Un aficionado a la música pop-rock contemporánea que no se resigna a que creer que ya no se publica música de calidad.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Saint Etienne - "I've been trying to tell you" (2021)
Y lo digo con conocimiento de causa, pues aún recuerdo cuando era capaz de sacarle el lado positivo a un EP tan insulso como "Places to visit" (1999), o cuando me sorprendía ante los buenos momentos que encerraban "I love to paint" (1995), o incluso "Built on sand" (1999). Y es que hasta esas entregas minoritarias o sólo para fans resultan incomparablemente más interesantes que este insufrible nuevo álbum. Que además de corto es monótono, de creatividad escasa y nulas ganas de abrirse a sus seguidores. Por más oportunidades que le demos.
"Music again", el tema que lo abre, es desgraciadamente un buen reflejo de todo lo mediocre que contiene "I've been trying to tell you": una única secuencia de acordes repetida hasta la saciedad, una única frase ("Never had a way to go") repetida por Sarah Cracknell una y otra vez, mínimas variaciones en su espartana instrumentación, y susurros y ecos durante casi ¡seis minutos! "Pond house", con su simplón loop de batería, su más simple progresión armónica, y su insistencia en una única frase, es imposible que funcione como tema estrella del disco, pero al menos nos ahorra casi dos minutos de tedio respecto al anterior. "Fonteyn" insiste en la misma propuesta, pero introduce un casi imperceptible cambio en la secuencia de acordes, que facilita llegar hasta el final de la canción sin tener que pulsar el botón de "forward". Y "Little K" es más de lo mismo, pero con menos percusión incluso, y sin siquiera una frase que cantar: Cracknell se limita a un par de recitados cortos y a unos susurros desesperantes.
En "Blue kite" Cracknell directamente se ausenta, y Bob Stanley y Pete Wiggs nos proponen otros monótonos cinco minutos sin apenas variaciones sobre una sencillísima y repetitiva melodía principal. "I remember it well", aparte de ahorrarnos un minuto de relleno, nos ofrece una guitarra eléctrica que no se limita del todo a marcar los acordes, y eso hace que sea quizá, si me permiten el juego de palabras, el tema más recordable del disco. Aun tratándose del séptimo medio tiempo atmosférico y espartano seguido, "Penlop" es el único corte con algo parecido a una interpretación vocal completa (eso sí, desde la lejanía) de Cracknell, y la progresión armónica cambia a partir del tercer minuto, por lo que estamos ante el momento más interesante del álbum, si bien en cualquier otro disco de su discografía no habría pasado de mero tema de relleno. Pero "Broad river", el tema que cierra la edición estándar del álbum, no tarda en devolvernos a la plomiza realidad: otro desarrollo lento, sin estructura, sobre otra esquemática progresión armónica, los susurros de Cracknell (sólo un par de frases al final) y ruidos varios para tratar de evocar sensaciones... Ni siquiera el tema que completa la edición digital del álbum, "Uncle vibes", cambia el tercio, si bien su duración más contenida, y el hecho de que Cracknell cante más frases que en ningún otro tema, aconsejan que si decidimos guardar "I've been trying to tell you" en nuestra discoteca particular, lo hagamos al menos en esta edición.
Ya les confirmo que no va a ser mi caso: guardo con gusto no sólo todos sus otros álbumes oficiales, sino joyas como el CD-single de "He's on the phone" (1995) o la edición de importación de "You need a mess of help to stand alone" (1993). Y no es que esperara un gran álbum, "Home counties" (2017), su anterior entrega, no lo era. Pero sí esperaba que, incluso en medio de un álbum conceptual, hubiera algún hueco para su pop sesentero, o para sus trallazos discotequeros. Pero nada de nada. Lo curioso es que muchos críticos han recibido a "I've been trying to tell you" como un gran álbum. Me imagino que por su experimentalidad, y por ir contra corriente. Pero háganme caso: experimentalidad y aburrimiento van de la mano en esta entrega, de la que nadie se acordará dentro de un par de años. Lo siento, chicos.
sábado, 11 de septiembre de 2021
Illenium - "Fallen embers" (2021)
Cada vez que Illenium, o sea Richard D. Miller, publica un nuevo álbum, la tarea de reseñarlo se me hace un poco más difícil. Y no es porque sus entregas vayan decayendo en calidad, afortunadamente. Pero por más colaboradores con los que trabaje, por más sencillos que vaya publicando, la impresión de explotar hasta la saciedad la misma fórmula en cada tema es muy complicada de combatir. Con lo que la capacidad de sorprender prácticamente desaparece, y la evolución entre los discos que ya he reseñado en este mismo blog y el que hoy nos ocupa, inexistente. De hecho, Miller ni siquiera se atreve a dejar espacio para uno de esos interludios monocordes, ruidistas y de tempo más alto con los que habitualmente oxigena al público en sus conciertos. Aquí absolutamente todas las canciones repiten estructura, con tempos muy similares y con el afán de provocarnos emociones siempre introspectivas (melancolía, fracaso, decepción, tristeza), muy loables y complejas de conseguir en el panorama musical actual, pero que cuando se insiste en ellas machaconamente a lo largo de catorce canciones acaba cansando.
Porque no es creatividad lo que le falta a "Fallen embers", ni variedad en las catorce interpretaciones vocales (mayoritariamente femeninas, aunque también las encontraremos masculinas, más rasgadas, más popperas, incluso más cercanas al hip-hop a veces). Ni buenos arpegios de guitarra, o la certera explotación de los recursos del famoso Ableton para otorgar a los temas un sonido pulcro y contemporáneo. Lo que faltan son ganas de arriesgar, de buscar otros registros, de alternar emociones. Miller no se sale lo más mínimo del guión establecido, seguramente confiando en que la variedad de colaboradores acabarán otorgando una variedad al conjunto de la que en realidad carece. Y quedándose en un peligroso plagio de sí mismo cuando la inspiración compositiva no termina de llegar.
En parte es el caso de "Blame myself", el tema que abre el álbum: que no es que sea un mal comienzo, pero que tira en exceso de la fórmula ya conocida, por lo que le sobra algo de impostura y le faltan dosis de personalidad. Al igual que le sucede a "Heavenly side", otra canción sacada a flote gracias a la solvencia de Miller para componer e instrumentar sus canciones, porque aparte de una melodía un tanto obvia lo único que llama la atención es el tramo de la primera estrofa en el que se atreve a doblar el bombo. A pesar de lo cual recientemente ha visto la luz como sexto sencillo. Sin embargo el viento sigue soplando a favor de su propuesta en cuanto Illenium acierta con la progresión armónica y la melodía, y eso sucede con un buen puñado de temas encadenados a partir de "Fragments", el tercer corte. Que altera ligeramente la estructura, situando el estribillo casi al comienzo, y que con la bonita voz de Natalie Taylor y el punteo rockero de la guitarra llama nuestra atención en las estrofas. Además, el hecho de que se atreva a un ritmo binario en la tercera repetición del estribillo le da un puntito de personalidad muy saludable. Aunque prefiero "Sideways", quinto sencillo extraído hace unos meses. El arpegio de la guitarra de Miller es evocador, y crea un buen contrapunto con la voz de Valerie Broussard. Si bien lo mejor sin duda es ese largo y elaborado estribillo que conduce al esperado intervalo instrumental de future bass, de los más certeros del disco. Aunque mi tema preferido actualmente del disco es "First time", con la voz entre desgarrada y pasota de Iann Dior. Y que me recuerda a una especie de Green Day melancólicos del año 2021: pop-rock sobre una melodía intachable, precisas guitarras en estrofas y estribillo, y una duración contenida que deja con ganas de más.
El festival de grandes momentos sigue con "U & me", más de lo mismo pero con una notable inspiración compositiva: melancolía a raudales en otra brillante melodía, una instrumentación algo más espartana salvo en las repeticiones finales del estribillo, y un juego de voces sampleadas y distorsionadas para complementar las repeticiones finales del estribillo que aportan la tan necesaria dosis de personalidad al conjunto. No se queda atrás "Nightlife", el sencillo que anticipó el álbum hace casi un año. Estrofas melancólicas con la preciosa voz de Annika Wells en primer plano y apenas un teclado juguetón y unas cuerdas sintetizadas de acompañamiento, unos arreglos muy elaborados con puente y estribillo, y la guitarra de Miller reproducida al revés para conseguir unos intervalos instrumentales tan predecibles como eficaces. El nivel se mantiene gracias a "Hearts on fire", que fue el tercer sencillo hace unos meses y que constituye, por otra parte, mi segundo momento favorito del álbum: el arpegio en acordes menores de la guitarra acústica al comienzo allana el camino para la voz de Dabin, pero no hace prever la parafernalia que nos espera conforme avanza el minutaje. Una vez pasa el largo y elaborado estribillo, aún mayoritariamente acústico, el intervalo instrumental está adornado con una original guitarra en sus dos compases finales. Además, la programación de la batería en la segunda estrofa es una exhibición de ideas y efectos, y el tramo final prescinde incluso de bombo y caja en algunos compases para aumentar la apoteosis.
"Lay it down" repite por supuesto estructura y propuesta, pero baja un poco el nivel respecto a las interiores, al ser más convencional melódicamente, menos rítmica y de instrumentación menos compleja (salvo los dos sintetizadores discordantes de su intervalo instrumental, remachados por los coros de Krewella de fondo). Le sigue "Losing patience", el primer tema con una voz masculina (nothing,nowhere) en muchos cortes. Bordeando el hip-hop en sus estrofas, el habitual arpegio de guitarra en acordes menores de Miller asegura que el tema llegue a buen puerto, aunque a estas alturas todo lo que no sea una estupenda composición comienza a causar fatiga, y aquí en realidad lo único que tal vez acabemos recordando es su contundente tramo instrumental. "In my mind" vuelve a la introspección con una voz femenina, pero la arropa de una instrumentación algo más sintética y vanguardista, con teclados en trémolo incluso en las estrofas, un intervalo instrumental interesante aunque excesivamente lento y un no esperado segundo tramo instrumental más chirriante y contundente, tratándose por tanto de la canción más larga del disco, y mejorando gracias a ello el resultado respecto a las dos anteriores. "Paper thin" fue el segundo sencillo a finales del año pasado, pero aquí se halla un tanto oculto cerca del final del álbum: rock de toda la vida de la costa Oeste, disfrazado de electrónica festivalera, correcto pero que no emociona a pesar de su singular tramo instrumental y de que se anima por fin a un ritmo binario convencional en su tramo final, y ante tanta repetición de los mismos parámetros puede incluso animarnos a pulsar el forward.
Si lo hacemos, tal vez pasemos por alto "Crazy times", que es lo más parecido a una balada del álbum. En realidad es la misma fórmula una vez más, pero la instrumentación más clásica incluso durante el propio estribillo, la letra devastadora en la que muchos de nosotros nos podamos reconocer en algún momento, y que el esperado intervalo instrumental que caracteriza al future bass no aparece hasta el tercer minuto, nos lo pueden sugerir. Y el álbum lo cierra "Brave soul", que durante toda su primera estrofa y estribillo no parece una creación de Illenium (sólo la voz de Emma Grace y un piano para llevar los acordes), pero que poco a poco a partir de la segunda estrofa va añadiendo detalles hasta que, cuando quedan ya menos de dos minutos reconoceremos al californiano, que por fin introduce bombo, caja, teclados envolventes... y un original redoble de tambor que probablemente confiere al tema la originalidad que necesita antes de la apoteósis típica del final.
Como suele suceder en los discos del estadounidense, casi todos los temas funcionan bien individualmente, por lo que si usamos "Fallen embers" para enriquecer nuestra playlist aleatoria de 100 o 200 canciones, la impresión que tendremos es que en realidad se trata de un gran disco. Y probablemente alguno de ellos acabe formando parte de mi lista de mejores temas de 2021, pues no es nada fácil encontrar a alguien capaz de componer tantos temas evocadores, de instrumentarlos con un sabio equilibrio entre guitarras y tecnología, y de rematarlos con voces solventes. Pero no nos engañemos: será complicados distinguirlos de los de cualquier otro álbum de su discografía cuando los interprete en vivo dentro de un par de años. Y es una pena, porque bien asesorado, Miller podría haber dejado los ocho o nueve mejores momentos de "Fallen embers" y haberlos complementado con tres o cuatro cortes instrumentales, experimentales, incluso habría bastado algún interludio... Porque tiene talento para ello. Pero si ha dado con la fórmula y le funciona, ¿para qué cambiar?
Porque no es creatividad lo que le falta a "Fallen embers", ni variedad en las catorce interpretaciones vocales (mayoritariamente femeninas, aunque también las encontraremos masculinas, más rasgadas, más popperas, incluso más cercanas al hip-hop a veces). Ni buenos arpegios de guitarra, o la certera explotación de los recursos del famoso Ableton para otorgar a los temas un sonido pulcro y contemporáneo. Lo que faltan son ganas de arriesgar, de buscar otros registros, de alternar emociones. Miller no se sale lo más mínimo del guión establecido, seguramente confiando en que la variedad de colaboradores acabarán otorgando una variedad al conjunto de la que en realidad carece. Y quedándose en un peligroso plagio de sí mismo cuando la inspiración compositiva no termina de llegar.
En parte es el caso de "Blame myself", el tema que abre el álbum: que no es que sea un mal comienzo, pero que tira en exceso de la fórmula ya conocida, por lo que le sobra algo de impostura y le faltan dosis de personalidad. Al igual que le sucede a "Heavenly side", otra canción sacada a flote gracias a la solvencia de Miller para componer e instrumentar sus canciones, porque aparte de una melodía un tanto obvia lo único que llama la atención es el tramo de la primera estrofa en el que se atreve a doblar el bombo. A pesar de lo cual recientemente ha visto la luz como sexto sencillo. Sin embargo el viento sigue soplando a favor de su propuesta en cuanto Illenium acierta con la progresión armónica y la melodía, y eso sucede con un buen puñado de temas encadenados a partir de "Fragments", el tercer corte. Que altera ligeramente la estructura, situando el estribillo casi al comienzo, y que con la bonita voz de Natalie Taylor y el punteo rockero de la guitarra llama nuestra atención en las estrofas. Además, el hecho de que se atreva a un ritmo binario en la tercera repetición del estribillo le da un puntito de personalidad muy saludable. Aunque prefiero "Sideways", quinto sencillo extraído hace unos meses. El arpegio de la guitarra de Miller es evocador, y crea un buen contrapunto con la voz de Valerie Broussard. Si bien lo mejor sin duda es ese largo y elaborado estribillo que conduce al esperado intervalo instrumental de future bass, de los más certeros del disco. Aunque mi tema preferido actualmente del disco es "First time", con la voz entre desgarrada y pasota de Iann Dior. Y que me recuerda a una especie de Green Day melancólicos del año 2021: pop-rock sobre una melodía intachable, precisas guitarras en estrofas y estribillo, y una duración contenida que deja con ganas de más.
El festival de grandes momentos sigue con "U & me", más de lo mismo pero con una notable inspiración compositiva: melancolía a raudales en otra brillante melodía, una instrumentación algo más espartana salvo en las repeticiones finales del estribillo, y un juego de voces sampleadas y distorsionadas para complementar las repeticiones finales del estribillo que aportan la tan necesaria dosis de personalidad al conjunto. No se queda atrás "Nightlife", el sencillo que anticipó el álbum hace casi un año. Estrofas melancólicas con la preciosa voz de Annika Wells en primer plano y apenas un teclado juguetón y unas cuerdas sintetizadas de acompañamiento, unos arreglos muy elaborados con puente y estribillo, y la guitarra de Miller reproducida al revés para conseguir unos intervalos instrumentales tan predecibles como eficaces. El nivel se mantiene gracias a "Hearts on fire", que fue el tercer sencillo hace unos meses y que constituye, por otra parte, mi segundo momento favorito del álbum: el arpegio en acordes menores de la guitarra acústica al comienzo allana el camino para la voz de Dabin, pero no hace prever la parafernalia que nos espera conforme avanza el minutaje. Una vez pasa el largo y elaborado estribillo, aún mayoritariamente acústico, el intervalo instrumental está adornado con una original guitarra en sus dos compases finales. Además, la programación de la batería en la segunda estrofa es una exhibición de ideas y efectos, y el tramo final prescinde incluso de bombo y caja en algunos compases para aumentar la apoteosis.
"Lay it down" repite por supuesto estructura y propuesta, pero baja un poco el nivel respecto a las interiores, al ser más convencional melódicamente, menos rítmica y de instrumentación menos compleja (salvo los dos sintetizadores discordantes de su intervalo instrumental, remachados por los coros de Krewella de fondo). Le sigue "Losing patience", el primer tema con una voz masculina (nothing,nowhere) en muchos cortes. Bordeando el hip-hop en sus estrofas, el habitual arpegio de guitarra en acordes menores de Miller asegura que el tema llegue a buen puerto, aunque a estas alturas todo lo que no sea una estupenda composición comienza a causar fatiga, y aquí en realidad lo único que tal vez acabemos recordando es su contundente tramo instrumental. "In my mind" vuelve a la introspección con una voz femenina, pero la arropa de una instrumentación algo más sintética y vanguardista, con teclados en trémolo incluso en las estrofas, un intervalo instrumental interesante aunque excesivamente lento y un no esperado segundo tramo instrumental más chirriante y contundente, tratándose por tanto de la canción más larga del disco, y mejorando gracias a ello el resultado respecto a las dos anteriores. "Paper thin" fue el segundo sencillo a finales del año pasado, pero aquí se halla un tanto oculto cerca del final del álbum: rock de toda la vida de la costa Oeste, disfrazado de electrónica festivalera, correcto pero que no emociona a pesar de su singular tramo instrumental y de que se anima por fin a un ritmo binario convencional en su tramo final, y ante tanta repetición de los mismos parámetros puede incluso animarnos a pulsar el forward.
Si lo hacemos, tal vez pasemos por alto "Crazy times", que es lo más parecido a una balada del álbum. En realidad es la misma fórmula una vez más, pero la instrumentación más clásica incluso durante el propio estribillo, la letra devastadora en la que muchos de nosotros nos podamos reconocer en algún momento, y que el esperado intervalo instrumental que caracteriza al future bass no aparece hasta el tercer minuto, nos lo pueden sugerir. Y el álbum lo cierra "Brave soul", que durante toda su primera estrofa y estribillo no parece una creación de Illenium (sólo la voz de Emma Grace y un piano para llevar los acordes), pero que poco a poco a partir de la segunda estrofa va añadiendo detalles hasta que, cuando quedan ya menos de dos minutos reconoceremos al californiano, que por fin introduce bombo, caja, teclados envolventes... y un original redoble de tambor que probablemente confiere al tema la originalidad que necesita antes de la apoteósis típica del final.
Como suele suceder en los discos del estadounidense, casi todos los temas funcionan bien individualmente, por lo que si usamos "Fallen embers" para enriquecer nuestra playlist aleatoria de 100 o 200 canciones, la impresión que tendremos es que en realidad se trata de un gran disco. Y probablemente alguno de ellos acabe formando parte de mi lista de mejores temas de 2021, pues no es nada fácil encontrar a alguien capaz de componer tantos temas evocadores, de instrumentarlos con un sabio equilibrio entre guitarras y tecnología, y de rematarlos con voces solventes. Pero no nos engañemos: será complicados distinguirlos de los de cualquier otro álbum de su discografía cuando los interprete en vivo dentro de un par de años. Y es una pena, porque bien asesorado, Miller podría haber dejado los ocho o nueve mejores momentos de "Fallen embers" y haberlos complementado con tres o cuatro cortes instrumentales, experimentales, incluso habría bastado algún interludio... Porque tiene talento para ello. Pero si ha dado con la fórmula y le funciona, ¿para qué cambiar?
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