El pasado mes de Mayo vio la luz "Dance fever", el quinto álbum de Florence + The Machine. Que podemos resumir en los cuatro años transcurridos desde "High as hope" (2018), una entrega con buenos momentos aunque menos sólida que sus discos anteriores, y en el reclutamiento de dos colaboradores de postín: el ubicuo Jack Antonoff, responsable de los éxitos de Lorde además de líder de Bleachers, y Dave Bayley, líder de los tan de moda últimamente Glass Animals. Tiempo y nombres que, sin embargo, no han producido el resultado esperado. Y es que para mí es evidente que "Dance fever" es el álbum más flojo en la carrera de la británica. Aunque afortunadamente eso no significa que se trate de un mal álbum.
Quizá las dos razones detrás de ese bajón un tanto inesperado sean la pérdida de parte de su identidad musical, y la abundancia de momentos anodinos entre sus catorce canciones (en realidad doce temas completos). Respecto a la pérdida de identidad, la voz poderosa y personal de Florence sigue ahí, y los textos a veces duros y a veces provocativos, también. Pero históricamente su música, aunque ecléctica, se ha encuadrado mayoritariamente en una suerte de pop barroco, con instrumentos poco habituales en el panorama contemporáneo como un ominipresente harpa, violines, coros de raíces celtas, y una profusión de instrumentos convencionales orientados siempre a dorta de un gran vigor a sus canciones. Pero en "Dance fever" apenas hay arpas, poco barroquisimo, y algunas canciones resultan incluso espartanas en sus arreglos. Hasta el punto de que, si elimináramos la voz de Florence, costaría reconocerlas como temas suyos. Por su parte, los momentos anodinos son fáciles de localizar, y desmerecen en buena medida los buenos pasajes, que por fortuna también los hay.
Ese sonido espartano se hace evidente desde el mismo comienzo del álbum, de lo cual se encarga "King", elegido también como primer sencillo: compositivamente no es un mal tema, y los "ohhh" del tramo final poseen cierta energía. Pero instrumentalmente es un tanto ramplón, abusa de la misma progresión armónica, y ni siquiera el violín sirve para rellenar los múltiples huecos en su sonido. Ese sonido un tanto pobre e impersonal se hace más patente si cabe en "Free", recientemente escogido como cuarto sencillo: más rápido y enérgico que su predecesora, no es tampoco una mala canción, pero el bajo sintetizado es de demo de grupo cutre. Y la canción es absolutamente lineal, no hay apenas cambios musicales entre estrofas y estribillo, tampoco una parte nueva, ni espacio para un solo en condiciones de algún instrumento. Con lo cual, cuando termina, la sensación es casi de fatiga. "Choreomania", pese a no haber sido escogida como sencillo, es la primera canción que realmente hace justicia a la fama de la banda: un loop sintetizado que ahora sí suena limpio, unas frases declamadas que crean el clima adecuado, y una bonita (aunque apenas la cambian un poco en la segunda estrofa) progresión armónica sobre la que Florence desplega una resplandeciente melodía. Además, el uso de los coros para retrasar la entrada de la caja de la batería hasta el segundo estribillo es original y efectivo a la hora de aumentar la garra del tema.
Después de tres canciones que van de menos a más, nos topamos con "Back in town", el primer momento un tanto decepcionante del disco. Un elaborado comienzo con coros casi de película fantástica, que da paso a un tema lento sostenido por una melodía demasiado clásica, la cual insiste una y otra vez en aquello de "I came for the pleasure, but I stayed for the pain", y que se va tan anodinamente como llegó. Lo mejor de "Girls against God" es su título, pues por lo demás vuelve a ser otro tema lento, de sonido un tanto impersonal, con una simple guitarra acústica para sostenerla, y en la que una melodía muy bien interpretada y reforzada por las habituales voces dobladas y coros pero insípida, una letra que no encierra el desengaño contra la divinidad que cabría esperar, y una duración excesiva, resultan decepcionantes. Menos mal que cuando el tedio ya empieza a amenazar viene al rescate "Dream Girl Evil", el segundo gran momento del disco: por fin una canción que suena 100% a Florence + The Machine, con una progresión armónica más variada y de mucha mayor tensión, que permite a Welch brindarnos la mejor interpretación vocal de "Dream Fever". Y que pese a su cadencia sí va creciendo poco a poco hasta poner los pelos de punta cuando, a partir de la segunda repetición del estribillo, entran todos los instrumentos. Tanto, que es la primera canción que sí que ofrece un atisbo de solo de guitarra y una saludable parada antes de su precioso tramo instrumental final.
"Prayer factory" es el primero de los dos interludios del disco, apenas un minuto de misterio con fuertes reminiscencias a las bandas sonoras de las películas de detectives de hace unas décadas, que tal vez podría haber dado más de sí de haber sido desarrollada hasta un tema completo. "Cassandra" arranca tímida y poco prometedora, como apuntando a otra balada menor, pero conforme va avanzando la melodía va ganando solidez y garra, hasta llegar a un estribillo oscuro y enérgico, sin duda lo mejor de esta canción. Aunque nuevamente la instrumentación no acaba de resultar certera, hay huecos en los arreglos, y falta capacidad para sacarle toda la garra a la melodía: sólo los coros del tramo final y el medio minuto de cierre nos recuerdan que esto es realmente un tema suyo. "Heaven is here", segundo sencillo, comienza con una impactante interpretación casi a capella, donde Florence literalmente grita para dar rienda suelta a toda su energía... y poco más, voces haciendo ruidos, algún que otro golpe, y se acabó lo que se daba... "Daffodil" no mejora el panorama: Florence vuelve a brillar con su interpretación vocal desde el mismo comienzo, y la melodía sí que por fin incorpora elementos barrocos y de música clásica... pero el ritmo es pesado como en los temas flojos de la última época de Oasis, y la progresión armónica no encierra nada especial, por lo que aparte de aturdirnos por momentos, la melodía no logra cautivar.
Justo cuando comenzamos a pensar que el álbum se desliza sin frenos hacia un final insustancial, surge "My Love", tercer sencillo y el último gran momento del disco. Aunque de sus tres minutos y medio en realidad la canción no llega a tres (el comienzo son las típicas voces etéreas de Florence). La melodía permite a Welch lucir toda su amplitud vocal, con las estrofas en tonos bajos y el estribillo realmente alto. El piano lleva los acordes casi como si fuera un piano de house, pese a lo cual encaja bien en el ritmo un poco más alto de lo habitual. Además, la progresión armónica por fin cambia dos veces (en la segunda estrofa y en la parte nueva más elaborada de todo el álbum), y si bien el final podría haber dado un poco más de sí, es la mejor muestra de que aún podemos esperar grandes canciones de ellos. "Restraint" es el segundo interludio, una guitarra acústica y Welch cantando con una voz extraña y poco afortunada. "The bomb" es otra balada "de madurez", que no desagrada escuchar pero que tampoco aporta nada nuevo en sus menos de tres minutos, y que sin duda se habría quedado fuera de sus primeros álbumes. Y el colofón lo pone "Morning Elvis", una melancólica referencia a un supuesto encuentro con el legado del Rey del Rock que en realidad nunca llegó a suceder. Con dos steel guitars en primer plano, sin apenas percusión, resulta demasiado lenta, más aún después de otras dos canciones que tampoco destacaban ni por su ritmo ni por su energía. Aunque el estribillo es agradable, y bien complementado por las múltiples voces que doblan la voz principal.
La discografía de Florence + The Machine es ya tan sólida y extensa como para que un disco menor, del que tal vez en un futuro sólo rescate 2 o 3 canciones para sus giras, no va a suponer una merma en su prestigio. Y es posible que tampoco lo suponga comercialmente, pues "Dance fever" ha vuelto a alcanzar el número uno en su país, y ha sido Top 10 en las principales listas del planeta, incluyendo los Estados Unidos. Pero si de verdad quiere de ahora en adelante darle nuevos aires a su carrera, sería mejor que Florence Welch revise su nómina de colaboradores, y rescate a los que tanto lustre le dieron a sus primeros discos, en vez de optar por nombres de moda pero evidentemente sobrevalorados como creadores. En suma, un pequeño paso en falso, o cinco o seis momentos dignos de su discografía; lo que ustedes prefieran.