogo a una de las bandas más transgresoras e influyentes de la música electrónica de las últimas décadas.