En la presente entrada abandono temporalmente las habituales reseñas sobre lo en mi opinión más interesante del panorama musical contemporáneo para reflexionar sobre uno de los asuntos más comentados en los últimos días: la concesión del premio Nobel de literatura de 2016 al estadounidense Bob Dylan. Sé que soy poco original al reflexionar sobre este asunto, pero me parece de la suficiente entidad como para dedicarle unos párrafos.
Antes que nada debo empezar por un aspecto subjetivo: no me gusta Bob Dylan. Llámenme insensible, inculto, desautorizado para mantener ningún blog sobre música contemporánea... Reconozco que ha escrito un puñado de clásicos que forman ya parte de la música del siglo XX (desde "Blowin' in the wind" a "Lay Lady lay") o que otros han convertido en clásicos inmortales ("A Hard Rain's a-Gonna Fall", "All along the watchtower"...), y que todos ellos están más allá de cualquier crítica por mi parte. Pero a lo largo de sus casi cuarenta álbumes de estudio abundan en mi opinión los temas anodinos instrumentalmente, no siempre inspirados compositivamente y sobre todo muy mal cantados. Creo que conviene aquí recuperar mi entrada sobre la fórmula matemática para valorar la canción contemporánea, y entender así que por mucho que una letra pueda transmitir, su peso sobre la canción es en mi opinión relativamente pequeño. Por supuesto me descubro ante un compositor capaz de crear una obra tan extensa. Pero simplemente no me gusta.
Ahora bien, el motivo por el que Bob Dylan está tan presente en la actualidad es la obtención del premio Nobel de literatura. Esencialmente por los textos de sus cientos de canciones. No conozco lo suficiente la literatura contemporánea para valorar si los textos tienen la calidad poética suficiente para merecerlo frente a otros miles de escritores líricos a nivel mundial. Así que no voy a detenerme a ello en esta entrada. Sí sé que en los últimos tiempos la academia sueca ha combinado premios que me han parecido incuestionables (Imre Kertész, Doris Lessing, Camilo José Cela) con otros menos inspirados (Jose Saramago, Gabriel García Márquez, Toni Morrison...). Por lo que no estoy seguro de que la reputación del premio atraviese su mejor momento. En todo caso la academia sueca se ha abstraído de la manifestación artística principal de Dylan (la música, aunque cabe recordar que también dedica tiempo a la pintura) y ha premiado los textos que apoyan sus partituras.
Ahí radica el problema: en premiar a un artista por una actividad que no es a la que se ha dedicado. Porque si Dylan hubiera querido ser poeta no se habría llevado su guitarra y su armónica de su Duluth natal a Nueva York a principios de los sesenta. Pero no fue así, y su actividad durante estas décadas le han convertido en uno de los máximos exponentes de los denominados (en mi opinión de manera bastante inexacta) cantautores. Es decir, no se está reconociendo la obra completa de un artista, sino una parte de la misma. Lo cual no está claro si es realmente un reconocimiento a sus textos o un descrédito a sus partituras. Eso es lo que en mi opinión hace que naufrague la concesión de este premio.
Otra cosa sería que la academia sueca hubiera hecho lo que nuestros cada vez más prestigiosos premios Príncipe de Asturias españoles, que le concedieron a Dylan el premio "de las artes" en 2007. Que no sólo reconocía una fracción de su obra, sino toda ella en su conjunto, sin sesgarla artificialmente. Pero la academia sueca carece de este premio (tal vez habría que preguntarle al filántropo sueco Alfred Nobel por qué la literatura sí tenía entidad para merecer un premio y la música no cuando los creó). Con lo que si quieren premiar a los grandes nombres de la música contemporánea del último siglo (habría muchos y merecidos candidatos), más valdría que crearan un premio específico para la música, o que generalizaran el de la literatura para reconocer a los seis artes en sentido amplio (en mi opinión considerar al cine como el séptimo arte es excesivo). Pero este apaño de premiar unos textos sin música de unos de los cantautores más relevantes de todos los tiempos suena, más que a injusto, a sectario. Y así es difícil mantener el prestigio de unos premios, que al fin y al cabo como todos los premios son siempre subjetivos.
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