El mes pasado ha visto la luz "The Gods We Can Touch", el tercer álbum de la noruega Aurora Aksnes. Que sin duda ha sido uno de los discos más esperados por la crítica internacional en los últimos tiempos, gracias a la cada vez mayor repercusión que ha ido logrando Aurora con cada nueva entrega. Hasta el extremo de haber generado un auténtico culto en torno a su figura, mezcla de modernidad y tradición, de urbanismo y naturaleza, en el que el personaje es tan importante como la propia propuesta musical. Culto aumentado sabiamente por los nada menos que cinco sencillos de adelanto que vieron la luz desde el verano del año pasado para anticipar el disco. Y que ya dejaban entrever una variedad estilística en absoluto reñida ni con la calidad ni con la pegada comercial.
Para producir el álbum, la compositora ha contado con su colaborador habitual Magnus Skylstad, aunque también hay espacio para otros productores. Ese continuismo creativo refleja que ambos entendían que su propuesta aún podía dar de sí sin necesidad de influencias externas. Y es que ese pop a veces barroco, otras arty, que igual se arrima al cine de mediados del siglo XX que al electro-pop, pero que siempre mantiene la personalidad de la noruega, da cabida a buena parte de la música popular de los últimos setenta años. Algo que la no siempre apreciable variedad de registros vocales de Aurora asegura llevar a buen puerto. De ahí las nada menos que quince canciones que encierra el álbum, un caudal creativo llamativo si tenemos en cuenta que aún no han transcurrido siquiera tres años desde su anterior entrega. Y que suponen un sugestivo recorrido por su desbordante universo personal. Aunque no es oro todo lo que reluce.
Y es que con frecuencia la mezcla de versatilidad y ambición deviene en discos irregulares, con grandes momentos pero también con grandes pifias. No es el caso de este álbum, pero con un tracklist más contenido seguramente hubiera resultado más disfrutable de principio a fin. No lo digo por el tema que le da inicio, "The Forbidden fruits of Eden", un coro evocador y mágico de apenas cuarenta segundos que funciona para crear la atmósfera necesaria, pero sí por ejemplo por "Everything matters": quinto sencillo, con la participación en la composición y en la interpretación de la francesa Claire Pommet, es un medio tiempo oscuro que no termina de maridar bien sus guitarra y pianos acústicos con los bajos sobredimensionados y las voces distorsionadas, y puede resultar entre aburrido y desconcertante para dar comienzo al disco. Afortunadamente "Giving In To The Love" retoma en seguida la senda de los grandes momentos pop. Elegida como segundo sencillo, su equilibrio entre la contundencia percusiva a lo Kate Bush y la melodía ampulosa a lo Florence + The Machine, y su excelente segundo estribillo con cambio de progresión armónica incluida, su letra reivindicativa y sus apoteósicos "la ra la ra" en su tramo final, provocan que sus tres minutos justos sepan a poco. Aunque el gran momento del disco, y uno de los mejores del año pasado como ya reflejé en mi lista de mejores canciones internacionales de 2021 es, sin duda, "Cure For Me": primer sencillo en ser extraído, su electrónica contemporánea sin necesidad de resultar excesivamente arriesgada, su bonita melodía y, sobre todo, sus infecciosos puente y estribillos (coreografía incluida), son garantía de éxito. Aunque hay que destacar lo bien producido que está, siempre creciendo añadiendo elementos como la fantástica percusión electrónica que aparece a partir de su segundo estribillo, la envolvente parada posterior, o los cambios en la melodía en su repetición final... Una auténtica maravilla.
Después de tamaño despliegue cualquier canción languidecería, pero "You Keep Me Crawling" aguanta el tipo llevándose la propuesta a otros terrenos: un medio tiempo angustioso, con sección de cuerda sintetizada, sencillos ritmos programados y un estribillo a varias voces que no entusiasma pero tampoco cansa gracias a su corta duración. No corre la misma suerte "Exist For Love", en realidad un tema publicado hace casi dos años más como epílogo de su anterior "A Different Kind of Human (Step 2)" que como anticipo de este "The Gods We Can Touch": reposado, acústico, y edulcorado en demasía, desentona un tanto del resto del álbum, y está ubicado además en un lugar inadecuado, pues parte por completo la atmósfera generada hasta entonces. Así que mi sugerencia es que pulsen el botón de "forward" sin dudarlo. Afortunadamente, la feminista y reivindicativa "Heathens", tercer sencillo extraído, recobra rápidamente el pulso gracias a ese pop barroco de barniz contemporáneo (que mezcla arpegios de guitarra acústica con una programada sincopada), con una melodía muy personal, etérea y difícil de interpretar al mismo tiempo. Aunque prefiero ese piano casi jazzístico y ese contrabajo que sirven de base a "The Innocent", otro singular tema de art-pop que es capaz de contraponer a esos instrumentos tradicionales samples vocales y percusiones brasileñas, y que se acaba adheriendo a nuestro cerebro gracias a su pegadizo estribillo. El siguiente corte, "Exhale Inhale", baja el tempo y nos propone una base de teclados juguetones combinados con sección de cuerda, y una melodía de gran amplitud vocal que recuerda a la primera época de Björk, en otro ejercicio de estilo más interesante que disfrutable.
"A temporary high", décimo corte y desde hace unos días sexto sencillo publicado, da comienzo al tercio final del álbum. Se trata de un corte que bebe del synth-pop evocador de los ochenta que tanto se cultiva últimamente en el panorama alternativo internacional, y que se construye a partir de un teclado que podrían haber firmado los mismísimos Mating Ritual, si bien lo que le da solidez al tema son sus brillantes estrofas, sus crescendos, y otro estribillo elaborado y tarareable. Si bien para mí el tercer y último gran momento del álbum es "A Dangerous Thing". Cuarto sencillo extraído a principios de este año, va creciendo poco a poco a partir de su guitarra acústica inicial, de manera que sus intimistas estrofas terminan desembocando en el que inesperadamente resulta ser el mejor estribillo del disco, capaz de enlazar las notas de las distintas frases saltándose con mucha originalidad algunos compases. Y su pesimista letra (ese hiriente "There's no love in the end") entronca fantásticamente con la atmósfera de la canción, y llega a poner los pelos de punta. "Artemis" es un personalísimo tema sobre arpegios de guitarra y un acordeón que es puro tango de hace casi un siglo, sin percusión alguna, y sin embargo agradable a pesar de su clara intención exploratoria. "Blood in the wine" es el último gran momento del álbum: pop barroco que recuerda otra vez a Florence Welch, gracias al contraste entre sus intimistas estrofas y su estridente y apoteósico estribillo. Aunque ese bombo electrónico nos recuerda que la noruega tiene una mayor inquietud por sonar contemporánea que la galesa. Además, la producción vuelve a rayar a gran altura, añadiendo o quitando constantemente instrumentos, jugando con la percusión, y añadiendo un piano, una sección de cuerda, o efectos vocales, según lo va requiriendo el tema.
En los dos últimos cortes Aurora baja el tempo e intenta cerrar con su versión más intimista "This Could Be A Dream" es una bucólica balada, de melodía agradable sin resultar melosa y estribillo convincente que a mí me recuerda a algunos de los lentos menos ominosas de Pet Shop Boys, quizá por esa caja de ritmos sencilla pero claramente presente y esa cinematográfica sección de cuerda. Y la singular "nana" "A Little Place Called The Moon", acústica a lo Hollywood años cincuenta, tiene su punto a pesar de esos dos minutos de "oooh oooh" y el chirriante teclado que le sigue, si bien yo habría preferido un tema más rápido y de desenlace apoteósico para cerrar con otro estado de ánimo el conjunto.
Como puede deducirse, la variedad estilística es al mismo tiempo la mayor virtud y el mayor defecto de este muy elaborado disco. Personalmente yo habría preferido que se hubieran eliminado tres temas del tracklist ("Everything Matters", "Exist For Love" y "A Little Place Called The Moon"), con lo que habría quedado un disco aún con doce temas y una duración razonable, pero mucho más disfrutable de principio a fin. Pero la noruega posee una personalidad musical tan acusada, y es capaz de abarcar en su propuesta tantos estilos e influencias, que le preocupa más darle salida a sus inquietudes que entregar álbumes redondos. Aun así, por composición, producción, instrumentación, y capacidad de experimentación sin cerrarse público, la de Aurora es una de las propuestas más interesantes del panorama musical contemporáneo. No hay mejor evidencia que el hecho de que se hayan extraído ya nada menos que seis sencillos del mismo. Así que no lo duden y háganse con este "The Gods We Can Touch", discúlpenle su ambición excesiva, pulsen el "forward" cuando lo estimen oportuno, y vayan iniciando la cuenta atrás para su cuarto álbum. Que ya esperamos ansiosos.