Durante las últimas de semanas de 2020 aproveché, como acostumbro a hacer, para revisar varios sitios musicales de referencia en internet, en busca de álbumes que figurasen entre las listas de los mejores del año, pero que para mí hubieran pasado desapercibidos hasta entonces. Fue así como descubrí "Basic glitches", el sexto álbum de la banda estadounidense Eleventyseven. Que además de un disco recomendable, ha constituido una agradable sorpresa digna de su propia reseña en este humilde blog.
Y es que apenas recordaba nada de ellos, tan sólo "Love in your arms", seguramente su tema más conocido. Y que en mi opinión representaba bastante bien su propuesta musical hace algo más de una década: punk-pop luminoso y coreable típicamente americano, pero un tanto escaso de personalidad, algo que intentaban remediar con ciertos detalles contemporáneos como voces distorsionadas o algún que otro teclado estridente. Lo cierto es que desde su formación en 2002 Eleventyseven nunca llegó a ser un grupo de masas, y después de cuatro álbumes con una base de fans fiel pero sin visos de crecer significativamente, se separaron en 2014. Su cantante y compositor principal Matt Langston y su bajista Davey Davenport retomaron brevemente el proyecto en 2017 para un quinto álbum publicado gracias a una campaña de Kickstarter, pero en 2018 la cosa parecía definitivamente muerta. Hasta que a finales de 2019, y ya convertido en su proyecto personal, Langston anunció el sexto álbum de la banda, o lo que es lo mismo, su proyecto en solitario utilizando el nombre del grupo en intento por mantener a sus seguidores.
Eso sí, para sus fieles este "Basic glitches" puede haber sido un álbum difícil de digerir. Porque sin ser un salto tan radical como el que hay entre el rock espartano de los Red Hot Chili Peppers y los discos de electrónica y ambient de su guitarrista John Frusciante en solitario, el giro estilístico de Eleventyseven nos lo recuerda bastante. Langston se olvida de las guitarras (no hay una sola en todo el álbum) y abraza definitivamente los instrumentos electrónicos que había usado hasta ahora como edulcorante. El resultado es un disco que curiosamente es más variado a nivel estilístico que sonoro: si admitimos que la tecnología puede crear temas con nervio, aquí sigue habiendo rock y power-pop en dosis suficientes. Pero también hay electro-pop, dance-pop e incluso un par de homenajes a bandas estadounidenses que han dejado su poso en la música pero nunca llegaron a ser realmente masivas. Él lo hace todo: composición, instrumentación, grabación, mezclas... Con los medios justos, eso sí compensados por sus evidentes ganas de seguir dedicándose a la música a partir de la evolución de su propuesta. Esa ilusión es precisamente la que tira del álbum hacia arriba.
Con buen criterio Langston sitúa "Killing my vibe", su primer sencillo, al comienzo del álbum. Es el tema más contundente del disco, y el que mejor debería satisfacer a sus seguidores de toda la vida: un medio tiempo muy bien interpretado y con unos coros muy oportunos, que recurre a electrónica ruidista y a arriesgados efectos para potenciar la rabia contenida que encierra su sencilla pero eficaz progresión armónica. "Fear the fire" cambia de registro aunque no tanto de tempo y con casi los mismos mimbres que su predecesor nos ofrece un tema de puro electro-pop, con voces tremendamente distorsionadas, un estribillo optimista y cautivador y una parte nueva que es una exhibición a la hora de sacar a flote una nueva melodía entre sintetizadores omnipresentes. "Birthrite" vuelve a ser un tema de rock electrónico inquietante que podrían firmar los Fall Out Boy más arriesgados, como lo demuestra ese bombo doblado y esos sintetizadores inverosímiles que aproximan la composición a la pista de baile. Aunque para mí el mejor momento del disco es sin duda "Skip", el cuarto corte, pop melancólico y elegante a lo Lorde aunque de sonido aún más contemporáneo, una melodía muy bien trabajada que va creciendo desde la primera nota de la estrofa hasta llegar a un estribillo en acordes menores que, es cierto, recordará a otros muchos, pero que con esas preciosas repeticiones de "For the end of the ad" nos transportará a otra dimensión.
El resto del álbum no llega a mantener el nivel de su primer tercio, aunque en realidad no hay canciones que desentonen. "Letterman jacket" es un tema rápido que acerca a Eleventyseven al hyper-pop, si bien la base de su composición es el power-pop tradicional de la banda. Para mi gusto resulta correcto melódicamente pero un tanto blando, por momentos demasiado obvio, y un poquito largo. Le sigue "Cookie", el segundo y último sencillo extraído, que baja el tempo y sube un poco el nivel. Aunque es cierto que usa y abusa de la misma progresión armónica en estrofas y estribillo, estructurada eso sí sobre un pegadizo loop de synclavier, y puede llegar a cansar. "Battlecats" sí que recupera el mejor nivel del álbum, con su calidez rockera y su energía contenida conseguidas mediante un eficaz loop de bajo sintético, su ácida letra ("Garth Brooks came to level up your night life") y su ausencia de un estribillo vocal. Y "Shelf life", el octavo corte, se vuelve a aproximar al electro-pop, pero lo hace con un precioso teclado inicial y una melodía menos obvia que la de "Letterman jacket", por lo que resulta más recomendable que ésta, a pesar de que la belleza de su estribillo está justo en el límite de lo excesivamente comercial.
"Dizzy" es el penúltimo corte oficial de "Basic glitches", a la vez que un nuevo momento destacable: otro medio tiempo de pop envolvente, más melódico y menos chirriante que la mayoría de los anteriores, con una letra que es un canto a la desesperanza y una parte nueva que contiene un bonito y muy largo solo de sintetizador. "Natsunoyo" nos propone, como su título parece indicar, una juguetona melodía de reminiscencias asiáticas en su teclado principal. Y da lugar a lo que podríamos definir como la aproximación de Langston al K-pop que tan de moda está últimamente: bailable y entretenida. Y aunque en principio el diso termina aquí, en realidad lo completan dos versiones: "Teenage dirtbag", un tema desenfadado original de Wheatus, al que Langston despoja de distorsiones guitarreras (reemplazadas por un colchón de sintetizadores envolventes), y "Girl U want", un tema de 1980 de los inclasificables Devo, que cambia notablemente en la versión de Langston, perdiendo ritmo y ganando en experimentación electrónica. Dos ejercicios de estilo interesantes pero que no mejoran ni los originales ni la impresión global del álbum.
Y es que lo mejor de este inesperado "Basic glitches" es su capacidad para generar buenos temas sin encasillarse en un estilo en concreto. Por supuesto las limitaciones de un proyecto completamente en solitario condicionan un sonido que seguramente se habría beneficiado de contar con una banda de apoyo. Pero Langston es inteligente a la hora de armonizar e instrumentar sus composiciones, las interpreta con solvencia e incluso es capaz de mostrarnos su virtuosismo en tres o cuatro ocasiones. No hay gran tema que tire del conjunto, pero sí muchos que ganan con cada nueva escucha. La duda es si considerará la repercusión obtenida suficiente para seguir publicando canciones, o si éste habrá sido su canto del cisne tras prácticamente dos décadas en activo. Esperemos que lo primero; el giro estilístico ha merecido la pena.