domingo, 28 de septiembre de 2025

Mating Ritual - "Shangri-Blah" (2025)

El pasado mes de Junio ha visto la luz "Shangri-Blah", el sexto álbum de los californianos Mating Ritual. La banda de los hermanos Ryan (voz, guitarra, bajo, pianos) y Taylor Lawhon (bajo, sintetizadores) regresa así a la actividad tras cuatro años de parón, los transcurridos desde que publicaron el irregular "Songs For The Morning And Evening Times" (2021). Un periodo durante el cual tal vez algunos recuerden que Ryan intentó una aventura en solitario bajo el nombre artístico de Ryan Ritual, pero su "The Weight of Love" resultó ser un disco inferior a los de cualquiera de su banda, por lo que debemos alegrarnos de que decidiera volver a crear junto a su hermano. Aunque sea sin el ritmo estajanovista de su primer lustro en activo, durante el cual consiguieron mantener una nada habitual cadencia de un álbum completo de estudio cada año, todos ellos reseñados en este humilde blog.

Tras este largo paréntesis las incógnitas a resolver durante las primeras escuchas de "Shangri-Blah" eran dos: por una parte, si Ryan y Taylor habrían decidido recuperar la personalidad sonora de sus cinco primeros álbumes, o si la aventura más rockera de Ryan en solitario habría afectado a su propuesta; y por otra, si habrían recuperado tras este parón la inspiración de la que hicieron gala, sobre todo en su álbum de debut ("How You Gonna Stop It", 2017) y en su tercera entrega ("Hot Content", 2019), dos de mis álbumes favoritos de la música indie de la pasada década. Ambas incóngitas se han resuelto favorablemente, aunque con matices: el álbum suena a Mating Ritual, sí, pero es indudable que han potenciado su componente acústica, e incluso hay un cierto aburguesamiento en su rítmica seguramente propio de la edad; y la inspiración es suficiente como para justificar que vuelvan a aparecer por aquí, pero el resultado del disco se queda un poco a medias. En otras palabras, no decepciona pero tampoco emociona.

El tema que abre el disco, "Obviously", refleja ese quedarse a medias: un medio tiempo correcto compositivamente, sustentado por unas estrofas más interesantes que su estridente estribillo, y más guitarrero de lo habitual en el dúo, aunque sin llegar a ser exagerado. No se trata de una mala canción, pero para ser el tema que recupera el proyecto años después, como primer sencillo y también como tema que abre el disco, se queda un poco escasa, aunque los hermanos siguen mostrando su buen gusto a la hora de enriquecer el tema con instrumentos que van y vienen. "Blow", el segundo corte, es si cabe más acústico y bucólico (esos pájaros que trinan al comienzo), y tampoco raya a una gran altura, pues sus correctas estrofas adolecen de un estribillo como tal, y sus indudables aciertos como una sentimental parte nueva o sus largos pasajes instrumentales, y recursos como la voz doblada de Ryan durante casi todo el tema, el extraño solo de guitarra, o su singular y larguísimo final (casi un minuto de sonido muy bajo con las bandadas de pájaros y los sintetizadores acolchados de Taylor como únicos ingredientes) no son suficientes para terminar de convencer. "Lower Eat Side", tercer corte y recientemente elegido como cuarto sencillo, incide en esa sonoridad acústica, un tanto evocadora, agradable pero alejada de la original recreación del indie-pop de los ochenta y los primeros noventa que solía caracterizar a los Lawton. Ahora sí estamos ante una composición completa, con estrofas y estribillo, pero nuevamente detalles como las voces que se quedan prácticamente a capella sosteniendo la repetición final del estribillo no consiguen que el resultado pase del aprobado raspado. Pero justo cuando cualquiera de sus seguidores de siempre estaría a punto de perder la ilusión con su retorno, surge "Shangri-Blah", su cuarto corte y tema que da título al álbum, y de pronto uno recupera la fe en el dúo: ahora el tempo sí vuelve a ser el de muchos de sus grandes momentos, y aunque la base rítmica sigue siendo más acústica que de costumbre, los intervalos instrumentales suenan a los Mating Ritual de siempre, y generan una energía que mantienen sus notables estrofas y su en apariencia discreto estribillo. Su provocativa letra ("Cocaine never takes away the pain, but it almost do"), y el desfase psicodélico que poco a poco van introduciendo conforme avanza la composición hasta su extenso pasaje instrumental final rematan una composición que, ahora sí, nos recuerda lo que son capaces de ofrecer.

Por desgracia, el subidón no perdura, porque el quinto corte, "Buffalo Blades", también tercer sencillo, no es que vuelva al tempo medio; es que su estilo recuerda al de artistas poco originales incluso en su época de mayor éxito como Chris Rea o Chris Isaak. Y la senda que exploran los Lawton ya está más que transitada a estas alturas de los años veinte. Así que ni siquiera las colaboraciones vocales femeninas (Marina Aguerre y Lizzy Land), que se encargan del puente, sacan al conjun to de la mediocridad. ¿Y entonces, cómo es que están reseñados aquí, tal vez se preguntarán llegados a este punto? Pues porque por fin el disco remonta a partir de su sexto corte. Primero gracias a la balada del disco, que curiosamente sigue siendo poco llamativa instrumentalmente, pero que nos entrega una de las mejoras melodías que jamás han creado los Lawton: "I Am Nothing Without You" es una composición fantástica de principio a fin, desde su sencilla guitarra eléctrica plagada de efectos hasta una melodía larga, elaborada y tan brillante que parece una versión, pasando por la sinceridad de su letra a corazón abierto ("I am nothing without you, I'm trouble without you, I've been putting off the truth, I am nothing without you"), sin olvidarnos del empaque épico que le aporta el sencillo sintetizador de su tramo final. Y como si de una montaña rusa se tratara, justo después de esta pausa surge la luminosidad contagiosa de "DEAD!", un tema rápido de estrofas tan complicadas de cantar como tarareables, estribillo monosilábico al que es imposible resistirse, breves interludios de guitarra en apariencia inconexos pero que no desentonan, una parte nueva que es puro histrionismo Lawton, y una parada previa con la que coger fuerzas antes de las repeticiones finales del estribillo... ¡en una tonalidad diferente! Aunque aún queda escuchar el precioso arpegio de guitarra de los compases finales. Tras este derroche creativo e interpretativo, "Two Steps Forward (Then I Step In)" recupera la senda estilística del grueso del álbum, pero al menos esta vez su acústica intemporal no es tan relajada, y los arpegios de guitarra y los teclados lejanos de Taylor permiten situar esta canción como la más salvable de los "nuevos Ritual", dentro de sus limitaciones.

El tramo final del álbum comienza con otro de los mejores momentos del disco: "Trash Medallion" arranca como si de un tema perdido de The Smiths se tratara (con esa guitarra a lo Johnny Marr y ese bajo a lo Andy Rourke), pero cuando entra la estrofa el dúo da rienda suelta a toda su energía a dos voces, y el disfrute está asegurado. Sin ser un gran cantante, en esta canción Ryan demuestra lo bien que se maneja cantando dos voces que se doblan sin repetir notas pero que se complementan perfectamente. Y aun cuando es el pasaje en el que menos variaciones instrumentales introducen, en sus dos minutos y medio apenas da tiempo a apreciar este hecho. A continuación, y perdido como penúltimo corte nos encontramos con "Hands", el segundo sencillo que anticipó el álbum. Y para mí, el más salvable de los cuatro, porque a su esperable propuesta acústica se le añaden una batería de original ritmo, y sobre todo la voz tuneada de Taylor, que es quien se encarga de la parte vocal en esta ocasión. Y que consigue, tal vez gracias a los discretos sintetizadores que introduce, que acústica y tecnología encajen en un cóctel en apariencia chocante. Si bien es cierto que la melodía, tanto en sus partes vocales como en la instrumental, es prácticamente la misma. Y el cierre lo pone la melancolía de tintes épicos de "Waiting For A Friend": sobre una progresión armónica muy similar a la de cientos de canciones pop de éxito de los últimos sesenta años, Taylor despliega los sintetizadores más acertados del disco, y Ryan interpreta una bonita melodía en la que no cabe hablar de estrofas ni de estribillos, sino de seis tramos vocales de igual melodía y extensión, repletos de desazón en una letra hiriente que jamás se repite ("I don't know how you got to me, This isn't who I want to be, I feel so awkward and so anxious, Every time I try to speak"). Y de la que cabe destacar cómo los dos efectivos solos de guitarra se encargan de impedir lo que podría haber sido la monotonía propia de una melodía "circular".

Y con este arreón final llegamos al fin de "Shangri-Blah". Que sobre la campana consigue que destaquemos seis de sus once cortes, para inclinar la balanza del lado favorable. Lo que refrenda ese sabor a medias con el que deja. Porque es cierto que los Lawton de 2025 aún son capaces de llamar la atención con su talento frente a los de miles de bandas que a lo largo del mundo ofrecen propuestas relativamente similares. Pero también es cierto que su giro acústico no les aporta nada novedoso, y también que la elección de los sencillos ha sido terrible. Por lo que los grandes momentos de este álbum quedan sólo para disfrute de unos pocos miles de melómanos en todo el mundo. Esto, además de ser una pena, añade un nuevo interrogante sobre el futuro de la banda. Por supuesto que si su continuidad fuera para entregar más canciones como "I Am Nothing Without You" o "DEAD!", me encantaría que sigueran adelante con ella. Pero si lo que van a publicar está más en la línea de "Lower East Side" o "Buffalo Blades", quizá este "Shangri-Blah" pueda ser un disco defendible como su canto del cisne, ¿no les parece?

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