El cuarto álbum de los neoyorkinos School Of Seven Bells es especial por muchos sentidos. Por encima de todos, por ser el punto y final de su carrera: la muerte a causa de un linfoma en 2013 de Benjamin Curtis, pareja de Alejandra Deheza y mitad del dúo desde que en 2010 Claudia Deheza abandonara la banda, paralizó el proceso de creación de las composiciones del que iba a ser la continuación de "Ghostory" (2012), y poco menos que cercenó su trayectoria como banda. Pero también porque, tras sobreponerse a tan tremendo golpe y recuperando y puliendo las demos grabadas por ambos en los últimos meses de vida de Curtis, Alejandra no sólo ha conseguido finalmente completar el álbum, sino que ha entregado el que es de lejos su disco más meritorio, enriqueciendo su dream-pop de fraseos susurrantes marca de la casa con un "muro de sonido" lleno de reverberaciones y mayores dosis de synth-pop que sus predecesores.
Siendo Alejandra más que nada una cantante, a ello ha contribuido decisivamente Justin Meldal-Johnsen, co-productor de "SVIIB" y principal responsable de ese nuevo sonido más redondo y contemporáneo pero a la vez respetuoso con el pasado de la banda. Lo cual no significa que "SVIIB" sea intachable, puesto que aunque sus primeros temas y el que lo cierra rayan a un nivel alto, su tramo intermedio flaquea un tanto. Pero sí pienso que con este álbum School Of Seven Bells dan el salto definitivamente a la primera división de las bandas estadounidenses. Por razones plenamente comprensibles son tan sólo 9 temas y 42 minutos, que más que como colección de canciones dispersas funciona como un todo homogéneo y sin embargo lo suficientemente variado en su propuesta, con las distintas fases por las que atravesó la relación sentimental de Alejandra y Benjamin como hilo conductor. Y con una sorprendente preferencia por los temas luminosos, los acordes mayores y un tono general optimista, quizá como forma de pasar página tras tan trágico desenlace.
Un buen ejemplo, a la vez que probablemente el mejor tema del disco, es "Ablaze", el corte que lo abre y segundo sencillo. Con un principio tan elaborado como el del resto de canciones, es un tema de power pop vitalista y atmosférico, construido sobre los inevitables bajo, guitarra y batería pero con loops de sintetizadores que rellenan inteligentemente el espectro, y con una letra que ensalza el efecto positivo del amor. Aunque también refleja uno de los principales fallos del disco: la tendencia de Alejandra a doblarse en exceso su voz (incluso dentro del mismo verso). Un escalón por debajo pero aún a un buen nivel se sitúa "On my heart", el sencillo actual, también luminoso pero más sintético que el anterior, con otro principio muy elaborado y una atmósfera envolvente que recuerda a las que creaba hace veinte años Andy Weatherall.
El álbum sigue por buen camino con "Open your eyes", el sencillo que anticipó el álbum a finales de 2015, un medio tiempo con otro excelente principio que va creciendo hasta dar cabida a una melodía de versos casi enlazados en las estrofas que desembocar a un estribillo que se acabará convirtiendo en doble, antes de rematar con una parte nueva y una coda final (lo que evidencia que estamos ante temas realmente trabajados a nivel compositivo, y no sólo a recortes de demos más o menos enlazados). "A thousand times more" retoma la senda guitarrera habitual en sus anteriores entregas, en otro tema rápido y optimista con unas estrofas correctas, una entrada al estribillo larga y bien creada y un estribillo de una sola frase pero bien realzado por un oportuno sintetizador. Y la sorpresa de un cambio de estructura a partir del segundo estribillo.
Sin embargo a partir de aquí SVIIB decae apreciablemente: "Elias" parece el retorno de los One Dove con su ritmo cadencioso y su elaborada composición, pero abusa de voces dobladas y el estribilo es solamente correcto. "Signals" es el tema que más se deja influir por el pop sintético que arrasa actualmente en las listas (desde Halsey a Taylor Swift), pero la melodía de las estrofas es demasiado simple y el estribillo guitarrero resulta demasiado etéreo. "Music takes me" recuerda mucho a las programaciones simples y efectivas de M-83 (se nota que Meldal-Johnsen trabajó también con el francés), y funciona aceptablemente en su rol de tema más experimental del álbum, sobre todo a partir de las guitarras reproducidas al revés que dan pie a una futurista parte nueva, pero no engancha tanto como los primeros temas del álbum. Y la trémula y un tanto insípida "Confusion" podría haber sido el cierre del álbum con su atmósfera onírica, su ausencia completa de ritmo y sus sentidas confesiones, pero Alejandra se guarda para el final el último gran momento del álbum, ese "This is our time" que ya habían desvelado en directo meses antes de la muerte de Curtis (cuando aún ni siquiera la dominaban del todo), que atrapa con su sencillo y sin embargo precioso arpegio de sintetizador en estribillo y partes instrumentales, y sobre todo con ese premonitorio "Our time is undestructible..." que Alejandra repite como amarga y a la vez espeluznante premonición de lo que debería afrontar meses más tarde.
Porque al terminar la escucha lo que da la impresión es que Alejandra ha recurrido al material que habían grabado a finales de 2012 para crear un sentido homenaje a su pareja desde que se conocieron y formaron la banda hasta este capítulo póstumo. Casi como una promesa de seguir para adelante cuando Curtis no estuviera. Como además cuenta con los suficientes puntos álgidos como para recomendarlo, se trata a la vez de un álbum razonablemente disfrutable y un meritorio punto y final. Lástima que su trayectoria acabe aquí: daba la impresión de que estaban a punto de dar el gran salto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario