Estos últimos meses están siendo poco fructíferos en cuanto a artistas consolidados que publiquen nuevos álbumes interesantes, pero en cambio están permitiendo que florezca un puñado de artistas que están haciendo crecer mi esperanza en que el panorama musical está empezando a invertir su tendencia decadente de este siglo XXI. Son muchos los álbumes de debut que he reseñado últimamente, y uno que se añade ahora a la lista es el de Mating Ritual, el alter ego del compositor y productor californiano Ryan Marshall Lawhon. Que ya había iniciado su andadura musical en compañía de su hermano Taylor como parte del poco conocido proyecto KO KO, y que tras publicar varios sencillos y un EP más que interesante desde 2015, ha presentado el pasado mes de junio su primer álbum: "How you gonna stop it".
A pesar de ser un proyecto en solitario, y de que en sus primeras entregas su pop estaba mayormente tecnificado, "How you gonna stop it" es un álbum de pop-rock cuyo sonido es el esperable en una banda consolidada con guitarras, bajo, batería, teclados y secuenciadores (estos últimos a cargo de Taylor). Que además suena homogéneo de principio a fin, a pesar del largo proceso de gestación del mismo. Las referencias a la hora de situar "How you gonna stop it": desde los Imagine Dragons menos comerciales hasta los Walk The Moon más profundos, pasando por los Coldplay menos histriónicos, y guiños a muchas bandas británicas de los ochenta. Es decir, una coctelera de pop con toques rock mayoritamente luminoso y con letras que se mueven entre lo optimista y lo reflexivo. Y que a pesar de transitar por sendas ya muy gastadas por décadas de propuestas similares, suena original y fresco.
El álbum lo abre la simpática y coreable "I wear glasses", un medio tiempo que no esconde la procedencia californiana de Ryan, y que cautiva por la habilidad con la que se complementan los diferentes instrumentos, además de por los coros en falsete que rematan la canción en su tramo final. Le sigue "Second chance", uno de mis temas favoritos del álbum, una preciosa melodía fantásticamente instrumentada (mención especial para la percusión y la batería, y la manera como los sintetizadores complementan a la guitarra), que toma aire en cada estrofa para ir creciendo en el puente, brillando en el estribillo y fascinando en el intervalo instrumental posterior, aunque lo mejor es la coda primero cantada y luego instrumental en la que se nota lo bien que funcionan como banda. El tercer corte es el tema que da título al álbum: "How you gonna stop it" es un bonito tema de power pop sin llegar a ser lo mejor del disco, cuyo rasgo más característico es la velocidad a la que canta Ryan en parte de las estrofas (es casi imposible entenderle).
"Cold" es un tema más lento y más electrónico, además de la primera colaboración en la parte vocal de la para mí desconocida Lizzy Land, y que aunque agradable carece de la magia de cortes anteriores. "Drunk" es otro de los mejores momentos del disco: un comienzo que es puro Coldplay, parsimonioso, envolvente y con la melodía vocal subiendo y bajando por la escala sin freno, que pasados dos minutos desemboca, sobre la misma progresión armónica y teclados principales, en un medio tiempo de batería y bajo marcados. Y que a partir del cuarto minuto se convierte en un precioso tramo final instrumental, que igual deja sola la voz y la guitarra de Ryan que sube en un crescendo irresistible. Le sigue "American muscle", otro corte de power pop con un característico riff, otra original percusión, y un coro lleno de energía a lo Walk The Moon, aunque suena a veces un tanto hueco. "Thief" cambia completamente el registro y acerca a los angelinos a las baladas sintéticas de Pet Shop Boys (algo a lo que contribuye la voz doblada y distorsionada de Ryan), si bien el resultado sólo supera el aprobado a partir del cambio de tonalidad del tramo final.
El tramo final del álbum lo inaugura la segunda colaboración vocal de Lizzy Land (mucho más apreciable que la primera): "Night lies", otra vez un tema reposado, relativamente electrónico, con una bonita progresión armónica y sobre todo un estribillo coreable muy a lo Imagine Dragons, que se prolonga en el sintetizado intervalo instrumental posterior. "Villain" empieza casi como un homenaje a los Thompson Twins, y en seguida se revela como el tema más claramente bailable del álbum, con su ritmo binario marcado, y un colchón de sintetizadores arropando a un coro de voces en el estribillo, todo lo cual le confiere cierta similitud al "New song" de Warpaint (que seleccioné entre las mejores canciones de 2016). "I'm just alright" recupera la senda de los medios tiempos más claramente guitarreros, y nos ofrece la letra más claramente personal de Ryan (en la que se cuestiona recurrentemente su lugar y su misión en el mundo), aunque tanta repetición de la frase que da título al tema puede llegar a cansar. Y "Swim" cierra el álbum con la balada de turno, probablemente menos emotiva de lo que a Ryan le hubiera gustado, pero digna a pesar de su abrupto final gracias al contraste entre su guitarra eléctrica de notas largas y su teclado a lo Coldplay.
Indudablemente el álbum no es redondo de principio a fin, las interpretaciones vocales de Ryan oscilan entre lo aceptable y lo mejorable (aparte de que se agradecería una mejor dicción), y tras un comienzo muy brillante, va enlazando momentos interesantes con otros simplemente correctos. Pero cuando da con la inspiración sus canciones son muy poderosas evocando emociones. Además la banda las hace crecer con unas interpretaciones muy inteligentes y buenas dosis de talento. Supongo que una mayor difusión de la que hasta ahora ha tenido el álbum ayudaría a darle continuidad al proyecto de Ryan, y a que diera rienda suelta a todo el talento que lleva dentro. Ojalá esta reseña contribuya mínimamente a ello.